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inventiva social

D E S D E   M I   V E R E D A*



 prefiero la muchacha de ropas simples
la que no saca notas sobresalientes en el colegio
me gusta la muchacha
               que no viste de lujo cuando pasa
la que no pasa como fuego artificial
la que habla como es y es como habla
aquella con quien podamos querer un mismo cielo
un mismo perro
                           un mismo libro
                                                     un mismo árbol


prefiero la muchacha que no se cree
             todo lo que le dicen cuando pasa
la que no pasa como espuma de mar
ni se deja llevar por un auto flamante
un avenegra un ingeniero un militar un contador
un gran señor fornicador casado
                                         cansado y cansante
de esos que en vez de amor
ofrecen una póliza de seguro y aburrimientos
             garantía sólida y confortable
             de morir de tristeza y T.V. Color


me gusta la que mira dulce y manso
la que no es inútilmente agresiva
la que no lee revistas "femeninas"
ni sigue los concursos de "belleza"


la que entra a gusto en una rueda de mate y guitarras
y sabe que aquí no estamos en Londres, París, Nueva York
la que no se cuelga al cuello del automovilista ganador


yo quiero la muchacha que no elige
su joven galán paquete hueco
para lucirlo por ahí
como una prenda más  según se estile
la que jamás será dama de beneficencia
ni sueña con casarse de largo vestido blanco
la que no quiere cambiar por cambiar
como cambian los que siguen siempre igual
la que no gasta por gastar su flor


me gustan las simples
muchachas de los pueblos simples
las sudamericanas en zapatillas
sencillas                        humildes
las que no se las saben todas
              ni parecen tan lindas
                                                  pero lo son



*De Rubén VEDOVALDI.
RubenVedovaldi@netcoop.com.ar

De CULTURICIDIO EN ARGENTINIEBLA
Ediciones "NO MUERDEN"  Rosario 1991.





UN MISMO PERRO. UN MISMO LIBRO. UN MISMO ÁRBOL...





La madre y la mujer publicitarias*



 *Por Sandra Russo


Somos peligrosos bichos de consumo, aunque ese desvío de la especie está tan sólidamente cristalizado en nuestras percepciones, que cargamos con nuestros tics de consumidores con la misma resignación con la que se carga la estatura o la neurosis. Y la cuestión más jodida no es que estemos empujados
todo el tiempo a comprar algo, sino la puesta en sentido de valores publicitarios dentro de nuestra subjetividad.
Pasan cosas raras entre la ficción y la realidad. Es más, cada uno tiene su propia idea de lo que es ficción y lo que es realidad. Y a eso debe sumársele que vivimos rodeados de una realidad superpuesta a otra (la realidad mediática sobre la vida real), que desenfoca permanentemente nuestras percepciones e ideas para reenfocarlas hacia donde ella las orienta. La realidad mediática, por otra parte, está compuesta por capas que por ejemplo, en la actualidad, hacen que dentro de todas las ficciones
televisivas diarias se haya incorporado la publicidad no tradicional, de modo que personajes de ficción consumen papas fritas de verdad o se toman un analgésico de venta libre.
Los deseos son reales, forman parte de nuestras vidas reales, igual que las frustraciones y los miedos. Pero incluso ese entramado de sustancia nuestra, de sustancia esencial, eso que somos antes que mujeres u hombres, antes que altos o bajos o lindos o feos, adquiere formas ficcionales proporcionadas por la realidad mediática. De acuerdo con esa imaginería colectiva impulsada por los medios, por ejemplo, las mujeres deseamos ir a un spa. Se da por hecho. ¿Qué mujer no desearía parar por un día su actividad diaria, para ser masajeada, encremada, hormada en un sauna o enfangada con barro egipcio para salir de allí con un piel de treinta si tiene cincuenta, y de diez si tiene treinta? Pues bien: hay un marketing del bienestar que no tiene en cuenta a la gente fóbica, porque ése debe ser mi caso. Ni loca pasaría un día en un spa, con extrañas hablándome de sus secretos cosmetológicos mientras me refriegan barro por el cuerpo como si fueran enfermeras de nursery y yo un bebé manipulable y sin duda deseoso de ser alzado a upa.
Otro borde curioso entre ficción y realidad se da en la imagen de madres que promueve la publicidad. Para empezar, las madres de la publicidad son en general mujeres en la instancia de usar productos de limpieza y/o de una canasta familiar ampliada con una lista infinita de variedades de postrecitos, flancitos, yogures, leches fortificadas o gelatinas. Las mujeres aparecen casi exclusivamente en las publicidades de cremas antiarrugas, champúes o ropa y perfumería. No son la misma la madre y la
mujer. La madre publicitaria es modosita, sonriente y católica. La mujer siempre que puede tiende a ser fatal.
La madre publicitaria ama que las medias de sus hijos estén blancas. Alcanza con eso. Las medias blancas, eternamente grises o negras en los hijos reales que criamos. Las poníamos con la ropa blanca en el lavarropas, quizá las refregábamos, quizá hasta llegamos a usar algo especial para blanquearlas.
En mi caso, naturalmente, fue lavandina, y así quedaron de agujereadas. En la vida real, muchas mujeres no manejamos como Dios manda una casa, si el parámetro es el comportamiento ficcional de la madre publicitaria. Y las mujeres reales entramos en contradicción con eso. En algún lugar pesa no haber hecho a mano ningún disfraz en la vida escolar de nuestros hijos, o no haber sido esa madre encantadora de la publicidad del postrecito, que el centavo que ahorró durante un año comprando una marca más barata lo usó para comprarle al niño un sacapuntas. ¡Qué mejor ejemplo sobre la administración del dinero que ese centavo que se convirtió gracias a la tenacidad en un vistoso sacapuntas! Bueno, ése es uno de los ejemplos que no hemos dado.
La mujer publicitaria de las cremas, por su parte, es proactiva con su aspecto personal, y tiene la paciencia de hacer el tratamiento completo: por la noche demaquillante y nutrición, por la mañana, hidratación. La mujer publicitaria más arrolladora, la de belleza y determinación más importantes,
hace el tratamiento completo pero con diferentes cremas, ya que hay una variedad de cada paso para los pómulos, otra para el contorno de ojos y una tercera para el contorno de la boca. En la vida real, somos muchas las que nos acordamos de la crema de limpieza cuando vamos por el tercer mate del día siguiente.
La mujer publicitaria sabe caminar con tacos altos, sabe hacerse compresas en los ojos y renovarse en quince minutos, y sobre todo sabe lo que quiere: ¡nada más que un producto! Las mujeres en la vida real muchas veces no sabemos lo que queremos, pero estamos seguras de que ese enigma no es de marca, ni siquiera de primera línea.


