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El reloj de darwin


LA CIENCIA DE MUNDODISCO 3
EL RELOJ DE DARWIN

Terry Pratchett, Jack Cohen, Ian Stewart


Con respecto a Mundobola
Mundodisco es real. Es la manera en que los mundos deberían funcionar. Indudablemente, es plano y va por el espacio sobre el lomo de cuatro elefantes parados sobre la caparazón de una tortuga gigante, pero consideremos las alternativas. Consideremos, por ejemplo, un mundo globular, una simple corteza sobre un infierno de roca y hierro fundidos. Un mundo accidental, hecho con los restos de viejas estrellas, el hogar de la vida que, sin embargo, de un modo sumamente poco atractivo, es segada con regularidad de su superficie por hielo, gas, inundaciones o rocas que caen a 20.000 millas por hora.
Un mundo así de improbable, y todo el cosmos que lo rodea, fue -de hecho- creado por los magos de la Universidad Invisible. El Decano de la Universidad Invisible desestabilizó el firmamento en bruto al juguetear con él, con la posibilidad de que haya resultado en la creencia, si la memoria de la gente se extiende a nivel de las partículas sub-sub-sub-subatómicas, de que todo fue efectivamente hecho por alguien con barba.
De infinito tamaño en el interior, pero de más o menos un pie de diámetro en el exterior, el universo de Mundodisco está ahora guardado en un globo de vidrio en la UI, donde ha sido fuente de gran interés y preocupación.
Principalmente, es fuente de preocupaciones. Para alarma general, no contiene narrativium.
El narrativium no es un elemento en el significado corriente. Es un atributo de todos los otros elementos, por lo tanto los convierte, en un sentido oculto, en moléculas. El hierro no sólo contiene hierro, sino también el relato del hierro, la historia del hierro, la parte del hierro que garantiza que continuará siendo hierro con un trabajo de hierro que hacer, y que no es, por ejemplo, queso. Sin narrativium, el cosmos no tiene historia, ni propósito, ni destino.
Sin embargo, bajo la antigua regla mágica de Así Como Arriba Es Abajo, el defectuoso universo de Mundobola se esfuerza a cierto nivel por crear su propio narrativium. El hierro busca a otro hierro. Las cosas giran. Ante la ausencia de algún dios que cree la vida, la vida ha logrado crearse a sí misma, a pesar de todo. Sin embargo los humanos que han evolucionado en el planeta creen de corazón que hay cosas tales como dioses, magia, propósito cósmico, y una-posibilidad-en-un-millón de que surjan nueve de cada diez veces. Buscan en el mundo historias que el mundo, por desgracia, no está equipado para contar.
Los magos, sintiéndose algo culpables por esto, han intervenido varias veces en la historia de Mundobola cuando les parecía que estaba mal encaminado. Alentaron a los peces (o criaturas parecidas a peces) a dejar los mares, visitaron las proto-civilizaciones de descendientes de dinosaurios y cangrejos, se desesperaron por la manera en que el hielo y los cometas que caían borraban a menudo formas de vida más elevadas —y encontraron algunos monos que estaban obsesionados con el sexo y aprendían rápido, especialmente si el sexo estaba involucrado o podía, con considerable ingenuidad, involucrarse.
Otra vez los magos intervinieron, enseñándoles que el fuego no era para tener sexo con él y en general alentándolos a salir del planeta antes de la siguiente gran extinción.
En esto, todos fueron guiados por Hex, la mágica máquina pensante de la UI, que es enormemente poderosa en todo caso, y con Mundobola, que desde el punto de vista de Hex es una simple subrutina de Mundodisco y es prácticamente divino, aunque más paciente.
Los magos piensan que han solucionado todo. Los monos han aprendido sobre su mundo en permanente peligro por medio de un tipo de tecnomancia llamada Ciencia y todavía pueden librarse de un destino de congelación.
Y sin embargo...
La cuestión sobre los planes mejor preparados es que casi nunca salen mal. A veces salen mal, pero no a menudo, por haber sido, como se dijo anteriormente, bien preparados. La clase de planes preparados por los magos, que se empujan, gritan mucho, tratan de solucionar todo antes de la hora de almorzar y desean lo mejor, por el contrario... bueno, salen mal casi al instante.
Hay una clase de narrativium en Mundobola, si uno realmente mira.
En Mundodisco, el narrativium de un pez le dice que es un pez, que fue un pez, y que continuará siendo un pez. En Mundobola, algo dentro de un pez le dice que es un pez, que fue un pez... y que al final podría ser otra cosa...
... quizás.


CAPÍTULO 1
Cualquier otro asunto
Estaba lloviendo. Esto, por supuesto, sería bueno para los gusanos.
A través de los chorros que corrían por la ventana, Charles Darwin miraba el jardín.
Gusanos, miles de ellos, ahí afuera bajo la suave lluvia, convirtiendo los desechos del invierno en marga, construyendo el suelo. Qué... conveniente.
Los arados de Dios, pensó, e hizo una mueca. Eran los rastrillos de Dios los que lo atormentaban ahora.
Era extraño oír el sonido de la lluvia; parecía personas susurrando...
En ese punto, notó el escarabajo. Estaba trepando el interior de la ventana, una joya tropical verde y azul.
Había otro, más arriba, golpeando de manera estéril contra la hoja de vidrio.
Uno aterrizó sobre su cabeza.
El aire se llenó con la vibración y el zumbido de las alas. Encantado, Darwin giró para mirar la brillante nube en la esquina de la habitación. Estaba tomando forma...

Es siempre útil que una universidad tenga una Cosa Muy Grande. Ocupa a los miembros más jóvenes, para alivio de sus mayores (especialmente si la CMG está ubicada a cierta distancia del mismo centro de enseñanza) y gasta mucho dinero que de otra manera andaría por allí causando problemas, o sería utilizado por el departamento de sociología o, muy probable, ambos. También ayuda a ampliar límites, y no importa mucho qué límites son, ya que como cualquier investigador le dirá, lo que importa es empujar, no el límite.
Es una buena idea, también, que sea una CMG más grande que la de cualquiera y, en particular, siendo ésta la Universidad Invisible —la mayor universidad mágica del mundo—, que sea más grande que la que esos bastardos están construyendo en la Universidad de Braseneck.
—A decir verdad —dijo Ponder Stibbons, Director de Magia Aplicada Inadvertidamente—, la de ellos es realmente apenas una CBG, o Cosa Bastante Grande. ¡En realidad, han tenido tantos problemas con ella, que es probable que sólo sea una CG!
Los magos superiores asintieron con felicidad.
—Y la nuestra es sin dudas más grande, ¿verdad? —dijo el Prefecto Mayor.
—Oh, sí —dijo Stibbons—. Basándome en lo que puedo determinar por la charla con gente de Braseneck, la nuestra será capaz de empujar límites dos veces más grandes hasta tres veces más lejos.
—Espero que no les hayas dicho eso —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—. No queremos que construyan una... una... ¡una CAMG!
—¿Una qué, señor? —dijo Ponder con cortesía, mientras su tono decía, "Conozco sobre esta clase de cosas especiales y preferiría que no pretenda que usted también”.
—Hum... ¿una Cosa Aun Más Grande? —dijo Runas, consciente de estar acercándose a un territorio desconocido.
—No, señor —dijo Ponder, con gentileza—. El próximo a construir sería una Gran Cosa Grande, señor. Se ha postulado que si alguna vez pudiéramos construir una GCG, conoceríamos el pensamiento del Creador.
Los magos se quedaron en silencio. Por un momento, una mosca zumbó contra la alta ventana con montantes de piedra, con su imagen en cristales de color del Archicanciller Sloman Descubriendo la Teoría Especial del Slood, y luego, después de depositar una pequeña mota de mosca sobre la nariz del Archicanciller Sloman, salió con precisión a través de un diminuto agujero en un panel, causado dos siglos atrás por una piedra arrojada desde un carro que pasaba. Originalmente el agujero se había quedado allí porque nadie se molestó en arreglarlo, pero ahora se quedaba allí porque era tradicional.
La mosca había nacido en la Universidad Invisible, y por el campo mágico —alto y permanente— era mucho más inteligente que la mosca corriente. Extrañamente, el campo nunca tenía este efecto sobre los magos, quizás porque la mayoría de ellos eran más inteligentes que las moscas en todo caso.
—No creo que queramos hacerlo, ¿verdad? —dijo Ridcully.
—Podría ser considerado descortés —dijo el Director de Estudios Indefinidos, en total acuerdo.
—¿Exactamente qué grande sería una GCG? —dijo el Prefecto Mayor.
—Del mismo tamaño que el universo, señor —dijo Ponder—. De hecho, cada partícula del universo sería modelada dentro de ella.
—Bastante grande, entonces...
—Sí, señor.
—Y bastante difícil encontrarle un espacio, imagino.
—Sin dudas, señor —dijo Ponder, que mucho tiempo atrás había renunciado a tratar de explicar la Gran Magia al resto del profesorado superior.
—Muy bien, entonces —dijo el Archicanciller Ridcully—. Gracias por tu informe, Sr. Stibbons. —Sorbió—. Suena fascinante. Y el siguiente asunto: Cualquier Otro Asunto. —Lanzó una mirada alrededor de la mesa—. Y ya que no hay ningún otro asun...
—Er...
Era una mala palabra en ese momento. A Ridcully no le gustaban los asuntos de comité. Por cierto, no gustaba ningún otro asunto.
—¿Bien, Rincewind? —dijo, lanzando una mirada a lo largo de la mesa.
—Hum... —dijo Rincewind—. ¿Creo que es Profesor Rincewind, señor?
—Muy bien, profesor —dijo Ridcully—. Vamos, se pasa el tiempo del Primer Té.
—El mundo se ha estropeado, Archicanciller.
Como un solo mago, todos miraron lo que se podía ver del mundo a través del Archicanciller Sloman Descubriendo la Teoría Especial de Slood.
—No seas tonto, hombre —dijo Ridcully—. ¡El sol está brillando! ¡Es un bonito día!
—No este mundo, señor —dijo Rincewind—. El otro.
—¿Qué otro? —dijo el Archicanciller, y luego su expresión cambió.
—No... —empezó.
—Sí, señor —dijo Rincewind—. Ése. Se ha estropeado. Otra vez.

Todas las organizaciones necesitan que alguien haga esos trabajos que no quiere hacer o que secretamente piensa que no necesitan ser hechos. Rincewind tenía diecinueve de ellos ahora, incluyendo el Oficial de Salud y Seguridad.
Como Egregio Profesor de Geografía Cruel y Desusada era responsable del Globo. En estos días, estaba sobre su escritorio en el lóbrego pasillo del sótano donde trabajaba, trabajo que en gran parte consistía en esperar hasta que las personas le dieran algo de geografía cruel y desusada a profesar.
—Primera pregunta —dijo Ridcully, mientras el profesorado se arrasaba a lo largo de las losas frías y húmedas—. ¿Por qué estás trabajando aquí afuera? ¿Qué pasa con tu oficina?
—Hace demasiado calor dentro, señor —dijo Rincewind.
—¡Solías quejarte de que hacía demasiado frío!
—Sí, señor. En invierno es así. El hielo se congela sobre las paredes, señor.
—Te damos abundante carbón, ¿verdad?
—Suficiente, señor. Un balde por día por puesto, según la tradición. Ése es el problema, realmente. No puedo hacer que los conserjes lo comprendan. No me darán menos carbón, sólo nada de carbón en absoluto. De modo que la única manera de asegurarme de estar caliente en el invierno es mantener el fuego encendido todo el verano, lo que significa que hace tanto calor dentro que no puedo trabajar... ¡No abra la puerta, señor!
Ridcully, que acababa de abrir la puerta de la oficina, la cerró de golpe otra vez, y se secó la cara con un pañuelo.
—Calientito —dijo, parpadeando por el sudor en los ojos. Entonces se volvió hacia el pequeño globo sobre el escritorio a su espalda.
Tenía aproximadamente un pie de diámetro, por lo menos desde el exterior. Por dentro, era infinito; la mayoría de los magos no tienen problemas con hechos de este tipo. Contenía todo lo que había, para un determinado valor de ‘contenía todo lo que había’, pero en su estado por defecto se concentraba en una diminuta parte de todo lo que había, un pequeño planeta que estaba, actualmente, cubierto de hielo.
Ponder Stibbons hizo girar el omniscopio que estaba ajustado a la base de la cúpula de vidrio, y miró el pequeño mundo congelado.
—Sólo escombros en el ecuador —informó—. Nunca desarrollaron la gran cosa gancho celestial que les permitió marcharse. Debe haber sido algo que no previmos.
—No, solucionamos todo —dijo Ridcully—. ¿Recuerdan? Todas las personas se fueron antes de que el planeta se congelara.
—Sí, Archicanciller —dijo Stibbons—. Y luego otra vez, no.
—Si te pido que lo expliques, ¿me lo dirás con palabras que pueda comprender? —dijo Ridcully.
Ponder miró la pared por un momento. Sus labios se movían mientras probaba frases.
—Sí —dijo por fin—. Cambiamos la historia del mundo, enviándolo hacia un futuro donde las personas podían escapar antes de que se congelara. Parece haber ocurrido algo desde entonces que lo cambió.
—¿Otra vez? ¡La última vez lo hicieron los elfos!
—Dudo que lo hayan intentado otra vez, señor.
—Pero sabemos que la gente se fue antes del hielo —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. Miró cada una de las caras y añadió, vacilante—. ¿No lo sabemos?
—Antes pensábamos que lo sabíamos —dijo el Decano, lúgubremente.
—En cierto modo, señor —dijo Ponder—. Pero el universo de Mundobola es un poco... blando y mutable. Aunque nosotros podemos ver que ocurre un futuro, el pasado puede cambiar de tal modo que desde el punto de vista de los Mundoboleros no ocurre. Es como... sacar la última página de un libro y poner una nueva. Uno todavía puede leer la página vieja, pero desde el punto de vista de los personajes, el final ha cambiado, o... posiblemente no.
Ridcully le palmeó la espalda.
—¡Bien hecho, Sr. Stibbons! ¡No mencionaste el quantum ni siquiera una vez! —dijo.
—Sin embargo, sospecho que podría estar involucrado —suspiró Ponder.


CAPÍTULO 2
El reloj de Paley [1]
Escena: un programa radial de entrevistas en el Cinturón Bíblico de los Estados Unidos, hace algunos años. El anfitrión recibe un llamado telefónico sobre la evolución, un concepto que es anatema para cada fundamentalista sureño temeroso de Dios. La conversación va algo así:
Anfitrión: Entonces, Jerry, ¿qué piensa sobre la evolución? ¿Debemos prestar atención a las teorías de Darwin?
Jerry: Ese tipo Darwin nunca consiguió un premio Nobel, ¿verdad? Si es tan grandioso, ¿cómo es que no consiguió ningún premio Nobel?
Anfitrión: Creo que tiene un muy buen punto allí, Jerry.
Tal conversación ocurrió, y el anfitrión no hablaba con ironía. Pero el punto de Jerry no es el argumento demoledor que él pensaba que era. Charles Robert Darwin murió en 1882. El primer Premio Nobel fue otorgado en 1901.
Por supuesto, las personas bien intencionadas son a menudo ignorantes de las sutilezas del detalle histórico, y es injusto recriminarles por eso. Pero es muy justo recriminarles otra cosa: los cerebros del anfitrión y de su invitado no estaban funcionando. Después de todo, ¿por qué tenían esa discusión? Porque, como sabe cada fundamentalista sureño temeroso de Dios, casi todos los científicos ven a Darwin como uno de los grandes de todos los tiempos. De hecho, Jerry estaba intentando dispararle a esta aseveración. Ahora, debe ser bastante obvio que los ganadores de premios Nobel (por ciencia) son seleccionados mediante un proceso que depende mucho del consejo de científicos. Y ésos, ya sabemos, son predominantemente de la opinión de que Darwin estaba en algún lugar cerca de la cima del árbol científico. De modo que si Darwin no recibió un Nobel, no pudo haber sido (como los oyentes intentaban inferir) porque el comité no tuviera buena opinión de su trabajo. Tenía que ser por otra razón. Como ocurre, la razón principal era que Darwin estaba muerto.
Como esta historia muestra, la evolución todavía es un asunto caliente en el Cinturón Bíblico, donde es a veces conocida como "Evilution" y por lo general considerada trabajo del Diablo. Los creyentes religiosos más sofisticados —especialmente los europeos, entre otros el Papa— descubrieron hace mucho tiempo que la evolución no plantea ninguna amenaza a la religión: es simplemente la manera en que Dios hace las cosas, en este caso, la fabricación de criaturas vivientes. Pero los del Cinturón Bíblico, a su manera fundamentalista no-sofisticada, reconocen una amenaza, y tienen razón. La sofisticada reconciliación de la evolución con Dios es un compromiso flojo, una deserción. ¿Por qué? Porque la evolución hace un enorme agujero en lo que de otro modo podría ser el mejor argumento jamás diseñado para convencer a las personas de la existencia de Dios, y es el ‘argumento desde el diseño’.
El universo es impresionante en su tamaño, asombroso en su complejidad. Cada parte de él ajusta prolijamente con cada otra parte. Considere una hormiga, un oso hormiguero, un antirrhinum. Cada uno es perfectamente adecuado para su rol (o ‘propósito’). La hormiga existe para ser comida por los osos hormigueros, el oso hormiguero existe para comer hormigas, y el antirrhinum... bien, a las abejas les gusta, y eso es bueno. Cada organismo muestra claras evidencias del ‘diseño’, como si hubiera sido hecho específicamente para llevar a cabo algún propósito. Las hormigas son exactamente del tamaño correcto para que las succionen las lenguas de los osos hormigueros, los osos hormigueros tienen las lenguas largas para meterlas en los nidos de las hormigas. Los antirrhinums tienen exactamente la forma para ser polinizadas por las abejas. Y si observamos el diseño, entonces seguramente no puede estar lejos un diseñador.
Muchas personas encuentran convincente este argumento, especialmente cuando es desarrollado extensamente y en detalle, y le dan al ‘Diseñador’ una ‘D’ mayúscula. Pero la ‘idea peligrosa’ de Darwin, como Daniel Dennett la caracterizó en su libro con ese título, pone una traba muy grande en la rueda del diseño cósmico. Suministra un proceso alternativo, muy verosímil, y en apariencia sencillo, donde no hay ningún rol para el diseño y ninguna necesidad de un diseñador. Darwin llamó ‘selección natural’ a ese proceso; en la actualidad lo llamamos ‘evolución’.
Hay muchos aspectos de la evolución que los científicos aún no comprenden. Los detalles detrás de la teoría de Darwin todavía están disponibles, y cada año trae nuevos cambios de opinión mientras los científicos tratan de mejorar su comprensión. Los del Cinturón Bíblico comprenden aun menos sobre la evolución, y típicamente la distorsionan en una caricatura: ‘la elección ciega’. No tienen el menor interés en mejorar su conocimiento. Pero comprenden, mucho mejor que los decadentes europeos, que la teoría de la evolución constituye un ataque muy peligroso a la psicología de la fe religiosa. No en su esencia (porque cualquier cosa que la ciencia descubra puede ser atribuido a la Deidad y vista como su mecanismo para provocar los eventos asociados), sino sobre su actitud. En cuanto Dios es quitado de la diaria operación del planeta, e instalado en algún lugar detrás de la bioquímica del ADN y de la Segunda Ley de la Termodinámica, ya no es tan obvio que Él deba ser fundamental en la vida cotidiana de las personas. En particular, no hay razón especial para creer que Él afecta esas vidas de alguna manera, o que desee hacerlo, de modo que los predicadores fundamentalistas bien podrían quedarse sin trabajo. Lo cual mostraría por qué la falta de un Nobel para Darwin puede convertirse en un punto de debate en una radio local estadounidense. Es también la línea general a lo largo de la cual evolucionó el propio pensamiento de Darwin —empezó su vida adulta como estudiante de teología y la terminó como un agnóstico algo atormentado.

Visto desde afuera, y aun más desde adentro, el proceso de investigación científica es desordenado y confuso. Es tentador deducir que los mismos científicos son desordenados y confundidos. En cierto modo, lo son —es lo que involucra una investigación. Si usted supiera qué está haciendo no sería una investigación. Pero ésa es apenas una disculpa, y hay mejores razones para esperar esa clase de confusión, efectivamente, para evaluar. La mejor razón es que ésa es una manera sumamente eficaz de comprender el mundo, y tener un justo nivel de confianza en esa comprensión.
En su libro, Defendiendo la Ciencia-Razón, la filósofa Susan Haack esclarece los desórdenes de la ciencia con una simple metáfora, el crucigrama. Los entusiastas saben que resolver un crucigrama es un asunto desordenado. Uno no resuelve las pistas en orden numérico y las escribe en su lugar correcto, convergiendo de una manera ordenada a una correcta solución, a menos que quizás se trate de un crucigrama rápido y uno sea un experto. En cambio, uno ataca las pistas un poco al azar, guiado por la vaga sensación de cuáles parecen más fáciles de resolver (algunas personas encuentran anagramas con facilidad, otras los odian). Verifica las respuestas propuestas con las que se cruzan, para asegurarse de que todo encaje. Detecta los errores, los borra, anota las rectificaciones.
Podría sonar como un proceso no racional, pero el resultado final es completamente racional, y los controles y balances son estrictos —¿se ajustan las respuestas a las pistas, caben todas las letras? Todavía podrían quedar algunos errores, donde las palabras alternativas responden tanto a la pista y también se ajustan a las palabras que la cruzan, pero tales errores son infrecuentes (y no son realmente errores, sólo ambigüedades por parte del compilador).
El proceso de investigación científica, dice Haack, se parece bastante a resolver un crucigrama. Las soluciones a los acertijos de la naturaleza llegan erráticamente y por etapas. Cuando su respuesta es verificada contra las de otros acertijos, a veces la no encaja, y entonces algo tiene que cambiar. Las teorías que alguna vez se pensaron correctas resultan ser tonterías y son descartadas. Hace algunos años, la mejor explicación del origen de las estrellas tenía una pequeña falla: implicaba que las estrellas eran más viejas que el universo que las contenía. En un momento determinado, algunas de las respuestas de la ciencia parecen ser muy sólidas, algunas un poco menos, algunas son dudosas... y algunas están completamente erradas.
Otra vez, no suena como un proceso racional, pero conduce a un resultado racional. Efectivamente, todo ese entrecruzamiento, retroceso y revisión incrementa nuestra confianza en el resultado. Recordando, siempre, que nada es demostrado por completo, nada es final.
Los críticos usan a menudo este confuso y enredado proceso de descubrimiento como un motivo para desacreditar a la ciencia. Esos científicos estúpidos ni siquiera pueden ponerse de acuerdo entre ellos, cambian de opinión todo el tiempo, todo lo que dicen es provisorio... ¿por qué debería alguien creer en tal confusión? Distorsionan por lo tanto una de las mayores fortalezas de la ciencia, retratándola como un defecto. Un pensador racional siempre debe estar preparado a cambiar de opinión si las pruebas lo requieren. En la ciencia, no hay ningún lugar para el dogma. Por supuesto, muchos científicos individuales se quedan cortos en este ideal; son sólo humanos. Escuelas enteras de pensamiento científico pueden quedar atrapadas en un callejón sin salida intelectual y entrar en la negación. En general, sin embargo, los errores son eventualmente sacados a la luz... por otros científicos.
La ciencia no es la única área del pensamiento humano que se desarrolla de esta manera flexible. Las humanidades hacen cosas similares, a su propia manera. Pero la ciencia se impone esta clase de disciplina de manera más enérgica, sistemática, y eficaz, que prácticamente cualquier otro estilo de pensamiento. Y usa los experimentos como un control de realidad.
Las religiones, los cultos, y los movimientos seudo-científicos no se comportan de ese modo. Es sumamente infrecuente que los líderes religiosos cambien de opinión sobre algo que ya está en su Libro Sagrado. Si consideran que sus creencias son la verdad revelada, directa desde la boca de Dios, es difícil admitir errores. Aun más crédito para los católicos, entonces, por admitir que en la época de Galileo estaban equivocados en que la Tierra era el centro del universo, y hasta hace poco estaban equivocados sobre la evolución.
Las religiones, los cultos y los movimientos seudo-científicos tienen un diferente programa de ciencia. La ciencia, como mucho, mantiene abiertas las líneas de investigación. Siempre está buscando nuevas maneras de probar las viejas teorías, incluso cuando parecen estar bien establecidas. No sólo mira la geología del Gran Cañón y se asienta en la creencia de que la Tierra tiene cientos de millones de años de edad, o más. Hace una verificación cruzada tomando en cuenta los nuevos descubrimientos. Después de que descubrieron la radiactividad, se volvió posible obtener fechas más exactas de los eventos geológicos, y compararlas con el registro aparente de la sedimentación en las rocas. Muchas fechas fueron entonces revisadas. Cuando la deriva continental entró desde el campo izquierdo, arribaron maneras completamente nuevas de encontrar esas fechas, y fueron usadas rápidamente. Más fechas fueron revisadas.
Los científicos —colectivamente— quieren encontrar sus errores, para poder deshacerse de ellos.
Las religiones, los cultos, y los movimientos seudo-científicos quieren cerrar las líneas de investigación. Quieren que sus seguidores dejen de hacer preguntas y acepten el sistema de creencias. La diferencia es notoria. Suponga, por ejemplo, que los científicos se convencieran de que hay algo digno de tomar en serio en las teorías de Erich von Daniken, que las antiguas ruinas y estructuras debían haber sido el trabajo de visitantes alienígenas. Entonces empezarían a hacerse preguntas. ¿De dónde vinieron los alienígenas? ¿Qué clase de naves espaciales tenían? ¿Por qué vinieron aquí? Las inscripciones antiguas, ¿sugieren un tipo de alienígena o muchos? ¿Cuál es el patrón de las visitas? En tanto que los creyentes en las teorías de von Daniken están satisfechos con unos alienígenas genéricos, y no preguntan más. Los alienígenas explican las ruinas y las estructuras... problema resuelto.
De forma similar, para los primeros defensores del diseño divino y sus modernas reencarnaciones en el creacionismo y el ‘diseño inteligente’ —la más reciente moda cuasi-religiosa—, en cuanto sabemos que unas criaturas vivientes fueron creadas (por Dios, por un alienígena, o por un no especificado diseñador inteligente) entonces el problema se soluciona y no necesitamos buscar más. No somos alentados a buscar evidencias que podrían refutar nuestras creencias. Sólo cosas que las confirmen. Acepte lo que le decimos, no haga preguntas.
Ah, sí, pero la ciencia también desalienta las preguntas, dicen los cultos y las religiones. Ustedes no toman nuestras opiniones seriamente, no admiten este tipo de pregunta. Ustedes tratan de evitar poner nuestras opiniones en las lecciones de ciencia de la escuela como alternativas a su cosmovisión.
Hasta cierto punto, eso es verdad —especialmente la parte sobre las lecciones de ciencia. Pero son lecciones de ciencia así que deben enseñar ciencia. Mientras que las afirmaciones de los cultos, los creacionistas y los cerrados deístas que adhieren al diseño inteligente no son ciencia. El creacionismo es simplemente un sistema de fe deísta y no ofrece ninguna prueba científica creíble además de sus creencias. Las evidencias de visitas alienígenas son débiles, incoherentes, y la mayor parte de ellas son fácilmente explicadas por aspectos completamente corrientes de la antigua cultura humana. El diseño inteligente reclama pruebas de su visión, pero esos reclamos fracasan incluso ante un escrutinio científico informal, como se documenta en los libros del 2004, Por Qué Falla el Diseño Inteligente, editado por Matt Young y Taner Edis, y Debatiendo el Diseño, editado por William Dembski y Michael Ruse. Y cuando unas personas (ninguna de las anteriores, nos apresuramos a señalar) afirman que el Gran Cañón es evidencia de la inundación de Noé —un notable incidente reciente— no es muy difícil demostrar que se equivocan.
El principio de la libertad de expresión implica que estas opiniones no deben ser suprimidas, pero no implica que deban ser importadas en las lecciones de ciencia, no más que las alternativas científicas para Dios deban ser importados en el sermón dominical del vicario. Si usted quiere colocar su cosmovisión en la lección de ciencia, tiene que establecer sus credenciales científicas. Pero porque los cultos, las religiones y los sistemas de creencia alternativos evitan que las personas hagan preguntas inoportunas, no hay manera en que alguna vez puedan conseguir esa clase de evidencia. No sólo el azar es ciego.

La visión científica del planeta que es actualmente nuestra única casa, y de las criaturas con las que lo compartimos y el universo a su alrededor, ha logrado su forma actual a lo largo de miles de años. El desarrollo de la ciencia es mayormente un proceso incremental, un lago de conocimientos llenado por la constante acumulación de diminutas e innumerables gotas de lluvia. Como el agua en un lago, el charco del conocimiento también puede evaporarse otra vez —porque lo que creemos que comprendemos hoy puede ser expuesto mañana como una tontería, exactamente como lo que creíamos que comprendíamos ayer es expuesto hoy como una tontería. Usamos la palabra ‘comprensión’ en lugar de ‘conocimiento’ porque la ciencia es más que, y menos que, una colección de hechos inmutables. Es más, en cuanto abarca los principios organizadores que explican lo que nos gusta pensar que son hechos: las extrañas trayectorias de los planetas en el cielo tienen perfecto sentido en cuanto se comprende que los planetas son movidos por fuerzas gravitatorias, y que estas fuerzas obedecen a reglas matemáticas. Es menos, porque lo que hoy podría parecer un hecho, mañana puede resultar una interpretación equivocada de otra cosa. En Mundodisco, donde las cosas obvias tienden a ser verdaderas, un Sol diminuto e insignificante efectivamente gira alrededor del importante y grandioso mundo de las personas. Solíamos pensar que nuestro mundo era así también: por siglos, fue un ‘hecho’, y uno obvio, que el Sol giraba alrededor de la Tierra.
Los grandes principios organizadores de la ciencia son las teorías, sistemas coherentes de pensamiento que explican enormes cantidades de hechos de otra manera aislados, que han sobrevivido a extenuantes pruebas deliberadamente diseñadas para quebrarlas si no concuerdan con la realidad. No han sido simplemente aceptadas como algún acto de fe científica: en cambio, las personas han tratado de falsificarlas —para probar que estaban equivocadas— pero hasta ahora han fallado. Estos fracasos no prueban que la teoría sea verdadera, porque siempre hay nuevas fuentes potenciales de discordia. La teoría de la gravitación de Isaac Newton, en conjunción con sus leyes del movimiento, era —y todavía lo es— bastante buena para explicar los movimientos de los planetas, los asteroides y otros cuerpos del sistema solar al detalle, con gran exactitud. Pero en algunos contextos, como en los agujeros negros, ahora ha sido reemplazada por la teoría de la relatividad general de Albert Einstein.
Espere algunas décadas, y seguramente otra cosa la reemplazará. Hay abundantes señales de que no todo está bien en las fronteras de la física.
Cuando los cosmólogos tienen que postular la extraña ‘materia oscura’ para explicar por qué las galaxias no obedecen a las conocidas leyes de la gravedad, y luego incluir la aun más extraña ‘energía oscura’ para explicar por qué las galaxias se alejan a velocidad creciente, y cuando las evidencias independientes de estos dos poderes de la oscuridad son casi inexistentes, se puede olfatear el venidero paradigma.
La mayor parte de la ciencia es incremental, pero alguna es más radical. La teoría de Newton fue una de las grandes rupturas de la ciencia —no una llovizna que agitó la superficie del lago, sino una tormenta intelectual que desencadenó un torrente violento. El Reloj de Darwin es otra tormenta intelectual: la teoría de la evolución. Darwin hizo a la biología lo que Newton había hecho a la física, pero de una manera muy diferente. Newton desarrolló ecuaciones matemáticas que permitieron a los físicos calcular números y probarlos con muchos decimales; fue una teoría cuantitativa. La idea de Darwin está expresada en palabras, no en ecuaciones, y describe un proceso cualitativo, no números. A pesar de eso, su influencia ha sido por lo menos tan grande como la de Newton, posiblemente aun más grande. El torrente de Darwin hoy todavía ruge.
La evolución, entonces, es una teoría, una de las teorías más influyentes, de más alcance e importancia jamás ideada. En este contexto, vale la pena señalar que la palabra ‘teoría’ es usada a menudo en un sentido muy diferente, para significar una idea propuesta para ser probada. En rigor, la palabra que debería usarse aquí es ‘hipótesis’, pero es una palabra rebuscada y pedante que las personas tienden a evitar. Incluso los científicos, que deberían conocerla mejor. ‘Tengo una teoría’, dicen. No, usted tiene una hipótesis. Se necesitarán muchos años, posiblemente siglos, de severas pruebas, para convertirla en una teoría.
La teoría de la evolución fue una vez una hipótesis. Ahora es una teoría. Los detractores se ajustan a la palabra y olvidan su doble uso. ‘Sólo una teoría’, dicen con desdén. Pero una teoría verdadera no puede ser desestimada tan fácilmente, porque ha sobrevivido a muchas pruebas rigurosas. Al respecto, hay muchas más razones para considerar seriamente la teoría de la evolución, que a cualquier explicación de la vida que dependa, por decir, de la fe religiosa, porque la falsificación no está muy valorada en el programa religioso. Las teorías, en ese sentido, son las partes mejor establecidas y más creíbles de la ciencia. Son, en general, considerablemente más creíbles que la mayoría de los otros productos de la mente humana. De modo que lo que estas personas están pensando cuando cantan su desdeñoso lema, en realidad debería ser ‘Sólo una hipótesis’.
Ésa fue una posición justificable en los primeros días de la teoría de la evolución, pero hoy es simplemente ignorante. Si algo puede ser un hecho, la evolución lo es. Es posible que tenga que ser inferida de las pistas depositadas en las rocas, y más recientemente comparando los códigos de ADN de criaturas diferentes, más que vista directamente a simple vista en tiempo real, pero no se necesita de un testimonio de los hechos para hacer deducciones lógicas de las evidencias. Las evidencias, de varias fuentes independientes (como los fósiles y el ADN), son abrumadoras. La evolución ha sido establecida tan firmemente que nuestro planeta no tiene sentido en absoluto sin ella. Las criaturas vivientes pueden cambiar, y lo hacen, con el tiempo. El registro fósil muestra que han cambiado sustancialmente durante largos períodos de tiempo, hasta el punto de surgir especies completamente nuevas. Hoy pueden observarse cambios más pequeños, durante períodos tan breves como un año, o simples días en bacterias.
La evolución ocurre.
Lo que queda abierto a la disputa, especialmente entre los científicos, es cómo sucede la evolución. Las mismas teorías científicas evolucionan, adaptándose a las nuevas observaciones, a los nuevos descubrimientos, y a las nuevas interpretaciones de viejos descubrimientos. Las teorías no son talladas en tabletas de piedra. La mayor fortaleza de la ciencia es que cuando se enfrenta con pruebas suficientes, los científicos cambian de opinión. No todos ellos, ya que los científicos son humanos y tienen los mismos defectos que el resto de nosotros, pero una cantidad suficiente para permitir que la ciencia mejore.
Incluso hoy hay intransigentes —no son una mayoría, a pesar del ruido que hacen, sino una minoría significativa— que niegan que esa evolución haya ocurrido alguna vez. La mayoría de ellos son norteamericanos, porque una rareza de la historia (unida con algunos derechos tributarios idiosincrásicos) ha hecho de la evolución un asunto educativo muy importante en los Estados Unidos. Allí, la batalla entre los seguidores de Darwin y sus adversarios no sólo sucede en el elevado terreno intelectual. Se trata de dólares y centavos, y se trata de quién influye en los corazones y las mentes de la siguiente generación. La pelea se enmascara como religiosa y científica, pero su esencia es política. En los 20, cuatro estados estadounidenses (Arkansas, Mississippi, Oklahoma, y Tennessee) declararon ilegal enseñar la evolución a los niños en las escuelas públicas. Esta ley quedó en vigencia casi medio siglo: fue finalmente prohibida por la Corte Suprema en 1968. Esto no ha detenido a los defensores de la ‘ciencia de la creación’ de tratar de encontrarle la vuelta a esa decisión, o aun revertirla. La mayor parte, sin embargo, ha fallado, y una razón es que la ‘ciencia de la creación’ no es ciencia; carece de rigor intelectual, carece de pruebas objetivas, y a veces está totalmente chalada.
Es posible sostener que Dios creó la Tierra, y nadie puede demostrar que está equivocado. En ese sentido, es algo justificable en qué creer. Los científicos podrían sentir que esta ‘explicación’ no nos ayuda enormemente a comprender nada, pero ése es su problema; para todo lo que cualquiera puede demostrar, podría haber ocurrido de esa manera. Pero no es sensato seguir la cronología bíblica del prelado anglo-irlandés James Ussher y sostener que el acto de la creación ocurrió en 4.004 a.C., porque hay pruebas abrumadoras de que nuestro planeta es mucho más viejo —4,5 mil millones años en lugar de 6.000. O Dios deliberadamente trata de engañarnos (que es concebible, pero no concuerda bien con los mensajes religiosos habituales, y bien podría ser herético) o estamos parados en un terrón de roca muy viejo. Presuntamente, el 50% de los estadounidenses cree que la tierra fue creada hace menos de 10.000 años, que si es verdad dice algo bastante triste del sistema de educación más costoso en el mundo.
América está librando una batalla, desde el principio otra vez, que fue librada y terminada en Europa un siglo atrás. El resultado europeo fue un acuerdo: el Papa Pío XII aceptó la verdad de la evolución en una encíclica de 1950, pero no fue una victoria total para la ciencia. En 1981 un sucesor, Juan Pablo II, suavemente señaló que ‘la Biblia... no desea enseñar cómo fueron hechos los cielos, sino cómo uno va al cielo’. La ciencia fue reivindicada, la teoría de la evolución fue aceptada en general, pero las personas religiosas eran libres de interpretar ese proceso como la manera de Dios de hacer criaturas vivientes. Y es una muy buena manera, como Darwin comprendió, de modo que todos pueden ser felices y dejar de discutir. Los creacionistas, al contrario, parecen no haber apreciado que si clavan sus creencias religiosas en un planeta de 6.000 años de edad, no se están haciendo ningún favor y tampoco se dejan una real salida.
El Reloj de Darwin trata de una sociedad victoriana que nunca ocurrió —bien, en cuanto los magos interfirieron, dejó de haber ocurrido. No es la sociedad que los creacionistas están intentando organizar todavía, que sería mucho más ‘fundamentalista’, llena de personas rectas diciéndoles a todos los demás qué hacer y sofocando cualquier creatividad verdadera. La verdadera era victoriana fue una paradoja: una sociedad con una base religiosa muy fuerte pero bastante flexible, donde se daba por sentado que Dios existía, pero que dio a luz a toda una serie de revoluciones intelectuales muy importantes que condujeron, bastante directamente, a la sociedad occidental secular de hoy. No olvidemos que en los EE.UU. hay incluso una separación constitucional del estado y la iglesia. (Extrañamente, el Reino Unido, que en la práctica es uno de los países más seculares en el mundo —casi nadie asiste a la iglesia, excepto para bautizos, bodas y funerales— tiene su propia religión estatal, y un monarca que afirma ser nombrado por Dios. A diferencia de Mundodisco, Mundobola no tiene que tener sentido.) De todos modos, los verdaderos victorianos eran una raza temerosa de Dios, pero su sociedad alentaba a los inconformistas como Darwin a pensar fuera del círculo cerrado, con trascendentales consecuencias.
El hilo de los relojes corre directo a través del paisaje metafórico de la ciencia. La visión de Newton de un sistema solar funcionando de acuerdo con ‘leyes’ matemáticas precisas es frecuentemente referida como un ‘universo de relojería’. No es una mala imagen, y el planetario —un modelo de sistema solar, cuyas ruedas dentadas hacen girar a los planetas diminutos con alguna apariencia de realidad— se ve como un mecanismo de relojería. Los relojes estaban entre las máquinas más complejas de los siglos XVII y XVIII, y eran probablemente los más confiables. Incluso hoy, decimos que algo funciona ‘como un reloj’; todavía tenemos que cambiarlo a ‘exactitud atómica’.
En la era victoriana, el arquetipo de los artefactos seguros se había convertido en un reloj de bolsillo. Las ideas de Darwin están íntimamente vinculadas con un reloj, que nuevamente juega el rol metafórico de la intrincada perfección mecánica. El reloj en cuestión fue introducido por el clérigo William Paley, que murió tres años después de que naciera Darwin. Aparece en el párrafo inicial del grandioso trabajo de Paley, Teología Natural, publicado por primera vez en 1802. La mejor manera de ganar una sensibilidad especial para su línea de pensamiento es usar sus propias palabras:
Al cruzar un brezal, suponga que golpeo mi pie contra una piedra, y que preguntemos cómo llegó la piedra a estar ahí; posiblemente podría responder, ya que no conozco nada en contrario, que ha estado allí desde siempre: tampoco sería muy fácil tal vez demostrar el disparate de esta respuesta. Pero suponga que he encontrado un reloj sobre el suelo, y debería averiguar cómo fue que el reloj estaba en ese lugar; apenas debería pensar en la respuesta que antes había dado, que, según lo que sabía, el reloj podría haber estado ahí desde siempre. Sin embargo, ¿por qué esta respuesta no sirve para el reloj como para la piedra? ¿Por qué no es tan admisible en el segundo caso, como en el primero? Por esta razón, y no por otra, a saber: que cuando observamos el reloj percibimos (que no podemos descubrir en la piedra) que sus varias partes están formuladas y colocadas para un propósito, por ejemplo, que están tan bien formadas y ajustadas para producir movimiento, y que ese movimiento es tan regular que puede señalar la hora del día; que si las diferentes partes hubieran tenido formas diferentes de las que tienen, tamaños diferentes de los que tienen, o ubicadas de cualquier otra manera, o en cualquier otro orden que el que tienen, ningún movimiento en absoluto podría haber sido llevado a cabo en la máquina, o ninguno habría dado respuesta al uso para el que ahora sirve.
Paley continúa elaborando los componentes de un reloj, conduciendo al quid de su argumento:
Al observar este mecanismo... pensamos que la inferencia es inevitable; que el reloj debe haber tenido un fabricante; que debe haber existido, en algún momento, y en algún lugar u otro, un artesano o artesanos, que lo formaron para el propósito que actualmente responde; alguien que comprendía su construcción, y diseñó su uso.
Luego allí sigue a una larga serie de párrafos numerados en los que Paley puntualiza su argumento más cuidadosamente, lo extiende a casos donde, por ejemplo, faltan algunas partes del reloj, y descarta algunas objeciones de su razonamiento. El segundo capítulo retoma la historia describiendo un hipotético ‘reloj’ que puede producir copias de sí mismo —una extraordinaria anticipación del concepto del siglo XX de una máquina de Von Neumann. Todavía habrá una buena razón, dice Paley, para deducir la existencia de un ‘ideador’; a decir verdad, en todo caso, se produciría el efecto de aumentar la propia admiración por la destreza del ideador. Además, el observador inteligente reflexionaría, que aunque el reloj enfrente de él era, en cierto sentido, el hacedor del reloj que fue fabricado en el transcurso de sus movimientos, lo era en un sentido muy diferente al del carpintero, por ejemplo, que fabrica una silla.
Continúa desarrollando esta idea, y se deshace de una posible sugerencia: que, así como una piedra podría haber existido desde siempre, según lo que sabe, un reloj podría haber existido desde siempre. Es decir, podría haber una cadena de relojes, cada uno hecho por su predecesor, remontándose infinitamente hacia el pasado, de modo que nunca hubo ningún primer reloj. Sin embargo, nos dice, un reloj es muy diferente de una piedra: es ideado. Quizás las piedras podrían haber existido desde siempre: ¿quién lo sabe? Pero no los relojes. De otra manera tendríamos ‘ideas’ pero ningún ideador; pruebas del diseño, pero ningún diseñador. Rechazando esta sugerencia sobre varios aspectos metafísicos, Paley establece:
La conclusión que sugiere el primer examen del reloj, de su trabajo, construcción y movimiento, es que debe haber tenido, como causa y autor de esa construcción, un artesano, que comprendió su mecanismo, y diseñó su uso. Esta conclusión es invencible. Un segundo examen nos presenta con un nuevo descubrimiento. Se encuentra que el reloj, en el curso de sus movimientos, produce otro reloj, similar a sí mismo: y no sólo eso, sino que lo percibimos en un sistema u organización, calculado separadamente para ese propósito. ¿Qué efecto tendría este descubrimiento, o debería tener, sobre nuestra última deducción? ¡Qué otra cosa, como ya se ha dicho, sino incrementar, más allá de toda medida, nuestra admiración por la destreza que fue empleada en la formación de una máquina así!

Bien, todos podemos ver hacia dónde va el buen reverendo, y llega a su objetivo en el tercer capítulo. En lugar de un reloj, considere un ojo. No está perdido en un brezal, sino en un animal, que tal vez está tendido en un brezal. Lo que él dice es: compare el ojo con un telescopio. Hay tantas semejanzas que nos vemos forzados a deducir que el ojo fue ‘hecho para la visión’, exactamente como el telescopio. Aproximadamente treinta páginas de descripción anatómica refuerzan la opinión de que el ojo debe haber sido diseñado para el propósito de ver. Y el ojo es sólo un ejemplo: considere un ave, un pez, un gusano de seda, o una araña. Ahora, finalmente, Paley establece explícitamente lo que todos sus lectores sabían que venía desde la página uno:
Si no hubiera ningún ejemplo en el mundo de un invento excepto el del ojo, él solo sería suficiente para respaldar la conclusión que sacamos: la necesidad de un Creador inteligente.
Allí lo tenemos, en pocas palabras. Las criaturas vivientes son tan intrincadas, y funcionan tan eficazmente, y ajustan tan perfectamente, que sólo pueden haber surgido de un diseño. Pero diseño implica un diseñador. Ergo: Dios existe, y Él creó el magnífico despliegue de vida en la Tierra. ¿Qué más hay para decir? La prueba está completa.


CAPÍTULO 3
Teología de las especies
Eran tres horas más tarde...
Los magos superiores entraron con cautela en el Edificio de Magia de Alta Energía, en parte porque no era su hábitat natural, pero también porque la mayoría de los estudiantes que lo frecuentaban usaban el piso como un gabinete de clasificación y, penosamente, como una despensa. La pizza es muy difícil de quitar de una suela, especialmente el queso.
En el fondo —siempre en el fondo del edificio de Magia de Alta Energía— estaba Hex, la máquina pensante de la universidad.
Ocasionalmente, partes de la cosa, o posiblemente ‘ser’, se movían. Hacía mucho que Ponder Stibbons había renunciado a tratar de comprender cómo trabajaba Hex. Posiblemente Hex era la única entidad en la universidad que comprendía cómo trabajaba Hex.
En algún lugar dentro de Hex la magia ocurría. Los hechizos eran reducidos, no a sus componentes velas, varitas mágicas y cantos, sino a lo que significaban. Eso ocurría demasiado rápido para verlo, y quizás demasiado rápido para comprenderlo. De todo lo que Ponder estaba seguro era que la vida estaba íntimamente involucrada. Cuando Hex estaba pensando profundamente se escuchaba un zumbido perceptible desde las colmenas a lo largo de la pared trasera, donde unas ranuras les daban acceso al mundo exterior, y todo dejaba de funcionar por completo si la colonia de hormigas era retirada de su gran laberinto de vidrio en el corazón de la máquina.
Ponder había puesto su linterna mágica para una presentación. Le gustaba hacer presentaciones. Por un breve momento en el caos del universo, una presentación hacía que todo sonara como si estuviera organizado.
—Hex ha corrido la historia de Mundobola contra la última copia —anunció, cuando el último mago se sentó—. Encontró cambios significativos comenzando en lo que fue conocido como el siglo XIX. Diapo, por favor, Rincewind. —Se escuchó alguna queja amortiguada detrás de la linterna mágica y una imagen de una dama rolliza y de edad apareció en la pantalla—. Esta dama es la Reina Victoria, gobernante del Imperio de los Británicos.
—¿Por qué está patas arriba? —dijo el Decano.
—Podía ser porque con un globo no hay técnicamente una manera derecha —dijo Ponder—. Pero me aventuro a pensar que la puse mal. Siguiente diapo, por favor. Con cuidado. —Quejido, clic—. Ah, sí, ésta es una máquina de vapor. El reinado de Victoria fue notable por los grandes desarrollos en ciencia e ingeniería. Fue un tiempo muy excitante. Excepto... siguiente diapo, por favor. —Quejido, clic.
—¡Diapo equivocada, hombre! —dijo Ridcully—. Está en blanco.
—Ajá, no, señor —dijo Ponder, con regocijo—. Ésa es una manera dinámica de mostrarles que el período que acabo de describir, de hecho, resulta no haber ocurrido. Debería, pero no. En esta versión del Globo, el Imperio de los Británicos no se volvió tan grande, y los otros desarrollos fueron bastante débiles. La grandiosa ola de descubrimientos se aplana. El mundo se conformó con un período de estabilidad y paz.
—Suena bueno para mí —dijo Ridcully, y recibió un coro de ‘muy bien’ de los otros magos.
—Sí, Archicanciller —dijo Ponder—. Y luego otra vez, no. Abandonar el planeta, ¿recuerda? ¿La gran helada en quinientos años? ¿Ninguna forma de vida terrestre sobreviviente más grande que una cucaracha?
—¿Nadie se preocupó por eso? —dijo Ridcully.
—No hasta que fue demasiado tarde, señor. En ese mundo como lo dejamos, los primeros humanos caminaron sobre la Luna al menos setenta años después de que comenzaran a volar.
Ponder miró sus caras sin expresión.
—Que fue un logro importante —dijo.
—¿Por qué? Nosotros lo hemos hecho —dijo el Decano.
Ponder suspiró.
—Las cosas son diferentes en un globo, señor. No hay ningún palo de escoba, ninguna alfombra mágica, y volar a la luna no es simplemente un caso de saltar sobre el borde y tratar de evitar a la tortuga en el camino hacia abajo.
—¿Cómo lo hicieron, entonces? —dijo el Decano.
—Usaron cohetes, señor.
—¿Las cosas que se elevan y estallan con muchas luces de color?
—Inicialmente, señor, pero afortunadamente encontraron cómo evitar que hicieran eso. Siguiente diapo, por favor... —Una imagen que podría haber sido un pantalón pasado de moda apareció en la pantalla—. Ah, éste es nuestro viejo amigo, el Pantalón del Tiempo. Todos lo conocemos. Es lo que uno obtiene cuando la historia sigue dos caminos. Lo que tenemos que hacer ahora es averiguar por qué se dividen. Eso quiere decir que tendré que...
—¿Estamos cerca del punto donde mencionas el quantum? —dijo Ridcully, rápidamente.
—Me temo que se vislumbra, señor, sí.
Ridcully se puso de pie, recogiendo su túnica a su alrededor.
—Ah. Creo que escuché el gong para la cena, caballeros. Justo a tiempo, realmente.
La luna salió. A medianoche, Ponder Stibbons leyó lo que Hex había escrito, caminó a través del húmedo césped hasta la biblioteca, despertó al Bibliotecario, y le pidió una copia de un libro titulado El Origen de las Especies.
Dos horas después volvió, despertó al Bibliotecario otra vez, y pidió Teología de las Especies. Mientras salía con él, escuchó que cerraban la puerta con llave a su espalda.
Más tarde aun, se quedó dormido con la cara en una pizza fría y ambos libros abiertos sobre el escritorio, chorreando marcadores y trozos de anchoa.
Al su lado, la tabla de escribir de Hex zumbaba. Veinte plumas cruzaban de un lado al otro y giraban sobre brazos cargados de muelles, haciendo que la tabla se pareciera a varias arañas gigantes de espaldas. Y, a cada minuto, una página caía en la pila que se estaba formando sobre el piso...
Ponder soñó a intervalos en dinosaurios que trataban de volar. Siempre chapoteaban cuando llegaban al fondo del despeñadero.
Despertó a las ocho y media, leyó los papeles acumulados, y sofocó un pequeño grito.
Muy bien, muy bien, pensó. No hay ninguna prisa verdadera, como tal. Podemos volverlo a cambiar en cualquier momento que queramos. Eso es lo que significa viajar en el tiempo.
Pero aunque el cerebro puede pensar eso, la glándula del pánico nunca lo cree. Manoteó los libros y tantas notas como pudo cargar y salió rápidamente.

Hemos escuchado las campanadas de medianoche, dice el refrán. Los magos no sólo las habían escuchado sino también la de la una, de las dos y de las tres de la mañana. Ciertamente no estaban interesados en escuchar nada a las ocho y media, sin embargo. El único ocupante de las mesas en el Gran Salón era el Archicanciller Ridcully, a quien le gustaba un desayuno poco saludable después de su carrera matutina. Estaba solo en las mesas de caballete en el gran salón.
—¡Lo he encontrado! —anunció Ponder, con cierto triunfo nervioso, y dejó caer los dos libros enfrente del asombrado mago.
—¿Encontraste qué? —dijo Ridcully—. ¡Y cuidado donde estás poniendo cosas, hombre! ¡Casi te echas el plato de tocino encima!
—¡He puesto mi dedo —declaró Ponder—, sobre la precisa división en el Pantalón del Tiempo!
—¡Buen hombre! —dijo Ridcully, estirando la mano a la jarra de salsa marrón—. Cuéntame sobre eso después del desayuno, ¿quieres?
—¡Es un libro, señor! ¡Dos libros, a decir verdad! ¡Él escribió el equivocado! ¡Mire!
Ridcully suspiró. No había defensa contra el entusiasmo de los magos. Estrechó sus ojos y leyó el título del libro que Ponder Stibbons sujetaba:
—Teología de las Especies. ¿Y?
—Archicanciller, fue escrito por un Charles Darwin, y causó bastante jaleo cuando fue publicado, ya que pretendió explicar el mecanismo de la evolución de una manera que molestaba algunas creencias ampliamente sostenidas. Intereses adquiridos despotricaron contra él, pero prevaleció y tuvo un significativo efecto sobre la historia. Er... el equivocado.
—¿Por qué? ¿De qué se trata? —dijo Ridcully, cortando cuidadosamente la punta de un huevo cocido.
—Le he echado un vistazo solamente, Archicanciller, pero parece describir el proceso de la evolución como algo con permanente participación de una deidad omnipotente.
—¿Y? —Ridcully seleccionó un trozo de tostada y empezó a cortarla en soldados.
—No es así como funciona en Mundobola, señor —dijo Ponder, pacientemente.
—Así es como funciona aquí, más o menos. Hay un dios que se ocupa de eso.
—Sí, señor. Pero, como estoy seguro de que recordará —dijo Ponder, usando las palabras en el sentido de ‘como sé que se ha olvidado’—, no hemos encontrado ningún vestigio de Deitium en Mundobola.
—Bien, de acuerdo —concedió el Archicanciller—. Pero no veo por qué el hombre no debería haberlo escrito, aun así. Un buen libro sólido, por su aspecto. Le llevó algún tiempo pensarlo, estoy seguro.
—Sí, señor —dijo Ponder—. Pero el libro que debería haber escrito... —colocó con fuerza otro volumen sobre la mesa de desayuno—... era éste.
Ridcully lo levantó. Tenía una cubierta mucho más colorida que ‘Teología’, y el título:
Darwin Revisado
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
por Rev. Richard Dawkins

—Señor, creo que puedo probar que el mundo se fue por una pernera diferente del Pantalón del Tiempo porque Darwin escribió el libro equivocado, y la humanidad no abandonó el planeta antes de la gran helada —dijo Ponder, alejándose.
—¿Por qué lo hizo, entonces? —dijo Ridcully, perplejo.
—No lo sé, señor. Todo lo que sé es que, hasta que hace algunos días, este Charles Darwin escribió un libro que decía que toda la evolución funcionaba naturalmente, sin un dios. Ahora resulta que no. En cambio, escribió un libro que dice que funcionaba porque había un dios involucrado en cada etapa.
—¿Y este otro tipo, Dawkins?
—Dijo que Darwin casi tenía bastante razón excepto la parte del dios. No se necesita uno, dijo.
—¿No necesita un dios? ¡Pero aquí dice que es un sacerdote de alguna clase!
—Er... algo así, señor. En la... historia donde Charles Darwin escribió Teología de las Especies, se había vuelto más o menos obligatorio tomar las órdenes sagradas para asistir a una universidad. Dawkins decía que la evolución ocurrió por sí sola.
Cerró los ojos. Ridcully solo era un público mucho mejor que el profesorado superior, que habría llevado la conversación a temas referentes al estatus de una bella arte, pero su Archicanciller era un hombre práctico y sensato, y por lo tanto encontraba difícil a Mundobola. No era un lugar sensato.
—Me has confundido allí. ¿Cómo puede simplemente ocurrir? —dijo Ridcully—. No tiene sentido si no hay nadie que sepa qué está ocurriendo. Tiene que haber una razón.
—Muy cierto, señor. Pero esto es Mundobola —dijo Ponder—. ¿Lo recuerda?
—¿Pero seguramente este otro tipo, Dawkins, lo puso bien otra vez?
Ridcully vaciló.
—Dijiste que era el libro correcto.
—Pero en el tiempo equivocado. Fue demasiado tarde, señor. No escribió su libro hasta después de cien años más. Causó un jaleo enorme...
—¿Uno a destiempo, sospecho? —dijo Ridcully alegremente, untando la tostada en el huevo.
—Jajaja, señor, sí. Pero aun así fue demasiado tarde. La humanidad estaba en camino a la extinción.
Ridcully levantó Teología y la giró en sus manos, manchándola con mantequilla.
—Parece bastante inocente —dijo—. Dioses haciendo que todo ocurra... bien, eso es sentido común. —Alzó una mano—. ¡Lo sé, lo sé! Esto es Mundobola, lo sé. Pero donde hay algo tan complicado como un reloj, sabes, debe haber un relojero.
—Eso dijo el Darwin que escribió el libro Teología, señor, excepto que afirmó que el relojero permanecía como parte del reloj —dijo Ponder.
—¿Aceitándolo, y cosas así? —dijo Ridcully, alegremente.
—Algo así, señor. Metafóricamente.
—¡Ja! —dijo Ridcully—. No me asombra que hubiera jaleo. A los sacerdotes no les gusta ese tipo de cosas. Siempre se retuercen cuando las cosas se ponen místicas.
—Oh, ¿los sacerdotes? Lo adoraban —dijo Ponder.
—¿Qué? ¡Pensé que dijiste que unos intereses adquiridos estaban en su contra!
—Sí, señor. Quise decir los filósofos y los científicos —dijo Ponder Stibbons—. Los tecnománticos. Pero perdieron.



CAPÍTULO 4
Ontología Paley
La metáfora de Paley del reloj, a la que alude Ridcully, todavía permanece poderosa; tan poderosa que Richard Dawkins tituló su réplica neo-Darwiniana de 1986 El Relojero Ciego. Dawkins puso en claro que según su opinión, y de esos biólogos más evolutivos en los últimos cincuenta años, no había ningún relojero para los organismos vivos, en el sentido de Paley: «El argumento de Paley es realizado con apasionada sinceridad y es informado por la mejor erudición biológica de sus días, pero está equivocado, gloriosa y completamente equivocado». Pero, dice Dawkins, si debemos dar un rol al relojero, entonces ese rol debe ser el proceso de selección natural que Darwin expuso. Si es así, el relojero no tiene sentido del propósito: es ciego. Es un título claro pero fácilmente malinterpretado, y abre el camino a réplicas, como el reciente libro de William Dembski, ¿Qué Tan Ciego Está El Relojero? Dembski es un defensor del ‘diseño inteligente’, una reencarnación moderna de Paley con biología actualizada que repite los viejos errores en nuevos contextos.
Si usted encontrara un reloj en un brezal, es probable que su primera no sea que debe haber un relojero, sino un propietario del reloj. Podría incluso desear devolverle la propiedad al propietario, o mira a su alrededor para asegurarse de que no está en ningún lugar cercano antes de quedárselo. Paley nos dice que si encontramos, por decir, una araña en el sendero, entonces estamos inclinados a deducir la existencia de un hacedor de la araña. Pero no encuentra semejante inclinación a deducir la existencia de un propietario de araña. ¿Por qué es enfatizado un rol social humano, pero el otro sofocado?
Además, sabemos para qué sirve un reloj, y esto influye en nuestro pensamiento. Suponga, en cambio, que nuestro paseante por el brezal en el siglo XIX se encontró con un teléfono móvil, dejado por allí por algún viajero en el tiempo descuidado. Probablemente todavía inferiría ‘diseño’ de su forma intrincada... pero ¿propósito? ¿Qué propósito concebible tendría un teléfono móvil en el siglo XIX, sin una red de torres de transmisión? No hay manera de mirar un teléfono móvil e inferir algún propósito evidente. Si su batería se ha descargado, no hace nada. Y si lo que encuentra sobre el sendero es un chip de computadora —por ejemplo del motor de un automóvil— entonces incluso el elemento de diseño sería no-detectable, y el chip bien podría ser descartado como alguna roca cristalina oscura. El análisis químico confirmaría el diagnóstico mostrando que es principalmente silicio. Por supuesto, sabemos que estas cosas sí tienen un diseñador; pero en ausencia de cualquier propósito claro, el paseante en el brezal de Paley no tendría derecho a hacer tal inferencia.
En pocas palabras, la lógica de Paley está fuertemente parcializada por lo que un humano sabe sobre un reloj y su fabricante. Y su analogía se viene abajo cuando consideramos las otras características de los relojes. Si ni siquiera funciona para los relojes, que nosotros comprendemos, no hay razón para que sea aplicable a los organismos, que no comprendemos.

Es también algo injusto con las piedras.
Algunas de las rocas más viejas del mundo se encuentran en Groenlandia, en una banda de 25 millas de largo conocida como el cinturón supracortal de Isua. Son las rocas más viejas conocidas entre las que han sido colocados sobre la tierra, en vez de surgir del manto inferior. Tienen 3,8 mil millones de años, a menos que no podamos hacer inferencias confiables de las observaciones, y en tal caso las evidencias de un diseño cósmico tienen que ser desechadas junto con las de las rocas. Conocemos su edad porque contienen diminutos cristales de circón. Los mencionamos aquí porque muestran que la falta de interés de Paley en las ‘piedras’, y su casual aceptación de que podrían haber ‘estado allí desde siempre’, es injustificada. La estructura de una piedra no es tan simple como Paley supuso. A decir verdad, puede ser tan intrincada como un organismo, aunque no tan obviamente ‘organizada’. Cada piedra tiene una historia para contar.
Los circones son un buen ejemplo.
El circonio es el elemento 40 en la tabla periódica, y el circón es el sulfato de circonio. Aparece en muchas rocas, pero generalmente en cantidades tan diminutas que su presencia es ignorada. Es extremadamente duro —no tan duro como el diamante, pero más que el más duro de los aceros. Los joyeros lo usan a veces como un sustituto del diamante.
Los circones, entonces, se encuentran en la mayoría de las rocas, pero en este caso la roca importante es el granito. El granito es una roca ígnea, que brota de las capas fundidas debajo de la corteza terrestre, abriéndose paso a través de la roca sedimentaria que ha sido depositada por el viento o el agua. Los circones se forman en el granito que solidifica a unas 12 millas abajo (20 km) dentro de la Tierra. Los cristales son realmente diminutos: una diezmilésima de pulgada (2 micrones) es lo típico.
Durante las últimas décadas hemos sabido que nuestro planeta aparentemente estable es altamente dinámico, con continentes que se mueven sobre la superficie, acarreados por gigantescas ‘capas tectónicas’ que tienen 60 millas (100 km) de espesor y que flotan sobre el manto líquido. A veces incluso chocan entre sí. Se mueven menos de una pulgada (unos 2 cm) por año, promedio, y a escala temporal geológica eso es rápido.
El noroeste de Escocia fue una vez parte de Norte América, cuando la placa norteamericana chocó contra la placa eurasiática; cuando después las placas se apartaron, un trozo de América fue abandonado, constituyendo el Cinturón del Moine (Escocia). Cuando las placas chocan, incluso se deslizan unas sobre otras, y con frecuencia forman montañas. Las montañas más altas sobre la Tierra hoy, los Himalayas, se formaron cuando India chocó con la masa terrestre asiática. Todavía están creciendo hoy más de media pulgada (1,3 cm) por año, aunque a menudo erosionan más rápido, y la India todavía se mueve hacia el norte.
De todos modos, el granito profundo dentro de la Tierra puede ser elevado por la colisión de placas continentales, para aparecer en la superficie como parte de una cordillera. Siendo una roca dura, sobrevive cuando las rocas sedimentarias más blandas que lo rodean se desgastan. Pero eventualmente, incluso el granito se desgasta, de modo que la montaña erosiona. Los cristales de circón son aun más duros de modo que sobreviven al desgaste; se separan del granito, para ser arrastrados hasta la costa por arroyos y ríos, depositados sobre la orilla arenosa, e incorporados en la siguiente capa de roca sedimentaria.
Además de ser muy duro, el circón es químicamente muy estable, y resiste la mayoría de los cambios químicos. De modo que, a medida que el sedimento aumenta y el cristal de circón es enterrado bajo crecientes cantidades de roca incipiente, el cristal es relativamente inmune al calor y la presión crecientes. Incluso cuando la roca es calentada por el calor profundo, volviéndose metamórfica —cambiando su estructura química— el cristal de circón sobrevive. Su única concesión al ambiente extremo a su alrededor es que eventualmente desarrolla una nueva capa, como una cáscara, sobre su superficie. Este ‘borde’, como es llamado, es más o menos de la misma edad de la roca circundante; el núcleo interior es mucho más viejo.
Ahora el proceso se puede repetir. El núcleo del circón, con su nuevo borde, puede ser elevado con las rocas circundantes para formar una nueva cordillera. Cuando esas montañas se desgastan, el circón puede regresar a las profundidades, para adquirir un segundo borde. Entonces un tercero, un cuarto... Exactamente como los anillos del árbol muestran su crecimiento, los ‘bordes del circón’ reflejan una secuencia de formación de montaña y erosión. La diferencia principal es que cada anillo de un árbol corresponde a un período anual, mientras que los bordes del diminuto circón corresponden a ciclos geológicos que duran típicamente cientos de millones de años. Pero, así como el ancho de los anillos de un árbol nos dicen algo sobre el clima en los años que están representados, así los bordes de un circón nos dicen algo sobre las condiciones que existieron durante un ciclo geológico determinado.
Por una de esas pulcras coincidencias que Paley interpretaría como la Mano de Dios pero que en la actualidad reconocemos como una consecuencia inevitable de la absoluta riqueza del universo (sí, vemos que esas afirmaciones podrían ser lo mismo), el átomo de circonio tiene la misma carga eléctrica, y es casi del mismo tamaño, que un átomo de uranio. De modo que las impurezas del uranio pueden fácilmente escabullirse en ese cristal de circón. Esto es bueno para la ciencia, porque el uranio es radioactivo. Con el tiempo, se descompone en plomo. Si medimos la relación del uranio en plomo entonces podemos calcular el tiempo que ha transcurrido desde que una determinada parte del cristal de circón fue depositada. Ahora tenemos una poderosa herramienta de observación, un cronómetro geológico. Y también tenemos un simple pronóstico que nos da la confianza en la hipótesis de que el cristal de circón se forma en etapas sucesivas. Concretamente, el centro debería ser la parte más vieja del cristal, y los bordes sucesivos deberían ser por lo tanto más jóvenes, en etapas distintas.
Un cristal típico podría tener, por decir, cuatro capas. El centro podría datar 3,7 mil millones de años, el siguiente 3,6, el tercero 2,6, y el último 2,3 mil millones de años. De modo que aquí, en una simple ‘piedra’, tenemos evidencias de ciclos geológicos que duran entre 100 millones y mil millones años. El orden de las edades coincide con el orden en que el cristal debe haber sido depositado. Si el panorama general previsto por los geólogos estuviera equivocado, entonces se necesitaría un único grano de arena para refutarlo. Por supuesto eso no confirma los enormes ciclos geológicos: ésos se deducen de otras pruebas. La ciencia es un crucigrama.
Los circones pueden enseñarnos más. Se piensa que la relación de dos isótopos de carbono, carbono-12 y carbono-13, puede distinguir los orígenes orgánicos del carbono de los inorgánicos. Hay carbono en la formación de Isua, y la relación allí sugiere que la vida podría haber existido hace 3,8 mil millones de años, sorprendentemente poco después de que la superficie terrestre se solidificó. Pero esta conclusión es polémica, y muchos científicos no están convencidos de que las otras explicaciones puedan ser excluidas.
De todos modos, para los circones Isua sabemos que no es una opción haber ‘estado allí desde siempre’. Las piedras son mucho más interesantes que lo que podrían parecer, y cualquiera que sepa cómo leer las rocas puede deducir muchas cosas sobre su historia. Paley creyó que podía deducir la existencia de Dios en la complejidad de un ojo. No podemos obtener Dios desde un circón, pero podemos obtener inmensos ciclos geológicos de formación de montañas y erosión... y sólo posiblemente, evidencias de vida extremadamente antigua.
Nunca subestime a la humilde piedra. Podría ser un reloj disfrazado.

La posición de Paley es que usted obtiene lo que ve. La apariencia es la realidad. Su título Teología Natural lo dice, y su subtítulo apenas podría ser más directo. Los organismos parecen diseñados porque son diseñados: por Dios; parecen tener un propósito porque tienen un propósito: el de Dios. Dondequiera que Paley mirara, veía rastros de los trabajos manuales de Dios; todo a su alrededor era evidencia del Creador.
Esa clase de ‘evidencias’ existe en tal abundancia que no hay dificultad para acumular ejemplos. El ejemplo central de Paley fue el ojo. Observó su semejanza con un telescopio, y dedujo que ya que un telescopio estaba diseñado, también debía estarlo un ojo. La cámara no existía en sus días, pero si hubiera existido, habría encontrado semejanzas aun más cercanas. El ojo, como un telescopio o una cámara, tiene una lente para poner la luz entrante en foco nítido, formando una imagen. El ojo tiene una retina para recibir esa imagen, exactamente como un telescopio tiene un observador, o una pantalla sobre la que la imagen es proyectada.
La lente del ojo es inútil sin la retina; la retina es inútil sin la lente. No se puede armar un ojo poco a poco —se necesita todo, al mismo tiempo, o no podrá funcionar. Posteriores partidarios de las explicaciones deístas de la vida convirtieron los sutiles argumentos de Paley en un lema simplista: ‘¿Qué utilidad tiene medio ojo?’
Una razón para dudar de la explicación de ‘diseño’ de Paley es que en la ciencia muy raramente se obtiene lo que se ve. La Naturaleza está lejos de ser obvia. Puede parecer que las olas sobre el océano están viajando, pero el agua principalmente da vueltas en diminutos círculos. (Si no lo hiciera, la tierra quedaría anegada rápidamente.) Puede parecer que el Sol gira alrededor de la Tierra, pero en realidad es todo lo contrario. Las montañas, aparentemente sólidas y estables, crecen y caen a escalas temporales geológicas. Los continentes se mueven. Las estrellas explotan. De modo que la explicación ‘parece diseñado porque es diseñado’ es demasiado trillada, demasiado obvia, demasiado poco profunda. Eso no prueba que esté equivocada, pero nos da qué pensar.
Darwin era uno de un selecto grupo de personas que se dieron cuenta de que podría haber una alternativa. En lugar de algún diseñador cósmico creando la impresionante organización de organismos, esa organización podría ser una cuestión espontánea. O, con más exactitud, como una inevitable consecuencia de la naturaleza física de la vida, y las interacciones con su ambiente. Las criaturas vivas, sugería Darwin, no son el producto del diseño, sino de lo que ahora llamamos ‘evolución’ —un proceso del cambio lento, incremental, casi imperceptible de una generación a la siguiente, pero capaz de acumularse durante períodos extensivos de tiempo. La evolución es una consecuencia de tres cosas. Una es la habilidad de las criaturas vivas de pasar algunos de sus atributos a sus hijos. La segunda es la naturaleza ligeramente descuidada de esa habilidad: lo que pasan es rara vez una copia precisa, aunque habitualmente está cerca. La tercera es la ‘selección natural’ —las criaturas que son mejores para sobrevivir son las que logran reproducirse, y pasar sus atributos de supervivencia.
La selección natural es lenta.
Como un talentoso estudiante de geología —geología de campo al estilo victoriano, donde recorre el paisaje tratando de averiguar qué rocas están bajo sus pies, o a medio camino colina arriba de la siguiente montaña, y cómo llegaron allí—, Darwin era bien consciente de la absoluta profundidad abisal del tiempo geológico. El registro de las rocas ofrecía pruebas convincentes de que la Tierra debía ser muy, pero muy vieja efectivamente: decenas o cientos de millones de años, tal vez más. La actual cifra de 4,5 mil millones de años es aun mayor que la que los geólogos victorianos se atrevieron a imaginar, pero probablemente no los habría sorprendido.
Incluso unos pocos millones de años es un tiempo muy largo. Los pequeños cambios se pueden convertir en unos enormes después de tal período de tiempo. Imagine una especie de gusano de cuatro pulgadas (10 cm) de largo, cuya longitud se incremente una milésima todos los años, de modo que ni siquiera las mediciones muy exactas detectarían algún cambio anualmente. En cien millones de años, los descendientes de ese gusano tendrían 30 pies (10 m) de largo. De anélido a anaconda. El gusano vivo más largo hoy a veces llega a la longitud de 150 pies (50 m), pero es un gusano marino: Lineus longissimus, que viven en el Mar del Norte y puede ser encontrado bajo las rocas con la marea baja. Las lombrices de tierra son mucho más cortas, pero los gusanos Megascolecid de Australia pueden crecer hasta una longitud de 10 pies (3 m), que todavía es impresionante.
No estamos sugiriendo que la evolución ocurre con ese nivel de sencillez o regularidad, pero no hay ninguna duda de que el tiempo geológico permite que ocurran inmensos cambios en etapas imperceptibles. De hecho, la mayoría de los cambios evolutivos son mucho más rápidos. Las observaciones de los ‘pinzones de Darwin’, 13 especies de ave que habitan las Islas Galápagos, revelan cambios mensurables de un año al otro —por ejemplo, en el tamaño promedio de los picos de las aves.
Si queremos explicar el rico despliegue de vida sobre la Tierra, no es suficiente con observar que las criaturas vivas pueden cambiar a medida que pasan las generaciones. También debe haber algo que impulsa esos cambios en una dirección ‘creativa’. La única fuerza movilizadora que Paley podía imaginar era Dios, diseñándolos con deliberación e inteligencia, y desde el principio. Darwin era más agudamente consciente de que los organismos pueden cambiar y lo hacen desde cada generación hacia la siguiente. Tanto el registro de fósiles como su experiencia con la reproducción de nuevas variedades de plantas y animales domésticos ponían ese hecho en claro. Pero la reproducción es también una decisión impuesta desde afuera, por el criador, de modo que si cabe, los animales domésticos parecen una evidencia a favor de Paley.
Por otro lado, ningún agente humano jamás crió dinosaurios. ¿Implica eso que el agente era Dios... o los dinosaurios engendraron de algún modo en nuevas formas? Darwin se dio cuenta de que hay otra clase de ‘decisiones’, no impuestas por la voluntad inteligente sino por la circunstancia y el contexto. Ésta es la ‘selección natural’. En la vasta y continuada competencia por comida, espacio vital, y oportunidad de reproducirse, la naturaleza preferirá automáticamente a los ganadores sobre los perdedores. La competencia introduce un tipo de trinquete, que se mueve principalmente en una dirección: hacia lo que funciona mejor. De modo que no debería sorprendernos que los diminutos cambios incrementales de una generación hacia la siguiente posea alguna clase de ‘dirección’ en conjunto, o dinámica, con cambios que se acumulan de manera coherente a través de los eones para producir algo completamente diferente.
Esta clase de descripción es fácilmente malinterpretada como una especie de tendencia incorporada hacia el ‘progreso’ —siempre hacia adelante, siempre hacia arriba. Es aun más complejo. Muchos victorianos se dieron cuenta de que el propósito de la evolución era el surgimiento de la humanidad. Somos la forma más alta de la creación, estamos en la cima del árbol evolutivo. Con nosotros, la evolución ha llegado; ahora se detendrá, habiendo logrado su objetivo final.
Basura. ‘Funciona mejor’ no es una afirmación absoluta. Se aplica en un contexto que está cambiando en sí mismo. Lo que funciona mejor hoy puede no hacerlo en un millón de años —o incluso mañana. Tal vez por un rato, el pico de un ave ‘funcionará mejor’ si es más grande y más fuerte. Si esto es cierto, así es cómo cambiará. No porque las aves sepan qué clase de pico resultará mejor, sino porque esa clase de pico que funciona mejor es la que sobrevive más eficazmente y es por lo tanto más posiblemente heredada por generaciones exitosas. Pero los resultados de la competencia pueden cambiar las reglas del juego, de modo que más tarde, los picos grandes pueden convertirse en una desventaja; por ejemplo la comida apropiada podría desaparecer. De modo que ahora ganarán los picos más pequeños.
En pocas palabras, la dinámica de la evolución no es recetada de antemano: es ‘emergente’. Crea su propio contexto, y reacciona ante ese contexto, mientras avanza. De modo que en cualquier momento determinado esperamos encontrar alguna direccionalidad sensata en el cambio evolutivo, coherente durante muchas generaciones, pero a menudo el mismo universo sólo descubre cuál es esa dirección explorando qué es posible y descubriendo lo que funciona. A una escala temporal más larga, la dirección misma puede cambiar. Es como un río que fluye a través de un terreno erosionando: en un momento determinado hay una clara dirección de la corriente, pero a la larga el paso del río puede cambiar lentamente su propio curso.
Es también importante apreciar que los organismos individuales no compiten aisladamente, o contra un ambiente fijo. Ocurren miles de millones de competencias todo el tiempo, y su resultado puede ser afectado por los resultados de las otras competencias. No son como las Olimpíadas, donde los lanzadores de jabalina esperan con cortesía a que pasen los corredores del maratón. Es más como una versión de las Olimpíadas donde los lanzadores de jabalinas tratan de clavar tantos maratonistas como pueden, mientras los corredores de obstáculos están tratando de robarles sus jabalinas para convertir cada obstáculo en un salto de pértiga en miniatura, y el objetivo principal de los maratonistas es beber el salto de agua antes de que los corredores de obstáculos lleguen a ella y se la beban primero. Éstas son las Evolimpíadas, donde todo ocurre al mismo tiempo.
Las competencias evolutivas, y sus resultados, también dependen del contexto. El clima, en particular, juega un gran rol. En las Galápagos, la selección del tamaño de pico en los pinzones de Darwin depende de cuántas aves tienen qué tamaño de pico, y de qué clase de comida —semillas, insectos, cactus— está disponible y en qué cantidad. La cantidad y tipo de comida depende de qué plantas e insectos están compitiendo mejor en la batalla por sobrevivir —en gran parte por no ser comidos por los pinzones— y qué variedad. Y todo esto es jugado contra un fondo de variaciones climáticas: veranos húmedos o secos, inviernos húmedos o secos. Las observaciones publicadas en 2002 por Peter y Rosemary Grant muestran que la principal característica imprevisible de la evolución del pinzón en las Galápagos es el clima. Si pudiéramos pronosticar el clima con exactitud, podríamos pronosticar cómo evolucionarían los pinzones. Pero no podemos pronosticar el clima lo bastante bien, y hay razones para pensar que nunca será posible.
Eso no impide que la evolución sea ‘predictiva’, por lo tanto una ciencia, no más que lo que impide a la meteorología ser una ciencia. Pero las predicciones evolutivas dependen del comportamiento del clima. Predicen qué ocurrirá en qué circunstancias, no cuándo ocurrirá.
Darwin casi sin dudas leyó el trabajo de Paley cuando joven, y en su vida posterior bien puede haberlo usado como una piedra de toque para sus propias y más radicales opiniones, y mucho más indirectas. Paley expresó sucintamente muchas de las objeciones más efectivas a las ideas de Darwin, mucho antes de que Darwin llegara a ellas. La honestidad intelectual exigió a Darwin encontrar respuestas convincentes para Paley. Tales respuestas están dispersas en todo el épico tratado de Darwin, El Origen de las Especies, aunque el nombre de Paley no aparece.
En particular, Darwin encontró necesario enfrentar la espinosa cuestión del ojo. Su respuesta fue que aunque el ojo humano parece ser un mecanismo perfeccionado, con muchas partes interdependientes, hay abundancia de ‘ojos’ diferentes en el reino animal, y muchos de ésos son relativamente rudimentarios. Incluso pueden estar organizados en una aproximada progresión desde manchas sensibles a la luz hasta cámaras de agujero de alfiler y hasta lentes complejas (aunque esta organización no debe ser interpretada como una real secuencia evolutiva). En lugar de medio ojo, encontramos un ojo que es la mitad de eficaz para detectar la luz. Y esto es mucho, mucho mejor que no tener un ojo en absoluto.
El enfoque de Darwin para el ojo es complementado por algunos experimentos de computadora publicados por Daniel Nilsson y Suzanne Pelger en 1994. Estudiaron un simple modelo de la evolución de un parche de células sensibles a la luz, cuya geometría podía cambiar ligeramente en cada ‘generación’, y que fue dotada con la capacidad de desarrollar accesorios tales como una lente. En sus simulaciones, unas simples 100.000 generaciones fueron suficientes para transformar un parche sensible a la luz en algo que se aproximaba a un ojo humano, incluyendo una lente cuyo índice refractivo variaba de lugar a lugar, para mejorar su enfoque. El ojo humano posee exactamente esa lente. Además, y crucialmente, en cada uno de esos 100.000 pasos, la habilidad del ojo para sentir la luz mejoró.
Esta simulación fue recientemente criticada sobre la base de que saca lo que pone. Para empezar, no explica cómo pueden aparecer esas células sensibles a la luz, o cómo puede cambiar la geometría del ojo. Y usa una medida algo simplista del rendimiento del ojo. Éstas serían críticas importantes si estaban usando el modelo para alguna clase de prueba de que los ojos deben evolucionar, y como una descripción exacta de cómo lo hicieron. Sin embargo, nunca fue el propósito de la simulación. Tenía dos objetivos principales. Uno era mostrar que en el contexto simplificado del modelo, la evolución obligada por la selección natural podía hacer mejoras incrementales y llegar a algo semejante un verdadero ojo. No se quedaría atascado en el camino con alguna versión sin salida del ojo que sólo podría ser mejorado descartándolo y empezando de nuevo. El segundo objetivo era calcular el tiempo requerido para que tal proceso tuviera lugar (mire el título del trabajo), sobre la suposición de que los ingredientes necesarios estaban disponibles.
Algunas de las suposiciones del modelo son fácilmente justificadas, como ocurre. La luz transmite energía y la energía afecta los lazos químicos, de modo que no es sorprendente que muchos químicos respondan a la luz. La evolución tiene una inmensa gama de moléculas a las que recurrir —proteínas especificadas por las secuencias de ADN en los genes. Las posibilidades combinatorias aquí son realmente inmensas: el universo no es lo bastante grande, y no ha durado bastante tiempo, para hacer una molécula de cada proteína posible tan compleja como, por decir, la hemoglobina, el transportador de oxígeno en la sangre. Sería completamente asombroso si la evolución no pudiera producir por lo menos un pigmento sensible a la luz, e incorporarlo a una célula.
Incluso hay algunas ideas de cómo podría haber ocurrido. En Debatiendo el Diseño, Bruce Weber y David Depew señalan que se pueden encontrar unos sistemas de enzimas sensibles a la luz en bacterias, y que estos sistemas probablemente sean muy antiguos. Las bacterias no los usan para la visión, sino como parte de sus procesos metabólicos (ganancia de energía). Las proteínas en la lente humana son muy similares a las enzimas metabólicas encontradas en el hígado. De modo que las proteínas que forman el ojo no comenzaron como componentes de un sistema cuyo propósito era la visión. Surgieron en otro lugar y tenían ‘funciones’ muy diferentes. Su forma y función fueron entonces selectivamente modificadas cuando su rudimentario poder de sentir la luz resultó en ofrecer una ventaja evolutiva.
Aunque ahora conocemos bastante de la genética del ojo humano, ningún biólogo afirma saber exactamente cómo evolucionó. El registro fósil es pobre, y los ojos humanoides no se fosilizan (aunque los ojos del trilobites sí). Pero los biólogos pueden ofrecer simples razones de por qué y cómo pudo haber evolucionado el ojo, y son suficientes para demoler afirmaciones de que su evolución es imposible en principio porque los componentes del ojo son interdependientes, y si se quita alguno de ellos el ojo funciona mal. El ojo no desarrolló un componente a la vez. Su estructura se desarrolló en paralelo.

