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féretro

féretro

Proviene del vocablo latino pheretrum, derivado del griego pheretron. Ambas palabras procedían del verbo griego pherein, y servían para designar cualquier aparato que fuera usado para transportar personas o imágenes religiosas, tales como camillas, andas, literas o, incluso, el ataúd o caja en que se transporta un cadáver.

Al llegar al castellano, el vocablo adoptó la forma féretro, además de limitar su significado al cajón en que se transportan los cadáveres, como vemos en este texto de 1507 de Antonio Pigafetta en Primer viaje alrededor del mundo (1507):

En primer término, todas las mujeres principales del lugar acuden a casa del difunto; en medio de ella aparece en su féretro el tal, bajo una especie de entrecruzado de cuerdas en el que enredaran un sinfín de ramas de árboles.

Por Ricardo Soca

http://www.elcastellano.org/palabra.php

you needed me 7 canción

YOU NEEDED ME

 
 
 
 

I cried a tear,

Yo llore una lágrima,  

you wiped it dry.

Tu la secaste, 

I was confused,

Yo estaba confundido, 

you cleared my mind.

Tu esclareciste mi mente. 

I sold my soul,

Yo vendí mi alma,  

you bought it back for me.

Tu la compraste de vuelta para mi.  

And held me up

Y me levantaste, 

and gave me dignity.

Y me diste dignidad. 

Somehow you needed me.

De alguna manera Tu me necesitabas.

 
 
 
 

You gave me strength

Tu me diste fuerza, 

to stand alone again.

para ponerme de pie.  

To face the world

Para encarar el mundo,  

out on my own again.

de frente otra vez.  

You put me high

Tu me colocaste en lo alto,  

upon a pedestal.

sobre un pedestal.  

So high that I could almost see eternity.

Tan alto que casi pude ver la eternidad.  

You needed me,

Tu me necesitabas,  

you needed me.

Tu me necesitabas.

 
 
 
 

And I can't believe it's you.. I can't believe it's true.

Yo no puedo creer que seas Tu. No puedo creer que sea verdad.  

I needed you

Yo necesitaba de Ti. 

and you were there.

Y Tu estabas allí.  

And I'll never leave; why should I leave? I'd be a fool.

Y Yo jamás partiré; por que me iría? Seria un tonto.  

'cause I finally found someone who really cares.

porque finalmente encontré alguien que realmente importa.

 
 
 
 

You held my hand

Tu sostuviste mi mano, 

when it was cold.

cuando estaba fría.  

When I was lost,

Cuando Yo estaba perdido,  

you took me home.

Tu me llevaste a casa. 

You gave me hope

Tu me diste esperanza  

when I was at the end.

cuando estaba perdido 

And turned my lies

Y transformaste mis mentiras  

You even called me friend.

Tu hasta me llamaste Amigo.  

back into truth again.

en verdades otra vez.

 
 
 
 

You gave me strength

Tu me diste fuerza  

to stand alone again.

para ponerme de pie.  

To face the world

Para encarar el mundo  

out on my own again.

de frente otra vez.  

You put me high

Tu me colocaste en lo alto  

upon a pedestal.

sobre un pedestal.  

So high that I could almost see eternity.

Tan alto que casi pude ver la eternidad.  

You needed me,

Tu me necesitabas,  

you needed me.

Tu me necesitabas.

 
 
enviada por colaboraci{on de Ambar Herrera

cuento / wakefield

Wakefield
[Cuento. Texto completo]

Nathaniel Hawthorne

Recuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como verdadera, de un hombre -llamémoslo Wakefield- que abandonó a su mujer durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente, ni tampoco -sin una adecuada discriminación de las circunstancias- debe ser censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista completa de las rarezas de los hombres. La pareja en cuestión vivía en Londres. El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su casa, alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin que supieran de él la esposa o los amigos y sin que hubiera ni sombra de razón para semejante autodestierro, vivió durante más de veinte años. En el transcurso de este tiempo todos los días contempló la casa y con frecuencia atisbó a la desamparada esposa. Y después de tan largo paréntesis en su felicidad matrimonial cuando su muerte era dada ya por cierta, su herencia había sido repartida y su nombre borrado de todas las memorias; cuando hacía tantísimo tiempo que su mujer se había resignado a una viudez otoñal -una noche él entró tranquilamente por la puerta, como si hubiera estado afuera sólo durante el día, y fue un amante esposo hasta la muerte.

Este resumen es todo lo que recuerdo. Pero pienso que el incidente, aunque manifiesta una absoluta originalidad sin precedentes y es probable que jamás se repita, es de esos que despiertan las simpatías del género humano. Cada uno de nosotros sabe que, por su propia cuenta, no cometería semejante locura; y, sin embargo, intuye que cualquier otro podría hacerlo. En mis meditaciones, por lo menos, este caso aparece insistentemente, asombrándome siempre y siempre acompañado por la sensación de que la historia tiene que ser verídica y por una idea general sobre el carácter de su héroe. Cuando quiera que un tema afecta la mente de modo tan forzoso, vale la pena destinar algún tiempo para pensar en él. A este respecto, el lector que así lo quiera puede entregarse a sus propias meditaciones. Mas si prefiere divagar en mi compañía a lo largo de estos veinte años del capricho de Wakefield, le doy la bienvenida, confiando en que habrá un sentido latente y una moraleja, así no logremos descubrirlos, trazados pulcramente y condensados en la frase final. El pensamiento posee siempre su eficacia; y todo incidente llamativo, su enseñanza.