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-124879-2009-05-14.html






        
  La sombra del tigre*
 
 
 La maga se sacudió las manos, quedé hipnotizada bajo el sonar de esos anillos.
            Ella  dijo:
- Empieza...y lo sabrás.
            Sin querer cerré mis ojos: vi a una gran sombra apuntándome, y luego, escuche su voz:
             -Ahora me perteneces.
                   Por temor empecé a correr, hasta que caí en una telaraña.
Algo sabía bien: No debía romper sus hilos o jamás saldría con vida.
            Por tramos veía a la sombra, a veces estaba sobre mí. La naturaleza me decía que no de pasos falsos, que no desespere, o sería  su siguiente victima.
            Me sacudí de esa presencia al despertar. Fue una pesadilla, nada más, pensé, y  luego escuché a unas manos chasqueando los dedos; otra vez no supe que había  llegado  primero: si el sueño... la maga... o esa turbidez sobrevolando mi cuerpo.

            Ella, - la maga -me tomó la cabeza entre sus manos mirándome fijo, y  habló:
-Deberás decidir, no puedes ser ave y no volar, no puedes ser tigre y no atacar,
no puedes ser pez y no querer nadar. No puedes ser mujer...y no amar.
No puedes ir en contra de ti misma.
            Desde el cielo raso, empolvada de cal e incienso, pendía una enorme telaraña.
Yo la miraba mientras daba vueltas en mi cama.
             El había echado los dados sin esperarme. Su juego había empezado, y me era imposible ver los números, sabía que podía perder.

            Quién querría morir así. Enredado.

            Moví el torso sin romper los hilos; por primera vez dejé de huir y comencé a jugar.
            Entonces lo vi con claridad. Fue aterrador. El había estado allí desde siempre, esperando con su sombra a cuestas, colgándole como una araña.
Se creía imperceptible.

            El quería ganar. Sabía jugar. Su vida era pura trampa...

           Otra vez su sombra completó la noche. Luego, se inclinó hacia mí con una  brillante mirada. El blanco de sus ojos  como campos de azahar, me indujeron a seguirlo.
            Fue una buena jugada.