Los instigadores de los más recientes resurgimientos de la doctrina de Paley, aunque en tonos menos abiertamente deístas, han tomado el mensaje del ojo como un caso específico... pero parecen haber olvidado sus aspectos más genéricos. La discusión del ojo de Darwin, y el experimento de computadora Nilsson-Pelger, no se limitan a los ojos. Aquí hay un mensaje más profundo. Cuando enfrente un ‘mecanismo’ vivo complejo, no suponga que la única manera en que puede evolucionar es componente por componente, parte por parte. Cuando ve un reloj, no piense en enganchar muelles y añadir ruedas dentadas de alguna caja estándar de piezas de repuesto. Piense más en el ‘reloj blando’ de Salvador Dalí que puede fluir y distorsionarse, deformarse, dividirse, y reunirse. Piense de un reloj cuyas ruedas dentadas pueden cambiar de forma, crecer nuevos dientes, y cuyos ejes y soportes evolucionan al mismo tiempo que los dientes de modo que en cada etapa toda la cosa encaja bien. Piense en un reloj que puede haber comenzado como un clip de papel, y a lo largo del camino se volvió un palo de pogo. No piense en un reloj que tiene y siempre tuvo un único propósito, que era decir la hora. Piense en un reloj que una vez sostuvo hojas de papel, y que también pudo ser enderezado para formar un mondadientes, y que más tarde resultó ser grandioso para rebotar, y que empezó a ser usado para medir el tiempo sólo cuando alguien notó que sus movimientos rítmicos podían registrar los segundos que pasaban.
Sí, los defensores del diseño inteligente comprenden el ojo... pero sólo como un ejemplo, no como la base de un principio general. «Oh, sí, sabemos todo sobre el ojo», dicen (nosotros parafraseamos). «No vamos a preguntar qué utilidad tiene medio ojo. Es una tontería ingenua.» De modo que en cambio, preguntan qué utilidad tiene medio flagelo bacterial, y en consecuencia repiten el error idéntico en un contexto diferente.
Debemos este ejemplo a Michael Behe, un bioquímico que quedó desconcertado por la complejidad del flagelo bacterial. Son las ‘colas’ que las bacterias usan para moverse, diminutas ‘hélices’ como las propelas de los barcos, impulsadas por un motor molecular giratorio. Para hacer tal motor se necesitan aproximadamente cuarenta proteínas, y si pierde alguna de ellas, no funciona. En La Caja Negra de Darwin, 1996, Behe afirmó que la única manera posible de hacer un flagelo era codificar toda la estructura, con anticipación, en el ADN bacterial. Este código no podía haberse desarrollado a partir de algo más simple, porque el flagelo era ‘irreductiblemente complejo’.

Se dice que un órgano o sistema bioquímico es irreductiblemente complejo si al retirar alguna de sus partes falla. Behe dedujo que ningún sistema irreductiblemente complejo podía evolucionar. El ejemplo del flagelo bacterial se convirtió rápidamente en piedra angular del movimiento de diseño inteligente, y el principio de la complejidad irreducible de Behe fue promovido como una barrera ineludible a la evolución de las estructuras y funciones complejas.
Hay varios libros excelentes que debaten el diseño inteligente: ya hemos mencionado dos en una nota al pie de página. Es justo decir que los anti están ganando el debate sin esfuerzo —incluso en libros editados por los pro, como Debatiendo el Diseño. Quizás el mayor problema para los pro es que el concepto fundamental de la ‘complejidad irreducible’ de Behe tiene defectos fatales. Con su definición, la deducción de que un sistema irreductiblemente complejo no puede evolucionar es válida sólo si la evolución consiste siempre en añadir nuevas partes. Si ése fuera el caso, entonces la lógica es clara. Suponga que tenemos un sistema irreductiblemente complejo, y suponga que hay una ruta evolutiva que conduce hacia él. Enfóquese sobre el paso final, donde es añadida la última parte. Entonces sea lo que sea que había antes debe haber sido un fracaso, de modo que no podía haber existido. Esto es absurdo: fin de la historia.
Sin embargo, la evolución no necesita simplemente añadir componentes identificables, como un obrero que monta una máquina. También puede quitarlos —como un constructor que usa un andamio y que luego lo quita una vez hecho su trabajo. O la estructura entera puede desarrollarse en paralelo. Cualquier posibilidad permite que un sistema irreductiblemente complejo evolucione, porque el próximo al último paso ya no tiene que empezar desde un sistema que carece de esa pieza final y esencial. En cambio, puede empezar desde un sistema con una pieza adicional, y quitarla. O añadir dos piezas esenciales simultáneamente. Nada en la definición de Behe de la complejidad irreducible prohíbe cualquiera de estas acciones.
Además, ‘falla’ es un concepto resbaladizo: un reloj que carece de manecillas falla al decir la hora, pero todavía puede usarlo para detonar una bomba de tiempo, o colgarlo de un cordel para hacer una plomada. Los órganos y los sistemas bioquímicos a menudo cambian de funciones mientras evolucionan, como acabamos de ver en el contexto del ojo. Ninguna definición satisfactoria de ‘complejidad irreducible’ —una que realmente constituya una barrera a la evolución— ha sido sugerida aun.
De acuerdo con Kenneth Miller en Debatiendo el Diseño: La grandiosa ironía de que el flagelo crezca en aceptación como un icono del movimiento antievolucionista es el hecho de que la investigación había demolido su estatus como un ejemplo de complejidad irreducible casi desde el mismo momento en que fue declarado. Si se quitan partes del flagelo no causa que éste ‘falle’. La base del motor bacterial es notablemente similar a un sistema que las bacterias usan para atacar a otras bacterias, el ‘sistema de secreción tipo III’. De modo que aquí tenemos la base de una ruta evolutiva completamente sensata y plausible al flagelo, en el cual se agregaron componentes proteicos. Cuando los retira otra vez, no tiene un flagelo activo... pero tiene un sistema de secreción que funciona. El método bacterial de propulsión bien puede haberse desarrollado a partir de un mecanismo de ataque.
A su favor, los defensores del diseño inteligente están alentando esta clase de debate, pero todavía no han reconocido la derrota, aunque su programa entero descansa en fundamentos temblorosos y está desplomándose en ruinas. Los creacionistas, desesperados por coger cualquier paja de respetabilidad científica para su programa político de instalar la religión en el sistema de escuelas públicas estadounidenses, todavía no han notado que lo que actualmente están tomando como soporte científico está rompiendo las costuras. La misma teoría del diseño inteligente no es abiertamente deísta —efectivamente sus defensores tratan con todas sus fuerzas no sacar conclusiones religiosas. Quieren que los argumentos científicos sean considerados como ciencia. Por supuesto, eso no va a ocurrir, porque las implicancias deístas son demasiado obvias —incluso para los ateos.
Hay algunas cosas que la evolución no explica —lo cual alegrará el corazón de cualquiera que sienta que, a pesar de Darwin, hay algunos asuntos que ciencia no puede abordar.
Es perfectamente posible estar de acuerdo con Darwin y sus sucesores que la Tierra tiene 4,5 mil millones de años, y que la vida ha evolucionado, por procesos puramente físicos y químicos, desde orígenes inorgánicos —y sin embargo todavía se encuentra un lugar para una deidad. Sí, en un universo rico y complejo, todas estas cosas pueden ocurrir sin intervención divina. Pero... ¿cómo empezó a existir ese universo rico y complejo?
Aquí, la cosmología actual ofrece descripciones del cómo (Big Bang, varias alternativas recientes) y del cuándo (hace aproximadamente 13 mil millones de años), pero no del por qué. La teoría de cordel, una reciente innovación en las fronteras de la física, hace un interesante intento en el ‘por qué’. Sin embargo, deja una parte aun más grande de ‘por qué’ sin respuesta: ¿por qué teoría de cordel? La ciencia desarrolla las consecuencias de las reglas físicas ("leyes"), pero no explica por qué esas reglas son aplicables, o cómo llegó a existir tal configuración.
Éstos son hondos misterios. Por el momento, y probablemente para siempre, no son asequibles al método científico. Aquí las religiones hacen su negocio, brindando las respuestas a los acertijos acerca de los cuales la ciencia prefiere quedarse muda.
Si usted quiere respuestas, están disponibles.
Una buena cantidad de diferentes respuestas, a decir verdad. Elija la que le haga sentir más cómodo.
Sentirse cómodo, sin embargo, no es un criterio reconocido por la ciencia. Puede hacernos sentir tibios y cobijados, pero el desarrollo histórico de los conocimientos científicos muestra que, una y otra vez, tibios y cobijados es sólo una manera cortés de decir ‘equivocados’.
Los sistemas de fe dependen de la fe, no de las pruebas. Proveen respuestas —pero no suministran ningún proceso racional para evaluar esas respuestas. De modo que aunque hay preguntas a responder más allá de la capacidad de la ciencia, es principalmente porque la ciencia se establece altos estándares para las evidencias, y sujeta su lengua cuando no hay ninguna. La supuesta superioridad de los sistemas de fe comparados con la ciencia, cuando se trata de estos hondos misterios, no proviene de un fracaso de la ciencia, sino de la buena disposición de los sistemas de fe para aceptar la autoridad sin cuestionar.
De modo que una persona religiosa puede sentirse cómoda porque sus creencias le suministran respuestas a las profundas cuestiones de la existencia humana, que están más allá de los poderes de la ciencia, y el ateo puede sentirse cómodo porque no hay absolutamente ninguna razón para esperar que esas respuestas sean correctas. Pero tampoco hay alguna manera de demostrar que están equivocados, entonces ¿por qué no simplemente coexistimos en paz, nos mantenemos fuera del campo de los otros, y seguimos con nuestras propias cosas cada cual? Lo cual es fácil de decir pero más difícil de hacer, especialmente cuando algunas personas se niegan a permanecer en su propio campo, y usan medios políticos, o la violencia, para promocionar sus ideas, cuando el debate racional los demolió hace tiempo.
Algunos aspectos de algunos sistemas de creencias son verificables, por supuesto —el Gran Cañón no es evidencia del diluvio de Noé, a menos que Dios esté haciendo una broma a costa de nosotros, que indudablemente sería una cosa muy Mundodisco para hacer. Y si la está haciendo, entonces todas las apuestas terminan, porque Su palabra revelada en [inserte su Libro Sagrado preferido] también puede ser una broma. Otros aspectos no son verificables: los asuntos más profundos se extravían en territorio intelectual donde, al final, usted tiene que conformarse con cualquier explicación que su tipo de mente encuentra convincente, o sólo dejar de hacer esa clase de preguntas.
Pero recuerde: lo que es más interesante sobre sus creencias, para alguien que no las comparte, no es si usted tiene razón... es lo que usted cree que es una ventana hacia el funcionamiento de su mente. ‘Ah, de modo que usted piensa así, ¿verdad?’
Allí es donde conduce el grandioso misterio de la existencia humana, y donde todas las explicaciones son verdaderas —para un valor dado de ‘verdadero’.



CAPÍTULO 5
La Pernera del Tiempo equivocada
El globo de vidrio de Mundobola había sido instalado sobre un pedestal enfrente de Hex para cuando la mayor parte del profesorado superior se levantó y daba vueltas por allí. Estaban siempre un poco como cabos sueltos al terminar el Segundo Desayuno y cuando todavía no era tiempo de los Onces, y esto parecía un entretenimiento.
—Uno se pregunta si es digno de que lo salvemos, realmente —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. Ha tenido enormes eras de hielo antes, ¿verdad? Si los humanos son demasiado estúpidos para partir a tiempo, entonces es seguro que hay otra especie interesante por aquí en medio millón de años o algo así.
—Pero la extinción es tan... más bien... final —dijo el Conferenciante en Runas Recientes.
—Sí, y nosotros creamos su mundo y les ayudamos a volverse inteligentes —dijo el Decano—. No podemos permitir que se congelen. Sería como irnos de vacaciones y no alimentar al hámster.
Un relojero como parte del reloj, pensó Ponder, ajustando el omniscopio más grande de la universidad; no sólo hacer el mundo, sino pellizcarlo todo el tiempo...
Los magos no creían en dioses. No negaban su existencia, por supuesto. Simplemente no creían. No era nada personal; no eran en realidad descorteses sobre eso. Los dioses eran una parte visible del narrativium que hacía que las cosas funcionaran, que le daba su propósito al mundo. Es que sólo estaban mejor si los evitaban.
Mundobola no tenía ningún dios que los magos hubieran podido encontrar. Pero uno que estuviera incorporado... ésa era una idea nueva. Un dios dentro de cada flor y cada piedra... no exactamente un dios que estaba en todas partes, sino un dios que estaba en todas partes.
El último capítulo de Teología de las Especies había sido muy impresionante...
Retrocedió. Hex había estado ocupado toda la mañana. También el Bibliotecario. Ahora mismo estaba quitando el polvo cuidadosamente a los libros e introduciéndolos en la tolva de Hex. Hex había llegado a dominar el secreto de la lectura osmótica, normalmente sólo intentada por estudiantes.
Y el Bibliotecario había localizado una copia correcta de El Origen de las Especies, el libro que Darwin debería haber escrito. Tenía una imagen de Darwin como portada. Con un sombrero puntiagudo habría pasado por mago en cualquier lugar. Si se trataba de eso, podría haber pasado por el Archicanciller.
Ponder esperó hasta que los magos se acomodaron y abrieron sus palomitas de maíz.
—Caballeros —dijo—, espero que todos hayan leído mi análisis...
Los magos lo miraron fijamente.
—Trabajé muy duro en él toda la mañana —dijo Ponder—. Y fue entregado en todas sus oficinas...
Hubo más miradas fijas.
—Tenía una tapa verde... —apuntó Ponder.
Las miradas fijas eran muy intensas ahora. Ponder se rindió.
—¿Quizás debería recordarles los puntos importantes? —dijo.
Las caras se iluminaron.
—Refresca nuestras memorias —dijo el Decano, alegremente.
—Discutí líneas temporales alternativas en el espacio fase —dijo Ponder. Eso fue un error, podía verlo. Sus compañeros magos no eran estúpidos, pero tenías que ser cuidadoso para concebir ideas que encajaran en los agujeros de sus cabezas.
—Dos perneras diferentes en el Pantalón del Tiempo —dijo Ponder—. En el año 1859, por el corriente sistema de contar en uso en esa parte de Mundobola, un libro cambió la manera de pensar sobre el mundo de muchas personas. Sólo que ocurrió que era el libro equivocado...
—Demuéstralo —dijo el Director de Estudios Indefinidos.
—¿Perdone, señor?
—Bien, corrígeme si estoy equivocado, ¿pero supón que Teología de las Especies era el libro correcto? —dijo el Director.
—Silenció el progreso científico, es decir, tecnomántico, durante casi cien años, señor —dijo Ponder, cansadamente—. Retrasó el conocimiento de la humanidad de su lugar en el universo.
—¿Quieres decir que fue construido por unos magos y dejado en un estante en un corredor? —dijo el Director.
—Eso es sólo verdadero desde el exterior, señor —dijo Ponder—. Mi punto es, algo le pasó al Sr. Darwin en algún momento de su vida que hizo que escribiera el libro equivocado. Y estaba equivocado. Sí, habría sido el libro correcto aquí en Mundodisco, señor. Sabemos que hay un Dios de la Evolución.
—Eso es correcto. Un viejo flaco, vive en una isla —dijo Ridcully—. Tipo decente, a su manera. ¿Recuerdan? Estaba rediseñando el elefante cuando estuvimos ahí. Con ruedas, muy inteligente. Muy aficionado a los escarabajos, también, según recuerdo.
—¿De modo que por qué escribiría Darwin este libro de teología en cambio? —insistió el Director de Estudios Indefinidos.
—No lo sé, señor, pero como escribí en la página 4, estoy seguro de que lo recuerda, era el libro equivocado en el tiempo exactamente correcto. Sin embargo, tenía sentido. Había algo en él para todos. Todo lo que los tecnománticos tenían que hacer era dejar un lugar en su ciencia para el dios local, y todo lo que los sacerdotes tenían que ceder eran algunas creencias en las que ninguno de los sensatos creía de todos modos...
—¿Como qué? —dijo el Decano.
—Bien, que el mundo fue creado en una semana y que no era muy viejo —dijo Ponder.
—¡Pero eso es verdad!
—Otra vez, sólo desde el exterior, Decano —dijo Ponder suavemente—. Hasta donde podemos saber, Teología de las Especies polarizó la opinión intelectual de una manera curiosa. De hecho, jaja, la ecuatorizó, podrían decir.
—No creo que lo hagamos —dijo Ridcully—. ¿Qué significa la palabra?
—Ah... er, sobre un globo, el ecuador es una línea imaginaria alrededor del medio —dijo Ponder—. Lo que ocurrió fue que la mayor parte de los tecnománticos y los sacerdotes fueron detrás de las ideas expresadas en el libro de Darwin, porque les daban a todos mucho de lo que querían. Unos pocos de los tecnománticos tenían una fuerte creencia en el dios, y la mayoría de los sacerdotes más brillantes podían ver grandes fallas en el dogma. Juntos, eran una fuerza muy grande e influyente. Los religionistas de línea dura y los tecnománticos inflexibles fueron marginados. Afuera, en el frío. Polarizados, de hecho. —Este prolijo juego de palabras, aunque lo dijo él mismo, ni siquiera logró un gruñido de reconocimiento, de modo que continuó—: No estaban de acuerdo con el grupo unido e indudablemente no estaban de acuerdo entre sí. Y, por lo tanto, el compromiso feliz gobernaba. Durante bastante más de sesenta años.
—Eso es bueno —dijo el Conferenciante en Runas Recientes.
—Er... sí, señor, y entonces otra vez, no —dijo Ponder—. La tecnomancia no funciona bien en esas circunstancias. No puede hacer verdadero progreso por consenso. Ja, conducida por un grupo de ancianos presumidos que son más interesantes en grandes cenas que haciendo preguntas; ésa es una receta para el estancamiento, cualquiera puede verlo.
Los magos asintieron sabiamente.
—Muy verdadero —dijo el Archicanciller Ridcully, achicando los ojos—. Ése era un punto importante que tenías que exponer.
—Gracias, Archicanciller.
—Y ahora tienes que pedir disculpas.
—Lo siento, Archicanciller.
—Bien. De modo que, Sr. Stibbons, qué...
Se escuchó un traqueteo desde la máquina de escribir de Hex. Los brazos arañosos ondularon a través del papel y escribieron:

+++ El Director de Estudios Indefinidos tiene razón +++
Los magos se agruparon alrededor.
—¿Razón en qué? —dijo Ponder.
+++ El Charles Darwin de Teología de las Especies fue durante gran parte de su vida un párroco de la Iglesia de Inglaterra, un subconjunto de la nación británica +++ garabateó la computadora +++ La principal función de los sacerdotes de esa religión en ese tiempo era como mucho promover las artes de la arqueología, historia local, colecciones de mariposas, botánica, paleontología, geología y la fabricación de fuegos artificiales +++
—¿Los sacerdotes hacían eso? —dijo el Decano—. ¿Y qué me dices de rezar y todo eso?
+++ Algunos de ellos también lo hacían, sí, aunque lo consideraban estar presumiendo. El Dios de los ingleses no pedía mucho en el sentido de sacrificio, sólo que las personas actuaran decentemente y que no hicieran ruido. Ser sacerdote en esa iglesia era un trabajo natural para un joven de buena cuna y educación pero sin un talento muy específico. En las zonas rurales tenían mucho tiempo libre. Mis cálculos sugieren que Teología de las Especies era el libro que él estaba destinado a escribir. En todas las historias de espacio fase de tercer nivel, hay sólo una en la que escribe El Origen de las Especies +++
—¿Por qué es eso? —dijo Ponder.
+++ La explicación es compleja +++
—Bien, suéltala —dijo Ridcully—. Aquí somos todos hombres sensatos.
Otro trozo de papel se deslizó de la bandeja de Hex. Decía:
+++ Sí. Ése es el problema. ¿Comprenden que cada posibilidad de elección da a luz un nuevo universo en el que esa elección se manifiesta? +++
—Esto es el Pantalón del Tiempo otra vez, ¿verdad? —dijo Ridcully.
+++ Sí. Excepto que cada pernera del Pantalón del Tiempo se bifurca en muchas otras perneras, y también esas perneras y cada pernera siguiente, hasta que está tan lleno de perneras por todos lados que a menudo pasan a través de otras o se unen otra vez +++
—Creo que estoy perdiendo la huella —dijo Ridcully.
+++ Sí. El idioma no es bueno para esto. Incluso la matemática se pierde. Pero una pequeña historia podría resultar. Les contaré la historia. No será totalmente inexacta +++
—Adelante —dijo Ridcully.
+++ Imaginen un número inimaginablemente grande +++
—De acuerdo. No hay problema allí —dijo Ridcully, después de que los magos consultaran entre sí.
+++ Muy bien +++ escribió Hex. +++ Desde el momento en que el universo Mundobola fue hecho, empezó a dividirse en copias casi idénticas de sí mismo, miles de millones de veces por segundo. Ese número inimaginablemente grande representa todos los posibles universos Mundobola que hay +++
—¿Todos estos universos existen realmente? —dijo el Decano.
+++ Imposible demostrarlo. Supongamos que sí. En todos esos universos hay apenas ninguno en el que exista un hombre llamado Charles Darwin, que hace un viaje oceánico trascendental, y que escribe un libro enormemente influyente sobre la evolución de la vida en el planeta. Sin embargo, ese número es todavía inimaginablemente grande +++
—¿Pero imaginado por una imaginación más pequeña? —dijo Ridcully—. Quiero decir, ¿es la mitad de la cantidad del otro número inimaginable?
+++ No. Es inimaginablemente grande. Pero comparado con el primer número, es inimaginablemente pequeño +++
Los magos lo debatieron en susurros.
—Muy bien —dijo Ridcully, por fin—. Continúa y te seguiremos cuando podamos.
+++ Aún así, no es tan inimaginable como el número de universos en los que el libro era El Origen de las Especies. Esa cantidad es muy extraña y sólo puede ser imaginada en absoluto en circunstancias muy poco habituales +++
—¿Es inimaginablemente más grande? —dijo Ridcully.
+++ Inimaginablemente único. El número uno. Caballeros. Completamente solo. Uno es uno y completamente solo. Uno. Sí. En el espacio fase de tercer nivel hay sólo una historia donde él se sube al bote, termina el viaje, considera las conclusiones y escribe ese libro. Todos los otros Darwin alternativos no existieron, o no se quedaron en el bote, o no sobrevivieron al viaje, o no escribieron ningún libro en absoluto, o escribieron, en muchos casos, Teología de las Especies y entraron en la iglesia +++
—¿Bote? —dijo Ponder—. ¿Qué bote? ¿Qué tienen que ver los botes con esto?
+++ Ya expliqué, en la exitosa línea vital que llega hasta la humanidad abandonando el planeta, el Sr. Darwin hace un viaje importante. Es uno de los diecinueve eventos cruciales en la historia de la especie. Es casi tan importante como Joshua Goddelson dejando su casa por la puerta trasera en 1734 +++
—¿Quién era él? —dijo Ponder—. No recuerdo el nombre.
+++ Un zapatero que vivía en Hamburgo, Alemania +++ escribió Hex. +++ Si ese día hubiera dejado su casa por la puerta principal, la fusión nuclear comercial no habría sido perfeccionada 283 años después +++
—Eso fue importante, ¿verdad? —dijo Ridcully.
+++ Ampliamente. Tecnomancia superior +++
—¿Necesitaba mucho en el sentido de zapatos, entonces? —dijo Ridcully, perplejo.
+++ No. Pero la cadena de causalidades, aunque compleja, es clara +++
—¿Qué tan difícil es subir a este bote? —dijo el Decano.
+++ En el caso de Charles Darwin, muy difícil +++
—¿Adónde iba?
+++ Navegaba desde Inglaterra hasta Inglaterra. Pero había paradas cruciales en el camino. Incluso en esas historias donde se embarcó, no terminó el viaje ni completó El Origen de las Especies, en todos los casos excepto uno +++
—Sólo una versión de la historia, dices —dijo Ponder Stibbons—. ¿Sabes por qué?
+++ Sí. Es una donde ustedes intervienen +++
—Pero no hemos intervenido —dijo Ridcully.
+++ En un primitivo sentido subjetivo ése es el caso. Sin embargo, van a desearlo pronto +++ escribió Hex.
—¿Qué? ¡Y no soy un sujeto primitivo, Sr. Hex!
+++ Lo siento. Es difícil expresar ideas de cinco dimensiones en una lengua desarrollada para gritar desafíos a los monos del árbol cercano +++
Los magos se miraron unos a otros.
—Meter a un hombre en una embarcación no puede ser difícil, ¿verdad? —dijo el Decano.
—¿Es peligrosa la época de Darwin? —dijo Rincewind.
+++ Inevitablemente. El centro del Globo es un infierno, la humanidad está protegida de ser asada viva por nada más que una cáscara de aire y fuerzas magnéticas, y el riesgo de un golpe de asteroide está siempre presente +++
—Creo que Rincewind se refería a cuestiones más inmediatas —dijo Ridcully.
+++ Comprendido. La ciudad principal que deben visitar tiene muchas áreas mugrientas y alcantarillas abiertas. El río que la divide en dos es nocivo. Su destino podía ser considerado una zanja de drenaje de grandes crímenes en un mundo peligroso y sucio +++
—¿Casi como aquí, quiere decir?
+++ La semejanza es notable, sí +++
Los brazos que escribían dejaron de moverse. Unas partes de Hex traquetearon y se sacudieron. Las hormigas cesaron su decidido andar y empezaron a arremolinarse sin rumbo fijo en sus tuberías de vidrio. Hex parecía tener algo en mente.
Entonces, un brazo de escribir untó la pluma en la tinta y escribió, lentamente:
+++ Hay un problema adicional. No está claro para mí por qué Darwin no escribió El Origen en alguna parte de los universos múltiples sin su próxima ayuda +++
—No hemos decidido que iremos... —empezó Ridcully.
+++ Pero ustedes van a haberlo hecho +++
—Bien, probablemente...
+++ A través de todo el espacio fase de este mundo, Charles Darwin hizo muchas cosas. Se convirtió en un relojero experto. Dirigió una fábrica de cerámica. En muchos mundos fue un sacerdote de provincia. En otros, fue geólogo. En otros aún, hizo el importante viaje y como resultado escribió Teología de las Especies. En algunos, empezó a escribir El Origen de las Especies sólo para abandonarlo. Sólo en una línea de vida, El Origen fue publicado. No debería ser posible. Detecto... +++
+++ Detecto... +++
Los magos esperaron cortésmente.
—¿Sí? —dijo Ponder.
La única pluma se movió a través del papel.
+++ MALEVOLENCIA +++



CAPÍTULO 6
Tiempo prestado
Las perneras del Pantalón del Tiempo que siempre se bifurcan son una metáfora (a menos que usted sea un físico cuántico, en cuyo caso representan cierta visión matemática de la realidad) de los muchos senderos que la historia podría haber tomado si los eventos hubieran sido ligeramente diferentes. Más adelante, pensaremos en todas esas perneras, pero por ahora limitaremos nuestra atención a una. Una línea vital. ¿Qué es exactamente el tiempo?
Sabemos qué es en Mundodisco. «Tiempo, dice La Nueva Compañía de Mundodisco, es una de las personificaciones antropomórficas más herméticas del Mundodisco. Se aventura que el tiempo es mujer (no espera a ningún hombre) pero nunca ha sido vista en los mundos mundanos, habiendo partido siempre hacia algún otro lugar justo hace un momento. En su castillo cronofónico, formado por interminables habitaciones de vidrio, a veces, er, se materializa como una alta mujer de pelo oscuro, con un largo vestido rojo y negro.»
Tick.
Incluso Mundodisco tiene problemas con el tiempo. En Mundobola es peor. Había una vez (aquí vamos) cuando espacio y tiempo eran considerados cosas totalmente diferentes. El espacio tenía, o era, una extensión —algo esparcido alrededor y a través del cual uno podía moverse a voluntad. Dentro de lo razonable, tal vez unas 20 millas (30 km) por día en un buen caballo, si los senderos no estaban demasiado embarrados y los salteadores de caminos no eran demasiado molestos.
Tick.
Tiempo, por contraste, se movía por propia voluntad y llevaba al humano con él / ella. El tiempo pasaba, a la velocidad fija de una hora por hora, siempre en dirección hacia el futuro. El pasado ya había ocurrido, el presente estaba ocurriendo ahora mismo —ups, ya se fue— y el futuro todavía tenía que ocurrir, pero caramba, recuerde mis palabras, será cuando esté listo.
Tick.
Usted podía escoger adónde ir en el espacio, pero no podía elegir cuándo en el tiempo. No podía visitar el pasado para averiguar qué había ocurrido realmente, o visitar el futuro para averiguar qué destino le aguardaba; simplemente tenía que esperar y averiguarlo. De modo que el tiempo era totalmente diferente del espacio. El espacio era tridimensional, con tres direcciones independientes: izquierda / derecha, atrás / adelante, arriba / abajo. El tiempo sólo era.
Tick.
Entonces vino Einstein, y el tiempo empezó a mezclarse con el espacio. Las direcciones temporales todavía eran diferentes de las espaciales, de alguna manera, pero uno podía mezclarlas un poco. Uno podía tomar prestado tiempo aquí y devolverlo en algún otro lugar. Aún así, uno no podía salir hacia el futuro y encontrarse a sí mismo atrás, en su propio pasado. Sería viajar en el tiempo, que no jugaba ningún rol en la física.

Lo que la ciencia aborrece, las artes ansían. El viaje en el tiempo puede ser una quimera física, pero es un maravilloso recurso narrativo para los escritores, porque permite que la historia se mueva al pasado, presente o futuro, a voluntad. Por supuesto, no necesita de una máquina del tiempo para hacerlo —una escena retrospectiva es una estratagema literaria habitual. Pero es divertido (y respetuoso con el narrativium) tener alguna clase de lógica que se ajuste a la misma historia. A los escritores victorianos les gustaba usar sueños; un buen ejemplo es Canción de Navidad de Charles Dickens, de 1843, con sus fantasmas de la Navidad pasada, presente, y aun por venir. Hay incluso un subgénero literario de "novelas del tiempo", algunas de ellas realmente muy apasionadas. Las francesas.

El viaje en el tiempo causa problemas si se lo trata como algo más que un simple recurso literario. Cuando está relacionado con la libre voluntad, conduce a paradojas. El supremo estereotipo aquí es la "paradoja del abuelo", que viene del relato de Rene Barjavel, El Viajero Imprudente. Usted vuelve en el tiempo y mata a su abuelo, pero porque su padre no ha nacido, tampoco usted, de modo que no puede volver y matarlo... No está claro por qué es siempre su abuelo (excepto como signo de que es un estereotipo, una forma de bajo nivel de narrativium). Matar a su padre o a su madre tendría las mismas consecuencias paradójicas. Y también podría tenerlas la matanza de una mariposa del Cretáceo, como en El sonido del trueno, cuento de 1952 de Ray Bradbury, donde la muerte accidental de una mariposa a manos de un inconsciente viajero del tiempo empeora la política actual.

Otra célebre paradoja temporal es la del público acumulativo. Ciertos eventos, siendo el más corriente la Crucifixión, están dotados con tanto narrativium que cualquier turista del tiempo que se respete exigirá verlos. La consecuencia inevitable es que cualquiera que visite la Crucifixión encontrará a Cristo rodeado por miles, si no millones, de viajeros del tiempo. Una tercera es la paradoja de las inversiones continuadas. Usted pone dinero en una cuenta bancaria en 1955, lo saca en 2005 con el interés acumulado; entonces vuelve a 1955 y lo deposita otra vez... Tenga cuidado de usar algo como oro, no billetes —los billetes de 2005 no serán válidos en 1955. La novela de Robert Silverberg, Por el Tiempo trata sobre el Servicio Temporal, una fuerza de policía cuyo trabajo es impedir que tales paradojas se les vayan de las manos. Un tema similar ocurre en la novela de Isaac Asimov, El Fin de la Eternidad.
Toda una clase de paradojas surge de los bucles temporales, bucles cerrados de causalidad en los que los eventos sólo comienzan porque alguien viene del futuro a iniciarlos. Por ejemplo, la manera más fácil para que la humanidad de hoy obtenga una máquina del tiempo es que alguien encuentre una, traída por un viajero del tiempo desde el futuro lejano, cuando tales máquinas ya hayan sido inventadas. Él o ella entonces invierte la ingeniería de la máquina para averiguar cómo funciona, y más tarde estos principios constituyen la base para la futura invención de la máquina. Dos historias clásicas de este tipo son, Puerta Del Tiempo[2], de Robert Heinlein, y Todos Ustedes, Los Zombis[3], siendo la segunda digna de mención por un protagonista que se convierte en su propio padre y su propia madre (vía un cambio de sexo). David Gerrold llevó esta idea a extremos en El Hombre Que Se Plegaba.
Los escritores de ciencia ficción se dividen entre las paradojas temporales que siempre se abren prolijamente para producir resultados coherentes, o si es genuinamente posible en su entorno ficticio, cambiar el pasado o el presente. (Nadie se preocupa mucho sobre cambiar el futuro, a decir verdad, presumiblemente porque la ‘libre voluntad’ logra precisamente a eso; todos cambiamos el futuro, de lo que podría haber sido a lo que en realidad sucede, miles de veces, y todos los días; o así lo imaginamos ingenuamente). De modo que algunos escritores escriben sobre los intentos de matar a su abuelo que, por alguna pulcra vuelta de tuerca, le permite nacer de todos modos. Por ejemplo, su verdadero padre no era su hijo en absoluto, sino un hombre a quien él mató. Eliminando por error al abuelo equivocado, usted se asegura de que su verdadero padre sobrevive para engendrarlo. Otros, como Asimov y Silverberg, inventaron organizaciones enteras dedicadas a asegurar que el pasado, por lo tanto el presente, quede intacto. Lo cual podría funcionar o no.
Las paradojas relacionadas con los viajes en el tiempo son parte de la fascinación del tema, pero señalan hacia la conclusión de que los viajes en el tiempo son una imposibilidad lógica, además de una física. De modo que nos sentimos felices al permitirles a los magos de la Universidad Invisible, cuyo mundo funciona sobre magia, la facilidad de pasear a voluntad arriba y abajo de la línea temporal de Mundobola, cambiando la historia de un universo paralelo a otro, tratando de lograr que Charles Darwin —o alguien— escriba Ese Libro. Los magos viven en Mundodisco, operan fuera de los límites de Mundobola. Pero realmente no imaginamos que la gente de Mundobola pueda hacer lo mismo, sin ayuda externa, usando sólo la ciencia de Mundobola.
Extrañamente, muchos científicos en las actuales fronteras de la física no están de acuerdo. Para ellos, el viaje en el tiempo se ha convertido en un tema de investigación completamente respetable, a pesar de las paradojas. Al parecer no hay nada en las ‘leyes’ de la física, como las comprendemos actualmente, que prohíba el viaje en el tiempo. Las paradojas son más evidentes que reales; pueden ser ‘resueltas’ sin violar ninguna ley física, como veremos en el Capítulo 8. Podría ser una falla en la física de hoy, como sostiene Stephen Hawking; su ‘conjetura de protección de la cronología’ establece que las leyes físicas aun desconocidas conspiran para cerrar cualquier máquina del tiempo justo antes de ser montada —un policía temporal cosmológico incorporado.
Por otro lado, la posibilidad de viajar en el tiempo podría ser una declaración profunda sobre el universo. Probablemente no lo sabremos con seguridad hasta que abordemos el asunto usando la física del mañana. Y es digno de señalar que en realidad no comprendemos el tiempo, menos aun cómo viajar en él.
Aunque (en apariencia) las leyes de la física no prohíben el viaje en el tiempo, resulta que lo hacen muy difícil. Un proyecto teórico para lograr ese objetivo, que supone remolcar agujeros negros girando muy rápido, requiere bastante más energía que la que contiene el universo entero. Es una pequeña decepción, y parece descartar la típica máquina del tiempo de ciencia ficción, del tamaño de un coche.
Las descripciones más extensivas del tiempo de Mundodisco se encuentran en Ladrón de Tiempo. Los ingredientes de esta novela incluyen a un miembro del Gremio de Relojeros, Jeremy Clockson, que está decidido a hacer un reloj completamente exacto. Sin embargo, va en contra de una barrera teórica, las paradojas del filósofo efebiano Xeno, que primero son mencionadas en Pirómides. Un filósofo de Mundobola con un nombre curiosamente similar, Zeno de Elea, nacido alrededor de 490 a.C., establece cuatro paradojas sobre la relación entre el espacio, el tiempo y el movimiento. Es la contraparte Mundobola de Xeno, y sus paradojas tienen una curiosa semejanza con las del filósofo efebiano. Xeno probó únicamente por la lógica que una flecha no puede darle a un hombre que corre, y que la tortuga es el animal más veloz sobre el Disco. Combinó ambas en un experimento, tirando una flecha a una tortuga que estaba compitiendo contra una liebre. La flecha le dio a la liebre por error, y la tortuga ganó, lo que probó que él tenía razón. En Pirómides, Xeno describe el pensamiento detrás de este experimento.

—Muy sencillo —dijo Xeno—. Mira, supongamos que este hueso de aceituna es la flecha y esto, esto... —Miró a su alrededor—, y esa gaviota medio incons¬ciente es la tortuga, ¿de acuerdo? Bueno, pues cuando disparas la flecha va desde aquí hasta la gav... la tortu¬ga, ¿tengo razón?
—Supongo que sí, pero...
—Pero a estas alturas la gav... la tortuga se ha mo¬vido un poquito, ¿no? ¿Tengo razón o no tengo razón?
—Supongo que sí —tuvo que admitir Teppic.
Xeno le lanzó una mirada triunfal.
—O sea que la flecha tiene que recorrer un poqui¬to más de distancia, ¿no?, para llegar hasta donde está la tortuga ahora, si me vas siguiendo. Mientras tanto la tortuga ha echado a vol... se ha movido, de acuerdo, admito que no mucho, vale, pero no hace falta que sea mucho, ¿eh? ¿Tengo razón? Bueno, así que la flecha tiene un poquito más de distancia que recorrer, pero el problema está en que cuando llega a donde la tortuga está ahora, la tortuga ya no se encuentra ahí. O sea, que si la tortuga sigue moviéndose la flecha nunca podrá darle. La flecha se irá acercando más y más, pero nunca llegará a dar en la tortuga. Queda demostrado.

Zeno tiene una configuración similar, aunque la confunde en dos paradojas. La primera, llamada Dicotomía, dice que el movimiento es imposible, porque antes de poder llegar a cualquier lugar, tiene que llegar a mitad de camino, y antes de poder llegar allí, tiene que llegar a la mitad de eso, y etcétera para siempre... de modo que tiene que hacer infinitas cosas para arrancar, que es absurdo. La segunda, Aquiles y la Tortuga, es casi la paradoja enunciada por Xeno, pero la liebre es reemplazada por el héroe griego Aquiles. Aquiles corre más rápido que la tortuga —seamos realistas, cualquiera puede correr más rápido que una tortuga— pero empieza un poco atrás, y nunca puede alcanzarla porque siempre que llega al lugar donde estaba la tortuga, ésta ha adelantado un poco. Como el ambiguous puzuma, cuando uno llega, ya no está ahí. La tercera paradoja dice que una flecha que se mueve no se está moviendo. El tiempo debe ser dividido en instantes sucesivos, y en cada instante la flecha ocupa una posición definida, de modo que debe estar en descanso. Si siempre está en descanso, no puede moverse. La cuarta de las paradojas de Zeno, las Hileras Movedizas (o Estadio), es más técnico para describir, pero se reduce a esto. Suponga que tres cuerpos están nivelados entre sí, y que en el instante más pequeño uno se mueve la más pequeña distancia posible a la derecha, mientras que los otros dos se mueven la más pequeña distancia posible a la izquierda. Entonces esos dos cuerpos se han apartado dos veces la distancia más pequeña, tardando el instante más pequeño para hacerlo. De modo que cuando estaban a sólo la más pequeña distancia, a medio camino de su destino final, el tiempo debe haber cambiado al más pequeño instante posible. Que sería más pequeño, lo que es absurdo.
Hay un serio propósito para las paradojas de Zeno, y una razón porque haya cuatro de ellas. Los filósofos griegos de la antigüedad de Mundobola estaban discutiendo si el espacio y el tiempo eran discontinuos, formados por diminutas unidades indivisibles, o continuos —infinitamente divisibles. Las cuatro paradojas de Zeno claramente ordenan las cuatro combinaciones de continuo / discontinuo para el espacio con continuo / discontinuo para el tiempo, comprimiendo prolijamente las teorías de todos los demás, que es la forma en que alguien deja la huella en los círculos filosóficos. Por ejemplo, la paradoja de las Hileras Movedizas muestra que tener espacio y tiempo discontinuo es contradictorio.

Las paradojas de Zeno todavía aparecen hoy en algunas áreas de la física teórica y la matemática, aunque Aquiles y la Tortuga se pueden abordar acordando en que si espacio y tiempo son ambos continuos, entonces pueden ocurrir (y ocurren) infinitas cosas en un tiempo finito. La paradoja de la Flecha puede ser resuelta notando que en el tratamiento matemático general de la mecánica clásica, conocido como la mecánica de Hamilton por el gran (y borracho) matemático irlandés Sir William Rowan Hamilton, el estado de un cuerpo es dado por dos cantidades, no una: posición y momentum, una versión disfrazada de velocidad. Los dos están relacionados por el movimiento del cuerpo, pero son conceptualmente distintos. Todo lo que se ve es posición; el momentum es observable sólo a través de su efecto sobre las posiciones siguientes. Un cuerpo en una posición determinada con cero momentum no se está moviendo en ese instante, y por lo tanto no se irá a ningún lugar, mientras que uno en la misma posición con momentum no-cero —que aparece idéntico— se está moviendo, aunque en el instante permanece en el mismo lugar.
¿Lo entendió?
De todos modos, estábamos hablando de Ladrón de Tiempo, y gracias a Xeno todavía no hemos pasado de la página 21. La idea principal es que el tiempo de Mundodisco es maleable, de modo que las leyes del imperativo narrativo a veces necesitan de una pequeña ayuda para asegurar que el relato haga lo que el imperativo dice que debería hacer.
Tick.
Lady Myria Lejean es un Auditor de la realidad, que temporalmente ha asumido la forma humana. Mundodisco es despiadadamente animista; prácticamente todo es consciente hasta cierto nivel, incluyendo la física básica. Los Auditores supervisan las leyes de la naturaleza; muy probablemente le pondrían una multa por exceder la velocidad de la luz. Normalmente toman la forma de unas pequeñas túnicas grises con capucha... y nada adentro. Son el colmo de los burócratas. Lejean señala a Jeremy que el reloj perfecto debería poder medir la unidad de tiempo más pequeña de Xeno. ‘Debe existir, ¿verdad? Considere el presente. Debe tener una extensión, porque un extremo de él está conectado con el pasado y el otro está conectado con el futuro, y si no tuviera una extensión entonces el presente no podría existir en absoluto. No habría tiempo para que haya un presente’.
Sus opiniones corresponden estrechamente con las actuales teorías de la psicología de la percepción del tiempo. Nuestros cerebros perciben un ‘instante’ como un periodo de tiempo extendido, aunque breve. Esto es análogo a la manera en que las varas y los conos discontinuos en la retina parecen percibir puntos individuales, pero en realidad toman una pequeña región del espacio. El cerebro acepta datos de grano grueso y los suaviza.
Lejean le está explicando Xeno a Jeremy porque tiene un objetivo oculto: si Jeremy logra hacer el reloj perfecto, entonces el tiempo se detendrá. Esto hará mucho más simple la tarea de los Auditores como oficinistas del universo, porque los humanos siempre están cambiando las cosas de lugar, lo que hace difícil seguir el rastro de su locación en tiempo y espacio.
Tick.
Cerca del Eje de Mundodisco, en un valle alto y verde, está el monasterio de Oi Dong, donde viven los luchadores monjes de la orden de Wen, conocidos además como los Monjes de la Historia. Han asumido la tarea de asegurar que la historia correcta ocurre en el orden correcto. Los monjes saben qué es correcto porque protegen los Libros de Historia, que no son registros de lo que ocurrió, sino instrucciones de lo que debería ocurrir.
Un joven llamado Ludd, un niño abandonado y criado por el Gremio de Ladrones, donde fue un estudiante excepcionalmente talentoso, ha sido reclutado en las filas de los Monjes de la Historia y recibe el nombre de Lobsang. La ayuda tecnológica principal de los monjes es los aplazadores, inmensas máquinas giratorias que almacenan y mueven el tiempo. Con un aplazador se puede pedir tiempo prestado y devolverlo después. Lobsang no soñaría con vivir en el tiempo prestado, sin embargo —pero si no estuviera clavado, casi seguramente lo robaría. Puede robar cualquier cosa, y habitualmente lo hace. Y, gracias a los aplazadores, el tiempo no está clavado.
Si no ha entendido la broma todavía, eche otra mirada al título.
El plan de Lejean funciona; Jeremy construye su reloj.

El tiempo se detiene, que es lo que querían los Auditores. No sólo en Mundodisco: la estasis temporal se expande a través del universo a la velocidad de la luz. Pronto, todo se detendrá. Los Monjes de la Historia son impotentes, porque ellos también se han detenido. Sólo Susan Sto Helit, la nieta de Muerte, puede hacer que el tiempo arranque otra vez. Y Ronnie Soak, que solía ser Kaos, el quinto jinete del Apocalipsis, pero que se alejó por disputas artísticas antes de que se volvieran famosos... Por fortuna, a los Auditores les gusta obedecer reglas, y NO ALIMENTE AL ELEFANTE les deja realmente perplejos cuando no hay ningún elefante que alimentar. Mortalmente, también tienen una relación de amor-odio con el chocolate. Están viviendo un tiempo robado.

Un aplazador es una especie de máquina del tiempo, pero mueve el tiempo mismo, en lugar de mover a las personas a través del tiempo. Además, es un hecho, no ficción, como todo lo de Mundodisco para los que viven allí. En Mundobola, la primera máquina del tiempo ficticia, como opuesta a los sueños o los relatos de viaje temporal, parece haber sido inventada por Edward Mitchell, un editor del periódico Nueva York Sun. En 1881 publicó una historia anónima, El Reloj Que Marchaba Hacia Atrás, en el periódico. El más famoso artilugio para viajar en el tiempo aparece en la novela de Herbert George Wells, La Máquina Del Tiempo, de 1895, y estableció un patrón para todas las que siguieron. La novela cuenta de un inventor victoriano que construye una máquina del tiempo y viaja hacia el futuro lejano. Allí descubre que la humanidad se ha dividido en dos tipos distintos —los apestosos Morlocks, que viven en profundas cavernas, y los etéreos Eloi, que son depredados por los Morlocks y demasiado indolentes para hacer algo sobre eso. Varias películas, todas bastante horribles, se han basado en el libro.
La novela tuvo comienzos desfavorables. Wells estudiaba biología, matemática, física, geología, dibujo, y astrofísica en la Escuela Normal de Ciencia, que se convirtió en la Universidad Real de Ciencia y que al final se fundió con la Universidad Imperial de Ciencia y Tecnología. Mientras estudiaba allí, empezó el trabajo que terminó en La Máquina del Tiempo. Su primera historia de viajes en el tiempo, Los Argonautas Crónicos, apareció en 1888 en la Science Schools Journal, que Wells ayudó a fundar. El protagonista viaja al pasado y comete un homicidio. La historia no ofrece ninguna razón para los viajes en el tiempo y es más el relato de un científico loco en la tradición del Frankenstein de Mary Shelley, pero lejos de estar tan bien escrito. Más tarde, Wells destruyó cada copia que pudo localizar, porque le avergonzaba. Carecía incluso del elemento paradójico de Cheques Temporales de Turmalina,[4] de 1891, de Thomas Anstey Guthrie, que introdujo muchas de las paradojas estándares de los viajes temporales.
Durante los siguientes tres años, Wells produjo dos versiones más de su historia de viajes en el tiempo, ahora perdidas, pero por el camino el argumento cambió a una visión futura de la raza humana. La siguiente versión apareció en 1894, en la revista National Observer, como tres relatos conectados con el título La Máquina del Tiempo. Esta versión tiene muchas características en común con la novela final, pero antes de completar la publicación, el editor de la revista se cambió a New Review. Allí encargó la misma serie otra vez, pero esta vez Wells hizo cambios sustanciales. Los manuscritos incluyen muchas escenas que nunca fueron impresas: el héroe viaja al pasado, tropieza con un hipopótamo prehistórico, y encuentra a los Puritanos en 1645. La versión publicada en la revista es muy similar a la que apareció en forma de libro en 1895. En esta versión, el Viajero del Tiempo se mueve solamente hacia el futuro, donde descubre lo que le pasará a la raza humana, que se divide en los lánguidos Eloi y los horrendos Morlocks —ambos igualmente desagradables.

¿Dónde encontró Wells la idea? La respuesta corriente de los escritores de ciencia ficción a esta pregunta es ‘uno la inventa’, pero tenemos alguna información bastante específica en este caso. En un prólogo a la edición de 1932, Wells dice que fue motivado por ‘discusiones estudiantiles en los laboratorios y en la Royal College of Science en los ochenta’. De acuerdo con el hijo de Wells, la idea vino de un trabajo sobre la cuarta dimensión leído por otro estudiante. En la introducción a la novela, el Viajero del Tiempo (nunca es nombrado, pero en la primera versión es el Dr. Nebo-gipfel, de modo que quizás también lo sea) invoca la cuarta dimensión para explicar por qué es posible esa máquina:
—Pero espere un momento. ¿Puede existir un cubo instantáneo?
—No lo sigo —dijo Filby.
—¿Puede un cubo que no dura nada de tiempo en absoluto, tener una real existencia?
Filby se quedó pensativo.
—Evidentemente —continuó el Viajero del Tiempo—, cualquier cuerpo real debe tener extensión en cuatro direcciones: debe tener Largo, Ancho, Grosor, y... Duración...
.. Realmente hay cuatro dimensiones, tres que llamamos los tres planos del Espacio, y una cuarta, el Tiempo. Sin embargo, existe una tendencia a esgrimir una diferencia irreal entre las tres dimensiones y la última, porque ocurre que nuestra conciencia se mueve intermitentemente en una dirección a lo largo de la última desde el principio hasta el final de nuestras vidas...
Pero algunas personas filosóficas han estado preguntando por qué las tres dimensiones particularmente —¿por qué no otra dirección en ángulo recto con las tres?—, e incluso han tratado de construir una geometría de Cuatro Dimensiones. El Profesor Simon Newcomb lo exponía a la New York Mathematical Society hace apenas más o menos un mes.

La noción del tiempo como una cuarta dimensión se estaba convirtiendo en moneda corriente científica a fines de la era victoriana. Los matemáticos habían empezado, preguntándose qué era una dimensión, y decidiendo que no había necesidad de una dirección en el espacio real. Una dimensión era sólo una cantidad que podía variar, y la cantidad de dimensiones era el mayor número de tales cantidades que podían ser todas variadas independientemente. Por lo tanto, el thaum de Mundodisco, la partícula básica de magia, está en realidad compuesta de resones, que vienen al menos en cinco sabores: arriba, abajo, de costado, atractivo sexual, y menta. El thaum tiene por lo tanto cinco dimensiones, suponiendo que arriba y abajo son independientes, lo cual es probable porque es cuántico.
En 1700, el matemático Jean le Rond D'Alembert (su segundo nombre viene de la iglesia donde fue abandonado cuando bebé) sugirió pensar en el tiempo como una cuarta dimensión, en un artículo en la Reasoned Encyclopaedia or Dictionary of Sciences, Arts, and Crafts. Otro matemático, Joseph-Louis Lagrange, usó el tiempo como una cuarta dimensión en su Mecánica Analítica de 1788, y su Teoría de Funciones Analíticas de 1797 explícitamente dice: ‘Podemos considerar a la mecánica como una geometría de cuatro dimensiones'.
La idea necesitó de un tiempo para que penetrara, pero en la época victoriana los matemáticos estaban combinando espacio y tiempo con regularidad en una única entidad. No lo llamaban (todavía) espacio-tiempo, pero podían ver que tenía cuatro dimensiones: tres del espacio más una del tiempo. Los periodistas y el público lego pronto empezaron a referirse al tiempo como la cuarta dimensión, porque no podían pensar en otra, y a hablar como si los científicos la hubieran estado buscando durante siglos y acabaran de encontrarla. Newcomb escribió sobre la ciencia del espacio de cuatro dimensiones desde 1877, y habló de ella a la New York Mathematical Society en 1893.
La mención que hace Wells de Newcomb sugiere un enlace a uno de los miembros más pintorescos de la sociedad victoriana, el autor Charles Howard Hinton. Lo más cerca que Hinton ha estado de la fama fue su entusiasta promoción de ‘la’ cuarta dimensión. Era un matemático talentoso con un don genuino para la geometría de cuatro dimensiones, y en 1880 publicó ¿Qué Es La Cuarta Dimensión?, en la Dublin University Magazine, que fue reimpreso en la Cheltenham Ladies' Gazette un año después. En 1884 reapareció como un folleto con el subtítulo Fantasmas Explicados. Hinton, una especie de místico, relacionó la cuarta dimensión con temas seudo-científicos que se extendían desde los fantasmas hasta la vida después de la muerte. Un fantasma puede fácilmente aparecer, y desaparecer, desde una cuarta dimensión, por ejemplo, exactamente como una moneda puede aparecer, y desaparecer, de arriba de la mesa, moviéndose en ‘la’ tercera dimensión.
Charles Hinton estaba influenciado por las opiniones poco ortodoxas de su padre James, un cirujano, colaborador de Havelock Ellis, que indignaba a la sociedad victoriana con sus estudios sobre el comportamiento sexual humano. Hinton padre era partidario de la libertad sexual y la poligamia, y eventualmente dirigía un culto. Hinton hijo también tenía una agitada vida privada: en 1886 huyó a Japón, condenado por bigamia en el Old Bailey. En 1893 dejó Japón para convertirse en instructor de matemática en la Princeton University, donde inventó una máquina de lanzamiento de béisbol que usaba pólvora para propulsar las pelotas, como un cañón. Después de varios accidentes, el dispositivo fue abandonado y Hinton perdió su trabajo, pero sus continuados esfuerzos en promover la cuarta dimensión fueron más exitosos. Escribió sobre el tema en revistas populares como Harper's Weekly, McClure's, y Science. Murió de repente por una hemorragia cerebral en 1907, en la cena anual de la Society of Philanthropic Enquiry, cuando acababa de terminar un brindis por las filósofas de sexo femenino.
Probablemente fue Hinton quien puso a Wells ante las posibilidades narrativas del tiempo como la cuarta dimensión. Las pruebas son indirectas pero irresistibles. Sin lugar a dudas, Newcomb conocía a Hinton: una vez le consiguió un trabajo. No sabemos si Wells alguna vez se encontró con Hinton, pero hay pruebas circunstanciales de una conexión cercana. Por ejemplo, el término ‘romance científico’ fue acuñado por Hinton en los títulos de sus ensayos especulativos en 1884 y 1886, y después Wells usó la misma frase para describir sus propias historias. Además, Wells era un lector regular de Nature, que reseñó (favorablemente) la primera serie de Romances Científicos de Hinton en 1885, y resumió algunas de sus ideas sobre la cuarta dimensión.
Con toda probabilidad, Hinton fue también parcialmente responsable de otra saga transdimensional victoriana, El Mundo Plano, de Edwin A. Abbott (1884). El relato habla de Un Cuadrado, que vive en el plano Euclidiano, una sociedad bidimensional de triángulos, hexágonos y círculos, y que no creen en la tercera dimensión hasta que una esfera pasajera lo deja caer en ella. Por analogía, los victorianos que no creían en la cuarta dimensión eran igualmente estrechos de miras. Un subtexto es una sátira al trato victoriano de mujeres y pobres. Muchos de los ingredientes de Abbott se parecen mucho a los elementos encontrados en las historias de Hinton.

La mayor parte de la física de los viajes en el tiempo es la relatividad general, con una pincelada de mecánica cuántica. Hasta donde les interesa a los magos de la Universidad Invisible, todas esas cosas son ‘quantum’ —una carta intelectual y universal de escapar-de-la-cárcel— de modo que se puede usar para explicar prácticamente cualquier cosa, aunque sea muy rara. Efectivamente, cuanto más rara, mejor. Usted está a punto de recibir una sólida dosis de quantum en el Capítulo 8. Aquí estableceremos algunas cosas para una rápida idea de las teorías de la relatividad de Einstein: la especial y la general.
Como explicamos en La Ciencia de Mundodisco, ‘relatividad’ es un nombre tonto. Debería haber sido ‘absolutividad’. Toda la cuestión de la relatividad especial no es que ‘todo es relativo’, sino que esa única cosa —la velocidad de la luz— es inesperadamente absoluta. Encienda una antorcha desde un automóvil en movimiento, dice Einstein: la velocidad adicional del automóvil no tendrá ningún efecto sobre la velocidad de la luz. Esto contrasta dramáticamente con la anticuada física de Newton, donde la luz que sale de una antorcha en movimiento iría más rápido, sumando la velocidad del automóvil a la propia inherente. Eso ocurre si se lanza una pelota desde un automóvil en movimiento. Si se lanza luz, debería suceder lo mismo, pero no. A pesar del impacto contra la intuición humana, los experimentos muestran que Mundobola se comporta en realidad relativísticamente. No lo notamos porque la diferencia entre la física de Newton y la de Einstein se vuelve perceptible sólo cuando las velocidades se acercan a la de la luz.
La relatividad especial era inevitable; era seguro que los científicos pensaran en ella. Sus semillas ya estaban sembradas en 1873 cuando James Clerk Maxwell escribió sus ecuaciones para el electromagnetismo. Esas ecuaciones tienen sentido en un ‘marco móvil’ —cuando las observaciones son hechas por un observador en movimiento— sólo si la velocidad de la luz es absoluta. Algunos matemáticos, entre otros Henri Poincare y Hermann Minkowski, se dieron cuenta de esto y se anticiparon a Einstein a nivel matemático, pero Einstein fue el primero en tomar las ideas seriamente como física. Como señaló en 1905, las consecuencias físicas son extrañas. Los objetos se encogen cuando se acercan a la velocidad de la luz, el tiempo disminuye la velocidad a paso de tortuga, y la masa se vuelve infinita. Nada (bien, ninguna cosa) puede viajar más rápido que la luz, y la masa puede convertirse en energía.
En 1908, Minkowski encontró una manera simple de visualizar la física relativista, ahora llamada espacio-tiempo Minkowski. En la física de Newton, el espacio tiene tres coordenadas fijas —izquierda / derecha, adelante / atrás, arriba / abajo. Se piensa que espacio y tiempo son independientes. Pero en el marco relativista, Minkowski trató al tiempo como una coordenada adicional por propio derecho. Una cuarta coordenada, una cuarta dirección independiente... una cuarta dimensión. El espacio tridimensional se convirtió en espacio-tiempo de cuatro dimensiones. Pero el tratamiento del tiempo de Minkowski añadió un nuevo giro a la vieja idea de D'Alembert y Lagrange. El tiempo, hasta cierto punto, podía ser permutado con el espacio. El tiempo, como el espacio, se volvió geométrico.
Podemos verlo en el tratamiento relativista de una partícula en movimiento. En la física de Newton, la partícula está en el espacio, y a medida que el tiempo pasa, se mueve. La física de Newton ve una partícula en movimiento de la misma forma en que vemos una película. La relatividad, sin embargo, ve una partícula en movimiento como la secuencia de marcos quietos que componen esa película. Esto presta a la relatividad un explícito tono determinista. Los marcos de la película ya existen antes de correr la película. Pasado, presente y futuro ya están ahí. A medida que el tiempo fluye, y la película corre, descubrimos lo que la suerte nos tiene reservado —pero la suerte es realmente el destino, inevitable, ineludible. Sí... los marcos de la película quizás podrían aparecer uno por uno, el más nuevo siendo el presente, pero no es posible hacerlo coherentemente para cada observador.
Espacio-tiempo relativista = narrativium geométrico.
Geométricamente, un punto en movimiento traza una curva. Piense en la partícula como la punta de un lápiz, y el espacio-tiempo como una hoja de papel, con el espacio corriendo en horizontal y el tiempo en vertical. Mientras el lápiz se mueve, deja una línea en el papel. De modo que, a medida que una partícula se mueve, traza una curva en el espacio-tiempo llamado su mundo-línea. Si la partícula se mueve a una velocidad constante, el mundo-línea es recto. Las partículas que se mueven muy despacio cubren una pequeña cantidad de espacio en mucho tiempo de modo que sus mundos-líneas están cerca de la vertical; las partículas que se mueven muy rápido cubren mucho espacio en muy poco tiempo, de modo que sus mundos-líneas son casi horizontales. Entre ellas, corriendo en diagonal, están los mundos-líneas de las partículas que cubren una determinada cantidad de espacio en la misma cantidad de tiempo —medidos en las correctas unidades. Esas unidades son elegidas para que correspondan a la velocidad de la luz —digamos años para el tiempo y años-luz para el espacio. ¿Qué cubre un año-luz de espacio en un año de tiempo? La luz, por supuesto. De modo que los mundos-líneas diagonales corresponden a partículas de luz —fotones— o a cualquier otra cosa que se pueda mover a la misma velocidad.
La relatividad prohíbe que los cuerpos se muevan más rápido que la luz. Los mundos-líneas que corresponden a tales cuerpos se llaman curvas temporales, y las curvas temporales que pasan a través de un evento determinado forman un cono, denominado ‘cono de luz’. En realidad, es como dos conos pegados por las puntas, uno apuntando hacia adelante, el otro hacia atrás. El cono que apunta hacia adelante contiene el futuro del evento, todos los puntos en el espacio-tiempo en que posiblemente podría influir. El cono hacia atrás contiene el pasado, los eventos que posiblemente pudieron influir en él. Todo lo demás es territorio prohibido, otros cuandos y otros dondes que no tienen ninguna conexión causal posible con el evento elegido.

Se dice que el espacio-tiempo de Minkowski es ‘plano’ —representa el movimiento de partículas cuando ninguna fuerza está actuando sobre ellas. La fuerza cambia el movimiento, y la fuerza más importante es la gravedad. Einstein inventó la relatividad general para incorporar a la gravedad en la relatividad especial. En la física de Newton, la gravedad es una fuerza: saca a las partículas de las líneas rectas que naturalmente seguirían si ninguna fuerza estuviera actuando. En la relatividad general, la gravedad es una característica geométrica del universo —una forma de curvatura del espacio-tiempo.
En el espacio-tiempo de Minkowski, los puntos representan eventos, que tienen una ubicación tanto en espacio como en tiempo. La ‘distancia’ entre dos eventos deberá captar qué lejos están en el espacio, y qué lejos están en el tiempo. Resulta que la manera de hacerlo, en términos generales, es tomar la distancia entre ellos en el espacio y restar la distancia entre ellos en el tiempo. Esta cantidad se denomina intervalo entre dos eventos. Si, en cambio, usted hiciera lo que parece obvio y sumara la distancia-tiempo a la distancia-espacio, entonces el espacio y el tiempo estarían exactamente en la misma posición física. Sin embargo, hay claras diferencias: el movimiento libre en el espacio es fácil, el movimiento libre en el tiempo no lo es. Al restar, la diferencia lo refleja; en matemática se reduce a considerar el tiempo como espacio imaginario —espacio multiplicado por la raíz cuadrada de menos uno. Y tiene un notable efecto: si una partícula se desplaza a la velocidad de la luz, entonces el intervalo entre dos eventos cualesquiera a lo largo de su mundo-línea es cero.
Piense en un fotón, una partícula de luz. Viaja, por supuesto, a la velocidad de la luz. Mientras pasa un año de tiempo, viaja un año-luz. La suma de 1 + 1 es 2, pero no es así como se obtiene el intervalo. El intervalo es la diferencia 1 - 1, que es 0. De modo que el intervalo está relacionado con el ritmo aparente del paso del tiempo para un observador en movimiento. Cuanto más rápido se mueve un objeto, más despacio parece pasar el tiempo. Este efecto es denominado dilatación del tiempo. A medida que uno viaja más y más cerca de la velocidad de la luz, el paso del tiempo, como uno lo experimenta, disminuye su velocidad. Si pudiera viajar a la velocidad de la luz, el tiempo quedaría congelado. No pasa ningún tiempo sobre un fotón.
En la física de Newton, las partículas que se mueven cuando ninguna fuerza está actuando siguen líneas rectas. Las líneas rectas minimizan la distancia entre los puntos. En la física relativista, el movimiento libre de las partículas minimiza el intervalo, y siguen geodésicas. Finalmente, la gravedad es incorporada, no como una fuerza adicional, sino como una distorsión de la estructura del espacio-tiempo, que cambia el tamaño del intervalo y cambia las formas de las geodésicas. Este intervalo variable entre eventos cercanos es denominado métrica del espacio-tiempo.
La idea habitual es decir que el espacio-tiempo se ‘curva’, aunque este término es fácilmente malinterpretado. En particular, no tiene que curvarse alrededor de ninguna otra cosa. La curvatura es interpretada físicamente como la fuerza de gravedad, y provoca deformaciones en los conos de luz.
Un resultado es el ‘lensing gravitacional’, la curva de la luz causada por objetos grandes, que Einstein descubrió en 1911 y publicó en 1915. Predijo que la gravedad debería curvar el doble de la cantidad que las leyes de Newton implican. En 1919 este pronóstico fue confirmado, cuando Sir Arthur Stanley Eddington llevó una expedición a observar un eclipse solar total en África Occidental. Andrew Crommelin del Greenwich Observatory condujo una segunda expedición a Brasil. Las expediciones observaron las estrellas cerca del borde del sol durante el eclipse, cuando su luz no sería opacada por la mucho más brillante del Sol. Encontraron ligeros desplazamientos de las posiciones aparentes de las estrellas, coherentes con las predicciones de Einstein. Rebosante de alegría, Einstein envió una postal a su mamá: «Querida mamá, noticias felices hoy... las expediciones inglesas realmente han demostrado la desviación de la luz del Sol». El Times puso el titular: REVOLUCIÓN EN LA CIENCIA. NUEVA TEORÍA DEL UNIVERSO. IDEAS DE NEWTON REBATIDAS. A mitad de la segunda columna había un subtítulo: ESPACIO ‘COMBADO’. Einstein se convirtió en una celebridad de la noche a la mañana.
Sería grosero mencionar que ante los ojos modernos los datos por observación son decididamente inseguros —podría haber algo de curvatura, y luego otra vez, podría no haberla. De modo que no lo seremos. De todos modos, más tarde, unos mejores experimentos confirmaron la predicción de Einstein. Algunos quásares distantes producen imágenes múltiples cuando una galaxia se interpone y actúa como un lente, curvando su luz para crear un espejismo cósmico.
La métrica del espacio-tiempo no es plana.
En cambio, cerca de una estrella, el espacio-tiempo toma la forma de una superficie curva que se dobla para crear un ‘valle’ circular donde la estrella se ubica. La luz sigue las geodésicas a través de la superficie, y es ‘atraída’ hacia el agujero, porque ese camino provee un atajo. Las partículas en movimiento en el espacio-tiempo a velocidades por debajo de la luz se comportan del mismo modo; no siguen líneas rectas, sino que son desviadas hacia la estrella, de allí la figura Newtoniana de una fuerza gravitacional.
Lejos de la estrella, este espacio-tiempo está en efecto muy cerca del espacio-tiempo de Minkowski; es decir, el efecto gravitacional disminuye rápidamente y pronto se vuelve insignificante. Los espacio-tiempos que se ven como el espacio-tiempo de Minkowski a grandes distancias se dice que son ‘asintóticamente planos’. Recuerde ese término: es importante para hacer máquinas del tiempo. La mayor parte de nuestro propio universo es asintóticamente plano, porque los cuerpos masivos como las estrellas están muy dispersos.
Cuando se establece un espacio-tiempo, uno no puede combar cosas a la manera que quiera. La métrica debe obedecer las ecuaciones de Einstein, que relacionan el movimiento de las partículas de libre movimiento con el grado de distorsión fuera del espacio-tiempo plano.