¿Qué clase de hombre era Wakefield? Somos libres de formarnos nuestra propia idea y darle su apellido. En ese entonces se encontraba en el meridiano de la vida. Sus sentimientos conyugales, nunca violentos, se habían ido serenando hasta tomar la forma de un cariño tranquilo y consuetudinario. De todos los maridos, es posible que fuera el más constante, pues una especie de pereza mantenía en reposo a su corazón dondequiera que lo hubiera asentado. Era intelectual, pero no en forma activa. Su mente se perdía en largas y ociosas especulaciones que carecían de propósito o del vigor necesario para alcanzarlo. Sus pensamientos rara vez poseían suficientes ímpetus como para plasmarse en palabras. La imaginación, en el sentido correcto del vocablo, no figuraba entre las dotes de Wakefield. Dueño de un corazón frío, pero no depravado o errabundo, y de una mente jamás afectada por la calentura de ideas turbulentas ni aturdida por la originalidad, ¿quién se hubiera imaginado que nuestro amigo habría de ganarse un lugar prominente entre los autores de proezas excéntricas? Si se hubiera preguntado a sus conocidos cuál era el hombre que con seguridad no haría hoy nada digno de recordarse mañana, habrían pensado en Wakefield. Únicamente su esposa del alma podría haber titubeado. Ella, sin haber analizado su carácter, era medio consciente de la existencia de un pasivo egoísmo, anquilosado en su mente inactiva; de una suerte de vanidad, su más incómodo atributo; de cierta tendencia a la astucia, la cual rara vez había producido efectos más positivos que el mantenimiento de secretos triviales que ni valía la pena confesar; y, finalmente, de lo que ella llamaba "algo raro" en el buen hombre. Esta última cualidad es indefinible y puede que no exista.

Ahora imaginémonos a Wakefield despidiéndose de su mujer. Cae el crepúsculo en un día de octubre. Componen su equipaje un sobretodo deslustrado, un sombrero cubierto con un hule, botas altas, un paraguas en una mano y un maletín en la otra. Le ha comunicado a la señora de Wakefield que debe partir en el coche nocturno para el campo. De buena gana ella le preguntaría por la duración y objetivo del viaje, por la fecha probable del regreso, pero, dándole gusto a su inofensivo amor por el misterio, se limita a interrogarlo con la mirada. Él le dice que de ningún modo lo espere en el coche de vuelta y que no se alarme si tarda tres o cuatro días, pero que en todo caso cuente con él para la cena el viernes por la noche. El propio Wakefield, tengámoslo presente, no sospecha lo que se viene. Le ofrece ambas manos. Ella tiende las suyas y recibe el beso de partida a la manera rutinaria de un matrimonio de diez años. Y parte el señor Wakefield, en plena edad madura, casi resuelto a confundir a su mujer mediante una semana completa de ausencia. Cierra la puerta. Pero ella advierte que la entreabre de nuevo y percibe la cara del marido sonriendo a través de la abertura antes de esfumarse en un instante. De momento no le presta atención a este detalle. Pero, tiempo después, cuando lleva más años de viuda que de esposa, aquella sonrisa vuelve una y otra vez, y flota en todos sus recuerdos del semblante de Wakefield. En sus copiosas cavilaciones incorpora la sonrisa original en una multitud de fantasías que la hacen extraña y horrible. Por ejemplo, si se lo imagina en un ataúd, aquel gesto de despedida aparece helado en sus facciones; o si lo sueña en el cielo, su alma bendita ostenta una sonrisa serena y astuta. Empero, gracias a ella, cuando todo el mundo se ha resignado a darlo ya por muerto, ella a veces duda que de veras sea viuda.

Pero quien nos incumbe es su marido. Tenemos que correr tras él por las calles, antes de que pierda la individualidad y se confunda en la gran masa de la vida londinense. En vano lo buscaríamos allí. Por tanto, sigámoslo pisando sus talones hasta que, después de dar algunas vueltas y rodeos superfluos, lo tengamos cómodamente instalado al pie de la chimenea en un pequeño alojamiento alquilado de antemano. Nuestro hombre se encuentra en la calle vecina y al final de su viaje. Difícilmente puede agradecerle a la buena suerte el haber llegado allí sin ser visto. Recuerda que en algún momento la muchedumbre lo detuvo precisamente bajo la luz de un farol encendido; que una vez sintió pasos que parecían seguir los suyos, claramente distinguibles entre el multitudinario pisoteo que lo rodeaba; y que luego escuchó una voz que gritaba a lo lejos y le pareció que pronunciaba su nombre. Sin duda alguna una docena de fisgones lo habían estado espiando y habían corrido a contárselo todo a su mujer. ¡Pobre Wakefield! ¡Qué poco sabes de tu propia insignificancia en este mundo inmenso! Ningún ojo mortal fuera del mío te ha seguido las huellas. Acuéstate tranquilo, hombre necio; y en la mañana, si eres sabio, vuelve a tu casa y dile la verdad a la buena señora de Wakefield. No te alejes, ni siquiera por una corta semana, del lugar que ocupas en su casto corazón. Si por un momento te creyera muerto o perdido, o definitivamente separado de ella, para tu desdicha notarías un cambio irreversible en tu fiel esposa. Es peligroso abrir grietas en los afectos humanos. No porque rompan mucho a lo largo y ancho, sino porque se cierran con mucha rapidez.

Casi arrepentido de su travesura, o como quiera que se pueda llamar, Wakefield se acuesta temprano. Y, despertando después de un primer sueño, extiende los brazos en el amplio desierto solitario del desacostumbrado lecho.

-No -piensa, mientras se arropa en las cobijas-, no dormiré otra noche solo.

Por la mañana madruga más que de costumbre y se dispone a considerar lo que en realidad quiere hacer. Su modo de pensar es tan deshilvanado y vagaroso, que ha dado este paso con un propósito en mente, claro está, pero sin ser capaz de definirlo con suficiente nitidez para su propia reflexión. La vaguedad del proyecto y el esfuerzo convulsivo con que se precipita a ejecutarlo son igualmente típicos de una persona débil de carácter. No obstante, Wakefield escudriña sus ideas tan minuciosamente como puede y descubre que está curioso por saber cómo marchan las cosas por su casa: cómo soportará su mujer ejemplar la viudez de una semana y, en resumen, cómo se afectará con su ausencia la reducida esfera de criaturas y de acontecimientos en la que él era objeto central. Una morbosa vanidad, por lo tanto, está muy cerca del fondo del asunto. Pero, ¿cómo realizar sus intenciones? No, desde luego, quedándose encerrado en este confortable alojamiento donde, aunque durmió y despertó en la calle siguiente, está efectivamente tan lejos de casa como si hubiera rodado toda la noche en la diligencia. Sin embargo, si reapareciera echaría a perder todo el proyecto. Con el pobre cerebro embrollado sin remedio por este dilema, al fin se atreve a salir, resuelto en parte a cruzar la bocacalle y echarle una mirada presurosa al domicilio desertado. La costumbre -pues es un hombre de costumbres- lo toma de la mano y lo conduce, sin que él se percate en lo más mínimo, hasta su propia puerta; y allí, en el momento decisivo, el roce de su pie contra el peldaño lo hace volver en sí. ¡Wakefield! ¿Adónde vas?