            Y lo supe allí: me desgarraría la carne lentamente. Por unos segundos quedé inmóvil, pensando una estrategia.

            Su sombra desprendida susurró:
- Serás la última. Y volando  igual que un cuervo, pasó de largo.

            Pero esa negrura no se detuvo, y cuando él  giro, en un descuido, lo atacó.
             Rápida se subió a su espalda, para cabalgarlo...y reírse. Se convirtió en su propio pasado, y  lo obligó a obedecerle.  Frente a mí lo oprimió, y lo mantuvo esclavo de su propia soledad,  con la que ya no podía, ni podría jugar.

            Entre gemidos él me llamó, de varias maneras. Pero no fui. Sólo la maga conocía mi nombre.

            Corrí, y logré echar los dados una vez más.

            La jugada  decía, que le hubiese dado mis mejores horas de sol.
Era el futuro, uno de los futuros. Con un manotazo, casi un zarpazo, los desparramé sobre la tierra. Pude  jugar bien, o él ignoró mi truco.

            En tres pasos dio la vuelta, soberbio bajó el mentón, y creyó que había ganado.
            Hasta entonces yo no lo sabía, pero él jugaba por placer, por hábito. Y con la sombra, ahora sierva,  volvió a atacar.  Remate.
            Necesitaba  seguir jugando
           Afirmé mis uñas en la tierra, una corriente  primitiva tensó mi lomo igual que un látigo, y di un grito; ya  no merecía soportarlo. Ni a él ni a su dolor. Levanté mis ojos.
            ..Y en sus propios ojos un tigre se reflejó. Rugí abriendo la mandíbula, entonces, la sombra arrastrándose regresó. Fue directo a la guarida, su alma.

 -El juego terminó. Dijo alguien. Ambos  sudábamos,  temerosos, desconocidos.
                   Un nuevo chasquido resonó dentro de mi cien y desperté.
La maga se rió, mientras acariciaba pacientemente mi larga cola. Yo descansaba echada a sus pies y me relamía las heridas.
Aunque nadie lo ordenó, decidí: por hoy no seré más mujer.
No miraré sus ojos, lo desconoceré. No sabré de juegos ni de trampas, o de sombras ocultas saliendo del  pasado.
      El, desde un ángulo de la habitación nos observaba, con su sombra colgada. Lo sentía perdido. Desconcertado.
       -¿Cómo un animal se me reveló así? -Preguntó en voz alta. El silencio le respondió por sí mismo.
       Lo presiento.  La próxima  vez,  intentará acercarse con cuidado.
       Era apenas diferente de otros hombres que la maga había traído; pero éste creía  que lo mejor era que yo esté atada, a la cadena de sus manos.
      Y a su sombra.
             Todos tenemos una, cadena o sombra. A veces no las vemos, y suponemos que no existen aunque cargamos el peso.
      Por eso: Y esta vez lo supe, ignorarlas es más peligroso que ser tigre, ave, pez... mujer.


*de Silvia C Milos. milossilvia@yahoo.com.ar



*



"El Arte de Amar"*



Es aunque Dios no lo quiera que te amo
o te necesito
Él no lo querrá pero sucede
que te necesito (o te amo)

y te sucede que aunque Dios no lo quiera
-es verificable: ostensible, incordioso-
vos me amás

Me amás (con toda su carga encandilante, enajenante)
o te desborda el metejón
o te "crispa el moño" que pudiera
-en felicidad-
revolcarme con otras

o lo que te pasa
es lo que me pasa
y nos sobrepasa
y no es amor sino engrudo:
susceptibilidad sensorial
determinismo de la pulsión
regionalización de la libido

y todo este entramado de imprecisiones
pero furiosas
y hasta imperiosas
es lo que le jode a Dios

y nos fastidia porque nosotros que también
todo lo vemos
lo vemos a Él trasuntar la desaprobación
y hasta le comprendemos la tesitura
(formación de su asco)

Porque nosotros "sabemos"
aunque Dios
no lo quiera.