Hemos dicho mucho sobre cómo funcionan el espacio y el tiempo, pero ¿qué son? Para ser honestos, no tenemos idea. De lo que estamos seguros es que las apariencias pueden ser engañosas.
Tick.
Algunos físicos llevan ese principio a los extremos. Julian Barbour, en El Final del Tiempo, argumenta que desde un punto de vista cuántico-mecánico, el tiempo no existe.
En 1999, en New Scientist, explicó la idea a grandes rasgos de esta manera. En cualquier instante, el estado de cada partícula en el universo entero puede ser representado por un único punto en un espacio fase gigantesco, que él llama Platonia. Barbour y su colega Bruno Bertotti averiguaron cómo hacer que la física convencional funcionara en Platonia. A medida que el tiempo pasa, la configuración de todas las partículas en el universo es representada en Platonia como un punto en movimiento, de modo que traza una trayectoria, exactamente como un mundo-línea relativista. Una deidad de Platonia podría hacer aparecer los puntos de esa trayectoria secuencialmente, y las partículas se moverían, y el tiempo parecería fluir.
El quantum de Platonia, sin embargo, es un lugar mucho más extraño. Aquí, ‘la mecánica cuántica mata el tiempo’, como lo dice Barbour. Una partícula cuántica no es un punto, sino una nube borrosa de probabilidad. Un estado cuántico del universo es una nube borrosa en Platonia. El ‘tamaño’ de esa nube, con relación a la misma Platonia, representa la probabilidad de que el universo esté en uno de los estados que comprende la nube. De modo que tenemos que dotar a Platonia con una ‘niebla de probabilidad’, cuya densidad en cualquier región dada determina qué tan probable es para una nube ocupar esa región.
Pero, dice Barbour, «no puede haber probabilidades en momentos diferentes, porque Platonia misma es atemporal. Puede haber una-y-para-todo probabilidades para cada configuración posible». Hay sólo una niebla de probabilidad, y es siempre la misma. En esta configuración, el tiempo es una ilusión. El futuro no está determinado por el presente —no porque haya un azar, sino porque no hay semejante cosa como futuro o presente.
Por analogía, piense en el juego infantil de serpientes y escaleras. En cada lanzamiento de los dados, los jugadores mueven sus fichas de cuadro a cuadro sobre un tablero; tradicionalmente hay cien cuadros. Algunos están conectados por escaleras, y si aterriza en la parte inferior inmediatamente va hasta la cima; otros están conectados por serpientes, y si aterriza en la cima inmediatamente cae abajo. El que alcanza primero el cuadro final gana.
Para simplificar la descripción, imagine que alguien juega solo, de modo que sólo hay una ficha sobre el tablero. Entonces, en cualquier instante, el ‘estado’ del juego está determinado por un único cuadro: el que está actualmente ocupado por la ficha. En esta analogía, el mismo tablero se convierte en el espacio fase, nuestro análogo de Platonia.
La ficha representa el universo entero. Cuando la ficha salta, de acuerdo con las reglas del juego, el estado del ‘universo’ cambia. La trayectoria que sigue la ficha —la lista de cuadros que ocupa sucesivamente— es análoga al mundo-línea del universo. En esta interpretación, el tiempo existe, porque cada movimiento sucesivo de la ficha corresponde a un tic del reloj cósmico.
Serpientes y escaleras cuánticas es muy diferente. El tablero es el mismo, pero ahora todo lo que importa es la probabilidad de que la ficha ocupe algún cuadro en particular —no exactamente en una etapa del juego, sino en general. Por ejemplo, la probabilidad de estar sobre el primer cuadro, en alguna etapa del juego, es 1 porque siempre empieza allí. La probabilidad de estar sobre el segundo cuadro es de 1/6, porque la única manera de llegar allí es sacar un 1 en el primer tiro con los dados. Y todo así. Cuando hemos calculado todas estas probabilidades, podemos olvidarnos de las reglas del juego y del concepto de un ‘movimiento’. Ahora sólo quedan las probabilidades. Ésta es la versión cuántica del juego, y no tiene movimientos explícitos, sólo probabilidades. Ya que no hay ningún movimiento, no hay ninguna noción del ‘siguiente’ movimiento, y ningún concepto sensato del tiempo.
Nuestro universo, nos dice Barbour, es cuántico, de modo que es como serpientes y escaleras cuánticas, y ‘tiempo’ es un concepto sin sentido. De modo que, ¿por qué nosotros, ingenuos humanos, imaginamos que ese tiempo fluye; que el universo (por lo menos, la parte cerca de nosotros) pasa a través de una secuencia lineal de cambios?
Para Barbour, el flujo aparente del tiempo es una ilusión. Sugiere que las configuraciones de Platonia que tienen alta probabilidad deben contener ‘una aparición de la historia’. Se ven como si tuvieran un pasado. Es un poco como la vieja castaña de los filósofos: tal vez el universo es creado nuevamente a cada instante (como en Ladrón de Tiempo), pero a cada momento es creado al mismo tiempo que aparentes registros de una larga historia anterior. Tales nubes aparentemente históricas en Platonia son denominadas cápsulas de tiempo. Ahora, entre esas configuraciones de alta probabilidad encontramos la disposición de las neuronas en un cerebro consciente. En otras palabras, el universo mismo es atemporal, pero nuestros cerebros son cápsulas de tiempo, configuraciones de alta probabilidad, y automáticamente llegan con la ilusión de que han tenido una historia anterior.
Es una idea ingeniosa, si le gusta ese tipo de cosas. Pero depende de la afirmación de Barbour de que Platonia debe ser atemporal porque ‘hay sólo una-y-para-todo probabilidades para cada configuración posible’. Esta afirmación es excepcionalmente evocadora de una de las paradojas de Xeno —perdone, de Zeno—: la Flecha. Recordará que dice que a cada instante una flecha tiene una ubicación específica, de modo que no puede estar moviéndose. Análogamente, Barbour nos dice que a cada instante (si tal cosa pudiera existir) Platonia debe tener una niebla de probabilidad específica, y deduce que esta niebla no puede cambiar (por eso no cambia).
Sin embargo, lo que tenemos en mente como una alternativa a la niebla de probabilidad atemporal de Barbour no es una niebla que cambia a medida que pasa el tiempo. Eso tendría problemas en la relación no-Newtoniana entre espacio y tiempo; diferentes partes de la niebla corresponderían a tiempos diferentes dependiendo de quién los observe. No, estamos pensando en la resolución matemática de la paradoja de la Flecha, con la mecánica de Hamilton. Aquí, el estado de un cuerpo es dado por dos cantidades, posición y momentum, en lugar de sólo posición. El momentum es una ‘variable escondida’, observable sólo a través de su efecto sobre las posiciones siguientes, mientras que la posición es algo que podemos observar directamente. Dijimos: un cuerpo en una posición determinada con cero momentum no se está moviendo en ese instante, mientras que uno en la misma posición con momentum no-cero se está moviendo, incluso cuando instantáneamente permanezca en el mismo lugar. El momentum codifica el siguiente cambio de posición, y lo codifica ahora. Su valor actual no es observable ahora, pero es (será) observable. Usted sólo tiene que esperar para averiguar cuál era. El momentum es una ‘variable escondida’ que codifica las transiciones de una posición a otra.
¿Podemos encontrar un análogo al momentum en serpientes y escaleras cuánticas? Sí, podemos. Es el conjunto de probabilidades de ir desde cualquier cuadro dado a cualquier otro. Estas ‘probabilidades de transición’ dependen sólo de los cuadros afectados, no del momento en que se hace el movimiento, de modo que en el sentido de Barbour son ‘atemporales’. Pero cuando uno está sobre algún cuadro dado, las probabilidades de transición le dicen a dónde puede conducir su siguiente movimiento, de modo que uno puede reconstruir las secuencias posibles de los movimientos, por lo tanto se devuelve el tiempo a la física.
Exactamente por la misma razón, una sola niebla de probabilidad fija no es la única estructura estadística con que Platonia puede estar dotada. Platonia puede también estar equipada con probabilidades de transición entre pares de estados. El resultado es la conversión de Platonia en lo que los estadísticos llaman una ‘cadena de Markov’, que es como la lista de probabilidades de transición para serpientes y escaleras, pero más general. Si Platonia se vuelve una cadena de Markov, cada secuencia de configuraciones recibe su propia probabilidad. Las secuencias más probables son las que contienen grandes cantidades de estados de alta probabilidad —se parecen curiosamente a las cápsulas de tiempo de Barbour. De modo que en lugar de una Platonia de un único estado obtenemos una Markovia de estados secuenciales, donde el universo realiza transiciones a través del conjunto de secuencias de configuraciones, y las transiciones más probables son las que proveen una historia coherente... narrativium.
Este enfoque de Markovia ofrece la perspectiva de volver a poner el tiempo en un universo de Platonia. A decir verdad, es muy similar a cómo Susan Sto Helit y Ronnie Soak lograron operar en las grietas entre los instantes, en Ladrón de Tiempo.
Tick.


CAPÍTULO 7
El pez ha salido
Dos horas más tarde una única hoja de papel se deslizó del escritorio de Hex. Ponder la recogió.
—Hay unos diez puntos donde debemos intervenir para asegurar que El Origen sea escrito —dijo.
—Bien, no se ve tan mal —dijo Ridcully—. Logramos que Shakespeare naciera, ¿verdad? Sólo tenemos que retocar.
—Esto parece un poco más complicado —dijo Ponder, dudoso.
—Pero Hex puede movernos hasta allí —dijo Ridcully—. Podría ser divertido, especialmente si algo o alguien están jugando a les buggeurs risibles. Podría ser educativo, Sr. Stibbons.
—Y hacen muy buena cerveza —dijo el Decano—. Y la comida era excelente. ¿Recuerdan ese ganso que comimos la vez pasada? Pocas veces he comido uno mejor.
—Vamos a salir a salvar el mundo —dijo Ridcully, con severidad—. ¡Tendremos otras cosas en mente!
—Pero habrá horas para comer, ¿sí? —dijo el Decano.

El Segundo Almuerzo y el Bocado de Media Tarde pasaron casi inadvertidos. Quizás los magos ya estaban dejando espacio para el ganso...
Estaba resultando ser un día largo. Habían puesto unos caballetes alrededor de Hex. El papel se desparramaba a través de cada mesa. El Bibliotecario prácticamente había construido una sucursal de la biblioteca en una esquina, y todavía iba a por libros a los distantes tramos del L-Espacio.
Y los magos se habían cambiado de ropa, listos para una intervención práctica. Apenas hubo una discusión sobre el tema, no después de que el Decano mencionara el ganso. Hex tenía mucho control sobre el Globo, pero cuando se trataba de detalle fino uno tenía que ser práctico, y especialmente práctico en cubertería. Hex no tenía manos. Además, lo había explicado a fondo, no había nada semejante a un control absoluto, no en un universo funcionando a pleno. Sólo había una variable cantidad de ausencia de control. De hecho, según Ponder pensaba, Hex era una Gan Cosa Grande en lo que se refería a Mundobola. Casi... divino. Pero todavía no podía controlar todo. Incluso si uno supiera dónde está cada diminuta partícula giratoria de materia, uno no puede saber qué hará después.
Los magos tendrían que entrar. Podían hacerlo. Lo habían hecho antes. Ningún problema es demasiado grande si salva a algunos excelentes chefs de la extinción.
La ropa, por lo menos, no sería un problema. Si se quitaban o se ponían el raro sombrero puntiagudo y los bastones, los magos podrían recorrer las calles de Mundobola sin atraer una segunda mirada.
—¿Cómo nos vemos? —dijo el Archicanciller, cuando se volvieron a reunir.
—Muy... victorianos —dijo Ponder—. Aunque técnicamente, por el momento, muy georgianos. Muy... cheviot y señorial, de todos modos. ¿Está totalmente feliz con el aspecto de obispo, Decano?
—¿No es apropiado para la época? —dijo el Decano, preocupado—. Revisamos el libro sobre trajes y pensé... —Su voz fue desapareciendo—. Es la mitra, ¿verdad...?
—Y el báculo —dijo Ponder.
—Quería verme bien, mira.
—En una catedral, sí... Me temo que sea ropa negra sencilla con polainas para calle. Sin embargo, puede hacer lo que quiera con su barba y puede usar sombreros que le den cabida a un niño pequeño. Pero en la calle, los obispos son muy sosos.
—¿Dónde está la diversión de eso? —dijo el Decano, con mal humor.
Ponder se volvió hacia Rincewind.
—En cuanto a ti, Rincewind, ¿puedo preguntar por qué no tienes puesto nada más que un taparrabo y un sombrero puntiagudo?
—Ah, bien, mira, si no sabes dónde te estás metiendo, lo desnudo siempre funciona —dijo Rincewind—. Es el traje multiuso. Cómodo en todas las culturas. La verdad es que a veces logras...
—¡En cheviot, hombre! —ladró Ridcully—. ¡Y ningún sombrero puntiagudo! —Contra un fondo de quejas se volvió entonces hacia el Bibliotecario—. Y en cuanto a ti, señor... un traje también. Y un sombrero chimenea. ¡Necesitas altura!
—¡Ook! —dijo el Bibliotecario.
—¡Soy el Archicanciller, señor! ¡Insisto! Y una barba postiza, creo. Cejas postizas, también. ¡Permite que el Sr. Darwin sea tu modelo aquí! ¡Estos victorianos eran personas muy civilizadas! ¡Pelo por todos lados! Mantén el nudilleo al mínimo y te harán Primer Ministro! Muy bien, caballeros. ¡De regreso aquí en media hora!
Los magos se reunieron. Un círculo de luz blanca apareció sobre el piso. Se pararon adentro, hubo un cambio en los sonidos que hacía Hex, y se esfumaron.

Aterrizaron hasta las rodillas en el fango de una turbera, provocando que unas burbujas de aire espantoso reventaran a su alrededor.
—¡Sr. Stibbons! —bramó Ridcully.
—Lo siento, señor, lo siento —dijo Ponder rápidamente—. Hex, levántanos dos pies, por favor.
—Sí, pero todavía estamos empapados —masculló el Decano, mientras flotaban hacia arriba en el aire—. ¡Parece que te has, ah, ‘ensuciado’, Sr. Stibbons!
—No, señor, quería mostrarles un Charles Darwin en la naturaleza —dijo Ponder—. Aquí viene ahora...
Un joven grande y lleno de energía saltó de las hierbas y fue a saltar un charco negro con un largo palo. El palo de inmediato se hundió un tercio de su longitud en el succionante suelo y su atlético propietario se hundió en el barro. Volvió a salir sujeto a una pequeña planta acuática. Ajeno a las burbujas a su alrededor, agitó la planta triunfalmente hacia algunos compañeros distantes, empujó el palo afuera de la turba con algo de esfuerzo, y se alejó chapoteando.
—¿Nos vio? —dijo Rincewind.
—No, todavía no. Ése es el Darwin joven —dijo Ponder—. Muy aficionado a coleccionar toda clase de vida silvestre. Coleccionar era muy popular entre los ingleses de este siglo. Huesos, conchas, mariposas, aves, países de otras personas... toda clase de cosas.
—¡Hombre cerca de mi propio corazón! —dijo Ridcully, alegremente—. ¡Tuve la mejor colección de lagartijas prensadas cuando tenía esa edad!
—No puedo ver a un beagle por ningún lado, sin embargo —dijo Rincewind, tristemente. Se ponía nervioso por la ausencia de su sombrero, y trataba de pararse debajo de cosas.
El Director de Estudios Indefinidos levantó la mirada del thaumómetro que tenía en la mano.
—Ninguna perturbación mágica, ninguna —dijo, mirando el pantano a su alrededor—. ¿Está Hex seguro? La única cosa extraña aquí somos nosotros.
—Comencemos, ¿quieren? —dijo Ridcully—. ¿Hacia dónde ahora?
—Hex, muévenos hacia Londres, ¿quieres? —dijo Ponder—. Locación 7. —Aparentemente los magos no se movieron, pero el paisaje alrededor vaciló y cambió.
Se convirtió en un callejón. Se escuchaban muchos ruidos callejeros cercanos.
—Estoy seguro de que todos ustedes leyeron la información que preparé esta mañana —dijo Ponder, animadamente.
—¿Estás también seguro de que no estamos de regreso en Ankh-Morpork? —dijo Ridcully en voz muy alta.
—¡Juraría que puedo oler el río!
—Ah, entonces quizás sea mejor que sólo les recuerde los puntos importantes —dijo Ponder con voz cansada—. La lista de las cosas muy importantes que pueden impedir el progreso de Darwin...
—Recuerdo los calamares gigantes —arriesgó Rincewind.
—Hex puede arreglarse con los calamares gigantes —dijo Ponder.
—Oh, qué lástima. Lo esperaba con ansias —dijo Ridcully.
—No, señor —dijo Ponder, con tanta paciencia como le fue posible—. Tenemos que tratar con las personas. ¿Recuerda? La última vez estuvimos de acuerdo en que no es ético dejarle eso a Hex. ¿Recuerda la lluvia de mujeres gordas?
—Eso nunca ocurrió en realidad —dijo el Conferenciante en Runas Recientes, con nostalgia.
—Exactamente —dijo Ridcully, con firmeza—. Y mejor también. Condúcenos, Sr. Stibbons.
—Tanto que hacer, tanto que hacer —farfulló Ponder, hojeando sus papeles—. Supongo es mejor que hagamos las cosas en orden... de modo que primero, debemos asegurarnos de que la cocinera del Sr. Habbakuk Souser deseche el pescado.

Un niño del fregadero abrió la puerta trasera, en una calle de casas de aspecto muy próspero. Ponder Stibbons levantó su sombrero muy alto.
—Deseamos ver a... —consultó la tablilla—... a la Sra. Boddy —dijo—. ¿Es la cocinera aquí, creo? Dile que somos el Comité de Salud Pública, y el asunto es urgente, ¡de modo que despabílate!
—Espero que sepas qué estás haciendo, Stibbons —susurró Ridcully cuando el niño se escurrió.
—Totalmente, Archicanciller. Hex dice que la línea de la causalidad es... Ah, ¿Sra. Boddy?
Se lo dijo a una mujer flaca y preocupada que avanzaba hacia ellos desde el penumbroso interior, secándose las manos en el mandil.
—Lo soy, señor —dijo la cocinera—. ¿El niño dijo que ustedes caballeros eran Higiénicos?
—Sra. Boddy, ¿le entregaron algunos peces esta mañana? —dijo Ponder, ceñudo.
—Sí, señor. Una buena pieza de merluza. —Una incertidumbre repentina se apoderó de sus rasgos—. Er... eso estaba bien, ¿verdad?
—¡Lamentablemente no, Sra. Boddy! —dijo Ponder—. Acabamos de venir del pescadero. Todas sus merluzas están pasadas. Hemos tenido muchas quejas. ¡Algunas de ellas eran de parientes muy cercanos, Sra. Boddy!
—¡Oh, qué haremos para ser salvados! —exclamó la cocinera—. ¡La he puesto a cocinar! ¡Olía muy bien, señor!
—A Dios gracias, entonces, no hay daños —dijo Ponder.
—¿Se la doy al gato?
—¿Le gusta el gato? —dijo Ponder—. ¡No, envuélvala en un poco de papel y tráigala aquí ahora mismo! Estoy seguro de que el Sr. Souser comprenderá cuando le sirva un poco del jamón frío de ayer.
—¡Síseñor! —La cocinera se alejó, y regresó en breve con un paquete de pescado muy caliente y muy húmedo. Ponder se lo quitó de las manos y lo puso en los brazos de Rincewind.
—¡Friegue la cacerola cuidadosamente, Sra. Boddy! —dijo Ponder, mientras Rincewind trataba de hacer malabares con la merluza—. ¡Caballeros, debemos darnos prisa!
Empezó a caminar muy rápido hacia el final de la calle, los magos corriendo detrás de él, y giró de pronto en un callejón justo antes de un grito de:
—¿Señor? ¿Señor? ¿Cómo sabía usted del jamón frío?
—Locación 9, Hex —dijo Ponder—. ¡Y quita ese pescado, por favor!
—¿De eso se trataba todo? —dijo Ridcully—. ¿Por qué tomamos el pescado de esa pobre mujer?
Rincewind dijo «¡Ouch!» cuando el pez desapareció.
—El Sr. Souser viajará, er, mañana para encontrarse con algunos hombres de negocios —dijo Ponder, mientras se formaba un círculo en el suelo alrededor de los magos—. Uno de ellos será un hombre llamado Josiah Wedgwood, un famoso industrial. El Sr. Souser le contará sobre su hijo James, que actualmente está trabajando con la marina. Ha hecho a un hombre de él, le dirá el Sr. Souser. El Sr. Wedgwood escuchará con interés, y se formará la opinión de que la aventura de un largo viaje por mar en respetable compañía bien podría ser beneficiosa para un joven al borde de la vida adulta. Por lo menos, lo hará ahora. Si el Sr. Souser comía ese pescado, mañana estaría demasiado enfermo para viajar.
—Bien, son buenas noticias para el Sr. Souser, pero ¿qué tiene que ver con nosotros? —dijo el Decano.
—El Sr. Wedgwood es el tío de Charles Darwin —dijo Ponder, mientras el aire vacilaba—. Tendrá alguna influencia en la carrera de su sobrino. Y ahora, nuestra próxima visita...
—¡Buenos días! ¿La Sra. Nightingale?
—¿Sí? —dijo la mujer, como si lo dudara. Hizo pasar al grupo de personas que tenía delante, los ojos fijos sobre el barbudo cuyos nudillos tocaban el suelo. A su lado, la criada que había abierto la puerta miraba nerviosa.
—Mi nombre es Sr. Stibbons, Sra. Nightingale. Soy secretario de La Misión para Viajero de Profundidades, una organización de beneficencia. ¿Creo que el Sr. Nightingale está a punto de embarcarse en una peligrosa misión hacia las aguas tormentosas, laberínticas, e infestadas de calamares gigantes comedores de barcos en Sudamérica?
La mirada de la mujer se apartó del Bibliotecario y sus ojos se estrecharon.
—Nunca me dijo nada sobre calamares gigantes —dijo.
—¿De veras? Lamento mucho escuchar eso, Sra. Nightingale. El Hermano Bookmeister aquí —Ponder palmeó al Bibliotecario sobre el hombro—, le contaría él mismo sobre ellos si no fuera que la terrible experiencia le robó el poder del habla.
—¡Ook! —dijo el Hermano Bookmeister lastimeramente.
—¿De veras? —dijo la mujer, encajando la mandíbula firmemente—. ¿Les importaría, caballeros, entrar en el salón?

—Bien, los bollos estaban buenos —dijo el Decano, mientras los magos salían sin prisa a la calle media hora después—. Y ahora, Stibbons, ¿te importaría decirnos de qué se trataba todo eso?
—Con gusto, Decano, y ¿puedo decir que su historia sobre la culebra marina fue muy útil? —dijo Ponder—. Pero Rincewind, ese relato sobre los peces voladores asesinos fue algo excesivo, creo.
—¡No los inventé! —dijo Rincewind—. Tenían unos dientes como...
—Bien, de todos modos... Darwin era la segunda alternativa para el puesto en el Beagle —dijo Ponder—. El Sr. Nightingale era la primera alternativa del capitán. La historia registrará que después de que la súplica de su esposa declinó la propuesta. Esto sucederá cinco minutos después de llegar a casa esta noche.
—¿Otro fino ardid? —dijo Ridcully.
—Estoy algo complacido de él, en realidad —dijo Ponder.
—Hum —dijo Ridcully. La astucia de los magos más jóvenes no es aplaudida automáticamente por sus mayores—. Muy inteligente, Stibbons. Eres un mago a tener en cuenta.
—Gracias, señor. Mi siguiente pregunta es: ¿alguien aquí sabe algo sobre construcción naval? Bien, quizás no sea necesario. Hex, llévanos a Portsmouth, por favor. El Beagle está siendo acondicionado. Necesitarán ser inspectores navales que, ajaja, estoy seguro que lo harán bien. A decir verdad, serán los inspectores más observadores que alguna vez haya habido. Locación 3, por favor, Hex.



CAPÍTULO 8
Adelante hacia el pasado
Bien, los magos han hecho una buena largada. Y con el poder de Hex por detrás, los magos pueden viajar a voluntad a lo largo de la línea temporal de Mundobola. Nos alegramos de que puedan hacerlo, en un contexto ficticio... pero ¿podríamos hacer lo mismo, en uno real?
Para responder, debemos determinar cómo se ve una máquina del tiempo dentro del marco de la relatividad general. Luego podemos conversar sobre construir una.
Viajar al futuro es fácil: esperar. Lo que es difícil es retroceder. Una máquina del tiempo permite que una partícula u objeto regrese a su propio pasado, de modo que su mundo-línea, una curva temporal, debe cerrarse en un bucle. Así que una máquina del tiempo es sólo una curva temporal cerrada, abreviado CTC. En lugar de preguntar, ‘¿Es posible viajar en el tiempo?’, nos preguntamos, ‘¿Puede existir una CTC?’
En el espacio-tiempo plano de Minkowski, no. Hacia adelante y hacia atrás, los conos de luz —el futuro y el pasado de un evento— nunca se cortan (excepto en el mismo punto, que descontamos). Si se dirige a través de un plano, sin desviarse nunca más de 45º del norte exacto, nunca puede encontrarse a sí mismo desde el sur.
Pero los conos de luz hacia adelante y hacia atrás pueden cortarse en otra clase de espacio-tiempo. La primera persona en notarlo fue Kurt Godel, mejor conocido por su trabajo fundamental en lógica matemática. En 1949 descubrió la matemática relativista de un universo rotatorio, y descubrió que el pasado y el futuro de cada punto se cortan. Arranque donde y cuando quiera, viaje hacia su futuro, y terminará en su propio pasado. Sin embargo, las observaciones indican que el universo no está rotando, y hacer girar un universo estacionario (especialmente desde el interior) no parece una manera plausible de hacer una máquina del tiempo. Sin embargo, si los magos fueran a darle un giro a Mundobola...
El ejemplo más simple de futuro encontrándose con el pasado surge si uno toma el espacio-tiempo de Minkowski y lo enrolla a lo largo de la dirección ‘vertical’ del tiempo para formar un cilindro. Entonces la coordenada tiempo se vuelve cíclica, como en la mitología hindú, donde Brahma recrea el universo cada kalpa, un período de 4,32 mil millones de años. Aunque un cilindro parece curvo, el correspondiente espacio-tiempo no lo es en realidad —no en el sentido gravitacional. Cuando uno enrolla una hoja de papel en un cilindro, no se distorsiona. Puede aplanarla otra vez y el papel no está doblado ni arrugado. Una hormiga puramente confinada a la superficie no notará que el espacio-tiempo ha sido curvado, porque las distancias en la superficie no han cambiado. En pocas palabras, la métrica local no cambia. Lo que cambia es la geometría global del espacio-tiempo, su topología de conjunto.
Enrollar el espacio-tiempo de Minkowski es un ejemplo de un poderoso truco matemático para desarrollar nuevos espacio-tiempos a partir de los viejos: recortar-y-pegar. Si uno puede cortar trozos de espacio-tiempo conocidos, y pegarlos sin distorsionar sus métricas, entonces el resultado es también un espacio-tiempo posible. Decimos ‘distorsionar la métrica’ más que ‘doblar’, por exactamente la misma razón que decimos que el espacio-tiempo de Minkowski enrollado no es curvo. Estamos hablando de una curvatura intrínseca, la experimentada por una criatura que vive en el espacio-tiempo, no de una curvatura aparente como la que ve algún visualizador externo.
La versión enrollada del espacio-tiempo de Minkowski es una manera muy simple de demostrar que los espacio-tiempos que obedecen las ecuaciones de Einstein pueden poseer CTC... y por lo tanto ese viaje no es incongruente con la física actualmente conocida. Pero eso no implica que el viaje en el tiempo sea posible. Hay una diferencia muy importante entre lo que es matemáticamente posible y lo que es físicamente viable.
Un espacio-tiempo es matemáticamente posible si obedece las ecuaciones de Einstein. Es físicamente viable si puede existir, o puede ser creado, como parte de nuestro propio universo o un accesorio. No hay una muy buena razón para suponer que el espacio-tiempo de Minkowski enrollado sea físicamente viable: indudablemente sería difícil rediseñar el universo en esa forma si no estuviera ya dotado de tiempo cíclico, y en este momento muy pocas personas (aparte de los Hindúes) piensan que lo está. La búsqueda de espacio-tiempos que posean CTC y tengan una física posible es una búsqueda de topologías más plausibles. Hay muchas topologías matemáticamente posibles, pero, como con el irlandés que da direcciones, no se puede llegar a todas ellas desde aquí.
Sin embargo, se puede llegar a algunas excepcionalmente interesantes. Todo lo que se necesita es la ingeniería del agujero negro. Oh, y de agujeros blancos, también. Y energía negativa. Y...
Un paso a la vez. Agujeros negros para empezar. Primero fueron pronosticados en la clásica mecánica de Newton, donde no hay ningún límite a la velocidad de un objeto en movimiento. Las partículas pueden escapar de una masa que las atraen, sin importar que tan fuerte sea su campo gravitacional, moviéndose más rápido que la adecuada ‘velocidad de escape’. Para la Tierra, es de 7 millas por segundo (11 kps), y para el Sol, de 26 millas por segundo (41 kps). En un artículo presentado a la Royal Society en 1783, John Michell observó que el concepto de velocidad de escape, combinado con una velocidad finita de la luz, implicaba que los objetos suficientemente masivos no pueden emitir luz en absoluto —porque la velocidad de la luz será más baja que la velocidad de escape. En 1796, Pierre Simon de Laplace repitió estas observaciones en su Exposición del Sistema del Mundo. Ambos imaginaban que el universo podía estar lleno de cuerpos inmensos, más grandes que las estrellas, pero totalmente oscuros.
Estaban un siglo por delante de su tiempo.
En 1915, Karl Schwarzschild dio el primer paso hacia una respuesta a la versión relativista de la misma pregunta, cuando resolvió las ecuaciones de Einstein para el campo gravitacional alrededor de una esfera maciza en el vacío. Su solución se comportaba muy extrañamente a una distancia crítica desde el centro de la esfera, ahora denominada radio de Schwarzschild. Es igual a la masa de la estrella, multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz, multiplicada por dos veces la constante gravitacional, si quiere saberlo.
El radio de Schwarzschild para el Sol es de 1,2 millas (2 km), y para la Tierra de 0,4 pulgadas (1 cm) —ambos enterrados, inaccesibles y profundos, donde no pueden causar problemas. De modo que no estaba completamente claro qué tan significativo era el extraño comportamiento matemático... o incluso qué significaba.
¿Qué le pasaría a una estrella tan densa que está dentro de su propio radio de Schwarzschild?
En 1939, Robert Oppenheimer y Hartland Snyder demostraron que colapsaría bajo su propia atracción gravitacional. Efectivamente, toda una porción de espacio-tiempo colapsaría para formar una región de la que ninguna materia, ni siquiera la luz, podría escapar. Éste fue el nacimiento de un nuevo y excitante concepto físico. En 1967, John Archibald Wheeler acuñó el término agujero negro, y el nuevo concepto fue así bautizado.
¿Cómo se desarrolla un agujero negro a medida que pasa el tiempo? Un terrón inicial de materia se encoge al radio de Schwarzschild, y luego continúa encogiéndose hasta que, después de un tiempo finito, toda la masa ha colapsado en un único punto, denominado una singularidad. Desde afuera, sin embargo, no podemos observar la singularidad: está más allá del ‘horizonte de evento’ en el radio de Schwarzschild, que separa la región observable —de donde la luz puede escapar— de la región no-observable —donde la luz queda atrapada.
Si uno observara desde afuera un agujero negro colapsando, vería a la estrella encogiéndose hacia el radio de Schwarzschild, pero nunca la vería llegar allí. Mientras se encoge, su velocidad de colapso —vista desde afuera— se acerca a la de la luz, y la dilación temporal relativista implica que todo el colapso es infinitamente largo cuando es visto por un observador exterior. La luz de la estrella pasaría más y más profundo hacia el extremo rojo del espectro. El nombre debería ser ‘agujero rojo’.

Los agujeros negros son ideales para la ingeniería del espacio-tiempo. Uno puede cortar-y-pegar un agujero negro en cualquier universo que tenga regiones asintóticamente planas, como el nuestro. Esto hace a la topología de los agujeros negros físicamente posible en nuestro universo. En efecto, el escenario del colapso gravitacional lo hace aun más posible: uno sólo tiene que empezar con una concentración lo bastante grande de materia, como una estrella de neutrones o el centro de una galaxia. Una sociedad tecnológicamente avanzada podría construir agujeros negros.
Sin embargo, un agujero negro no posee CTC, de modo que no hemos logrado viajar en el tiempo. Todavía. De todos modos, nos estamos acercando. El siguiente paso usa la reversibilidad temporal de las ecuaciones de Einstein: a cada solución corresponde otra que es exactamente la misma, excepto que el tiempo corre hacia atrás. El reverso temporal de un agujero negro se denomina agujero blanco. El horizonte del evento de un agujero negro es una barrera de la que no puede escapar ninguna partícula; el horizonte del evento de un agujero blanco es uno donde ninguna partícula puede caer, pero del que pueden emerger partículas en cualquier momento. De modo que, visto desde el exterior, un agujero blanco parecería como la repentina explosión del valor material de una estrella, viniendo desde un horizonte del evento en tiempo revertido.
Los agujeros blancos podrían parecer bastante extraños. Tiene sentido que una concentración inicial de materia colapse, si es suficientemente densa, y que por lo tanto, forme un agujero negro; pero ¿por qué la singularidad dentro de un agujero blanco debería decidir de repente vomitar una estrella, habiendo permanecido igual desde el amanecer del tiempo? ¿Quizás porque el tiempo corre hacia atrás dentro de un agujero blanco, de modo que la causalidad corre desde el futuro hacia el pasado? Aceptemos que los agujeros blancos son sólo una posibilidad matemática, y notemos que también son asintóticamente planos. De modo que si uno supiera cómo hacerlo, podría pegarlo prolijamente en el propio universo, también.
No sólo eso: uno puede pegar un agujero negro y un agujero blanco juntos. Córtelos a lo largo de sus horizontes del evento, y péguelos a lo largo de éstos. El resultado es una especie de tubo. La materia puede pasar por el tubo sólo en una dirección: entra por el agujero negro y sale por el blanco. Es una especie de válvula de materia. El paso a través de la válvula sigue una curva temporal, porque las partículas de materia pueden atravesarla.
Ambos extremos del tubo pueden ser pegados en cualquier región asintóticamente plana de cualquier espacio-tiempo. Se podría pegar un extremo en nuestro universo, y el otro en el de alguien más; o se podrían pegar ambos extremos en el nuestro —donde le guste, excepto cerca de una concentración de materia. Ahora tiene un agujero de gusano. La distancia transversal del agujero de gusano es muy pequeña, mientras que entre los dos extremos, a través del espacio-tiempo normal, puede ser tan grande como quiera.
Un agujero de gusano es un atajo a través del universo. Pero es transmisión de materia, no un viaje en el tiempo. No importa: ya casi estamos ahí.

La clave para el viaje en el tiempo por agujero de gusano es la conocida paradoja de los gemelos, señalada por el físico Paul Langevin en 1911. Recordemos que en la relatividad, el tiempo pasa más despacio cuanto más rápido se viaja, y se detiene totalmente a la velocidad de la luz. Este efecto es conocido como dilación temporal. Citamos de La Ciencia de Mundodisco:
Supongamos que Rosencrantz y Guildenstern nacen en la Tierra el mismo día. Rosencrantz se queda aquí toda la vida, mientras que Guildenstern se va de viaje a casi la velocidad de la luz, y entonces da la vuelta y regresa a casa. Por la dilación temporal, un solo año (por decir) ha pasado para Guildenstern, mientras que pasaron 40 para Rosencrantz. De modo que Guildenstern tiene ahora 39 años menos que su hermano mellizo.
Se llama paradoja porque parece ser un misterio: desde el marco de referencia de Guildenstern, es Rosencrantz quien ha salido zumbando a una velocidad cercana a la de la luz. Seguramente, del mismo modo, ¿debería ser Rosencrantz 39 años más joven, no Guildenstern? Pero la aparente simetría es falaz. El marco de referencia de Guildenstern está sujeto a aceleración y desaceleración, especialmente cuando da media vuelta para dirigirse a casa; el de Rosencrantz no. En la relatividad, las aceleraciones hacen una gran diferencia.
En 1988, Michael Morris, Kip Thorne y Ulvi Yurtsever se dieron cuenta de que combinando un agujero de gusano con la paradoja de los gemelos se producía un CTC. La idea es dejar fijo el extremo blanco del agujero de gusano, y menear el extremo negro de atrás para adelante a una velocidad apenas por debajo de la de la luz. Cuando el extremo negro zigzaguea, la dilación temporal entra en juego, y el tiempo pasa más despacio para un observador que se mueve con ese extremo. Piense en mundo-líneas que unen a los dos agujeros de gusano a través del espacio normal, de modo que el tiempo experimentado por observadores en cada extremo sea el mismo. Al principio, esas líneas son casi horizontales de modo que no son temporales, y no es posible que las partículas de materia avancen a lo largo de ellas. Pero a medida que pasa el tiempo, la línea se acerca más a la vertical, y al final se vuelve temporal. En cuanto esta ‘barrera temporal’ es cruzada, se puede viajar desde el extremo blanco del agujero de gusano hasta el negro por el espacio normal —siguiendo una curva temporal. Porque el agujero de gusano es un atajo, se puede hacer en un período de tiempo muy breve, viajando en un instante desde el extremo negro al blanco correspondiente. Es el mismo lugar de su punto de partida, pero en el pasado.
Usted ha viajado en el tiempo.
Al esperar, uno puede cerrar el camino en un CTC, y terminar en el mismo lugar y tiempo desde el que arrancó. No volver hacia el futuro, sino avanzar hacia al pasado. Cuanto más lejos en el futuro esté el punto de partida, más lejos en el pasado podrá viajar desde ese punto. Pero hay una desventaja en este método: nunca se puede viajar hacia atrás más allá de la barrera temporal, y eso ocurre algún tiempo después de haber construido los agujeros de gusano. No espere volver para cazar dinosaurios. Ni para pisotear mariposas del Cretáceo.

¿Podríamos realmente hacer uno de estos dispositivos? ¿Podríamos realmente pasar a través de un agujero de gusano?
Hay otras máquinas del tiempo basadas en la paradoja de los gemelos, pero todas están limitadas por la velocidad de la luz. Funcionarían mejor, y quizás serían más fáciles de construir y operar, si pudiera seguir Star Trek y engancharse a su motor warp, viajando más rápido que la luz.
Pero la relatividad lo prohíbe, ¿correcto?
Equivocado.
La relatividad especial lo prohíbe. Resulta que la relatividad general lo permite. Lo asombroso es que la manera en que lo permite resulta ser la jerga habitual de ciencia ficción, invocada por incontables autores que conocían las limitaciones relativistas pero todavía querían que sus naves estelares viajaran más rápido que la luz. «La relatividad prohíbe que la materia se desplace más rápido que la luz», recitaban, «pero no prohíbe que el espacio viaje más rápido que la luz». Ponga su nave estelar en una región del espacio, y manténgala relativamente estacionaria en esa región. Ninguna violación de Einstein hasta ahí. Ahora mueva toda la región de espacio, nave estelar adentro, con velocidad superluminar (más-rápido-que-la-luz). ¡Bingo!
Ja, ja, sumamente divertido. Excepto que...
En el contexto de la relatividad general, a eso llegó exactamente Miguel Alcubierre Moya en 1994. Probó que existían soluciones de las ecuaciones de campo de Einstein que involucraban una ‘deformación’ local del espacio-tiempo para formar una burbuja móvil. El espacio se contrae por delante de la burbuja y se dilata por detrás de ella. Ponga una nave estelar dentro de la burbuja, y puede ‘surfear’ una ola gravitacional, cobijada dentro de una concha estática de espacio-tiempo local. La velocidad de la nave estelar con relación a la burbuja es cero. Sólo se mueve el límite de la burbuja, y es sólo espacio vacío.
Los escritores de ciencia ficción tenían razón. No hay ningún límite relativista para la velocidad a la que el espacio puede moverse.
Los motores warp tienen la misma desventaja que los agujeros de gusano. Se necesita materia exótica para crear la repulsión gravitatoria necesaria para distorsionar el espacio-tiempo de esta manera anormal. Se han propuesto otros esquemas para motores warp, que supuestamente superan este obstáculo, pero tienen sus propias desventajas. Sergei Krasnikov notó una inoportuna característica del motor warp de Alcubierre: el interior de la burbuja se vuelve causalmente desconectado de su borde delantero. El capitán de la nave estelar, dentro de la burbuja, no puede dirigirla, y ni siquiera puede encenderla o apagarla. Propuso un método diferente, una ‘autopista súper-luminar’. En el viaje de ida, la nave estelar viaja por debajo de la velocidad de la luz y deja un tubo de espacio-tiempo distorsionado detrás de ella. En el viaje de regreso, viaja más rápido que la luz a lo largo del tubo. La autopista súper-luminar también necesita de energía negativa; a decir verdad, Ken Olum y otros han probado que cualquier tipo de motor warp sirve.
Hay límites para la vida de una cantidad determinada de energía negativa. Para los agujeros de gusano y los motores warp estos límites implican que tales estructuras deben ser muy pequeñas, o si no que la región de energía negativa debe ser sumamente delgada. Por ejemplo, un agujero de gusano cuya boca tenga tres pies (1m) de ancho debe limitar su energía a una cinta cuyo espesor sea una millonésima del diámetro de un protón. El total de la energía negativa requerida sería equivalente al producto total (en energía positiva) de 10 mil millones de estrellas durante un año. Si la boca tuviera un año-luz de ancho, entonces el espesor de la cinta de energía negativa sería aun más pequeño que un protón, y ahora la energía negativa requerida sería la de 10 cuatrillones de estrellas.
Los motores warp, en todo caso, son peores. Para viajar a una velocidad 10 veces la de la luz (un simple Factor 2 de Star Trek) el espesor de la pared de la burbuja debe ser de 10-32 metros. Si la nave estelar tiene 200 yardas (200 m) de largo, la energía requerida para hacer la burbuja tiene que ser 10 mil millones de veces la masa del universo conocido.
Entendido.

El narrativium de Mundobola puede ser documentado, algunas veces. Cuando Ronald Mallett tenía diez años, su padre de 33 años murió por insuficiencia cardiaca, causada por beber y fumar. «Eso me apabulló completamente», se informa que dijo. Poco después, leyó La Máquina del Tiempo de Wells. Y razonó: «Si pudiera construir una máquina del tiempo, podría advertirle sobre lo que iba a ocurrir».

La idea infantil perdió intensidad, pero el interés en los viajes en el tiempo no. Cuando adulto, Mallett inventó un tipo completamente nuevo de máquina del tiempo, uno que usa luz curva.
Morris y Thorne curvaron el espacio para hacer un agujero de gusano usando materia. La masa es espacio curvo. Levi-Civita curvó el espacio usando magnetismo. El magnetismo tiene energía, la energía es (como nos dice Einstein) masa. Mallett prefiere curvar el espacio usando luz. La luz, también, tiene energía. De modo que puede actuar como masa. En 2000, publicó un trabajo sobre la deformación del espacio por medio de un rayo circular de luz. Entonces se le ocurrió. Si uno puede deformar el espacio, también debería poder deformar el tiempo. Y sus cálculos mostraron que un anillo de luz podía crear un anillo de tiempo... un CTC.
Con una máquina del tiempo de luz-curva de Mallett, uno puede volver a su pasado. Un viajero del tiempo hace su camino en el bucle cerrado de luz, espacio, y tiempo. El caminar alrededor del bucle tiene el mismo efecto que moverse hacia atrás en el tiempo. Cuantas más veces recorra el bucle, más atrás irá, trazando un mundo-línea helicoidal. Cuando se ha llegado lo bastante lejos en el pasado, se sale del bucle. Fácil.
Sí, pero... ya hemos estado aquí antes. Se necesitan enormes cantidades de energía para hacer un rayo circular de luz.
Eso es verdad... a menos que se pueda disminuir la velocidad de la luz. Un anillo de luz muy lenta, a velocidad-Mundodisco, como la del sonido en Mundobola, es mucho más fácil de hacer. La razón es que cuando la luz disminuye la velocidad, gana inercia. Esto le da mayor energía, y el efecto warp es mucho más grande para menor esfuerzo por parte del constructor.
La relatividad nos dice que la velocidad de la luz es constante... en el vacío. En otros medios, la luz disminuye la velocidad; es por esto que el vidrio refracta la luz, por ejemplo. En el medio correcto, se puede disminuir la velocidad de la luz, o aun detenerla totalmente. Los experimentos de Lene Hau demostraron este efecto en 2001, usando un medio conocido como condensado Bose-Einstein. Es una forma furiosa y degenerada de materia, que ocurre a temperaturas cercanas al cero absoluto; consiste en muchos átomos en un estado cuántico exactamente igual, formando un ‘súper-fluido’ de viscosidad cero.
De modo que tal vez el viajero del tiempo de Wells pudo haber incluido algún equipo de refrigeración y un rayo láser en su máquina. Pero una máquina del tiempo de luz-curva de Mallett sufre la misma limitación que una de agujero de gusano. No se puede viajar hacia atrás hasta ningún tiempo antes de que la máquina fuera construida.
Probablemente Wells tuviera razón al eliminar ese encuentro con un hipopótamo gigante.

Éstas son puramente máquinas del tiempo relativistas, pero el universo también tiene características cuánticas, y deben ser tenidas en cuenta. La búsqueda de una unificación de las teorías de la relatividad y cuántica —respetablemente conocida como ‘gravedad cuántica’ y a menudo ridiculizada como una Teoría del Todo— ha dado una hermosa propuesta matemática, la teoría de la cuerda. En esta teoría, en vez de que las partículas fundamentales sean puntos, están haciendo vibrar bucles pluridimensionales. La versión mejor conocida usa bucles de seis dimensiones, de modo que su modelo del espacio-tiempo es realmente de diez dimensiones. ¿Por qué nadie se dio cuenta? Quizás porque las seis dimensiones adicionales están rizadas hacia arriba tan tensas que nadie las ha observado —muy posiblemente, no han podido hacerlo. O quizás —el irlandés otra vez— no podemos irnos hasta allí desde aquí.
Muchos físicos esperan que la teoría de cuerdas, así como la relatividad unificadora y la mecánica cuántica, también proporcione una prueba de la conjetura de Hawking, la de protección cronológica —el universo conspira para mantener los eventos ocurriendo en el mismo orden temporal. En conexión con esto, hay un agujero negro rotatorio de cinco dimensiones según la teoría de cuerdas, llamado agujero negro BMPV. Si rota lo bastante rápido, tiene CTC fuera de la región del agujero negro. En teoría, se puede construir uno de ondas gravitacionales y artilugios esotéricos de la teoría de cuerdas denominado ‘D-branas’.
Y aquí vemos un atisbo de los policías temporales cosmológicos de Hawking. Lisa Dyson echó una mirada cuidadosa a lo que ocurre cuando se ponen juntas las ondas gravitatorias y las D-branas. Así como el agujero negro está a un pelo de convertirse en una máquina del tiempo, los componentes no se reúnen en el mismo lugar. En cambio, forman una concha de gravitones (hipotéticas partículas de gravedad, análogas a los fotones de la luz). Las D-branas están atrapadas dentro de la concha. Los gravitones no pueden ser persuadidos de acercarse más, y no se puede hacer girar el BMPV lo bastante rápido para crear un CTC accesible.
Las leyes de la física no permitirán montar esta clase de máquina del tiempo, a menos que se pueda inventar alguna ingeniosa clase de andamio.
La mecánica cuántica añade un nuevo efecto a todo el juego de viajes en el tiempo. Para empezar, puede abrir un camino para crear un agujero de gusano. A la muy diminuta escala de longitud del mundo cuántico, conocido como longitud de Planck (alrededor de 10-35 metros), se piensa que el espacio-tiempo es una espuma cuántica —una masa en perpetuo cambio de diminutos agujeros de gusano. La espuma cuántica es un tipo de máquina del tiempo. El tiempo se derrama dentro de ella como la espuma cabeceando sobre las olas del océano. Uno sólo tiene que aprovecharlo. Una civilización avanzada podría usar manipuladores gravitatorios para agarrar un agujero de gusano cuántico y agrandarlo hasta un tamaño macroscópico.
La mecánica cuántica también emite luz, o posiblemente oscuridad, en las paradojas del viaje en el tiempo. La mecánica cuántica es indeterminada —muchos eventos, como la decadencia de un átomo radioactivo, son aleatorios. Una manera de hacer esta indeterminación matemáticamente respetable es la interpretación de ‘muchos mundos’ de Hugh Everett III. Esta visión del universo es muy familiar a los lectores de ciencia ficción: nuestro mundo es sólo uno de una infinita familia de ‘mundos paralelos’ en los que ocurren todas las combinaciones de posibilidades. Es una manera dramática de describir la superposición cuántica de estados, en la que el giro de un electrón puede ser hacia arriba y hacia abajo al mismo tiempo, y (presuntamente) un gato puede estar tanto vivo como muerto.
Está bien para los electrones y probablemente sea un disparate para los gatos. Vea la fugaz aparición de Greebo en La Ciencia de Mundodisco.

En 1991, David Deutsch argumentó que, gracias a la interpretación de muchos mundos, el viaje en el tiempo según la mecánica cuántica no plantea ningún obstáculo a la libre voluntad. La paradoja del abuelo deja de ser paradójica, porque el abuelo será (o habrá sido) matado en un mundo paralelo, no en el original.
Encontramos esto un poco tramposo. Sí, resuelve la paradoja, pero sólo mostrando que realmente no era viajar en el tiempo en absoluto. Era viajar a un mundo paralelo. Divertido, pero no lo mismo. También coincidimos con varios físicos, entre otros Roger Penrose, que aceptan que la interpretación de ‘muchos mundos’ de la teoría cuántica es una efectiva descripción matemática, pero niega que los mundos paralelos involucrados sean en algún sentido reales. Aquí hay una analogía. Usando una técnica matemática llamada análisis de Fourier uno podría resolver cualquier sonido periódico, como la nota que toca un clarinete, en una superposición de sonidos ‘puros’ que involucra sólo una frecuencia vibratoria. En cierto sentido, los sonidos puros forman una serie de ‘notas paralelas’, que juntas crean la nota real. Pero no encontrará a nadie que afirme que por lo tanto debería existir un correspondiente juego de clarinetes paralelos, produciendo cada uno una de las notas puras. La descomposición matemática no necesita tener un análogo físico literal.

¿Y qué pasa con las paradojas del genuino viaje en el tiempo, sin entretenernos con mundos paralelos? En el entorno relativista, que es donde tales cuestiones surgen más naturalmente, hay una solución interesante. Si se montara una situación con posibilidades paradójicas, automáticamente conduciría a un comportamiento congruente.
Un típico experimento de pensamiento es enviar una bola de billar a través de un agujero de gusano, de modo que emerja en su propio pasado. Con cuidado, se puede enviar de modo que cuando salga (salió) golpee su reencarnación más temprana, desviándola de modo que nunca entre en el agujero de gusano en primer lugar. Es la paradoja del abuelo en forma menos violenta. La cuestión para un físico es: ¿puede uno realmente establecer tal estado paradójico? Tiene que hacerlo antes de construir la máquina del tiempo, luego construirla, y ver qué comportamiento físico ocurre en realidad.
Resulta que, por lo menos en la más simple formulación matemática de esta cuestión, las habituales leyes físicas seleccionan un comportamiento único y lógicamente congruente. Uno no puede de repente dejar caer una bola de billar dentro de un sistema pre-existente —ese acto involucra intervención humana, ‘libre voluntad’, y su relación con las leyes de la física es discutible. Si se lo deja a voluntad de la bola de billar, ésta sigue una ruta que no presenta contradicciones lógicas. Todavía no se sabe si se logran resultados similares en circunstancias más generales, pero bien podría suceder.
Todo esto está muy bien, pero evade la cuestión de la ‘libre voluntad’. Es una explicación determinista, válida para sistemas físicos idealizados como bolas de billar. Ahora, es posible que la mente humana sea en realidad un sistema determinista (ignorando los efectos cuánticos para mantener la discusión dentro de ciertos límites). Lo que nos gusta pensar en cómo hacer una libre elección podría ser en realidad lo que se siente cuando un cerebro determinista hace su camino hacia la única decisión que en realidad puede alcanzar. La libre voluntad podría ser el ‘quale’ de la toma de decisiones —la vívida sensación que recibimos, como el vívido sentido del color que obtenemos cuando miramos una flor roja. La física todavía no explica cómo surgen estas sensaciones. De modo que es habitual descartar los efectos de la libre voluntad cuando se habla de las paradojas temporales posibles.
Esto parece razonable, pero hay una trampa. Toda la discusión sobre máquinas del tiempo, en términos físicos, gira alrededor de la posibilidad de que las personas construyan los diversos espacio-tiempos warp involucrados. ‘Tome un agujero negro, péguelo a uno blanco...’ Específicamente, se trata de personas que eligen o deciden construir tal artefacto. En un mundo determinista, es seguro que lo construyen desde el principio, en cuyo caso ‘construir’ no es una palabra muy apropiada, o la cosa se monta por sí misma, y uno averigua en qué clase de universo está. Es exactamente como el universo giratorio de Godel: uno está adentro, o no, y no consigue cambiar nada. No se puede hacer una máquina del tiempo a menos que ya estuviera implícita en el desarrollo de ese universo de todos modos.

El punto de vista estándar de la física realmente sólo tiene sentido en un mundo donde las personas tienen libre voluntad y pueden decidir construir, o no construir, como les venga bien. De modo que la física, no por primera vez, ha adoptado puntos de vista incongruentes para diferentes aspectos de la misma cuestión, y por consiguiente se le han retorcido sus calzones filosóficos.
A pesar de todas las ingeniosas teorizaciones, la horrible verdad es que todavía no tenemos la menor idea de cómo hacer una máquina del tiempo práctica. Los dispositivos torpes y derrochadores de energía de la física real son una pálida sombra de la elegante máquina del Viajero del Tiempo de Wells, cuyo prototipo fue descrito como ‘una reluciente base metálica, apenas más grande que un reloj pequeño, hecha con mucha delicadeza. Tenía marfil, y alguna sustancia cristalina transparente'.
Todavía se necesita un poco de investigación y desarrollo.
Probablemente ésta es una Buena Cosa.



CAPÍTULO 9
Evitando Madeira
El carpintero estaba asombrado, como le contó a sus compañeros en el bar después del trabajo...
—... así que ya estaba terminando, y este tipo baja por la escalera y dice le ruego me disculpe, señor, pero sólo me gustaría verificar esa mampara, por favor. No tiene nada malo, le digo yo, está en perfectas condiciones. Entonces dice, correcto, correcto, por supuesto, pero tengo que verificar algo. Saca este trozo de papel del bolsillo y lo lee con cuidado, y dice que tiene que verificar que la nueva madera no tenga un raro gusano tropical que permite que se vea como buena madera pero que la debilita tanto que la embarcación absorberá demasiada agua y tendrá que desviarse a Madeira por arreglos, o algo, posiblemente. Pronto lo sabremos, le dije yo, y la golpeé con mi martillo y, oh sorpresa, se partió por la mitad. Habría jurado que era madera de primera, también. ¡Pequeños gusanos por todos lados!
—Es gracioso que diga eso —dijo el hombre enfrente—. Uno de ellos se acercó cuando estaba trabajando y me pidió que le permitiera mirar los clavos de cobre que estaba usando. Bien, saca un cuchillo, raspa uno, ¡es un trozo de hierro barato bajo una cáscara de cobre! ¡Tuve que hacer el trabajo de medio día otra vez! No me cabe en la cabeza cómo lo supo. Tom dijo que el proveedor juró que eran todos de cobre cuando los vendió.
—Ja —dijo un tercer hombre—, uno se acercó a mí y me preguntó qué haría si unos calamares gigantes hundieran la embarcación. Le dije que no haría nada, siendo como vivo en Portsmouth. —Vació su jarro—. Condenadamente concienzudos, estos inspectores.
—Sí —dijo el primer hombre, pensativo—. Piensan en todo...

—Siempre he pensado que un ganso es un ave inconveniente —dijo Mustrum Ridcully, trinchándolo—. Sólo apenas demasiado para uno pero no suficiente para dos. —Extendió un tenedor—. ¿Alguien más quiere un poco? Rincewind, haz que el hombre envíe algunas ostras más, ¿quieres? ¿Qué me dicen, caballeros? ¿Otras seis docenas? Tiremos la casa por la ventana, ¿eh? Jajaja...
Los magos habían tomado habitaciones en una posada, y el propietario, observando al atareado personal abajo en su cocina, estaba pensando con felicidad en un retiro temprano.
El dinero no había sido un problema. Hex simplemente había teleportado un poco desde un banco distante. Los magos habían debatido las implicancias morales del acto durante algún tiempo, con las bocas llenas, pero se habían puesto de acuerdo a favor de la idea. Estaban Haciendo Lo Correcto, después de todo.
Sólo Ponder no estaba comiendo mucho. Mordisqueaba un bollo y actualizaba sus notas; entonces anunció:
—Hemos cubierto todo, Archicanciller. Los clavos, los barriles de agua que pierden, el compás defectuoso, la carne mala... había nueve razones por las que el Beagle se habría desviado a la isla de Madeira. Hex cree que el calamar gigante podría ser una pista falsa. En cuanto a las nueve... sí, creo que hemos garantizado que ya no ocurrirán.
—Recuérdame por qué es importante, ¿quieres? —dijo el Decano—. Y pasa el vino, Mustrum.
—Sin esta intervención es más que probable que Darwin deje la embarcación en Madeira, si el Beagle para allí —dijo Ponder—. Estará terriblemente mareado durante el viaje.
—¿Y Madeira es...? —dijo el Decano.
—Una de un grupo de islas en el camino, Decano. Después de eso es un largo tirón hasta el Atlántico Sur, alrededor del extremo sur de Sudamérica con algunas paradas, y directo arriba hasta las Islas Galápagos.
—Abajo, al fondo, arriba —farfulló el Decano—. ¿Cómo puede alguien tomarle la mano a la navegación globular?
—El fenómeno que llamamos El Amor De Hierro, señor —dijo Ponder, suavemente—. Nosotros sólo lo encontramos en metales raros que caen del cielo, pero es muy común aquí. El hierro aquí trata de apuntar al norte.
El silencio cayó alrededor de la mesa.
—¿El norte? ¿Es la parte en la cima? —dijo Ridcully.
—Convencionalmente, señor, sí —dijo Ponder, y añadió algo tontamente—, pero sobre un globo no importa realmente, por supuesto.
—Por los dioses —farfulló el Decano, poniéndose la mano sobre los ojos.
—¿Cómo sabe el hierro en qué dirección apuntar? —insistió Ridcully.
—El metal no puede pensar.
—Es un poco como... como las arvejas que giran para seguir al Sol, señor —arriesgó Ponder, no seguro de que en realidad lo hicieran; quizás eran los agricultores de arvejas.
—Sí, pero las arvejas son cosas vivientes —dijo Ridcully—. Ellas... conocen al Sol, ¿correcto?
—Las arvejas no son exactamente renombradas por sus cerebros, Archicanciller —dijo el Director de Estudios Indefinidos—, de ahí el término cerebro de arveja.
—Pero una arveja debe ser un rematado genio comparado con un terrón de hierro, ¿sí? —dijo Ridcully.
Ponder sabía que tenía que ponerle un alto a esto. Los magos todavía estaban decididos a aplicar el sentido común a Mundobola, y eso no los llevaría a ningún lugar.
—Es una fuerza que puede ocurrir sobre los mundos con forma de globo —dijo—. Es causada por el núcleo giratorio de hierro fundido, y ayuda a evitar que la vida en la superficie sea asada por el Sol.
—Suena como Deitium con disfraz, ¿verdad? —dijo Ridcully—. ¿El planeta tiene este gran paraguas mágico para que la vida pueda sobrevivir? Muestra previsión.
—No trabaja totalmente de ese modo, Archicanciller —dijo Ponder—. La vida se desarrolló porque las condiciones se lo permitieron.
—Ah, pero si las condiciones no hubieran sido las correctas, no hubiera habido ninguna vida —dijo Ridcully—. Por lo tanto todo el ejercicio no tendría sentido.
—No realmente, señor. No habría nadie que apuntara la falta de sentido —dijo Ponder—. Estaba a punto de añadir que algunas aves, como las palomas, usan El Amor De Hierro como ayuda en los viajes a largas distancias. Tienen unas cosas diminutas llamadas ‘imanes’ en su cabeza, dice Hex. Son... pequeños trozos de hierro que saben dónde está el Polo Norte.
—Ah, me sé esa parte —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—. Los polos Norte y Sur son esas partes de un globo donde sale el eje. Pero son invisibles, por supuesto —añadió.
—Hum —dijo Ponder.
—Espera un minuto, ¿podemos volver a estas aves? —dijo Ridcully—. ¿Aves con cabezas magnéticas?
—¿Sí? —dijo Ponder, sabiendo que esto iba a ser tendencioso.
—¿Cómo? —dijo Ridcully, blandiendo una pierna de ganso—. Sobre este globo, las aves salieron de enormes bestias lagartijas monstruosas, ¿es eso cierto?
—Er... pequeñas grandiosas bestias monstruosas, señor —dijo Ponder, deseando no por primera vez que su Archicanciller no tuviera el don de recordar los detalles inconvenientes.
—¿Tenían que volar largas distancias a través de la niebla y el mal tiempo? —dijo el Archicanciller.
—Lo dudo, señor —dijo Ponder.
—¿De modo que ya tenían estos imanes en la cabeza desde el primer momento, o aparecieron por alguna mano piadosa? ¿Qué dice el Sr. Darwin de El Origen sobre eso?
—No mucho, señor —dijo Ponder. Había sido un largo día.
—Pero sugiere, verdad, que La Ología, jaja, es correcta y El Origen está equivocado. ¿Quizás los imanes fueron añadidos cuando los necesitaron?
—Podría ser, señor —dijo Ponder. No le permitas empezar con el ojo, pensó.
—Tengo una pregunta —dijo Rincewind, desde el extremo de la mesa.
—¿Sí? —dijo Ponder, rápidamente.
—Habrá monstruosas criaturas en estas islas hacia las que vamos, ¿sí?
—¿Cómo lo sabías? —dijo Ponder.
—Sólo se me ocurrió —dijo Rincewind, lúgubre—. ¿De modo que hay monstruos?
—Oh, sí. Gigantes en su clase.
—¿Con grandes dientes?
—No, no realmente. Son tortugas.
—¿Qué tan grandes?
—Como del tamaño de un sillón, creo.
Rincewind parecía desconfiar.
—¿Qué tan rápidas?
—No lo sé. No muy rápidas.
—¿Y eso es todo?
—Desde una perspectiva Darwiniana, las islas son famosas por sus muchos tipos de pinzones.
—¿Alguno de ellos es carnívoro?
—Comen semillas.
—¿De modo que... no hay nada peligroso donde vamos?
—No. De todos modos, no tenemos que ir allí. Todo lo que tenemos que hacer ahora es encontrar el punto donde él decide escribir la Ología en lugar de El Origen.
Rincewind jaló el plato de papas hacia él.
—Eso dices —dijo.
+++ Tengo que comunicar serias noticias +++
Las palabras salieron del aire. En Mundobola, Hex tenía una voz.
—Estamos teniendo una pequeña celebración aquí —dijo Ridcully—. ¡Estoy seguro de que sus noticias pueden esperar, Sr. Hex!
+++ Sí. Pueden +++
—Bien. En ese caso, Decano, serías tan amable de pasarme...
+++ No desearía estropear su apetito +++ continuó Hex.
—Me alegra escucharlo.
+++ La destrucción de la raza humana puede esperar hasta después del budín +++
El tenedor de Ridcully se quedó en el aire entre el plato y su boca. Entonces dijo:
—¿Te importa explicar esto, por favor, Sr. Stibbons?
—No puedo, señor. ¿Qué está ocurriendo, Hex? Realizamos todas esas tareas apropiadamente, ¿verdad?
+++ Sí. Pero, pausa importante, ¿ha escuchado de una criatura mítica llamada, pausa otra vez, hidra? +++
—¿El monstruo con muchas cabezas? —dijo Ponder—. No necesitas decirnos cuándo haces una pausa, a propósito.
+++ Gracias. Sí. Corta una cabeza y una docena crece en su lugar. Esta historia es una hidra +++
Rincewind inclinó la cabeza hacia Ponder.
—Te lo dije —dijo, con la boca llena.
+++ Soy incapaz de explicar por qué es así, pero ahora hay 1457 razones de por qué Darwin no escribió El Origen de las Especies. El libro nunca ha sido escrito en esta historia. El viaje nunca ha tenido lugar +++
—¡No sea absurdo! ¡Sabemos que sí! —dijo el Decano.
+++ Sí. Lo hizo. Pero ahora, no lo hizo. Charles Darwin el científico ha sido quitado de esta historia mientras ustedes comían. Estaba, y ahora no lo está. Se convirtió en un sacerdote poco recordado que atrapaba mariposas. No escribió ningún libro. La raza humana muere en quinientos años +++
—Pero ayer... —empezó Ridcully.
+++ Considere al tiempo no como un proceso continuado sino como una sucesión de eventos discontinuos. La carrera científica de Darwin ha sido extirpada. Ustedes lo recuerdan, pero es porque no son parte de este universo. Negarlo es sólo gritarle a los monos en el próximo árbol +++
—¿Quién lo hizo? —dijo Rincewind.
—¿Qué clase de pregunta es ésa? —dijo Ponder—. Nadie lo hizo. No hay nadie que haga las cosas. Éste es algún tipo de fenómeno extraño.
+++ No. El acto delata inteligencia +++ dijo Hex. +++ Recuerden, detecté malignidad. Conjeturo que su interferencia en esta historia ha conducido a alguna contramedida +++
—¿Elfos otra vez? —dijo Ridcully.
+++ No. No son lo bastante inteligentes. No puedo detectar nada excepto fuerzas naturales +++
—Las fuerzas naturales no están animadas —dijo Ponder—. ¡No pueden pensar!
+++ Pausa para efecto dramático... Quizás las de aquí han aprendido a hacerlo +++ dijo Hex.



CAPÍTULO 10
Reloj-22
En la versión estándar de la historia de Mundobola, la presencia de Charles Darwin sobre el Beagle sucedió sólo por una serie altamente improbable de coincidencias —tan improbable que es tentador verla como una intervención de los magos. Darwin no esperaba ser un naturalista trotamundos que revolucionara la visión de la humanidad sobre las criaturas vivientes, sino un vicario provincial.
Y todo fue por culpa de Paley.
La línea de razonamiento, seductora y hermosa de las teologías naturales encontraba una considerable predilección con las personas devotas de la Inglaterra de George III y IV, y después de ellos, con los igualmente devotos súbditos de William IV y Victoria. Para cuando Victoria ascendió al trono, en 1837, era efectivamente casi obligatorio que los vicarios provinciales se convirtieran en expertos en alguna polilla local, o ave, o flor, y la Iglesia alentaba vigorosamente tales actividades porque continuaban revelando la Gloria de Dios. El párroco de Suffolk, William Kirby, fue coautor, con el hombre de negocios William Spence, de un abundante tratado de cuatro volúmenes Una Introducción a la Entomología, por ejemplo. Estaba bien que un clérigo se interesarse en los escarabajos. O en la geología, una relativamente nueva rama de la ciencia que había atrapado la atención del joven Charles Darwin.
El gran progreso en geología, que la convirtió en una ciencia madura, fue el descubrimiento del Tiempo Profundo por Charles Lyell —la idea de que la Tierra era enormemente más vieja que los 6.000 años de Ussher. Lyell argumentaba que las rocas que encontramos en la superficie terrestre eran el producto de una continuada secuencia de procesos físicos, químicos y biológicos. Midiendo el espesor de las capas de roca, y calculando el ritmo a que esas capas pueden formarse, dedujo que la Tierra debía ser extraordinariamente antigua.
Darwin tenía pasión por la geología, y absorbió las ideas de Lyell como una esponja. Sin embargo, Charles era básicamente bastante perezoso, y su padre lo sabía. También sabía, para citar la biografía de Darwin de Adrian Desmond y James Moore, que:
La Iglesia Anglicana, gorda, complaciente y corrupta, vivía lujosamente de diezmos y donaciones, como lo había hecho durante un siglo. Las parroquias deseables eran subastadas con regularidad al mejor postor. Una buena ‘vida’ rural con una rectoría espaciosa, algunos acres para arrendar o cultivar, y quizás un establo de diezmo para albergar la recaudación local, que valía cientos de libras por año, podía ser fácilmente comprada como una inversión por un caballero de los medios del Dr. Darwin y entregada a su hijo.
Ése, por lo menos, era el plan.
Y al principio, el plan parecía estar funcionando. En 1828, Charles fue admitido en la University of Cambridge, tomando su juramento de matrícula una fría mañana de enero, prometiendo respetar los antiguos estatutos y costumbres de la universidad, ‘me ayuden Dios y sus Santos Evangelios’. Fue inscrito en el Christ’s College para un título en teología, junto con su primo William Darwin Fox que había empezado el año anterior. (Previamente, Charles había intentado medicina en Edimburgo, siguiendo los pasos de su padre y abuelo, pero se desilusionó y abandonó sin un título.) Después de obtener su Licenciatura en Artes, pasaría un año más leyendo teología, listo para ser ordenado en la Iglesia Anglicana. Podría convertirse en coadjutor, casarse, y tomar un puesto rural cerca de Shrewsbury.
Todo estaba organizado.
Poco después de empezar en Christ’s College, Charles fue picado por el escarabajo, por así decir. Una Introducción a la Entomología echaba chispas por un gran interés en los escarabajos, cuando aparentemente media nación estaba registrando bosques y setos para encontrar nuevas especies. Ya que había más especies de escarabajos en el mundo entero que de cualquiera otra cosa, ésta era una seria probabilidad. Charles y su primo registraron los caminos apartados del condado rural de Cambridge, clavando sus hallazgos sobre grandes láminas de cartón en prolijas hileras. No encontró una nueva especie de escarabajo, pero encontró uno alemán, raro, visto sólo dos veces antes en toda Inglaterra.
Hacia el final de su segundo año en la universidad, los exámenes amenazaban. Darwin había estado demasiado concentrado en los escarabajos y en una joven dama llamada Fanny Owen, y descuidó sus estudios académicos. Ahora sólo le quedaban dos meses para hacer el trabajo de dos años. En particular, había diez preguntas sobre el libro Evidencias del Cristianismo, por un tal William Paley. Darwin ya había leído el libro, pero ahora lo leyó otra vez con nueva atención... y le encantó. Encontró su lógica fascinante. Además, las inclinaciones políticas de Paley eran claramente a la izquierda, que resultaba atractivo al innato sentido de justicia social de Charles. Animado por sus estudios de Paley, Darwin aprobó.
Lo siguiente en línea eran los exámenes finales. Otro de los libros de Paley estaba en el programa: Principios de Filosofía Moral y Política. El libro estaba desactualizado, y navegaba cerca del viento de la herejía (política) y bien metido en los bajíos de la heterodoxia; era por eso que estaba en el programa. Uno tenía que ser capaz de argumentar el caso contra él, donde fuera aplicable. Decía, por ejemplo, que una iglesia establecida no formaba parte del Cristianismo. Darwin, entonces un Cristiano muy convencional, no estaba seguro de qué pensar. Tenía que ampliar sus lecturas, y para hacerlo seleccionó otro libro más de su ídolo Paley: Teología Natural. Sabía que muchos intelectuales ridiculizaban la posición de Paley sobre el diseño como ingenua. Sabía que su propio abuelo, Erasmus Darwin, había sostenido una visión radicalmente diferente, especulando sobre cambios espontáneos en los organismos en su propio libro Zoonomia. Las simpatías de Darwin estaban con Paley, pero empezó a preguntarse cómo se establecían las leyes científicas, y qué clase de evidencias eran aceptables, una búsqueda que lo condujo a un libro de Sir John Herschel con el paralizante título de Discurso Preliminar Sobre el Estudio de la Filosofía Natural. También tomó una copia de Narrativa Personal, de Alexander von Humboldt, un éxito de ventas de 3.754 páginas sobre el viaje del intrépido explorador a Sudamérica.
Darwin estaba fascinado. Herschel estimulaba su interés en la ciencia, y Humboldt le mostraba qué tan excitantes podían ser los descubrimientos científicos. Decidió, en el acto, visitar los volcanes de las Islas Canarias y ver por sí mismo el Gran Árbol Dragón. Su amigo Marmaduke Ramsay accedió a acompañarlo. Saldrían hacia los trópicos en cuanto Darwin hubiera firmado los 39 Artículos de la Iglesia Anglicana en su ceremonia de grado. Para prepararse para el viaje, Charles fue a Gales a llevar a cabo un trabajo geológico de campo. Descubrió que no había Vieja Arenisca Roja en el Valle de Clwyd, contrario al mapa geológico nacional del momento. Había ganado sus galones geológicos.
Entonces llegó un mensaje. Ramsay había muerto. El programa Canarias se sacudió hasta detenerse. Los trópicos parecían más lejos que nunca. ¿Podría Charles ir solo? Todavía estaba tratando de decidirlo cuando llegó de Londres un voluminoso paquete. Adentro había una carta, ofreciéndole la oportunidad de unirse a un viaje alrededor del mundo. La embarcación saldría en un mes.
La Marina Británica estaba planeando explorar y trazar un mapa de la costa de Sudamérica. Iba a ser una investigación cronométrica, significando que se haría toda la navegación usando una técnica relativamente nueva, no completamente confiable, de encontrar la longitud con ayuda de un reloj muy exacto o cronómetro. Robert FitzRoy, un capitán de marina mercante de 26 años, dirigiría la expedición; su embarcación sería el Beagle.
A FitzRoy le preocupaba que la soledad de su comando pudiera conducirlo al suicidio. El riesgo no era inverosímil: el ex-capitán del Beagle, Pringle Stokes, se había disparado mientras trazaba el mapa de una parte particularmente complicada de la costa de Sudamérica. Además, uno de los tíos de FitzRoy se había cortado la garganta en un ataque de depresión. De modo que decidió que necesitaba de alguien con quien hablar, para mantenerse cuerdo. Éste era el puesto que ahora le estaba ofreciendo a Darwin. El trabajo sería especialmente adecuado para alguien con interés en la historia natural, y la embarcación tenía el equipo científico necesario. Técnicamente, Darwin no sería ‘el naturalista de la nave’, como después algunas veces alegó, y esa presunción le conduciría eventualmente a una todopoderosa pelea con el cirujano del Beagle, Robert McCormick, porque por tradición el cirujano hacía el trabajo de naturalista en su tiempo libre. Darwin estaba contratado como ‘caballero de compañía’ para el capitán.
Charles decidió aceptar el ofrecimiento, pero su padre, prevenido por las hermanas de Charles, rehusó el permiso. Darwin podía haber ido en contra de los deseos de su padre, pero la idea le hacía sentirse muy incómodo, de modo que escribió a la Marina y rechazó el trabajo. Entonces, inusitadamente, su padre cedió un poco —nuestro primer ejemplo de lo que se parece sospechosamente a una interferencia de los magos. Daría el permiso de viaje a Charles, dijo, siempre que ‘alguna persona de buena posición’ lo recomendara. Tanto Charles como su padre sabían de quién se trataba: el Tío Jos (Wedgwood, nieto del fundador de la compañía de cerámica). Jos era un industrial, y el Dr. Darwin confiaba en su criterio. De modo que Charles y su tío se sentaron muy tarde, a escribir la carta adecuada. Jos le dijo al Dr. Darwin que tal viaje sería el éxito del joven. Y, con astucia, añadió que mejoraría sus conocimientos de historia natural, lo cual sería muy útil para una subsiguiente carrera en el clero.
Darwin Padre se ablandó (un punto para los magos). Excitado más allá de toda medida, Charles escribió rápidamente otra carta a la Marina, esta vez aceptando. Pero entonces tuvo noticias de FitzRoy, quien le dijo que el puesto ya no estaba vacante. El capitán se lo había dado a un amigo.
Sin embargo, Darwin estaba primero en la lista si su amigo cambiaba de opinión.
Darwin fue a Londres para hacer planes de emergencia en caso de que tuviera suerte, y para tener una cita con FitzRoy. Llegó justo para que le dijeran que el amigo del capitán había cambiado de opinión, apenas cinco minutos antes. (¿Los magos otra vez?) Su esposa había objetado la duración del viaje, entonces planeado en tres años. ¿Quería Darwin todavía el trabajo?
Sin palabras, Charles asintió.

El corazón de Darwin se vino abajo cuando vio la embarcación. El Beagle era un dos-mástiles podrido y de once años, con diez cañones. Lo estaban reconstruyendo, en parte a costa del propio FitzRoy, de modo que estaría bastante navegable. Pero la embarcación era estrecha, de sólo 90 pies (30 m) de largo por 24 (8 m) de ancho. ¿Podría su compañía con el capitán sobrevivir a tan largo viaje largo en tan cercano contacto? Afortunadamente, le asignaron uno de los camarotes más grandes.
La tarea del Beagle era reconocer el extremo sur de Sudamérica, en particular las complicadas islas alrededor de Tierra del Fuego. El Almirantazgo había suministrado 11 cronómetros para la navegación, porque el viaje sería el primer intento de circunnavegar el globo usando cronómetros marinos para encontrar la longitud. FitzRoy pidió prestados cinco más, luego compró seis. De modo que el Beagle salió con 22 cronómetros abordo.
El viaje empezó mal. Darwin estaba mareado como un perro al cruzar el Golfo de Vizcaya, y tuvo que soportar el sonido de los marineros flagelados mientras estaba tendido con náuseas en su hamaca. FitzRoy era duro con la disciplina, especialmente al principio de un viaje. En privado, el capitán esperaba que su ‘compañero’ abandonara la embarcación en cuanto tocara tierra, y se marchara aprisa a Inglaterra. Se suponía que la embarcación parara en Madeira para cargar comida fresca, que sería la oportunidad perfecta. Pero el desembarco en Madeira fue cancelado porque el mar estaba demasiado pesado y no había necesidad urgente (¿Tercer punto para los magos?).

En cambio, el Beagle se dirigió hacia Tenerife en las Canarias. Si Charles abandonaba la embarcación allí, podría ver los volcanes y el Gran Árbol Dragón. Pero el cónsul en Santa Cruz temía que los visitantes de Inglaterra introdujeran el cólera en sus islas, y rehusó el permiso al Beagle de hacer escala en el puerto sin pasar por cuarentena (¿Cuarto punto? Ya veremos). Poco dispuesto a esperar fuera del puerto las dos semanas requeridas, FitzRoy ordenó que el Beagle se dirigiera al sur, a las Islas de Cabo Verde.
Podrían no haber sido los magos en funciones, pero algo estaba determinado a que Charles permaneciera en el Beagle. Y ahora, una quinta coincidencia, involucrando a su gran amor, la geología, le hizo imposible para él hacer cualquier otra cosa. A medida que el Beagle navegaba hacia el oeste, el océano se puso más tranquilo, el aire más caliente. Darwin podía buscar plancton y medusas con redes de gasa caseras. Las cosas estaban mejorando. Y cuando finalmente tocaron tierra, en la isla de Säo Jago en las Islas de Cabo Verde, Darwin encontró difícil de creer en su suerte. Säo Jago era un escarpado afloramiento volcánico, con volcanes cónicos y valles exuberantes. Charles podía hacer geología. E historia natural.
Recolectó de todo. Notó que unos pulpos podían cambiar de color, y por error pensó que era un nuevo descubrimiento. Después de dos días, había averiguado la historia geológica de la isla, usando los principios que había aprendido de Lyell. La lava había fluido sobre el lecho marino, atrapando conchas y otros restos, y más tarde había sido elevado a la superficie. Todo eso debía haber ocurrido recientemente, porque las conchas eran exactamente como las frescas sobre la playa. Ésta no era la teoría convencional del momento, que sostenía que las estructuras volcánicas eran increíblemente viejas.
El joven se estaba luciendo.