En ese preciso instante su destino viraba en redondo. Sin sospechar siquiera en la fatalidad a la que lo condena el primer paso atrás, parte de prisa, jadeando en una agitación que hasta la fecha nunca había sentido, y apenas sí se atreve a mirar atrás desde la esquina lejana. ¿Será que nadie lo ha visto? ¿No armarán un alboroto todos los de la casa -la recatada señora de Wakefield, la avispada sirvienta y el sucio pajecito- persiguiendo por las calles de Londres a su fugitivo amo y señor? ¡Escape milagroso! Cobra coraje para detenerse y mirar a la casa, pero lo desconcierta la sensación de un cambio en aquel edificio familiar, igual a las que nos afectan cuando, después de una separación de meses o años, volvemos a ver una colina o un lago o una obra de arte de los cuales éramos viejos amigos. ¡En los casos ordinarios esta impresión indescriptible se debe a la comparación y al contraste entre nuestros recuerdos imperfectos y la realidad. En Wakefield, la magia de una sola noche ha operado una transformación similar, puesto que en este breve lapso ha padecido un gran cambio moral, aunque él no lo sabe. Antes de marcharse del lugar alcanza a entrever la figura lejana de su esposa, que pasa por la ventana dirigiendo la cara hacia el extremo de la calle. El marrullero ingenuo parte despavorido, asustado de que sus ojos lo hayan distinguido entre un millar de átomos mortales como él. Contento se le pone el corazón, aunque el cerebro está algo confuso, cuando se ve junto a las brasas de la chimenea en su nuevo aposento.

Eso en cuanto al comienzo de este largo capricho. Después de la concepción inicial y de haberse activado el lerdo carácter de este hombre para ponerlo en práctica, todo el asunto sigue un curso natural. Podemos suponerlo, como resultado de profundas reflexiones, comprando una nueva peluca de pelo rojizo y escogiendo diversas prendas del baúl de un ropavejero judío, de un estilo distinto al de su habitual traje marrón. Ya está hecho: Wakefield es otro hombre. Una vez establecido el nuevo sistema, un movimiento retrógrado hacia el antiguo sería casi tan difícil como el paso que lo colocó en esta situación sin paralelo. Además, ahora lo está volviendo testarudo cierto resentimiento del que adolece a veces su carácter, en este caso motivado por la reacción incorrecta que, a su parecer, se ha producido en el corazón de la señora de Wakefield. No piensa regresar hasta que ella no esté medio muerta de miedo. Bueno, ella ha pasado dos o tres veces ante sus ojos, con un andar cada vez más agobiado, las mejillas más pálidas y más marcada de ansiedad la frente. A la tercera semana de su desaparición, divisa un heraldo del mal que entra en la casa bajo el perfil de un boticario. Al día siguiente la aldaba aparece envuelta en trapos que amortigüen el ruido. Al caer la noche llega el carruaje de un médico y deposita su empelucado y solemne cargamento a la puerta de la casa de Wakefield, de la cual emerge después de una visita de un cuarto de hora, anuncio acaso de un funeral. ¡Mujer querida! ¿Irá a morir? A estas alturas Wakefield se ha excitado hasta provocarse algo así como una efervescencia de los sentimientos, pero se mantiene alejado del lecho de su esposa, justificándose ante su conciencia con el argumento de que no debe ser molestada en semejante coyuntura. Si algo más lo detiene, él no lo sabe. En el transcurso de unas cuantas semanas ella se va recuperando. Ha pasado la crisis. Su corazón se siente triste, acaso, pero está tranquilo. Y, así el hombre regrese tarde o temprano, ya no arderá por él jamás. Estas ideas fulguran cual relámpagos en las nieblas de la mente de Wakefield y le hacen entrever que una brecha casi infranqueable se abre entre su apartamento de alquiler y su antiguo hogar.

-¡Pero si sólo está en la calle del lado! -se dice a veces.

¡Insensato! Está en otro mundo. Hasta ahora él ha aplazado el regreso de un día en particular a otro. En adelante, deja abierta la fecha precisa. Mañana no... probablemente la semana que viene... muy pronto. ¡Pobre hombre! Los muertos tienen casi tantas posibilidades de volver a visitar sus moradas terrestres como el autodesterrado Wakefield.

¡Ojalá yo tuviera que escribir un libro en lugar de un artículo de una docena de páginas! Entonces podría ilustrar cómo una influencia que escapa a nuestro control pone su poderosa mano en cada uno de nuestros actos y cómo urde con sus consecuencias un férreo tejido de necesidad. Wakefield está hechizado. Tenemos que dejarlo que ronde por su casa durante unos diez años sin cruzar el umbral ni una vez, y que le sea fiel a su mujer, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras él poco a poco se va apagando en el de ella. Hace mucho, debemos subrayarlo, que perdió la noción de singularidad de su conducta.