*de Rolando Revagliatti.
revadans@yahoo.com.ar
http://www.revagliatti.net
http://www.youtube.com/rolandorevagliatti




*


 

 "Ícaro, la isla infinita y el mar"*

A propósito de La fuga, una novela portorriqueña de Héctor R. Vallés




*Por Julio Pino Miyar
isla_59_1999@yahoo.com
http://juliopinomiyar.blogspot.com


De un lado la intemperie y el mar, del otro, en el abrigado interior de la Isla, nuestra sensibilidad asediada, reticulada. El mar bordea peligrosamente los flancos de Borinquén; la limita pero le entrega una forma. Una forma precisa aunque pequeña y que sólo se alarga en el tiempo.
Las palabras aparecen entonces como una suerte de ballet intermitente; abajo la olas, encima las nubes, y, en lo más alto deesta visión coreográfica, el arriesgado vuelo de Ícaro sobre el mar. Ícaro debe caer, debe morir, para consagrar el mito, para hacer creíble el incendio de sus alas de cera, para colmar las expectativas de quienes asombrados le contemplan. El poeta José Lezama Lima refiriéndose a su propia
Isla comentaba, "el mito de la insularidad es el que nos falta integrar".
¿En qué consiste ese nuevo Mito? ¿En la leyenda de la isla infinita -en la que cree otro poeta cubano como Cintio Vitier- donde todo cabe? ¿En la extraordinaria posibilidad de abrir un diálogo entre la Isla y el mar, en el que lo finito -peras- sea conjugable con lo foráneo e inconmensurable -ápeiron? ¿No sería acaso el sempiterno Ícaro el mártir de ese nuevo mito, -tan antiguo y universal como el sol? ¿Qué significa ser escritor en Puerto Rico? ¿Cuáles son los peligros que entraña esa tarea?
¿Hacia dónde nos pueden llevar allí las prodigiosas alas de cera del "Ícaro verbal" que no sea al suicidio, a la consabida metáfora del precipicio abisal? El lugar de las palabras es el tiempo, y a ellas condescendemos cuando no podemos hacer otra cosa. Héctor Vallés ha hecho de La fuga "una novela del recuerdo"; contextualizada en los viejos amigos de su barrio de San Juan de los años 60' y 70' del siglo XX. La ha escrito en vías de apresar el tiempo pretérito, el cual -expresado más allá de cualquier figura gramatical- se nos aparece siempre como imperfecto. El escritor ha intentando un discurso que le proveyera de un sentido que pudiera hacer más habitables sus conspicuas relaciones con el tiempo, con la inmodificable geografía de la Isla y con su memoria, la cual, como un foco de luz intermitente, se va cristalizando mediante el arte de narrar los pasajes de su propia vida sentida bajo la angustiosa presencia del límite. ¿Quién es Ícaro? Ícaro es el artista que pretende traspasar el límite, extraviado en el Laberinto de Cnosos que construyó su padre; el gran Arquitecto. ¿Quién es el narrador de La fuga? Alguien a quien la Isla se le viene encima, que la siente como un profundo desgarramiento en la que sus estrechos horizontes geográficos delatan los bordes hasta hora infranqueables de la existencia.
El poeta cubano Virgilio Piñera nos afirma en uno de sus poemas, pensando en la tragedia de su propia Isla (La isla en peso, 1942): "La maldita circunstancia del agua por todas partes/ me obliga asentarme en la mesa del café. /Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer/ hubiera podido dormir a pierna suelta". Por su parte Vallés nos dice por medio de una secuencia narrativa casi testimonial -a la manera de un afortunado parte meteorológico que se nos vuelve francamente irónico- y donde no vale la pena hablar de los restringidos horizontes que leacosan porque eso es evidente:
"Aquella tarde Arnaldo caminó lentamente hasta la Rambla del Almirante. Era el mar revuelto de los meses de invierno. Las olas golpeaban contra la Peña de los Pájaros. Acá, desde la verja encalada, tenía una buena vista de la costa. Vio los hombres pasar corriendo por las dunas de arena; los titeritos de pelo hirsuto encampanando las chiringas en un cielo plomizo. Pronto caería una fina llovizna sobre el horizonte". Para mí, lector cubano de La fuga, la experiencia de su lectura es como una invitación a la orilla del mar para contemplar el vaivén cíclico de las olas; primero un recuerdo, luego otro que se deshace al final como la espuma. Las olas que llegan a la arena poseen un registro febril pero sincrónico, el cual constantemente se repite en profunda concomitancia intergeográfica con otros textos de
manifiesta insularidad. Porque aquí la geografía opera como fundamento de una forma física, palpable, de intertextualidad. Insisto: la metáfora del mar y de la espuma -la perenne contemplación del océano desde la orilla- es el tema fundamental, aunque elíptico, de la novela. Porque una literatura no es tanto lo que dice sino lo que nos suscita. La obra es así un texto descentrado -que fluye mediante secuencias que provienen indistintamente del oleaje o la memoria- aunque portador de una notable vocación de intemperie.
El personaje principal, Arnaldo, es, sin embargo, el hilo conductor de una trama para un viaje siempre postergado y que, en resumen, nunca se realiza porque es imposible. Héctor Vallés es así un Ulises varado en los predios de su "Borinquén querido"; la Isla encantada. Los personajes de la novela