Al final, el viaje duró cinco años, y todo de ese tiempo, el pobre Darwin nunca dejó de marearse. Incluso en el tramo final a casa, todavía estaba enfermo. Pero se las ingenió para pasar la mayor parte del viaje sobre tierra, y sólo 18 meses en el mar. Y en tierra, hizo descubrimiento tras descubrimiento. Encontró quince nuevas especies de platelmintos en Brasil. Estudió a los ñandúes, enormes aves incapaces de volar relacionadas con el avestruz, en Argentina. Allí, también, encontró fósiles, incluso la cabeza de un gliptodonte gigante parecido a un armadillo. En Tierra del Fuego se convirtió en antropólogo, y estudió a las personas. «Nunca olvidaré qué tan despiadado y salvaje era un grupo», escribió, al encontrar ‘salvajes desnudos’. Encontró más fósiles, entre ellos los huesos del perezoso Megatherium y del Macrauchenia, parecido a una llama. En Chile, estudió la geología de los Andes y decidió que ellos, y las llanuras más allá, fueron elevados en movimiento geológico gigantesco.
Desde la tierra firme sudamericana, el Beagle fue en dirección noroeste hasta las Galápagos, un apretado grupo de islas, más o menos una docena, lejos de la costa en el océano Pacífico. Las islas tenían una geología fascinante, principalmente volcánica, y una gran variedad de animales que no se encontraban en ningún otro lugar. Estaban las espectaculares tortugas gigantes que habían dado su nombre a las islas. Darwin midió la circunferencia de una, siete pies (2 m). Había iguanas, y aves —alcatraces, currucas, pinzones. Los pinzones tenían picos de formas y tamaños diferentes, dependiendo de lo que comían, y Darwin los dividió en series de subfamilias. No notó que los diferentes tipos de animales vivían en islas diferentes, hasta que Nicholas Lawson lo señaló (¿Los magos otra vez? Oh sí, esto habrá ocurrido pronto...). Pero sí notó que los sinsontes de las islas Charles y Chatham (ahora Santa María y San Cristóbal) eran especies diferentes, y cuando, ahora alertado, miró en la Isla James (San Salvador), encontró una tercera especie más. Pero Darwin no estaba enormemente interesado en las pequeñas variaciones entre especies, o cómo esas variaciones correspondían a la geografía local. Estaba vagamente consciente de algunas teorías sobre los cambios en las especies, o ‘transmutación’, aunque fuera por su abuelo Erasmus, pero el tema no le interesaba y no veía razón para recolectar pruebas a favor o en contra de ellas.
De modo que el Beagle continuó hacia Tahití, Nueva Zelanda, y Australia.
Darwin había visto maravillas que en corto tiempo revolucionarían el mundo. Pero todavía no comprendía lo que había visto.
En Tahití, sin embargo, vislumbró su primer arrecife de coral. Antes de dejar Australia, estaba decidido a averiguar cómo nacían las islas de coral. Lyell había sugerido que, porque los animales del coral sólo viven en aguas poco profundas con luz de sol suficiente, los arrecifes debían estar construidos en la cima de volcanes sumergidos. Esto también explicaba su forma en anillo. Darwin no creyó en la teoría de Lyell. «La idea de una isla en laguna, de 30 millas de diámetro, apoyada sobre un cráter submarino de iguales dimensiones, siempre me ha parecido una hipótesis monstruosa». En cambio, tenía su propia teoría. Ya sabía que la tierra podía levantarse, lo había visto en los Andes. Razonaba que si alguna tierra se elevaba, entonces otra tierra debería bajar, para mantener el equilibrio de la corteza terrestre. Supongamos que cuando el arrecife empezó a formarse, el agua era poco profunda, pero entonces el fondo marino empezó a descender lentamente mientras los pólipos de coral en la superficie continuaban construyendo el arrecife. Entonces finalmente se tendría una inmensa montaña de coral surgiendo de lo que era ahora eran las profundidades oceánicas —todo construido por criaturas diminutas, siempre en aguas poco profundas mientras llevaban a cabo la construcción. ¿La forma? Era el resultado de una isla, con un borde de arrecifes, que se derrumba. La isla se hundiría, dejando un agujero en el medio, pero el arrecife continuaría creciendo.
Cinco años y tres días después de que el Beagle izara velas rumbo a Plymouth, Darwin entró en la casa familiar. Su padre levantó la vista de su desayuno.
—Vaya —dijo—, la forma de su cabeza está bastante modificada.

Darwin no llegó al concepto de la evolución durante su viaje en el Beagle. Estaba demasiado ocupado amontonando especimenes, correlacionando geologías, tomando notas, y mareado, para tener tiempo de organizar sus observaciones en una teoría coherente. Pero cuando el viaje terminó, fue prontamente elegido en la Royal Geological Society. En enero de 1837 presentó su trabajo inaugural, sobre la geología de la costa de Chile. Sugirió que las montañas de los Andes fueron originalmente el fondo marino, pero que se elevó más tarde. Su diario registra el asombro ante «la maravillosa fuerza que ha elevado estas montañas, y aun más las incontables eras necesarias para atravesar, mover y nivelar todas esas masas». Mucho después, la costa chilena se convirtió en parte de la evidencia de la ‘deriva continental’: ahora creemos que estas montañas resultan de subducción, mientras la placa tectónica de Nazca se desliza por debajo de la placa Sudamericana.
Darwin pudo descubrirlas, indudablemente.
Su interés en la geología tuvo otras implicancias menos obvias. Estaba empezando a preguntarse sobre los pinzones de las Galápagos. Parecían contradecir la opinión de Lyell sobre que las condiciones geológicas locales determinaban qué especies eran creadas. Era un misterio.
A decir verdad, era más misterio que lo que Darwin pensaba, porque había malinterpretado a los pinzones completamente. Pensaba que todos se alimentaban de la misma comida, en grandes bandadas. No había notado diferencias importantes entre sus picos, e incluso tenía dificultades para identificar las especies diferentes. Creía que algunos no eran pinzones en absoluto, sino chochines y mirlos. Estaba tan desconcertado por las aves, y tan indiferente a las muestras había recolectado, que las donó todas a la Zoological Society. En diez días, el experto en aves de la sociedad, John Gould, había descubierto que eran todos pinzones, todos emparentados, constituyendo una agrupación fuertemente entrelazada que no obstante contenía doce especies distintas. Esta cantidad era asombrosamente grande para un grupo tan pequeño de diminutas islas. ¿Qué había causado tal diversidad? Gould quería saberlo, pero a Darwin no le interesaba.
En 1837, la lógica de Paley ya no estaba en boga. Los deístas científicamente ilustrados ahora creían que Dios había instalado las leyes de la naturaleza en el momento de la Creación, y que esas leyes incluían no sólo las leyes físicas de ‘fondo’, a las que Paley suscribía, sino también el desarrollo de criaturas vivientes, que Paley había negado. Las leyes del universo estaban fijadas para toda la eternidad. Tenían que estarlo, de otro modo la creación de Dios era imperfecta. Las analogías de Paley fueron usadas en su contra. ¿Qué clase de artesano haría una maquinaria tan mala que tiene que hacerle pequeños ajustes todo el tiempo para mantenerla funcionando?
La ciencia y la teología se estaban cayendo a pedazos. La corrupción política de la iglesia se estaba volviendo innegable; ahora sus declaraciones intelectuales también estaban bajo fuego. Y algunos pensadores radicales, a menudo médicos que habían estudiado anatomía comparada y que habían notado las notables semejanzas entre los huesos de animales completamente diferentes, se ocupaban de especulaciones que cambiaban la visión de la misma creación. De acuerdo con la Biblia, Dios había creado cada tipo de animal como un artículo único —ballenas y aves aladas el quinto día, ganado y cosas reptantes y seres humanos el sexto. Pero estos médicos empezaban a pensar que las especies podían cambiar, ‘transmutar’. Las especies no fueron fijas para siempre. Se dieron cuenta de que había una gran brecha entre, por decir, un plátano y un pez. Uno no podía cruzar esa brecha de un paso. Pero con suficiente tiempo, y suficientes pasos...
Lentamente, Darwin se vio envuelto en la corriente. Su Libreta Roja, donde registró cualquier cosa que veía o que le venía en mente, empezó a insinuar la ‘mutabilidad de las especies’. Las pistas eran incompletas y desordenadas. Los bebés deformes parecían nuevas especies. Los picos de pinzones de las Galápagos tenían formas y tamaños diferentes. Los ñandúes eran un enigma, sin embargo: dos especies distintas de las aves gigantes se habían solapado en la Patagonia. ¿Por qué no se fusionaron en una especie única?
En julio, había empezado en secreto una nueva libreta, su Libreta B.
Era sobre la transmutación de las especies.
En 1839 Darwin había desarrollado una idea completa, y escribió un resumen de 35 páginas de su pensamiento. Thomas Malthus fue una influencia crucial: su Ensayo Sobre el Principio de la Población (1826) señaló que el crecimiento no controlado de los organismos era exponencial (o ‘geométrico’, en la anticuada frase de la época), mientras que el de los recursos era lineal (‘aritmético’). El crecimiento exponencial ocurre cuando cada paso multiplica el tamaño por alguna cantidad fija, por ejemplo 1, 2, 4, 8, 16, 32, donde cada número es el doble que el anterior. El crecimiento lineal añade alguna cantidad fija en cada paso, por ejemplo 2, 4, 6, 8, 10, donde cada número excede en 2 al anterior. Por más pequeño que sea el multiplicador del crecimiento exponencial, siempre que sea mayor que 1, y por más grande que sea el número añadido en el crecimiento lineal, resulta que a la larga el crecimiento exponencial siempre derrota al lineal. Aunque le toma un poco de tiempo si el multiplicador está cerca de 1 y el número a ser añadido es enorme.
Darwin se había subido a bordo del argumento de Malthus, y se había dado cuenta de que en la práctica lo que mantenía baja la población era la competencia por recursos, como comida y un lugar donde vivir. Esta competencia, escribió, conduce a la ‘selección natural’, en la cual las criaturas que son vencedoras en la ‘guerra de la naturaleza’ son las que producen la siguiente generación. Las criaturas individuales dentro de una especie no son exactamente idénticas; esas diferencias hacen posible que la fuerza de la selección natural produzca cambios lentos, graduales. ¿Qué tan lejos podrían llegar tales cambios? Según la visión de Darwin, realmente muy lejos. Lo bastante lejos para terminar en especies enteramente nuevas, dado el tiempo suficiente. Y gracias a la geología, los científicos ahora sabían que la tierra era sumamente vieja.
Darwin, siguiendo la tradición familiar, era Unitarista. Esta particular rama del Cristianismo ha sido acertadamente descrita como ‘personas que creen en al menos un Dios’. Como unitarista sensato, creía que la deidad debía trabajar a una escala mucho más grande. De modo que terminó su resumen con una poderosa apelación a la visión unitarista de la deidad:

Es peyorativo que el Creador de incontables sistemas de mundos debiera haber creado cada una de las miríadas de parásitos que se arrastran y de gusanos legamosos que han poblado cada día de vida en agua y tierra sobre este globo. Deja de asombrarnos, por mucho que podamos deplorar, que un grupo de animales haya sido creado directamente para poner sus huevos en los intestinos y la carne de otros —que algunos organismos se deleitan en la crueldad... Podemos ver que de la muerte, del hambre, de la violación, y de la guerra oculta de la naturaleza ha venido directamente la creación de los animales superiores, el más alto bien que podemos concebir.

Dios seguramente tiene mejor gusto que crear directamente parásitos desagradables. Existen sólo porque son un paso necesario a lo largo del sendero que conduce a los gatos, a los perros, y a nosotros.
Darwin tenía su hipótesis.
Ahora empezaba a sufrir por cómo parirla al mundo que la esperaba.



CAPÍTULO 11
Magos en pie de guerra
En la penumbra del Edificio de Alta Energía Mágica, Hex escribía. Minuto a minuto otra página se deslizaba del escritorio.
—«Barco hundido por colisión con pesquero español» —leía Ponder Stibbons, con un temblor en la voz—. «Barco naufragado sobre un inexplorado arrecife cerca de Madeira. Barco encontrado a la deriva sin nadie de la tripulación, con la mesa tendida para una comida. Barco incendiado, todo perdido. Barco hundido por meteorito. Darwin recibió un disparo accidental del cirujano y naturalista del barco durante una expedición de recolección en la isla de Säo Jago. Darwin recibió un disparo accidental del capitán del barco. Darwin se disparó por accidente. Darwin pierde el puesto en el barco. Darwin deja el barco por mareo. Darwin pierde las libretas. ¡Darwin picado a muerte por las avispas! Darwin se golpea la cabeza contra la parte inferior de la mesa y pierde la memoria...» —Dejó el papel—. Y éstas son las causas más sensatas.
—¿La piedra que cae del cielo es sensato? —dijo Ridcully.
—Comparado con el ataque de los calamares gigantes, Archicanciller, diría que sí —dijo Ponder—. Y el enorme grifo de agua. Y el naufragio lejos de la costa de Noruega.
—Bien, los barcos suelen naufragar —dijo el Decano.
—Sí, señor. Pero el país conocido como Noruega está en la dirección equivocada. El Beagle sólo llegaría allí navegando hacia atrás. Hex tiene razón, señor. Esto está loco. ¡En el momento en que decidimos cambiar una pequeña y simple historia, todo del universo está tratando de evitar que el viaje ocurra! ¡Y matemáticamente hablando, eso es ilegal!
Ponder golpeó la mesa, su cara roja. Los magos superiores respingaron. Eso era tan perturbador como escuchar a una oveja rugir.
—¡Caramba! —dijo Ridcully—. ¿Lo es?
—¡Sí! ¡Debe haber lugar en el espacio fase para la posibilidad de que El Origen sea escrito! ¡No está en contra de las leyes físicas de este universo!
—¿Que un joven hombre inexperto haga un viaje alrededor de este mundo y tenga una nueva percepción que cambie la visión de la humanidad sobre sí misma? —dijo el Decano—. Debes admitir que se ve un poco improbable... ¡Lo siento, lo siento, lo siento! —Retrocedió mientras Ponder avanzaba.
—¡Una de las religiones más grandes sobre Mundobola fue fundada por el hijo de un carpintero! —gruñó Ponder—. ¡Por años, la persona más poderosa en el planeta fue un actor! ¡Tiene que haber lugar para Darwin!
Volvió a golpear la mesa y recogió un puñado de papeles.
—¡Mire estas cosas! «Darwin mordido por araña venenosa... Darwin atacado salvajemente por un canguro... picado por medusas... comido por un tiburón... Beagle encontrado a flote, la mesa tendida para una comida, esta vez en un océano diferente, todavía nadie abordo... Darwin golpeado por un rayo... muerto por actividad volcánica... Beagle hundido por extraña ola...» ¿Acaso alguien espera que creamos esto por un minuto?
Se escuchó un silencio resonante.
—Puedo ver que esto te está preocupando, Sr. Stibbons —dijo Ridcully.
—Bien, sí, quiero decir, sí, es tan... ¡equivocado! Se supone que el multiverso no cambia las reglas. ¡Cualquier cosa que sea posible que ocurra tiene un universo donde ocurrir! Quiero decir, aquí, sí, las reglas pueden ser dobladas en toda clase de formas, ¡pero en Mundobola no hay nadie que las doble!
—Tengo una idea —dijo Rincewind. Los otros magos se volvieron, asombrados ante esta revelación.
—¿Sí? —dijo Ponder.
—¿Por qué no sólo dar por sentado que alguien está afuera para atraparte? —dijo Rincewind—. Eso es lo que yo hago. No te molestes en averiguar los detalles. Mira, cuando empezaste a jugar con el Globo, todo iba a ser simple navegación, ¿de acuerdo? ¿Hacer algunos pequeños ajustes, poner en aprietos a un pez, y todo estaría bien? Pero ahora hay casi mil quinientas nuevas razones...
Con un traqueteo, el escritorio de Hex se puso en marcha. Las plumas escribieron:
+++ 3563 razones ahora +++
—¡Se están reproduciendo! —dijo Ridcully.
—Allí lo tienes, entonces —dijo Rincewind, casi alegremente—. Algo ahí abajo está asustado. Está tan asustado que ni siquiera va a permitirle subir al bote. ¡Quiero decir, tiene que hacer el viaje sea cual sea el libro que escriba! ¿Correcto?
—Sí, por supuesto —dijo Ponder—. Teología de las Especies es considerado con seriedad porque está escrito por un renombrado y respetado científico cuya investigación fue meticulosa. También El Origen. En ambas alternativas, tiene que estar en ese bote. ¡Pero en cuanto nos interesamos, el viaje no ocurre!
—Entonces, si fuera yo, diría que algo se ha preocupado realmente —dijo Rincewind—. No le molesta si la Ología no llega a ser escrita en ningún universo, pero odia por completo la idea de que El Origen sea escrito.
—Oh, ¿de veras? —dijo Ridcully—. ¡Qué descaro! Soy el director de esta universidad, y eso... —señaló hacia el pequeño globo—... ¡es propiedad de la universidad! Ahora me estoy enfadando. ¡Vamos a contraatacar, Sr. Stibbons!
—¡No creo que usted pueda luchar contra todo un universo, señor!
—¡Es prerrogativa de cada forma de vida, Sr. Stibbons!

El vendaval rugió durante tres semanas. El tiempo de Mundobola era mutable para los magos; sólo los afectaba si querían que lo hiciera.
Algo o alguien no quería que el Beagle zarpara, y ellos podían influir en el clima. Podían influir sobre cualquier cosa. Pero de él, todavía no había ninguna señal.

El Decano observaba la tormenta en el gran omniscopio en el EAEM.
—Eso es lo que ocurrió cuando Darwin subió al barco en este universo —dijo Ponder, ajustando el omniscopio—. Si no hubiera partido, su lugar sería tomado por un artista, que como resultado produjo un famoso portafolios. Su nombre era Preserved J. Nightingale. Ustedes conocieron a su esposa.
—¿Preserved? —dijo el Decano, observando el espantoso vendaval.
—Es la contracción de Preserved-by-God —dijo Ponder—. Fue encontrado de niño entre los restos de una embarcación. Sus padres adoptivos eran muy religiosos. Y... Ah sí... es el clima que tienen cuando él está abordo.
El omniscopio parpadeó.
—¿No hay vendaval? —dijo el Decano, mirando el cielo azul.
—Vientos frescos del nordeste. Son las direcciones del mundo-bola, señor. Para los propósitos del viaje, son ideales. Veo que se ha puesto su chaqueta ‘Nacido para Runar’, señor.
—Tenemos una pelea en nuestras manos, Stibbons —dijo el Decano, seriamente—. ¡Ha pasado mucho tiempo sin ver al Archicanciller tan enfadado con alguien excepto conmigo! ¿Has terminado?
—Casi terminando, señor —dijo Ponder.
El EAEM tenía un aspecto desolado. Era porque había sido, en gran parte, abandonado. Unos gruesos tubos salían de Hex, a través del piso y afuera sobre el césped hacia el Gran Salón de la UI.
Los magos iban a la guerra. Se necesitó mucho para hacer que ocurriera, pero no se podía permitir que ningún viejo universo los lleve por delante. Dioses, demonios y Muerte eran una cosa, pero no se debía permitir que la materia sin mente tenga ideas.
—¿No podríamos simplemente encontrar una manera de traer a Darwin hasta aquí? —dijo el Decano, observando a Ponder que presionaba botones sobre el teclado de Hex.
—Muy probablemente, señor —dijo Ponder.
—Bien, entonces, ¿por qué no sólo lo traemos aquí, le explicamos la situación, y lo dejamos caer sobre su isla? Hasta podríamos darle una copia de su libro.
Ponder se estremeció.
—Hay bastantes razones por las que ese curso de acción no podría, con facilidad, ser rescatado de alguna manera coherente de la categoría de demencialmente poco sabio, Decano —dijo, habiendo descubierto que los magos superiores perdían interés en cualquier frase que viniera después de las primeras veinte palabras—. En primer lugar, él lo sabría.
—Podríamos golpearle la cabeza —dijo el Decano—. O poner una ‘influencia’ sobre él. Sí, ésa sería una buena idea —dijo, porque era suya—. Podríamos sentarlo en una silla cómoda y leerle en voz alta el libro correcto. Despertaría de nuevo en casa y pensaría que lo ha inventado todo.
—Pero no habría estado ahí —dijo Ponder. Agitó una mano. En el aire sobre su cabeza apareció una pequeña pelota de luz multicolor. Parecía un ovillo de hilos relucientes, o el apareamiento de arcos iris.
—Oh, podríamos resolverlo —dijo el Decano alegremente—. Mete un poco de arena en sus botas, algunas plumas de pinzón en su bolsillo... somos magos, después de todo.
—Eso sería poco ético, Decano —dijo Ridcully.
—¿Por qué? Somos los Buenos, ¿verdad?
—Sí, pero eso más bien depende de hacer ciertas cosas y de no hacer otras, señor —dijo Ponder—. Juguetear con la cabeza de una persona en contra de sus deseos es casi indudablemente uno de los no. Debería alistarse para moverse rápido, señor.
—¿Qué estás haciendo, Stibbons?
—He puesto a Hex a que proyecte un jeroglífico táumico en el espacio condicional de Darwin —dijo Ponder—. Pero para resolverlo apropiadamente Hex tendrá que operar el reactor táumico un poco más elevado de lo habitual.
—¿Cuánto más elevado? —dijo el Decano con desconfianza.
—Aproximadamente un 200%, señor.
—¿Es eso seguro?
—Absolutamente no, señor. Hex, resolución de jeroglífico en veinte segundos. ¡Decano, corra! ¡Corra, señor!
Desde la dirección del Viejo Campo de Squash venía un sonido que había estado ahí todo el tiempo, desatendido, y ahora se estaba poniendo más fuerte. Era el whum whum de moribundos taums, cada uno produciendo su magia intrínseca...
Los magos tienen una maravillosa capacidad de velocidad.
Ponder y el Decano llegaron al Gran Salón en doce segundos, el Decano apenas en primer lugar. Sin embargo, la pelota de arco iris había llegado allí antes que ellos, y colgaba a gran altura sobre las losas negras y blancas del piso.
El salón estaba atestado de magos. Habían enviado grupos a las esquinas más lejanas de la universidad, que estaban muy lejos. Hacía mucho tiempo que el espacio y el tiempo habían sido deformados por las antiguas piedras mágicas, y algunos magos en la UI habían ocupado alegremente recovecos y rincones por décadas o más, y pensaban en el Gran Salón y los edificios alrededor como los colonizadores en algún continente distante podrían considerar a la antigua madre patria. Habían allanado unos estudios distantes y arrastraron fuera a sus ocupantes o, en algunos casos desafortunados, los barrieron. En la multitud había unos magos a quienes Ponder nunca antes había visto, parpadeando a la luz del día.
Jadeando ligeramente, Ponder se acercó a Ridcully con rapidez.
—Dijo que quería un mapa, señor —dijo.
—Sí, Stibbons. ¡No puedes planear una campaña sin un mapa!
—¡Entonces mire hacia arriba ahora, señor! ¡Aquí viene!
El aire vaciló por un momento, y luego los arco iris apareados dieron a luz. Congeladas serpentinas de luz cruzaron en curvas el aire nebuloso del salón. Se retorcieron, enredaron y curvaron de maneras que sugerían que más de las cuatro dimensiones de todos los días estaban involucradas.
—Se ve muy bonito —dijo el Archicanciller, parpadeando—. Er...
—Pensé que nos ayudaría a resolver nodalidades adicionales —dijo Ponder.
—Ah sí, buena idea —dijo Ridcully—. Nadie quiere nodalidades no resueltas. —Los otros magos superiores asintieron sabiamente.
—Por lo cual quiero decir —añadió Ponder—, que nos mostrará esos puntos donde nuestra intervención será esencial, si puedo decirlo así.
—Oh —dijo el Archicanciller—. Er... ¿qué significa exactamente la línea de color?
—¿Cuál, señor?
—¡Todas ellas, hombre!
—Bien, los puntos de intervención que requieren a un humano aparecen como círculos rojos. Los que pueden ser dejados a Hex son blancos. Las líneas azules representan al autor de, ejem, La Ología, las amarillas son la ruta óptima hacia el autor de El Origen, y la línea verde representa la declinación entre futuros. Las conocidas oclusiones táumicas son púrpura, pero supongo que usted ya lo ha descubierto.
—¿Qué es eso? —dijo el Decano, señalando un círculo rojo con su bastón.
—Debemos asegurarnos que no baje del barco en una isla llamada Tenerife —dijo Ponder—. El mareo otra vez, sabe. Muy pocos Darwin salen de allí.
La punta del bastón se movió.
—¿Y ése?
—Debe bajar del barco en la isla de Säo Jago. Tiene valiosas ideas allí.
—¿Ve cosas evolucionando, esa clase de cosas? —dijo Ridcully.
—No, señor. No puede ver cosas evolucionando, incluso cuando lo estén haciendo.
—Las vimos sobre la Isla Mono —dijo el Conferenciante en Runas Recientes.
—¡Prácticamente podías escucharlas!
—Sí, señor. Pero nosotros tenemos un dios de la evolución. Los dioses no son pacientes. En Mundobola, la evolución lleva tiempo. Mucho tiempo. Darwin fue criado en la creencia de que el universo de Mundobola fue creado en seis días...
—Lo cual es correcto, como he señalado —dijo el Decano con orgullo.
—Sí —dijo Ponder—, pero también he señalado que en el interior llevó miles de millones de años. Es esencial que Darwin se dé cuenta de que esa evolución tiene mucho tiempo trabajando.
Antes de que el Decano pudiera protestar, Ponder se volvió al ovillo de luz que brillaba y giraba.
—Aquí es donde el mástil cae sobre su cabeza en el puerto de Buenos Aires —dijo, señalando—. Le dispararon al Beagle. Se suponía que fuera una salva disparada por un cañón, pero por alguna razón estaba cargado. Los británicos se disgustaron mucho por eso, y expidieron una severa protesta diplomática enviando un buque de guerra a bombardear el puerto hasta sus escombros. Éste es donde Darwin cae inconsciente por sus propias boleadoras en Argentina. Éste es donde es seriamente lastimado sofocando una insurrección...
—Tenía apenas muy poco de un hombre que coleccionaba flores y cosas —dijo Ridcully, con un dejo de admiración.
—Mira, he estado pensando en todo esto —dijo el Decano—. Toda esta ‘ciencia’ trata sobre la búsqueda de la verdad, ¿sí? ¿Por qué no les decimos la verdad?
—¿Quieres decir que vas a decirles que su universo fue accidentalmente puesto en marcha por ti, Decano, metiendo tu mano en un firmamento en bruto creado para usar el poder residual del reactor táumico? —dijo Ridcully.
—Puesto de ese modo, parece un poco improbable, lo admito, pero...
—Nada de contacto directo, Decano, lo acordamos —dijo Ridcully—. Sólo limpiarle el camino. ¿Qué es esa nodalidad, Stibbons? Está destellando.
Ponder miró donde el bastón del Archicanciller estaba señalando.
—Ésa es una tramposa, señor. Tendremos que asegurarnos que Edward Lawson, un funcionario británico en las Islas Galápagos, no sea golpeado por un meteorito. Es una nueva malignidad, dice Hex. En varias historias, ocurre unos pocos días antes de que conozca a Darwin. ¿Lo recuerda, señor? Lo mencioné en la carpeta amarilla que fue entregada en su oficina esta mañana. —Ponder suspiró—. Llama la atención de Darwin sobre algunos hechos interesantes.
—Ah, lo leí —dijo Ridcully, su tono feliz indicaba que era una coincidencia con suerte—. Darwin parecer estar demasiado ocupado corriendo de un lado a otro como un mono en una plantación de plátanos para descubrir las pistas, ¿eh?
—Sería verdad decir que su teoría completa de la selección natural fue desarrollada por reflexión madura algún tiempo después de su viaje, sí —dijo Ponder, respondiendo con cuidado a una pregunta ligeramente diferente.
—¿Y este amigo Lawson era importante?
—Hex cree que sí, señor. En cierto modo, todos a quienes Darwin conoció fueron importantes. Y todo lo que vio.
—Y entonces whoosh, ¿este tipo fue golpeado por una roca? Yo llamo eso sospechoso.
—Hex también, señor.
—Estaré muy feliz cuando hayamos puesto a este Darwin en las malditas islas, entonces —dijo el Archicanciller—. Necesitaremos unas vacaciones después de esto. Oh, bien, me dirigiré a los magos ahora. Espero que tendremos suficiente...
—Er, tenemos que ponerlo en las islas. Tenemos que devolverlo a casa, señor, todo el camino —dijo Ponder—. Estará lejos de casa durante casi cinco años.
—¿Cinco años? —dijo el Decano—. ¡Pensaba que todo se trataba de visitar las malhadadas islas!
—Sí y luego otra vez, en un sentido muy real, no, Decano —dijo Ponder—. Sería más correcto decir que después se convirtieron en todo lo que importaba. En realidad, estuvo ahí un poco más de un mes. Era un viaje muy largo, señor. Dieron toda la vuelta al mundo. Lo siento, no lo había puesto en claro. Hex, muestra las líneas temporales completas, por favor.
La visualización empezó a retroceder, sacando de ningún lugar más y más ovillos y lazos, como si a media docena de gatitos cósmicos les hubieran dado estrellas que jugar en lugar de bolas de lana. Se escuchó un grito entrecortado desde la multitud de magos.
Los ovillos todavía corrían por encima de sus cabezas cuando el Decano dijo:
—¡Hay millones de esas condenadas cosas!
—No, Decano —dijo Ponder—. Eso parece, pero hay sólo 21.309 nodalidades importantes en este momento. Hex puede arreglarse con casi todas ellas. Implican cambios muy diminutos en el nivel cuántico.
Los magos continuaron mirando hacia arriba mientras las espirales y los bucles pasaban y se reducían.
—Alguien realmente no quiere ese libro —dijo el Conferenciante en Runas Recientes, la cara iluminada por el brillo multicolor.
—En teoría no hay un alguien a cargo —dijo Ponder.
—¡Pero las probabilidades en contra de que Darwin escriba El Origen se están volviendo más grandes minuto a minuto!
—Las probabilidades en contra de que algo ocurra en realidad son inmensas, cuando te pones a pensarlo —dijo Ridcully—. Toma el póquer, por ejemplo. Las probabilidades en contra de cuatro ases son inmensas, pero las probabilidades de tener cuatro cartas cualesquiera en absoluto son muy grandes.
—¡Bien dicho, Archicanciller! —dijo Ponder—. Pero éste es un juego deshonesto.
Ridcully se acercó a grandes zancadas al centro del Gran Salón, la cara iluminada por el reluciente mapa.
—¡Caballeros! —bramó—. Algunos de ustedes ya saben de qué se trata esto, ¿eh? ¡Vamos a imponer una historia en Mundodisco! ¡Es una que ya debería estar ahí! Algo está tratando de evitarlo, caballeros. ¡De modo que si alguien quiere evitar que ocurra, queremos hacer que ocurra aún más! ¡Ustedes serán enviados a Mundobola con una serie de tareas a realizar! ¡La mayoría de ellas han sido simplificadas de modo que los magos puedan comprenderlas! En breve nuestras misiones para mañana, si deciden aceptarlas, les serán dadas por el Sr. Stibbons. ¡Si deciden no aceptarlas, son libres de escoger el rechazo! ¡Empezaremos al amanecer! ¡La Cena, Segunda Cena, Colación, Bocado de Medianoche, Mordiscos Sonámbulos, y Primer Desayuno serán servidos en el Viejo Refectorio! ¡No habrá Segundo Desayuno!
Sobre un coro de protestas continuó:
—¡Tomemos esto con seriedad, caballeros!



CAPÍTULO 12
El libro equivocado
Nuestro Darwin ficticio tiene mucho más en común con el ‘real’ —el Darwin de la particular línea de tiempo que usted habita, el que escribió El Origen y no La Ología— que lo que podría ser evidente al principio. O posible. La fuerza irresistible del narrativium nos induce a imaginar a Charles Darwin como un hombre viejo con barba, una vara, y una atisbo leve pero definitivo de gorila. Y así era, en la vejez. Pero de joven era vigoroso, atlético, y comprometido en la clase de actividades exuberantes y no siempre políticamente correctas que esperamos de los jóvenes.
Ya nos hemos enterado de la asombrosa fortuna del verdadero Darwin al subir a bordo del Beagle y permanecer allí, culminando en su placer sin límites por la geología de la isla coralina de Säo Jago. Pero hay otras nodalidades cruciales, puntos de intervención, y oclusiones táumicas en esa versión del registro histórico de Mundobola, y los magos están ejercitando extremo cuidado y atención en la esperanza de dirigir la historia a través, por encima, y alrededor de estas singularidades causales.
Por ejemplo, el Beagle realmente fue blanco del fuego de un cañón. Cuando el barco trató de entrar en el puerto en Buenos Aires en 1832, uno de los barcos de guardia locales disparó contra él. Darwin estaba convencido de haber escuchado el silbido de una bala de cañón sobre su cabeza, pero resultó que el disparo era una salva, realizado como advertencia. FitzRoy, mascullando airadamente por los insultos a la bandera británica, siguió adelante, pero fue detenido por un barco de cuarentena: las autoridades portuarias estaban preocupadas por el cólera. Enfurecido, FitzRoy cargó todos los cañones de un costado de su barco. Mientras salía del puerto los apuntó al barco de guardia, informando a su tripulación que si llegaban a dispararle al Beagle otra vez, enviaría su ‘carraza podrida’ al fondo marino.
Darwin realmente aprendió a lanzar boleadoras, también, en las pampas de la Patagonia. Disfrutaba cazando ñandúes, y observando a los gauchos cuando los hacían caer enredando las boleadoras en sus piernas. Pero cuando trató de hacer lo mismo, todo que logró fue hacer tropezar a su propio caballo. El Origen podría haber desaparecido de la línea temporal de la historia en el acto, pero Darwin sobrevivió, con apenas su orgullo herido. Los gauchos encontraban toda esta cosa sumamente divertida.
Incluso Charles tomó parte en sofocar una insurrección. Cuando el Beagle llegó a Montevideo, poco después del incidente de la bala de cañón, FitzRoy se quejó ante el representante local de la Marina de Su Real Majestad, que zarpó inmediatamente hacia Buenos Aires en su fragata HMS Druid para obtener una disculpa. Tan pronto el buque de guerra desapareció de la vista hubo una rebelión: unos soldados negros tomaron el fuerte central del pueblo. El Jefe de Policía le pidió ayuda a FitzRoy, y éste envió un escuadrón de cincuenta marineros, armados hasta los dientes... con Darwin alegremente brincando en la retaguardia. Los amotinados se rindieron inmediatamente, y Darwin expresó su decepción por que no se había disparado ninguna bala.
No se ha escatimado ningún esfuerzo, entonces, para traerle la verdad histórica, en la medida que una característica tan importante como la verdad pueda ser atribuida a algo tan etéreo como la historia. A excepción de los calamares gigantes, por supuesto. Eso ocurrió en una línea temporal diferente, cuando las fuerzas malignas se estaban poniendo sumamente desesperadas y se perdieron en Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino a través de algún oscuro alabeo en el L-Espacio.
La más importante similitud entre los dos Darwin es menos excitante, pero esencial para nuestro relato. El verdadero Charles Darwin, como su homólogo ficticio, empezó escribiendo el libro equivocado. A decir verdad, escribió ocho libros equivocados. Eran libros muy buenos, muy respetables... de gran valor científico... y no le hicieron daño a su reputación en absoluto... pero no eran sobre la selección natural, el término para lo que los científicos llamarían después ‘evolución’. Sin embargo, ese libro estaba fermentando alegremente en el fondo de su mente, y hasta que estuvo listo para sacarlo del fogón trasero, tuvo abundantes otras cosas sobre qué escribir.
Fue FitzRoy quien le había puesto la idea de la autoría en la cabeza. El capitán del Beagle se había contratado a sí mismo para escribir la historia de su viaje alrededor del mundo, basada en el diario del barco. También había aceptado editar un libro acompañante sobre un reconocimiento previo por la misma nave —donde Stokes se había suicidado. Mientras el Beagle se dirigía al noroeste desde Ciudad del Cabo, se detuvo brevemente en Bahía, Brasil, y giró al noreste a través del Océano Atlántico hacia su destino final en Falmouth, FitzRoy le sugirió a Darwin que el diario del difunto podría constituir la base de un tercer volumen sobre la historia natural del viaje, completando la trilogía.
Darwin estaba nervioso pero excitado por la posibilidad de convertirse en un escritor. Tenía otro libro en mente, también, sobre geología. Había estado pensando en él desde su revelación en la isla de Säo Jago.
Tan pronto como el barco regresó a Inglaterra, FitzRoy se casó y se fue de luna de miel, pero también le dio un impresionante comienzo a su libro. Darwin empezó a preocuparse porque su propia lentitud para escribir retrasara todo el proyecto, pero el primer entusiasmo de FitzRoy pronto se detuvo. Entre enero y septiembre de 1837 Charles trabajó a toda máquina, adelantó al capitán, y hacia fines de año envió su manuscrito terminado al impresor. A FitzRoy le llevó más de un año alcanzarlo, de modo que la contribución de Darwin fue demorada; vio la luz finalmente en 1839, como volumen 3 de la Narrativa de los Viajes de Reconocimiento de HMS. Aventura y Beagle, Entre los Años de 1826 y 1836, con el subtítulo Volumen 3: Diario y Comentarios, 1832-1836. Después de algunos meses, los editores lo reeditaron por propia iniciativa como revista de Investigaciones sobre la Geología e Historia Natural de los Varios Países Visitados por el HMS. Beagle. Podría haber sido el libro equivocado, pero escribirlo tuvo un efecto muy útil sobre la mente de Darwin. Le forzó a tratar de encontrarle sentido a todas las cosas que había visto. ¿Había algún principio dominante que pudiera explicarlo todo?
Después vino su libro de geología, que finalmente se convirtió en tres: uno sobre los arrecifes de coral, uno sobre islas volcánicas, y uno sobre la geología de Sudamérica. Éstos establecieron sus credenciales científicas y le llevaron ganar un premio muy importante de la Royal Society. Ahora Darwin era reconocido como uno de los científicos destacados en el país.
También estaba tomando notas de aun mayor envergadura sobre la transmutación de especies, pero todavía no tenía prisa por publicar. Más bien lo contrario. En algún otro lugar, las fuerzas políticas estaban trabajando para destruir la influencia de la iglesia, y uno de sus puntos clave era que las criaturas vivientes podían fácilmente haber surgido sin la intervención de un creador. Darwin, siendo (en ese momento de su vida) un buen cristiano, era totalmente contrario a cualquier cosa que pudiera parecer aliarlo con tales personas. No podía adherir públicamente a la transmutación sin arriesgar un daño severo para la Iglesia Anglicana, y nada en el mundo entero le induciría a considerarlo. Pero su profunda comprensión de la selección natural no desaparecería, de modo que continuó desarrollándola como una especie de pasatiempo.
Sí mencionó la idea a varios científicos amigos y conocidos, entre otros a Lyell, y también a Joseph Dalton Hooker, quien no descartó la idea sin más. Pero le dijo a Darwin, «Me complacerá escuchar cómo piensa usted que este cambio pudo haber tenido lugar, ya que actualmente ninguna opinión sobre este tema me satisface». Y más tarde dijo, algo ásperamente, «Nadie tiene apenas el derecho de revisar la cuestión de las especies si no ha examinado muchas minuciosamente». Darwin tomó este consejo de corazón y buscó nuevas especies en las que convertirse en un experto. En 1846 envió las pruebas finales de sus libros de geología a la impresora y lo celebró recogiendo la última botella de muestras conservadas del viaje del Beagle. Arriba en la botella notó un crustáceo del Archipiélago Chonos... un percebe .
Eso serviría. Era tan bueno como cualquier otra cosa.
Hooker ayudó a Darwin a instalar su microscopio y a hacer algunas observaciones anatómicas preliminares. Darwin le pidió a Hooker que nombrara la nueva bestia, y juntos se decidieron por Arthrobalanus. ‘Sr. Arthrobalanus’, como lo llamaban en privado, resultó ser algo anormal. ‘¡Creo que Arthrobalanus no tiene saco de huevos en absoluto!’, escribió Charles. ‘La aparición de uno se debe completamente a que parte e introduce el pene posterior’. Para resolver el misterio tomó otros percebes de la botella y los observó, también. Ahora estaba haciendo anatomía comparada de percebes, y disfrutó inmensamente la experiencia práctica. Esto era mejor que escribir.
Cerca de Navidad había decidido estudiar cada percebe conocido por la humanidad —la orden entera de Cirripedia. La cual resultó ser bastante numerosa de modo que se conformó con los británicos. Incluso éstos eran muchos, y al final la tarea le llevó ocho años.
Podría haber terminado antes, pero en 1848 se interesó en el sexo de los percebes, y era muy peculiar efectivamente. La mayoría de los percebes eran hermafroditas, capaces de asumir cualquier sexo. Pero algunas especies tenían buenos y anticuados machos y hembras. Excepto que los machos pasaban gran parte de sus vidas incrustados en las hembras.
No sólo eso: algunas especies supuestamente hermafroditas también tenían machos diminutos que de algún modo ayudaban en el proceso reproductivo.
Ahora Darwin se emocionó mucho, porque se había convencido de que lo que estaba observando era una reliquia de la evolución, cuando un antepasado hermafrodita desarrolló gradualmente sexos separados. Un ‘eslabón perdido’ para el sexo de los percebes. Podía reconstruir el árbol genealógico de los percebes, y lo que pensó que veía reforzó sus opiniones sobre la selección natural. De modo que incluso cuando trataba de hacer ciencia respetable, y convertirse en un taxonomista, la transmutación insistía en entrar en escena. A decir verdad, si algo convenció a Darwin que tenía razón sobre la transmutación, fueron los percebes.
Enfermó, pero continuó trabajando sobre los percebes. En 1851 publicó dos libros sobre ellos —uno sobre percebes fósiles para la de Palaeontographical Society, el otro sobre los vivos para la Royal Society. En 1854 ya había producido una continuación de cada uno de ellos.

Éstos eran los ocho libros equivocados de Darwin:
1839 - Diario de Investigaciones en la Geología e Historia Natural de los Varios Países Visitados por el HMS. Beagle
1842 - La Estructura y Distribución de Arrecifes de Coral
1844 - Observaciones Geológicas de las Islas Volcánicas Visitadas Durante el Viaje del HMS. Beagle
1846 - Observaciones Geológicas de Sudamérica
1851 - Una Monografía sobre Fósiles Lepadidae, o, Pedunculated Cirripedes de Gran Bretaña
1851 - Una Monografía sobre la Sub-clase Cirripedia volumen 1
1854 - Una Monografía sobre Fósiles Balanidae y Verrucidae de Gran Bretaña
1854 - Una Monografía sobre la Sub-clase Cirripedia volumen 2
Ni un atisbo de la transmutación de especies, de la lucha por la vida, o de la selección natural.

Sin embargo, de una manera curiosa, todos sus libros —incluso los geológicos— eran pasos cruciales hacia el trabajo que se estaba armando ahora dentro de su cabeza. El noveno libro de Darwin sería dinamita pura. Quería escribirlo desesperadamente, pero ya había decidido que sería demasiado peligroso publicarlo.
Es un dilema común en la ciencia: publicar y ser maldito, o no publicar y entrar en erupción. Se puede tener el crédito de una idea realmente revolucionaria, o una vida tranquila, pero no ambos.

Darwin desconfiaba de la publicidad, y temía que poner sus ideas por escrito pudiera dañar a la iglesia. Pero no hay nada más eficazmente galvanizante para un científico que el miedo a que otra persona les gane la carrera. En este caso, esa otra persona era Alfred Russel Wallace.
Wallace era otro explorador victoriano, igualmente aficionado a la historia natural. Principalmente porque podía venderla. A diferencia de Darwin, no era de la ‘pequeña aristocracia’, y no tenía ningún ingreso independiente. Era el hijo de un abogado pobretón y había sido tomado a la edad de catorce años como aprendiz de un constructor. Pasaba sus tardes bebiendo café gratis en el Hall of Science en la calle Tottenham Court en Londres. Era una organización socialista, dedicada a derribar la propiedad privada y a la ruina de la iglesia. Las experiencias de Wallace joven reforzaron una opinión izquierda de la política. Financió sus propios viajes, y se ganaba la vida vendiendo los especimenes que recogía —mariposas, escarabajos (mil muestras etiquetadas por caja, exigían los comerciantes), incluso pieles de ave. Fue en una expedición de recolección al Amazonas en 1848, y otra vez al Archipiélago Malayo en 1854. Allí, en Borneo, buscó orangutanes. La idea de que los humanos estaban de algún modo relacionados con los grandes simios hervía a fuego lento en la subconciencia colectiva, y Wallace quería investigar un potencial antepasado humano.
Un miserable día de Borneo, cuando un monzón tropical rugía afuera y Wallace estaba clavado adentro, armó un pequeño trabajo científico esbozando algunas tímidas ideas que acababan de surgir en su cabeza. Eventualmente apareció en la Annals and Magazine of Natural History, una publicación algo corriente, y era sobre la ‘introducción’ de especies. Lyell, consciente del secreto interés de Darwin en tales temas, le señaló el trabajo, y Charles empezó a leerlo. Entonces otro de los corresponsales regulares de Charles, Edward Blyth, escribió desde Calcuta con la misma recomendación. «¿Qué piensa del trabajo de Wallace en el Ann M.N.H.? ¡Bueno! ¡En conjunto!» Darwin había conocido a Wallace poco antes de una de las expediciones del segundo —no podía recordar cuál— y pudo ver que el trabajo del Ann M.N.H. tenía cosas útiles que decir sobre las relaciones entre especies similares. Especialmente el rol de la geografía. Pero aparte de eso, sentía que el trabajo no contenía nada nuevo, e hizo una entrada para éste en una de sus libretas. De todos modos, a Darwin le parecía que Wallace estaba hablando de creación, no de evolución. Sin embargo, escribió a Wallace, animándolo a continuar desarrollando su teoría.
Ésa fue una Muy Mala Idea.
Alentado por Lyell y otros, que le estaban advirtiendo que si ahora se demoraba demasiado otros podrían arrebatarle el premio, Darwin estaba armando ensayos aun más elaborados sobre la selección natural, pero continuaba titubeando sobre su publicación. Todo eso cambió en un instante en junio de 1858, cuando el cartero dejó caer una bomba a través del buzón de Charles. Era un paquete de Wallace, que contenía una carta de veinte páginas, enviado desde las Molucas. Wallace había seguido el consejo de Darwin a fondo. Y había llegado a una teoría muy similar. Efectivamente muy similar.
Calamidad. Darwin declaró que el trabajo de toda una vida estaba ‘hecho añicos’. «Sus palabras se han hecho realidad a rabiar», escribió a Lyell. Cuanto más leía las notas de Wallace, más cerca estaban sus ideas de las propias. «¡Si Wallace tuviera mi boceto manuscrito escrito en 1842, no podría haber hecho un mejor resumen!», gemía Darwin en una carta a Lyell.
Los victorianos tradicionales pronto considerarían que tanto Wallace como Darwin estaban locos, y Wallace casi indudablemente sí, porque estaba sufriendo malaria cuando escribió su carta a Darwin. Como buen socialista, a Wallace le habían enseñado a no confiar en el razonamiento de Malthus, que argumentaba que la capacidad del mundo para alimentarse crecía linealmente mientras que la población lo hacía de manera exponencial —lo cual implicaba que eventualmente la población ganaría y que habría muy poca comida por allí. Los socialistas creían que la inventiva humana podría posponer tal evento indefinidamente. Pero en los 50 incluso los socialistas estaban empezando a considerar a Malthus bajo una luz más favorable; después de todo, la amenaza de la superpoblación era una muy buena razón para promover la anticoncepción, que tenía excelente sentido para cada buen socialista. Medio delirante por la fiebre, Wallace pensó en la rica variedad de especies con que había tropezado, se preguntó cómo encajaba con Malthus, sumó dos más dos, y se dio cuenta de que se podía tener reproducción selectiva sin la necesidad de un criador.
Como resultó, no tenía exactamente la misma visión que Darwin. Wallace pensaba que la presión selectiva principal provenía de la lucha por sobrevivir en un ambiente hostil —sequía, tormenta, inundación, lo que fuera. Esta lucha sacaba a las criaturas inadecuadas del charco reproductivo. Darwin tenía una visión algo más cándida del mecanismo de selección: la competición entre los mismos organismos. No era exactamente ‘Naturaleza roja en dientes y garras’ como Tennyson había escrito en su In Memoriam de 1850, pero las garras estaban extendidas y había cierto color rosado en los dientes. Para Darwin, el ambiente colocaba un fondo de recursos limitados, pero eran las mismas criaturas las que se seleccionaban para el hachazo cuando competían por esos recursos. Las inclinaciones políticas de Wallace le hacían detectar un propósito en la selección natural: para ‘hacer real el ideal de un hombre perfecto’. Darwin se negaba incluso a considerar esta clase de disparate utópico.
Wallace no había mencionado que publicaría su teoría, pero Darwin ahora se sentía obligado a recomendárselo. En ese momento parecía como si Charles hubiera agravado su Muy Mala Idea, pero por una vez el universo era amable. Lyell, buscando un acuerdo, sugirió que los dos hombres aceptaran publicar sus descubrimientos simultáneamente. A Darwin le inquietaba que esto pudiera hacerle parecer como si robara la teoría de Wallace, le preocupaba muy mucho, y finalmente le entregó la negociación a Lyell y Hooker, y se lavó las manos.

Afortunadamente, Wallace era un verdadero caballero (no obstante el accidente de su nacimiento) y estuvo de acuerdo en que sería injusto para Darwin hacer cualquier otra cosa. No sabía que Darwin había estado trabajando en exactamente la misma teoría por años, y no tenía ningún deseo de robarle a un científico eminente, ¡Dios le libre! Darwin rápidamente compuso una breve versión de su propio trabajo, y Hooker y Lyell insertaron los dos trabajos en el programa de la Linnaean Society, una asociación relativamente nueva para la historia natural. La Sociedad estaba a punto de cerrar por el verano, pero el concejo concertó una reunión adicional a última hora, y los dos trabajos fueron debidamente leídos a un público de aproximadamente treinta personas.
¿Qué hicieron de ellos esas personas? El presidente informó después que 1858 había sido un año algo aburrido, no ‘marcado por ninguno de esos descubrimientos sorprendentes que de inmediato revolucionaban, por así decirlo, nuestro departamento de ciencia’.
No importa. El miedo de Darwin a la controversia era ahora irrelevante, porque el gato estaba fuera de la bolsa, y no había absolutamente ninguna oportunidad de que la bestia pudiera ser regresada adentro. Sin embargo, como ocurrió, la controversia prevista no se materializó. La reunión de la Linnaean Society había sido acelerada, y el público había partido murmurando vagamente por lo bajo, sintiendo que debían sentirse indignados por ideas tan blasfemas... sin embargo desconcertados porque los enormemente respetados (y respetables) Hooker y Lyell claramente sentían que ambos trabajos tenían algo de mérito.
Y las ideas dieron en el blanco con algunos. En particular, el vice-presidente inmediatamente retiró toda mención de la inmutabilidad de las especies de una ponencia en que estaba trabajando.
Ahora que Darwin había sido forzado a poner su cabeza encima del parapeto, no perdería nada publicando el libro que antes había decidido no escribir, pero en el que había estado pensando todo el tiempo de todos modos. Quería que fuese un vasto tratado, de muchos volúmenes, con amplias referencias a literatura científica, examinando cada aspecto de su teoría. Iba a ser titulado Selección Natural (¿Una referencia consciente o subconsciente a la Teología Natural de Paley?). Pero el tiempo presionaba. Pulió su ensayo existente, le cambió el título a Sobre El Origen de las Especies y Variedades por Medio de la Selección Natural. Entonces, por el insistente consejo de su editor, John Murray, cortó ‘y Variedades’. La primera tirada de 1.250 copias salió a la venta en noviembre de 1859. Darwin envió una copia de obsequio a Wallace, con una nota: ‘Dios sabe qué pensará el público’.
Como resultó después, el libro se agotó antes de la publicación. Llegaron más de 1.500 órdenes por adelantado para esas 1.250 copias, y Darwin inmediatamente empezó a trabajar en la revisión para una segunda edición. A Charles Kingsley, autor de The Water-Babies, párroco provincial y socialista cristiano, le encantó, y escribió una generosa carta: «Es una concepción tan noble de la Deidad, creer que Él creó las formas originales capaces de auto-evolucionar... como creer que Él necesitaba un nuevo acto de intervención para llenar las lacunas que Él mismo había dejado». Kingsley era un poco disidente, debido a sus ideas socialistas, de modo que un elogio de este origen era un poco como un cáliz de veneno.
Las reseñas, categóricas en su ortodoxia cristiana, fueron claramente menos favorables. Aunque El Origen apenas menciona a la humanidad, fueron recitadas todas las quejas habituales sobre hombres y monos, e insultos a Dios y a su Iglesia. Lo que particularmente irritaba a los críticos era que personas corrientes lo estaban comprando. Estaba bien que las clases altas jugaran con pareceres radicales, tenía el escalofriante atractivo de la mala conducta y era perfectamente inofensivo entre los caballeros de cuna, aunque no damas, por supuesto; pero esos mismos pareceres podían poner ideas en la cabeza de la gente común, si eran expuestas a ellos, y desbaratar el orden establecido. ¡Por el amor de Dios, el libro incluso se estaba vendiendo a los viajeros diarios fuera de la estación Waterloo! ¡Debía ser retirado de la circulación!
Demasiado tarde. Murray se preparó para imprimir 3.000 copias de la segunda edición, cuyas ventas probables no iban a verse afectadas por la controversia pública. Y las personas que le importaban más a Darwin —Lyell, Hooker, y el anti-religioso ‘evangelista’ Thomas Henry Huxley— estaban impresionadas, y casi convencidas. Mientras Charles se mantenía fuera del debate público, Huxley se metió con entusiasmo. Estaba decidido a promover la causa del ateísmo, y El Origen le daba un punto de apoyo. Los ateos radicales adoraban el libro, por supuesto: su mensaje en conjunto y su peso científico eran suficientes para ellos, y no estaban demasiado preocupados por los detalles. Hewett Watson declaró que Darwin era ‘el revolucionario más grande en la historia natural de este siglo’.

En la introducción de El Origen, Darwin empieza contándole a sus lectores el escenario de su descubrimiento:
Cuando estaba a bordo del HMS. Beagle, como naturalista, me impresionaron mucho ciertos hechos, la distribución de los habitantes de Sudamérica, y las relaciones geológicas del presente con los habitantes anteriores de ese continente. Me pareció que estos hechos lanzaban un poco de luz sobre el origen de las especies —ese misterio de misterios, como ha sido llamado por uno de nuestros más grandes filósofos. De regreso en mi casa, se me ocurrió, en 1837, que quizás algo podría descifrar de esta cuestión acumulando y reflexionando pacientemente sobre toda clase de hechos que posiblemente pudieran tener alguna relación con ella.
Disculpándose profusamente por la falta de espacio, y tiempo, para escribir algo más exhaustivo que su tomo de 150.000 palabras, Darwin entonces se dirige hacia un breve resumen de su idea principal. Los autores de ciencia en general aprecian que rara vez es suficiente con discutir la respuesta para una pregunta: es también necesario explicar la pregunta. Y eso, por supuesto, debe hacerse primero. De otro modo, sus lectores no apreciarán el contexto en el que encaja la respuesta. Era claro que Darwin conocía este principio, de modo que empezó señalando que:
Es muy imaginable que un naturalista, reflexionando sobre las mutuas afinidades entre los seres orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica, sucesión geológica, y otros hechos como tales, podría llegar a la conclusión de que cada especie no había sido creada por separado, sino que ha descendido, como variedad, de otras especies. Sin embargo tal conclusión, incluso bien fundamentada, sería insatisfactoria, hasta que pudiera ser demostrado cómo han sido modificadas las innumerables especies que habitan este mundo, para que adquirieran esas perfecciones de estructura y co-adaptación que justamente provocan nuestra admiración.
Ya vemos un gesto hacia Paley —‘perfecciones de estructura’ es una referencia clara al argumento de reloj / relojero, y no ‘han sido creadas por separado’ muestra que Darwin no comparte la conclusión de Paley. Pero también vemos algo que caracteriza todo El Origen: la buena voluntad de Darwin en reconocer las dificultades en su teoría. Una y otra vez plantea las posibles objeciones —no como muñecos de paja, para ser criticado otra vez, sino como puntos serios a ser considerados. Más de una vez llega a la conclusión de que hay más que aprender, antes de que la objeción pueda ser resuelta. Paley, a su favor, hizo algo similar, aunque no fue tan lejos como admitir su ignorancia: él sabía que tenía razón. Darwin, un verdadero científico, no sólo tenía sus dudas —las compartió con sus lectores. Para empezar, no habría llegado a su teoría si hubiera dejado de buscar los defectos en las hipótesis sobre las que se basaba.
También, por supuesto, aclara que su propio trabajo se añade a las especulaciones de los anteriores ‘transmutacionistas’. Concretamente: ha encontrado un mecanismo para el cambio en las especies. Hay ventajas en ser honesto sobre las propias limitaciones: se gana el derecho a hablar de las limitaciones de otros. Y ahora nos cuenta cuál es ese mecanismo. Las especies, lo sabemos, son variables —la domesticación de especies salvajes como pollos, vacas y perros es una clara prueba de ello. Aunque es una deliberada selección hecha por los humanos, abre la puerta a la selección hecha por la naturaleza sin ayuda humana:
Luego pasaré a la variabilidad de las especies en un estado natural... De todos modos, podremos discutir qué circunstancias son más favorables a la variación. En el siguiente capítulo será tratada la Lucha por la Existencia entre todos los seres orgánicos de todo el mundo, que inevitablemente deriva de su poder de crecimiento altamente geométrico... El tema fundamental de la Selección Natural será tratado con cierto detalle en el cuarto capítulo; y veremos cómo la Selección Natural casi inevitablemente provoca la Extinción de muchas formas de vida menos mejoradas, e induce lo que he llamado Divergencia de Carácter.
Luego promete cuatro capítulos sobre ‘las dificultades más aparentes y serias de la teoría’, la más destacada entre ellas es comprender cómo un simple organismo u órgano puede convertirse en uno altamente complejo —otro gesto hacia Paley. La introducción termina con un floreo:
No tengo ninguna duda... de que la opinión que la mayoría de los naturalistas abrigan, y que antes abrigué es errónea: concretamente, que cada especie ha sido creada por separado. Estoy completamente convencido de que las especies no son inmutables; pero que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes en línea directa de algunas otras especies por lo general extintas... Además, estoy convencido de que la Selección Natural ha sido el medio principal pero no exclusivo de la modificación.
En esencia, la teoría de Darwin de la selección natural, que pronto se conoció como evolución, es sencilla. La mayoría de las personas piensan que la comprenden, pero su sencillez es engañosa, y sus sutilezas son fácilmente subestimadas. Muchas de las críticas habituales a la teoría evolutiva provienen de malentendidos comunes, no de lo que la teoría en realidad propone. El continuado debate científico sobre los detalles es a menudo malinterpretado como un desacuerdo con la idea general, que es un error basado en una opinión demasiado candorosa de cómo la ciencia se desarrolla y qué es ‘conocimiento’.
Brevemente, la teoría de Darwin va de este modo.
1. Los organismos, incluso los de la misma especie, son variables. Algunos son más grandes que otros, o más audaces que otros, o más lindos que otros.
2. Esta variabilidad es hasta cierto punto hereditaria, pasada a los vástagos.
3. El crecimiento descontrolado de población agotaría rápidamente la capacidad del planeta, de modo que algo lo controla: la competencia por recursos limitados.
4. Por lo tanto, a medida que el tiempo pasa, los organismos que sobreviven el tiempo suficiente para reproducirse serán modificados en maneras que mejoran su posibilidad de sobrevivir para reproducirse, un proceso llamado selección natural.
5. Los continuados cambios lentos pueden conducir, a la larga, a grandes diferencias.
6. El largo tiempo ha sido efectivamente muy largo —cientos de millones de años, tal vez más. De modo que ahora esas diferencias pueden ser enormes.

Es relativamente simple juntar estos seis ingredientes y deducir que pueden surgir nuevas especies sin la intervención divina —siempre que podamos justificar cada ingrediente.
Aunque diferentes especies parecen estar casi iguales —piense en leones, tigres, elefantes, hipopótamos, lo que sea— es en realidad bastante obvio que, en general, las especies no son invariables para siempre. Los cambios son relativamente lentos, por eso no los notamos. Pero ocurren. Ya hemos visto que en los pinzones de Darwin los cambios evolutivos pueden ser y han sido observados a una escala temporal de años, y en las bacterias ocurren a una escala temporal de días.
La evidencia más obvia de la variabilidad de las especies, en los días de Darwin y en los nuestros, es la domesticación de animales —ovejas, vacas, cerdos, pollos, perros, gatos...
... y palomas. Darwin era bastante conocedor de las palomas, era miembro de dos clubes de palomas de Londres. Cada aficionado a las palomas sabe que por cruzas selectivas de particulares combinaciones de palomas machos y hembras, es posible producir ‘variedades’ de palomas con características especiales. ‘La diversidad de las razas es asombrosa’, dice Darwin en el primer capítulo de El Origen. La paloma mensajera inglesa tiene una boca ancha, ventanas nasales grandes, párpados alargados, pico largo. La acróbata de cara corta tiene un pequeño pico regordete como un pinzón. La acróbata común vuela a gran altura en una bandada densa, y tiene el extraño hábito de dar vueltas en el cielo, de allí su nombre. La enana (a pesar de su nombre) es enorme, con un pico largo y patas grandes. La dardo es como la mensajera pero con un pico pequeño y ancho. La buchona tiene un buche inflable y puede sacar pecho. La turbit tiene un pico pequeño y una línea de plumas invertidas en el pecho. La jacobina tiene tantas plumas invertidas en el cuello que forma una capucha. Luego están la trompetista, la laugher, la fantail... Éstas no son especies distintas: pueden entrecruzarse, para producir factibles ‘híbridos’ cruzados.
La enorme variedad de perros es tan conocida que ni siquiera necesitamos mencionar ejemplos. No es que la especie perro sea excepcionalmente maleable, es que los criadores de perros han sido inusitadamente activos e imaginativos. Hay un perro para cada propósito que un perro pueda llevar a cabo. Otra vez, todos son perros, no nuevas (aunque relacionadas) especies. Mayormente pueden entrecruzarse (salvo por muy grandes diferencias de tamaño, y la inseminación artificial puede atender el simple tamaño). Los espermatozoides de un perro más el óvulo de un perro hacen un cigoto fértil de perro, y, finalmente, un perro —independientemente de la raza. Es por eso que los perros de pedigrí necesitan un pedigrí, para garantizar que su origen es puro. Si las diferentes variedades de perro fueran especies diferentes, no sería necesario.
En épocas modernas, se ha puesto en claro que los gatos son igualmente maleables, pero los criadores de gatos sólo se han dedicado a los gatos exóticos. Lo mismo va para vacas, cerdos, cabras, ovejas... ¿y qué hay de las flores? La cantidad de variedades de flores de jardín es inmensa.
Evitando la creación de híbridos, el criador puede mantener las variedades individuales durante muchas generaciones. Las palomas pouter se cruzan con otras pouter para producir (una sustancial proporción de) palomas pouter. Las mensajeras cruzadas con mensajeras producen (principalmente) mensajeras. La genética subyacente, sobre la que Darwin y sus contemporáneos no sabían nada, es tan compleja que aparentes híbridos pueden a veces surgir de lo que parece un linaje puro, exactamente como dos padres de ojos marrones pueden no obstante tener un niño de ojos azules. De modo que los criadores de palomas tienen que eliminar los híbridos.
La existencia de estas variedades cruzadas, de por sí, no explica cómo pueden surgir espontáneamente nuevas especies. Las variedades no son especies; además, la mano guía del criador es evidente. Pero las variedades ponen en claro que debe haber una abundante variabilidad dentro de una especie. A decir verdad, la variabilidad es tan grande que uno fácilmente puede imaginar que la reproducción selectiva conduce a especies completamente nuevas, dado el tiempo suficiente. Y la evitación de híbridos puede mantener las variedades de una generación a la siguiente, de modo que sus características (en biología, los rasgos que las distinguen) son hereditarias (en biología, ‘capaz de ser pasado de una generación a la siguiente’). De modo que Darwin tiene su primer ingrediente: la variabilidad hereditaria.
El siguiente ingrediente era más fácil (aunque todavía polémico en algunos lugares). Era el tiempo. Montones y montones de tiempo, el Tiempo Profundo de los geólogos. No unos cuantos miles de años, sino millones, decenas de millones... miles de millones, a decir verdad, aunque era más lejos de lo que los victorianos deseaban ir. El Tiempo Profundo, como observamos antes, es contrario a la cronología bíblica del Obispo Ussher, y es por eso que la idea permanece controversial entre ciertos cristianos fundamentalistas, que grotescamente han decidido defender su rincón sobre el más débil de los terrenos, por completo innecesario. El Tiempo Profundo está sustentado por tanta evidencia que un fundamentalista realmente comprometido tiene que creer que su Dios está tratando de engañarlo deliberadamente. Peor, si no podemos confiar en la evidencia de nuestros propios ojos, entonces tampoco podemos confiar en el aparente elemento de ‘diseño’ en las criaturas vivas. No podemos confiar en nada.
Lyell se dio cuenta de que la edad de la Tierra debía ser de millones de años cuando observó las rocas sedimentarias. Son rocas como la piedra caliza o la arenisca que se forman en capas, y que incluso han sido depositadas debajo del agua, como sedimentos barrosos, o en los desiertos, como arena acumulada. (Evidencias independientes de estos procesos provienen de los fósiles descubiertos en tales rocas.) Estudiando el ritmo a que se acumulan los sedimentos modernos, y comparándolos con el espesor de conocidas camas de roca sedimentaria, Lyell pudo calcular el tiempo que necesitaron las capas de roca para ser depositadas. Algo que varía entre 1.000 y 10.000 años produciría una capa de un metro de espesor. Pero los acantilados de creta de la costa de sur, alrededor de Dover, tienen cientos de metros de espesor. De modo que representan varios cientos de miles de años de depósito, y sólo hemos visto una de las numerosas capas de roca que forman la columna geológica —la secuencia histórica de diferentes rocas.
Ahora tenemos muchas otras clases de evidencias de la gran edad de nuestro planeta. El ritmo de degradación de elementos radioactivos, que podemos medir hoy y extrapolar hacia atrás, está de acuerdo en general con la evidencia de las capas de roca. El ritmo de movimiento de los continentes, combinado con las distancias que han recorrido, es otra vez compatible con las otras estimaciones. Hemos visto que India una vez estuvo pegada a África, pero hace unos 200 millones de años se desprendió, y por 40 millones de años se trasladó a su posición actual, chocando contra Asia y empujando los Himalaya hacia arriba.
Cuando los continentes se separan —como África y Sudamérica, o Europa y América del Norte ahora— en el fondo marino se forma nuevo material, que brota del manto subyacente para formar inmensas crestas oceánicas. Las rocas en las crestas contienen un registro de los cambios en el campo magnético de la Tierra, ‘congelado dentro’ a medida que la roca se enfriaba. Muestra una larga serie de repetidas reversiones de la polaridad del campo. A veces el polo ‘norte’ magnético está en el extremo norte de la Tierra, como ahora, pero muy a menudo la polaridad cambia, de modo que el polo magnético cerca del extremo norte es el del ‘sur’. Los modelos matemáticos del campo magnético de la Tierra predicen que tales reversiones ocurren más o menos una vez cada cinco millones de años. Cuente la cantidad de reversiones en las rocas de las crestas oceánicas, multiplique por cinco millones... otra vez, los números encajan razonablemente bien, y las comparaciones cuidadosas y un montón de disputas de los expertos conducen a números revisados que encajan aun mejor.
El Gran Cañón es un profundo corte a través de capas de roca de una milla (1,6 km) de espesor. Usted puede elegir. Puede comprender lo que el registro de las rocas le está diciendo aquí: se necesitó un tiempo muy largo para depositar esas rocas, y bastante mucho tiempo —aunque menos— para que la corriente del río Colorado las erosionara otra vez. O puede seguir un libro que hasta hace poco era exhibido en la sección de ‘ciencia’ de la librería del Gran Cañón, hasta que muchos científicos se quejaron, y que afirma que el Gran Cañón es evidencia del Diluvio de Noé. La primera elección encaja con cantidades enormes de pruebas y conocimiento geológico. La segunda es una excelente prueba de la fe, porque no encaja con absolutamente nada. Una inundación que duró sólo 40 días nunca pudo haber causado esa clase de formación geológica. ¿Un milagro? En ese caso, el desierto de Sahara podría igualmente ser aclamado como evidencia del diluvio de Noé, sin formar un profundo cañón, milagrosamente. En cuanto se admiten los milagros, uno no puede seguir un hilo lógico.
De todos modos, ése es el segundo ingrediente... Tiempo Profundo. Se necesitan enormes cantidades de tiempo para cambiar organismos en especies completamente nuevas, si todo lo que se puede hacer —según creía Darwin— son cambios muy graduales. Pero incluso el Tiempo Profundo, combinado con la variación hereditaria, no es suficiente para llevar a la clase de cambios ordenados y coherentes que se necesitan para crear nuevas especies. Tiene que haber una razón para que tales cambios ocurran, tanto como oportunidad y tiempo. Darwin, como hemos visto, encontró su razón en el argumento de Malthus: el incontrolado crecimiento de los organismos es exponencial, mientras que el de los recursos es lineal. A la larga, el crecimiento exponencial siempre gana.
La primera afirmación es bastante correcta, la segunda muy discutible. El calificativo ‘descontrolado’ es crucial, y la real población sólo crece de manera exponencial si hay abundancia de recursos disponibles. Típicamente, el crecimiento comienza exponencialmente con una población pequeña y luego se estabiliza a medida que el tamaño de la población aumenta. Pero en la mayoría de las especies, dos padres (pensemos en especies sexuales aquí) producen una cantidad más grande de vástagos. Un estornino hembra pone unos 16 huevos en su vida, y con crecimiento ‘descontrolado’, la población de estorninos se multiplicaría por 8 en cada generación. No pasaría mucho tiempo antes de que el planeta estuviera hasta las rodillas de estorninos. De modo que, por necesidad, 14 de esos 16 vástagos (promedio) no se reproducen —habitualmente porque algo se los come. Sólo dos se convierten en padres llegado el momento. Una rana hembra podría poner 10.000 huevos en su vida, y casi todos mueren de varias maneras grotescas para lograr dos padres; un bacalao hembra aporta más o menos cuarenta millones de sus vástagos a la cadena alimenticia del plancton, por cada dos que se reproducen. Aquí el multiplicador, con crecimiento ‘descontrolado’, sería 20 millones por bacalao. Simplemente no vale la pena pensar en el crecimiento descontrolado como una posibilidad objetiva.
Sospechamos que Malthus optó por el crecimiento lineal de los recursos por una razón ligeramente absurda. La matemática de los libros de texto victorianos distinguía dos principales tipos de secuencias: geométrica (exponencial) y aritmética (lineal). Había muchas otras posibilidades, pero no llegaron a los libros de texto. Habiendo ya atribuido el crecimiento geométrico a los organismos, a Malthus le quedaba el crecimiento aritmético para los recursos. Su idea principal no depende del verdadero ritmo de crecimiento, en todo caso, ya que es menos que exponencial. Como muestra el ejemplo del estornino, la mayoría de los vástagos mueren antes de reproducirse, y ésa es la idea principal aquí.
Dado que la mayoría de los estorninos jóvenes no tendrán la posibilidad de convertirse en padres, surge la pregunta: ¿cuáles lo harán? Darwin sentía que los que sobrevivían para reproducirse serían los mejor adaptados a la supervivencia, lo cual tenía sentido. Si un estornino es mejor para encontrar comida, o esperarla, que otro, entonces está claro cuál lo haría mejor si la provisión de alimentos se vuelve limitada. El mejor podría no tener suerte y ser comido por un halcón; pero a través de la población, los estorninos que están mejor equipados para sobrevivir son generalmente los que sobreviven.
Este proceso de ‘selección natural’ en efecto juega el rol de un criador externo. Elige ciertos organismos y elimina el resto. La elección no es deliberada —no hay conciencia de hacer la elección, y no hay un propósito preconcebido— pero el resultado final es muy similar. La principal diferencia es que la selección natural hace elecciones sensatas, mientras que la selección humana puede hacer unas ridículas (como perros con caras tan aplanadas que apenas pueden respirar). Las elecciones sensatas conducen a animales y plantas sensatos, que están perfectamente adaptados para sobrevivir en el ambiente en que estaban cuando la selección natural los estaba modelando.
Es exactamente como reproducir nuevas variedades de paloma, pero sin un criador humano. La selección natural explota la misma variabilidad de organismos que el criador de palomas. Hace elecciones basadas en el valor de supervivencia (en algún ambiente) en lugar del capricho. Es típicamente mucho más lenta que la intervención humana, pero la escala temporal es tan vasta que esta lentitud no importa mucho. La variación hereditaria más la selección natural inevitablemente conducen, durante un Tiempo Profundo, a la creación de especies.
La naturaleza hace todo por sí sola. No hay necesidad de una serie de actos de creación especial. Eso no implica que la creación especial no haya ocurrido. Sólo le quita cualquier imperativo lógico.
Paley estaba equivocado.
Los relojes no necesitan un relojero.
Pueden hacerse a sí mismos.