Ahora contemplemos una escena. Entre el gentío de una calle de Londres distinguimos a un hombre entrado en años, con pocos rasgos característicos que atraigan la atención de un transeúnte descuidado, pero cuya figura ostenta, para quienes posean la destreza de leerla, la escritura de un destino poco común. Su frente estrecha y abatida está cubierta de profundas arrugas. Sus pequeños ojos apagados a veces vagan con recelo en derredor, pero más a menudo parecen mirar adentro. Agacha la cabeza y se mueve con un indescriptible sesgo en el andar, como si no quisiera mostrarse de frente entero al mundo. Obsérvelo el tiempo suficiente para comprobar lo que hemos descrito y estará de acuerdo con que las circunstancias, que con frecuencia producen hombres notables a partir de la obra ordinaria de la naturaleza, han producido aquí uno de estos. A continuación, dejando que prosiga furtivo por la acera, dirija su mirada en dirección opuesta, por donde una mujer de cierto porte, ya en el declive de la vida, se dirige a la iglesia con un libro de oraciones en la mano. Exhibe el plácido semblante de la viudez establecida. Sus pesares o se han apagado o se han vuelto tan indispensables para su corazón que sería un mal trato cambiarlos por la dicha. Precisamente cuando el hombre enjuto y la mujer robusta van a cruzarse, se presenta un embotellamiento momentáneo que pone a las dos figuras en contacto directo. Sus manos se tocan. El empuje de la muchedumbre presiona el pecho de ella contra el hombro del otro. Se encuentran cara a cara. Se miran a los ojos. Tras diez años de separación, es así como Wakefield tropieza con su esposa.

Vuelve a fluir el río humano y se los lleva a cada uno por su lado. La grave viuda recupera el paso y sigue hacia la iglesia, pero en el atrio se detiene y lanza una mirada atónita a la calle. Sin embargo, pasa al interior mientras va abriendo el libro de oraciones. ¡Y el hombre! Con el rostro tan descompuesto que el Londres atareado y egoísta se detiene a verlo pasar, huye a sus habitaciones, cierra la puerta con cerrojo y se tira en la cama. Los sentimientos que por años estuvieron latentes se desbordan y le confieren un vigor efímero a su mente endeble. La miserable anomalía de su vida se le revela de golpe. Y grita exaltado:

-¡Wakefield, Wakefield, estás loco!

Quizás lo estaba. De tal modo debía de haberse amoldado a la singularidad de su situación que, examinándolo con referencia a sus semejantes y a las tareas de la vida, no se podría afirmar que estuviera en su sano juicio. Se las había ingeniado (o, más bien, las cosas habían venido a parar en esto) para separarse del mundo, hacerse humo, renunciar a su sitio y privilegios entre los vivos, sin que fuera admitido entre los muertos. La vida de un ermitaño no tiene paralelo con la suya. Seguía inmerso en el tráfago de la ciudad como en los viejos tiempos, pero las multitudes pasaban de largo sin advertirlo. Se encontraba -digámoslo en sentido figurado- a todas horas junto a su mujer y al pie del fuego, y sin embargo nunca podía sentir la tibieza del uno ni el amor de la otra. El insólito destino de Wakefield fue el de conservar la cuota original de afectos humanos y verse todavía involucrado en los intereses de los hombres, mientras que había perdido su respectiva influencia sobre unos y otros. Sería un ejercicio muy curioso determinar los efectos de tales circunstancias sobre su corazón y su intelecto, tanto por separado como al unísono. No obstante, cambiado como estaba, rara vez era consciente de ello y más bien se consideraba el mismo de siempre. En verdad, a veces lo asaltaban vislumbres de la realidad, pero sólo por momentos. Y aun así, insistía en decir "pronto regresaré", sin darse cuenta de que había pasado veinte años diciéndose lo mismo.

Imagino también que, mirando hacia el pasado, estos veinte años le parecerían apenas más largos que la semana por la que en un principio había proyectado su ausencia. Wakefield consideraría la aventura como poco más que un interludio en el tema principal de su existencia. Cuando, pasado otro ratito, juzgara que ya era hora de volver a entrar a su salón, su mujer aplaudiría de dicha al ver al veterano señor Wakefield. ¡Qué triste equivocación! Si el tiempo esperara hasta el final de nuestras locuras favoritas, todos seríamos jóvenes hasta el día del juicio.

Cierta vez, pasados veinte años desde su desaparición, Wakefield se encuentra dando el paseo habitual hasta la residencia que sigue llamando suya. Es una borrascosa noche de otoño. Caen chubascos que golpetean en el pavimento y que escampan antes de que uno tenga tiempo de abrir el paraguas. Deteniéndose cerca de la casa, Wakefield distingue a través de las ventanas de la sala del segundo piso el resplandor rojizo y oscilante y los destellos caprichosos de un confortable fuego. En el techo aparece la sombra grotesca de la buena señora de Wakefield. La gorra, la nariz, la barbilla y la gruesa cintura dibujan una caricatura admirable que, además, baila al ritmo ascendiente y decreciente de las llamas, de un modo casi en exceso alegre para la sombra de una viuda entrada en años. En ese instante cae otro chaparrón que, dirigido por el viento inculto, pega de lleno contra el pecho y la cara de Wakefield. El frío otoñal le cala hasta la médula. ¿Va a quedarse parado en ese sitio, mojado y tiritando, cuando en su propio hogar arde un buen fuego que puede calentarlo, cuando su propia esposa correría a buscarle la chaqueta gris y los calzones que con seguridad conserva con esmero en el armario de la alcoba? ¡No! Wakefield no es tan tonto. Sube los escalones, con trabajo. Los veinte años pasados desde que los bajó le han entumecido las piernas, pero él no se da cuenta. ¡Detente, Wakefield! ¿Vas a ir al único hogar que te queda? Pisa tu tumba, entonces. La puerta se abre. Mientras entra, alcanzamos a echarle una mirada de despedida a su semblante y reconocemos la sonrisa de astucia que fuera precursora de la pequeña broma que desde entonces ha estado jugando a costa de su esposa. ¡Cuán despiadadamente se ha burlado de la pobre mujer! En fin, deseémosle a Wakefield buenas noches.

El suceso feliz -suponiendo que lo fuera- sólo puede haber ocurrido en un momento impremeditado. No seguiremos a nuestro amigo a través del umbral. Nos ha dejado ya bastante sustento para la reflexión, una porción del cual puede prestar su sabiduría para una moraleja y tomar la forma de una imagen. En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo.