medran por una geografía desarbolada por la que ronda el mito de una violación originaria; una nación frustrada, como diría una vez nuestro Lezama, "en lo esencial político".A propósito de su novela, ubicada en el contexto socio cultural de Puerto Rico, el mismo Vallés me mencionaba la curiosa petición que le había hecho a sus coterráneos, en un conocido ensayo, un notable escritor del patio: "Sal a la mar y piérdele el miedo al corsario." Toda verdadera literatura posee su Ulises bogavante, del mismo modo que cada pueblo asiste, alguna vez, al nacimiento mítico de Homero. No obstante, el llamado que hiciera el escritor boricua -citado por Vallés- parece guardar consecuencias más severas. Franquear los estrechos límites de la Isla -aventurarse al mar y atreverse a enfrentar al corsario - alude a una actitud existencial dispuesta a superar no sólo los ambiguos límites de una literatura, sino, además, devenir en una experiencia de vida, en una vocación incluso moral. Puerto Rico es una nación donde la historia quedó congelada, desvirtualizada, por la presencia allí de más de un siglo del gran corsario del norte. Nunca sabremos, por tanto, hasta qué punto una literatura -como alusión al arcano poder ritual que poseen las palabras- puede cumplir con esa función hipostática de devolver los valores soslayados a las instituciones humanas y donde lo político recupere su esencia preterida. Porque una nación frustrada en lo "esencial político" a lo que alude es a una soberanía constantemente aplazada la cual no sólo se revela en el marasmo de sus instituciones, sino en las prerrogativas negadas a cada uno de los seres humanos que la componen. La fuga refleja, de algún modo, esa tamaña dispersión geográfica, ese singular desconcierto cultural, que padece la Isla, esa rara ubicuidad que sufren sus habitantes y que convierte
en ambivalentes los términos semánticos hispanos -por lo demás intraducibles al inglés- de ser y estar; "ser" de Puerto Rico, "estar" inscritos en un tecnicismo legal que los reúne a medias como grupo humano, no como nación.
La novela es un discurso por secuencias, entretejido con el oleaje que lame las heridas incurables de la pequeña nación caribeña. La Isla inmóvil y ahistórica. El momento de la narración coincide con la guerra de Vietnam y el comienzo del uso masivo, por un sector de la juventud norteamericana, de los alucinógenos. Para Arnaldo, protagonista de La fuga, situado en ese preciso contexto, llegar a franquear sus propias fronteras existenciales se convierte por tanto, en la empresa imposible, en el vuelo temerario y suicida de Ícaro sobre el mar. Atrás quedaría el infranqueable Laberinto de Cnosos, las ruinas como testimonio de lo que una vez edificara el padre Arquitecto y que sólo sirvió para esquinar al hijo, extraviarlo en la circularidad tenaz de una tradición cultural tronchada e irresuelta; por delante, aquello que la literatura puertorriqueña, insular, pudiera muy bien conquistar por derecho propio: la ardua tarea de construir una nueva forma -una literatura- situada más allá de la noción del límite, o que
hiciera del límite -la isla breve y el mar- sólo una medida -política, ciudadana- que nos agrupara en torno a un significado infinito; es decir, a ese proyecto esencialmente humano, que se prolonga en el tiempo no en la geografía, llamado historia. ¿Es en resumen esta novela un libro de viaje, de tránsito existencial o geográfico; una novela más de aprendizaje? La fuga de Héctor R Vallés fue su primera novela y, como es frecuente en las primeras obras, posee un contenido abiertamente autobiográfico. Pero no es una novela de aprendizaje en el sentido en que sí lo son Damián de Herman Hesse o Retrato del artista adolescente de James Joyce, pues sus personajes no evolucionan en vías de completar un periplo existencial, en franca disposición de acceder a una forma auténtica de conocimiento. Los personajes de La fuga "no aprenden", no se transforman dentro del tempo puro del discurso novelístico -por el contrario, desde el comienzo parecen estar condenados a buscar algo esencial que jamás encuentran- y, reducidos a esa ajena inmovilidad, el único ciclo que se percibe en el texto es el del mar
que los rodea -como un cáncer- en perennidad, poniendo siempre entre paréntesis el destinode la Isla como entidad histórica. Porque estos personajes se encuentran detenidos en el espacio escueto del límite que los encierra y nulifica. Para el protagonista, el vuelo de Ícaro se convierte así en la única respuesta posible frente a un espacio y un tiempo congelados de antemano, donde, a duras penas, hiberna la vida. Por eso superar existencialmente ese país encantado, fetichizado -sumergido en su, alparecer, irreparable agonía histórica; en su particular holocausto cultural- supone intentar recrear otro espacio de mayor hazaña, de inerrable condición humana. Y ese espacio no sería otro que la literatura y su compleja ejecución -sin presunción alguna- nos llevaría toda la vida.