CAPÍTULO 13
El infinito es un poco taimado
Eran pasadas las cinco y media de la mañana, demasiado tarde para los Mordiscos y todavía temprano para el Primer Desayuno. Trotando a través de la niebla gris, el Archicanciller Ridcully vio las luces encendidas en el Gran Salón. Armándose de valor en caso de que Ponder tuviera estudiantes ahí dentro, abrió la puerta.
Había unos pocos; uno de ellos dormía bajo la canilla del café.
Ponder Stibbons estaba todavía sobre la escalerilla, agitando sus manos a través de las líneas temporales.
—¿Llegaste a algún lugar, Stibbons? —dijo Ridcully, corriendo en el mismo sitio.
Ponder logró recuperar el equilibrio justo a tiempo.
—Er... progreso general, señor —dijo, y se bajó.
—Un gran trabajo, ¿eh? —dijo Ridcully.
—Bastante agotador, señor, sí. Sin embargo hemos preparado las instrucciones. Estamos casi listos.
—Pégales duro, ése es el estilo —dijo Ridcully, boxeando el aire.
—Muy probablemente, señor —dijo Ponder, bostezando.
—Estuve pensando mientras corría, Stibbons, como es mi costumbre —dijo Ridcully.
Va a decirme sobre el globo ocular, supongo, pensó Ponder. Estoy bastante informado sobre el globo ocular ahora, pero luego preguntará sobre la avispa parasitaria y ése es un misterio, y luego preguntará cómo es, exactamente, que pasó la evolución si hay un espacio-dios justo allí. ¿Y luego preguntará cómo consigues una persona de una gota en el océano con sólo añadir luz de sol y tiempo? Y probablemente dirá: las personas saben que son personas, ¿sabían las gotas que eran gotas? ¿Qué parte de una gota lo sabe? ¿De dónde vino la conciencia, entonces? ¿La tenían las lagartijas grandes? ¿Para qué? ¿Y qué me dices de la imaginación? E incluso si puedo pensar alguna clase de respuesta para todas esas preguntas, dirá: Mira, Stibbons, lo que tienes allí son muchas respuestas de manual, y si te pregunto cómo puedes conseguir tortugas y cucharas y Darwin de una gran explosión, todo lo que eres capaz de decir son más cosas de manual. ¿Cómo ocurrió todo eso? ¿Quién lo preparó? ¿Cómo es que nada estalla? La Teología de las Especies tiene mucho sentido cuando --------
—¿Estás bien, Stibbons? —Se dio cuenta de que el Archicanciller lo miraba con atípica preocupación.
—Sí, señor, sólo un poco cansado.
—Es que tus labios se estaban moviendo.
Ponder suspiró.
—¿En qué estuvo usted pensando, señor?
—Muchos Darwin hacen este viaje, ¿correcto?
—Sí. Una cantidad infinita.
—Bien, en ese caso... —empezó el Archicanciller.
—Pero Hex dijo que es una cantidad infinita mucho más pequeña que la cantidad que no lo hace —dijo Ponder—. Y ésa es una cantidad aun más pequeña que la muy grande infinita cantidad que nunca continúa el viaje. Y la cantidad de infinitos donde nunca ni siquiera nace es...
—¿Infinita? —preguntó Ridcully.
—Por lo menos —dijo Ponder—. Sin embargo, hay un costado positivo en esto.
—Dime, Stibbons.
—Bien, señor, una vez que El Origen sea publicado, la cantidad de universos en los que también es publicado se volverá infinita en un espacio de tiempo infinitamente pequeño. De modo que aunque el libro sólo puede ser escrito una vez, inmediatamente habrá sido escrito en una incontable cantidad de universos adyacentes, según estándares humanos.
—¿Una cantidad infinita, sospecho? —dijo Ridcully.
—Sí, señor. Lamento todo eso. El infinito es un poco taimado.
—No puedes ni imaginar la mitad de él, en primer lugar.
—Eso es verdad. Realmente no es una cantidad en absoluto. No se puede llegar a él empezando con uno. Y ése es el problema, señor. Hex tiene razón, la cantidad más rara en el multiverso no es infinito, es uno. Sólo un Charles Darwin que escribe El Origen de las Especies... es imposible.
Ridcully se sentó.
—Estaré condenadamente feliz cuando termine el libro —dijo—. Solucionaremos todas esas cosas nudosas y lo traeremos de regreso, y le entregaré la pluma personalmente.
—Er... eso no ocurre inmediatamente, señor —dijo Ponder—. No lo escribió hasta que estuvo en casa.
—De acuerdo —dijo Ridcully—. Probablemente un poco difícil, escribir en un bote.
—Primero pensó mucho sobre eso, señor —dijo Ponder—. Ya lo mencioné.
—¿Cuánto tiempo? —dijo Ridcully.
—Aproximadamente veinticinco años, señor.
—¿Qué?
—Quería estar seguro, señor. Investigó y escribió cartas, muchas cartas. Quería saber todo sobre, bien, todo... gusanos de seda, ovejas, jaguares... Quería estar seguro de que tenía razón. —Ponder hojeó los papeles de su tablilla—. Esto me interesó. Era de una carta que escribió en 1857, y dice «qué gran salto hay desde una variedad bien caracterizada, producida por una causa natural, a una especie producida por el acto individual de la Mano de Dios».
—¿Ése es el autor de El Origen? Suena más al autor de La Ología.
—Era una gran cosa la que iba a hacer, señor. Le preocupaba.
—He leído La Ología —dijo Ridcully—. Bien, un poco de ella. Tiene mucho sentido.
—Sí, señor.
—Quiero decir, si no hubiéramos observado que todo en el mundo ocurre desde el Primer Día, habríamos pensado...
—Sé lo que quiere decir, señor. Pienso que por eso La Ología era tan popular. Darwin... quiero decir nuestro Darwin... pensaba que ningún dios haría tantas clases de percebes. Es demasiado desperdicio. Un ser perfecto no lo haría, pensaba. Pero los otros Darwin, los religiosos, dijeron que ése era toda la idea. Dijeron que exactamente como la humanidad tenía que esforzarse para lograr la perfección, así debía hacer todo el reino animal. Las plantas, también. La Supervivencia del más Adecuado, lo llamaban. Las cosas no fueron hechas perfectas, pero tienen un, er, impulso incorporado para lograr la perfección, como si parte del Plan estuviera dentro de ellas. Podían evolucionar. A decir verdad, eso era bueno. Significaba que estaban mejorando.
—Parece lógico —dijo Ridcully—. Según la lógica de dios, por lo menos.
—Y está toda esa cosa sobre el Jardín del Edén y el fin del mundo —dijo Ponder.
—Debo haberme perdido ese capítulo —dijo Ridcully.
—Bien, señor, es el mito básico de una época dorada al principio del mundo y de una terrible destrucción al final, pero codificado en un lenguaje muy interesante. Darwin sugirió que los primeros cronistas habían mezclado las cosas. Como los trolls, ¿sabe? ¿Que piensan que el pasado está delante de ellos porque pueden verlo? La terrible destrucción fue de hecho el nacimiento del mundo...
—Oh, ¿quieres decir las rocas muy calientes, los planetas que se chocan, ese tipo de cosas?
—Exactamente. Y el fin del mundo, bien, cuando suceda, sería la reunión de criaturas y plantas perfectas en un jardín perfecto, que pertenece al dios.
—¿Para ser felicitados, y todo eso? ¿Entrega de premios, mejores notas?
—Podría ser, señor.
—¿Como un picnic para siempre?
—No lo puso de ese modo, pero supongo que sí.
—¿Y qué me dices de las avispas perfectas? —dijo Ridcully—. Siempre aparecen, ya sabes. Y las hormigas.
Ponder estaba listo para esto.
—Hubo mucho debate sobre ese tipo de cosas —dijo.
—¿Y cómo concluyó? —dijo el Archicanciller.
—Decidieron que era esa clase de tema sobre el que podría haber mucho debate, y que las consideraciones terrenales no serían aplicables.
—¡Ja! ¿Y Darwin pasó todo esto delante de los sacerdotes?
—Oh, sí. De la mayoría, de todos modos —dijo Ponder.
—¡Pero les estaba poniendo todo su mundo patas arriba!
—Hum, eso estaba ocurriendo de todas maneras, señor. Pero así, el dios no se caía por abajo. Las personas estaban hurgando y probando que el mundo era realmente muy viejo, que los lechos marinos se habían convertido en cumbres, que toda clase de animales extraños habían vivido hacía mucho, mucho tiempo. Muchas personas ya aceptaban la idea de la evolución. La idea de la selección natural, como Darwin la llamó, de la vida evolucionando por sí misma, estaba rondando en el aire. Era una gran amenaza. Pero la Teología de las Especies decía que había un Plan. ¡Un Plan inmenso y divino, desarrollándose a través de millones de años! ¡Incluso afectaba al mismo planeta! Toda esa confusión y volcanes y tierras hundidas, eso era un mundo en evolución, ¿lo ve? Un mundo que terminaría con una capa arable, y el tipo adecuado de atmósfera, y minerales fácilmente accesibles, y mares llenos de peces...
—Un mundo para humanos, en otras palabras.
—Lo entendió inmediatamente, señor —dijo Ponder—. Humanos. La cumbre del árbol. Una criatura que sabía qué era, que le daba nombre a las cosas, que tenía un concepto de manifestación divina. Ese Darwin después escribió otro libro, titulado El Ascenso del Hombre. Curiosamente, nuestro Darwin va a escribir un libro similar, titulado La Ascendencia del Hombre...
—Ah, ahí mismo puedo ver una mala elección de palabras —dijo Ridcully.
—Exactamente —dijo Ponder—. La Ología Darwin fue considerado audaz pero... aceptable. Y había mucha evidencia de que éste era un planeta hecho para humanos. La religión cambió mucho, pero también la tecnomancia. El dios todavía estaba a cargo.
—Todo muy ordenado —dijo el Archicanciller—. Entonces... ¿qué me dices de los dinosaurios?
—¿Perdone, señor?
—Sr. Stibbons, sabes de qué estoy hablando. Los vimos, ¿recuerdas? No los grandes, ¿los pequeños que se pintaban el cuerpo y pastoreaban animales? ¿Y los pulpos que construyeron ciudades bajo el mar? ¡Para no mencionar a los cangrejos! Oh, sí, los cangrejos. Lo estaban haciendo realmente bien, los cangrejos. Estaban construyendo balsas con velas y esclavizando a otras naciones cangrejo. ¡Eso es prácticamente civilización! Pero todos fueron barridos. ¿Era eso parte de un plan divino?
Ponder vaciló.
—Veneraban a un dios con forma de cangrejo —dijo, como una declaración dilatoria mientras se le ocurría alguna idea.
—Bien, lo hacían, ¿verdad? —dijo Ridcully—. Eran cangrejos.
—Hum. ¿Quizás no eran exactamente... satisfactorios? —dijo Ponder—. ¿De alguna manera?
—Eran muy inteligentes —dijo Ridcully.
Ponder se sintió incómodo.
—Darwin no sabía de ellos —dijo—. No construyeron nada que durara. Supongo que el Darwin que escribió La Ología tenía la idea de que simplemente fallaron, o que eran perversos de alguna manera. Uno de los principales textos religiosos menciona una inundación divina que ahogó todo en el mundo, excepto a una familia y una barca llena de animales.
—¿Por qué?
—Porque todos eran perversos, creo.
—¿Cómo pueden ser perversos los animales? ¿Cómo puede ser perverso un cangrejo, a propósito?
—¡No lo sé, Archicanciller! —explotó Ponder—. ¿Tal vez porque comen algas marinas prohibidas? ¿Cavan una madriguera en mal día? ¡No soy teólogo!
Permanecieron sentados en un silencio desanimado.
—Es un poco desordenado, ¿verdad? —dijo Ridcully.
—Sí, señor.
—Realmente tenemos que asegurar que El Origen sea escrito.
—Tenemos que hacerlo, señor, efectivamente.
—Pero te gustaría pensar que hay alguien a cargo, ¿sí? —dijo Ridcully, suavemente—. De todo, quiero decir.
—¡Sí! ¡Sí, me gustaría, señor! ¡No una gran barba en el cielo, sino... algo! ¡Alguna clase de referencia, algún sentido de que el bien y el mal tienen verdadero significado! Puedo ver por qué era tan popular La Ología. ¡Abarcaba todo! Pero, ¿cómo ocurrió la evolución? ¿De dónde viene el orden? Si uno empieza con un montón de firmamento explotando, ¿cómo termina con mariposas? ¿Estaban las mariposas incorporadas desde el comienzo? ¿Cómo? ¿Qué parte del hidrógeno en llamas cargaba los planes para las personas? Incluso el Darwin que escribió El Origen apelaba a un dios para empezar la vida. Sería bueno saber que debajo de todo esto hay algún tipo de... sentido.
—No solías hablar de este modo, Sr. Stibbons.
Ponder se derrumbó.
—Lo siento, señor. Todo esto me está desanimando, creo.
—Bien, puedo ver por qué —dijo Ridcully—. Seguramente debe haber un poco de Deitium aquí. Algunas cosas no pueden simplemente ocurrir. Ahora, el globo ocular...
Ponder soltó un pequeño gañido.
—... es fácil —dijo Ridcully—. ¿Estás bien, Stibbons?
—Er, bien, bien, señor. Estoy bien. Fácil, ¿verdad?
—La vista te mantiene vivo —dijo Ridcully—. Cualquier clase de vista es mejor que nada. Puedo ver, ja, a dónde está llegando El Origen de Darwin. No tienes que tener un dios. Pero hay una clase de avispa que parasita a una araña... a menos que esté pensando sobre un tipo de araña que parasita a una avispa... de todos modos, lo que hace es, espera hasta que...
—Ah —dijo Ponder alegremente—, ¿no fue ése el gong para el Primer Desayuno?
—No escuché nada —dijo Ridcully.
—Estoy seguro —dijo Ponder, acercándose a la puerta—. Le diré qué, señor, iré y verificaré.



CAPÍTULO 14
Aleph-Umptyplex
Los magos no sólo están luchando contra los aparentes disparates del ‘quantum’, su frase abarcadora para la física y la cosmología avanzadas, sino contra el explosivo concepto filosófico / matemático de infinito.
A su propia manera, han redescubierto una de las grandes ideas de la matemática del siglo XIX: que puede haber muchos infinitos, algunos más grandes que otros.
Si esto suena ridículo, lo es. No obstante, hay un sentido enteramente natural en el que resulta ser verdad.
Hay dos cosas importantes para entender el infinito. Aunque el infinito es a menudo comparado con números como 1, 2, 3, el infinito no es en sí mismo una cantidad en ningún sentido convencional. Como Ponder Stibbons dice, no se puede llegar allí desde 1. La otra es que, incluso dentro de la matemática, hay muchos conceptos distintos y todos ellos llevan la misma etiqueta ‘infinito’. Si uno confunde sus significados, todo lo que obtendrá son tonterías.
Y luego —perdone, tres cosas importantes— uno tiene que apreciar que el infinito es a menudo un proceso, no una cosa.
Pero —oh, cuatro cosas importantes— la matemática tiene el hábito de convertir procesos en cosas.
Oh, y —muy bien, cinco cosas importantes— una clase de infinito es una cantidad, aunque una ligeramente poco convencional.
Así como con la matemática del infinito, los magos también están lidiando con su física. ¿Es el universo de Mundobola finito o infinito? ¿Es cierto que en cualquier universo infinito, no sólo puede ocurrir cualquier cosa, sino que todo debe suceder? ¿Podría haber un universo infinito que consistiera enteramente de sillas... inmóvil, inalterable, terriblemente poco emocionante? El mundo del infinito es paradójico, o así parece al principio, pero no deberíamos permitir que las aparentes paradojas nos desanimaran. Si mantenemos la cabeza clara, podemos dirigir nuestro camino a través de las paradojas, y convertir el infinito en una confiable ayuda para pensar.

Los filósofos generalmente distinguen dos ‘sabores’ diferentes de infinito, que llaman ‘verdadero’ y ‘potencial’. El infinito verdadero es una cosa infinitamente grande, y que es un bocado tan grande para tragar que hasta hace poco era de dudosa reputación. El sabor más respetable es el infinito potencial, que surge siempre que algún proceso nos da la clara impresión de que podría continuar tanto tiempo como nos guste. El proceso más básico de esta clase es contar: 1, 2, 3, 4, 5... ¿Alguna vez llegamos al ‘número más grande posible’ y entonces nos detenemos? Los niños hacen esa pregunta a menudo, y al principio piensan que el número más grande cuyo nombre conocen debe ser el número más grande que hay. Así que durante un tiempo piensan que el número más grande es seis, luego piensan que es cien, luego piensan que es mil. Poco después, se dan cuenta de que si pueden contar hasta mil, entonces mil uno es sólo un paso más lejos.
En su libro de 1949, Matemática e Imaginación, Edward Kasner y James Newman introdujeron al mundo el googol —el dígito 1 seguido de cien ceros. Tenga en mente que mil millones tiene simplemente nueve ceros: 1.000.000.000. Un googol es

10.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000

Y es tan grande que tuvimos que partirlo en dos para que quepa la página. El nombre fue inventado por el sobrino de Kasner, de nueve años de edad, y es la inspiración para el buscador GoogleTM de Internet
Aunque un googol es muy grande, definitivamente no es infinito. Es fácil escribir un número más grande:

10.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.001

Sólo añadiendo 1. Una manera más espectacular de encontrar un número más grande que un googol es formar un googolplex (nombre también cortesía del sobrino), que es 1 seguido por un googol de ceros. No intente escribir este número: el universo es demasiado pequeño a menos que use dígitos de tamaño subatómico, y su vida es demasiado breve, ni hablar de la suya.
Aunque un googolplex es extraordinariamente grande, es un número precisamente definido. No hay nada vago sobre él. Y definitivamente no es infinito (añádale 1). Es, sin embargo, lo bastante grande para la mayoría de los propósitos, incluyendo la mayoría de los números que aparecen en astronomía. Kasner y Newman observan que «tan pronto como las personas hablan de números grandes, se ponen frenéticas. Parecen estar bajo la impresión de que porque el cero es igual a nada, pueden añadirle tantos ceros como quieran a un número sin prácticamente ninguna consecuencia seria», una frase que el mismo Mustrum Ridcully podría haber pronunciado. Como ejemplo, informan que a fines de los 40 una distinguida publicación científica anunció que la cantidad de cristales de nieve necesarios para empezar una edad de hielo era mil millones a la mil millonésima potencia. «Esto», nos dicen, «es muy sorprendente y también muy absurdo». Mil millones a la mil millonésima potencia es un 1 seguido por nueve mil millones de ceros. Una cifra sensata es alrededor de 1 seguido por 30 ceros, que es increíblemente más pequeño, aunque todavía más grande que el saldo bancario de Bill Gates.
Sea lo que sea el infinito, no es un convencional número de ‘contar’. Si el número más grande posible fuera, por decir, umpty-ump gazillión, entonces de la misma manera umpty-ump gazillión más uno sería todavía más grande. E incluso si fuera más complicado, de modo que, por decir, el número más grande posible fuera umpty-ump gazillión dos millones novecientos sesenta y cuatro mil setecientos cincuenta y ocho... entonces ¿qué me dice de umpty-ump gazillión dos millones novecientos sesenta y cuatro mil setecientos cincuenta y nueve?
Dado cualquier número, siempre se puede añadir uno, y entonces se obtiene un número que es (ligera, pero visiblemente) más grande.
El proceso de contar sólo se detiene si usted se queda sin aliento; no se detiene porque se haya quedado sin números. Aunque quizás un casi-inmortal podría quedarse sin universo donde escribir los números, o sin tiempo para pronunciarlos.
En pocas palabras: existe una cantidad infinita de números.
Lo maravilloso de esa declaración es que no implica que haya algún número llamado ‘infinito’, que es más grande que cualquiera de los otros. Exactamente lo contrario: toda la idea es que no hay un número que sea más grande que alguno de los otros. De modo que aunque el proceso de contar puede, en principio, seguir para siempre, el número al que se ha llegado en cualquier etapa en particular es finito. ‘Finito’ significa que uno puede contar hasta ese número y luego parar.
Como los filósofos dirían: contar es una instancia de infinito potencial. Es un proceso que puede seguir para siempre (o por lo menos, así le parece a nuestro ingenuo cerebro reconocedor de patrones) pero que nunca llega a ‘para siempre’.

El desarrollo de nuevas ideas matemáticas tiende a seguir un patrón. Si los matemáticos estuvieran construyendo una casa, empezarían con las paredes de abajo, sosteniéndolas sin sustento más o menos a un pie por encima del hidrófugo... o de donde el hidrófugo debería estar. No habrá puertas ni ventanas, sólo agujeros con la forma correcta. Para cuando el segundo piso fuera agregado, la calidad de la mampostería habría mejorado dramáticamente, las paredes interiores estarían enyesadas, las puertas y las ventanas todas en su lugar, y el piso sería lo bastante fuerte para caminar sobre él. El tercer piso sería vasto, elaborado, completamente alfombrado, con cuadros sobre las paredes, enormes cantidades de mobiliario de diseño impresionante pero inconsistente, seis tipos de papel tapiz en cada habitación... El ático, por contraste, sería escaso pero elegante, de diseño minimalista, nada fuera de lugar, todo allí por una razón. Entonces, y sólo entonces, volverían a nivel del suelo, excavarían los cimientos, los llenarían con concreto, pegarían un hidrófugo, y prolongarían las paredes hacia abajo hasta que llegaran a los cimientos.
Al final de todo esto tendría una casa que mantendría en pie. A lo largo del camino, habría pasado mucho tiempo de su existencia viéndose espantosamente improbable. Pero los constructores, en su excitación por levantar las paredes hacia el cielo y llenar las habitaciones con decoración interior, estuvieron demasiado ocupados para notarlo hasta que los inspectores los fastidiaron por los defectos estructurales.
Cuando surgen las nuevas ideas matemáticas, nadie las comprende muy bien, que es natural porque son nuevas. Y nadie va a hacer mucho esfuerzo por solucionar todos los refinamientos lógicos y darle sentido a esas ideas, a menos que esté convencido de que todo valdrá la pena. De modo que la principal energía de la investigación se invierte en desarrollar esas ideas y ver si llevan a algún lugar interesante. ‘Interesante’, para un matemático, principalmente significa ‘¿puedo ver la manera de empujar esta cosa más lejos?’, pero la prueba de fuego es ‘¿qué problemas resuelve?’ Sólo después de obtener una respuesta satisfactoria a estas preguntas, apenas algunas almas resistentes y pedantes bajan a la planta baja y resuelven unos cimientos decentes.
De modo que los matemáticos estaban usando infinito mucho antes de que tuvieran una pista de lo que era o cómo manejarlo sin peligro. En 500 a.C., Arquímedes, el más grande de los matemáticos griegos y un serio aspirante a un lugar en el top-tres de todos los tiempos, descubrió el volumen de una esfera (conceptualmente) cortándola en muchos discos infinitamente delgados, como un pan cortado ultra-fino, y colgó todas las rebanadas de una balanza, para comparar su volumen total con el de una forma apropiada cuyo volumen ya conocía. En cuanto averiguó la respuesta por este asombroso método, empezó otra vez y encontró una aceptablemente lógica manera de probar que tenía razón. Pero sin toda esa pérdida de tiempo con el infinito, no hubiera sabido por dónde empezar y su prueba lógica no se habría levantado del suelo.
En la época de Leonhard Euler, un autor tan prolífico que podríamos considerarlo el Terry Pratchett de la matemática del siglo XVIII, muchos de los matemáticos prominentes estaban teniendo escarceos con la ‘serie infinita’ —la pesadilla de los escolares de una suma que nunca termina. He aquí una:
1 + 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16 + 1/32 + ...
Donde el ‘...’ significa ‘continuar’. Los matemáticos han llegado a la conclusión de que si esta suma infinita llega a algo sensato, entonces la suma debe ser exactamente dos. Si usted se detiene en cualquier etapa finita, sin embargo, llega a algo que es ligeramente inferior a dos. Pero la cantidad por la que es menor que dos sigue encogiéndose. La suma más o menos se acerca a la respuesta correcta, sin llegar allí en realidad; pero la cantidad por la que no llega, puede ser reducida tanto como te plazca, sumando suficientes términos.
¿Le recuerda a algo? Se parece sospechosamente a una de las paradojas de Zeno / Xeno. Es así cómo la flecha no alcanza a la víctima, y cómo Aquiles no alcanza a la tortuga. Así es cómo se pueden hacer infinitamente muchas cosas en un tiempo finito. Haga la primera cosa; haga la segunda un minuto después; haga la tercera medio minuto después; luego la cuarta un cuarto de minuto después..., y continúe. Después de dos minutos, ha hecho una infinita cantidad de cosas.
La comprensión de que infinitas sumas pueden tener un significado sensato es sólo el principio. No disipa todas las paradojas. Principalmente, sólo las agudiza. Los matemáticos descubrieron que algunos infinitos son inofensivos, otros no.
El único problema que quedó después de esa brillante idea fue: ¿cómo los distingues? La respuesta es que si el concepto de infinito no conduce a contradicciones lógicas, entonces es seguro usarlo, pero si lo hace, entonces no lo es. La tarea es darle un significado sensato a cualquier ‘infinito’ que le intrigue. No se puede simplemente suponer que tiene sentido automáticamente.
A través del siglo XVIII y comienzos del XIX, la matemática desarrolló muchas nociones de ‘infinito’, todos ellos potenciales. En la geometría proyectiva, el ‘punto en el infinito’ era donde se encontraban dos líneas paralelas: el truco era dibujarlas en perspectiva, como líneas de ferrocarril perdiéndose en el horizonte, en cuyo caso parecen encontrarse en el horizonte. Pero si los trenes corren sobre un plano, el horizonte está infinitamente lejos y en realidad no es parte del plano en absoluto —es una ilusión óptica. De modo que el punto ‘en’ el infinito está determinado por el proceso de viajar a lo largo de las vías, indefinidamente. El tren nunca llega allí en realidad. En la geometría algebraica un círculo terminó siendo definido como ‘una sección cónica que pasa por los dos puntos circulares imaginarios en el infinito’, que ponía un par de compases en su lugar.
Había un consenso de conjunto entre los matemáticos, y se reducía a esto. Siempre que se use el término ‘infinito’, en realidad se está pensando en un proceso. Si ese proceso genera algún resultado bien determinado, por una interpretación tan retorcida como desee, entonces ese resultado le da significado al uso de la palabra ‘infinito’, en ese contexto particular.
El infinito es un proceso dependiente del contexto. Es potencial.
No podía quedarse así.
David Hilbert fue uno de los matemáticos top-dos en el mundo a fines del siglo XIX, y fue uno de los grandes entusiastas de un nuevo enfoque al infinito, en el cual —contrario a lo que acabamos de decir— el infinito es tratado como una cosa, no como un proceso. El nuevo enfoque era el invento de Georg Cantor, un matemático alemán cuyo trabajo lo condujo a un territorio que estaba cargado de trampas lógicas. Toda el área fue un confuso desorden durante aproximadamente un siglo (nada nuevo allí, entonces). Al final decidió resolverlo para siempre excavando hacia abajo más que construyendo siempre hacia arriba, y poniendo esos cimientos antes inexistentes. No fue la única persona en hacerlo, pero estaba entre los más radicales. Tuvo éxito en ordenar el área que lo condujo a estos extremos, pero sólo a expensas de causar problemas considerables en otro lugar.
Muchos matemáticos detestaban las ideas de Cantor, pero Hilbert las amaba, y las defendió enérgicamente. «Nadie», declamó, «nos expulsará del paraíso que ha creado Cantor». Es, seguro, tan paradojal como un paraíso. Hilbert explicó algunas de las propiedades paradójicas del infinito a lo Cantor en relación con un hotel ficticio, ahora conocido como el hotel de Hilbert.
El hotel de Hilbert tiene una cantidad infinita de habitaciones. Están numeradas 1, 2, 3, 4, etcétera, indefinidamente. Es una instancia de verdadero infinito —cada habitación existe ahora, todavía no están construyendo la habitación umpty-ump gazillión uno. Y cuando uno llega allí, el domingo por la mañana, todas las habitaciones están ocupadas.
En un hotel finito, incluso con umpty-ump gazillión una habitaciones, uno está en un aprieto. Ningún movimiento de personas puede crear una habitación adicional. (Para hacerlo simple, suponga que no se comparte: cada habitación tiene exactamente un ocupante, y las reglas de salud y seguridad prohíben más que uno.)
En el hotel de Hilbert, sin embargo, siempre hay espacio para un huésped adicional. No en la habitación infinito, sin embargo, porque no hay tal habitación. En la habitación uno.
¿Pero qué pasa con los pobres desafortunados de la habitación uno? Se cambian a la habitación dos. La persona en la habitación dos se muda a la habitación tres. Y continúa. La persona en la habitación umpty-ump gazillión se muda a la habitación umpty-ump gazillión uno. La persona en la habitación umpty-ump gazillión uno va a la habitación umpty-ump gazillión dos. La persona en la habitación n se muda a la habitación n + 1, para cada número n.
En un hotel finito con umpty-ump gazillión una habitaciones, este procedimiento tropieza con una dificultad. No hay habitación umpty-ump gazillión dos donde cambiar su ocupante. En el hotel de Hilbert, no hay final para las habitaciones, y todos se pueden cambiar un lugar. Una vez que este movimiento ha terminado, el hotel está lleno otra vez.
Eso no es todo. El lunes, un autobús cargado con 50 personas llega al hotel de Hilbert que está completamente lleno. No se preocupe: el administrador mueve a todo el mundo 50 lugares arriba —el de la habitación 1 a la 51, el de la 2 a la 52, y continúa— lo cual deja desocupadas las habitaciones 1 a 50 para las personas del autobús.
El martes, llega un coche de Infinity Tours que contiene una cantidad infinita de personas, amablemente numeradas A1, A2, A3, ... ¿Seguramente no habrá habitaciones ahora? Pero las hay. Los huéspedes existentes son mudados a las habitaciones con números pares: el de la 1 a la 2, el de la 2 a la 4, el de la 3 a la 6, y continúa. Entonces las habitaciones con números impares están libres, y la persona A1 entra en la 1, la A2 a la 3, la A3 a la 5... Nada raro en esto.
El miércoles, el administrador realmente se arranca los pelos, porque aparece una cantidad infinita de coches de Infinity Tours. Los coches están etiquetados A, B, C... de un alfabeto infinitamente largo, y las personas dentro de ellos son A1, A2, A3... B1, B2, B3... C1, C2, C3...
... y continúa. Pero el administrador tiene una idea genial. En una esquina infinitamente grande de la infinitamente grande playa de estacionamiento del hotel, organiza a todos los nuevos huéspedes en un cuadrado infinitamente grande:
A1 A2 A3 A4 A5...
B1 B2 B3 B4 B5...
C1 C2 C3 C4 C5...
D1 D2 D3 D4 D5...
E1 E2 E3 E4 E5...
Entonces los reordena en una única línea infinitamente larga, en el orden
A1 - A2 B1 - A3 B2 C1 - A4 B3 C2 D1 - A5 B4 C3 D2 E1...
(Para ver el patrón, mire a lo largo de sucesivas diagonales corriendo desde arriba a la derecha hasta abajo a la izquierda. Hemos insertado guiones para separarlas.) Lo que la mayoría de las personas haría ahora sería mudar a todos los huéspedes existentes a las habitaciones pares, y luego llenar las habitaciones impares con los nuevos, en el orden de la línea infinitamente larga. Eso funciona, pero hay un método más elegante, y el administrador, siendo un matemático, lo descubre inmediatamente. Carga a todo el mundo otra vez en un único coche de Infinity Tours, llenando los asientos en el orden de la línea infinitamente larga. Esto reduce el problema a uno que ya ha sido resuelto.
El hotel de Hilbert nos dice que tengamos cuidado cuando hacemos suposiciones sobre el infinito. No puede comportarse como un número finito tradicional. Si uno añade uno al infinito, no se agranda. Si uno multiplica infinito por infinito, todavía no se agranda. El infinito es así. A decir verdad, es fácil llegar a la conclusión de que cualquier suma que involucre infinito resulta infinita, porque uno no puede obtener nada más grande que infinito.
Eso es lo que todo el mundo pensaba, lo cual es bastante bueno si los únicos infinitos con los que alguna vez ha tropezado son los potenciales, a los cuales uno se acerca en una secuencia de pasos finitos, pero que en principio continúa tanto como desee. Pero en los 80, Cantor estaba pensando en verdaderos infinitos, y abrió una verdadera caja de Pandora de infinitos aun-más-grandes. Los llamó números trans-finitos, y tropezó con ellos cuando estaba trabajando en una área de análisis santificada y tradicional. Eran realmente cosas difíciles, técnicas, y lo condujeron hacia senderos inexplorados. Reflexionando profundamente sobre la naturaleza de estas cosas, Cantor se desvió de su trabajo en un área de análisis completamente respetable, y empezó a pensar en algo mucho más difícil.
Contar.
La manera acostumbrada en que empezamos los números es enseñando a los niños a contar. Aprenden que los números son ‘cosas que se usan para contar’. Por ejemplo, ‘siete’ es donde se llega si empieza a contar desde ‘uno’ el domingo y se detiene el sábado. De modo que la cantidad de días en la semana es siete. ¿Pero qué clase de bestia es siete? ¿Una palabra? No, porque se puede usar el símbolo 7 en su lugar. ¿Un símbolo? Pero entonces, hay la palabra... de todos modos, en japonés, el símbolo para 7 es diferente. Entonces, ¿qué es siete? Es fácil decir qué son siete días, o siete ovejas, o siete colores del espectro... ¿pero qué hay del mismo número? Uno nunca se tropieza con un ‘siete’ desnudo, siempre parece estar pegado a alguna colección de cosas.
Cantor decidió hacer una virtud de una necesidad, y declaró que un número era algo relacionado con un conjunto, o una colección, de cosas. Uno puede armar un conjunto de cualquier colección de cosas en absoluto. Intuitivamente, la cantidad que se obtiene contando le dice cuántas cosas pertenecen a ese conjunto. El conjunto de días de la semana determina el número ‘siete’. La maravillosa característica del enfoque de Cantor es ésta: uno puede determinar si cualquier otro conjunto tiene siete elementos sin contar ninguno. Para hacerlo, sólo tiene que hacer corresponder los miembros de los conjuntos, de modo que cada elemento de un conjunto coincida precisamente con uno del otro. Si, por ejemplo, el segundo es el conjunto de colores del espectro, entonces usted podría corresponder los conjuntos de esta manera:
Domingo Rojo
Lunes Naranja
Martes Amarillo
Miércoles Verde
Jueves Azul
Viernes Violeta
Sábado Octarino
El orden en que los artículos son listados no importa. Pero no se permite combinar Martes con Violeta y con Verde, o Verde con Martes y Domingo, en la misma correspondencia. O dejar fuera algún elemento de los conjuntos.
Por contraste, si se trata de combinar los días de la semana con los elefantes que sostienen el Disco, se tropieza con problemas:
Domingo Berilia
Lunes Tubul
Martes Gran T'Phon
Miércoles Jerakeen
Jueves ?
Más precisamente, uno se queda sin elefantes. Incluso el legendario quinto elefante no nos permite pasar del jueves.
¿Por qué la diferencia? Bien, hay siete días en la semana, y siete colores del espectro, de modo que uno puede hacer coincidir esos conjuntos. Pero hay solamente cuatro (quizás alguna vez cinco) elefantes, y uno no puede hacer coincidir cuatro o cinco con siete.
La profunda idea filosófica aquí es que uno no necesita saber sobre los números cuatro, cinco o siete para descubrir que no hay manera de hacer coincidir los conjuntos. Hablar de los números equivale a ser sabio después del evento. Coincidir viene lógicamente antes que contar. Pero ahora, a todos los conjuntos que coinciden se les pueden asignar un símbolo común, o ‘cardinal’, que es efectivamente el número correspondiente. El cardinal del conjunto de días de la semana es el símbolo 7, por ejemplo, y el mismo símbolo es aplicable a cualquier conjunto que coincida con los días de la semana. De modo que podemos basar nuestro concepto de número en el más simple de coincidencia.
Hasta ahora, entonces, nada nuevo. Pero ‘coincidir’ tiene sentido para infinitos conjuntos, no sólo los finitos. Uno puede hacer coincidir los números pares con todos los números:
2 1
4 2
6 3
8 4
10 5
... y continuar. Estas coincidencias explican los tejemanejes en el hotel de Hilbert. De allí sacó Hilbert la idea (techo antes que cimientos, recuerde).
¿Cuál es el cardinal del conjunto de todos los números enteros (y por lo tanto de cualquier conjunto que pueda coincidir con él)? El nombre tradicional es ‘infinito’. Cantor, cauteloso, prefirió algo con menos asociaciones mentales, y en 1883 lo nombró ‘aleph’, la primera letra del alfabeto hebreo. Y le puso un pequeño cero debajo, por razones que ocurrirán en breve: aleph-cero.
Él sabía lo que estaba empezando: «Estoy bien consciente de que al adoptar tal procedimiento me estoy poniendo en contra de las opiniones generalizadas respecto al infinito en matemática y a las actuales opiniones sobre la naturaleza de la cantidad». Recibió lo que esperaba: mucha hostilidad, especialmente de Leopold Kronecker. «Dios creó los enteros: todo lo demás es trabajo del Hombre», declaraba Kronecker.
En la actualidad, la mayoría de nosotros pensamos que hombre también creó los enteros.
¿Por qué presentar un nuevo símbolo —y hebreo? Si hubiera sido solamente un infinito a juicio de Cantor, también podría haberlo llamado ‘infinito’ como a todos los demás, y usado el tradicional símbolo de un 8 de costado (∞). Pero rápidamente vio que desde su punto de vista, bien podría haber otros infinitos, y se estaba reservando el derecho de nombrarlos aleph-uno, aleph-dos, aleph-tres, y continuar.
¿Cómo puede haber otros infinitos? Ésta era la gran consecuencia inesperada de esa idea simple e infantil de coincidir. Para describir cómo sucede, necesitamos hablar de alguna manera de los números muy grandes. Finitos unos e infinitos otros. Para inducirles a creer que todo está bien y amistoso, proponemos una simple convención.
Si ‘umpty’ es cualquier número, de cualquier tamaño, entonces ‘umptyplex’ representará 10^umpty, que es un 1 seguido por umpty ceros. De modo que 2 plex es 100, cien; 6 plex es 1.000.000, un millón; 9 plex es mil millones. Cuando umpty = 100 tenemos un googol, de modo que googol = 100 plex. Un googolplex es por lo tanto también expresable como 100plexplex.
Al modo de Cantor, empezamos a meditar sobre infinitoplex. Pero seamos precisos: ¿qué hay del aleph-zeroplex? ¿Qué es 10^aleph-cero?
Notablemente, tiene un significado enteramente sensato. Es el cardinal del conjunto de todos los números reales —todos los números que pueden ser representados como un decimal infinitamente largo. Recuerde al filósofo Efebano Pthagonal, que se registra diciendo, «El diámetro divide a la circunferencia... Debería ser tres veces. ¿Pero es así? No. Tres punto uno cuatro y muchas otras cifras. El cabrón no tiene fin». Esto, por supuesto, es una referencia al número real más famoso, a uno que realmente necesita infinitos lugares decimales para captarlo exactamente: n (‘pi’). Con un lugar decimal, n es 3,1. Con dos, es 3,14. Con tres, es 3,141. Y continúa, hasta el infinito.
Hay muchísimos números reales además de n. ¿Qué tan grande es el espacio fase de todos los números reales?
Piense en la parte después del punto decimal. Si trabajamos con un lugar decimal, hay 10 posibilidades: cualquiera de los dígitos 0, 1, 2, ... , 9. Si trabajamos con dos lugares decimales, hay 100 posibilidades: 00 hasta 99. Si trabajamos con tres lugares decimales, hay 1.000 posibilidades: 000 hasta 999.
El patrón está claro. Si trabajamos con umpty lugares decimales, hay 10^umpty posibilidades. Es decir, umptyplex.
Si los lugares decimales continúan ‘para siempre’, primero nos debemos preguntar ¿qué clase de para siempre? Y la respuesta es ‘el aleph-cero de Cantor’, porque hay un primer lugar decimal, un segundo, un tercero... los lugares coinciden con los números enteros. De modo que si estableciéramos ‘umpty’ igual a ‘aleph-cero’, descubrimos que el cardinal del conjunto de todos los números reales (ignorando cualquier cosa delante del punto decimal) es aleph-zeroplex. Lo mismo es verdad, por razones ligeramente más complicadas, si incluimos la parte antes del punto decimal.
Todo muy bien, ¿pero presumiblemente aleph-zeroplex va resultar ser aleph-cero con un disfraz pesado, ya que todos los infinitos deben ser seguramente iguales? No. No lo son. Cantor probó que no se puede hacer coincidir los números reales con los números enteros. De modo que aleph-zeroplex es un infinito más grande que aleph-cero.
Él fue más lejos. Mucho más lejos. Probó que si umpty es cualquier número cardinal infinito, el umptyplex es uno más grande. De modo que aleph-ceroplexplex es todavía más grande, y aleph-ceroplexplexplex es más grande que eso, y...
No hay ningún final para la lista de infinitos de Cantor. No hay ningún ‘hiperinfinito’ que sea más grande que todos los otros infinitos.
La idea del infinito como ‘el número más grande posible’ está recibiendo algunos golpes duros aquí. Y ésta es la manera sensata de montar la aritmética infinita.
Si se empieza con cualquier aleph-umpty cardinal infinito, entonces alephumptyplex es más grande. Es natural suponer que lo que se obtiene debe ser aleph-(umpty + 1), una afirmación que dobló la Hipótesis de Continuum Generalizado. En 1963, Paul Cohen (ninguna relación conocida con Jack ni con el Bárbaro) probó que... bien, depende. En algunas versiones de la teoría de conjuntos es verdadero, en otras es falso.
Las bases de la matemática son así, y es por eso que es mejor construir la casa primero y ponerle los cimientos después. De ese modo, si no le gustan, puede sacarlos otra vez y poner otra cosa en cambio. Sin perturbar la casa.
Esto, entonces, es el Paraíso de Cantor: un sistema completamente nuevo de números aleph, de infinitos más allá de toda medida, interminable —en un muy marcado sentido de interminable. Surge completamente natural de un principio simple: que la técnica de ‘hacer coincidir’ es todo lo que se necesita para colocar los cimientos lógicos de la aritmética. Ahora, la mayoría de los matemáticos activos coinciden con Hilbert, y las ideas inicialmente asombrosas de Cantor han sido hiladas en la misma tela de la matemática.

Los magos no sólo tienen que lidiar con la matemática del infinito. También se están enredando en la física. Aquí surgen cuestiones completamente nuevas sobre el infinito. ¿Es el universo finito o infinito? ¿Qué tipo de finito o infinito? ¿Y qué hay de todos esos universos paralelos de los que siempre están hablando los cosmólogos y los teóricos cuánticos? Incluso si cada universo es finito, ¿podría haber una cantidad infinita de universos paralelos?
De acuerdo con la actual cosmología, lo que normalmente pensamos como universo es finito. Empezó como un único punto en el Big Bang, y luego se expandió a un ritmo finito durante unos 13 mil millones de años, de modo que debe ser finito. Por supuesto, podría ser infinita y finamente divisible, sin límite inferior al tamaño de las cosas, exactamente como la línea o el plano matemático... pero hablando en mecánica cuántica hay una precisa granulación bajo la constante de Planck, de modo que el universo tiene una cantidad muy grande, pero finita, de estados cuánticos posibles.
La versión de ‘muchos mundos’ de la teoría cuántica fue inventada por el físico Hugh Everett como una manera de conectar la visión cuántica del mundo con nuestra visión ‘sensible’ de todos los días. Sostiene que siempre que pueda hacerse una elección —por ejemplo, si el espín de un electrón sea hacia arriba o hacia abajo, o si un gato está vivo o muerto— el universo no hace simplemente una elección y abandona todas las alternativas. Así es como nos parece a nosotros, pero realmente el universo hace todas elecciones posibles. Innumerables ‘alternativas’ o mundos ‘paralelos’ se ramifican del que percibimos. En esos mundos, ocurren cosas que no ocurren aquí. En uno de ellos, Adolf Hitler ganó la Segunda Guerra Mundial. En otro, usted comió anoche una aceituna adicional en la cena.
Narrativamente hablando, la descripción de muchos mundos de la esfera cuántica es una delicia. Ningún escritor en busca de una grandiosa jerga científica que justifique la aparición de personajes en argumentos alternativos —nos confesamos culpables— tiene la posibilidad de resistirse.
El problema es que, como ciencia, la interpretación de muchos mundos está algo sobrestimada. Indudablemente, la manera habitual de describirla es engañosa. De hecho, demasiado de la física de los universos múltiples es generalmente explicada de una manera engañosa. Es una pena, porque vuelve trivial un profundo y hermoso conjunto de ideas. La sugerencia de que exista un universo real, de algún modo adyacente al nuestro, donde Hitler derrota a los aliados, es una gran salida para muchas personas. Parece demasiado absurdo incluso para que valga la pena considerarlo. «Si de eso se trata la física moderna, preferiría que mis dólares de impuestos vayan hacia algo útil, como la reflexología».
La ciencia ‘del’ multiverso es fascinante —hay numerosas alternativas, cuál es la apropiada. Un poco de ella incluso es útil.
Y un poco —no necesariamente la parte útil— podría incluso ser verdadero. Sin embargo, trataremos de convencerlo, no sobre la parte de Hitler.

Todo empezó con el descubrimiento de que el comportamiento cuántico podía ser representado matemáticamente como una Gran Suma. Lo que en realidad ocurre es la suma de todas las cosas que podrían haber ocurrido. Richard Feynman lo explicó con su habitual claridad extrema en su libro QED (Electro Dinámica Cuántica, no Euclidiana). Imagine un fotón, una partícula de luz, que rebota de un espejo. Puede descubrir la trayectoria que el fotón sigue ‘por la suma’ de todas las trayectorias posibles que podría haber tomado. Lo que usted realmente suma son los niveles de luminosidad, las intensidades de la luz, no las trayectorias. Una trayectoria es una cinta concentrada de luminosidad, y aquí esa cinta golpea el espejo y rebota en el mismo ángulo.
Esta técnica de ‘suma de historias’ es una consecuencia matemática directa de las reglas de la mecánica cuántica, y no hay nada objetable o ni siquiera muy sorprendente en ella. Funciona porque todas las trayectorias ‘equivocadas’ interfieren con todas las otras, y entre ellas no aportan prácticamente nada a la suma del conjunto. Todo lo que sobrevive, cuando llegan los totales, es la trayectoria ‘correcta’. Usted puede tomar este inobjetable hecho matemático y vestirlo con una interpretación física. Concretamente: la luz toma en realidad todas las trayectorias posibles, pero lo que observamos es la suma, de modo que sólo vemos la única trayectoria en que el ‘rayo’ de luz golpea el espejo y rebota otra vez en el mismo ángulo.
Esa interpretación tampoco es terriblemente inadmisible, filosóficamente hablando, pero está al borde de un territorio que lo es. Los físicos tienen el hábito de tomar las descripciones matemáticas literalmente —no las conclusiones, sino los pasos empleados para conseguirlas. Llaman a esto ‘pensar físicamente’, pero en realidad es lo contrario: equivale a proyectar cifras matemáticas sobre el mundo real... ‘cosificando’ las abstracciones, dotándolas de realidad.
No estamos diciendo que no funcione —a menudo lo hace. Pero la cosificación tiende a hacer de los físicos unos malos filósofos, porque olvidan que lo están haciendo.
Un problema de ‘pensar físicamente’ es que a veces hay varias maneras matemáticamente equivalentes para describir alguna cosa —diferentes maneras de decir exactamente lo mismo en lenguaje matemático. Si una de ellas es verdadera, todas lo son. Pero, sus naturales interpretaciones físicas pueden ser inconsistentes.
Un buen ejemplo surge en la mecánica clásica (no-cuántica). Una partícula en movimiento puede ser descrita usando (una de) las leyes de Newton del movimiento: la aceleración de la partícula es proporcional a la fuerza que actúa sobre ella. Alternativamente, el movimiento puede ser descrito en términos de un ‘principio de variación’: relacionado con la trayectoria de cada partícula posible hay una cantidad llamada ‘acción’. La verdadera trayectoria que sigue la partícula es la que hace la acción tan pequeña como sea posible.
La equivalencia lógica de las leyes de Newton y el principio de la acción mínima son un teorema matemático. No se puede aceptar una sin aceptar la otra, a nivel matemático. No se preocupe por qué es la ‘acción’. Aquí no importa. Lo que importa es la diferencia entre las interpretaciones naturales de estas dos descripciones lógicamente idénticas.
Las leyes del movimiento de Newton son reglas locales. Lo que la partícula hace después, aquí y ahora, está completamente determinado por la fuerza que actúa sobre ella, aquí y ahora. No se necesita de ninguna previsión ni inteligencia; sólo seguir obedeciendo las reglas locales.
El principio de la acción mínima tiene un estilo diferente: es global. Nos dice que para moverse de A hasta B, la partícula debe de algún modo considerar la totalidad de todas las trayectorias posibles entre esos puntos. Debe descubrir la acción relacionada con cada trayectoria, y encontrar cuál de ellas tiene la acción más pequeña. Este ‘cálculo’ es no-local, porque involucra la trayectoria(s) entera, y en cierto sentido tiene que ser llevado a cabo antes de que la partícula sepa dónde ir. De modo que en esta interpretación natural de la matemática, la partícula parece estar dotada con una milagrosa previsión y habilidad para elegir, un rudimentario tipo de inteligencia.
¿Entonces cuál es? ¿Un mecánico terrón de materia que obedece las reglas locales a medida que se mueve? ¿O una entidad cuasi-inteligente con vastos poderes computacionales, que tiene la previsión para elegir, entre todas las trayectorias posibles que podría haber tomado, precisamente la única que minimiza la acción?
Nosotros sabemos qué interpretación elegiríamos.
Curiosamente, el principio de la acción mínima es una analogía mecánica del método de suma de historias de Feynman en óptica. Los dos están realmente muy cerca. Sí, se puede formular la matemática de la mecánica cuántica de una manera que parece implicar que la luz sigue todas las trayectorias posibles y las suma. Pero no está obligado a aceptar esa descripción como la real física del mundo real, incluso si la matemática funciona.

Los entusiastas de los muchos mundos aceptan esa descripción: de hecho, la llevan mucho más lejos. No la historia de un único fotón rebotando de un espejo, sino la historia del universo entero. Es, también, una suma de todas las posibilidades —usando la función onda cuántica del universo en lugar de la intensidad de la luz debida al fotón—, así del mismo modo podemos interpretar la matemática de una manera similar y dramática. Concretamente: el universo hace todas las cosas posibles. Lo que observamos es lo que ocurre cuando se suman todas esas posibilidades.
Por supuesto, también hay una interpretación menos dramática: el universo avanza lentamente obedeciendo las leyes locales de la mecánica cuántica, y hace exactamente una cosa... lo que resulta, por razones puramente matemáticas, igual a la suma de todas las cosas que podría haber hecho.
¿Qué interpretación acepta usted?
Matemáticamente, si una es la ‘correcta’ entonces también lo es la otra. Físicamente, sin embargo, llevan implicancias muy diferentes sobre cómo funciona el mundo. Nuestra idea es que, como con la partícula clásica, su equivalencia matemática no necesita que uno acepte su verdad física como descripciones de la realidad. Sólo la equivalencia de las leyes de Newton con el principio de la acción mínima nos obliga a creer en partículas inteligentes que pueden predecir el futuro.
La interpretación de muchos mundos de la mecánica cuántica, entonces, descansa en terreno difícil aunque sus fundamentos matemáticos son impecables. Pero la habitual presentación de esa interpretación va más lejos, añadiendo una abultada dosis de narrativium. Es esto precisamente lo que resulta atractivo a los escritores de ciencia ficción, pero es una pena que estire la interpretación mucho más allá del punto límite.
Lo que generalmente nos dicen es esto. A cada instante del tiempo, siempre que tenga que hacerse una elección, el universo se divide en una serie de ‘mundos paralelos’ en los cuales cada una de las elecciones ocurre. Sí, en este mundo uno se levantó, comió hojuelas de maíz para desayunar, y fue a trabajar. Pero en algún lugar ‘ahí afuera’ en la inmensidad del multiverso, hay otro universo en el que uno comió arenques ahumados para desayunar, lo cual hizo que uno saliera de casa un minuto después, de modo que cuando cruzó la calle tuvo una discusión con un autobús, y perdió, mortalmente.
Lo que aquí está equivocado no es, aunque sea extraño, la discusión de que este mundo sea ‘realmente’ una suma de muchos otros. Quizás lo sea a un nivel cuántico de descripción. ¿Por qué no? Pero está equivocado al describir esos mundos alternativos en términos humanos, como situaciones donde todo sigue una narrativa que tiene sentido en la mente humana. Como mundos donde ‘autobús’ o ‘arenque ahumado’ tienen algún significado. Y es aún menos justificable pretender que cada uno de esos mundos paralelos es una variante menor de éste, en el que algún nivel de elección humana ocurre de manera diferente.
Si esos mundos paralelos existen, son descritos cambiando varios componentes de una función de onda cuántica cuya complejidad está más allá de la comprensión humana. Los resultados no necesitan parecerse a situaciones humanamente comprensibles. Exactamente como el sonido de un clarinete puede ser descompuesto en tonos puros, pero la mayoría de las combinaciones de esos tonos no corresponden a ningún clarinete.
Los componentes naturales del mundo humano son autobuses y arenques ahumados. Los componentes naturales de la función de onda cuántica del mundo no son las funciones de onda cuántica de autobuses y arenques ahumados. Son totalmente diferentes, y tallan la realidad de una manera diferente. Voltean espines de electrón, rotan polaridades, cambian fases cuánticas.
No convierten hojuelas de maíz en arenques ahumados.
Es como tomar una historia y hacer cambios aleatorios en las letras, cambiando palabras, probablemente cambiando las instrucciones que la impresora usa para hacer las letras, de modo que no correspondan a ningún alfabeto conocido por la humanidad. En lugar de empezar con el himno nacional de Ankh-Morpork y llegar a la Canción del Erizo, uno sólo llega a un revoltijo sin sentido. Lo cual quizás es perfecto.

De acuerdo con Max Tegmark, en un escrito en el número de mayo de 2003 de Scientific American, actualmente los físicos reconocen cuatro niveles distintos de universos paralelos. En el primer nivel, alguna región distante del universo reproduce lo que está ocurriendo en nuestra propia región, casi exactamente. El segundo nivel involucra ‘burbujas’ más o menos aisladas, universos bebés, en los cuales varios atributos de las leyes físicas, como la velocidad de la luz, son diferentes, aunque las leyes básicas son iguales. El tercer nivel es el paralelismo cuántico de muchos mundos de Everett. El cuarto incluye universos con leyes físicas radicalmente diferentes —no simples variaciones sobre el tema de nuestro propio universo, sino sistemas totalmente distintos a los descritos por todas las estructuras matemáticas concebibles.
Tegmark hace un intento heroico para convencernos de que todos estos niveles realmente existen —que producen pronósticos probables, que son científicamente falseables si están equivocados, etcétera. Incluso logra reinterpretar la Navaja de Occam, el principio filosófico de que las explicaciones deben ser mantenidas tan simples como sea posible, para respaldar su opinión.
Todo esto, tan especulativo como parece, es buena cosmología y física de frontera. Es exactamente la clase de teoría que La Ciencia de Mundodisco debería discutir: imaginativa, increíble, desafiante. Sin embargo, hemos llegado a la renuente conclusión de que los argumentos tienen serias fallas. Es una pena, porque el concepto de mundos paralelos chorrea tanto narrativium que haría de cualquier escritor de ciencia ficción un babeante perro de Pavlov.
Resumiremos los puntos principales de Tegmark, describiremos algunas de las evidencias que cita en su favor, ofreceremos algunas críticas, y le dejaremos que usted se forme su propia opinión.
El nivel 1 de mundos paralelos surge si —porque— el espacio es infinito. No mucho antes le dijimos que es finito, porque el Big Bang ocurrió hace un tiempo finito de modo que no ha tenido tiempo de expandirse hasta la extensión de infinito. Aparentemente, sin embargo, los datos sobre el fondo de microondas cósmicas no sostienen un universo finito. Aunque uno finito muy grande generaría los mismos datos.
«¿Hay una copia de usted leyendo este artículo?», pregunta Tegmark. Suponiendo que el universo sea infinito, nos dice que «incluso los eventos más improbables deben tener lugar en algún lugar». Una copia de usted es más probable que muchas, de modo que debe ocurrir. ¿Dónde? Un cálculo directo indica que ‘uno tiene un gemelo en una galaxia aproximadamente a 10 a la potencia 10^21 metros desde aquí’. No 10^21 metros, que ya es 25 veces el tamaño del universo actualmente observable, sino 1 seguido de 1.028 ceros. No sólo eso: una copia completa de (la parte observable de) nuestro universo debe existir aproximadamente a 10 a la potencia 10^118 metros de distancia. Y más allá de eso...
Necesitamos de una buena manera para hablar de los números muy grandes. Los símbolos como 10^118 son demasiado formales. Escribir todos los ceros no tiene sentido, y es generalmente imposible. El universo es grande, y el multiverso es considerablemente más grande. Ponerle números a lo que es tan grande no es enteramente sencillo, y encontrar algo que también pueda ser escrito es aun más difícil.
Afortunadamente, ya hemos solucionado ese problema con nuestra anterior convención: si ‘umpty’ es cualquier número, entonces ‘umptyplex’ representará 10^umpty, que es 1 seguido por umpty ceros.
Cuando umpty = 118 obtenemos 118plex, que es más o menos la cantidad de protones en el universo. Cuando umpty es 118plex obtenemos 118plexplex, que es el número en el que Tegmark nos pide que pensemos, 10 a la potencia de 10 a la potencia de 118. Esos números surgen porque un ‘volumen Hubble’ de espacio —uno del tamaño del universo observable— tiene una gran cantidad, pero finita, de estados cuánticos posibles.
El mundo cuántico es granular, con un límite inferior donde el espacio y el tiempo pueden estar divididos. De modo que una región bastante grande de espacio contendrá una cantidad tan vasta de volúmenes Hubble que puede contener a cada uno de esos estados cuánticos. Específicamente, un volumen Hubble contiene 118plex protones. Cada uno tiene dos estados cuánticos posibles. Eso quiere decir que hay 2 a la potencia 118plex configuraciones posibles de estados cuánticos de protones. Una de las reglas útiles en este tipo de mega-aritmética es que el número ‘más bajo’ en la pila plexada —aquí 2— puede ser cambiado por algo más conveniente, como 10, sin afectar enormemente el número máximo. Entonces, en números redondos, una región de 118plexplex metros de ancho puede contener una copia de cada volumen Hubble.
El nivel 2 de mundos paralelos surge de la suposición de que el espacio-tiempo es una especie de espuma, en que cada burbuja constituye un universo. La razón principal para creerlo es la ‘inflación’, una teoría que explica por qué nuestro universo es relativísticamente plano. En un período de inflación, el espacio se expande rápidamente, y puede estirarse tanto que los dos extremos de la parte estirada se vuelven independientes entre sí porque la luz no puede llegar de uno al otro con la suficiente velocidad para conectarlos causalmente. De modo que el espacio-tiempo termina como una espuma, y cada burbuja tiene probablemente su propia variante de las leyes de la física —con la misma forma matemática básica, pero con constantes diferentes.
Los mundos paralelos de nivel 3 son los que aparecen en la interpretación de muchos mundos de la mecánica cuántica, que ya hemos abordado.
Todo lo descrito hasta ahora palidece hasta la insignificancia cuando llegamos al nivel 4. Aquí, los varios universos involucrados pueden tener leyes de la física radicalmente diferentes entre sí. Tegmark nos dice que aquí existen todas las estructuras matemáticas concebibles:

¿Y qué hay de un universo que obedece las leyes de la física clásica, sin efectos cuánticos? ¿Y qué hay del tiempo que viene en pasos discontinuos, como en las computadoras, en lugar de ser continuo? ¿Y qué hay de un universo que es sólo un dodecaedro vacío? En el nivel N del multiverso, todas estas realidades alternativas en efecto existen.

¿Pero es así?

En la ciencia, uno consigue las evidencias de las observaciones o de los experimentos.
Las pruebas de observación directa de la hipótesis de Tegmark son completamente imposibles, por lo menos hasta que alguna extraordinaria tecnología de viaje espacial aparezca. El universo observable no se extiende más allá que 27plex metros de la Tierra. Un objeto (incluso del tamaño de nuestro universo visible) que esté a una distancia de 118plexplex metros no puede ser observado ahora, y ninguna mejora concebible de la tecnología puede soslayarlo. Sería más fácil para una bacteria observar el universo conocido entero que para un ser humano observar un objeto a una distancia de 118plexplex metros.
Estamos a favor del argumento de que la imposibilidad de pruebas experimentales directas no convierte en no-científica a la teoría. No hay ninguna manera directa de probar la existencia previa de los dinosaurios, o el cronometraje (o la ocurrencia) del Big Bang. Inferimos estas cosas de pruebas indirectas. Entonces, ¿qué pruebas indirectas hay del espacio infinito y copias distantes de nuestro propio mundo?
Tegmark dice que el espacio es infinito porque el fondo de microondas cósmicas nos lo dice. Si el espacio fuera finito, entonces aparecerían vestigios de esa cualidad finita en las propiedades estadísticas del fondo cósmico y en las varias frecuencias de radiación que lo forman.
Éste es un curioso argumento. Hace apenas un año, algunos matemáticos usaron ciertos rasgos estadísticos del fondo de microondas cósmicas para deducir que no sólo el universo es finito, sino que su forma se parece un poco a una pelota de fútbol. Hay escasez de radiaciones de longitud de onda muy larga, y la mejor razón para no encontrarlas es que el universo es demasiado pequeño para contener tales longitudes de onda. Exactamente como una cuerda de guitarra de un metro de largo no puede soportar una vibración con una longitud de onda de 100 metros —no hay lugar para encajar la onda en el espacio disponible.
El otro punto principal de evidencias es de una naturaleza muy diferente —no una observación como tal, sino una observación sobre cómo interpretamos las observaciones. Los cosmólogos que analizan el fondo de microondas para descubrir la forma y el tamaño del universo habitualmente informan sobre sus resultados en la forma ‘hay una probabilidad de uno en mil de que tal forma y tal tamaño podrían ser compatibles con los datos’. Significa que con una probabilidad del 99,9% descartamos ese tamaño y esa forma. Tegmark nos dice que una manera de interpretarlo es que al menos un volumen Hubble en mil, de ese tamaño y forma, presentaría los datos observados. «La lección es que la teoría del multiverso puede ser probada y falseada incluso cuando no podemos ver los otros universos. La clave es predecir cuál es el conjunto de universos paralelos y especificar una distribución de probabilidad sobre ese conjunto.»
Éste es un argumento extraordinario. Fatalmente, confunde los volúmenes Hubble reales con los potenciales. Por ejemplo, si el tamaño y la forma en estudio es ‘una pelota de fútbol de 27plex metros de diámetro’ —una conjetura justa para nuestro propio volumen Hubble—, entonces la probabilidad ‘uno en mil’ es un cálculo basado en un potencial conjunto de mil pelotas de fútbol de ese tamaño. No son parte de un único universo infinito: son distintos ‘puntos’ conceptuales en un espacio fase de grandes pelotas de fútbol. Si uno viviera en tal pelota de fútbol e hiciera tales observaciones, entonces uno esperaría obtener los datos observados en aproximadamente una ocasión en mil.
No hay nada en esta declaración que nos obligue a deducir la real existencia de esas mil pelotas —y menos aun embeber el montón en un único espacio más grande, que es lo que nos pide hacer. En efecto, Tegmark nos está pidiendo que aceptemos un principio general: que siempre que uno tiene un espacio fase (los estadísticos dirían un espacio muestra) con una bien definida distribución de probabilidades, entonces todo en ese espacio fase debe ser real.
Esto está sencillamente equivocado.
Un ejemplo simple nos muestra por qué. Suponga que lanza una moneda cien veces. Consigue una serie de lanzadas algo como CCSSSCC ... CSS. El espacio fase de todas las posibles lanzadas contiene precisamente 2.100 secuencias. Asumiendo que la moneda sea buena, hay una manera sensata de atribuir una probabilidad a cada una de esas secuencias —concretamente la oportunidad de obtenerla es 1 en 2.100. Y se puede probar esa ‘distribución’ de probabilidades de varias maneras indirectas. Por ejemplo, se puede llevar a cabo un millón de experimentos, cada uno con una serie de 100 lanzadas, y contar qué proporción tiene 50 caras y 50 secas, o 49 caras y 51 secas, como sea. Tal experimento es enteramente viable.
Si el principio de Tegmark fuera correcto, ahora nos dice que todo el espacio fase de las secuencias de lanzar moneda realmente existe. No como un concepto matemático, sino como una realidad física.
Sin embargo, las monedas no se lanzan solas. Alguien tiene que hacerlo.
Si se pudieran lanzar 100 monedas por segundo, se necesitarían unos 24plex años para generar 2.100 experimentos. Eso es más o menos 100 billones de veces la edad del universo. Las monedas han existido sólo unos pocos miles de años. El espacio fase de todas las secuencias de 100 lanzadas de moneda no es real. Existe sólo como potencial.
Ya que el principio de Tegmark no funciona para las monedas, no tiene sentido suponer que funcione para los universos.
La evidencia propuesta a favor del nivel 4 de mundos paralelos es aun más pobre. Equivale a una apelación mística al famoso comentario de Eugene Wigner sobre ‘la poco habitual eficacia de la matemática’ como una descripción de la realidad física. En efecto, Tegmark nos dice que si podemos imaginar algo, entonces tiene que existir.
Podemos imaginar un hipopótamo púrpura montando una bicicleta a lo largo del borde de la Vía Láctea mientras canta Monteverdi. Sería encantador si significara que tiene que existir, pero en algún momento se necesita un control de realidad.

No queremos dejarlo con la impresión de que disfrutamos al volcar agua fría sobre cada intento imaginativo de expresar un sentimiento para algunos de los notables conceptos de la cosmología y la física modernas. Así que terminaremos con un agregado muy reciente al establo de mundos paralelos, que tiene algunas cosas a favor. Quizás sin sorprendernos, lo principal a su favor, y no corriente, es una pizca de evidencia experimental.
La nueva teoría en el edificio es la teoría de cuerdas. Provee una respuesta filosóficamente sensata a la antiquísima pregunta: ¿por qué estamos aquí? Y lo hace invocando los gigantescos números de los universos paralelos.
Es mucho más cuidadosa en cómo los maneja.
Nuestra fuente es un artículo, Panorama de la Teoría de Cuerdas de Raphael Bousso y Joseph Polchinski, publicado en el ejemplar de septiembre de 2004 de Scientific American —un número especial sobre Albert Einstein.
Si hay un único problema que ocupa el corazón de la física moderna, es el de unificar la mecánica cuántica con la relatividad. Esta búsqueda de una ‘teoría de todo’ es necesaria porque aunque ambas teorías son extraordinariamente exitosas al ayudarnos a comprender y predecir varios aspectos de la naturaleza, no son totalmente consistentes entre sí. Encontrar una teoría unificada es difícil, y todavía no la tenemos. Pero hay un intento matemáticamente atractivo, la teoría de cuerdas, que es conceptualmente atractivo aunque no haya evidencias observacionales de ella.

La teoría de cuerdas sostiene que lo que habitualmente consideramos puntos individuales en el espacio-tiempo, puntos adimensionales sin estructura interesante propia, son en realidad superficies multidimensionales muy, muy pequeñas y con formas complejas. La analogía estándar es una manguera. Vista desde lejos, una manguera parece una línea, lo cual es un espacio unidimensional —la dimensión es la distancia a lo largo de la manguera. Mírela desde cerca, en cambio, y verá que la manguera tiene dos dimensiones adicionales, perpendiculares a la línea, y que su forma en esas direcciones es una cinta circular.
Quizá nuestro propio universo sea un poco como esa manguera. A menos que lo veamos de cerca, todo lo que percibimos son tres dimensiones espaciales más una temporal —relatividad. En esas dimensiones solas se observa una enorme cantidad de física, de modo que los fenómenos de esta clase tienen una elegante descripción cuadridimensional —relatividad otra vez. Pero pueden estar pasando otras cosas a lo largo de las dimensiones adicionales “escondidas”, como el grosor de la manguera. Por ejemplo, suponga que en cada lugar del espacio-tiempo aparentemente cuadridimensional, lo que parece un punto sea realmente un círculo diminuto, perpendicular al propio espacio-tiempo. Este círculo podría oscilar. Si lo hace, recordaría a la descripción cuántica de una partícula. Las partículas tienen varios “números cuánticos”, como el espín. Estos números se presentan como múltiplos enteros de una cantidad básica. Lo mismo pasa con las oscilaciones de un círculo: cada onda cabe una vez en el círculo, o dos, o tres... pero no dos y cuarto, por decir.
Es por eso que se llama ‘teoría de cuerdas’. Cada punto del espacio-tiempo es reemplazado por un diminuto bucle de cuerda.
Para reconstruir algo que concuerde con la teoría cuántica, sin embargo, en realidad no podemos usar una cuerda circular. Hay demasiados números cuánticos diferentes y gran abundancia de otros problemas por superar. La sugerencia es que, en vez de un círculo, tengamos que utilizar una forma más compleja y con más dimensiones conocida como “brana”. Piénselo como una superficie. Existen varios tipos topológicos distintos de superficies: una esfera, una rosquilla, dos rosquillas unidas, tres rosquillas... y en más de dos dimensiones hay posibilidades más exóticas.
Las partículas corresponden a diminutas cuerdas cerradas que se enrollan alrededor de la brana. Existen montones de formas diferentes de enrollar una cuerda alrededor de una rosquilla —atravesando el hueco una vez, dos, tres... Las leyes físicas dependen de la forma de la brana y de los caminos seguidos por las cuerdas.
La brana preferida actualmente tiene seis dimensiones, lo que suma diez en total. Las dimensiones adicionales se piensan rizadas de forma muy apretada, en espacios menores a la longitud de Planck, que es la escala en la cual el universo se vuelve granulado. Es virtualmente imposible observar nada tan pequeño, debido a que la granulosidad esfuma todo y no pueden verse los detalles. Así que no hay esperanzas de observar ninguna dimensión adicional directamente. Sin embargo, hay varias maneras de inferir su presencia de modo indirecto. De hecho, la aceleración descubierta recientemente en la tasa de expansión del universo puede explicarse de esta manera. Por supuesto, esta explicación podría no ser correcta: necesitamos más evidencias.
Las ideas aquí cambian casi de día en día, de modo que no tenemos que comprometernos con el sistema predilecto de seis dimensiones. Podemos considerar cualquier cantidad de branas diferentes y cuerdas acomodadas de distinta forma. Cada elección —llamémosle brana rizada— tiene una energía particular en relación con la forma de la brana, con la presión del rizado y con la compacidad de las cuerdas a su alrededor. Esta energía es la “energía del vacío” de la teoría física asociada. En la mecánica cuántica, el vacío es un montón hirviente de partículas y antipartículas que existen por un instante antes de colisionar y aniquilarse por parejas. La energía del vacío mide la violencia con que hierven. Podemos usar la energía del vacío para deducir a qué brana rizada corresponde nuestro universo, cuya energía del vacío es extraordinariamente pequeña. Hasta hace poco se pensaba que era cero, pero ahora se cree que es aproximadamente 1/120plex unidades, donde una unidad es una masa de Planck por longitud cúbica de Planck, lo que es un googol de gramos por metro cúbico.
Nos encontramos ahora con una historia cósmica de los “tres osos”. Papá Oso prefiere una energía del vacío mayor que + 1/118plex unidades, pero tal espacio-tiempo estaría sujeto a expansiones locales mucho más energéticas que las de una supernova. Mamá Osa prefiere una energía del vacío menor a -1/120plex unidades (note el signo menos), pero entonces el espacio-tiempo se contraería en un crujido cósmico y desaparecería. Bebé Osito y Ricitos de Oro prefieren una energía del vacío “perfecta”: en algún lugar dentro del increíblemente pequeño rango entre + 1/118plex y – 1/120plex unidades. Ésta es la zona dorada en la que la vida tal como la conocemos podría existir.
No es casualidad que vivamos en un universo cuya energía del vacío esté en la zona dorada, porque somos vida tal como la conocemos. Si viviéramos en cualquier otra clase de universo, seríamos vida tal como no la conocemos. No es imposible, pero no seríamos nosotros.
Éste es nuestro viejo amigo el principio antrópico, usado de forma totalmente sensata para relacionar la forma en que funcionamos con la clase de universo que necesitamos para funcionar. La pregunta clave aquí no es “¿por qué vivimos en un universo como éste?”, sino “¿por qué existe un universo como éste para que nosotros vivamos en él?” Es el polémico asunto de la adaptación cosmológica, y la improbabilidad de un universo aleatorio que haya acertado justamente los números correctos se suele usar a menudo para demostrar que algo —siempre dicen “No lo sabemos, podría ser un extraterrestre”, pero lo que realmente piensan es “Dios”— debe haber preparado nuestro universo exactamente para nosotros.
Los teóricos cuerdistas está hechos de un material más fuerte, y tienen una respuesta más sensata.
En el año 2000, Bousso y Polchinski combinaron la teoría de cuerdas con una idea previa de Steven Weinberg para explicar por qué no debería sorprendernos que exista un universo con el nivel correcto de energía del vacío. Su idea básica es que el espacio de fase de universos posibles es absolutamente gigantesco. Es mayor que, digamos, 500plex. Estos 500plex universos distribuyen sus energías del vacío densamente en el intervalo de -1 a +1 unidades. Los números resultantes están mucho más apiñados que las 1/118plex unidades que determinan la escala del rango de energías del vacío “aceptables” para la vida tal como la conocemos. Mientras que sólo una diminuta proporción de estos 500plex universos se encuentran dentro de ese rango, hay tantos de ellos que incluso una diminuta proporción es todavía gigantesca —aquí, unos 382plex. De modo que una cantidad colosal de 382plex universos, de un espacio de fase de 500plex branas rizadas, es capaz de sustentar nuestra clase de vida.
Sin embargo, todavía es una proporción muy pequeña. Si uno toma una brana rizada al azar, la probabilidad de que no esté dentro de la zona dorada es abrumadoramente grande.
No hay problema. Los teóricos cuerdistas tienen una respuesta para eso. Si uno espera el tiempo suficiente, tal universo necesariamente empezará a existir. De hecho, todos los universos en el espacio de fase de las branas rizadas finalmente se convertirán en el “verdadero”. Y cuando la brana rizada del universo verdadero entre en la zona dorada, sus habitantes no sabrían nada de toda esta espera. Su sentido del tiempo comenzará a partir del instante en el que su brana rizada particular suceda.
La teoría de cuerdas no sólo nos dice que estamos aquí porque estamos aquí —nos explica por qué un “aquí” tan adecuado debe existir.
La razón por la que todos esos 500plex universos pueden legítimamente ser considerados “verdaderos” en teoría de cuerdas proviene de dos características de la teoría. La primera es una forma sistemática de describir todas las posibles branas rizadas que podrían ocurrir. La segunda invoca un poco de cuántica para explicar por qué, a largo plazo, ellas ocurrirán. Brevemente: el espacio fase de las branas rizadas puede representarse como un “panorama de energía”, al que llamamos branarama. Cada posición en el panorama corresponde a una elección posible de brana rizada; la altura en ese punto corresponde a la energía del vacío asociada.
Los picos del branarama representan branas rizadas con grandes energías del vacío, los valles representan branas rizadas con pequeñas energías del vacío. Las branas rizadas estables están en los valles. Los universos cuyas dimensiones ocultas se ven como estas particulares branas rizadas son asimismo estables... de modo que son los que pueden existir, físicamente, por más de una fracción de segundo.
En las zonas montañosas del mundo, el terreno es accidentado, lo que significa que tiene muchos picos y valles. Éstos se encuentran más cerca unos de otros que en cualquier otro lugar, pero generalmente se encuentran aislados entre sí. El branarama es realmente muy accidentado, y tiene una enorme cantidad de valles. Pero todas las energías del vacío de los valles deben estar en el rango entre -1 y +1 unidades. Con tantos números a contener, terminan apiñándose unos con otros.
Para que un universo sustente la vida tal como la conocemos, su energía del vacío debe estar en la zona dorada donde todo está bien. Y hay tantas branas rizadas que una enorme cantidad de ellas debe tener energías del vacío que caen allí.
Una cantidad infinitamente mayor caerá fuera del rango, pero no importa.
La teoría tiene una ventaja principal: explica por qué nuestro universo tiene una energía del vacío tan pequeña, sin exigir que sea cero —lo cual, ahora lo sabemos, no es.
La conclusión de todas las matemáticas, entonces, es que cada universo estable se encuentra en algún valle del branarama, y una imponente cantidad de ellos (aunque una mínima proporción del total) está en el rango dorado. Pero todos esos universos son potenciales, no reales. Sólo hay un universo real. Así que, si simplemente tomamos una brana rizada al azar, la probabilidad de que se encuentre en la zona dorada es prácticamente cero. Uno no le apostaría a un caballo con esas probabilidades, menos aún a un universo.
Por fortuna, la vieja cuántica viene a rescatarnos. Los sistemas cuánticos pueden “hacer un túnel”, y lo hacen, desde un valle de energía a otro. El principio de incertidumbre les permite tomar prestada suficiente energía para hacerlo, y luego devolverla tan rápidamente que la incertidumbre correspondiente al tiempo evita que alguien lo note. Así que si uno espera el tiempo suficiente —un umptyplexplexplex de años, quizá, o un umptyplexplexplexplex si fuera demasiado corto— entonces un universo cuántico podrá explorar todos los valles del branarama. En el camino, en alguna etapa, se encontrará en un valle dorado. Entonces surgirá vida como la nuestra y se preguntará por qué está allí.
No tendrá conciencia de los umptyplexplexplexplex años que han pasado en el multiverso: sólo de los pocos miles de millones que han pasado desde que el universo errante cruzó el túnel hacia el rango dorado. Ahora, y solamente ahora, estos habitantes humanoides comenzarán a preguntarse por qué tienen la posibilidad de existir, dadas las ridículas probabilidades en su contra. Eventualmente, si son lo bastante inteligentes, se darán cuenta de que, gracias al branarama y a la cuántica, las verdaderas probabilidades constituyen una certeza absoluta.
Es una hermosa historia, incluso si resulta estar equivocada.



CAPÍTULO 15
Auditores de la realidad
Era una hora después. Los magos estaban formados en hileras a lo ancho del Gran Salón en una variedad de trajes, pero la mayoría en algo que podría llamarse Pantalón Mañanero; a pesar de la opinión de Rincewind sobre la desnudez, una camisa y un pantalón sucios pasarían sin comentarios en muchas eras y países, y conducirían a menos arrestos.
—Correcto, entonces —dijo Ridcully, pasando a grandes zancadas a lo largo de las filas—. ¡Hemos mantenido todo esto muy simple de modo que hasta los profesores puedan comprender! ¡Ponder Stibbons les ha dado sus tareas a todos ustedes! —Se detuvo enfrente de un mago de edad madura—. Tú, señor, ¿quién eres?
—¿No lo sabes, señor? —dijo el mago, asombrado.
—¡Se me ha ido de la mente, hombre! —dijo Ridcully—. ¡Gran universidad, nadie puede esperar que reconozca a todos!
—Soy Buenpenique, señor. Profesor de Horticultura Extrema.
—¿Eres bueno en eso?
—¡Sí, señor!
—¿Algún estudiante?
—¡No, señor! —dijo Buenpenique, con aspecto ofendido.
—¡Eso es lo que me gusta escuchar! ¿Y qué estarás haciendo hoy?
—Primero, parece que seré dejado caer hasta la cintura en una laguna en las, las... —se detuvo, y rebuscó un trozo de papel en su bolsillo—... Islas Keeling, donde atacaré la parte baja de la arena a mi alrededor con este rastrillo —levantó el utensilio—, y luego volveré aquí tan pronto como vea algún humano.
—¿Y cómo harás eso?
—Diré en voz alta, "Regrésame, Hex" —dijo Buenpenique, con agudeza.
—Bien hecho, buen hombre —dijo el Archicanciller. Alzó su voz—. ¡Recuerden eso, todos! ¡Exactamente esas palabras! Escríbanlas si no pueden recordarlas. Hex los traerá de regreso sobre el césped afuera, junto a la construcción. ¡Habrá centenares de ustedes y muchos tienen varias tareas, de modo que no queremos ninguna colisión! Ahora, si...
—Discúlpeme —dijo Buenpenique, levantando una mano.
—¿Sí?
—¿Por qué estaré parado en una laguna por allí con un rastrillo, por favor?
—Porque si no lo hace, Darwin pisará la espina dorsal de un pez sumamente venenoso —dijo Ponder Stibbons—. Ahora...
—Discúlpeme otra vez, por favor —dijo Buenpenique.
—¿Sí?
—¿Por qué no pisaré yo este pez?
—Porque estarás mirando dónde pisas, Sr. Buenpenique —bramó Ridcully.
Pero se había levantado un bosque de otras manos. El único mago que no había alzado una mano era Rincewind, que miraba sus pies tristemente.
—¿De qué se trata todo esto? —dijo el Archicanciller, con irritación.
—¿Por qué tengo que mover una silla seis pulgadas?
—¿Por qué tengo que rellenar un agujero en medio de una pradera?
—¿Por qué tengo que ponerme unos pantalones?
—¿Por qué tengo que llenar un buzón con caracoles hambrientos?
Ponder agitó su tablilla frenéticamente para acallar el clamor.
—Porque de otra manera Darwin se habría caído de una silla, o habría sido lanzado de un caballo, o habría sido golpeado por una piedra lanzada por un alborotador, o una carta poco sabia habría llegado a su destino —dijo—. Pero hay más de dos mil tareas, de modo que no puedo explicar cada una. Algunas de ellas son el principio de una cadena causal muy asombrosa.
—Se supone que desarrollemos mentes inquisitivas, lo sabes —farfulló alguno.
—¡Sí, pero sin considerar la política de la universidad! —dijo Ridcully—. ¡Todos ustedes tienen trabajos muy simples que hacer! ¡Caballeros, el Sr. Stibbons gritará sus nombres, y rápidamente entrarán en el círculo! ¡Todo tuyo, Sr. Stibbons!
Ponder Stibbons recogió una tablilla diferente. Estaba empezando a coleccionar tablillas. Proclamaban orden en un mundo cada vez más difícil de comprender. Es todo lo que alguna vez realmente he querido, pensó. Sólo quiero sentir que las cosas están marcadas apropiadamente.
—Ahora, muchachos —dijo—. Esto no debería ser difícil, como ha dicho el Archicanciller. Si fuera en absoluto posible no hablen con nadie y no toquen nada. Adentro y afuera, ésa es la consigna. Quiero que se haga rápido. Tengo una... teoría sobre eso. De modo que no pierdan tiempo, donde sea que vayan. ¿Estamos todos listos? Muy bien... Aardvarker, Profesor A...
Uno por uno, con confianza o con inquietud o con una mezcla de ambas, los magos entraron en el círculo de luz de Hex y desaparecieron. A medida que lo hacían, pequeños símbolos de magos con sombreros puntiagudos aparecían en varios puntos en la madeja de luces arriba.
Rincewind observaba, lúgubre, y no se unió a la disonante aclamación cuando, uno por uno, círculos rojos empezaron a apagarse.
Antes, Ponder lo había llevado a un costado y le había explicado que, debido a que Rincewind era tan experimentado en este tipo de cosas, le iba a dar cuatro de las más, er, interesantes tareas. Así fue cómo lo dijo: Er, interesante. Rincewind conocía todo sobre "er, interesante". Había un calamar gigante ahí afuera con su nombre escrito, eso significaba.
Un movimiento al final del salón le hizo volver la mirada. Eran un baúl, una caja forrada con metal de la clase preferida por las personas que entierran tesoros, y caminaba sobre cientos de pequeñas piernas rosadas. Gimió. Lo había dejado dormido sobre el ropero en su dormitorio, con los pies en el aire.
—¿Hmm? —dijo.
—¡Rincewind! ¡Ya te vas, la mejor de las suertes! —repetía Ponder—. ¡Apresúrate! —No había nada que hacer. Rincewind entró en el círculo, y cayó mientras la embarcación se movía suavemente debajo de él.