 

 

Helena de Cervantes
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carta de una madre ... humor

 

 

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CARTA DE UNA MADRE ...............    A SU HIJO.
 
Querido hijo:

Te pongo estas líneas para que sepas que estoy viva.
 
Te escribo despacio porque sé que no sabes leer muy rapido .
Si recibes esta carta es porque te llegó, si no avísame y te la mando de nuevo. Tu padre leyó que según las encuestas, la mayoría de los accidentes ocurren a 1 kilómetro de la casa,  así que nos hemos mudado mucho más lejos; no vas a reconocer la casa. El lugar es lindo; tiene una lavadora que no estoy segura si funciona o no. Ayer metí una ropita, tiré de la cadena y no he vuelto a ver la ropa desde entonces. El clima no es tan malo; la semana pasada sólo llovió 2 veces. La primera vez por 3 días y la segunda por 4 días. Con respecto a la chaqueta que querías, tu tío Emilio dijo que si la mandábamos con los botones puestos, pesaría demasiado y el envío seria muy costoso, así que le quitamos los botones y los pusimos en el bolsillo. Al fin enterramos a tu abuelo; encontramos su cadáver con lo de la mudanza. Estaba en el armario desde el día en que nos ganó jugando al escondite. El médico vino a la casa y me puso un tubito de vidrio en la boca y me dijo que no la abriera por 10 minutos; tu  padre ofreció comprarle el tubito. Tu hermana Julia, la que se casó con su marido, está un poco embarazada, pero como todavía no se sabe de qué sexo es, no te se decir si eres tío o tía. Si el bebé es una niña, tu hermana va a nombrarla como yo. Qué raro que quiera llamar a su hija 'Mamá'. Tu primo Mauricio se casó y resulta que le reza todas las noches a la esposa, porque es virgen. A quién nunca hemos visto más por acá es al tío Venancio, el que murió el año pasado. Imagínate que tu hermano Juancho cerró el carro y dejó las llaves adentro. Tuvo que ir hasta la casa por el duplicado para poder sacarnos a todos del auto. Bueno hijo, no te pongo mi dirección en la carta, porque no la sé. Resulta que la última familia de paisanos que vivió aquí era de chejende y se llevó los números para no tener que aprenderse su nueva dirección. Si hablas con Doña Remedios, dale saludos de mi parte; si no la ves, no le digas nada no se vaya a molestar.

Tu madre que te quiere, Josefa.

P.D. Te iba a mandar 100 bolivaritos, pero ya cerré el sobre

serie por nuestros cerros -kukenam- edilia de borges

serie por nuestros cerros -kukenam- edilia de borges

KUKENÁN–MATAVITEPUY (AGUA SUCIA) en dialecto indígena Pemón. Diciembre 2008
 
De nuevo con  nuestro morrales a la espalda mis amigas  y yo decidimos realizar la última excursión del año seleccionando para ello el Escudo Guayanés en la Gran Sabana, específicamente El Kukenán. Ante todo requeríamos un permiso especial  de Inparques  para la visita,  que por  ser un ecosistema muy  frágil está restringido. Con éste en mano ya en la noche del  sábado 13 subimos al autobús que desde Caracas  nos dejaría  exactamente en el poblado de San Francisco de Yuaruaní, en el Edo. Bolívar donde  nos esperaban nuestro guía y porteadores. Era temprano en la mañana y en la casa de Carlos ultimamos los detalles de todo el equipaje que necesitaríamos (alimentos, enseres de cocina, cuerdas, mosquetones, ropa, medicinas, combustible, cámaras fotográficas y toda la parafernalia inherente para tener una cómoda, segura y tranquila excursión).
Pasado el mediodía  llegó el camión que nos trasladó desde allí hasta la Comunidad  Pemón de “Paratepuy”, me instalé en la cabina delantera y atrás todos los compañeros de viaje más el voluminoso equipaje.
 

Transitamos una larga carretera  de tierra roja, que por estar seca, levanta una densa polvareda y mojada es una trampa para los cauchos, por ello sólo vehículos de doble tracción o animales de carga se aventuran en ella. Está sumamente accidentada y en proceso de erosión por la estratificación de rocas de arenisca de formación primera.  Su uso y abuso sirve de base para que en algunas partes se hayan abierto anchas y profundas grietas. Las bases de un puente instalado sobre un riachuelo de frías y tormentosas aguas están siendo socavadas. En velocidad moderada llegamos a “Paratepuy” en 45 minutos, es una Comunidad indígena y puerta de entrada para los visitantes de la Gran Sabana, acá encontramos la Oficina de Inparques donde se controla  el número de visitantes, se revisa el equipaje (a  fin de impedir que se trasladen animales, plantas, armas  o cualquier otra cosa que pueda afectar los sitios a visitar). Una vez cumplido con todos los reglamentos y con la buena pro del Guardaparques comenzamos la caminata.

 
La Gran Sabana es de relieve  variado, está formada por altas mesetas aisladas separadas entre sí  y con alturas desde 200 m.s.n.m, en las márgenes del  río Orinoco hasta los tepuyes  de paredes escarpadas y abruptas con elevaciones que superan los 2.800m.s.n.m. 
En el suroeste de la Gran Sabana muy cerca del tepuy Roraima (2.810 m.s.n.m.) que sirve de vértice fronterizo entre Vzla., Brasil y Guyana (Zona en reclamación) se yergue el  tepuy Kukenán, un monumento natural cuya formación se remonta a 400 millones de años, sus rocas son de las más antiguas del planeta (Período Pre-Cambríco).
De su cima (2.800 m.s.n.m.) se desprende un salto de agua de 610 m., considerado uno de los 4 más altos del mundo en caída libre.
Es un día especial y  despejado, el magnificente Kukenán visto desde el camino me abruma y asombra. Un día claro con sol intenso y ardiente me permite distinguir en una primera visión allá a lo lejos, una ancha y alta muralla de múltiples colores formada por la erosión de miles de años. Caminaremos hacia allá 9 km hasta el río Teck. Camino entusiasmada por un sendero  de tierra apisonada por miles de pisadas anteriores entre indígenas, lugareños y turistas, es como una cinta marrón rojiza de arenisca que a veces se rodea de piedras altas redondas, que serpentea por un mar de hierba abierta, cruzada a veces por riachuelos, bordeadas por selvas de galerías y bosques ribereños.