SIGNIFICACIONES SUBJETIVAS DEL EJERCICIO DE LA PROSTITUCION
"Mejor ser puta que limpiar baños de las señoras"*


 
El autor advierte que "la prostitución no tiene el mismo valor y el sentido para todas las mujeres que la ejercen", y presenta el caso de una joven que vivía en una villa del conurbano bonaerense.



 Por Sergio Rodríguez *


Cuando se trabaja en casos extremos, la subjetividad del psicoanalista es fuertemente conmovida en función de sus propias historias. En este caso, se trata de una jovencita de una de las villas grandes del conurbano. Allí la conocí y trabajé con ella. Tenía 18 años, parecía mayor, ya era una belleza, una de esas chicas que no se puede dejar de mirar cuando pasan. Cuando la presenté, en un relato de la práctica en Psyche Anudamientos, la llamé Fermina, debido a una historia de mi propia familia. Mi padre tenía una prima, Fermina, que era corista del Maipo y prostituta de alto nivel. Me acuerdo de las visitas a la casa de ella, era un departamento bien puesto en el centro. Vivía con Marcial, que era un señor imponente. Era el amante de turno. Me llamaba la atención, yo tenía 5 o 6 años, que en mi casa, donde
todos eran gente muy moral, fueran a la casa de ella a reuniones que eran muy cordiales; había una amistad. A veces ella venía a visitarnos en la pensión donde vivíamos. Para mí no existía el oficio más antiguo, yo no tenía idea, para mí era una bailarina del Maipo que yo nunca había visto bailar y que vivía con ese señor que nadie decía que fuera el esposo. Era todo un enigma para mí. Por esa prima de mi padre le puse "Fermina" a esta chica.
Y me sucedió que, cuando quise escribir sobre la chica que llamé Fermina, no podía acordarme del nombre verdadero. Y eso que estuve en relación con ella un año entero, el año pasado. Además, no era una muchacha que pasara desapercibida ante mis ojos. Entonces, ¿por qué no me puedo acordar?, me
pregunté. Sólo pude recordar su nombre cuando me acordé de que es el de otra familiar mía, jovencita también, de 16 años, muy querida. Eso me llevó a pensar en otro caso con el que trabajé en la villa, un muchacho con el que yo me había encariñado mucho, que está tomado por el paco, de vez en cuando
roba, pero es un buen pibe. Y con él también me pasó lo mismo, no podía acordarme de su nombre. Me acordé: se llama Mariano; mi hija se llama Mariana. Me di cuenta de cuánto me cuesta soportar que chicos muy próximos a mí tengan los mismos nombres que estos chicos con destinos tan tristes.
Bueno, me parece importante tener presente cómo nos conmueven estos casos, para discernir en qué se nos facilita o se nos dificulta trabajar.
Mi encuentro con Fermina ocurrió la primera vez que fui a la villa, a una reunión con su familia en la que supuestamente ella hubiera estado: estuvo de un modo muy particular; nos pasamos toda la reunión bajo un griterío infernal desde la calle. Los hermanos, cuñados y la madre salían a cada rato a separar gente que se estaba peleando. Yo, que era novato, no tenía idea de lo que estaba pasando. Le pregunté a mi compañero, el pastor: a él le habían dicho que Fermina, la hermana menor, se estaba peleando.
Fermina no entró a la casa y la única explicación que dieron fue que era "muy peleadora"; que habían pasado unas chicas por la vereda de enfrente y le habían gritado algo que nadie sabía, muy probablemente "puta". En encuentros posteriores ella no se incorporaba al grupo pero entraba y salía
de la casa una y otra vez; era su forma de hacerse ver. Era soberbiamente altiva y despreciativa, desde su reciente belleza adolescente.