Era el amanecer, y una húmeda neblina de mar cruzaba la cubierta. Los aparejos crujían, el agua lamía lejos, abajo. No había ningún otro sonido. El aire olía caliente y exótico.
Había un pequeño cañón a sólo unos pies de distancia. Rincewind los conocía. Era el único mago que había visto uno, en el Imperio Agatano, donde eran conocidos como "Perros Ladradores". Estaba seguro de que una de las reglas relacionadas con ellos era "no pararse enfrente".
Despacio, metió la mano bajo su camisa y sacó su sombrero puntiagudo. Era rojo, o más bien, era del color en que el rojo se convierte después de ser lavado, comido, recuperado, quemado, enterrado, aplastado, envuelto, lavado otra vez y muy retorcido, demasiado a menudo.
¿Nada de usar sombreros puntiagudos? ¿Estaban locos? Lo estiró un poco para devolverlo a su cómoda forma deforme, y se lo puso. Eso se sentía mucho mejor. Un sombrero puntiagudo significaba que uno no era apenas nadie.
Desenrolló sus instrucciones.

1. Retirar la bola del "cañón'
No veía a nadie por allí. Había una pila de bolas de metal junto al cañón. Rincewind dio vuelta el cañón con algún esfuerzo, palpó adentro del hoyo, y lanzó un gruñido cuando sus dedos tocaron la forma de una bola en el otro extremo.
¿Cómo podía sacarla? La manera de sacar una bola de un Perro Ladrador era ponerle un fósforo en la cola, pero Ponder había dicho que ésa no era una alternativa. Buscó a su alrededor, y vio un bulto de herramientas junto a la pila; una era una vara con un extremo como un súper- sacacorchos.
Con cuidado, lo metió en el cañón, haciendo una mueca ante cada tintineo. Dos veces sintió que las partes curvas y retorcidas enganchaban la bola, y dos veces se soltó y rodó hacia atrás con un ruido sordo.
En el tercer intento pudo sacar la bola casi afuera de la boca del cañón, y deslizó sus dedos por debajo.
Bien, no fue demasiado difícil, ¿verdad? La dejó caer sobre el costado, donde el mar se la comió con un ‘¡plomp!’
Esto no causó ninguna agitación en ningún lugar. ¡Trabajo terminado, y nada horrible había ocurrido en absoluto! Sacó un recorte de papel de su bolsillo. Era importante decir bien las palabras.
—Regrésa... —comenzó, y se detuvo. Con un pequeño y chirriante sonido metálico, otra bola rodó suavemente de la pila, a través de la cubierta, y saltó dentro de la boca del cañón.
—De acuerdo —dijo Rincewind lentamente. Por supuesto. Obviamente. ¿Por qué había pensado de otra manera durante incluso un segundo?
Suspirando, recogió el sujetador de bolas, lo metió por el cañón, pescó la bola, y tiró de ella tan fuerte que habría hecho un ruido delator al golpear la cubierta. Afortunadamente, aterrizó sobre el pie de Rincewind.
Un pequeño sonido metálico lo perturbó mientras yacía sobre el cañón haciendo el tradicional ruido ‘giiiiiii’ de los que gritan a través de los dientes apretados.
Era el ruido de otra bala de cañón que rodaba a través de la cubierta. Saltó sobre ella, la recogió, y sintió una leve resistencia que trataba de sacarla de sus manos. Forcejeó contra la fuerza invisible, dio media vuelta y la bola voló fuera de sus manos y sobre el pasamanos.
Esta vez el ‘¡plomp!’ causó un refunfuño interrogativo desde debajo de las cubiertas.
La última bola que quedaba empezó a rodar hacia el cañón.
—¡Oh, no, tú no! —gruñó Rincewind, y la agarró. Otra vez la fuerza trató de sacarle la bola, pero la sujetó más fuerte.
Escuchó el sonido de pisadas trepando la escalera. En algún lugar cercano, en la niebla, alguien sonaba enfadado.
Entonces, en las nubes enfrente de Rincewind había... algo. No podía distinguir la forma, pero agitaba la niebla, haciendo una especie de boceto. Parecía...
La soltó cuando alguien se acercó corriendo. Rincewind gruñó triunfante, se tambaleó hacia atrás, cayó sobre el pasamanos y, todavía agarrado a la bala de cañón, hizo ‘¡plomp!’.

—¡Mire los círculos rojos, señor! —gritó Ponder.
Erráticamente, en la movediza madeja de luces, los círculos rojos se estaban apagando. La línea amarilla se estaba extendiendo.
—¡Eso es grandioso, Sr. Stibbons! —rugió el Archicanciller—. ¡Sigue machacando!
Los magos iban y venían a través del salón, recibiendo instrucciones frescas, reteniendo la respiración y desapareciendo en el círculo otra vez.
Ridcully cabeceó hacia la camilla que contenía al aullante Buenpenique, mientras era llevado a toda prisa a la enfermería.
—Nunca vi ese matiz de púrpura en una pierna —dijo—. Le dije que mirara dónde pisaba. Me escuchaste, ¿verdad?
—Dice que fue dejado caer justo encima del pez —dijo Ponder—. Me temo que Hex esté funcionando al mismo límite de su potencia, señor. Estamos forzando toda una línea temporal. Uno tiene que esperar algunos accidentes. Algunos de los magos de regreso están apareciendo en la fuente. Tenemos que aceptar que es mejor que si aparecieran dentro de las paredes.
Ridcully inspeccionó la multitud, y dijo:
—Aquí viene uno de la fuente, por el aspecto...
Rincewind entró cojeando, la cara como un trueno, todavía chorreando agua por todos lados, con algo sujeto entre sus manos. A mitad camino del salón un pez saltó de su túnica, en obediencia a las inquebrantables leyes del humor.
Llegó hasta Ponder, y dejó caer la bala de cañón sobre el piso.
—¿Sabes qué difícil es gritar debajo del agua? —demandó.
—Pero veo que has tenido éxito, Rincewind —dijo Ridcully.
Rincewind levantó la mirada. A través de todas las corrientes de agua, los pequeños símbolos puntiagudos de mago aparecían y desaparecían.
—¡Nadie me dijo que se defendería! ¡Se defendió! El cañón trató de cargarse a sí mismo.
—¡Ajá! —dijo Ridcully—. ¡El enemigo se ha descubierto! ¡Estamos casi ahí! Si se están quebran...
—Era un Auditor —dijo Rincewind, con voz plana—. Estaba tratando de permanecer invisible pero vi su contorno en la niebla.
Ridcully se abatió un poco. Algo de euforia se desvaneció de su cara.
—Oh, maldición —dijo, porque un divertido malentendido en su juventud le había llevado a creer que era la peor palabra posible que podía decir.
—No hemos encontrado ninguna evidencia de ellos —dijo Ponder Stibbons.
—¿Aquí? ¿Acaso miramos? No encontraríamos ninguno de todos modos, ¿verdad? —dijo Ridcully—. Aparecerían como una fuerza natural.
—¿Pero cómo podrían existir aquí? ¡Aquí todas esas cosas trabajan por sí solas!
—¿Lo mismo que nosotros? —dijo Rincewind—. E interferirán con cualquier cosa. Ustedes los conocen. Y ellos realmente, pero realmente odian a las personas...

Auditores: personificaciones de cosas que tienen una personalidad que no puede ser imaginada. El viento y la lluvia son animados, y por lo tanto tienen dioses. Pero la personificación de la gravedad, por ejemplo, es un Auditor o, más o menos Auditores. En los universos que funcionan sobre narrativium más o menos automáticamente, son los medios por los cuales las cosas más básicas ocurren.
Los Auditores no son sólo poco imaginativos, encuentran imposible imaginar qué es la imaginación.
Nunca se encuentran en grupos menores de tres, por lo menos durante mucho tiempo. De a uno y de a dos rápidamente desarrollan rasgos de personalidad que los hacen diferentes, que les es fatal. Para un Auditor, tener una opinión diferente de la de sus colegas es segura... cesación. Pero mientras los Auditores individuales no pueden sostener una opinión (porque eso los haría individuales), el conjunto de Auditores ciertamente pueden, y con horrorosa seguridad sostienen que el multiverso sería mucho mejor sin la vida en él. La vida se cruza en el camino, tiende a ser sucia, actúa de manera impredecible e invierte la entropía.

Creen que la vida es un subproducto no deseado. El multiverso sería más confiable si no hubiera ninguna. Por desgracia, hay reglas. No se permite incrementar la gravedad por un millón y aplastar todas las formas de vida al fondo de piedra, aunque parecería ser muy deseable. El solo acto de asaltar formas de vida que simplemente caminan, vuelan, nadan o zumban atraería la atención de la más alta autoridad, a la que los auditores temen.
Son débiles, no muy inteligentes y siempre temerosos. Pero pueden ser sutiles. Y han descubierto que lo maravilloso de la vida inteligente es que con un poco de cuidado puede ser convencida de que se autodestruya.



CAPÍTULO 16
Destino manifiesto
Los magos están descubriendo que cambiar la historia no es tan fácil, incluso cuando tienen una máquina del tiempo. Los Auditores no están ayudando, pero la historia tiene su propio Auditor metafórico, a menudo llamado ‘inercia histórica’.
Inercia es la tendencia innata de los objetos en movimiento a continuar moviéndose a lo largo de la misma trayectoria, incluso si uno trata de desviarlos; es una consecuencia de las leyes del movimiento de Newton. La inercia histórica tiene un efecto similar pero una causa diferente: el cambio de un único evento histórico, sin importar qué tan importante puede parecer, podría no tener ningún efecto importante sobre el contexto social que dirige la trayectoria de la historia.
Imagine que tenemos una máquina del tiempo, y que nos vamos al pasado. No demasiado lejos, sólo hasta el asesinato de Abraham Lincoln. En nuestra historia, el presidente vivió hasta la siguiente mañana, de modo que una diminuta desviación de la bala del asesino podría hacer toda la diferencia. De modo que organizamos una pequeña desviación, y es baleado pero se recupera, sin lesión cerebral perceptible. Cancela un par de citas mientras se recupera, y luego pasa a hacer... ¿qué?
No sabemos nada sobre esa nueva versión de la historia.
¿O lo sabemos? Por supuesto que lo sabemos. No se convierte en un hipopótamo, para empezar, ni en un Modelo T de Ford, ni desaparece. Continúa siendo el presidente Abraham Lincoln, cercado por todas las conveniencias e imposibilidades políticas que existen en nuestra versión de la historia y que todavía existen en la suya.
El escenario contrafactual de un Lincoln vivo plantea muchas preguntas. ¿Piensa usted que ser el presidente estadounidense es como conducir un automóvil, que puede ir a donde quiera? ¿O es sentarse en un tren, observando el terreno por el que otros lo conducen?
En algún lugar entre ambos, sin duda.
Por lo general, no tenemos que pensar mucho en contrafactuales, precisamente porque son contrarios a los hechos. Pero los matemáticos piensan en ellos todo el tiempo —si lo que pienso ocurre que está equivocado, ¿qué puedo deducir que demuestre que está equivocado? Cualquier consideración de espacios fase automáticamente se enreda en los mundos de si. Uno no comprende realmente la historia a menos que intente imaginar lo que podría haber ocurrido si algún evento histórico muy importante no hubiera ocurrido. Ésa es una buena manera de apreciar la trascendencia de ese evento, para empezar.
En ese espíritu, pensemos en ese ‘ahora’ alterado: el comienzo del tercer milenio de la historia de Occidente, pero sin Lincoln asesinado en su pasado. ¿Cómo se llamaría su periódico matutino? ¿Sería diferente? ¿Estaría usted todavía tomando el mismo desayuno ritual, tocino, huevos y una salchicha tal vez? ¿Qué me dice de las Guerras Mundiales? ¿De Hiroshima?
Se ha escrito una cantidad muy grande de historias con este tipo de temática: Los Cazadores de Lincoln, de Wilson Tucker, se instala en un ‘universo alternativo’ como ése y aborda la cuestión de Lincoln.
Cosas curiosas ocurren en nuestra mente cuando le presentan algún mundo ficticio. Considere por un momento el Londres de fines del siglo XIX. Tenía un Jack el Destripador, y podemos preguntarnos quién era ese enigma del mundo real. Tenía un Darwin, un Huxley y un Wallace también. Pero no tenía un Sherlock Holmes, ni un Drácula, ni Nicholas Nickleby, ni un Sr. Polly.[5] Sin embargo, algunas de las mejores descripciones del mundo victoriano están centradas en esos personajes. A veces, las descripciones ficticias intentan poner un brillo humorístico sobre la sociedad del período. Los Picapiedras pusieron un brillo similar sobre la prehistoria humana, tanto que para pensar racionalmente en nuestra evolución debemos extirpar todas esas ideas, que es probablemente una tarea imposible.
Sherlock Holmes y el Sr. Polly eran victorianos exactamente en el mismo sentido en que el tyranosauro y el triceratops de Jurassic Park eran dinosaurios. Cuando imaginamos un triceratops, no podemos evitar el recuerdo de esa verrugosa piel con motas púrpura de Jurassic Park, mientras la bestia yace de costado, respirando en estertor. Y un tyranosauro, en nuestro recuerdo, está corriendo detrás del jeep, balanceando la cabeza como un ave. Cuando imaginamos la Baker Street de fines del siglo XIX es muy difícil no ver a Holmes y a Watson (probablemente en una de sus versiones fílmicas) tomando un cuatro ruedas, de salida a resolver otro crimen. Nuestras imágenes del pasado son una mezcla de figuras históricas legítimas y escenarios poblados por entidades ficticias, y es difícil mantenerlos separados, especialmente cuando las películas y las series de la TV adquieren una mejor tecnología para pegar esas imágenes falsas en nuestra cabeza.
El filósofo George Herbert Mead, en los 30, expresó gran parte de la obvia opinión de que el presente, en un mundo causal, no sólo determina (‘restringe’ si lo prefiere) el futuro, sino que también afecta el pasado, en sólo este sentido: si descubro un nuevo hecho en el presente, entonces el pasado (conceptual) que condujo al nuevo presente también debe haber sido diferente. Mead permitió una interesante manera de ver qué tan buenas son las descripciones de Sherlock Holmes, o del tyranosauro de Jurassic Park. Si mi imagen del presente no es modificada en absoluto por la presencia o la ausencia de un Sherlock Holmes en los 80, o si mi construcción del presente por un proceso evolutivo no es modificada en absoluto al ver Jurassic Park, entonces éstas son invenciones congruentes.
Drácula y los Picapiedras son invenciones incongruentes: si realmente existieron en nuestro pasado, entonces el presente no es lo que pensamos que es. Gran parte de la gracia de las historias de los ‘mundos de si’, y muchas de las ficciones como Los Tres Mosqueteros, está en que muestran causalidades cerradas en nuestro pasado aparente. Si D'Artagnan se hubiera agregado o no a los Mosqueteros y por ello introducido gran parte de la historia causal de Francia del siglo XVII, los niños de los siglos posteriores aprenderían la misma historia en los libros de texto. En última instancia, las ficciones históricas congruentes no tienen ninguna diferencia.
En La Ciencia de Mundodisco II jugamos con esta idea en muchos sentidos: la presencia de los elfos era, para nuestro asombro, compatible con nuestra historia; el anularlos condujo al estancamiento de los humanos y tuvo que ser revertido. En este libro, la interferencia de los magos de la Universidad Invisible en la historia victoriana es tratar de crear una historia, al parecer causada interiormente, donde Darwin escribió El Origen de las Especies y no La Teología de las Especies. Vamos a usar este truco para esclarecer las causalidades de la historia humana.

Para hacerlo de manera convincente, debemos hacer congruentes las intrusiones de Mundodisco, pero incluso entonces debemos abordar el problema de convergencia / divergencia, que es éste. ¿Acaso ese mundo interferido convergería hacia el nuestro, demostrando que la historia es estable; o cualquier diminuta diferencia iniciaría una divergencia que se volvería más y más ancha, demostrando que la historia es inestable?
La mayoría de las personas piensan esto último. Efectivamente, ni siquiera los físicos locamente imaginativos que creen que todas y cada una de las decisiones en este universo crean una nueva historia del mundo, generando nuevos universos en los cuales son implementadas las otras elecciones, imaginan que las historias convergen. No, cada universo sigue su propio camino, salpicando nuevos universos divergentes a medida que avanza. El Pantalón del Tiempo es un árbol: sus perneras pueden bifurcarse pero nunca fusionarse.
Las historias de Los Mundos de Si estaban divididas con respecto a este tema. Algunas hacían un diminuto cambio en el pasado que se amplificaba, resultando en inmensos cambios ahora: hemos mencionado la historia de Bradbury donde alguien pisotea una mariposa en el pasado lejano, en una cacería de dinosaurio, y vuelve para encontrar un régimen fascista. O los cambios que se hicieron fueron todos borrados, porque había un Destino, una gigantesca y todopoderosa inercia de eventos, que no podía cambiar. De cualquier modo que trate de evitar el destino, sólo lo hace más seguro de que ocurra. Y algunas historias tomaron un camino intermedio; algunas cosas convergen y otras no.
Pensamos que ésta es la manera racional de pensar en los viajes en el tiempo y en alterar el pasado.
Después de todo, no cambiamos las reglas sobre las que funciona el pasado. La gravedad todavía opera, los cristales del cloruro de sodio todavía son cúbicos, las personas se enamoran y se separan, los avaros atesoran y los manirrotos despilfarran. Lo que cambiamos es lo que los físicos llaman ‘condiciones iniciales’. Cambiamos las posiciones de algunas de las piezas del Gran Tablero de Ajedrez de la Vida, el Universo y Todo, pero todavía nos atenemos a las reglas del ajedrez. Así es cómo operaron los magos en La Ciencia de Mundodisco II. Volvieron en el tiempo para quitar a los elfos del tablero del juego; entonces volvieron otra vez para evitar que ellos mismos cometieran ese error.
Ahora estamos listos para pensar en nuestra pregunta anterior: ¿Acaso los nombres de los periódicos habrían cambiado si Abraham Lincoln hubiera vivido hasta una avanzada vejez?
Quizás algunos de ellos sí, porque algunas culturas se habrían vuelto algo diferentes. Quizás Québec no sería francesa; quizás Nueva York sería holandesa. Pero los nombres como Daily Mail, Daily News y New York Times son tan obvios, tan apropiados, que incluso si el Imperio Romano estuviera todavía administrando las cosas, los equivalentes en latín parecerían apropiados. Alguien habría inventado los inodoros, y habría habido un tiempo de la máquina a vapor, cuando varias personas inventaron el poder de vapor. Algunas cosas en la cultura occidental parecen muy probables, desde el papel higiénico hasta los periódicos (tan pronto como es inventado el papel), hasta los plásticos, hasta la madera artificial... La tecnología parece tener un conjunto de reglas para su progreso, de modo que parece racional esperar fonógrafos de alguna clase si las personas hacen música con instrumentos musicales, luego casetes cuando las personas se acostumbran a la electricidad y a sus posibilidades de amplificación. Luego desde analógico a digital, a las computadoras... algunas cosas parecen inevitables.
Quizás esta sensación sea engañosa, pero es absurdo insistir en que todo en absoluto en un futuro apenas divergente tiene que resultar diferente.

La evolución orgánica nos ofrece algunas lecciones aquí, y estas lecciones pueden enseñarnos qué tan diversos eran los avances probables en la organización animal. Unas innovaciones como las alas de los insectos, las mandíbulas de los vertebrados, la fotosíntesis, la vida que sale de los mares a la tierra... si corremos la evolución sobre la Tierra otra vez, ¿ocurrirían las mismas cosas? Si volviéramos al origen de la vida en este planeta, y lo matáramos, ¿se desarrollaría otro sistema y nos daría una gama completamente diferente de criaturas, o la Tierra se quedaría sin vida? ¿O seríamos incapaces de determinar si hemos hecho algo, porque todo sería igual la segunda vez?
Si la historia ‘cicatrizara’, no podríamos decir si fue la segunda, o la centésima, o la millonésima vez —cada vez, tarde o temprano, produce una versión de nosotros, cuya máquina del tiempo vuelve al origen. Habría un bucle de tiempo congruente, como ocurrió con los elfos en La Ciencia de Mundodisco II. Si la vida es ‘fácil’ de crear (y las evidencias se ven así) entonces no es un ejercicio de volver y matar a su abuelo, o si lo es, su abuelo es un vampiro y no puede permanecer muerto. Si la vida es fácil de inventar, entonces evitar que ocurra, una o un millón de veces, no hace a la larga ninguna diferencia. El mismo proceso que la generó ocurrirá otra vez.
Mirando el panorama de la vida en este planeta, tanto en tiempo como en espacio, podemos ver que hay dos clases de innovación evolutiva. La fotosíntesis, el vuelo, la piel, el sexo, y los miembros articulados han surgido todos por separado en varios linajes diferentes. Seguramente, como el papel higiénico, esperaríamos verlos de nuevo cada vez que corramos la vida sobre la Tierra.
Y, presumiblemente, los veremos en otros planetas acuosos cuando exploremos nuestra región local de la galaxia. Tales atractores evolutivos son llamados ‘universales’, en contraste con los ‘parroquiales’ o locales: improbables innovaciones que han ocurrido sólo una vez en la historia de la Tierra.
El clásico parroquial es el curioso conjunto de calidades que poseen los vertebrados de tierra, porque una particular especie de peces del Devoniano tuvo éxito al invadir la tierra en nuestra real historia. Los descendientes de esos peces fueron anfibios, reptiles, aves, y mamíferos —incluyéndonos. Los miembros articulados son una innovación universal. Los miembros de las arañas, operados hidráulicamente, difieren en el detalle de los miembros de los mamíferos, y presumiblemente fueron adquiridos vía un antepasado diferente, quizás una proto-araña artrópodo anterior. El esqueleto interno de los mamíferos, con un hueso al final del cuerpo, luego dos, luego una muñeca o tobillo, luego cinco líneas de huesos para dedos, fueron una evolución independiente del mismo truco universal.
Esta altamente improbable combinación ocurre ahora en todos los vertebrados de tierra (excepto la mayoría de los sin patas), porque todos son todos descendientes de esos peces que salieron del agua para colonizar la tierra. Otros parroquiales son las plumas y los dientes (de la clase que evolucionaron a partir de escamas, que es lo que tenemos). Y, en particular, cada uno de los especiales planos de cuerpos que caracterizan a los animales y a las plantas de la Tierra: mamífero, insecto, paramecio, trilobites, calamar, conífera, orquídea... Ninguno de éstos aparecería de nuevo después de una repetición de la historia evolutiva de la Tierra, ni encontraríamos réplicas exactas en otros planetas acuosos.
Esperaríamos que ocurran los mismos procesos, sin embargo, en una corrida repetida de la Tierra o sobre otro mundo similar: una atmósfera lejos del equilibrio químico mientras las formas de vida bombean su química usando la luz; capas de plankton de los mares colonizados por larvas de animales sedimentarios; criaturas voladoras de varios tipos. Tales ecosistemas probablemente también tendrían ‘capas’, una estructura jerárquica, básicamente similar a los ecosistemas que han aparecido en tantas circunstancias diferentes sobre la Tierra. De modo que habría criaturas "parecidas a plantas’, una productiva mayoría de bio-masa (como hierba o alga marina terrestre). Serían recorridas por diminutos animales (ácaros, saltamontes) y por animales más grandes (conejos, antílopes), con unas pocas criaturas muy grandes (elefantes, ballenas). Historias evolutivas comparables resultarían en los mismos dramáticos escenarios, pero representados por actores diferentes.
La lección principal es que, aunque la selección natural tiene una base muy variada con que trabajar (recombinaciones de antiguas mutaciones, surtido de manera diferente en todas esas progenies ‘desperdiciadas’), emergen claros temas a gran escala. Los predadores marinos, como tiburones, delfines, e ictiosauros, todos tienen casi la misma forma de la barracuda, porque la eficiencia hidrodinámica determina que la esbeltez le conseguirá más presas, más baratas. Los linajes muy diferentes de larvas del plankton todos tienen espinas largas u otras extensiones del cuerpo para restringir la tendencia de hundirse o flotar porque su densidad es diferente de la del agua de mar, y la mayoría de ellos también bombean iones adentro y afuera para ajustar su densidad. Tan pronto como las criaturas adquieren sistemas sanguíneos, otras criaturas —sanguijuelas, pulgas, mosquitos— desarrollan herramientas punzantes para aprovecharlo, y diminutos parásitos aprovechan tanto la sangre como comida y a los chupadores de sangre como sistemas postales. Los ejemplos son la malaria, la encefalitis letárgica, y leishmaniasis[6] en seres humanos, y muchas otras enfermedades parasitarias en reptiles, peces, y pulpos.
Los temas a gran escala podrían ser la lección obvia, pero los últimos ejemplos revelan una más importante: los organismos forman mayormente sus propios ambientes, y para un organismo casi todo el contexto importante son otros organismos.

La historia social humana es como la historia evolutiva. Nos gusta organizarla en cuentos, pero no es así como funciona en realidad. La historia, también, puede ser convergente o divergente. Parece muy sensato creer que los pequeños cambios en general se difuminan, o se pierden en el ruido, de modo que se necesitan grandes cambios para desviar el curso de la historia. Pero cualquiera familiarizado con la teoría del caos también esperará que algunas diminutas diferencias produzcan historias divergentes, derivando progresivamente más lejos de lo que podría haber ocurrido de otra manera.
Cambiar la historia es una temática de las historias de viajes en el tiempo, y los dos asuntos se juntan en esas historias llamadas ‘mundos de si’.
Tenemos la muy fuerte sensación de que lo que hacemos, incluso lo que decidimos, cambia la historia. Si decido, ahora, no ir y encontrarme con la Tía Janie en la estación del tren aunque me está esperando porque le dije que lo haría... el universo tomará una ruta diferente de la que habría tomado si hubiera hecho lo esperado. Pero acabamos de ver que incluso salvar a Abraham Lincoln del asesino tendría el más diminuto, el más local, de los efectos. Unos vecinos tales como los alienígenas bolsas-de-gas de Júpiter no notarían en absoluto que Lincoln sobrevivió, o por lo menos no durante un tiempo muy largo. Después de todo, todavía no los hemos notado.
De hecho, ¿cómo lo notarían ellos, o nosotros? ¿Cómo podríamos decir, ‘Espera un minuto, este periódico no debería llamarse Daily Echo... Debe haber habido un viajero del tiempo interfiriendo, de modo que ahora estamos en la pernera equivocada del Pantalón del Tiempo’?
Tía Janie al regresar de la estación no derribará imperios... a menos que usted crea, con The Mistress of Vision, de Francis Thompson, que...
Todas las cosas por inmortal poder
Cerca o lejos...
Ocultamente...
Entre sí conectadas están...
Que tú no puedes sacudir una flor
Sin molestar a una estrella.
Es decir, todas las mariposas contingentes del caos son responsables en cierto sentido de todos los eventos importantes como huracanes y tifones —y los títulos del periódico. Cuando un tifón, o un magnate del periódico, derriba un imperio, ese evento es causado por todo, todas esas mariposas, que le precedieron. Porque el cambio en cualquiera —o quizás sólo en uno de una cantidad muy grande— puede desencadenar el evento importante.
De modo que todo debe ser causado por todo antes de él, no sólo por un delgado cordel de causalidad.
Pensamos en la causalidad como un delgado cordel, una cadena lineal de eventos, conectado al siguiente conectado al siguiente... probablemente porque es la única manera que podemos entender cualquier clase de secuencia causal en nuestra mente. Como veremos, así es como abordamos nuestros propios recuerdos e intenciones, pero nada de esto significa que el universo puede aislar tal cordel causal antecedente de cualquier evento en absoluto, importante o no. Y con seguridad, ‘importante’ o ‘trivial’ son criterios humanos, a menos que el universo realmente ‘difumine’ los cambios más pequeños (sea lo que sea que signifique), y los eventos muy importantes son ésos cuya singular influencia puede ser distinguida en tiempos posteriores.
Porque son historias, comprometidas con la manera en que nuestra mente funciona y no con la manera en que el universo hace su propia causalidad, la mayoría de las historias de viajes en el tiempo suponen que se necesita un gran cambio (localizado) para tener un gran efecto —matar a Napoleón, invadir China... o salvar a Lincoln. Y las historias de viajes en el tiempo tienen otra convención, otra ‘presunción’, porque son historias, más cerca de fi-fi-fo-fum que de la física. Es la línea temporal recordada del viajero. Generalmente la trama depende de que él sea el único en ella. Cuando regresa a su presente recuerda haber pisado la mariposa, o haber matado a su abuelo, o haberle contado a Leonardo sobre los submarinos... pero nadie más es consciente de nada más que de su presente ‘alterado’.

Vayamos de los grandes eventos, causas grandes o pequeñas, a cómo influimos la aparente causalidad en nuestras propias vidas. Hemos inventado un oxímoron muy extraño para describirlo: ‘libre voluntad’. Estas palabras aparecen prominentemente sobre la etiqueta de la lata de lombrices llamada ‘determinismo’. En Inventos de Realidad titulamos el capítulo de la libre voluntad: "Queríamos tener un capítulo sobre la libre voluntad, pero decidimos no hacerlo, de modo que aquí está" para exponer la naturaleza paradójica de toda la idea. El reciente libro de Dennett, La Libertad Evoluciona es un muy poderoso tratamiento del mismo tema. Muestra que con respecto a la ‘libre voluntad’ no importa si el universo, incluyendo los humanos, es determinista. Incluso si podemos hacer sólo lo que debemos, hay maneras de hacer evitable lo inevitable. Incluso si son todas mariposas, si diminutas diferencias determinan caóticamente grandes tendencias históricas, sin embargo las criaturas tan evolucionadas como nosotros podemos tener ‘la única libre voluntad digna de tenerse’, de acuerdo con Dennett. Escribe sobre el acto de esquivar una pelota de béisbol que viene a su cara, y que quizás sea la culminación de una cadena causal que va directo hasta el Big Bang... aún si ayudara a su equipo, podría permitir que golpee su cara.
Pero entonces, lo que decide es: ¿ayudará a su equipo? Ésa no es una elección libre.
Inevitable, evitable.
El mejor ejemplo de Dennett es más antiguo: la nave de Odiseo se acerca a las Sirenas y su canción. De manera inevitable, si sus hombres la escuchan, conducirán la embarcación hacia las rocas. Pero el timonel necesita oír las olas, de modo que parece que no hay ninguna manera de evitar su seducción. Odiseo se hace atar al mástil, mientras todos sus marineros se tapan las orejas con cera de modo que no puedan escuchar a las Sirenas. El asunto esencial para Dennett es que los humanos, y en este planeta probablemente sólo los humanos, han desarrollado algunos estados más allá del observar-y-reaccionar que incluso los animales muy avanzados tienen. Nos observamos a nosotros mismos y a otros observando, por eso obtenemos más contexto donde arraigar nuestro comportamiento incluyendo nuestro comportamiento futuro. Entonces desarrollamos una táctica para etiquetar los resultados imaginarios buenos y malos, exactamente como etiquetamos nuestros recuerdos con etiquetas emocionales. Nosotros, y algunos otros simios —quizás también delfines, quizás incluso algunos loros— desarrollamos una ‘teoría de la mente’, una manera de imaginarnos a nosotros mismos o a otros en escenarios inventados, para anticipar los sentimientos y las respuestas asociados. Entonces aprendimos a usar más de un escenario: ‘Pero por otro lado, si hiciéramos tal o cual cosa, el león no podría atraparnos de todos modos...’, y ese truco pronto se volvió una parte muy importante de nuestra estrategia de supervivencia. También con Odiseo... y la ficción... y particularmente ese minucioso análisis de alternativas hipotéticas que llamamos historia de viajes en el tiempo.
En nuestra mente, podemos sostener muchas historias posibles, como Mead mostró que cada descubrimiento de hoy implica un pasado diferente que conduce a él. Pero si hay alguna manera en que el universo tenga varios pasados (o futuros) posibles es una cuestión mucho más difícil. Hemos argumentado que las vulgarizaciones de la indeterminación cuántica, particularmente el modelo de muchos mundos, se confunden sobre la cuestión. Nos dicen que el universo se ramifica en cada punto de decisión, mientras nosotros pensamos que las personas tienen que inventar una trayectoria causal mental diferente, una historia explicativa diferente, para cada presente o futuro posible.

Antonio Damasio ha escrito tres libros: Buscando a Spinoza, El Error de Descartes, y La Sensación de lo Que Ocurre. Son relatos populares de lo que conocemos sobre los importantes atributos de nuestra mente. Ha documentado nuestros descubrimientos, ahora que podemos usar varias técnicas experimentales para ‘mirar al cerebro mientras piensa’ y ver cómo se involucran sus diferentes partes en lo que sentimos sobre las cosas que pensamos. Tendemos a olvidar que nuestro cerebro está interactuando continuamente con nuestro cuerpo, que le proporciona hormonas de comportamiento a largo plazo, y de químicos de impacto emocional por la modificación del humor para cambiar a corto plazo nuestras intenciones y sentimientos, dirigiendo nuestros pensamientos.
De acuerdo con estos libros, el resultado de haber vivido con un cerebro que creemos que dirigimos usando algo como un timón, pero que en realidad está continuamente sometido a vientos cruzados, tormentas ocasionales, lluvia y sol caliente que nos inducen a días perezosos, es que hemos desarrollado una serie de recuerdos con diferentes sabores. O, el resultado de haber vivido con un cerebro que creemos que dirigimos usando algo como un volante de automóvil y pedales, pero cuya ruta está en realidad sometida continuamente a cambiantes objetivos a largo plazo (‘Vamos a un hotel, no con Tía Janie otra vez’), señales de tráfico a corto plazo y otros coches, es que hemos desarrollado una serie de recuerdos con diferentes sabores. O, cada uno de nosotros tiene una historia personal que explicamos internamente por las sensaciones agregadas a los recuerdos emocionales, de modo que hemos desarrollado una serie de recuerdos con diferentes sabores.
Damasio ha importado la predisposición emocional en lo que pensamos sobre nuestras propias intenciones, elecciones, otras personas, recuerdos, y planes futuros. Afirma que ‘para’ eso es la emoción, y ahora la mayoría de los psicólogos están de acuerdo en que los recuerdos etiquetados emocionalmente son el efecto de tener un cerebro cuya interacción con su cuerpo tiñe de emociones los recuerdos y las intenciones.
Habitualmente suponemos que la historia física real, y particularmente la historia social, funciona de la misma manera que nuestras propias historias personales, con eventos etiquetados ‘bueno’ o ‘malo’... pero no es así. Es engañoso pensar en el Big Bang, por ejemplo, como una explosión de una bomba o de fuegos artificiales, vista desde afuera. Toda la idea de la metáfora del Big Bang es que en el momento en que el universo hacía bum, no había ningún afuera. Más sutilmente, quizás, tendemos a pensar en el nacimiento del universo del mismo modo que pensamos en el nuestro propio, o incluso en nuestra concepción.
La historia real, después de lo que ‘realmente’ fue el Big Bang, depende de la acumulación de incontables secuencias diminutas de causa-efecto. Tan pronto empezamos a pensar cómo se ve cualquiera de esas secuencias, sacándola del contexto que la contiene, perdemos su causalidad. Este bullicioso mar de procesos, apariciones y desapariciones, donde ninguna causalidad puede estar aislada, es llamado a veces ‘País de Hormigas’. El nombre refleja tres características: la bullente y aparentemente sin sentido actividad de las hormigas, lo cual como agregado hace que las colonias de hormigas funcionen; la metafórica Tía Hillary en Godel, Escher, Bach, de Douglas Hofstadter,[7] que era un hormiguero sensible y reconocía el enfoque de su amigo el oso hormiguero porque algunas de sus hormigas habitantes se asustaban; y la Hormiga de Langton, un simple autómata celular, que muestra que incluso si conocemos todas las reglas que gobiernan un sistema, su comportamiento no puede ser pronosticado excepto corriendo las reglas y viendo qué ocurre. Lo cual en el libro de la mayoría de las personas no es ‘predicción’ en absoluto.
Por razones similares, es imposible pronosticar el clima con exactitud, ni siquiera con algunas semanas de adelanto. Sin embargo, a pesar de esta evidente ausencia de causalidad en los micro-niveles del clima, la imposibilidad de aislar la causalidad en las mariposas giratorias... a pesar de la naturaleza caótica de la meteorología tanto en lo grande como en lo pequeño, el clima tiene sentido. Como también una piedra que baja colina abajo. Como también mucho de la física, la ingeniería, y la aeronáutica: podemos construir un Boeing 747 que vuele confiablemente. Sin embargo, todos nuestros modelos físicos están arraigados en cerebros que tienen equivocada la mayoría de sus percepciones.
Gritar a los monos en el árbol cercano. Los cerebros evolucionaron para hacer eso. No para matemática ni física.

Mayormente entendemos la ecología y la evolución de manera correcta, pero a menudo equivocada, por las mismas razones. Las situaciones que desarrollamos no funcionan, son tan falsos a los hechos como el ‘clima’. Pero no podemos evitar desarrollarlos, y a menudo son bastante útiles para ser ‘buenos para el trabajo del gobierno’.
Para subrayar este punto, aquí hay un importante ejemplo evolutivo. Piense en el primer vertebrado terrestre, en ese pez que salió del agua. Tenemos la poderosa sensación de que si tomáramos una máquina del tiempo hasta el Devoniano, cuando ese importante primer pez estaba saliendo del mar, debería haber un momento que pudiéramos aislar: ‘Mira, meneándose afuera hacia el barro, ese pez hembra ha escapado de ese predador, de modo que ha vivido para poner sus huevos, y algunos de ellos serán nuestros antepasados... Si no hubiera tenido esas aletas patilargas, no lo habría logrado, y no estaríamos aquí’.
¿La paradoja del abuelo otra vez? No totalmente, pero podemos esclarecer la paradoja del abuelo con este ejemplo. Pregúntese a sí mismo qué hubiera ocurrido si mataba a ese pez. ¿Habría ocurrido alguna vez la humanidad? No completamente. Al aislar un único evento, hemos tratado mentalmente de hacer que la historia siga un delgado hilo de causalidad. Pero cometimos el error de Adán-y-Eva: los antepasados no disminuyen a medida que uno vuelve hacia atrás, se multiplican. Uno tiene dos padres, cuatro abuelos, tal vez sólo siete bisabuelos, porque los casamientos entre primos eran más comunes entonces. Cuando haya retrocedido un par de docenas de generaciones, una importante proporción de todos los reproductores de ese período fueron sus antepasados. Es por eso que todos encuentran algunos antepasados famosos cuando miran —y el hecho de que las personas famosas eran ricas, fuertes y sexualmente exitosas también ayuda, de modo que están mejor representadas reproductivamente en los descendientes de esa generación.
Note que dijimos ‘reproductores’ y ‘muchos’. Casi todas criaturas sexualmente producidas no se reproducen, incluyendo los humanos, de la mayor parte de las generaciones previas. No sólo que la mayor parte de las personas vivas en esa generación previa son niños pequeños que no sobrevivirán para reproducirse; muchos de los reproductores aparentemente exitosos contribuyen en linajes que mueren antes de llegar al día de hoy, porque son excluidos del limitado ecosistema por linajes más exitosos a medida que pasan las generaciones.
De modo que cuando miramos esos peces del Devoniano, no hay uno solo que fuera nuestro antepasado. Todos los reproductores, una pequeña proporción muy asistemática de la población de peces, contribuyeron en la recombinación y mezcla mutante de genes que se pasaron desde esos peces que dejaron el agua, a través de generaciones de anfibios y de reptiles parecidos a mamíferos, hacia los primeros mamíferos, y que fueron seleccionados para caracterizar a los primeros primates, y que eventualmente terminaron en nosotros. No hubo un único abuelo pez, ni un abuelo primate, no fue una delgada línea de ascendencia, exactamente como no hay una delgada línea de causalidad que vaya desde el batir de un ala de una mariposa hasta un huracán. Casi ningún pez que uno mate al volver haría prácticamente ninguna diferencia en la historia. Todavía estaríamos aquí, pero la historia habría tomado una ruta ligeramente diferente para llegar hasta nosotros.
Pero eso no significa que la historia no tenga ningún logro importante.
Especialmente algunos físicos han argumentado por esta falta de determinación y por las influencias caóticas en todos los micro-niveles que la historia no tiene patrones, que esa incertidumbre de Heisenberg gobierna. Equivocado. Sólo porque no podamos pronosticar el clima más allá de una semana, con las mejores y más grandes computadoras, no significa que no haya ninguna cosa tal como el clima. Nuestras situaciones evolutivas en esa delgada-línea-causal hacia la salida de esos peces hacia la tierra no funcionan, pero eso no significa que debemos desechar toda la idea de la causalidad en la evolución. Cualquier evento, cuando se mira en detalle, parece no tener una causa clara, pero eso sólo quiere decir que nuestras mentes-Damasio no son adecuadas a esa manera de analizar la historia.
Somos mucho mejores cuando ignoramos totalmente todas las cosas micro, y hacemos grandes conjeturas: Supongo que mañana estará soleado otra vez; o Supongo que entre todos esos peces que se comerán unos a otros en las marismas del Devoniano, algunos escaparán hacia la tierra. Confirmamos esas conjeturas al encontrar percas trepadoras, saltadores en el barro y un montón de otros linajes distintos haciendo exactamente eso sobre las marismas de hoy.
El grandioso biólogo evolutivo Stephen Jay Gould se equivocaba en este punto en Vida Maravillosa: «Si la evolución corriera otra vez no tendríamos personas, por todas las diminutas mariposas caóticas que condicionaron los resultados evolutivos, de modo que no habría ningún delgado hilo causal». No estamos de acuerdo: podríamos no tener, casi seguramente no, al mismo primate bajando de los árboles, pero unas importantes innovaciones equivalentes ocurrirían en los nuevos y diferentes linajes. Las personas son buenas para encontrar agrupaciones de alto nivel, para hacer analogías y metáforas, para discutir desde lo que Tía Janie hace hoy hasta lo que hará mañana, o hizo hace veinte años. Pero simplificamos demasiado cuando tratamos de desenredar el laberinto de diminutas causalidades que se esconde detrás de cualquier evento histórico, porque no podemos manejar esa clase de complejidad.
De modo que, aunque toda la causalidad ocurre en el micro-nivel y no podemos analizarla excepto en términos de decenas de partículas que interactúan cuando en realidad hay mil millones, y no se trata de eso. Es como cuando los físicos de principios del siglo XX nos decían que la mesa del comedor no estaba realmente ahí, que era casi todo espacio vacío, y que los conceptos como ‘dura’ y ‘marrón’ no tenían ningún lugar en la visión del mundo de los físicos. Tanto peor para los físicos. ¿No comían acaso su cena en una mesa dura y marrón? ¿Y acaso no estaba diseñado su cerebro para hacer cosas con abstracciones —como dura y marrón— de veras útiles en su vida cotidiana, y no los muy peculiarmente inútiles conceptos de átomos, núcleos, y todo eso?
Por lo contrario, nuestros cerebros son excelentes en los juicios de más alto nivel que son invitados a hacer, especialmente en un mundo que está lleno de mesas duras y marrones, puertas, casas, árboles con que hacerlas, y otras personas para ayudarnos o para competir con nosotros. Pero casi todos los cerebros humanos son malos cuando se trata de la física de los átomos y el micro-mundo.

Volvamos a la historia. Nosotros ‘encontramos el sentido’ de los grandes movimientos como la Ilustración, la democracia en la Atenas antigua, los Tudor; pero sabemos que si fuéramos a mirar todas las interacciones a pequeña escala, tendría poco sentido contra el fondo comprensible. Es precisamente por eso que las novelas históricas pueden ser tan fascinantes, y por qué los tres Mosqueteros no afectaron en realidad al Cardenal Richelieu ni a todas las personas importantes en la Francia del siglo XVII. Sin embargo, disfrutamos en grande la ficción que le pone sentido a los grandes movimientos al relacionarlos con los motivos y la nobleza de algunas personas como D'Artagnan, con quien nos podemos identificar. Las secuelas Diez Años Después y Veinte Años Después nos intrigaron a algunos de nosotros, mientras Dumas encontraba que estaba en algo bueno y produjo más de lo mismo. Algunos de nosotros, al menos, entonces descubrimos que la nobleza de Athos sonaba cada vez más falsa, y que el buen humor de Porthos era aburrido, mientras la religiosidad de Aramis se ponía muy tenue a medida que los años pasaban. La idea inicial calzaba en la historia que conocíamos, era congruente y proveía incidentes pintorescos. Pero las últimas obras-gananciosas estaban cada vez más en contra de como conocíamos que funcionaba la historia.
Hay un excelente ejemplo de lo opuesto, que establece ese punto aun mejor que Dumas. La Máquina del Tiempo de Wells, como hemos dicho, era la narración absolutamente clásica de un viaje en el tiempo, mostrándonos la gran imagen desde la prehistoria hasta las consecuencias sociales del capitalismo que el socialista Wells quería criticar. Entonces el Sol que se enfriaba, los grandes cangrejos sobre una playa post-diluviana... encantador. Pero la secuela moderna de Stephen Baxter, Las Naves del Tiempo, nos muestra qué tan inteligentes serán los Morlocks, cómo el Viajero es un poco lujurioso de la pequeña niña del porvenir —un eco con Alice de Lewis Carrol— que es inocente y un poco estúpida.
Es como una novela histórica que pone todas las pequeñas partes sexuales y despreciables en el gran tapiz de la historia. Tales ejercicios literarios añaden color y sabor a la historia, como Damasio demostró que hacemos con nuestros propios recuerdos personales. El placer que nos da este ejercicio indica cómo lee la historia nuestra mente: en general sin sabor, en lo pequeño con esa clase de color con que pintamos nuestras propias pequeñas reminiscencias. De modo que la novela romántica histórica es exactamente eso: la pintura romántica de los temas pequeños e interesantes, cuya causalidad podría afectar el concepto general, pero que no lo hace.
¿Qué significa, entonces, preguntar si el tiempo teje cualquier cambio, o si las traviesas mariposas son en última instancia responsables de la caída de los imperios?
Aquí las convenciones ficticias dejan de adecuarse al mundo real. Desde el punto de vista de los magos, el tiempo de Mundodisco es una secuencia unidimensional a la que pueden acceder en modo bi-dimensional como un libro. Por razones narrativas, tenemos que describirlo de este modo por todos esos relatos históricos de delgada-línea-de-causalidad que nuestra mente encuentra tan agradables. En un contexto ficticio, tenemos poca elección. Sin embargo, aquí queremos pensar en la naturaleza de la causalidad y en la libre voluntad en el universo ‘real’, que —como hemos aclarado en toda la serie de Ciencia de Mundodisco— no tiene nada de narrativium. En ese contexto, tenemos que entender que esta simple imagen de la historia de Mundodisco es un fraude. El Pantalón del Tiempo también funciona bien como una historia, pero como física genuina es un fraude: uno no puede ser empujado de una pernera a la otra por un evento. Peor, uno no puede distinguir que haya existido tal evento. En lo que respecta a uno, éste es el mundo. No tiene ningún ‘si’ en su pasado.
Nada de esto evita que usemos ‘qué pasa si’ (que por naturaleza son ficciones, no hechos) al pensar en la historia. Todavía podemos preguntar, en nuestra mente, qué habría ocurrido si, por decir, Lincoln hubiera sobrevivido... pero en el mundo real no lo hizo, y no podemos correr una maqueta ‘si sobrevivió’ en el mundo real: sólo en nuestra cabeza.
La ciencia tropieza precisamente con esta dificultad. Por ejemplo, el problema principal al probar los tratamientos médicos es que no podemos dar el tratamiento a la Sra. Jones y no darle el tratamiento a la Sra. Jones, simultáneamente, y comparar los resultados. Podemos hacerlo secuencialmente, pero entonces el segundo tratamiento (ya sea placebo o tratamiento verdadero) ocurre en una Sra. Jones diferente, una que ha recibido el primer tratamiento. De modo que lo que hacen los examinadores es tener grupos bastante grandes, les hacen el tratamiento primero a algunos, placebo primero a otros —y quizás deberían hacer dos placebos a algunos, y dos tratamientos a algunos otros.
Lo que hacen las historias de viajes en el tiempo, en nuestra mente, es el mismo tipo de prueba: ‘¿Qué habría ocurrido si Leonardo realmente hubiera visto funcionar un submarino?’, o de manera equivalente ‘¿Vio Leonardo un submarino funcionando?’ En La Ciencia de Mundodisco, y más explícitamente en La Ciencia de Mundodisco II, preguntamos si las interesantes historias que inventamos tienen alguna clase de explicación coherente, algo como el ‘mal’ —que personificamos en el segundo libro como elfos. ¿Hasta qué punto se relacionan tales conceptos con las verdaderas reglas del mundo real? Ahora argumentamos que no podemos saber si alguna respuesta que obtengamos sea útil; ni siquiera podemos saber si hemos obtenido alguna respuesta en absoluto. Y es precisamente por eso que la única clase de libre voluntad que vale la pena tener es la de Dennett. Es posible, dándonos a cada uno de nosotros la oportunidad de hacer evitables pequeños asuntos de un futuro de otra manera inevitable.
Cuando miramos atrás algo que hemos cambiado por este tipo de acto de libre voluntad, es tan causal como todo lo demás —y si el universo es en cualquier sentido determinado, entonces es determinado en ese sentido. Piense en Odiseo mirando atrás a lo que ocurrió cuando su embarcación no fue atrapada por las Sirenas. Sus hombres no las escucharon, y él, que pudo escucharlas, no podía actuar para conducir la embarcación. De modo que él y su tripulación sobrevivieron en el más improbable de los pasajes. En cierto sentido, por supuesto, cada pasaje de mar es igualmente único, como cada reparto de naipes; pero el viaje de Odiseo, como el reparto naipes un-color-por-jugador, es también totalmente extraordinario. Mirando hacia atrás en la historia, ¿podemos encontrar viajes, eventos, y procesos tan extraordinarios que parezcan ser el resultado de actos previos de libre voluntad?

¿Qué es, entonces, la causalidad? Por razones al estilo Damasio, tendemos a pensar que lo que le da dinámica a la historia son los grandes eventos, los ‘puntos pivote’. La falacia es que pensamos que se necesitan grandes causas para producir grandes efectos. Esto es falso (mariposa) pero hay un problema: escoger el diminuto cambio correcto (¿cuál mariposa?). Y siempre hay miles de millones de nuevas mariposas, arrastrando nuevos cambios desde diferencias antes invisibles ‘al 13º lugar decimal’, no-observables hasta que aparecen sus efectos.
La historia real es así; a menudo las causas están distribuidas, con enormes cantidades de diminutos eventos todos coincidiendo. Es justamente este problema el que lleva a Ridcully a emplear una cantidad tan enorme de magos, haciendo un conjunto de cosas triviales, simplemente para conseguir que El Origen sea escrito.
Sólo justificamos este tipo de causalidad en retrospectiva: la historia no sabía ‘a dónde estaba yendo’. De modo que al cambiar el pasado se crea un contexto para el futuro, no una cadena causal, y así es como los magos deben operar, por lo cual tenemos a miles de ellos haciendo interminables cambios triviales en la historia victoriana, en lugar de asesinar a la Reina Victoria, por decir. Cualquier victoriano, quizás particularmente la niñera bien entrenada, le dirá exactamente eso sobre su historia personal: su corazón debe ser puro (contexto) más que sus planes sutiles.



CAPÍTULO 17
Encuentro en Galápagos
Charles Darwin estaba sentado sobre una ribera cubierta de hierba. Tres tipos de abejas zumbaban entre las flores, y por arriba volaban ejemplares de Golondrinas Bermejas detrás de varias Efímeras.
Sus pensamientos eran complejos, como tienden a ser los pensamientos humanos cuando la mente está holgazaneando, pero incluían: éste es un interesante banco de asombrosa complejidad; podría haber peces para el almuerzo; tenía dolor de garganta; esperaba no recibir nunca más otra carta sobre percebes; el sarpullido parece estar empeorando; se escuchaba un extraño zumbido; ¿había experimentado realmente esa aparición?; la homeopatía trascendía todo sentido común; en realidad debería averiguar dónde estaba ubicado el ovario en la Langosta Marina; era realmente un zumbido muy fuerte...
Algo como un humo marrón amarillento salía de un agujero en la ribera a unas yardas de distancia, y se resolvió en una nube de enfadadas Avispas Comunes. Se abatió sobre el horrorizado Darwin...
—¡Por aquí, avispitas!
Darwin se quedó mirando fijo.
Esta misión había creado una difícil decisión para Rincewind, cuando le presentaron la tarea de evitar que Charles Darwin fuera picado a morir por las avispas. Desde el mismo comienzo era obvio que Darwin lo vería, y si Rincewind fuera invisible las avispas no lo verían a él. Por lo tanto había emprendido la misión llevando dos baldes de mermelada tibia y usando un tutú rosa, una peluca verde-limón y una nariz roja, razonando que (a) Darwin no creería que lo había visto y en todo caso (b) no se atrevería a decírselo a nadie...
Darwin observó que la aparición se alejaba saltando por los prados. Era muy asombrosa. Nunca había visto a las avispas enjambrar de tal manera.
Un trozo de papel aleteó hasta el suelo. El curioso payaso debía haberlo dejado caer.
Darwin lo recogió y leyó, en voz alta:
—‘Regrésame, Hex’. ¿Qué demon...?
La tarde continuó dormitando. La ribera cubierta de hierba regresó a sus asuntos de zumbidos, hervideros y floraciones.

Sobre la desolada playa apareció un hombre, escondió dos baldes detrás de una roca, y se quitó la nariz postiza.
Rincewind pasó la mirada por el paisaje mientras extraía su sombrero del interior de su camisa.
¿Era ésta una de las islas más famosas en la historia de la tecnomancia? Francamente, parecía algo aburrida.
Había esperado bosques y torrentes y multitudes de criaturas. Uno no se podía mover por la vida vibrante y afanosa sobre la Isla Mono, casa del Dios de la Evolución. Todo quería partir. Pero este lugar tenía un aspecto mezquino. Uno necesitaría ser duro para sobrevivir aquí. Uno tendría que integrarse.
No podía ver ninguna tortuga gigante, pero había un par de conchas grandes y vacías.
Rincewind recogió un trozo de madera flotante, cocinada por el sol en algo como piedra, y caminó deprisa por un angosto sendero.
Hex era bueno. El hombre que Rincewind seguía estaba caminando a zancadas por delante a lo largo del camino.
—¡Sr. Lawson, señor!
El hombre se volvió.
—¿Sí? ¿Es usted del Beagle?
—Sísseñor. De allí, señor —dijo Rincewind. Lawson se quedó mirándolo.
—¿Por qué lleva ese sombrero con la palabra ‘Hechizzero’?
Rincewind pensó rápido. Gracias al cielo, Mundobola tenía algunas costumbres extrañas.
—Ceremonia de Cruce de Línea, señor —dijo—. ¡Me encanta!
—Oh, Rey Neptuno y todo eso —dijo Lawson, retrocediendo un poco—. Muy alegre. ¿Cómo puedo ayudarlo?
—Sólo quería estrechar su mano y decirle qué alegres estamos todos porque usted está haciendo un maravilloso trabajo aquí, señor —dijo Rincewind, sacudiendo el brazo del hombre enérgicamente.
—Bie... es muy amable de su parte, Sr... ¿qué fue ese ruido?
—¿Perdone? Tiembla mi madera, por cierto.
—Ese... ruido sibilante... —dijo Lawson, con aire vacilante.
—¿Probablemente una de las tortugas? —dijo Rincewind, servicial.
—Sisean o... ¿eso no fue el ruido de un golpe? —dijo a Lawson. Detrás de él, una pequeña nube de polvo surgió encima de los arbustos.
—No escuché nada, yo no —dijo Rincewind, todavía estrechando la mano—. Bien, no me permita retenerlo, señor.
Lawson le lanzó la mirada de un hombre que siente haber caído sin querer en compañía dudosa. El sombrero estaba claramente alimentándose de su mente.
—Gracias, mi hombre —dijo, sacando la mano de un tirón—. Efectivamente, debo irme.
Se alejó a cierta velocidad, que aumentó cuando notó que Rincewind lo seguía, y dejó de notar completamente lo que era, después de todo, apenas otro pequeño agujero lleno de escombros entre muchos. Sin embargo, Rincewind lo descubrió, y después de esforzarse un poco sacó un pequeño terrón caliente.
Algo siseó, detrás de él.
Rincewind había averiguado que la única manera en que una tortuga gigante podía andar tan rápido como él era cayendo por un acantilado, y también que era muy improbable que atacara salvajemente a un hombre hasta morir. Sin embargo, estaba listo.
Giró con el palo alzado.
Algo, un algo grisáceo, algo lo bastante transparente para dejar ver el paisaje detrás de él en una triste luz grisácea, se mantenía en el aire a unos pies de distancia. Parecía una túnica de monje para un monje muy pequeño, y menos el monje. La capucha vacía era más preocupante que casi cualquier cosa que podría haberla llenado. No había ningún ojo, no había ninguna cara, pero sin embargo había una mirada, tan maligna como pantalones de navajas.
Otras sombras-batas aparecieron alrededor de la forma y empezaron a derivar hacia ella. Cuando la alcanzaron se esfumaron, y la forma central se puso más oscura y, de algún modo, más presente.
Rincewind no giró y corrió. No tenía ningún sentido tratar de correr de los Auditores; eran indudablemente más rápidos que cualquier cosa con piernas. Pero ésa no era la razón. Si fuera tiempo de correr, consideró, no eran aplicables otros cálculos. Ni siquiera se preocuparía porque su ruta de escape estaba bloqueada por lava sólida; podía superar la mayoría de las cosas si uno corría hacia ellas lo bastante duro. Sin embargo, había otra razón. Tenía pies rosados.
—¿Por qué se entrometen? —dijo el Auditor. La voz parecía ventosa e indecisa, como si el hablante tuviera que reunir las palabras a mano—. La entropía triunfará siempre.
—¿Es verdad que se muere si tiene una emoción? —dijo Rincewind. El Auditor era muy oscuro ahora, que significaba que había reunido suficiente masa para mover algo muy pesado, como una cabeza humana.
—No tenemos emociones —dijo el Auditor—. Es una aberración humana. En usted detectamos la manifestación física identificable para nosotros como miedo.
—No puede matar a las personas, lo sabe —dijo Rincewind—. Eso está en contra de las reglas.
—Creemos que puede no haber ninguna regla aquí —dijo el Auditor, avanzando.
—¡Espere, espere, espere! —dijo Rincewind, tratando de retroceder hasta la roca sólida—. Usted está diciendo que no sabe qué es el miedo, ¿correcto?
—No tenemos ninguna necesidad de hacerlo —dijo el Auditor—. Prepárese para cesar la función coherente.
—Dé media vuelta —dijo Rincewind.
Y una debilidad de los Auditores es que encuentran difícil desobedecer una orden directa, por lo menos por un segundo o dos. Giró, o más bien, fluyó a través de sí mismo para mirar hacia el otro lado.
La tapa del Equipaje se cerró con un ‘clop’ como el sonido de una trucha cazando una cachipolla confiada.
Me pregunto si realmente averiguó qué es el miedo, pensó Rincewind. Pero más formas grises salían del aire. Ahora era el momento de correr.



CAPÍTULO 18
Tiempo de máquina a vapor
Estaba Darwin, sentado en la ribera, observando a las abejas, las avispas, las flores... En el último párrafo de El Origen encontramos un hermoso e importante pasaje que insinúa tardes de esa clase:
Es interesante contemplar una ribera enmarañada, cubierta con muchas plantas de muchos tipos, con aves que cantan en los arbustos, con varios insectos revoloteando, y con gusanos arrastrándose sobre la tierra húmeda, y reflexionar que estas formas elaboradamente construidas, tan diferentes entre sí, y dependientes entre sí de una manera tan compleja, todas han sido producidas por leyes que actúan a nuestro alrededor.
Adelante Paley, alégreme el día.
Todo ese esfuerzo de los magos para ponerlo a escribir El Origen, no La Ología. Le importaba a Darwin, por supuesto, y le importa a los que mapean el curso de la historia. Pero, así como podemos preguntar si el asesinato de Lincoln realmente tuvo mucho efecto en los eventos siguientes, también podemos preguntar lo mismo sobre ese trabajo de Darwin. ¿Habría realmente importado si los magos hubieran fallado?
Magos metafóricos, obvio. Sí, esas felices coincidencias que pusieron a Charles a bordo del Beagle y lo mantuvieron allí parecen un poco sospechosas, ¿pero fueron los magos?
Hagamos la pregunta de una manera más respetable. ¿Qué tan radical era la teoría de la selección natural de Darwin, verdaderamente? ¿Tuvo ideas que nadie antes que él había considerado? ¿O simplemente ocurrió que era la persona que captó la mirada pública, con una idea que había estado circulando durante algún tiempo? ¿Cuánto crédito debería recibir?
Lo mismo puede preguntar —y ha ocurrido— de muchos conceptos científicos ‘revolucionarios’. Robert Hooke tuvo la idea de la ley de gravedad del cuadrado inverso antes que Newton. Minkowski, Poincare, y otros descubrieron gran parte de la relatividad especial antes que Einstein. Los fractales andaban por aquí, en cierta forma, por lo menos un siglo antes de que Benoit Mandelbrot los promocionara enérgicamente y se transformaran en una rama muy importante de la matemática aplicada. Los primeros aromas de la teoría del caos pueden encontrarse en las memorias premiadas de Poincare sobre la estabilidad del sistema solar en 1890, probablemente 75 años antes de que el tema ‘tomara vuelo’.
¿Cómo comienzan las revoluciones científicas, y qué determina quién recibe el crédito? ¿Es talento? ¿Un don para la publicidad? ¿Una lotería?
Parte de la respuesta de estas preguntas puede encontrarse en el estudio de Thurston, de 1878, de otra importante innovación victoriana, que Ponder Stibbons infaliblemente localizó en el Capítulo 3. El libro es Una Historia del Crecimiento de la Máquina a Vapor. El segundo párrafo dice:
La historia ilustra la muy importante verdad: las invenciones nunca son, como raramente los grandiosos descubrimientos, el trabajo de una única mente. Cada gran invento es realmente un conjunto de invenciones menores, o el paso final en una progresión. No es una creación, sino un crecimiento tan realmente cierto como los es el de los árboles en el bosque. Con frecuencia aparece el mismo invento en varios países, y por varios individuos, simultáneamente.
El tema de Thurston nos recuerda una metáfora común para esta clase de inventos aparentemente simultáneos: el tiempo de la máquina a vapor. Cuando llega el tiempo de la máquina a vapor, de repente todos están haciendo máquinas a vapor. Cuando llega el tiempo de la evolución, todos están inventando una teoría de la evolución. Cuando llega el tiempo de la videograbadora, todos están haciendo videograbadoras. Cuando llega el tiempo de Dotcom, todos están instalando sistemas de comercio en Internet. Y cuando llega el tiempo de la quiebra de Dotcom, todos los Dotcom se van a la quiebra.
Hay veces cuando los asuntos humanos realmente parecen correr sobre huellas pre-construidas. Algún desarrollo se vuelve inevitable, y de repente está en todos lados. Sin embargo, justo antes de ese momento propicio, no era inevitable en absoluto, de otra manera ya habría ocurrido. ‘El tiempo de la máquina a vapor’ es una metáfora conveniente para este curioso proceso. La invención de la máquina a vapor no fue el primer ejemplo, e indudablemente no fue el último, pero es uno de los más conocidos, y está muy bien documentado.
Thurston distingue invento de descubrimiento. Dice que los inventos nunca son la creación de un único individuo, mientras que los grandiosos descubrimientos lo son pocas veces. Sin embargo, la diferencia no siempre está bien definida. ¿Descubrieron los antiguos humanos el fuego como un fenómeno de la naturaleza, o lo inventaron como una tecnología para mantener lejos a los predadores, iluminar la cueva, y cocinar? Seguramente el fenómeno natural vino primero, en forma de maleza —o por incendios forestales provocados por un rayo, o posiblemente una gota de agua accidentalmente actuando como lente para concentrar los rayos del Sol sobre un poco pasto seco.
Sin embargo, esa clase de ‘descubrimiento’ no va a ningún lugar hasta que alguien le encuentra una utilidad. Fue la idea de controlar el fuego lo que hizo la diferencia, y que parece más un invento que un descubrimiento. Excepto... uno averigua cómo controlar el fuego descubriendo que no se extiende (tan fácilmente) a través de tierra desnuda, que pueden esparcirse muy fácil y efectivamente tomando un palo en llamas y dejándolo caer en pasto seco, o llevándolo a casa en la cueva...
El paso inventivo, si existe tal cosa, consiste en reunir algunos descubrimientos independientes para que aparezca como una novedad genuina.
Hierba seca y gotas de agua no son asociadas comúnmente, pero quizás un elefante mojado acababa de salir de un río a través de la sabana seca... Oh, invente su propia explicación.
De modo que las invenciones son a menudo precedidas por una serie de descubrimientos. De forma similar, los descubrimientos son a menudo precedidos por invenciones. El descubrimiento de las manchas solares dependió de la invención del telescopio, el descubrimiento de las amebas y los paramecios en el agua de un charco dependió de la invención del microscopio. En pocas palabras, invención y descubrimiento están íntimamente entrelazados, y probablemente no tenga sentido tratar de separarlos. Además, los ejemplos importantes de ambos son mucho más fáciles de señalar en retrospectiva que cuando ocurrieron la primera vez. La visión retrospectiva es maravillosa, pero tiene la virtud de proveer un contexto explícito para averiguar qué, o qué no, importa. La visión retrospectiva nos permite organizar el proceso excepcionalmente desordenado de invención / descubrimiento, y contar historias convincentes sobre él.
El problema es que la mayoría de esas historias no son verdaderas.

Cuando fuimos niños, muchos de nosotros aprendimos cómo se inventó la máquina a vapor. El joven James Watt, de unos seis años, observaba una tetera que hervía, y notó que la presión del vapor podía levantar la tapa. En un clásico momento ‘eureka’, cayó en la cuenta de que una tetera muy grande podría levantar trozos de metal muy pesados, y nació la máquina a vapor.
El narrador original de esta historia fue el matemático francés Francois Arago, autor de una de las primeras biografías de Watt. Por lo que sabemos, la historia podría ser verdadera, aunque es muy probablemente una ‘mentira-para-niños’, o ayuda educativa, como la manzana de Newton. Incluso si efectivamente el joven Watt estuvo de repente motivado por una tetera que hervía, no fue de ninguna manera la primera persona en hacer la conexión entre vapor y energía motriz. Ni siquiera fue la primera persona en construir una máquina a vapor que funcionara. El motivo de su fama depende de algo más complejo, y más importante. En las manos de Watt, la máquina a vapor se convirtió en una herramienta eficaz y segura. No la ‘perfeccionó’ —se hicieron muchas mejoras más pequeñas después de Watt— pero la hizo casi en su forma final.

Watt escribió en 1774: «La máquina a fuego (máquina a vapor) que he inventado ahora está marchando, y responde mucho mejor que cualquier otra que haya sido hecha». Junto con su socio comercial Matthew Boulton, Watt se volvió un nombre muy conocido de la máquina a vapor. Y no le hizo ningún daño a su reputación que, según palabras de Thurston: «De la historia personal de los anteriores inventores y mejoradores de la máquina a vapor, poco se sabe; pero la de Watt es bien conocida».
¿Fue Darwin sólo otro Watt? ¿Recibió el crédito de la evolución porque la puso en una forma pulida y efectiva? ¿Es famoso porque ocurre que sabemos mucho de su historia personal? Darwin era un obsesivo conservador de registros, apenas desechaba un simple resto de papel. Los biógrafos pudieron documentar su vida al detalle excepcional. Indudablemente no le hizo daño a su reputación que tal profusión de material histórico estuviera disponible.
Para hacer comparaciones, examinemos la historia de la máquina a vapor, evitando las mentiras-para-niños tanto como podamos. Luego miraremos los predecesores intelectuales de Darwin, y veremos si aparece algún patrón común. ¿Cómo funciona el tiempo de la máquina a vapor? ¿Qué factores conducen a una explosión cultural, mientras una idea aparentemente radical ‘sale’ y el mundo cambia para siempre? ¿Acaso la idea cambia el mundo, o un mundo cambiante genera la idea?

Watt completó su primera máquina a vapor significativa en 1768, y la patentó en 1769. Fue precedida por varios prototipos. Pero la primera referencia registrada sobre el vapor como fuente de potencia motriz ocurre en la civilización del antiguo Egipto, durante el Último Reinado cuando ese país estaba bajo el dominio romano. Alrededor del 150 a.C. (la fecha es muy aproximada) Hero de Alejandría escribió un manuscrito Spiritalia seu Pneumatica. Sólo han sobrevivido copias parciales hasta el presente, pero de ellas sabemos que el manuscrito se refería a docenas de máquinas movidas a vapor. Incluso sabemos que varias de ellas precedían a Hero, porque él nos lo dice; algunas eran el trabajo previo del inventor Cestesibus, célebre por gran número y variedad de sus ingeniosas máquinas neumáticas. De modo que podemos ver los orígenes de la máquina a vapor hace mucho tiempo, pero el progreso inicial fue tan silencioso y lento que el propio tiempo de la máquina a vapor todavía estaba lejos en el futuro.
Uno de los dispositivos de Hero era un altar hueco y hermético, con la figura de un dios o diosa en lo alto, y un tubo que pasaba por la figura. Desconocido para los seguidores, el altar contiene agua. Cuando un fiel prende un fuego encima del altar, el agua se calienta y produce vapor. La presión del vapor impulsa un poco del agua líquida hacia arriba del tubo, y el dios ofrece una libación. (Cuando de milagros se trata, éste es muy efectivo, y claramente más convincente que la estatua de una vaca que da leche o la de un santo que llora.) Dispositivos similares eran comunes en los 60 para hacer té junto a la cama y servirlo automáticamente. Todavía existen hoy, pero son difíciles de encontrar.
Otra de las máquinas de Hero usaba el mismo principio para abrir la puerta de un templo cuando alguien prendía un fuego sobre un altar. El dispositivo es muy complicado, y lo describimos para mostrar que estas antiguas máquinas llegaron más lejos que ser simples juguetes. El altar y la puerta están sobre la tierra, la maquinaria está oculta por debajo. El altar es hueco, lleno de aire. Un tubo corre verticalmente desde el altar hacia una esfera metálica llena de agua, y un segundo tubo con forma de U invertida actúa como sifón, con un extremo dentro de la esfera y el otro dentro de un balde. El balde cuelga de una polea, y las sogas desde el balde se enrollan alrededor de dos cilindros verticales, en línea con las bisagras de la puerta y fijados al borde de la puerta. Entonces van hasta una segunda polea y terminan en un peso que actúa como contrapeso. Cuando un sacerdote prende el fuego, el aire dentro del altar se dilata, y la presión expulsa el agua fuera de la esfera, a través del sifón, y hacia el balde. Cuando el balde desciende por el peso del agua, las sogas hacen girar los cilindros, abriendo las puertas.
Luego hay una fuente que funciona cuando los rayos del sol caen sobre ella, y una caldera a vapor que hace que un mirlo mecánico cante o que suene un cuerno. Todavía otro dispositivo, a menudo mencionado como la primera máquina a vapor del mundo, hierve agua en un caldero y usa el vapor para hacer girar un globo metálico sobre un eje horizontal. El vapor sale de una serie de tubos curvados alrededor del ‘ecuador’ de la esfera, en ángulo recto al eje.
Por su diseño, estas máquinas no eran juguetes, pero hasta donde llegaron sus aplicaciones, también podrían haberlo sido. Sólo la que abre la puerta se acerca a algo que consideraríamos práctico, aunque los sacerdotes probablemente descubrieron que la habilidad de producir milagros a petición era muy rentable, y eso es suficientemente práctico para la mayoría de los hombres de negocios de hoy.
Mirando hacia atrás desde el siglo XXI, parece asombroso que le llevara tanto tiempo a la máquina a vapor ganar el impulso apropiado, con todos estos ejemplos de la potencia del vapor a la vista pública en todo el mundo antiguo. Especialmente porque había abundante demanda de potencia mecánica, por las mismas razones que finalmente dieron a luz la tecnología de la máquina a vapor en el siglo XVIII —bombear agua, levantar cargas pesadas, minería, y transporte. De modo que sabemos que se necesita algo más que la simple habilidad para hacer máquinas a vapor, incluso junto a una clara necesidad de algo de esa clase, para dar la patada inicial al tiempo de la máquina a vapor.
Y así fue que la máquina a vapor avanzó a tropezones, sin desaparecer nunca completamente, pero nunca haciendo ningún tipo de progreso. En 1120 la iglesia en Rheims tenía lo que se veía sospechosamente como un órgano a vapor. En 1571 Matthesius describió una máquina a vapor en un sermón. En 1519 el académico francés Jacob Besson escribió sobre la producción de vapor y sus usos mecánicos. En 1543 el español Balso de Garay es conocido por haber sugerido el uso del vapor para proveer de energía a un barco. Leonardo da Vinci describió un arma a vapor que podía lanzar una pesada bola metálica. En 1606, Florence Rivault, caballero de la recámara de Henry IV, descubrió que una bomba metálica estallaría si se llenaba con agua y se calentaba. En 1615, Salomon de Caius, un ingeniero de Louis XIII, escribió sobre una máquina que usaba vapor para levantar agua. En 1629... pero ya entiende la idea. Todo siguió de ese modo, con una persona tras otra reinventando la máquina a vapor, hasta 1663.
En ese año, Edward Somerset, Marqués de Worcester, no sólo inventó una máquina a vapor para levantar agua: la construyó e instaló, dos años después, en Vauxhall —ahora parte de Londres, pero entonces justo fuera de ella. Ésta fue probablemente la primera aplicación genuina de la potencia del vapor a un serio problema práctico. No existe ningún dibujo de la máquina, pero su forma general ha sido deducida de las ranuras, todavía sobrevivientes, en las paredes del Raglan Castle, donde fue instalada. Worcester planeaba formar una compañía para explotar su máquina, pero no pudo conseguir el efectivo. Su viuda, a su vez, hizo el mismo intento, con la misma falta de éxito. De modo que ése es otro ingrediente necesario para el tiempo de la máquina a vapor: dinero.
En algunos aspectos, Worcester fue el verdadero creador de la máquina a vapor, pero recibe poco crédito, porque estaba apenas un poquito por delante de la ola. Sin embargo, marca un momento en el que todo el juego cambió: desde este punto en adelante, las personas no sólo inventaron máquinas a vapor... las usaron. Antes de 1683, Sir Samuel Morland estaba construyendo bombas a vapor para Luis XIV, y su libro de ese año revela una profundo conocimiento de las propiedades del vapor y los mecanismos asociados. La idea de la máquina a vapor había llegado ahora, junto con algunas de las cosas propias, ganando su lugar realizando tareas útiles. Pero todavía no era el tiempo de la máquina a vapor.
Ahora, sin embargo, el impulso empezó a crecer rápidamente, y lo que le dio un empujón muy grande fue la minería. Las minas, de carbón o minerales, estuvieron por aquí durante milenios, pero a principios del siglo XVIII se estaban volviendo tan grandes, y tan profundas, que tropezaron con lo que rápidamente se convirtió en el mayor enemigo del minero: agua.
Cuanto más profundo trate de cavar las minas, es más probable que se inunden, porque es muy probable tropezar con reservas de agua subyacentes, o grietas que conducen a tales reservas, o sólo grietas por donde el agua de arriba puede fluir. Los métodos tradicionales para sacar el agua ya no eran efectivos, y se necesitaba de algo radicalmente diferente. La máquina a vapor cubría la necesidad con ingenio. Dos personas, sobre todo, hicieron posible construir la maquinaria apropiada: Dennis Papin y Thomas Savery.
Papin estudió matemática con los Jesuitas en Blois, y medicina en París, donde se instaló en 1672. Se unió al laboratorio de Robert Boyle, que en la actualidad sería llamado físico experimental. Boyle estaba trabajando en la ley de la neumática, el comportamiento de los gases —‘ley de Boyle’, relacionando la presión y el volumen de un gas a temperatura constante, que se continúa enseñado hasta hoy. Papin inventó la bomba de aire doble y la pistola de aire, y luego inventó el Digestor. Es mejor descrito como una olla a presión, que es un cazo con gruesas paredes y una gruesa tapa, bien sujetas de modo que el agua adentro hierve para formar vapor a alta presión. La comida contenida en la cacerola se cocina muy rápidamente.
El aspecto cocina no afecta nuestra historia, pero un poco de tecnología sí. Para evitar las explosiones, Papin añadió una válvula de seguridad, una característica reproducida en la versión nacional de los 60, y una importante invención porque los primeros desarrollos de la máquina a vapor eran peligrosos en el mejor de los casos. Probablemente la idea se originara antes, pero Papin recibe el crédito por usarla para controlar la presión del vapor. En 1687 se trasladó a la University of Marburg, donde inventó la primera mecánica máquina a vapor y la primera máquina de pistones. Durante toda su carrera, llevó a cabo innumerables experimentos con aparatos relacionados con el vapor, e introdujo muchas piezas importantes.
El tiempo de la máquina a vapor se estaba caldeando. Savery, que también estudió matemática, lo puso a hervir. En 1698 patentó la primera bomba a vapor que en realidad fue usada para sacar de las minas el agua no deseada —en este caso, las profundas minas de Cornualles. Envió un modelo básico a la Royal Society, y más tarde mostró un modelo de ‘máquina de fuego’, como confusamente llamaban a las máquinas entonces, a William III. El Rey le consintió una patente:
Una concesión a Thomas Savery del único ejercicio de una nueva invención por él inventada, para levantar agua, y ocasionar movimiento de toda clase de trabajo de molino, por la importante fuerza del fuego, que será de gran utilidad en drenar minas, servir pueblos con agua, y para trabajar toda clase de molino, cuando no tienen el beneficio del agua ni de los vientos continuos; con validez durante 14 años; con las cláusulas acostumbradas.
El tiempo de la máquina a vapor estaba cerca. Lo que la afianzó fue que Savery era un hombre de negocios nato. No esperó a que el mundo marcara un sendero hasta su puerta: se anunció. Dio conferencias en la Royal Society, algunas de las cuales fueron publicados en sus revistas. Hizo circular un prospecto entre propietarios de minas y administradores. Y el atractivo comercial, naturalmente, era el beneficio. Si usted puede abrir niveles más profundos en su mina, usted puede extraer más minerales y hacer más dinero de la misma mina y del mismo trozo de tierra.
Se necesitaron dos pasos más, muy importantes, antes de que lo que Thurston llamaba la ‘moderna’ máquina a vapor —eso hace 125 años— quedara firmemente establecida. El primero fue pasar de las máquinas especializadas y de único propósito, a las multiuso. El segundo fue mejorar la eficiencia del motor.
El paso a las máquinas a vapor multiuso fue realizado por Thomas Newcomen, un herrero de oficio, que introdujo un tipo radicalmente nuevo de motor, el ‘motor a vapor atmosférico’. Los motores previos habían combinado eficazmente un pistón movido a vapor y una bomba en el mismo aparato. Newcomen separó los componentes, y puso una caldera separada y además un condensador. El pistón se mueve arriba y abajo como un ‘burro cabeceando’, moviendo una varilla, que puede ser fijada a... lo que quiera. Otro ingeniero que debemos mencionar aquí fue John Smeaton, que llevó el diseño de Newcomen a un tamaño mucho más grande.
Ahora, finalmente, llegamos a James Watt. Sea cual sea el crédito que merezca, con claridad estaba parado sobre los hombros de varios gigantes. Incluso si hubiera sido capaz de inventar la máquina a vapor él solo, el hecho claro es que no lo hizo. Su abuelo era matemático —parece haber muchos matemáticos en la historia de la máquina a vapor— y Watt heredó sus habilidades. Llevó a cabo muchos experimentos, e hizo mediciones cuantitativas, una idea relativamente nueva. Calculó cómo viajaba el calor a través de los materiales de la máquina, y cuánto carbón necesitaba para hervir una determinada cantidad de agua. Y se dio cuenta de que la clave para eficiente una máquina a vapor era controlar la innecesaria pérdida de calor. La peor pérdida ocurría en el cilindro que movía al pistón, que cambiaba de temperatura. Watt se dio cuenta de que el cilindro debía ser mantenido siempre a la misma temperatura que el vapor que entraba... ¿pero cómo podía hacerlo? La respuesta, cuando finalmente la encontró, era simple y elegante:
Me había ido para dar un paseo una buena tarde de Sabbath. Había entrado en el Green por la puerta al final de Charlotte Street, y pasado junto a la vieja lavandería. Estaba pensando en la máquina en ese momento, y había llegado hasta el establo cuando la idea entró en mi mente: como el vapor era un cuerpo elástico, se precipitaría en un vacío, y, si se hacía una comunicación entre el cilindro y un vaso vacío, se precipitaría en él, y podría ser condensado allí sin enfriar el cilindro... No había llegado más allá de la Casa del Golf, cuando toda la cosa estaba organizada en mi mente.
Una cosa tan fácil de entender —no enfríe el vapor en el cilindro, enfríelo en algún otro lugar. Y mejoró tanto la eficiencia de la máquina que durante algunos años las únicas máquinas a vapor que cualquiera pensara instalar eran las de Watt y su socio financiero Boulton. Las máquinas Boulton-y-Watt monopolizaron el mercado. No se hizo ninguna mejora realmente significativa en su diseño posteriormente. O, para ser más exactos, las ‘mejoras’ posteriores reemplazaron la máquina a vapor por motores de un diseño muy diferente, movidos por carbón y petróleo. La máquina a vapor había evolucionado hasta la cima de su existencia, y lo que la desplazó fue, en efecto, una totalmente nueva clase de máquina.
Mirando hacia atrás, el tiempo de la máquina a vapor llegó alrededor del período de Savery, cuando la habilidad de hacer máquinas prácticas coincidió con una genuina necesidad de ellas en una industria que podía pagarlas y que lograría más ganancias como resultado. Añadir a eso una sensata mente de empresa, para notar la situación y explotarla, y un sentido de la publicidad para aumentar el dinero de los inversionistas y echar la idea a volar, y la máquina a vapor se fue como un... tren.
Irónicamente, antes de que la mayoría de las personas se dieran cuenta de que el tiempo de la máquina a vapor había llegado, se había ido otra vez, y al final sólo había un ganador. El resto de la competencia se quedó en el camino. Y es por eso que Watt recibe tanto crédito, y por qué, en última instancia, lo merece. Pero también se merece el crédito de sus sistemáticos experimentos cuantitativos, por su enfoque sobre la teoría detrás de la máquina a vapor, y por su desarrollo del concepto... no como su inventor.
Indudablemente no por mirar una tetera cuando era niño.