Caminamos  5 horas hasta el río Teck, éste es el sitio “medio” de la caminata donde casi todos se detienen a pernoctar antes de seguir camino. Hay allí unas precarias instalaciones con techo de moriche sin paredes, un largo mesón y varios bancos, es un abrigo para dormir. Sin embargo nosotros abrimos nuestras carpas a la intemperie bajo una fastidiosa llovizna, estaba anocheciendo y  en la oscuridad mientras nos preparaban la cena, bajamos una cuesta hasta el río donde el agua helada renovó nuestras energías, los fastidiosos “Puri-pur” nos hicieron huir. Esta primera noche nos acostamos temprano.
El amanecer está frío y neblinoso pero igual de encantador, con sigilo para no despertar a mi dormilona amiga salgo de la carpa con mi cámara para fotos en la mano, no es cosa de desperdiciar  el hermoso paisaje que me rodea.  Al comenzar a olerse el café recién “colao” se levantan los demás, los sordos gruñidos de mi estómago me recuerda que es hora del desayuno. Terminado éste se recogen los “peroles” y nos ponemos en camino. Hasta la cima del  Kukenán hay 25 km de caminata, pero no lo vamos hacer todo de una vez.
Por lo pronto iremos hasta nuestro primer campamento bajo techo: “La Cueva”, el camino a veces está “tapado”, pero la intuición y conocimiento de nuestro guía nos lleva con seguridad, después de subir una cuesta se ve el camino que a la derecha sigue hacia el Roraima,
nosotros nos desviamos  desde allí, la sabana va subiendo en mesetas poco a poco, la vegetación es de hierba corta enmarañada, hay profusión de árboles quemados aún en pié que semejan negras estatuas mudas y mágicas.
 
Atravesamos varios ríos bravíos que bajan del tepuy,  lo hacemos saltando a veces sobre piedras y con ayuda del bastón y de la mano del compañero, aún así en uno de ellos me caí sentada en la corriente, bueno no me importó porque el frío en mi parte trasera
me estimuló a caminar con mayor entusiasmo (deseando que se secara pronto). Piedras grandes y negras están  por doquier diseminadas, después de un buen rato nos volvemos a desviar en busca de nuestro refugio.
Llegamos. Es una especie de cueva en verdad sólo techo y profundidad hacia la pared trasera, espaciosa. Nos instalamos cómodamente  para  dormir  bajo la pertinaz lluviecita con placidez.

Un despertar tempranero con la idea de captar imágenes de todo aquél  paisaje que la naturaleza me brinda. Dejamos acá bien guardadas parte de las provisiones que no necesitaríamos  en la cima. Reanudamos nuestra caminata hacia el norte, calmados llegamos a “la base”, espacio arenoso rodeado de rocas y un pequeño  riachuelo que corre en un lado. Será la última oportunidad para acarrear agua hasta llegar a la intrincada selva lluviosa que es la “falda” del Kukenán.
El paisaje comienza a cambiar, sabemos que el tepuy está allí adelante,  pero no lo vemos porqué está cubierto de nubes, que cuando se abren los rayos del sol directo me recuerdan que estoy en una zona tropical con 27º C a la sombra. La  radiación ultravioleta es intensa. Más tarde surge  la neblina envolviendo todo de nuevo o grandes nubes que se deshacen en lluvia torrencial, bajo ella penetramos en la selva que permanece en la sombra buena  parte del día, por tanto es un hábitat húmedo muy fresco donde proliferan muchas especies de criptógamas y epífitas.

Son abundantes los grandes helechos, bromelias y diversas palmas. El aguacero me empapa y dificulta el paso, una espesa selva de troncos rectos se esfuerzan en alcanzar la luz, la enhiesta arboleda arraigada y las frondosas copas de los árboles que la cubren me impiden ver el cielo. Salto charcos de suelo barroso, rocas húmedas y resbalosas bañadas por las aguas atomizadas  de pequeñas caídas de agua desde el  vértice del tepuy  y  que semejan blancos velos mecidos por el viento, son obstáculos que hay que rodear para poder continuar el sendero que no es tal. Carlos machetea y desbroza las lianas y ramas que se interponen, aunque la temperatura es de 22º el calor y el sudor merman mis fuerzas. Subo, bajo, subo  aquél  maravilloso mundo donde no hay jejenes ni zancudos. Raíces y  troncos se ramifican en éste humedísimo ambiente. Fuertes declives y pendientes  donde los pies no pueden aferrarse bien teniendo que hacer uso  también de las manos para asirnos a los árboles y epífitas. Con la lluvia el suelo se ha vuelto un jabón y donde ha habido desprendimientos de la capa terrestre por ausencia de árboles el paso es difícil. Una apretada red de bejucos cubiertos de musgo impiden el paso. Penosamente Carlos nos abre el paso hasta que salimos de allí.
Ahora nos encontramos frente  la muralla de piedra limpia de vegetación a no ser por grupitos de líquenes y musgos adheridos a ella, la vista en picada es espectacular, la copa de los árboles abajo de la misma parece una alfombra verde muy distante, la pared que tengo enfrente chorrea  agua, la piedra tiene un matiz de color ocre impactante. El silencio es sólido. Levanto la vista y me deleito con  la  asombrosa  cascada que desciende toda la pared del tepuy  cayendo desde la cima, el desnivel del chorro de agua se pulveriza en el aire antes de alcanzar el fondo y las demás  se infiltran en la base para luego correr gloriosas convertidas en brioso río que inundará la sabana.
Una cuerda inserta a la pared sirve de apoyo para comenzar el ascenso, un impulso suave y con ayuda y ya estoy en la primera cornisa, desde acá para mi comienza lo “pelúo”, respiro hondo y profundo y subo, bajo, salto, me agarro de donde y como puedo por aquél camino rocoso con intensa fractura de los bordes. Vamos internándonos en áreas de grandes depresiones, cañones y grietas de gran magnitud. Las orillas de las paredes son muy accidentadas  y fragmentan su superficie en monolitos y torres de roca.
Llevamos horas caminando y llueve, llueve mucho. Las rocas de cuarcita duras y compactas pertenecientes al Grupo Roraima tienen un color rosado, aunque a veces meteorizan a tonos desde blancos a naranja y negros. Oscurece rápido y justamente cuando atravesamos un área peligrosa. No es prudente que continuemos. El guía decide “montar las carpas”, mientras lo hace yo con la espalda a la pared, tirito de frío, estoy aterrada pues no veo nada, no atino a encender mi  linterna, ni comimos caliente esta noche, rápido entro a la carpa, visto ropa seca, comí algo dulce, creo, y a dormir.
Y menos mal que no ví, porque al día siguiente  ¡Oh Dios! Cuando necesariamente salgo de la carpa, me “quedo helada” del miedo.