En esa casa, la mayor parte de las aberturas no tenían marco, ni qué decir puertas: algunas tenían cortina, otras ni eso. La única puerta era la del baño y la de calle; el resto, agujeros. Paredes descascaradas. Pegadas en las paredes, láminas de River, algún santo, algunas vírgenes. Y, también, una sola foto: la de ella. Una bella foto, aunque desteñida. En una de las reuniones, la madre, quejándose amargamente, dijo, sin que esto sorprendiera a sus otros hijos, que Fermina había sido la única de los cuatro que ella había querido tener. También decía que a los seis años, o sea, un año antes de empezar a cartonear, como Fermina le reclamaba que quería conocer al padre, ella le había dicho quién era.
El padre vivía a una cuadra de la casa. Fermina se había presentado ante él para buscar, sin apelar a legalidades, que la reconociera como hija. El le había contestado que no tenía interés en ser padre de ella y que, además, tampoco estaba seguro de si lo era o no. La madre tenía registrado que el rechazo del padre le había producido a la piba una herida terrible. Y que desde entonces se había hecho tan cocorita y peleadora. En las reuniones de familia, mucho giraba alrededor de acusarla. Lo hacían todos, la madre, los hermanos, las hermanas, los cuñados: que no era colaboradora, que no cocinaba nunca, que no lavaba, que era egoísta, que les robaba algún peso para tarjetas de celular, que se había ido de la primaria sin terminarla.
Los hermanos decían que era la protegida de la madre. La madre decía que el problema era que la chica andaba en malas compañías. Otra acusación era que se quedaba a dormir en la casa del novio: no era una crítica moral, sino que les molestaba que se quedara ahí para eludir las tareas de la casa. Los códigos de la villa no son los mismos que los de otros sectores sociales. El novio de Fermina era estudiante en la Universidad Tecnológica Nacional; venía de una familia de clase media baja, marginal a la villa.
Un día me pidió venir al confesionario. El "confesionario" era el auto del pastor, donde yo los atendía de a uno. Vino después de un día que la habían "gastado mucho", según ella, y tanto el pastor como yo intervinimos para parar la cuestión. Fermina participó de esa reunión que era muy grande, ya que estaba muy acongojada porque el novio la había dejado, ergo, había llegado la hora de la venganza para los hermanos y hermanas que ahora podían burlarse y hostigarla. La categoría de "malos y buenos" no sirve en el intento de entender qué sucede en las villas. Tampoco la de lo justo y lo injusto. Era evidente que en la familia todos la envidiaban porque se mantenía rebelde, linda, y tenía un montón de muchachos cortejándola.
Incluso era evidente -a ojos de quien supiera leer en esas aguas- que el hermano mayor, el preferido de la madre, arrastraba deseos eróticos por la adolescente.
Esa familia está fundada en una historia de incesto. La madre no tiene claro si la hija mayor fue fruto de incesto con el padre o con el hermano: en el campo, donde vivía, tanto el padre como el hermano abusaban sexualmente de ella. Para hablar de esa hija, dice "me la traje de..." y nombra la provincia de donde vino. Nunca nombra al progenitor.
Y aquel hermano mayor le mete los cuernos a Bruma, su compañera embarazada; sigue en esa pareja por el hijo que viene y no porque esté enamorado.
Fermina lo sabe. El también fue algunas veces al confesionario, donde, para explicar por qué no abortar, decía: "Porque soy el padre y me voy a hacer cargo de mi hijo". El padre de él y de otro hermano nunca se había hecho cargo de ellos.