La historia de la introducción de la máquina a vapor Boulton-y-Watt es esencialmente evolutiva: sobrevivió el diseño más adecuado, los menos adecuados fueron reemplazados y desaparecieron del registro histórico. Lo cual nos lleva a Darwin, y a la selección natural. La era victoriana fue un ‘tiempo de la máquina a vapor’ para la evolución; Darwin fue sólo uno de los muchos que reconocían la mutabilidad de las especies. ¿Se merece el crédito que recibe? ¿Era, como Watt, la persona que llevó la teoría a su culminación? ¿O jugó un papel más innovador?
En la introducción de El Origen, Darwin menciona a varios de sus predecesores. De modo que indudablemente no estaba tratando de recibir el crédito por las ideas de otros. A menos que suscriba a la escuela de pensamiento algo maquiavélico donde dar crédito a otros es una habilidad furtiva de condenarlos con un apagado elogio. Un predecesor a quien no menciona es quizás el más interesante de todos —su propio abuelo, Erasmus Darwin. Quizás Charles sentía que Erasmus eran demasiado loco para mencionarlo, especialmente por ser un pariente.
Erasmus conoció a James Watt, y puede haberle ayudado a promocionar su máquina a vapor. Eran ambos miembros de la Lunar Society, una organización de tecnócratas de Birmingham. Otro era Josiah Wedgwood, tío de Darwin, abuelo de Jos y fundador de la famosa compañía de cerámicas. Los "Lunaticks" se reunían una vez al mes en época de luna llena —no por razones paganas o místicas, ni porque fueran todos lobizones, sino porque así podían ver su camino fácilmente cuando regresaban a casa después de beber y buen comer.
Erasmus, médico, también podía resultar una mano hábil con las máquinas, e inventó un nuevo mecanismo de dirección para carruajes, un molino de viento horizontal para moler los colorantes de Josiah, y una máquina que podía decir la Oración del Señor y los Diez Mandamientos. Cuando los tumultos de 1791 contra los ‘filósofos’ (científicos) y a favor de ‘Iglesia y Rey’ destrozaron la Lunar Society, Erasmus acababa de darle los últimos toques a un libro. Su título era Zoonomía, y trataba sobre la evolución.
Sin embargo no por el mecanismo de selección natural de Charles. Erasmus realmente no describió un mecanismo. Sólo dijo que los organismos podían cambiar. Toda vida vegetal y animal derivaba de ‘filamentos’ vivos, pensaba Erasmus. Tenían que poder cambiar, de otro modo todavía serían filamentos. Conocedor del Tiempo Profundo de Lyell, Erasmus argumentó que:
En grandes periodos de tiempo, desde que la tierra empezó a existir, quizás millones de eras antes del comienzo de la historia de la humanidad, sería demasiado audaz imaginar que los animales, todos esos animales de sangre caliente hayan surgido de un filamento vivo, al que la primera gran causa dotara con animalidad, con el poder de adquirir nuevas partes, acompañado con nuevas propensiones, dirigido por irritaciones, sensaciones, voliciones, y asociaciones; ¡y por lo tanto poseer la facultad de continuar mejorando por su propia actividad inherente, y entregando esas mejoras por generación a su posteridad, un mundo sin final! Si esto suena Lamarckiano, es porque lo fue. Jean-Baptiste Lamarck creía que las criaturas podían heredar las características adquiridas por sus antepasados —es decir, si un herrero adquiría enormes brazos musculosos por trabajar durante años en su forja, entonces sus niños heredarían brazos similares, sin tener que hacer todo ese trabajo duro. Hasta donde Erasmus imaginaba un mecanismo de herencia, era como el de Lamarck. Eso no le evitó tener algunas ideas importantes, no todas originales. En particular, veía a los humanos como descendientes superiores de los animales, no como una forma distinta de la creación. Su nieto sentía lo mismo, y fue por eso que tituló su posterior libro sobre la evolución humana La Ascendencia del Hombre. Todo muy correcto y científico. Pero Ridcully tiene razón. ‘Ascent’ habría tenido mejor impacto público.
Charles indudablemente leyó Zoonomía, durante las vacaciones después de su primer año en la Universidad de Edimburgo. Incluso escribió la palabra en la página inicial de su "Libreta B", El Origen de El Origen. De modo que las opiniones de su abuelo deben haber influido en él, pero probablemente sólo afirmando la posibilidad del cambio en las especies. La gran diferencia estaba en el propio origen, Charles estaba buscando un mecanismo. No quería señalar que las especies podían cambiar —quería saber cómo cambiaban. Y esto es lo que lo distingue de casi toda la competencia.
Ya hemos mencionado a su más serio competidor: Wallace. Darwin reconoce su descubrimiento conjunto en el segundo párrafo de la introducción de El Origen. Pero Darwin escribió un libro influyente y polémico, mientras que Wallace escribió un breve trabajo en una revista técnica. Darwin llevó la teoría mucho más lejos, reunió mucha más evidencia, y prestó más atención a las posibles objeciones.
Le puso a El Origen un prefacio, ‘Un Bosquejo Histórico’ de las opiniones del origen de las especies, y en particular de su mutabilidad. Una nota al pie de página menciona una notable declaración de Aristóteles, que preguntaba por qué ajustaban tan bien las diversas partes del cuerpo, de modo, por ejemplo, que los dientes de arriba y de abajo se encuentran perfectamente, en lugar de raspar unos contra otros. El antiguo filósofo griego anticipó la selección natural:
En todas partes, por lo tanto, todas las cosas juntas (las que son partes de un todo) ocurren como si fueran hechas por alguna razón, y son conservadas, habiendo sido apropiadamente constituidas por una espontaneidad interna; y cualquier cosa no constituida de esa manera, se deterioran, y todavía están deterioradas.
En otras palabras: si por el azar, o por algún proceso no-especificado los componentes llevaran a cabo alguna función útil, aparecerían en generaciones posteriores; pero si no, la criatura que los posee no sobreviviría.
Aristóteles habría rechazado de plano a Paley.
A continuación, Darwin enfrenta a Lamarck, cuyas opiniones datan de 1801. Lamarck sostenía que las especies podían descender de otras, mayormente porque los estudios en detalle muestran interminables y diminutas gradaciones dentro de una, de modo que los límites entre distintas especies son mucho más confusos que lo que pensamos habitualmente. Pero Darwin nota dos fallas. Una es la creencia de que las características adquiridas pueden ser heredadas —Darwin cita el ejemplo del largo cuello de las jirafas. La otra es que Lamarck creía en el ‘progreso’ —un ascenso en un sentido único hacia formas de organización más y más altas.
Sigue una larga serie de figuras menores. Entre ellas, uno digno de atención pero desconocido: Patrick Matthew. En 1831 publicó un libro sobre madera de barcos, en el que estableció el principio de selección natural en un apéndice. Los naturalistas no leyeron el libro, hasta que Matthew llamó la atención hacia su anticipación de la idea principal de Darwin en la Gardener's Chronicle en 1860.
Ahora Darwin presenta un precursor más conocido, el Vestigios de la Historia Natural de la Creación. Este libro fue publicado anónimamente en 1844 por Robert Chambers; está claro que también fue su autor. Las facultades de medicina de Edimburgo comprendían sin dudas que animales completamente diferentes tienen anatomías excepcionalmente similares, sugiriendo un origen común y por lo tanto la mutabilidad de las especies. Por ejemplo, la misma organización básica de huesos ocurre en la mano humana, la garra de un perro, el ala de un ave, y la aleta de una ballena. Si cada uno fuera una creación distinta, Dios debía haberse quedado sin ideas.
Chambers era mundano —jugaba al golf— y decidió poner al alcance del hombre común la opinión científica sobre la vida en la Tierra. Periodista nato, Chambers esbozó no sólo la historia de la vida, sino la del cosmos entero. Y llenó el libro con astutas referencias a ‘esos perros del clero’. El libro tenía una sensación trasnochada, y en cada edición sucesiva lentamente quitó varias metidas de pata que habían hecho a la primera edición muy vulnerable sobre fundamentos científicos. El clero vilipendiado agradecía a su Dios que el autor no hubiera empezado con una de las últimas ediciones.
Darwin, que respetaba a la iglesia, tenía que hacer referencia a Vestigios, pero también tenía que distanciarse de él. En todo caso, lo encontraba deplorablemente incompleto. En su ‘Bosquejo Histórico’, Darwin citó la décima ‘y muy mejorada’ edición, objetando que el autor anónimo de Vestigios no puede explicar la manera en que los organismos se adaptan a su ambiente o estilo de vida. Retoma el mismo punto en su introducción, sugiriendo que el autor anónimo presumiblemente diría que:
Después de cierta cantidad de generaciones desconocidas, alguna ave había dado a luz a un pájaro carpintero, y alguna planta al misseltoe {sic}, y que éstos habían sido producidos perfectos como los vemos ahora; pero me parece que esta suposición no es ninguna explicación, porque deja sin tocar ni explicar el caso de las co-adaptaciones de los seres orgánicos entre sí y a las condiciones físicas de la vida.
Siguen más pesos pesados, salpicados con figuras menores. El primer peso pesado es Richard Owen, que estaba convencido de que las especies podían cambiar, añadiendo que para un zoólogo la palabra ‘creación’ significa ‘un proceso que no conoce’. El siguiente es Wallace. Darwin reseña sus interacciones con ambos, con cierto detalle. También menciona a Herbert Spencer, que consideraba la reproducción de variedades domesticadas de animales como evidencia de que las especies podían cambiar en la naturaleza, sin intervención humana. Más tarde, Spencer se convirtió en un muy importante divulgador de las teorías de Darwin. Introdujo la memorable frase ‘la supervivencia del más adecuado’, que desafortunadamente ha causado más daño que bien a la causa de Darwin, promocionando una versión algo candorosa de la teoría.
Un nombre inesperado es el del Reverendo Baden Powell, cuyo trabajo de 1855, Ensayos Sobre la Armonía de los Mundos afirma que la introducción de nuevas especies es un proceso natural, no un milagro. También da crédito de la mutabilidad de las especies a Karl Ernst von Baer, Huxley, y Hooker.
Darwin estaba decidido a no olvidar a nadie con una afirmación legítima, y en total pone una lista de más de veinte personas que de diversas maneras anticiparon partes de esta teoría. Es absolutamente explícito en que no alega el crédito de la idea de que las especies pueden cambiar, que era moneda común en los círculos científicos —y, como muestra Baden Powell, más allá de ellos. Darwin no establece su derecho sobre la idea de la evolución, sino sobre la selección natural como mecanismo evolutivo.

De modo que... volvemos al punto de partida. ¿Una idea innovadora cambia el mundo, o un mundo cambiante genera la idea?
Sí.
Es complicidad. Ambas cosas ocurren —no una vez, sino una y otra vez, modificándose progresivamente una a la otra. Las innovaciones desvían el curso de la civilización humana. Las nuevas direcciones sociales alientan posteriores innovaciones. El mundo de las ideas humanas, y el mundo de las cosas, se modifican uno al otro recursivamente.
Eso es lo que le sucede a un planeta cuando evoluciona una especie que no es simplemente inteligente, sino lo que nos gusta llamar exteligente. Una que puede almacenar su capital cultural fuera de las mentes individuales. Lo cual permite que ese capital crezca prácticamente sin límites, y que sea accesible para casi todos en cualquier generación exitosa.
Las especies exteligentes toman las nuevas ideas y funcionan con ellas. Antes de que la tinta de El Origen se secara, los biólogos y legos ya estaban tratando de probar sus ideas, disparándoles, llevándolas más lejos. Si Darwin hubiera escrito La Ología, y si nadie más hubiera escrito algo como El Origen, entonces la exteligencia victoriana se habría debilitado, y quizás se hubiera necesitado más tiempo para que el mundo llegue.
Pero era el tiempo de la evolución. Alguien habría escrito tal libro, y pronto. Y en ese alternativo mundo de si, él o ella habrían recibido el crédito.
De modo que es justo darle el crédito a Darwin en este mundo. A pesar del tiempo de la máquina a vapor.



CAPÍTULO 19
Mentiras a Darwin
La boca del Archicanciller Ridcully se quedó abierta.
—¿Quieres decir muerto? —dijo.
+++ No +++ escribió Hex +++ Quiero decir desaparecido. Darwin desaparece de Mundobola en 1850. Éste es un nuevo desarrollo. En otras palabras, siempre ha ocurrido, pero ha ocurrido sólo durante los últimos dos minutos +++
—Realmente odio los viajes en el tiempo —suspiró el Decano.
—¿Raptado? —dijo Ponder, acercándose deprisa a través del salón.
+++ Desconocido. El espacio fase actual contiene proto-historias en las cuales reaparece después de una fracción de segundo y otras donde nunca reaparece en absoluto. Debe restablecerse la claridad en este nuevo nodo +++
—¿Y nos lo dices ahora? —dijo el Decano.
+++ Acaba de ocurrir +++
—Pero —intentó el Decano— cuando miraste esta... historia antes, ¡esto no estaba ocurriendo!
+++ Correcto. Pero ése era el entonces de entonces, esto es el entonces de ahora. Algo ha sido cambiado. Conjeturo que es consecuencia de nuestras actividades. Y, habiendo ocurrido, siempre ha ocurrido, desde el punto de vista de un observador en Mundobola +++
—Es como una obra dramática, Decano —dijo Ponder Stibbons—. Los personajes ven exactamente el acto en el que están. No ven que el escenario cambia porque no es parte de la obra.
+++ A pesar de estar equivocada en cada sentido importante, ésa es una muy buena analogía +++ escribió Hex.
—¿Tienes alguna idea de donde está? —dijo Ridcully.
+++ No +++
—¡Bien, no te quedes allí sentado, hombre, encuéntralo!

Rincewind reapareció por encima del césped, y rodó con experiencia cuando golpeó el suelo. Los otros magos, para nada tan expertos en lidiar con las vicisitudes del mundo, yacían alrededor gimiendo o tambaleándose vacilantes.
—Ya se les pasará —dijo, mientras avanzaba hacia ellos—. Podrán vomitar un poco al principio. Otros síntomas del viaje inter-dimensional veloz son la pérdida de memoria a corto plazo, zumbidos en las orejas, estreñimiento, diarrea, arrebatos de calor, confusión, perplejidad, temor morboso a los pies, desorientación, nariz sangrante, punzadas en las orejas, gruñidos en el bazo, anadeos, y pérdida de memoria a corto plazo.
—Creo que me gustaría... como... terminar de su cosa vida... —murmuró un joven mago, gateando a través de la hierba húmeda. Cerca, otro mago se había sacado las botas y le estaba gritando a los dedos de su pie.
Rincewind suspiró y sujetó a un mago de edad, que estaba mirando a su alrededor como un cordero perdido. También estaba empapado, aparentemente había aterrizado en la fuente.
Le parecía conocido. Era imposible conocer a todos los magos en la UI, por supuesto, pero a éste lo había visto antes, definitivamente.
—¿Es usted el Director de Ranas Oblicuas? —dijo.
El hombre parpadeó.
—Yo... no lo sé —dijo—. ¿Lo soy?
—¿O el Profesor de Giratorios? —dijo Rincewind—. Solía escribir mi nombre en un trozo de papel antes de este tipo de cosas. Siempre ayuda. Usted se parece un poco al Profesor de Giratorios.
—¿De veras? —dijo el hombre.
Parecía un muy mal caso.
—Busquemos su sombrero puntiagudo y algo de cacao, ¿quiere? Pronto se sentirá...
El Equipaje aterrizó con un ruido sordo, se levantó sobre sus piernas, y se alejó trotando. El posible Profesor de Giratorios se quedó mirándolo.
—¿Eso? Oh, es sólo el Equipaje —dijo Rincewind. El hombre no se movió—. Madera de peral sapiente, ¿sabe? —continuó Rincewind, mirándolo con ansiedad—. Es madera muy inteligente. Ya no se puede conseguir madera muy inteligente, no por aquí.
—¿Se mueve? —dijo el posible profesor.
—Oh, sí. Por todos lados —dijo Rincewind.
—¡No he oído de ninguna vida vegetal que se mueva!
—¿De veras? Ojalá yo tampoco —dijo Rincewind, fervientemente, sujetando al hombre un poco más fuerte—. Vamos, después de una buena bebida caliente usted...
—¡Debo examinarlo atentamente! Soy conocedor, por supuesto, de la supuesta Mosca Venus...
—¡No, por favor no! —suplicó Rincewind, reteniendo al hombre—. ¡No puede botanizar al Equipaje!
El perplejo hombre miró a su alrededor con una desesperación que se estaba convirtiendo en cólera.
—¿Quién es usted, señor? ¿Dónde es este lugar? ¿Por qué todas esas personas llevan sombreros puntiagudos? ¿Es esto Oxford? ¡Qué me ha pasado!
Una fría sensación estaba ganando a Rincewind. Muy probablemente, sólo él entre todos los magos había leído las instrucciones de Ponder cuando llegaron por el hosco portador; valía la pena saber de qué podría tener que escapar. Una incluía la imagen de un hombre que parecía como si estuviera evolucionando todo por sí mismo, un efecto causado por el motín de pelo facial. Éste no era ese hombre. No todavía. Pero Rincewind podía ver que lo sería.
—Hum —dijo—, creo que debe venir y reunirse con personas.

A los magos les parecía que el Sr. Darwin tomaba todo muy bien, después de un grito inicial y muy comprensible.
Ayudó que le dijeran muchas mentiras. A nadie le gustaría que le dijeran que venía de un universo creado totalmente por accidente y, además, por el Decano. Sólo podía causar resentimientos. Si le dijeran que estaba conociendo a su creador, querría algo mejor.
Ponder y Hex lo resolvieron. La historia de Mundobola brindaba muchas oportunidades, después de todo.
—No sentí ningún golpe de rayo —dijo Darwin, mirando alrededor de la Sala Poco Común.
—Ah, no lo habría sentido —dijo Ponder—. Toda su fuerza lo lanzó aquí.
—Otro mundo... —dijo Darwin. Miró a los magos—. Y ustedes son... practicantes mágicos...
—Tome un poco más de jerez —dijo el Director de Estudios Indefinidos. El vaso de jerez en la mano de Darwin se llenó otra vez.
—¿Usted crea jerez? —dijo, aterrado.
—Oh no, se hace con uvas y rayos de sol y todo eso —dijo Ridcully—. Mi colega sólo lo sacó de la jarra allí. Es un truco simple.
—Somos todos muy buenos en eso —dijo el Decano alegremente.
—La magia es básicamente mover cosas de un lado a otro —dijo Ridcully, pero Darwin estaba mirando más allá de él. El Bibliotecario acababa de entrar sobre sus nudillos en la habitación, con la vieja túnica verde que usaba para ocasiones importantes o cuando se había bañado. Trepó a una silla y levantó un vaso; se llenó en un instante, y un plátano cayó en él.
—¡Eso es Pongo pongo! —dijo Darwin, apuntando con un dedo tembloroso—. ¡Un simio!
—¡Bien hecho, ese hombre! —dijo Ridcully—. ¡Le asombraría saber cuántas personas se equivocan! Es nuestro Bibliotecario. Muy bueno en eso, también. Ahora, Sr. Darwin, hay un asunto delicado que nosotros...
—Es otra visión, ¿verdad? —dijo Darwin—. Es mi salud, lo sé. He estado trabajando demasiado duro. —Tanteó la silla—. Pero esta madera se siente sólida. Este jerez está muy pasable. ¡Pero la magia no existe, debo decirle! —Al su lado, con un pequeño gorgoteo, su vaso se volvió a llenar.
—Espere un momento, señor, por favor —dijo Ponder—. ¿Dijo otra visión?
Darwin puso la cabeza entre sus manos.
—Pensé era una epifanía —gimió—. Pensé que el mismo Dios se me aparecía y me explicaba Su diseño. Tenía tanto sentido. Lo había relegado al estado de Promotor, pero ahora veo que es inmanente en Su creación, impartiendo dirección y significado a todo constantemente... o —levantó la mirada, parpadeando—, de modo que pensé...
Los magos se quedaron congelados. Entonces, muy cautelosamente, Ridcully dijo:
—Visita divina, ¿eh? ¿Y cuándo fue esto, exactamente?
—Habrá sido después del desayuno —gimió Darwin—. Estaba lloviendo, y entonces vi este extraño escarabajo en la ventana. La habitación se llenó con escarabajos...
Se detuvo, con la boca abierta; una delgada neblina azul lo rodeaba.
Ridcully bajó su mano.
—Bien, bien —dijo—. ¿Qué me dices de eso, Sr. Stibbons?
Ponder estaba rebuscando desesperadamente en los papeles de su tablilla.
—¡No tengo idea! —dijo—. ¡Hex no lo ha mencionado!
El Archicanciller sonrió la pequeña sonrisa horrorosa de alguien que siente que el juego, por fin, ha comenzado.
—Isla Mono, ¿recuerdan? —dijo Ridcully, mientras Darwin miraba fijo sin comprender—. ¿Un dios con algo sobre escarabajos?
—Más bien lo olvidé —Ponder se estremeció—. Pero, pero... no, no podría ser él. ¿Cómo podría meterse en Mundobola el Dios de la Evolución?
—¿De la misma manera que los Auditores? —dijo Ridcully—. Todas las cosas del continuumuum de espacio-tiempo que estamos haciendo, ¿quién podría decir que no estamos dejando algunas puertas entreabiertas? ¡Bien, no podemos permitir que el viejo chalado ande por allí! ¡Tú y Rincewind se reunirán conmigo en el Gran Salón en una hora!
Ponder recordaba al Dios de la Evolución, que se enorgullecía de desarrollar una criatura incluso mejor adecuada para sobrevivir que la humanidad. Era una cucaracha.
—Deberíamos irnos ahora mismo —dijo, con firmeza.
—¿Por qué? ¡Podemos movernos en el tiempo! —dijo Ridcully—. ¡Es el momento para que tú, Sr. Stibbons, busques alguna manera de matar a los Auditores!
—¡Son indestructibles, señor!
—¡De acuerdo... noventa minutos!



CAPÍTULO 20
Los secretos de la vida
La versión Mundodisco de la opinión de Darwin puede no ser la que a los historiadores de ciencia de Mundobola les gusta decirnos, pero las dos habrán convergido en la misma línea temporal si los magos logran derrotar a los Auditores, de modo que podamos concentrarnos en los efectos secundarios de esa convergencia. En todo caso algunas características son comunes en ambas versiones de la historia de Darwin, incluyendo simios, escarabajos, y avispas parasitarias. Por la observación de estos organismos, y muchos otros —especialmente esos confundidos percebes, por supuesto— Darwin fue conducido a su gran síntesis.
Hoy, ninguna área de la biología permanece inmune al descubrimiento de la evolución. La evidencia de que las especies de hoy evolucionaron de unas diferentes, y que este proceso todavía continúa, es abrumadora. Muy poca biología moderna tendría sentido sin la dominante estructura de la evolución. Si Darwin reencarnara hoy, reconocería muchas de sus ideas, quizás ligeramente reformuladas, en el conocimiento científico convencional. El gran principio de la selección natural sería una de ellas. Pero también observaría el debate, quizás incluso la controversia, sobre este pilar fundamental de su pensamiento. No si la selección natural ocurre, no si conduce mucho de la evolución; sino si es el único motor.
También encontraría muchas nuevas capas de detalles llenando algunas de las grietas en sus teorías. La más importante y trascendental de éstas es el ADN, la mágica molécula que porta la ‘información’ genética, la forma física de la herencia. Darwin estaba seguro de que los organismos podían pasar sus características a sus vástagos, pero no tenía idea de cómo era implementado este proceso, y qué forma física tomaba. Hoy estamos tan familiarizados con el papel de los genes, y su estructura química, que cualquier discusión posible de la evolución se concentra principalmente en la química del ADN. El papel de la selección natural, e incluso el papel de los organismos, ha sido minimizado: la molécula ha triunfado.
Queremos convencerle de que no seguirá siendo así.

La evolución por selección natural, el gran avance que Darwin y Wallace trajeron a la atención del público, en la actualidad es considerada ‘obvia’ por los científicos de la mayoría de las opiniones y por la mayoría de los no-especialistas fuera del Cinturón Bíblico de la USA. Este consenso ha surgido en parte por una percepción general de que la biología es ‘fácil’, que no es una ciencia realmente difícil de entender como la química o la física, y la mayoría de las personas piensan que saben de ella lo suficiente por una especie de ósmosis desde la información folklórica general. Esta suposición apareció graciosamente en la fiesta del Science Festival de Cheltenham en 2001, a cuando el Astrónomo Real Sir Martin Rees y otros dos astrónomos eminentes dieron charlas sobre Vida Allá Afuera.
Las charlas fueron sensatas e interesantes, pero no hicieron contacto con la verdadera biología moderna. Se basaban en esa clase de biología que se enseña actualmente en escuelas, la mayoría de la cual está unos treinta años desactualizada. Como casi toda la ciencia de la escuela, porque al menos se necesita todo ese tiempo para que las ideas ‘bajen’ desde las fronteras de la investigación hasta el aula. La mayor parte de la ‘matemática moderna’ tiene al menos 150 años de edad, de modo que una biología de treinta años es muy buena. Pero no se debería basar el pensamiento en ellas cuando se habla de ciencia de vanguardia.
Jack preguntó al público: «¿Qué pensarían ustedes de tres biólogos que hablan de la física del agujero negro en el centro de la galaxia?» El público aplaudió, entendiendo el punto, pero los científicos sobre la plataforma necesitaron de un par de minutos para comprender la simetría. Luego se sintieron tan arrepentidos como pudieron, sin perder su dignidad.

Esta clase de cosas ocurre a menudo, porque todos estamos tan familiarizados con la evolución que pensamos que la comprendemos. Dedicamos el resto de esta sección a un razonable relato de lo que piensa una persona corriente sobre la evolución. Va de este modo.
Había una vez un pequeño charco tibio lleno de químicos, y tontearon un poco y obtuvieron una ameba. La progenie de la ameba se multiplicó (porque era una buena ameba) y algunas de ellas tenían más bebés (algo gracioso aquí...) y algunas tenían menos, y algunas de ellas inventaron el sexo y lo pasaron mucho mejor después de eso. Porque las copias biológicas no eran muy buenas en aquellos días, todas sus progenies eran diferentes entre sí, portando varios errores de copia llamados mutaciones.
Casi todas las mutaciones eran malas, sobre el principio de que tirar una bala al azar a través de una pieza de maquinaria compleja no es posible que mejore su rendimiento, pero algunas eran buenas. Los animales con las buenas mutaciones tenían muchos más bebés, y ésos también tenían la buena mutación, de modo que crecían y se reproducían. Su progenie portaba la buena mutación hacia el futuro. Sin embargo, muchas más mutaciones malas se acumulaban, de modo que la selección natural las mataba. Afortunadamente, otra nueva mutación aparecía, que hacía una nueva característica para una nueva especie (mejores ojos, o aletas para nadar, o escamas), que era totalmente mejor y prevalecía.
Estas especies posteriores eran peces, y uno de ellos salió a la tierra, creciendo piernas y pulmones para hacerlo. De estos primeros anfibios surgieron los reptiles, especialmente los dinosaurios (mientras los peces poco aventureros presumiblemente estuvieron tonteando en el mar durante millones de años, esperando ser pescado frito con papas). Había algunos mamíferos pequeños y desconocidos, que sobrevivían saliendo por la noche y comiendo huevos de dinosaurio. Cuando los dinosaurios murieron, los mamíferos se apoderaron del planeta, y algunos evolucionaron en monos, luego simios, luego personas de la Edad de Piedra.
Entonces la evolución se detuvo, con amebas en charcos conformes con permanecer amebas y sin querer ser peces, peces sin querer ser dinosaurios sino sólo viviendo sus vidas de peces, los dinosaurios borrados por un meteorito. Los monos y los simios, habiendo visto lo que era estar en la cima de la evolución, ahora se están muriendo lentamente —excepto en los zoológicos, donde los mantienen para mostrarnos cómo solían ser nuestros progenitores. Ahora los humanos ocupan la rama más alta del árbol de la vida: ya que somos perfectos, la evolución ya no tiene dónde ir, y por eso se ha detenido.
Si nos pide más detalles, desenterraremos varias cosas que hemos aprendido, principalmente de los periódicos, sobre las cosas llamadas genes. Los genes están hechos de una molécula llamada ADN, que toma la forma de una doble hélice y contiene una especie de clave. La clave especifica de cómo hacer esa clase de organismo, de modo que el ADN humano contiene la información necesaria para hacer un humano, mientras que el ADN de gato contiene la información para un gato, y todo así. Porque la hélice del ADN es doble, puede ser separada, y las partes separadas pueden ser copiadas fácilmente, que es cómo las criaturas vivas se reproducen. El ADN es la molécula de la vida, y sin ella, la vida no existiría. Las mutaciones son errores de imprenta en el proceso de copia del ADN en los mensajes de vida.
Sus genes especifican todo sobre usted —si usted será homosexual o heterosexual, a qué clase de enfermedades será propenso, cuánto tiempo vivirá... incluso qué marca de automóvil preferirá. Ahora que la ciencia ha secuenciado el genoma humano, la secuencia de ADN para una persona, conocemos toda la información necesaria para hacer un humano, de modo que sabemos todo lo que hay que saber sobre cómo funcionan los seres humanos.
Algunos de nosotros podremos añadir que la mayor parte del ADN no está en forma de genes, sino que son sólo ‘cachivaches’ sobrantes de alguna parte distante de nuestra historia evolutiva. Los cachivaches consiguen un paseo gratis en la montaña rusa reproductora, y sobreviven porque son ‘egoístas’ y no les importa lo que le pasa a nada, excepto a sí mismos.

Aquí finaliza la visión folclórica de la evolución. La hemos parodiado un poco, pero tanto como usted podría esperar. La primera parte es una mentira-para-niños sobre la selección natural; la segunda parte está cerca del ‘neo-Darwinismo’, que ha sido el aceptado heredero intelectual de El Origen durante la mayor parte de los últimos 50 años. Darwin nos dijo qué ocurría en la evolución; el neo-Darwinismo nos dice cómo ocurre, y cómo ocurre es ADN.
No hay ninguna objeción a que el ADN sea fundamental para la vida sobre la Tierra. Pero casi todos los meses se hacen nuevos descubrimientos que cambian profundamente nuestra opinión de la evolución, la genética, y el crecimiento y diversificación de las criaturas vivientes. Éste es un vasto tema, y lo mejor que podemos hacer aquí es mostrarle algunos descubrimientos significativos y explicar por qué son significativos.
Exactamente como la física reemplazaba a Newton por Einstein, había una importante revolución en los dogmas básicos de la biología, de modo que ahora tenemos una visión diferente y más universal sobre qué impulsa la evolución. El punto de vista evolutivo ‘folklórico’: «Tengo esta nueva mutación. Me he convertido en un nuevo tipo de criatura. ¿Va a ser bueno para mí?», no es la manera en que piensan los biólogos modernos.
Hay muchas cosas equivocadas en nuestra historia folclórica de la evolución. De hecho la hemos construido así deliberadamente para que cada detalle esté equivocado. Sin embargo, no es muy diferente de muchos relatos en los libros de ciencia popular y en los programas de la televisión. Supone que los animales primitivos vivos hoy son nuestros antepasados, cuando son nuestros primos. Supone que ‘vinimos de’ los simios, cuando por supuesto el antepasado parecido a un simio del hombre es la misma criatura que el antepasado parecido a un humano de los simios modernos. Más seriamente, se supone que las mutaciones en el material genético, los cambios entre los que la selección natural tiene que trabajar —eso es, seleccionar entre— son verificados tan pronto aparecen, y etiquetados ‘malos’ (el organismo muere, o por lo menos deja de reproducirse) o ‘buenos’ (el animal aporta su progenie al futuro).
Hasta comienzos de los 60, también era lo que la mayoría de los biólogos pensaba. Efectivamente, dos biólogos muy famosos, J. B. S. Haldane y Sir Ronald Fisher, produjeron importantes trabajos a mediados de los 50 adhiriendo a esa opinión. Ellos creían que en una población de unos 1.000 organismos sólo cerca de un tercio de la población reproductible podía ‘perderse’ por malas variantes genéticas, o podía ser desalojado por organismos portadores de mejores versiones, sin que la población avanzara hacia la extinción. Calcularon que sólo unos diez genes podían tener variantes (conocidas como ‘aleles’) que aumentaban o disminuían como proporciones de la población. Quizás veinte genes podían estar cambiando de este modo, si no eran muy diferentes en ‘adecuación’ de los aleles comunes. Esta imagen de la población implicaba que casi todos los organismos de una especie determinada debían tener casi la misma composición genética, excepto algunos que portaban los buenos aleles nuevos, y ganadores, o los malos aleles que se iban. Estas excepciones eran mutantes, descriptas famosa y estúpidamente en muchas películas de ciencia ficción.
Sin embargo, a comienzos de los 60 el grupo de Richard Lewontin aprovechó una nueva manera de investigar la genética de los organismos en la naturaleza (o cualquiera). Miraron cuántas versiones de proteínas comunes podían encontrar en la sangre, o en fragmentos de células. Si sólo había una versión, el organismo había recibido el mismo alele de ambos padres: el término técnico aquí es ‘homocigótico’. Si había dos versiones, había recibido aleles diferentes de cada padre, y por eso era ‘heterocigótico’.
Lo que encontraron era totalmente incompatible con la imagen Fisher-Haldane.
Encontraron, y esto ha sido ampliamente confirmado en miles de poblaciones salvajes desde entonces, que en la mayoría de los organismos aproximadamente el 10% de los genes son heterocigóticos. Ahora sabemos, gracias al Proyecto Genoma Humano, que los seres humanos tienen unos 34.000 genes. De modo que unos 3.400 son heterocigóticos en cualquier individuo, en lugar de los diez, más o menos, pronosticados por Haldane y Fisher.
Además, si se hacen muestras de muchos organismos diferentes, resulta que aproximadamente un tercio de todos genes tienen aleles variantes. Algunos son raros, pero muchos de ellos ocurren en más del 1% de la población.
No hay ninguna manera en que esta imagen del mundo real de la estructura genética de la población pueda conciliarse con la visión clásica. Casi toda la selección natural actual debe discriminar entre diferentes combinaciones de mutaciones antiguas. El asunto no es que llega una nueva mutación y el resultado está inmediatamente sujeto a la selección: en cambio, esa mutación debe andar por allí típicamente, durante millones de años, hasta que eventualmente termina jugando un papel que marca una diferencia suficiente para que la selección natural se fije en ella, y reaccione.
Con visión retrospectiva, es ahora obvio que todas razas de perros existentes en la actualidad deben haber estado ‘disponibles’ —en el sentido de que ya existían los alleles necesarios, en alguna parte, en la población— en los originales lobos domesticados. Simplemente no hubo tiempo para acumular las necesarias mutaciones en los perros modernos. Darwin sabía de la cantidad de variedades crípticas y manifiestas de las palomas, también. Pero sus sucesores, animados sobre el rastro de la base molecular de la vida, olvidaron los lobos y las palomas. Casi olvidaron las células. El ADN era bastante complicado: la biología de la célula era imposible, y en cuanto a conocer un organismo...
El descubrimiento de Lewontin fue un significativo punto decisivo en nuestro conocimiento de la herencia y la evolución. Era por lo menos tan radical como la mucho mejor divulgada revolución que reemplazó la física de Newton por la de Einstein, y fue posiblemente más importante. Veremos que más o menos en el último año hubo otra revisión, aún más radical, de nuestro pensamiento sobre el control de la biología de la célula y el desarrollo por genes. Se hizo un control de realidad a todo el dogma sobre el ADN, mensajero del ARN, y a las proteínas, y los ‘auditores’ internos de la ciencia lo han convertido en algo tan arcaico como la genética de la población de Fisher.

Comúnmente se supone —no sólo los productores corrientes de programas de televisión de media hora sobre ciencia popular, sino también la mayoría de los autores de libros de ciencia popular— que ahora que sabemos sobre el ADN, el ‘secreto de la vida’, la evolución y sus mecanismos son un libro abierto. Poco después del descubrimiento de la estructura del ADN y su mecanismo de reproducción por James Watson y Francis Crick, a fines de los 50, los medios de comunicación —y libros de texto de biología en todos los niveles— empezaron a referirse a él como el ‘diseño para la vida’. Muchos libros, culminando con El Gen Egoísta de Dawkins en los 70, promocionaban la opinión de que al conocer el mecanismo de la herencia, habíamos encontrado la clave de todos los importantes enigmas de la biología y la medicina, especialmente de la evolución.
Pronto habría una importante tragedia, resultado de una aplicación médica de esa opinión equivocada. El sedante talidomida era prescrito en forma creciente, y comprado sin receta médica, para tratar las náuseas y otros malestares menores en las primeras semanas del embarazo.
Sólo más tarde se descubrió que en una pequeña proporción de casos, la talidomida podía causar un tipo de defecto congénito conocido como focomelia, en la que los brazos y las piernas son reemplazados por versiones parcialmente desarrolladas que parecen las aletas de una foca.
Necesitaron de algún tiempo para que alguien lo notara, en parte porque pocos médicos generales tenían experiencia sobre la focomelia antes de 1957. De hecho, pocos de ellos jamás habían visto un caso en absoluto, pero después de 1957 empezaron a ver dos o tres por año. Una segunda razón fue que era muy difícil relacionar este defecto a una poción o tratamiento en particular: se sabe que las mujeres embarazadas toman una gran variedad de aditivos alimenticios, y a menudo no recuerdan precisamente qué han tomado. Sin embargo, para 1961 algún trabajo de investigación médica había conectado la avalancha de focomelia con la talidomida.
Los médicos estadounidenses se felicitaron por haber evitado la patología, porque Frances Kelsey, una trabajadora médica de la Food and Drug Administration [administración de alimentos y fármacos], había expresado recelos sobre las pruebas originales de la droga sobre animales. Su desconfianza al final resultó infundada, pero evitó muchos sufrimientos en los EE.UU. Ella notó que la droga no había sido probada sobre animales embarazados, porque en ese momento no se pedían tales pruebas. Todos sabían que el embrión tenía su propio plan de desarrollo, muy separado del de la madre. Sin embargo, embriólogos entrenados en departamentos de biología, distintos de los embriólogos médicos, conocían el trabajo de Cecil Stockard, Edward Conklin, y otros embriólogos de los 20. Ellos habían demostrado que muchos químicos comunes podían causar monstruosos defectos de desarrollo. Por ejemplo, las sales de litio inducían fácilmente la ciclopía, un único ojo central, en embriones de pez. Estas rutas alternativas de desarrollo, inducidas por cambios químicos, nos han enseñado mucho sobre el desarrollo biológico de los organismos, y cómo controlarlo.
También nos han enseñado que el desarrollo de un organismo no está rígidamente determinado por el ADN de sus células. Las agresiones ambientales pueden empujar el curso del desarrollo a lo largo de rutas patológicas. Además, la genética de los organismos, particularmente de los organismos salvajes, está habitualmente organizada de modo que el desarrollo ‘normal’ ocurre a pesar de una variedad de agresiones ambientales, e incluso a pesar de los cambios en algunos de los genes. Este supuesto desarrollo ‘canalizado’ es muy importante en los procesos evolutivos, porque siempre hay variaciones de temperatura, desequilibrios y agresiones químicos, y bacterias y virus parasitarios; el organismo en crecimiento debe ser ‘protegido’ de estas variaciones. Debe tener rutas de desarrollo versátiles para asegurar que produzca la ‘misma’ criatura bien adaptada, sea lo que sea que haga el ambiente. Dentro de límites razonables, en todo caso.
Hay muchas tácticas y estrategias de desarrollo que ayudan a lograrlo. Van desde simples trucos como la proteína HSP90 al muy ingenioso intercambio mamífero.

HSP significa ‘proteína de choque térmico’. Hay unas 30 de estas proteínas, y se producen en la mayoría de las células como respuesta a un cambio repentino y no muy severo de temperatura. Un conjunto diferente de proteínas se producen como respuesta a otros impactos; ésta es llamada HSP90 por el lugar que ocupa en una lista mucho más larga de proteínas de células. La HSP90, como la mayoría de las HSP, es una chaperonina: su trabajo es abrazar a otras proteínas durante su construcción, de modo que cuando la larga línea de aminoácidos se dobla consigue la forma ‘correcta’. La HSP90 es muy buena haciendo la forma ‘correcta’ —incluso si el gen que especifica la proteína chaperonina ha acumulado muchas mutaciones. De modo que el organismo resultante no ‘nota’ las mutaciones; la proteína es ‘normal’ y el organismo se ve y actúa como su forma ancestral.
Sin embargo, si hay un impacto de calor u otra emergencia durante el desarrollo, la HSP90 es desviada de su papel como chaperonina, y otras chaperoninas menos poderosas permiten que las diferencias mutantes se expresen en la mayor parte de la progenie. El efecto que esto tiene sobre la evolución es el de mantener a los organismos iguales hasta que hay una tensión ambiental, cuando de repente en una generación aparecen montones de diferencias antes escondidas, pero heredables.
La mayoría de los libros que describen la evolución parecen suponer que cada vez que hay una mutación, inmediatamente el ambiente la juzga buena o mala... pero un pequeño truco, la HSP90, que está presente en la mayoría de los animales y muchas bacterias, convierte en disparate esa aseveración. Y desde el descubrimiento de Lewontin, que un tercio de los genes tienen variantes comunes en poblaciones salvajes y que todos los organismos portan muchas de ellas, está claro que las antiguas mutaciones son continuamente probadas en diferentes combinaciones modernas, mientras que los efectos potenciales de las mutaciones más recientes son ocultados por la HSP90 y su variedad.

El truco empleado por los mamíferos es mucho más complejo y tiene mayor alcance. Reorganizaron sus genes, y se libraron de un montón de complicaciones genéticas de las que sus antepasados anfibios dependían, adoptando una estrategia de desarrollo nueva y más controlada. La mayoría de las ranas y peces, cuyos huevos habitualmente tropiezan con grandes diferencias y cambios de temperatura durante cada embriología, se aseguran de que resulte la ‘misma’ larva y luego el mismo adulto. Piense en las huevas de rana en una laguna inglesa congelada, calentándose hasta los 35º C durante el día mientras procede el delicado desarrollo temprano; luego salen los pequeños renacuajos y tienen que tolerar estos cambios de temperatura. Ahora piense en las poquísimas ranas que salen de esos renacuajos.
La mayoría de las reacciones químicas, incluso muchas bioquímicas, ocurren a ritmos diferentes si la temperatura es diferente. Sólo se obtiene una rana si todos los diferentes procesos de desarrollo encajan eficazmente, y el ritmo es crucial. ¿De modo que cómo funciona el desarrollo de una rana en realidad, dado que el ambiente cambia tan rápida y repetidamente?
La respuesta es que el genoma de la rana ‘contiene’ muchos planes de contingencia diferentes, para muchas situaciones ambientales diferentes. Hay muchas versiones diferentes de cada una de las enzimas y otras proteínas que necesita el desarrollo de la rana. Todas ellas son puestas en el huevo mientras está en el ovario de la rana madre. Quizás haya no menos de diez versiones de cada una, apropiadas a diferentes temperaturas (enzimas rápidas para temperaturas bajas, perezosas para temperaturas más altas, para mantener igual la duración del desarrollo), y tienen ‘etiquetas’ en los paquetes que las contienen, de modo que el embrión puede escoger cuál usar de acuerdo con su temperatura. Los animales cuyo desarrollo debe ser protegido de esta manera utilizan mucho de su programa genético para instalar planes de contingencia para muchas otras variables, además de la temperatura.
Los mamíferos ingeniosamente evitaron todas estas vueltas, haciendo a sus hembras termostáticamente controladas —‘de sangre caliente’. Lo que cuenta no es la temperatura de la sangre, sino el sistema que la mantiene a una temperatura constante. El útero perfectamente controlado mantiene fuera de los embriones todas las otras variables, también, desde venenos hasta predadores. Probablemente le ‘cuesta’ mucho menos a la programación del ADN asumir esta estrategia, también.
Este truco, desarrollado por los mamíferos, porta un mensaje importante. Preguntar cuánta información pasa a través de las generaciones en el plano del ADN, como a menudo preguntan los libros de texto y sofisticados manuales de investigación, es errar el punto. Es más importante y mucho más interesante cómo son usados los genes y las proteínas, que cuántos genes o proteínas hay en una criatura en particular. Los peces de pulmones y algunas salamandras, incluso algunas amebas, tienen más de cincuenta veces el ADN que nosotros los mamíferos. ¿Qué dice esto sobre la complejidad de estas criaturas, comparadas con nosotros?
Absolutamente nada.
Los trucos como la HSP90, y las estrategias como la sangre caliente y mantener el desarrollo dentro de la madre, significan que la información del ADN al estilo contar-frijoles es irrelevante. Lo que cuenta es lo que significa el ADN, no qué tan grande es. Y el significado depende del contexto, tanto como el contenido: no se puede regular la temperatura del útero a menos que su contexto (es decir, la madre) tenga uno.
El punto de vista ingenuo de la ‘mutación’, relacionado con tendenciosas interpretaciones de la función del ADN en términos de la ‘teoría de la información’, está a menudo relacionado con ignorancia de la biología en otras áreas. Un ejemplo es la biología de la radiación y la simple ecología como las ven los ‘activistas conservacionistas’. Algunos de estos voluntarios encontraron ranas de cinco patas y otros ‘monstruos’ vientos abajo del sitio de Chernobil, años después del accidente nuclear, pero mientras los niveles de radiación todavía eran perceptiblemente altos. Afirmaron que los monstruos eran mutantes, causados por la radiación. Sin embargo otros trabajadores encontraron después la misma cantidad de supuestos mutantes vientos arriba del sitio del reactor.
Resultó que la mejor explicación no tenía nada que ver con las ranas mutantes. Era la ausencia de sus predadores habituales, búhos, halcones y serpientes, porque había muchos humanos caminando por allí. Los renacuajos de la rana palustris de Chernobil no produjeron más de estas patologías que los de otras muestras de huevas de rana no sometidas a la radiación en lagunas a algunas decenas de kilómetros de distancia, y sobrevivieron unos altos porcentajes de ambos. Habitualmente, en las ranas temporarias británicas es muy difícil conseguir el 10% de adultos normales, o incluso de las disponibles en el laboratorio, pero no producen miembros adicionales como las palustris. Es normal el caso, por supuesto, que la producción de unos 10.000 huevos de una rana hembra en su vida resulte en algunos muy selectos —y por lo tanto ‘normales’— supervivientes, y en promedio sólo dos criadores. Pero a los ecologistas no les gusta pensar en esta aritmética reproductiva, con todas esas muertes.

Aquí hay otro asunto, otra vez elegido de la literatura de la talidomida, que demuestra cómo equivoca el punto el discurso de Lamarck, o de las ‘mutaciones’.
Algunos de los niños afectados por la talidomida se han casado entre sí, y varias de estas parejas produjeron niños focomélicos. La deducción obvia, desde el punto de vista folclórico del ADN, es que el ADN de la primera generación debe haber sido alterado, de modo que produjo el mismo efecto en la siguiente. De hecho, este efecto se ve, a primera vista, como un efecto Lamarck: la herencia de las características adquiridas. Efectivamente, parece una clásica demostración de tal herencia, tan convincente como si el corte de las colas de los terrier resultara en cachorros nacidos con colas pequeñas. Sin embargo, es en realidad una lección para no intentar explicar las cosas ‘a primera vista’, como hicieron los conservacionistas con las ranas anormales.
Es muy tentador hacer exactamente eso, cuando en la mente la idea de la herencia es que un gen lleva a una característica, de modo que si se tiene una característica se tiene el gen, y viceversa. Las cifras de la literatura epidemiológica sugieren que en el espacio de algunos años a ambos lados de 1960, aproximadamente 4 millones de mujeres tomaron talidomida en el momento crítico durante la gestación. De ésas, unos 15.000-18.000 fetos estaban dañados; 12.000 nacieron con defectos, y unos 8.000 sobrevivieron el primer año. En otras palabras, el curso natural del desarrollo seleccionó sólo 1 en 500 que mostraron efectos adversos. La proporción de niños nacidos sin defectos detectables fue mucho, mucho más alta. Y ese hecho cambia nuestra opinión sobre la razón probable porque los niños con dos padres de talidomida sufrieron focomelia, a la siguiente.
Conrad Waddington demostró un fenómeno llamado ‘asimilación genética’. Empezó con una población genéticamente diversa de moscas de la fruta salvajes, y descubrió que aproximadamente una en 15.000 de sus crisálidas, cuando se calentaban, producían una mosca sin la veta cruzada en el ala. Estas moscas ‘sin-cruz’ se veían exactamente como algunas moscas mutantes muy raras que aparecían ocasionalmente en la naturaleza, exactamente como los ocasionales niños genéticamente focomélicos aparecían antes de la talidomida. Reproduciendo las moscas que respondían al tratamiento, Waddington seleccionó según un umbral más y más bajo de respuesta. En algunas decenas de generaciones, había seleccionado moscas que reproducían fielmente el rasgo de la ausencia de cruz, presentándose con regularidad sin que nadie calentara las crisálidas. Esto podría parecer una herencia tipo Lamarck, pero no lo es. Es asimilación genética. Los experimentos seleccionaron moscas que no tenían ninguna veta en cruz en umbrales de temperatura más y más bajos. Al final, seleccionaron moscas que no tenían ninguna cruz a temperaturas ‘normales’.
De manera similar, la asimilación genética provee una mucho mejor explicación que Lamarck para los niños focomélicos de padres modificados por la talidomida. Hemos seleccionado, de 4 millones de fetos, los que responden a talidomida con focomelia. No es sorprendente que cuando se casan entre sí, producen algunas progenies cuyo umbral es muy bajo —bajo cero, a decir verdad. Son tan propensos a producir focomelia que lo hacen sin la talidomida, exactamente como las moscas de Waddington llegaron a producir progenies sin cruz sin calentar las crisálidas.

Una de las cosas que realmente preocupaban a Darwin era la existencia de avispas parasitarias —un hecho que ha influido en nuestro relato de Mundodisco, pero que ha quedado sin discutir en los comentarios científicos hasta ahora. Las avispas parasitarias ponen sus huevos en las larvas de otros insectos, de modo que cuando los huevos de la avispa se convierten en larvas, se comen a sus anfitriones. Darwin pensaba que esto podría haber ocurrido en el terreno evolutivo, pero le parecía algo inmoral. Era consciente de que las avispas no tienen un sentido moral, pero lo veía como una especie de falla de parte del creador de las avispas. Si Dios diseñó cada especie sobre la Tierra, por un propósito especial —que es lo que la mayoría de las personas creían en ese momento— entonces Dios había diseñado deliberadamente las avispas parasitarias, cuyo propósito era comer otras especies de insectos, también diseñados por Dios. Para ser comidos, presumiblemente.
Darwin estaba fascinado por tales avispas, desde que se encontró con ellas en la bahía de Botafogo, Brasil. Eventualmente quedó satisfecho —aunque no sus sucesores— con que Dios había encontrado necesario permitir la existencia y evolución de las avispas parasitarias para llegar a los humanos. A esto alude la cita al final del Capítulo 10. Esa particular explicación ha perdido predilección entre los biólogos, junto con todas las interpretaciones deístas. Las avispas parasitarias existen porque hay algo para que ellas parasiten —de modo que por qué no hacerlo. Efectivamente, las avispas parasitarias juegan un papel muy importante en el control de muchas otras poblaciones de insectos: casi un tercio de todas las poblaciones de insectos que a los humanos les gusta etiquetar como ‘plagas’ son mantenidas a raya de esta manera. Tal vez fueron creadas para que los humanos fueran posibles... De todos modos, las avispas que desconcertaban tanto a Darwin todavía tienen mucho que decirnos, y el más reciente descubrimiento sobre ellas amenaza con anular varias creencias preciadas.
Estrictamente, el descubrimiento no se refiere tanto a las avispas, sino a algunos virus que las infectan... o que son simbióticos con ellas. Son llamados virus-poli-ADN.
Cuando la avispa madre inyecta sus huevos en alguna desprevenida larva, como una oruga, también inyecta una sólida dosis de virus, entre otros los llamados virus-poli-ADN. La oruga no sólo recibe un parásito, recibe una infección. Los genes del virus producen proteínas que interfieren con el sistema inmunológico de la propia oruga, evitando que reaccione frente al parásito y quizás lo rechace. De modo que las larvas de la avispa se comen alegremente a la oruga, y con suficiente tiempo se transforman en avispas adultas.
Ahora, cualquier avispa parasitaria adulta que se respete obviamente necesita su propia dotación de virus-poli-ADN. ¿De dónde los obtiene? De la oruga de la que se alimentó. Y los recibe (exactamente como la madre) no como un ‘organismo’ infectivo separado, sino como lo que se llama un provirus: una secuencia de ADN integrada en el propio genoma de la avispa.
Muchos genomas, probablemente la mayoría si no todos, incluyen varias partes de virus de este modo. Los nuestros las incluyen indudablemente. El transporte de ADN por los virus parece haber sido una importante característica de la evolución.
En 2004 un equipo dirigido por Eric Espagne descubrió la secuencia ADN de un virus-poli-ADN y encontraron que era dramáticamente diferente de lo que cualquiera había esperado. Los típicos genomas de virus son muy diferentes de los de los ‘eucariotas’ —organismos cuyas células tienen un núcleo, grupo que incluye a la mayoría de las criaturas multicelulares y a muchas unicelulares, pero no a las bacterias. Las secuencias de ADN de la mayoría de los genes eucariotas consisten en ‘exones’, breves secuencias que colectivamente codifican para proteínas, separadas por otras secuencias llamadas intrones, que son recortadas cuando el código se convierte en la proteína apropiada. Los genes virales son relativamente simples, y típicamente no contienen intrones. Consisten en secuencias codificadas y conectadas que especifican proteínas. Este particular genoma de virus-poli-ADN, por contraste, sí contiene intrones, un montón de ellos. El genoma es complejo, y se parece mucho más a un genoma eucariota que a uno viral. Los autores llegan a la conclusión de que los genomas de virus-poli-ADN constituyen ‘armas biológicas dirigidas por las avispas contra sus anfitriones’. De modo que se ven más como el genoma del enemigo que el de un virus corriente.
Numerosos ejemplos, viejos y nuevos, refutan todos los aspectos de la versión folklórica de la evolución y del ADN. Terminamos con uno que parece en especial importante, descubierto en fecha muy reciente, y cuya significancia se está volviendo seriamente evidente para la comunidad biológica. Es tal vez el impacto más severo que biología de la célula ha recibido desde el descubrimiento del ADN y del maravilloso ‘dogma central’: el ADN especifica el mensajero-ARN que especifica las proteínas. El descubrimiento no fue hecho a través de un gran programa de investigación muy publicitado como el proyecto del genoma humano. Lo hizo alguien que se preguntaba por qué sus petunias se habían vuelto rayadas. Cuando todo el mundo está persiguiendo ‘al’ genoma humano, no es fácil conseguir subvenciones de investigación para trabajar sobre petunias rayadas. Pero lo que las petunias revelaron sería con toda probabilidad mucho más importante para la medicina que todo el proyecto del genoma humano.
Porque las proteínas son la estructura de las criaturas vivas, y porque como enzimas controlan los procesos de la vida, parecía obvio que el ADN controlaba la vida, que podemos ‘mapear’ el código del ADN en todas las funciones importantes de la vida. Podíamos asignar una función a cada proteína, de modo que podíamos suponer que el ADN que codificaba esa proteína era en última instancia o básicamente responsable de la función correspondiente. Los primeros libros de Dawkins reforzaron la idea de un gen, una proteína, una función (aunque con cautela advirtió a sus lectores que no quería dar esa impresión), y esto alentó exageraciones de los medios, como llamar al genoma humano el Libro de la Vida. Y la imagen del ‘gen egoísta’ hizo completamente creíble que inmensas prolongaciones del genoma estaban presentes por razones únicamente egoístas —es decir, sin ninguna razón relacionada con el organismo involucrado.
Los biólogos empleados —como tantos ahora— en las industrias de biotecnología para la agricultura, farmacia, medicina, e incluso en algunos proyectos de ingeniería (no queremos decir exactamente ‘ingeniería genética’ sino haciendo mejores aceites para motor), todos suscriben el dogma principal, con unas pocas modificaciones menores y excepciones. Todos han sido informados de que casi todo el ADN en el genoma humano es ‘cachivache’, no un código para proteínas, y que aunque algo de él podría ser importante para los procesos de desarrollo o para controlar algunos de los genes ‘reales’, en realidad no necesitan preocuparse por eso.
Lo cierto es que un montón de ADN cachivache parece estar trascripto en el ARN, pero sólo son cortos tramos que aparecen brevemente en los fluidos de la célula y no necesitan ser considerados cuando se están haciendo las importantes cosas de hacer-proteínas con los genes verdaderos. Recuerde que las secuencias de ADN de los genes verdaderos consisten en un mosaico de ‘exones’ que codifican proteínas, separados por otras secuencias llamadas intrones. Los intrones tienen que ser quitados de las copias del ARN para obtener las secuencias reales de codificación de proteína, llamadas mensajeros-ARN, que se atan a los ribosomas como cintas en un casete. Los mensajeros-ARN determinan qué proteínas serán producidas, y tienen secuencias en los extremos que los etiquetan para hacer muchas copias de una proteína o para su destrucción después de sólo un par de moléculas de proteína.
Nadie se preocupaba por esos intrones recortados, apenas trozos de ARN que derivaban sin rumbo por allí en la célula hasta que las enzimas los disolvían. Ahora sí importan. Escribiendo en el Scientific American de octubre de 2004, John Mattick informa que ----
El dogma central es deplorablemente incompleto para describir la biología molecular de los eucariotas. Las proteínas sí juegan un papel en la regulación de la expresión eucariótica de un gen, además de un sistema regulador escondido y paralelo compuesto de ARN que actúa directamente sobre el ADN, el ARN y las proteínas. Esta red de señales de ARN, pasada por alto, podría ser lo que le permite a los humanos, por ejemplo, lograr complejidad estructural mucho más que cualquier cosa vista en el mundo unicelular.
Unas petunias lo pusieron en claro. En 1990, Richard Jorgensen y sus colegas estaban tratando de producir nuevas variedades de petunias, con colores más interesantes y más vivos. Un enfoque obvio fue producir con ingeniería dentro del genoma de la petunia algunas copias adicionales del gen que codificaba una enzima involucrada en la producción del pigmento. Más enzima, más pigmento. ¿Correcto?
Equivocado.
¿Menos pigmento?
No, no exactamente. Lo que antes era un pétalo de color uniforme se volvió rayado. En algunos lugares el pigmento era producido, en otros lugares no. Este efecto fue tan sorprendente que los biólogos de plantas trataron de averiguar exactamente por qué estaba ocurriendo. Y lo que encontraron fue ‘interferencia ARN’. Ciertas secuencias de ARN pueden clausurar un gene, evitando que haga proteína. Ocurre en muchos otros organismos también. De hecho, está sumamente extendido. Y sugiere algo extraordinariamente importante.
La gran pregunta en esta área, hecha muchas veces e ignorada en gran parte, ha sido siempre: si los intrones (que ocupan por completo una vigésima parte de un típico gen de codificación de proteína) no tienen función biológica, ¿por qué están ahí? Es fácil descartarlos como reliquias de algún débil pasado evolutivo, ya inútil, dando vueltas por allí porque la selección natural no puede librarse de cosas que son inofensivas. Aún así, todavía podemos preguntarnos si los intrones están presentes porque tienen alguna función útil, una que todavía no hemos descubierto. Y está empezando a parecer como si ése fuera el caso.
Para empezar, los intrones no son tan antiguos. Ahora parece que fueron incorporados en el genoma humano más o menos recientemente. Es probable que estén relacionados con elementos genéticos móviles conocidos como intrones del grupo II, que es una forma ‘parasitaria’ de ADN que puede invadir los genomas del anfitrión y luego retirarse cuando el ADN se expresa como ARN. Además, ahora parece jugar un papel como ‘señal’ en la regulación de los procesos genéticos. Un intrón puede ser relativamente corto, comparado con las largas secuencias de codificación de proteína que surgen cuando los intrones son quitados, pero una señal corta tiene sus ventajas y puede hacer mucho. En efecto, los intrones podrían ser ‘mensajes de texto’ genéticos en el teléfono móvil de la vida. Corto, barato, y muy efectivo. Un ‘código’ con base ARN, corriendo en paralelo a la doble hélice de ADN, puede afectar la actividad de la célula muy directamente. Una secuencia de ARN puede actuar como una señal muy específica y bien definida, dirigiendo las moléculas de ARN a sus objetivos en el ARN o en el ADN.

Las pruebas de la existencia de tal sistema de señales son razonables, pero todavía no innegables. Si tal sistema existe, claramente tiene el potencial de resolver muchos misterios biológicos. Un gran enigma sobre el genoma humano es que sus 34.000 genes logran codificar más de 100.000 proteínas. Evidentemente ‘un gen, una proteína’ no funciona. Un sistema escondido de señales ARN podría hacer que un gen produjera varias proteínas, dependiendo de lo que especifique la señal ARN acompañante. Otro enigma es la complejidad de los eucariotas, especialmente la explosión del Cambriano de hace 525 millones de años, cuando la gama de planos-de-cuerpos terrestres se diversificó de repente fuera de todo reconocimiento; efectivamente, era más diversa que ahora. Quizás el hipotético sistema de señales ARN comenzó a despegar en ese momento. Y es ampliamente sabido que el genoma del humano y del chimpancé son asombrosamente similares (aunque el grado de similitud parece no ser el 98% tan citado incluso hasta hace algunos años). Si nuestras señales ARN son significativamente diferentes, ésa sería una manera de explicar por qué los humanos no nos parecemos muchísimo a los chimpancés.
De todos modos, parece que todo ese ADN ‘cachivache’ en el genoma no es cachivache en absoluto. Por el contrario, podría ser una parte crucial de lo que nos hace humanos.
Esta lección es entendida por esos socios de las avispas parasitarias, los simbióticos virus-poli-ADN, enterrados y escondidos dentro del propio ADN de las avispas. Hay un mensaje ahí sobre la evolución humana, y es uno muy extraño.
La secuencia del genoma podría haber sido sobre-vendido como una respuesta a las enfermedades humanas, pero es muy buena ciencia básica. Las actividades de los secuenciadores han revelado que las avispas no son los únicos organismos que tienen partes de ADN viral por allí en sus genomas. De hecho, la mayoría de las criaturas los tienen, incluso los humanos. El genoma humano incluso contiene un genoma viral completo, y sólo uno, llamado ERV-3 (Retrovirus Endógeno). Esto podría parecer una rareza evolutiva, un trozo de ‘cachivache ADN’ que es realmente cachivache... pero, en realidad, sin él ninguno de nosotros estaría aquí. Juega el papel absolutamente crucial de evitar el rechazo del feto por la madre. El sistema inmunológico de la madre ‘debería’ reconocer el tejido de un bebé en vías de desarrollo como ‘extraño’, y activar las acciones para librarse de él. Por ‘debería’ aquí queremos decir que esto es lo que el sistema inmunizado normalmente hace con los tejidos que no son los de la madre.
En apariencia, la proteína ERV-3 se parece mucho a otra llamada p15E, que es parte de un sistema defensivo extendido usado por los virus para evitar que sus anfitriones los maten. La proteína p15E evita que los linfocitos, un fundamental tipo de célula en el sistema inmunológico, respondan a los antígenos, moléculas que revelan la naturaleza extraña del virus. En alguna etapa durante la evolución de los mamíferos, este sistema defensivo fue robado de los virus y utilizado para evitar que la placenta de la hembra responda a los antígenos que revelan la naturaleza extraña del padre del feto. Quizás sobre el principio de ser colgado por una oveja también por un cordero, el genoma humano decidió por todo el cerdo y robó el genoma retroviral entero.
Cuando la evolución llevó a cabo el robo, sin embargo, no sólo se deshizo de su botín dentro de la inalterada secuencia del ADN humano. Tiró un par de intrones, también, dividiendo el ERV-3 en varios trozos separados. Está completo, pero no conectado. No importa: las enzimas pueden recortar los intrones fácilmente cuando esa parte del ADN es convertida en proteína. Pero nadie sabe por qué están ahí los intrones. Podrían ser una intrusión accidental. O —siguiendo la idea de la interferencia ARN— podrían ser mucho más importantes. Esos intrones podrían ser una parte importante del sistema regulador genético, ‘mensajes de texto’ que permiten que la placenta use ERV-3 sin correr el riesgo de soltar el virus correspondiente.
De todos modos, para lo que sea que los intrones estén, la sangre caliente no es el único truco que logró encontrar y aprovechar la evolución de los mamíferos.
También se permitió el robo al por mayor del genoma de un virus, para evitar que el sistema inmunológico de la madre echara a patadas al benjamín porque ‘apestaba’ al padre. Y también recibimos otra lección y es que el ADN no es egoísta. El ERV-3 está presente en el genoma humano, pero no porque es un trozo de cachivache que se copia junto con todo lo demás y permanece porque no hace daño. Está ahí porque, en un sentido muy real, los humanos no podrían sobrevivir —ni siquiera podrían reproducirse— sin él.



CAPÍTULO 21
Sorpresa de turrón
La actividad en el Gran Salón estaba disminuyendo ahora. A todo lo largo de las líneas de arco iris del tiempo, los nodos se estaban cerrando. O cerrados, o desanudados, pensó Rincewind. Lo que sea que se hiciera con los nodos, de todos modos.
Hubo un poco de regocijo cuando el último símbolo brillante de mago se desvaneció, y un rugido afuera cuando tres magos y muchos tentáculos aterrizaron en la fuente. Rincewind se había sorprendido ante eso, y luego se sintió consternado. Ya que no tenía su nombre en él, significaba Ridcully tenía algo peor en mente.
—Parece que no soy necesario ahora —dijo con esperanzas, por las dudas.
—Ajá, profesor, qué previsor es usted y no se equivoca —dijo la langosta junto a él—. El Archicanciller fue muy preciso en que nosotros debíamos retenerle aquí sin importar qué dijera.
—¡Pero no estaba escapando!
—No, usted sólo estaba inspeccionando la pared con los ladrillos sueltos —dijo la langosta —. Lo comprendemos completamente. Es una suerte para usted que lo atrapáramos antes de que cayera en el callejón, ¿eh? Podría haberse hecho daño.
Rincewind suspiró. Siempre era difícil dejar atrás a las langostas. Cazaban en manada, parecían compartir un cerebro común, y muchos años de acosar estudiantes traviesos les habían dado una maligna astucia callejera que rayaba en lo sobrenatural.
Algunos de los magos entraron... Había una discusión en curso entre Ridcully y el Decano.
—No veo por qué no debería.
—Porque te pones demasiado excitado en presencia de combate, Decano. Corres de un lado para otro haciendo absurdos ruidos "hut hut" —dijo Ridcully—. ¿Recuerdas por qué tuvimos que detener esas tardes de bolas de pintura? Parecías incapaz de encontrarle la vuelta al término ‘personas de mi lado’.
—Sí, pero esto es...
—Nos llevó una semana lograr que el Prefecto Mayor se viera medio apropiado como compañía agradable... Ah, Rincewind. Todavía con nosotros, ya veo. Buen hombre. Muy bien, Sr. Stibbons: ¡Informe!
Ponder tosió.
—Hex confirma que, er, que nuestras recientes actividades pueden haber dejado cami-rulos entre nuestro mundo y Mundobola, señor. En otras palabras, conexiones residuales que pueden ser usadas deliberadamente o inadvertidamente desde cualquier lado. Puertas mágicas, de hecho, derivando sin ancla. Se evaporarán en cuestión de días. Hum...
—No quiero escuchar ‘hum’, Sr. Stibbons. ‘Hum’ no es una palabra que consideremos aquí.
—Bien, el hecho es que ya que los cami-rulos están dispersos a lo largo de siglos, los Auditores bien podrían haber estado en Mundobola durante algún tiempo. No tenemos ninguna manera de saber por cuánto tiempo. Hex, hum, lo siento, informa alguna evidencia circunstancial de que los humanos son débilmente conscientes de su interferencia maligna, aunque a nivel muy mundano como se demuestra por las conclusiones de un investigador llamado Murphy. Mundobola sería difícil para ellos. Estarían desconcertados. Las cosas no funcionarían de la manera en que esperan. No son pensadores flexibles.
—¡Pudieron tontear con el viaje del Sr. Darwin!
—Haciendo muchas cosas pequeñas y algo estúpidas con gran esfuerzo, señor. No reaccionan bien ante la adversidad. Se vuelven caprichosos. Por lo que nos cuenta el Profesor Rincewind, muchos cientos de ellos tienen que combinarse incluso para efectuar una simple acción física.
Retrocedió y señaló algunos artículos colocados en una mesa.
—Hay algunas evidencias de que los Auditores, siendo encarnaciones de leyes físicas, encuentran difícil lidiar con instrucciones disparatadas o contradictorias. Por lo tanto, he preparado esto.
Blandió algo que parecía una paleta de tenis de mesa. Sobre ella había unas palabras impresas: "No Lea Este Cartel”.
—Eso funciona, ¿verdad? —dijo el Decano, con desconfianza.
—Se dice que pone sus mentes en un estado de fuga, Decano. Se sienten confundidos y solos, y se evaporan en un instante. Estar solo implica tener un sentido de identidad, y se dice que cualquier Auditor que desarrolle una individualidad muere en el acto.
—¿Y los arcos catapulta? ¿Para qué son? —dijo el Archicanciller, sacando la mano del Decano de uno de ellos con una palmada.
—Además, es posible que un colectivo de Auditores con suficiente presencia en el mundo material pueda desarrollar toscos sentidos físicos y por tanto he adaptado algunos arcos catapulta para disparar una mezcla de estímulos, er, intensos. Las viejas referencias sugieren chili, esencia de Wahoonie o flores de Blissberry, pero el pensamiento moderno se inclina por Surtido Lujoso de Higgs & Meakins.
—¿Chocolate? —dijo Ridcully.
—No les gusta, señor.
—¡Pero esas cosas pueden vivir en el espacio vacío y en el interior de las estrellas, hombre!
—Donde el chocolate está significativamente ausente, señor —dijo Ponder, con paciencia—. Se mantienen lejos de él. También, viene hábilmente empacado. Particularmente no les gusta la Vuelta de Fresa.
Ridcully recogió un arco, lo apuntó a un mago, y disparó. Se escuchó un distante ‘¡Ouch!’.
—Hum. Se dispersa bien al impacto —dijo—. Bien hecho, Sr. Stibbons. Estoy impresionado. Estás a cargo.
El Decano mostró desagrado.
—¡Protesto! ¡Soy el Decano, y todo está dicho!
—¡Oh, de acuerdo, Decano, puedes venir! Pero, y quiero ser absolutamente claro, no le apuntarás a nada a menos que te dé una instrucción precisa, ¿comprendido?
—Sí, Mustrum —dijo el Decano con mansedumbre.
—Además, en ningún momento agitarás tu arma en el aire y gritarás "choquen y carguen". ¿Eso está claro? ¡Lo digo porque prácticamente puedo ver las absurdas palabras formándose en tu cabeza!
—¡Ésa es una infame calumnia! —gritó el Decano.
—Eso espero. Stibbons, espera aquí con los monitores y cuida que el Sr. Darwin no sufra ningún daño. Hex, ya sabes dónde enviarnos. ¡Invisible, hazme el favor!