La misma estaba montada en un estrecho saledizo de piedra donde se apoya una parte y la otra parte en la orilla de la saliente limitando con un abismo. ¡Susto!  Ni sé como me aparté de allí, no sé lo que desayuné, lo que vestí,  me arrimé hacia una partecita más segura y me puse a fotografiar como loca, y faltaba
lo peor para poder continuar habría que a gatas arrastrarse por el borde angosto de la pared.
Pero a nadie le falta Dios. Carlos consiguió obviar este paso, pasamos por encima  del vértice que aún siendo peligroso también, lo era menos.

Y así comenzó otro día lleno de sorpresitas que me pusieron la piel “de gallina”. Luego de caminar otro accidentado trecho tenemos  mi “primera vertical”, subir una pared, no era muy alta (yo la vi altísima) pero mejor ayudarse con cuerda. Afortunadamente tenemos un arnés y unos compañeros solidarios.

Intimidante, con los ojos cerrados yo forcejeaba, sudaba, rezaba, mientras los demás fotografiaban y filmaban  divertidos.
“Por las barbas del Peloponeso” la verdad que tengo  unos amigos graciosos y oportunos. Superado este escollo ahora nos internamos en una especie de cueva o túnel rocoso donde fue difícil el desplazamiento por las  grietas  y piedras altas y sin apoyo.
 
 
Respiré profundo cuando salimos de allí, alegría breve. Ahora  tenemos otra pared enfrente, se sube primero el equipaje de todos, luego me toca a mí con mi reciente experiencia, aquí  casi me suben como “un paquete”.
Todos en la cima. Que sensación increíble y pletórica de felicidad, aunque llovía nos fundimos todos en un apretado abrazo por el éxito alcanzado.

Mi primera impresión de lo que veía fue de perplejidad. La zona está surcada por grandes sistemas de fracturas, la superficie fragmentada en bloques altos y bajos de grietas entrecruzadas. El suelo es impermeable y sobre él se forman ciénagas extensas y de poco fondo.

La roca es abrasiva y cortante. No veo nada verde. Jirones de niebla empiezan a rodearnos y nos apresuramos a buscar nuestro “hotel” que no está lejos.       Chapoteando nuestros pies nos llevan hacia una torre pétrea con una saliente que nos sirve de acogedor techo. 
 
Se instala nuestro campamento, mientras se prepara la cena el mismo efervesce de  actividad. Se acomodan los morrales y equipos mientras se intercambian opiniones sobre las perspectivas de lo que vamos a hacer ahora. 
El contenido de los morrales desplegado sobre el suelo rocoso da una nota colorida e insólita al lugar ahora tan lejano de la civilización. Dejamos todo el “reguero” y vistiendo trajes de baño bajamos casi con desespero al cercano río, el primer toque de agua es helado pero luego mi cuerpo se “aclimata” y agradece la frescura y caricia con que rodea mi entumida anatomía. Solaz, silencio, paisaje, el sabor único del líquido de los dioses en esta agua cristalina, la grata compañía de las amigas, todo ello se resume en una oleada de emoción que humedece mis ojos y agradecida elevo una oración de gracias a nuestro Creador. De alguna parte surge un delicioso vino y allí sentadas dentro del agua, brindamos. Brindamos por la amistad y por nuestra interesante aventura. 
Esa noche la emoción de lo vivido ese día me impide conciliar el sueño , mi mente repite la película de las emociones  de esta vivencia, dentro de mi saco en el arenisco suelo y viendo las miles y titilantes luces de las estrellas en el cielo me quedo dormida.
El trino de algún pajarillo me da los “buenos días”, el despertar es glorioso. Parecía que toda la luz del mundo se centrara diluida ante mis ojos, refulgen las charcas de agua, bullen las ígneas rocas. Es un escenario que para mi abre el telón.  En compañía de Carlos exploramos el lugar. Se presenta a la vista con todo el encanto de sus múltiples caras. Hay aguas entintadas en todos los colores-azules, son verdes, son blanquísimas, son doradas. Ningún color ni matiz falta, hasta el común marrón. Saltan sobre pétreos escalones, o se deslizan suavemente por canales rocosos. Peñascos graníticos y negros enormes, otros de arenisca con incrustaciones de minerales.
Aquí  la naturaleza se impone plenamente. Preciosas flores orgullosas de su colorido, un pequeño arbusto de florecillas rojas, margaritas amarillas. Caminamos sobre lajas de piedra planas, pozos de agua  por todos lados, dentro de ellos resplandecen los guijarros de nítido cuarzo dándoles un matiz  brillante y las plateadas laminillas de mica semejan estrellas sumergidas en el agua.

En esa extensa superficie (la que pudimos abarcar  ese día) veo a lo lejos  el perfil de enormes rocas que  moldeadas  por el agua y el viento  conforman  esculturas sub-realistas (me recordaron al Roraima).
Recogidas nuestras cosas y a pasos lentos caminamos hacia el borde del  tepuy  por donde subimos anteriormente, el descenso se efectúa con rapell, ahora es más fácil, sin embargo bajar estas paredes  merecieron mi  profundo respeto.