Blasón de putear
Fermina, en su entrevista en el confesionario, en medio de llantos, me cuenta que la vuelven loca los hermanos, con sus acusaciones y burlas. Casi no toca el tema del novio. Cuando lo hace, dice que ella le buscaba pelea todo el tiempo a él, tal como hace con los hermanos y con el resto de la gente del barrio. Cuando habla de la ruptura con el novio, se reconoce peleadora; después, siempre se reafirma inocente. Se hace evidente, y se lo digo, que, tras la parada de que castiga, busca permanentemente hacerse
castigar. Le recuerdo las quejas de la familia sobre su falta de solidaridad y me dice que no es cierto, que ella trabaja de niñera por 150 pesos por mes por cuidar, nueve horas diarias, a los hijos de una vecina que sale a trabajar de mucama.
En ese punto, la sorpresa: me dice que está cansada, que la familia la acusa de que sale a putear -o sea, a trabajar de prostituta-. Defendiéndose, me dice: "¡Prefiero putear que ir a limpiar los baños de las señoras!".
Entonces recordé que su hermano mayor, en una discusión del grupo, cuando el pastor les había dicho que ellos trabajaban mientras los otros salían a robar, replicó: "Sí, ¿sabés cómo nos dicen en la villa a nosotros? Que somos los giles que laburan". Se advierte la relación entre las que van a limpiar baños y los giles que laburan, por un lado, y por otro los delincuentes y las prostitutas. Ahí caí en la cuenta de que ella, de "putear", hacía un blasón.
Para ella, "putear" no es un oficio. Tampoco es básicamente una cuestión de dinero. Le gusta el dinero, pero se trata de otra cosa. Se trata de que prefiere ser puta que ir a lavar los baños de las señoras. Para ella, otras serían giles pero ella no, ya que se animaba a ser puta en vez de limpiar baños.
Le señalé que entre mucama y puta había otras alternativas: mesera, empleada en una tienda, en un supermercado. Me contestó que no la tomaban para esos trabajos, lo cual era cierto. Ahí terminó la única sesión personal; nos separamos muy amistosamente. Siguió manteniendo conmigo un vínculo amable.
Pasaba a mi lado y no me miraba con desprecio, me saludaba amable y respetuosamente. Pero no volvió nunca al confesionario, a pesar de algunas sugerencias mías y de la madre para que lo hiciera. Después pidió entrevista con una colega que actualmente me reemplaza en la villa (yo continúo en funciones de supervisión).
Intentemos una lectura conceptual de lo que se manifestó. Ese dicho y hecho, ser puta, le daba valor fálico, a diferencia de las otras, que quedaban en el lugar de restos, desechos, en el lugar de la mierda de los baños que limpiaban. Para ella, es un signo de distinción que le digan "sos una puta".
Lo descifrado en términos de que ella no quiere ser un resto, como las demás. Por eso pelean. En la villa, un rasgo fálico y de virilidad muy evidente es ser capaz, como ellos dicen, de bancársela. Si les quieren
pegar, hay que defenderse; si no, en la villa se deja de existir, se pasa a ser el maricón del lugar. Dicho de otra manera, donde los bienes materiales escasean para atribuirse valores fálicos, éstos provienen de cómo se ponga en funciones y en riesgo el cuerpo propio. Las zapatillas, las gorras de marca son blasones secundarios cuando se contraponen a otros valores fálicos: por ejemplo, "si tenés o no huevos". Y, en esta piba, si se anima a "putear" o no.
Cuando ella "putea", su cuerpo no es un simple resto: es algo que los hombres desean y pagan. Completamente distinto al de las otras, que lo ponen para limpiar la mierda de las señoras y cobrar unos "pesitos". En consecuencia, no es loco sino tributario de la razón fálica.
Claro, no es que esto sea así en todas las prostitutas. Estos pibes contaban de una, adicta al paco, que había parido una criatura y andaba por las casillas ofreciendo en venta al bebé por cinco pesos, para comprarse paco.
Para esa chica la prostitución no tiene el mismo valor que para Fermina: ella es un desecho y el bebé es otro; nada tiene valor. Otro caso sufría, no por su profesión sino porque le iba mal con la familia. Se había enamorado perdidamente de ella, decía, una persona de mucha plata. Este hombre se quería casar con ella a toda costa, ella no. Quería seguir trabajando con él, pero no casarse. Su papá se enojaba porque no se casaba con ese hombre, ya que lo consideraba la oportunidad de su vida (la de él). Ella me dijo: "¿Se da cuenta? a mi padre lo único que le interesa es la plata". Le dije, demasiado prematuramente: "¿A vos te interesa alguna otra cosa?". Creo que eso la ofendió muchísimo. Mi error fue creerme que ella trabajaba sólo por dinero: ella también se restituía fálicamente haciéndose pagar para gozar con ella, por cadenas de hombres que la deseaban.


*Fundador de la revista Psyché.
-Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-124854-2009-05-14.html

 

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