El transitar de vuelta  sabiendo ya lo que encontraremos  ahora es más tranquilo, llueve a intervalos, cautela y prudencia, sin apuro teniendo tiempo de sobra bajamos  las piedras y salimos de la selva  entrando en la sabana donde el sol nos castiga con fuerza. Llegamos de nuevo a “La Cueva” para dormir allí, no queríamos que el viaje se terminase, queríamos prolongarlo lo más posible. Al día siguiente llegamos al río Teck lloviendo a mares lo que no impidió que nos bañáramos en el río.
Al día siguiente después de desayunar caminamos hasta “Paratepuy”

 
donde nos esperaba el transporte regresándonos hasta San Fco. De nuevo. A todos nos fue muy bien.    
 
En la tarde subí a un autobús que me devolvió a Caracas, mis amigas se quedaron un día más para conocer la ciudad de Santa Helena de Uairén, donde les  fue muy bien.
Nos vemos en la próxima,
 
Edilia C. de Borges                                                                                                                                                             
Participantes: Marta Matos, Adriana López, Lucy Rincón y quien suscribe
Fotografías: Marta Matos y Edilia C. de Borges
Guía: Carlos Lombasto
 


 

 

maría josé mures poesía

maría josé mures  poesía

No es mío

 

 

Las palabras no hablan

si queremos amar sin palabras.

Contemplarte es empezar a amarte,

así empezó el fin…

te busco por calles de puerto

para tocarte, recobrar fuerzas como Anteo.

 

Puede que no tenga corazón

porque ya no es mío.

 

 

Diario

 

 

Pedí colaboración para un diario íntimo

pedí esclavo y escriba.

 

 

Sirena muda

 

 

Nadie acompaña

los días saltan con sus alarmas

una mano abierta

acalla sirenas demasiado mudas,

 

sin trapos atrapada

sin garras agarrará

el día queda sin horas.

 

 

 

Mª José Mures

Nace en Fernán Núñez, Córdoba, el 4 de abril de 1970. Es diplomada en Educación Especial por la Universidad de Córdoba y habilitada en Educación Infantil por la UNED. Es Máster en logopedia en Rehabilitación de los trastornos del lenguaje y el habla por la Universitat Politècnica de Catalunya.
Fue directora adjunta de Revista de Feria de su localidad durante dos años y después formó parte del grupo de redacción. Sus versos aparecen en Revistas Literarias como Alhucema, Caños Dorados, Pan de Trigo y otras de soporte digital. Tiene publicados tres libros: Antes del Amor, Zahorí y Cambalache este último prologado por Aimée G. Bolaños. Está incluida en la Antología de poetas de Fernán Núñez, 2006. Ha sido colaboradora en la edición del libro de Romances y canciones de Amor II, 2006, de la Diputación Provincial de Ciudad Real. En ese mismo año el Ateneo de Almagro la nombra Socia de Honor.
Fue merecedora del segundo Premio de Poesía en Alfafar, Valencia, con su poemario Zahira y en 2007 fue premiado su poemario Entre la espada y tú, amor en el V Concurso Nacional de Poesía “Caños Dorados”.

 

 

arroyo

arroyo

Es uno de los pocos vocablos hispánicos prerromanos, que sobrevivieron a la latinización de la Península Ibérica. En su origen, se refería a un 'canal artificial para el paso del agua' y más tarde las 'largas galerías de las minas', generalmente túneles muy estrechos por los que apenas podían pasar los mineros y con esa denotación fue acogido por los romanos y empleado por Plinio.

La palabra castellana se extendió al portugués arroio y se mantuvo en el vasco arroil (foso, desfiladero entre montes). En varios dialectos italianos aparecen formas como ruga, roggia, con el sentido de 'acequia' o 'canal'.

Sin embargo, Covarrubias supone en su diccionario (1611) que la palabra está formada por el artículo árabe al antepuesto a la voz latina rivus, o a su diminutivo rivulus o, tal vez, el griego ryo (yo fluyo). Esta hipótesis se descarta actualmente
leonis ungue calamus est plus noxius
La pluma es más dañina que la uña del león
cortesíaRicardo Soca

http://www.elcastellano.org/palabra.php

amigos humor

¿¿¿ AMIGOS ???
 
AMIGOS FALSOS: Nunca piden comida
AMIGOS DE VERDAD: son la razón por la cual no tienes comida
AMIGOS FALSOS: le dicen a tus papas Sr. /Sra.
AMIGOS DE VERDAD: le dicen a tus papa Papa/Mama
AMIGOS FALSOS: nunca te han visto llorar
AMIGOS DE VERDAD: lloran contigo
AMIGOS FALSOS: te piden prestado las cosas y te las devuelven después de unos días
AMIGOS DE VERDAD: se quedan con tus cosas por tanto tiempo
que se olvidan que son tuyos
AMIGOS FALSOS: saben pocas cosas de ti.
AMIGOS DE VERDAD: podrían escribir unos libros con las frases que siempre usas
AMIGOS FALSOS: te dejarían botado si la multitud los separa
AMIGOS DE VERDAD: dejaría todo por encontrarte
AMIGOS FALSOS: tocan la puerta de la casa
AMIGOS DE VERDAD: entran solos y abren el refrigerador
AMIGOS FALSOS: están ahí por un rato
AMIGOS DE VERDAD: están ahí por toda la vida
AMIGOS FALSOS: hablan mal de la persona que habla mal de ti.
AMIGOS DE VERDAD: le sacarían la mierrr... a la persona que
hablo mal de ti.
AMIGOS FALSO: Ignorarían esto
AMIGOS DE VERDAD: se lo mandarían a todos sus verdaderos amigos y esperara que le llegue de vuelta ...(Pobre de ti si no me llega)
AMIGO FALSO: se entera de q estas mal cuando te ve llorar.
AMIGO VERDADERO: se da cuenta antes q vos... Si te matan hoy, perdón pero no podría estar en tu funeral, porque estaría en cárcel por haber matado a la persona que lo hizo