Mientras Charles Darwin permanecía sentado en una neblina azul en la Universidad Invisible, un Charles Darwin ligeramente más joven estaba mirando hacia afuera, a la lluvia, notando ocioso que sonaba un poco a susurros.
Una desventaja de la invisibilidad es que nadie puede verte; es de hecho la principal desventaja si hay un grupo de...
—¡... ése era mi pie!
—¿Quién es ése?
—¡Mira por dónde vas!
—¿Y en qué ayudará?
—¡Guarden silencio, gente! ¡Los escuchará!
En ese punto, la pared en la esquina se disolvió y cruzó una luz brillante. Escarabajos de todos los tamaños y colores se volcaron en el estudio en un torrente reluciente.
Una figura que los magos reconocieron caminó a través del agujero y miró a su alrededor con un aire de amistosa perplejidad. Tenía una corona de hojas ligeramente torcida sobre su cabeza, y brillaba con la luz de la deidad.
—¿El Sr. Darwin? —dijo, mientras la figura en la esquina giraba y miraba—. ¿Entiendo que está estudiando la evolución y actualmente desconcertado?
—¡Miren detrás de él! —susurró Ridcully.
Los magos invisibles miraron en el parpadeante agujero. Había arena, y mar en la distancia, una sugerencia de sombras movedizas...
—Detrás de mí —siseó Ridcully, mientras un Darwin asombrado caía de rodillas—. Atrapémoslos...
Los magos se escurrieron a través del cami-rulo, mientras detrás de ellos una voz anciana decía:
—Por supuesto, la selección es, jajaja, nada más que natural. Tome, por ejemplo, una especie de avispa parasitaria...

La arena hervía. A veces puñados de ella se alzaban en el aire. Una persona invisible puede moverse con cautela y velocidad. Media docena de personas invisibles son un accidente que espera ocurrir una y otra vez.
—No está siendo nuestra mejor hora —dijo la voz de Ridcully—. ¡Cada vez que empiezo a ponerme de pie otra persona camina sobre mí! ¿No puede Hex solucionarlo?
—Estamos de regreso en el mundo real —dijo el Decano invisible—. El poder de Hex no es tan fuerte aquí. Le llevará algo de tiempo encontrarnos. ¿Te molestaría salir de mi pierna? Muchas gracias.
—Ése no soy yo, yo estoy aquí. No veo por qué es un problema. ¡Estábamos en otro mundo, después de todo!
—Mundobola está exactamente dentro del Edificio de Alta Energía Mágica —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—. Estamos a miles de millas de distancia, sospecho. ¿Podría posiblemente sugerir que todos nos esforcemos por alejarnos gateando en direcciones diferentes? Si tú, Decano, te diriges hacia ese pequeño arbusto con flores rojas, y Rincewind... ¿dónde está Rincewind?
—Aquí —dijo una voz amortiguada desde abajo de la arena.
—Lo siento... te diriges hacia esa roca allí...
Gradualmente, con sólo una ocasional maldición, los magos pudieron ponerse de pie invisibles.
—Esto es la Isla Mono, reconozco esa montaña —dijo Ridcully—. Tengan cuidado con...
—¿Por qué no lo golpeamos en la cabeza? —dijo el Decano—. ¿Un simple golpe en la cabeza? Entonces podíamos haberlo arrastrado hasta aquí, problema terminado.
—Pero es cuántico —dijo Rincewind—. Tenemos que enfrentarnos con lo que ha ocurrido. Si evitamos que ocurra antes de que ocurra, las otras cosas que... —Vaciló—. Mire, es cuántico. Créame, lo habría preferido de la otra manera.
—De todos modos, no puedes simplemente golpear a los dioses en la cabeza —dijo Ridcully, ahora un débil perfil contra el océano distante—. Por lo general no funciona y provoca habladurías. Es seguro que los otros dioses se enterarían también.
—¿Y entonces? A ninguno de ellos le gusta. ¡Lo exiliaron aquí después de que inventó el elefante ermitaño! —dijo el Decano, que también estaba apareciendo.
—Es el aspecto de la cosa —dijo Ridcully—. No quieren alentar el deicidio. Además, miren hacia arriba...
—Oh, cielos —dijo Rincewind—. Auditores...
Una nube gris bajaba rodando por la montaña. A medida que se acercaba, se contraía, haciéndose más oscura.
—Han aprendido cosas —dijo Ridcully—. Nunca lo habían hecho antes. Oh, bien... Rincewind, primera línea de defensa, hazme el favor. ¡Y aprisa!
Rincewind, que siempre había operado sobre la suposición de que si uno llevaba un arma le estaba dando al enemigo algo adicional con qué golpearlo, levantó un cartel. Decía: VÁYANSE.
—Stibbons dice que debería funcionar —dijo Ridcully, inseguro.
Los Auditores se acercaron, fusionándose hasta que, ahora, sólo quedaba media docena. Eran oscuros y amenazantes.
—Ah, probablemente no son del tipo de lectura, entonces —dijo Ridcully—. Caballeros, es tiempo de chocolate...
Tendría que decir que la mayoría de los magos no tenían puntería natural. Un hechizo iba donde uno quería que fuera. Sólo tenían que agitar la mano en una dirección general. Nunca habían aprendido a apuntar.
Algunos tiros dieron en el blanco. Cuando varios golpeaban a un Auditor dejaba salir un delgado grito y empezaba a romperse en sus túnicas componentes, que entonces se evaporaban. Pero uno, ligeramente más grande que los otros, zigzagueaba entre los chocolates que caían. Los Auditores aprendían aquí... y los magos se estaban quedando sin chocolate.
—Sujétalo —dijo el Decano, apuntando su arco.
La forma se detuvo.
—Ah —dijo el Decano, con felicidad—. Ja, espero que se esté preguntando, eh, espero que se esté preguntando, efectivamente, si me queda algún chocolate. Y en realidad no...
—No —dijo el Auditor, derivando hacia adelante.
—¿Qué? ¿Perdón?
—No me estoy preguntando si le queda algún chocolate —dijo la oscura aparición—. No le queda ninguno. El Surtido Lujoso de Higgs & Meakins comprende dos de cada: Látigos de Nuez, Vueltas de Fresa, Barras de Caramelo, Cremas de Violeta, Cremas de Café, Látigos de Cereza y Macizos de Nuez; y uno de cada: Delicia de Almendra, Copa de Vainilla, Crema de Durazno, Fundido de Café, y Farsa de Limón.
El Decano sonrió con la sonrisa de un hombre cuyas Vigilias de la Noche de los Puercos, todas, han venido de repente. Levantó el arco.
—¡Entonces sea tan amable para decir buen día a la Sorpresa de Turrón!
Se escuchó un twang. El dulce voló. Por un momento el Auditor vaciló, y los magos contuvieron la respiración. Entonces, con el más leve de los gemidos, se destiñó en la nada.
—Todos olvidan la Sorpresa de Turrón —dijo el Decano, volviéndose hacia los otros magos—. Supongo que es porque es irremediablemente horrible.
No se escuchó nada más que el sonido del mar por unos segundos. Luego:
—Er... bien hecho, Decano —dijo Ridcully.
—Gracias, Archicanciller.
—Un poco demasiado fanfarrón, sin embargo. Quiero decir, no tenías que charlar con la cosa.
—No estaba de hecho seguro si había usado el turrón —dijo el Decano, todavía sonriente. Sería necesario un gran esfuerzo para borrar esa sonrisa; Ridcully lo sabía y por eso se rindió.
—Buen espectáculo, a pesar de todo —farfulló, y luego levantó la voz—. Si puedes escucharme, Hex... de regreso al Gran Salón, por favor.
Nada ocurrió. Una parte importante de transferir materia a través del mundo es mover una masa equivalente hacia el otro lado. Eso puede llevar un rato.
Entonces una mesa de roble, tres sillas y dos cucharas chocaron en la playa. Un momento después, los magos se esfumaron.



CAPÍTULO 22
Olvide los hechos
Lo que importa son las teorías.
Mundodisco no tiene ciencia como tal. Pero tiene una variedad de sistemas de causalidad, que van desde las intenciones humanas ("Sólo saldré por un trago en el Tambor Remendado") hasta los hechizos mágicos, hasta un narrativium generalizado que mantiene la historia local y general cerca de las líneas del ‘relato’. Mundobola tiene ciencia, pero es difícil descubrir hasta dónde determina, modifica, o afecta las acciones de las personas —la tecnología sí, por supuesto, ¿pero la ciencia? La ciencia sí afecta lo que hacemos, lo que pensamos, pero no cambia lo que hacemos y pensamos porque muchos de nuestros conocimientos básicos son ‘hechos’ científico simplemente aceptados.
Bien, en realidad no ‘hechos’, sino teorías.
Buscamos las teorías porque organizan los hechos. Lo hacemos, de acuerdo con La Ciencia de Mundodisco II, porque realmente somos Pan narrans, el simio contador de historias, no Homo sapiens, el hombre sabio. Inventamos nuestras propias historias para ayudarnos a nosotros mismos a vivir. Por esta razón no somos confiables cuando recogemos ‘hechos’ para propósitos científicos. Incluso los mejores científicos, e indudablemente la ayuda paga y los estudiantes empleados, están tan llenos de lo que quieren encontrar que no hay manera de que lo que sí encuentren se pueda relacionar con el mundo real más que con sus propios prejuicios, tendencias, y deseos. Sin embargo, nos dijeron a todos en la escuela que ‘los hechos de la ciencia son confiables’, pero que sus teorías —e incluso más sus hipótesis de trabajo— son y fueron constantemente sujetas a la crítica, y por lo tanto cambian. Nos explicaron que Newton fue reemplazado por Einstein, Lamarck por Darwin, Freud por Skinner... De modo que nos dijeron que las teorías eran reemplazadas constantemente, pero que las observaciones sobre las que se basaban eran confiables.
Esto es lo inverso de la verdad.
Ningún profesor señaló que muchas, quizás la mayoría, de las suposiciones básicas de nuestro mundo intelectual eran teorías científicas que sobrevivieron a la crítica... desde el lugar de la Tierra y el Sol en la galaxia de Vía Láctea, hasta la teoría de la fecundación de la concepción humana, hasta la física subatómica que produce bombas atómicas... hasta la Ley de Ohm y hasta la red de energía eléctrica, hasta los trucos médicos como la teoría microbiana de la enfermedad, todo el camino hasta los rayos-X y las resonancias magnéticas, sin mencionar las teorías químicas que nos dieron nylon, polietileno y detergentes confiables. Estas teorías pasan inadvertidas porque se han convertido en ‘por defecto’, tan completamente aceptadas como ‘verdaderas’ que dejamos de pintarlas con etiquetas emocionales, y simplemente las incorporamos en nuestro equipo de herramientas intelectuales. Aunque ningún profesor señalara que fueron éxitos científicos, constituyen mucho (desafortunada pero inevitablemente) de las partes poco inspiradoras de la ciencia escolar.
Sobre estas creencias fundamentales colgamos carne tan deslumbrante como las visitas a Marte, las nuevas técnicas de fertilidad como ICSI , la energía de fusión, los nuevos bactericidas para superficies de cocina —y para una minoría de niños más imaginativos, los amplios y maravillosos mundos de la ciencia ficción.
Las teorías de la ciencia, entonces, particularmente las totalmente aceptadas como la concepción por espermatozoides-huevo, el polietileno, y que la Tierra orbita al Sol, son buena ciencia confiable. Son continuamente probadas contra el mundo real cuando los bebés son concebidos en clínicas de fertilidad, cuando las personas hacen el lavado, o cuando los astronautas dan vuelta a la Tierra a la luz del sol y la sombra. Una enorme cantidad de la ciencia de Mundobola está incorporada en nuestro mundo diario, y es en su mayor parte confiable.
Pero también hay una enorme masa de ciencia que es incomprensible para casi todo el mundo, que pretende ser La Respuesta para toda clase de asuntos técnicos o filosóficos, y que tiene expertos. La teoría cuántica es el caso clásico, la relatividad es un poco más accesible, pero la física subatómica y la mayor parte de la medicina, de la ingeniería aeronáutica y del automóvil, de la química y la biología del suelo, de las estadísticas, y de los tramos más altos de la economía, son todos temas que casi todo el mundo prefiere dejar a los expertos. La matemática tiene una extraña posición, similar pero con su propia peculiar postura similar a una religión revelada —en gran parte porque desde la escuela en adelante ha sido presentada como un arte arcano cuyos practicantes son los únicos humanos con acceso a las verdades platónicas.
Luego están las cuasi -ciencias como la astrología, la homeopatía, la reflexología, y la iridología, que simplemente no pueden funcionar. Deberían ser claramente distinguidas de las prácticas raras y a menudo antiguas como la acupuntura, la osteopatía y los tratamientos con hierbas, que funcionan bastante a menudo pero tienen una base teórica que es poco investigada en términos científicos. Muchas personas son atraídas por su hogareña mezcla de mito y misticismo (que es aún más impresionante porque el tratamiento a veces funciona), y sienten que una investigación científica moderna las estropearía de algún modo. Sin duda meterían el dedo en algunos agujeros de las racionalizaciones tradicionales, pero con toda probabilidad harían los tratamientos aun mejores. Mientras que las cuasi-ciencias serían (efectivamente, ya lo han sido, no todos lo han notado) demolidas.
Para terminar esa lista, añadimos la biología evolutiva, un muy bien establecido conjunto de modelos fundado en los registros fósiles, cromosomas, y el ADN, que explican mucho más elegante y eficazmente las semejanzas y diferencias entre las criaturas vivas de hoy, que sus rivales creacionistas o del diseño inteligente. Sin embargo, una muy grande proporción de personas —especialmente cristianos en el medio-oeste estadounidense, musulmanes en culturas fanáticamente islámicas, y creyentes fundamentalistas en general— niega que los humanos evolucionaron. Para ellos, su propia marca de autoridad inventa la evidencia científica, o su ‘sentido común’ convierte en ridículo todo el concepto. ‘¡No soy pariente de ningún simio!’, fue la explicación dada por una joven escolar a una conferencia sobre Vida en Otros Planetas, de Jack, cuando el profesor le preguntó por qué no creía en la evolución.
Hay una propensión humana general, que se usa mucho en los libros de Mundodisco, a inventar fondos mentales aceptados y no revisados. Mayormente resultan del equipo de Hacer-Un-Humano que cada cultura humana impone a sus miembros mientras crecen a través de la infancia y la adolescencia. Cada uno de nosotros es el resultado de un proceso de aprendizaje, del cual sólo una diminuta fracción es ‘educación’ abierta entregada por profesores profesionales. El equipo incluye canciones infantiles, cantos, historias, la personificación de animales de la habitación infantil (zorros astutos, búhos sabios, dedicados Wombles recolectores de desperdicios) y roles humanos desde un cartero fabuloso y una princesa, hasta los luchadores contra el crimen como Batman y Superman. Todos estos tienen su lugar en la base aún por estudiar de nuestras ideas y acciones diarias. Una explicación posible para la innegable popularidad en el público británico de la Princesa Diana —y en el mundo— es que ella, a diferencia de las ‘reales’ realezas, había asimilado la impresión popular de Lo Que Las Princesas Hacen, muy distinta de la versión auténticamente real. De modo que hizo lo que todos habíamos aprendido que hacen las verdaderas princesas, se veía y actuaba como un icono, no como la genuina realeza.
Los seres humanos sofisticados, ciudadanos como nosotros —y también como miembros de una tribu y bárbaros en el mundo de hoy, casi todos los cuales han oído hablar de Superman, Tarzán, Ronald MacDonald— todos tienen esta mezcolanza de imágenes, modelos, fobias, inspiraciones y villanías. ¡Nuestra experiencia diaria nos da una identidad cuyo tren de memoria es una sucesión de escenas, ideas, experiencias, y pasiones, todas pintadas a lo Damasio con etiquetas emocionales que dicen ‘¡Grandioso!’, ‘¡Lo Haré Otra Vez Cuando Pueda!’, o ‘¡Evitar En Absoluto!’, cuando las recordamos. Pero esto forma parte de una gran masa de material humano estructural en su mayor parte sin examinar, que nos etiqueta como Biólogo Occidental Del Siglo XX o Rabino De Gueto o Centurión Romano o Cortesana Francesa Del Siglo XVII, o, para la mayoría de las personas la mayor parte del tiempo, Campesino Explotado.
Cada uno de esos roles tiene un diferente juego de etiquetas emocionales para dinero, para sacerdotes, para sexo, para desnudez, para muerte, y para nacimiento. La mayoría de las personas, hasta hace muy poco tiempo, apuntalaba ese no examinado juego de creencias con un deísta (personal, humano) Dios o dioses, o un deísta (Algo Allá Arriba Con Extraordinarios Poderes) dios-estructura, de modo que las etiquetas emocionales sobre los recuerdos importantes tenían enérgicamente sabor-a-Dios. Cuando los recordamos podrían ser pecados, expiaciones, redenciones o juicios. Podrían ser mitzvahs (bendiciones) o venganzas o caridades. Las religiones, al introducirse en nuestra cultura vía su equipo de Hacer-Un-Cristiano o de Hacer-Un-Maya, ponen etiquetas con diferente fuerza, por ejemplo sobre el sacrificio humano, de modo que tiene un enorme anfitrión de asociaciones en la vida adulta. Nuestros prejuicios de adultos, y nuestras teorías científicas, van encima de esta mezcolanza disparatada de errores históricos, educación mal entendida, matemática y estadísticas que apenas tienen sentido para nosotros, historias-Dios de causalidad y ética, y mentiras-para-niños educativas que permiten al profesor desconectar su cerebro en respuesta a las preguntas de los niños.

Esta mezcolanza mental está bien ilustrada por nuestras cambiantes actitudes hacia Marte. Marte fue conocido por los antiguos como una ‘estrella errante’, un planeta; su color rojizo tenía asociaciones sangrientas, de modo que los romanos lo relacionaron con su dios de la guerra. También adquirió una conexión con la guerra en la astrología, donde todas las estrellas visibles y los planetas tenían que representar algo. Vamos a ver un montón de asociaciones diferentes con Marte, mientras el mito y la racionalidad se involucraban con el planeta rojo, mientras centenares de historias empleaban Marte y marcianos, y mientras la fotografía científica de Marte cambiaba durante los siglos.
No deberíamos preguntar ‘¿Cuál es el verdadero Marte?’ Nos convertimos en humanos más grandes considerando todos estos aspectos; desde esa postura realmente no hay un planeta verdadero, real y objetivo con que nuestras mentes se involucren útilmente. Nuestras líneas causales simples y delgadas no pueden comprender un verdadero objeto astronómico, ni siquiera un mundo que realmente está allí afuera de modo que podemos verlo. La ‘cosa’ que vemos puede ser el disco cuyas líneas aparentes Giovanni Schiaparelli llamó ‘canali’, que excitó a Percival Lowell (cuya comprensión de italiano parece haber sido ligera, ya que la palabra significa ‘vías’) para verlos como canales construidos. Escribió Marte como la Morada de la Vida, y esto puso los cimientos para la gente marciana del siglo XX.
Entre las Guerras Mundiales, todos en el Occidente, y muchos en Oriente, miraban el cielo de la noche y veían marcianos hostiles, un residuo mental de esa imagen de los 20 de un Marte seco y moribundo. La imagen fue cubierta por la película La Guerra de los Mundos y sus envidiosos y desagradables marcianos trípodes invadiendo la Tierra (o por lo menos Inglaterra). Había una cubierta más romántica para muchos de aquellos en campamento, o durmiendo bajo las estrellas: Barsoom. Edgar Rice Burroughs, conocido por sus historias de Tarzán, inventó un Marte cuyos lechos marinos secos eran el hogar de hordas de guerreros marcianos verdes, criaturas con aspecto de centauros de seis patas cuyas incubadoras de huevos eran visitadas con regularidad. John Carter, un oficial del ex-ejército confederado estadounidense, había deseado ir a Marte, ser capturado por los guerreros verdes, pero pronto se encontró casado con una roja princesa marciana. Una Odisea Marciana, de Stanley Weinbaum, añadió más dimensiones: el marciano llamado Tweel, que hacía saltos largos y aterrizaba de nariz, el predador hipnótico que te mostraba tus imágenes más deseables, e intentos en una asombrosa ecología desértica. Entonces había historias de marcianos que venían a la Tierra, fingiendo ser humanos... y humanos que intentaban interactuar con una antigua civilización marciana más o menos mística.
La más conocida, quizás la mejor artesanía de estas romántico-místicas representaciones de terrestres toscos y pesados, insensibles a las etéreas bellezas de las ciudades marcianas de cristal, fue la de Ray Bradbury. En los ‘50 y los ‘60 sus relatos fueron leídos por muchos fuera del mundo de la fantasía y de la ciencia ficción, y aparecieron en revistas ampliamente leídas como Argosy tanto como en ediciones rústicas en las librerías de las estaciones del ferrocarril. Pusieron los cimientos de los antiguos marcianos esotéricos para que Robert Heinlein desarrollara el más potente de todos estos relatos marcianos, Forastero en Tierra Extraña. Michael Valentine Smith era un niño abandonado en Marte, criado y entrenado en su cultura por los antiguos marcianos. Vino a la Tierra, fundó una comuna de amigos —‘Hermanos de agua’— y empezó una religión cuyo ‘cultivo de la plenitud’ de los eventos diarios, desde el sexo hasta la ciencia hasta nadar, se difundió a las comunidades de lectores. Había una trágica asociación, muy publicitada, con los homicidas Manson, que usaron este libro como su mantra, pero esto no dañó las ventas, y los antiguos marcianos místicos se convirtieron en una imagen habitual.
Luego supimos que Marte no tiene una atmósfera como tal, que hace frío, es seco, cargado de dióxido de carbono congelado, hasta el punto que las ‘capas de hielo’ sean probablemente hielo seco. Nuestras máquinas visitaron Marte, buscaron ‘vida’, y encontraron extraña química porque inevitablemente hicimos las preguntas equivocadas. Los ‘canales’ se murieron en la mente pública, reemplazados por cráteres y volcanes gigantescos.
Ahora lo hemos visitado otra vez, y parece que un Marte antiguo y húmedo podría haber sido una realidad, por lo menos puede haber formas de vida bacterianas bajo la arena... Mucho no está claro todavía, pero lo que está claro es que nuestra imagen de Marte ha cambiado una vez más.
Cada uno de nosotros tiene una variedad de asociaciones con Marte. Cuando mezclamos estas diferentes interpretaciones e imaginaciones, nos convertimos en una criatura diferente, más sabia. Como con todos nuestros Martes diferentes... bien, son juguetes de nuestra imaginación, a medida que cultivamos la plenitud del planeta rojo.

Si Marte parece un poco una digresión, considere esos íconos gemelos de la evolución, el archaeopteryx[8] y el dodo[9]. En la idea evolutiva folclórica, el archaeopteryx es el antepasado de todas las aves, y el dodo es el ave que se extinguió hace aproximadamente 400 años. ‘Tan muerto como un dodo’. Otra vez, nuestro pensamiento sobre estas icónicas criaturas está pesadamente pintarrajeado con suposiciones no cuestionadas, mitos, y asociaciones ficticias.
Mencionamos el archaeopteryx en el Capítulo 36 (Corriendo los dinosaurios) de La Ciencia de Mundodisco, segunda edición. La pensamos como el ave ancestral porque es un animal con aspecto de dinosaurio con plumas con aspecto de pájaro... y fue el primero en ser encontrado. Sin embargo, en la época del archaeopteryx había abundancia de verdaderas aves por aquí, entre otros el ave que se sumergía: Ictiornis. Pobre viejo archaeopteryx, llegó demasiado tarde a la escena para ser ‘el’ antepasado de las aves.
Los recientes y asombrosos descubrimientos del ‘dinoave’ en China —criaturas de transición entre dinosaurios y aves— han cambiado totalmente la visión de los científicos sobre la evolución de las aves. En alguna etapa algunos dinosaurios empezaron a desarrollar plumas, aunque no podían volar entonces. Las plumas tenían alguna otra función, probablemente mantener caliente al animal. Después, resultaron ser útiles en las alas. Algunas dinoaves tenían de hecho cuatro alas —dos adelante, dos detrás. Pasó un rato antes de que el plano del cuerpo de una ‘ave’ se estableciera.
En cuanto al dodo... todos sabemos cómo se veía, ¿correcto? La pequeña cosa gorda con un gran pico aguileño... Una criatura extinta tan famosa debe estar bien documentada en la literatura científica.
No, no lo está. Lo que tenemos son unas diez pinturas y medio espécimen embalsamado. Tenemos más especimenes del archaeopteryx que del dodo. ¿Por qué? El dodo se extinguió, ¿recuerda? Y lo hizo antes de que la ciencia de veras se interesara en él. De modo que pocas personas lo registraron, o lo estudiaron. Estaba ahí, sin requerir atención especial, y luego no estaba, y era demasiado tarde para empezar a estudiarlo. Ni siquiera es seguro de qué color era —muchos libros dicen ‘gris’, pero probablemente era marrón.
Aun más, todos sabemos exactamente cómo se veía. ¿Cómo es eso? Porque lo vimos ilustrado por Sir John Tenniel en Las Aventuras Alicia en el País de las Maravillas.
No digamos más.

La gran fortaleza de la narrativa de Mundodisco es que se ríe de esos lugares donde la ‘educación’ nos ha dejado sintiéndonos un poco vulnerables: donde cambiamos el tema en el bar, o cuando nuestro hijo de cinco años nos hace esas preguntas de sondeo. Una continua broma a través de serie de La Ciencia de Mundodisco es lo que los gramáticos llaman ‘privativos’. Son conceptos con los que nuestra mente parece muy feliz, aunque un momento de reflexión muestra que son completas tonterías. El Capítulo 22 de La Ciencia de Mundodisco hablaba de esta idea, y la recapitulamos brevemente.
Es completamente normal hablar de ‘el frío que entra por la ventana’, o de ‘la ignorancia que se extiende entre las masas’. Los opuestos de estos conceptos, calor y conocimiento, son reales, pero hemos dignificado su ausencia con palabras que no corresponden a las cosas verdaderas. En Mundodisco encontramos “nurdo”, que es súper-sobrio, tan lejos del sobrio corriente como el borracho lo está en la dirección alcohólica. Hay bromas sobre la velocidad de la oscuridad, que debe ser más rápida que la velocidad de la luz porque la noche tiene que apartarse del camino. En Mundodisco, Muerte existe como un personaje (quizás el más) importante, pero en Mundobola esa palabra sólo se refiere a la falta de vida.
Habitualmente, las personas etiquetan la falta de algo con una palabra, en lugar de (o también como) su presencia: tales palabras son los privativos mencionados anteriormente.
A veces este hábito conduce a errores. El caso clásico fue la etiqueta ‘flogistón’, la sustancia que parece ser emitida por los materiales en llamas. Uno puede verlo salir como humo, llama, espuma... Llevó muchos años demostrar que quemar era un consumo de oxígeno, no la emisión de flogistón. Durante el período intermedio, muchas personas demostraron que cuando los metales se quemaban se ponían más pesados, y por lo tanto argumentaron que el flogistón tenía peso negativo. Éstas eran personas inteligentes; no estaban siendo estúpidas. La idea del flogistón realmente funcionaba... hasta que el oxígeno reemplazó sus explicaciones, y los alquimistas de repente descubrieron que las rutas hacia una química racional eran más fáciles.
Los privativos son a menudo muy tentadores. En ¿Qué Es La Vida?, un pequeño libro publicado en 1944, el grandioso físico Erwin Schrodinger hizo precisamente esa pregunta. En ese momento, se pensaba que la Segunda Ley de la Termodinámica —todo se agota, el caos siempre crece— era un principio fundamental sobre el universo. Implicaba que eventualmente todo se volvería una sopa gris y fría de máxima entropía, máximo desorden: una ‘muerte del calor’ en la que nada interesante podría ocurrir. De modo que para explicar cómo, en tal universo, podía ocurrir la vida, Schrodinger afirmó que la vida sólo podía posponer su diminuta e individual muerte de calor asimilando entropía negativa, o ‘negentropía’. Muchos físicos todavía lo creen: que la vida es no-natural, haciendo que la entropía crezca egoístamente más en sus inmediaciones que lo que crecería de otra manera, comiendo negentropía.
Esta tendencia a negar lo que está ocurriendo delante de nuestros mismos ojos es parte de lo que significa ser humano. Mundodisco lo explota con propósitos graciosos y serios. Al desarrollar un Mundodisco plano, Terry se burla de los Terrestres planos; mejor dicho, recluta a sus lectores en una asociación ‘todos nosotros sabemos que la Tierra es redonda, ¿verdad?’. La creencia de los Omnianos en un Disco redondo, en Pequeños Dioses, añade una vuelta más.
Queremos poner lo que las personas racionales están llegando a creer en un contexto humano general, de modo que miremos lo que todos creen. En estos días de terrorismo fundamentalista haríamos bien en comprender por qué algunas personas sustentan creencias tan diferentes de las racionales. Estas creencias no-cuestionadas podrían ser crucialmente importantes, porque las personas ignorantes que adhieren a ellas piensan que tienen una buena razón para matarnos y a nuestros seres queridos, aunque nunca hayan considerado las alternativas. Las Personas Que Saben La Verdad, por herencia o por revelación personal o por autoridad, no se preocupan por la lógica o la validez de las premisas.
Casi todos los que alguna vez han vivido ha sido uno de ésos.
Hubo algunos escasos momentos y lugares —y esperamos que el siglo XXI albergue algunos de ellos— donde los observadores están más preparados para creer en un polémico que es inseguro, que en uno que es seguro. Pero en la política de hoy, cambiar de idea en respuesta a una nueva evidencia es visto como debilidad. Cuando era Vicecanciller en la Warwick University, el biólogo Sir Brian Follett señaló: «No me gustan los científicos en mis comités. Uno no sabe dónde estarán parados sobre cualquier asunto. ¡Deles algunos datos más, y cambian de idea!» Él comprendía la broma: la mayoría de los políticos ni siquiera se darían cuenta de que era una broma.
Para discutir sobre los tipos de explicaciones y conocimientos que van a tener valores futuros, necesitamos por lo menos una simple geografía de dónde los humanos fijan su fe ahora. ¿Qué tipos de imágenes del mundo son más comunes? Incluyen las del deísmo autoritario, el deísmo más o menos imaginativo, el deísmo más crítico, y varias clases de ateos —desde budistas y seguidores de Spinoza hasta los que simplemente creen que la edad de la religión está detrás de nosotros, incluyendo a muchos científicos e historiadores.
La mayoría de los seres humanos de los últimos milenios parecen haber sido deístas autoritarios, y todavía tenemos muchos de ellos en nuestro mundo; quizás todavía son una mayoría. Esto significa que debemos dar ‘igual tiempo’ intelectual a estas visiones (plural, porque son todas muy diferentes: Zeus, Odin, Yaveh...), o podemos simplemente descartarlas a todas con ‘no necesito de esa hipótesis’, como supuestamente Laplace le dijo a Napoleón. Voltaire, dándose cuenta que Dios al hacer al hombre a su imagen significaba que la naturaleza de Dios podría ser deducida de la del hombre, pensó que era por lo menos posible que Dios nos mal informara maliciosamente sobre la recompensa y el castigo. Quizás los pecadores sean recompensados con el Cielo y a los santos les den una probada de infierno. Nuestra opinión es que todos los diversos deístas autoritarios son los portadores contemporáneos de un memeplex sumamente exitoso, un paquete de creencias diseñadas y seleccionadas a través de las generaciones para asegurar su propia propagación.
Un típico memeplex es el shema judío: ‘Y estas palabras... las enseñarás a tus niños, reflexionarás sobre ellas cuando te levantes y cuando te acuestes... Escríbelas sobre las jambas de tu casa y sobre tus puertas’. Igual que con las cadenas de correo electrónico que amenazan con castigo si uno deja de enviarlos a muchos amigos, y con ‘suerte’ si los envía, todas las grandes religiones del mundo han prometido placeres a los creyentes comprometidos y transmisores, pero dolor a los que dejan de adherir a la fe. Herejes, y los que dejan la fe, son a menudo asesinados por los creyentes.
Podemos fácilmente comprender cómo tales creencias, reforzadas como lo están desde adentro, han sido conservadas durante generaciones. La promesa de una vida después de la muerte, propugnada por todas las personas sensatas a su alrededor, hace más llevaderas a muchas de las penas de esta vida. Y, como hemos visto en años recientes, creer en un Paraíso para los que mueren luchando por la fe en una Guerra Santa los convierte en casi invencible. Tal cualidad de invencible es un efecto secundario de las tácticas de fe del memeplex, no una certificación de la verdad de lo que cree el bombardero. Especialmente considerando que casi todos los que comparten la fe del bombardero (Islam, Catolicismo...) niegan que sus creencias justifiquen matar a los no creyentes.
Esta pluralidad de creencias deístas, especialmente en el mundo mezclado de hoy con sus diferentes culturas y multiculturas, alienta una creencia más crítica en la autoridad, y generalmente una buena voluntad para admitir comunidad con otros deístas. Tales puntos en común alientan la integración de diferentes culturas. Muchas minorías son asimiladas y desaparecen, pero otras reaccionan enfatizando su individualidad. Algunas de las últimas, como los Thugs adoradores de la diosa de la muerte Kali en la India del siglo XIX, y los recientes terroristas de al-Qaeda, ganan temporaria celebridad que parece ser un triunfo de su fe. Sin embargo, es generalmente contraproducente a largo plazo. En todo caso, la cantidad de muertes no es comentario, en más ni en menos, sobre la verdad de las creencias de que estos thugs sostienen. La fe de estas minorías militaristas a veces gana intensidad e incluso agudeza, pero está habitualmente subordinada a las exigencias de la vida diaria de la vida violenta que llevan.
Muchos grandes científicos, por ejemplo Galileo, fueron ridiculizados cuando propusieron nuevas ideas en el mundo natural. Los científicos chiflados a menudo deducen que, porque su trabajo es ridiculizado, deben ser los nuevos Galileo, pero eso no es lógico. De forma similar, los hombres violentos a menudo tratan de validar su ‘martirio’ comparándose con los cristianos antiguos o los judíos de los guetos, y otra vez la lógica es imperfecta. No hay una razón sensata para aceptar a ninguno de sus dioses como parte del universo real, sin importar qué tan provechosa pueda ser esa creencia para algunas personas con respecto a su vida diaria. A pesar de eso, muchas personas inteligentes y honestas sienten que un Dios es necesario para su comprensión de cómo está organizado todo. En cuanto un memeplex lo ha pescado, es difícil escapar.
Tenemos un poco más de simpatía con los deístas, que en gran parte parecen creer que el universo es extraordinariamente complejo, aunque posee una sencillez en conjunto, y que esto señala a algún guardián celestial que cuida toda la cosa y le da significado. Ponder Stibbons y Mustrum Ridcully, en sus diferentes modos, se acercan al deísmo; quieren sentir que ‘alguien’ está al timón. Ante el cuestionamiento, los deístas habitualmente niegan el carácter antropomórfico de este guardián, pero todavía conservan la creencia en la capacidad de las personas individuales —quizás ‘almas’ individuales— para relacionarse directamente con quien o que está a cargo. Personalmente dudamos que tales interacciones aparentes, logradas por meditación u oración, sean algo más que auto-ilusión. Pero nos sentimos felices de vivir en el mismo planeta que las personas que creen que están en contacto directo con la última causalidad, aunque podemos sentir que esa convicción carece de rigor científico.
Hay una creciente minoría de personas pensantes que han desistido completamente de la idea de un dios personal y antropomórfico. Algunos, particularmente entre los budistas y taoístas, conservan la postura mística / metafísica que es característica de la religión, y consideran que el mundo ‘científico’ está supeditado a una verdadera imagen mística relacionada más de cerca con una experiencia subjetiva. Por contraste, aquellos de nosotros que fuimos convencidos por el rechazo de un dios antropomórfico de Spinoza, en gran parte porque ni el universo ni una deidad omnipotente pueden existir sin ser extensivos con todo lo que hay, vemos que la opinión científica expone la naturaleza de dios, si en eso creemos, a través de las leyes por las que las cosas funcionan, y el funcionamiento del mismo universo.
Muchos científicos, en particular aquellos cuyos empeños se relacionan de cerca con el mundo real, como geólogos, astrónomos, biólogos, ecologistas, y químicos del polímero, evitan el enfoque místico y ven a su propia especialidad como un ejemplo de una compleja rebanada del universo, con muchas propiedades emergentes que no son predecibles de la subestructura detallada. Otros científicos, en particular los dedicados a las explicaciones reduccionistas, como los físicos, astrofísicos, químicos físicos, biólogos moleculares, y genetistas, conservan una versión del enfoque místico, pero tratan de explicar el comportamiento de más alto nivel en términos de la subestructura. De forma reveladora, muchos científicos que trabajan en el ‘corte’ del tema en general sienten respeto por las posibilidades desconocidas que el universo podría lanzarles, mientras que los trabajadores en esferas más abstractas como la teoría cuántica tienen la tendencia de ponerse místicos sobre su propio conocimiento, o la falta de él.
La mayor parte de los intentos humanos de una explicación trata de encontrar una delgada cadena causal de lógica y narrativa, partiendo de cosas que aceptamos hacia lo que estamos tratando de explicar. Este tipo de historia resulta atractivo para la mente humana, pero es habitualmente una simplificación excesiva, y conduce a serios malentendidos. El típico programa de ciencia de la televisión, donde un único individuo es considerado responsable de algún ‘gran progreso’, pinta una imagen muy inexacta del proceso incremental mediante el cual se llega a la mayoría de los avances científicos. Las explicaciones uni-causales hacen buenas historias, pero dejan de captar la complejidad del mundo real. Las explicaciones más efectivas son a menudo muy variadas, y es una buena idea encontrar muchas diferentes, si están disponibles. Los físicos que buscan una unificación de la relatividad y la teoría cuántica quizás deberían tener en mente la posibilidad de que cualquier unificación puede resultar menos efectiva que las dos teorías separadas, cada una confinada a salvo en su propio dominio. Se puede empezar a destilar conocimiento sólo si se pueden tener varias teorías compitiendo en el territorio mental.



CAPÍTULO 23
El dios de la evolución
—¡Lo hacemos bien pero todavía un montón que hacer! —ladró Ridcully, saliendo a grandes pasos del círculo mágico en el Gran Salón—. ¿Todo correcto, Sr. Stibbons?
—Sí, señor. Usted no trató de evitar que el Dios de la Evolución hablara con Darwin, ¿verdad?
—No, dijiste que no debíamos hacerlo —dijo Ridcully enérgicamente.
—Bien. Tenía que ocurrir —dijo Ponder—. De modo que todo lo que tenemos que hacer ahora es persuadir al Sr. Darwin...
—He estado pensando sobre eso, Stibbons —interrumpió Ridcully—, y he decidido que ahora llevarás al Sr. Darwin a conocer a nuestro Dios de la Evolución en su isla —dijo el Archicanciller—. Es bastante seguro.
Ponder se puso pálido.
—¡Mejor no ir allí, señor!
—Sin embargo, lo harás, porque soy el Archicanciller y tú no lo eres —dijo Ridcully—. Veamos lo que piensa del elefante con ruedas, ¿eh?
Ponder echó un vistazo a Darwin, todavía en el brillo azul de la estasis.
—Eso es muy peligroso, señor. ¡Piense lo que estará viendo! Y sería totalmente poco ético quitar los recuerdos que...
—¡Sé que soy el Archicanciller, está escrito sobre mi puerta! —dijo Ridcully—. Muéstrale a su dios, Sr. Stibbons, y déjame a mí la preocupación. Rápido, hombre. ¡Quiero todo esto terminado para la hora de cenar!
Un momento después Ponder y Darwin partieron, una pequeña roca y un montón de arena aparecieron y se deslizaron a través de las baldosas del Gran Salón.
—Bien hecho, Sr. Hex —dijo Ridcully.
+++ Gracias, Archicanciller +++ escribió Hex.
—Estaba esperando que recuperáramos las sillas, algo así, sin embargo.
+++ Veré lo que puedo hacer la próxima vez, Archicanciller +++
Y sobre la Isla Mono, Charles Darwin se puso de pie sobre la playa y miró a su alrededor.
—¿Esto se presta a alguna explicación sensata, o es más demencia? —dijo a Ponder—. ¡Me he cortado la mano muy seriamente!
En ese momento, dos pequeñas hojas salieron del suelo cerca de su pie y, con la asombrosa velocidad, se convirtieron en una planta. Arrojó más hojas, luego desarrolló una única flor roja que se abrió como una explosión y murió como una chispa para producir una única semilla, que era blanca y esponjosa.
—Oh, una planta vendaje —dijo Ponder, recogiéndola—. Aquí tiene, señor.
—¿Cómo...? —empezó Darwin.
—Sólo comprendí lo que usted necesitaba, señor —dijo Ponder, y comenzó a caminar—. Ésta es la Isla Mono, hogar del Dios de la Evolución.
—¿Un dios de la evolución? —dijo Darwin, tambaleándose detrás de él—. Pero la evolución es un proceso inherente en...
—Ss... sí, sé qué está pensando, señor. Pero las cosas son diferentes aquí. Hay un dios de la evolución y él... mejora cosas. Es por eso que pensamos que todo aquí está muy desesperado por salir de la isla, pobres criaturas. De algún modo saben qué quiere uno y se desarrollan tan rápido como pueden con la esperanza que alguien las recoja y las lleve lejos.
—¡Eso no es posible! La evolución necesita muchos miles de años para...
—Lápiz —dijo Ponder, con calma. Un árbol cercano tembló.
—En realidad, el arbusto de lápiz se reproduce bien en el suelo correcto —continuó Ponder, caminando hacia él—. Tenemos algunos de éstos en la universidad. Y el Director de Estudios Indefinidos mantuvo un árbol de cigarrillo por meses, pero se pusieron muy alquitranosos. Una vez que la mayoría de ellos se alejan lo suficiente de la Isla Mono dejan de intentarlo. —Levantó uno—. ¿Le gustaría un lápiz maduro? Son muy útiles.
Darwin tomó el delgado cilindro que Ponder había arrancado del árbol. Estaba tibio, y todavía ligeramente húmedo.
—Esto es la Isla Mono, vea —dijo Ponder, y señaló la pequeña montaña en el otro extremo de la isla—. Allá arriba es donde vive el dios. No un mal viejo, como suelen ser los dioses, pero seguirá cambiando cosas todo el tiempo. Cuando lo conocimos, él...
Los arbustos crujieron, y Ponder arrastró al desconcertado Darwin a un lado mientras algo traqueteaba sendero abajo.
—¡Ésa es una tortuga gigante! —dijo Darwin, mientras la cosa pasaba rodando—. Eso es algo por lo menos... ¡oh!
—Sí.
—¡Está sobre ruedas!
—Oh, sí. Es muy aficionado a las ruedas. Piensa que las ruedas deberían funcionar.
La tortuga giró de manera muy profesional y rodó hasta un alto junto a un cactus, que comenzó a comer, delicadamente, hasta que se escuchó un silbido y quedó de costado.
—Oh —dijo una voz desde el aire—. Mala suerte. Vejiga de goma pinchada. Es el eterno problema de la fuerza del integumento versus el ritmo de utilización de la mucosa.
Un hombre flaco y algo preocupado, vestido con una sucia toga, apareció entre ellos. Unos escarabajos lo orbitaban como maravillosos asteroides pequeños.
—La destitución del metal podría ser nuestra amiga aquí —dijo, y volviéndose hacia Ponder como hacia otro viejo amigo continuó—: ¿Qué piensas?
—Ah, hum, er... ¿necesita usted de veras toda esa concha? —dijo Ponder, apresuradamente. Unos escarabajos, brillantes como diminutas galaxias, aterrizaron sobre su túnica.
—Sé lo que quieres decir —dijo el anciano—. ¿Demasiado pesado, quizás? Oh... me pareces conocido, joven. ¿Nos hemos visto antes?
—Ponder Stibbons, señor. Vine aquí hace algunos años. Con algunos magos —dijo Ponder, con cuidado. Había admirado bastante al Dios de la Evolución, hasta que descubrió que consideraba que la cucaracha era la cima de la pirámide evolutiva.
—Ah, sí. Tuvieron que partir con mucha prosa, lo recuerdo —dijo el dios, tristemente—. Fue...
—¡Usted! ... ¡Usted apareció en mi habitación! —dijo Darwin, que había estado mirando al dios con la boca abierta—. ¡Había escarabajos por todos lados! —Se detuvo, abriendo y cerrando la boca durante un rato—. Pero ciertamente no es... Pensé que...
Ponder estaba listo para esto.
—¿Conoce del Olimpo, señor? —dijo rápidamente.
—¿Qué? ¿Es esto Grecia? —dijo Darwin.
—No, señor, pero tenemos muchos dioses aquí. Este, er, caballero no es, como podría decirlo, el dios. Es sólo un dios.
—¿Hay algún problema? —dijo el Dios de la Evolución, con una sonrisa preocupada.
—¿Un dios? —exigió Darwin.
—Uno de los buenos —dijo Ponder rápidamente.
—Me gusta creerlo —dijo el dios, sonriendo con felicidad—. Miren, tengo que controlar cómo están las ballenas. ¿Por qué no suben a la montaña para el té? Adoro tener visitas.
Se esfumó.
—¡Pero los dioses griegos eran mitos! —explotó Darwin, mirando fijo el espacio repentinamente vacío.
—No lo sabría, señor —dijo Ponder—. Los nuestros no lo son. Sobre este mundo, los dioses son sumamente reales.
—¡Atravesó la pared! —dijo Darwin, señalando airadamente el aire vacío—. ¡Me dijo que estaba inmanente en todas las cosas!
—Juega mucho armando cosas, por cierto —dijo Ponder—. Pero sólo aquí.
—¡Armador!
—¿Quiere que hagamos una pequeña caminata hasta arriba del Monte Imposible? —dijo Ponder.

La mayor parte del Monte Imposible era hueco. Se necesita mucho espacio cuando uno está tratando de crear una ballena dirigible.
—Realmente debería funcionar —dijo el Dios de la Evolución, por encima de su té—. Sin esa pesada grasa y con un esqueleto inflable del cuál, debo decir, estoy algo orgulloso, debería darse bien en las rutas de aves migratorias. Fauces más grandes, por supuesto. Nota el camuflaje tipo nube, obviamente necesario. La elevación es producida vía bacterias en el intestino que producen gases ascendentes. La aleta dorsal y la cola aplanada dan un razonable grado de maniobra. Considerándolo todo, un buen trabajo. Mi problema principal es crear un predador. El tiburón balístico mar-aire ha resultado muy insatisfactorio. ¿No sé si tiene ninguna sugerencia, Sr. Darwin?
Ponder miró Darwin. El pobre hombre, con la cara gris, estaba mirando las dos ballenas que navegaban suavemente cerca del techo de la cueva.
—¿Perdone? —dijo.
—Al dios le gustaría saber qué podría atacarlas —intervino Ponder.
—Sí, las personas grises dijeron que estaba muy interesado en la evolución —dijo el dios.
—¿Las personas grises? —dijo Ponder.
—Oh sí, ya sabes. A veces las ves volar por allí. Dijeron que alguien de veras quería escuchar mis opiniones. Me sentí tan complacido. Muchas personas sólo se ríen.
Darwin miró a su alrededor el taller celestial y dijo:
—¡No puedo ver nada en un elefante con velas que me cause risa, señor!
—¡Exactamente! Fueron las grandes orejas las que me dieron la pista —dijo el dios alegremente—. Hacerlas más grandes fue una simplicidad. ¡Puede hacer veinticinco millas por hora a través de la sabana abierta con buen viento!
—Hasta que una rueda explota —dijo Darwin, rotundamente.
—Estoy seguro de que en cuanto entiendan la idea todo funcionará —dijo el dios.
—¿No piensa que podría ser mejor dejar que las cosas se desarrollen por sí mismas? —dijo Darwin.
—Mi querido señor, es tan aburrido —dijo el dios—. Cuatro piernas, dos ojos, una boca... tan pocos están preparados para experimentar.
Una vez más Darwin miró alrededor del brillante interior del Monte Imposible. Ponder lo observó captar los detalles: la jaula de octo-monos con alas de red que en teoría podían pasar por encima a través de cientos de yardas de dosel; los Phaseolus coccineus giganticus que en realidad producían verdad, si hubiera cualquier utilidad posible para un tallo que podía crecer media milla de altura... y por todos lados los animales, a menudo en etapas de armado o desarmado pero todos muy contentos y vivos en una pequeña niebla de santidad.
—Señor, er, Stibbons, me gustaría irme... a casa ahora, por favor —dijo Darwin, que se había puesto pálido—. Todo esto ha sido sumamente... instructivo, pero me gustaría irme a casa.
—Oh, cielos, las personas siempre están partiendo deprisa —dijo el dios, tristemente—. Pero sin embargo, espero haber sido de ayuda, Sr. Darwin.
—Efectivamente, creo que lo ha sido —dijo Darwin, sombrío.
El dios los acompañó hasta la boca de la cueva, unos escarabajos corriendo tras él en una nube.
—Vuelva otra vez —dijo, mientras se alejaban por el sendero—. Me gusta...
Fue interrumpido por un ruido como de todos los globos de fiesta del mundo entero reventados al mismo tiempo. Era largo, y muy prolongado y lleno de melancolía.
—Oh, no —dijo el Dios de la Evolución, entrando rápidamente—. ¡No las ballenas!
Darwin permaneció silencioso mientras caminaban hacia la playa. Estuvo aun más callado mientras pasaban junto a la tortuga con ruedas, que cojeaba en círculos. El silencio era ensordecedor cuando Ponder convocó a Hex. Cuando aparecieron en el Gran Salón, su silencio, aparte de un breve grito durante el viaje, era un enorme silencio infeccioso y contagioso.
Los magos reunidos movían sus pies. Una rabia oscura irradiaba de su visitante.
—¿Cómo fue todo, Stibbons? —susurró Ridcully.
—Er, el Dios de la Evolución estaba como él mismo habitual, señor.
—¿Lo estaba? Ah, bueno...
—Deseo, muy claramente, despertar de esta pesadilla —dijo Darwin de repente.
Los magos se quedaron mirando al hombre, que se estremecía de rabia.
—Muy bien, señor —dijo Ridcully con calma—. Podemos ayudarlo a despertarse. Excúsenos un momento.
Agitó una mano; otra vez el trémulo brillo azul rodeó al visitante.
—Caballeros, ¿si lo desean?
Hizo señas a los otros magos superiores, que se apiñaron a su alrededor.
—Podemos devolverlo sin que tenga memoria de nada ocurrido aquí, ¿correcto? —dijo—. ¿Sr. Stibbons?
—Sí, señor. Hex podría hacerlo. Pero como dije, señor, no sería muy ético interferir con su mente.
—Bien, no me gustaría que alguien pensara que somos poco éticos —dijo Ridcully con firmeza. Lanzó una mirada a su alrededor—. ¿Alguien se opone? Bien. Mira, estuve hablando con Hex. Me gustaría darle algo para recordar. Le debemos eso, por lo menos.
—¿De veras, señor? —dijo Ponder—. ¿No empeorará las cosas?
—¡Me gustaría que sepa por qué hicimos todo esto, incluso si es sólo por un momento!
—¿Estás seguro de que es una buena idea, Mustrum? —dijo el Conferenciante en Runas Recientes.
El Archicanciller vaciló.
—No —dijo—. Pero es mía. Y vamos a hacerlo.



CAPÍTULO 24
Una escasez de sargentos
¿Qué había en la Inglaterra victoriana, y que la condujo a eso, que la volvió tan progresista, inventiva e innovadora? ¿Por qué fue tan diferente de Rusia, China, y todas las otras naciones que parecían haberse estancado durante el siglo XIX —acumulando riqueza, pero sin una clase media llena de ingenieros, capitanes de marina, clérigos, y científicos? No esperamos una única respuesta, un truco que la Inglaterra victoriana descubrió pero que otras naciones no. Eso satisfaría el innato deseo humano de una única y delgada cadena causal, pero como hemos visto, la historia no funciona de ese modo.
De igual manera, sin embargo, no es satisfactorio simplemente hacer una lista montones de causas contribuyentes posibles —la East India Company... el excelente cronómetro de Harrison, que ayudó a hacer al Imperio Británico tan rentable y que las familias aristocráticas enviaran a sus hijos más jóvenes con bastante seguridad al Imperio, del que volvieron más sabios y más ricos... Cuáqueros y otras sectas no-conformistas, que fueron toleradas por la Iglesia Anglicana... la progenie de la Lunar Society, incluyendo la Royal Society y la Linnaean Society... el Colegio de Aprendices... El Parlamento y la apariencia de democracia, de modo que una clase media pudo surgir de la fusión con jóvenes aristócratas que volvían del Imperio a fundar fábricas de encurtidos en Manchester... artesanos que venían a las ciudades buscando trabajos satisfactorios.
Podíamos hacer la lista diez veces más larga, aunque en la mayoría de los casos no estaríamos seguros sobre las genuinas conexiones causales. E incluso con diez veces más ‘causas’, todavía tendríamos que decir ‘todo lo anterior’.
¿Son tales factores una causa de diferencias históricas, o una consecuencia? No es una pregunta sensata si uno exige una respuesta sí / no —muy probablemente la respuesta debería ser ‘ambas’. Un análogo moderno sería preguntar si los actuales ingenieros y científicos orientados al espacio son una causa del éxito de las películas en el espacio y de las historias de ciencia ficción... ¿o acaso las primeras historias científicamente orientadas, con su sentido de asombro ante la absoluta inmensidad y misterio del espacio sideral, inflamaron a esos ingenieros, cuando jóvenes, con el deseo de convertir la ficción en hechos? Deben haber sido ambas, por supuesto.
Los primeros aprendices victorianos de alfarería, forja, quema de ladrillos, e incluso albañilería eran respetados, y respetaron a sus amos. Juntos hicieron perdurables monumentos para las futuras generaciones. De manera similar, los primeros trenes y canales conectaban todas las ciudades principales, y conectaban a las fábricas con sus proveedores y clientes. Este sistema de transporte preparó el terreno para la maravillosa red económica que la Gran Bretaña Eduardiana heredó de los victorianos. Estos sistemas no fueron estáticos, para ser admirados por lo que habían logrado. Eran dinámicos, cambiaban, eran tanto procesos como logros. Cambiaron la manera de pensar de las generaciones exitosas sobre dónde y cómo vivían. Incluso hoy, nuestras ciudades dependen en gran medida de lo que los victorianos construyeron, especialmente cuando se trata de alcantarillado y provisión de agua.
Los cambios resultantes en pensamiento alimentaron los cambios posteriores. La combinación de causa y consecuencia es un ejemplo de lo que hemos llamado en otro lugar complicidad. Este fenómeno surge cuando dos sistemas conceptualmente distintos interactúan recursivamente, cada uno cambiando al otro repetidamente, de modo que co-evolucionan. Un típico resultado es que juntos se abren camino en un territorio que sería inaccesible para cualquiera de los dos. La complicidad no es simple ‘interacción’, donde los sistemas unen fuerzas para lograr algún resultado conjunto, pero que como resultado ellos mismos no son afectados enormemente. Es mucho más drástico, y cambia todo. Incluso puede borrar sus propios orígenes, de modo que ninguno de los sistemas originales diferentes permanece.
Las innovaciones sociales que fueron (posible pero no únicamente) provocadas por el ingenio e impulso victorianos son exactamente así. Porque había selección, y porque a menudo el mejor crecimiento ocurre en la mejor demanda y en las partes mejor diseñadas de crecientes sistemas, había recursión. La siguiente generación era inspirada por los éxitos de la generación previa, y sus nobles errores, y construyó un mundo mejor. Lo que podríamos llamar el Síndrome del Túnel Canal ocurre muy a menudo en sociedades capitalistas y democráticas, pero no en estados totalitarios, o ni siquiera en naciones como, por decir, los estados árabes de hoy ni en la India del siglo XX. Y particularmente no en la Rusia o China del siglo XIX: ambas eran ricas, pero no tenían una clase media respetable.
La clase media victoriana era respetada tanto por los trabajadores cuyas vidas explotaban —y abrían— como por los aristócratas, cuyo punto de vista cada vez más internacional fue progresivamente integrado con el comercio. Rusia y China tenían sistemas políticos sin una clase media económicamente poderosa y accionista, que podría empezar o seguir modas, y sostener aventuras románticas y visionarias. Hoy, los británicos todavía respaldarán una aventura del Túnel Canal o un explorador de Marte Beagle-2, porque tales cosas son románticas y posiblemente heroicas, aunque no sean muy rentables. Un largo registro histórico muestra con mucha claridad que el primer intento de cualquier túnel importante habitualmente fracasa económicamente... sin embargo más tarde el túnel es construido con éxito —a menudo después de una larga serie de intentos de apuntalar una empresa fracasada. Luego las ruinas son compradas por una bicoca, ocasionalmente nacionalizadas o considerablemente financiadas por el gobierno o alguna otra fuente de capital muy importante, y la empresa resultante puede pararse en los hombros de la primera. Sólo alguna economía algo forzada ha mantenido hasta ahora en los negocios a las compañías originales involucradas en el Túnel Canal, por lo menos del lado británico donde todo fue hecho por empresas privadas.
Algunos proyectos son tan románticos, tan atractivos en concepto pero tan difíciles en ejecución, que se necesitan tres o cuatro intentos para que ganen impulso. La estructura recursiva de tipo cómplice los mantiene a flote. Los puentes de Telford son famosos, como lo son tantas de sus otras obras de ingeniería; su habilidad de capitalizar sus éxitos fue el resultado, y la causa, de su fama, que fue lograda por lo que ahora llamaría ‘conexión en red’ entre aristócratas, ministros del gobierno, y fabricantes de encurtidos. Era, como decían, famoso por ser famoso. En América, empresas similares eran medidas más por el retorno financiero anticipado, por ‘el balance’. De modo que valía la pena respaldar a John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, y a su grupo porque garantizaban la multiplicación de su inversión, más que porque la empresa fuera excitante ‘para la Reina y el país’. A principios del siglo XX América tenía una Ford gigantesca, monolítica... mientras Inglaterra tenía una variedad de pequeños negocios de ingeniería como la Morris Garages (MG).
La otra razón muy importante de por qué una sociedad como la victoriana inglesa puede tirarse de los cordones de sus zapatos y volar es la que hemos mencionado antes. Se elevan de sus viejas limitaciones hacia un nuevo conjunto de reglas. En La Ciencia de Mundodisco y La Ciencia de Mundodisco II explicamos por qué las boleadoras espaciales, una especie de enorme rueda de Ferris en órbita, es capaz de llevar las personas al espacio mucho más barato que los cohetes —de hecho, requiere menos energía que la que cualquiera calcularía usando las leyes del movimiento y gravedad de Newton. Hacemos un paso más, e invocamos el ascensor espacial, un cable muy fuerte colgando de una órbita geoestacionaria, que sería más difícil de construir pero requeriría aún menos energía. El truco es que las personas y los objetos que descienden pueden ayudar a levantar a otras personas y objetos. La energética satisface todas las reglas matemáticas corrientes, pero el contexto proporciona una inesperada fuente de energía.

Estos artefactos funcionan mejor que los cohetes, pero no porque usen la relatividad u otra física nueva e ingeniosa como la cuántica. O porque no obedezcan las leyes de Newton, porque sí lo hacen, hasta el punto de que todavía son relevantes. En cambio, las boleadoras y el elevador tienen una nueva invención inmortalizada, de modo que un hombre del espacio que entra en la cabina de una boleadora en la delgada atmósfera superior desde una aeronave a reacción puede salir de la cabina 400 millas más arriba. Si va a la velocidad correcta, así ocurre, toma la cabina que pasa de una boleadora espacial de 400 millas, que puede dejarlo días después en la órbita correcta para tomar la boleadora de 15.000 millas, que lo deposita en la órbita geoestacionaria, 22.000 millas más arriba, después de un par de semanas. Tales máquinas pueden ser movidas utilizándolas para bajar valioso material de los asteroides a la Tierra, o (en el caso de las boleadoras) "meciéndolo" como una hamaca de jardín, utilizando motores en el medio movidos por luz solar y recogiendo o soltando las cuerdas de la cabina a medida que giran las boleadoras.
En cuanto se hace la enorme inversión inicial requerida para desarrollar tal maquinaria, la tecnología de los cohetes se vuelve en gran parte obsoleta, tal como la tracción animal fue desplazada por el motor de combustión interna. Sí, uno no puede atar 500 caballos delante de una gran barcaza de canal, porque no habrá espacio sobre el camino de sirga... pero un motor marino de 500 caballos de fuerza es otro asunto por completo. Sí, un cohete usaría demasiado combustible para ser un método práctico de levantar una masa de objetos y personas en órbita —pero no es la única manera de ponerlos allí. Sí, las leyes de Newton todavía tienen que ser obedecidas, y uno tiene que "pagar" para instalar todo arriba, y todavía cuesta la misma energía poner a las personas en órbita. Pero nadie paga una vez que la maquinaria está ahí. Si no lo cree, suba en un ascensor de un rascacielos, note cómo bajan los contrapesos, y regresan a tierra firme. Entonces, para machacar el mensaje, suba por la escalera.
El procesador de texto que estamos usando para escribir este libro es un metafórico ascensor espacial comparado con una máquina de escribir mecánica (¿La recuerda? Tal vez no). Un automóvil moderno es un ascensor espacial comparado con un Ford modelo T o un Austin-7, que eran en sí mismos boleadoras, mientras que los automóviles a vapor de 1880 eran cohetes. Piense en la inversión que se hizo en el sistema victoriano de ferrocarriles, los canales —entonces fíjese en cómo esta inmensa inversión cambió las reglas, de modo que las generaciones posteriores pudieran hacer toda clase de cosas que eran imposibles para sus antepasados.
Victoriana, entonces, no era una situación, era un proceso. Un proceso recursivo, que desarrolló para sí nuevas reglas y nuevas capacidades, como el previo trabajo duro y la innovación condujeron a nuevo capital, nuevo dinero, y nueva inversión. Los nuevos pobres, tan oprimidos como podían estar, estaban mucho mejor que los pobres rurales. Por lo cual se volcaron a las ciudades donde sus vidas, aunque al estilo Dickens, eran más fáciles y más interesantes que en el campo. Los recién llegados urbanos suministraron nueva fuerza laboral para construir nuevas industrias. También suministraron una útil base consumidora. Esas casas de trabajadores, que todavía se encuentran en los suburbios de muchos pueblos, no eran sólo vivienda para una fuerza laboral explotada; eran también una fuente de nueva riqueza para ese joven aristócrata de regreso de la Costa de Oro que había abierto una fábrica de encurtidos en Manchester. Había visto las salsas hechas en Madagascar o Goa, le gustó el sabor, y pensó que podía venderlas a los obreros para que las pusieran sobre sus salchichas y tocino. Piense en él por un momento, quizás una maravilla sin mentón que empleaba a treinta hombres para mezclar los ingredientes —frutas tropicales— y hervirlos en grandes tanques de hierro fundido. Los tanques eran fabricados en Sheffield y cargados en angostos botes a lo largo de los canales, pagando monedas a quizás cincuenta obreros que proporcionaron los tanques originales y los edificios. Su compañía de encurtidos sostuvo toda una pequeña industria durante generaciones: provisión de carbón mineral para calentar, frutas importadas y frutas producidas en el ámbito local, especias para ser procesadas en las salsas, agua especial, botellas de vidrio, etiquetas impresas...
Seguramente habría media docena de matronas de edad madura ocupadas en diferentes tareas en su fábrica, también, aun dirigiendo a algunos de los hombres. Esto era nuevo —fuera de casa, de todos modos. Las mujeres también tenían trabajo con él como limpiadoras, quizás como secretarias para algunos del personal de alto nivel, y las mujeres que ganaban su propio dinero eran una enorme cuña metida en una sociedad dominada por el sexo masculino. En esa sociedad, era infrecuente incluso que las cortesanas tuvieran control de sus propios bienes, hasta tal punto que Mimi de La Boheme es más realista que Flora de La Traviata. Las leyes y costumbres entonces eran muy diferentes de lo que hoy aceptamos como "normal": las mujeres jóvenes y las más viejas eran explotadas sexualmente, gran cantidad de obreros murieron por accidentes industriales y polución. Sólo a través de su sufrimiento —y sus triunfos— la siguiente generación pudo ser construida.
Los Bretones de hoy son una parte esencial de este proceso hacia adelante y hacia arriba, y para ver por qué los triunfos de nuestra verdadera historia victoriana tienen lecciones para nosotros ahora, debemos comprender qué ocurrió entonces.
Había una diferencia muy importante, entre millones de diminutas diferencias individuales, entre la Gran Bretaña victoriana y Rusia (o China). Los británicos tenían varias fuentes de heterogeneidad social, disidencia, la exposición a la mirada pública de cosas que se hacen o comprenden de maneras diferentes. Desde la capilla bautista hasta el templo protestante cuáquero, desde la catedral católica con su dulce música y oraciones incomprensibles hasta las sinagogas judías con sus fieles de extraños sombreros y mantos que se convertían en su abogado o su contador durante la semana, la religión era obviamente diversa. En Polonia y Rusia, había progroms (particularmente durante el final del siglo XIX); en Inglaterra, sólo habían impuestos. Incluso en las prisiones inglesas eran respetadas las muy diferentes prácticas religiosas, quizás tanto en el incumplimiento como en la práctica, pero la teoría era bien conocida y apoyada —aunque no obligada— por la ley. Esta libertad de pensamiento, palabra y obra duraba. Después de la Segunda Guerra Mundial, después de la derrota del nazismo a tan inmenso coste, con Londres todavía en ruinas y la comida racionada, Sir Oswald Mosley era un fascista declarado cuyos Camisas Negras bajaban al East End de Londres para promocionar sus opiniones racistas. Jack se trenzaba en peleas callejeras con ellos una vez al mes. Incluso entonces, le complacía que sus horribles discursos fueran permitidos por la ley. En la USA o en Rusia, Mosley habría estado en la cárcel o elegido presidente. Había un contexto de heterogeneidad, de diferencia que era más que aceptada, siendo valorada con una sonrisa. Y esto era parte de una tradición continua, que vuelve al tiempo victoriano.
La gran diferencia que hizo próspera a la Gran Bretaña victoriana, promovida a sí misma recursivamente por todas las historias de éxito dentro de ella —y por la naturaleza distinta de estos éxitos, como cuáqueros, ferrocarril, grandes puentes hermosos, menos niños hambrientos, control de algunas enfermedades— estaba en el ambiente, en el contexto, que promovía la diferencia. Ha estado de moda que un tipo de historiador de ciencia particularmente ingenuo señalara el contexto social de las teorías científicas, y pretendiera que la ciencia es por lo tanto y por completo conducida socialmente. En general se afirma, por la misma razón, que esta procedencia niega a la ciencia su autoridad, de modo que sus verdades simplemente siguen las convenciones sociales.
Los evolucionistas victorianos proveen una precisa refutación de esa opinión.
Wallace, por ejemplo, nació de padres pobres, fue aprendiz de relojero durante un tiempo (obviamente uno de nuestros magos recibió órdenes para que lo lograra), entonces se convirtió en un próspero aunque indigente agente de tierras, entonces un coleccionista de animales y plantas más exitoso. Nunca hizo suficiente dinero para unirse a la clase media superior, incluso después de que su estrella apareciera junto a la de Darwin.
Darwin era un joven aristócrata, sus padres eran adinerados, y habría sido completamente correcto que se convirtiera en un coadjutor —y, efectivamente haber escrito Teología de las Especies. Otros pro-evolucionistas, tan variados como Owen (confundido por Darwin por un anti-evolucionista debido a su cuidadoso análisis de las implicancias anatómicas de la idea de la selección natural de Darwin / Wallace), Huxley, Spencer, Kingsley, eran todos de estratos diferentes de la sociedad. Hemos visto que la primera impresión de El Origen de las Especies fue inadecuada para el mercado, y que todas las copias estaban vendidas a la segunda mañana después de la publicación. ¿Habría ocurrido en la India del siglo XIX? ¿En la Rusia bajo los zares, o después de la revolución? En los Estados Unidos... posiblemente. Y en la parte alemana de Prusia. Las historias de Dickens, críticas como eran del orden existente, eran aguardadas ansiosamente por todos los estratos sociales en Inglaterra —y por muchos al este de los Estados Unidos.
No habría sido muy extraño si esta sociedad heterogénea involucraba grupos diferentes que escogían ideas diferentes, de acuerdo con sus varias filosofías y teologías. Sin embargo, lo que realmente les ocurrió a ambos, a Dickens y a Darwin, y después a Wells, fue una apreciación muy general de sus ideas radicales, muy ampliamente, a través de todos esos grupos diversos. Las mismas opiniones alternativas fueron bienvenidas por muchos estratos diferentes de la sociedad. Más aun, quizás, que en cualquier otra sociedad desde entonces, la heterodoxia era casi la regla. Los clubes de hombres trabajadores eran semilleros de discusiones racionales, gracias al establecimiento de clases vespertinas por la Workers' Educational Association. La educación del hombre común era promovida por las nuevas escuelas politécnicas y la British Association for the Advancement of Science.
Hasta cierto punto, lo mismo sucedió a todas las universidades embrionarias que, en la época victoriana, habían sido sembradas por los grupos de debate filantrópicos en las ciudades grandes. Estos establecimientos, oscuros edificios de ladrillos rojos en los centros de todas ciudades industriales inglesas, eran organizaciones muy diferentes de las antiguas universidades. La otra mitad del edificio, o el edificio al frente sobre la misma calle, era a menudo la biblioteca pública, una organización que no sería encontrada en Rusia o China en ese tiempo. Estas organizaciones proveyeron un ascenso de trabajo manual a artesano, y había miles de tales establecimientos por toda la Gran Bretaña victoriana.
Las verdaderas universidades, Oxford, Cambridge, Edimburgo, St Andrew, promocionaban la ortodoxia vía clásicos y las artes literarias y gubernamentales. Las ciencias estaban entrando despacio, principalmente como física teórica y astrofísica, que sólo necesitaban de cerebros y pizarras, como la matemática. Las ciencias prácticas como geología y paleontología, química, y zoología continuaban en laboratorios oscuros y sucios con vidrios altos y oscuras particiones de madera; la botánica era apoyada por herbarios aromáticos. Tal trabajo tenía un estatus muy bajo comparado con la matemática y la filosofía —tenía asociaciones con trabajo manual y tierra. Sin embargo, la arqueología, debido a su continua relación con el mundo clásico y sus artefactos, tenía estatus muy alto.
La clase media floreciente, en general, no aspiraba a estas prácticas arcanas. Querían información técnica y científica, no entretenerse con teorías, aunque fueran importantes y románticas. No querían nada clásico, indudablemente no los clásicos. Las universidades propiamente dichas todavía requerían una educación clásica de todos los aspirantes, e incluso en 1970 seguían pidiendo competencia en una lengua extranjera a los inscriptos en ciencia (como evidencia, presumiblemente, de algo de cultura —nunca exigían ciencia o matemática a los aspirantes de artes o clásicos). Los gremios de los obreros y artesanos cooperaron para producir el sistema de aprendizaje, y éste fue en muchos sentidos el modelo para sus propias organizaciones educativas.
Éstos, notablemente la Worker’s Educational Association, proveían exactamente lo que deseaban, guiado y monitoreado por los gremios de artesanos y por los concejos electos representativos que ayudaban a supervisar sus relaciones con la industria local, especialmente los planes de aprendizaje. Los exámenes de la ‘Ciudad y Gremios’, que concedían certificados y diplomas, eran la moneda educativa de estos sistemas auto-organizados, y continuaron hasta 1960. Eran las etiquetas que calificaban a los peones como artesanos, dignos del respeto de sus semejantes.
Este tirar de los propios cordones de los zapatos hacia una ciudadanía respetable contrasta con la actitud hacia los concejales locales electos de las universidades en las que estas organizaciones maduraron. Como las universidades antiguas, las nuevas como Birmingham y Manchester premiaban a los dignatarios electos locales, alcaldes y concejales, con títulos honorarios. Estos títulos vacíos, comparados con los certificados ganados por los artesanos y con los títulos honoris causa dados a los eminentes eruditos en reconocimiento y respeto, aseguraban una lealtad política —y devaluaban la academia en general. Por desgracia, la profusión de tales universidades jóvenes en la Inglaterra de finales del siglo XX ha significado que asignaturas no-técnicas y aun no-científicas se hayan puesto de moda otra vez, por la exclusión de esa educación artesana que fue tan saludable a fines de la época victoriana. La devaluación de los grados académicos de toda clase ha continuado rápidamente, pero al mismo tiempo se han atrofiado las rutas alternativas y más respetables al progreso individual.

¿Acaso esto importa?
Efectivamente, sí. Quizás Owen Harry, que había surgido de unos malos comienzos galeses cerca de Cardiffs Tiger Bay para convertirse en un jefe técnico muy joven en el departamento de zoología de Jack en la Birmingham University, y que después se convirtió en conferenciante superior en la Belfast University, puso lo mejor cuando describió su principal consecuencia negativa como ‘una falta de sargentos’.
Hay una historia sobre el entrenamiento y examen de oficiales en el Ejército británico en 1950. Una de las preguntas más importantes era ‘¿Cómo cava una zanja?’. La respuesta correcta era ‘Sólo digo, ¡Sargento, cáveme una zanja!’. Los sargentos son las personas que organizan lo que se hace. No son expertos en qué hacer, o cuándo: ésa es la prerrogativa de los oficiales, que en teoría constituyen los cerebros de la organización. Los oficiales deciden qué tiene que ser hecho, pero no saben cómo hacerlo. Los sargentos no hacen las cosas en realidad, tampoco, excepto ocasionalmente cuando tienen que hacerlas. Su rol es organizar escuadrones de hombres ignorantes, a menudo incompetentes, pero bien entrenados para obedecer órdenes, de modo que cooperan eficazmente. Los sargentos son la capa que hace la cooperación efectiva: saben cómo lograr que las cosas sean hechas. Los soldados rasos saben cómo hacer lo que les dicen, y están entrenados para no hacer otra cosa.
No dijimos eficiente; es un error común ver eficiencia como algo por lo que uno se ha esforzado. La eficiencia es un concepto prestado por la ingeniería y la física, una medida de cuánto sale para cuánto se puso. Los sargentos son en algunos sentidos la manera menos eficiente de tener las cosas hechas; tienen cierta tendencia a la repetición y el sarcasmo, confiando en que algunos de sus reclutas se graduarán del entrenamiento básico con algún grado de competencia. Pero los Sargentos son muy efectivos, y el sistema del que son parte es muy robusto.
Darwin y Wallace, Spencer y Wells, todos surgieron de un sistema que era muy robusto de este modo. Todos ellos, diferentes como eran, sabían que escribir libros era una primordial manera de afectar la sociedad a su alrededor. No había televisión, ni películas, y sólo una fracción del pueblo iba al teatro o a la ópera... principalmente al music hall y las pantomimas cerca de la Navidad. Dickens, Kingsley, las hermanas Bronte, y Thomas Hardy hicieron que las personas —muchas personas— pensaran nuevas ideas y llevaran nuevas vidas. Los clubes de hombres trabajadores y sus conexiones con las bibliotecas públicas llevaron la destreza de la lectura a un nivel más alto que nunca.
De modo que este público estaba listo para los textos persuasivos que podían sacarlos de los simples conocimientos bíblicos hacia las nuevas teologías, incluso hacia el ateísmo. Huxley, ‘el buldog de Darwin’, promovía el Darwinismo como la antítesis de un mundo hecho por Dios. De la aspirante clase media de la Gran Bretaña victoriana creció nuestra era secular moderna, con Dios relegado a ser el juguete de algunos de los cleros menos modernos. El clero moderno no cree en un inglés de doce pies allá arriba en el cielo, con el Cielo como una eterna reunión al aire libre del Palacio de Buckingham. Particularmente de esos filósofos franceses que continuaron la sofisticada crítica teológica en linajes derivados de Voltaire, nuestros clérigos aprendieron a prescindir de ese fuerte estilo victoriano de cristianismo. Esa forma de anglicanismo, confiado de que Dios realmente estaba cuidando a los ingleses, no necesitaba avergonzarse con oradores manifiestos. Los rituales bastarían (siempre que no fueran ruidosos como los galeses, o llamativos como los católicos).
Hemos perdido la fuerte religión simple, hemos perdido la excelencia académica, hemos ganado una sociedad secular que mantiene la heterogeneidad que la hizo tan robusta en la época victoriana y después. Sin embargo, ahora estamos llevando a cabo políticas, particularmente en la educación, que dejan de suministrar a la sociedad todas esas personas capaces que construyeron los edificios victorianos y eduardinos, tanto material como teóricamente.
Hay rutas para salir de este pesimismo. En La Ciencia de Mundodisco II nos referimos a los humanos como Pan narrans, el chimpancé contador de historias. Nuestro mensaje en conjunto era que los seres humanos tienen que hacer historias para motivarse, para identificar objetivos, y para distinguir el bien del mal.
Aquí vamos un paso más lejos.
El Hombre Tecnológico y Civilizado, creemos, debe convertirse en Polypan multinarrans, para extender la metáfora algo más. Los seres humanos deben volverse cada vez más diversos, valorando y disfrutando las diferencias de todos los demás en lugar de temerlas o sofocarlas. Y una simple explicación no es suficiente. Para una mejor comprensión, como filosofía básica útil apropiada para la acción en cuanto a criterio y decisión, una explicación es sólo raramente suficiente. Las personas encuentran satisfactorias las explicaciones simples porque permiten delgadas cadenas causales de la clase que construimos para nuestros propios recuerdos y causalidades personales. Pero el mundo real, incluso el mundo de las otras personas y sus gustos, aversiones y prejuicios —a veces tan rígidamente sostenidos que nuestras propias vidas y las de nuestros seres queridos no les importan— no funciona de ese modo.
Nos debemos a nosotros mismos, y a aquellos por los que somos responsables y a aquellos que nos respetan, desarrollar la comprensión multi-causal. Podemos hacerlo, como se sugiere aquí, abarcando simultáneamente varias explicaciones de cada enigma, explicaciones que no están productivamente de acuerdo unas con otras. Multinarrans: muchas historias. De modo que una persona, ni siquiera un Newton o un Shakespeare o un Darwin, será realmente suficiente, a pesar de la historia que acabamos de contarle. Nuestro Darwin ficticio es el símbolo de un torrente interminable de Darwin, recusando la ortodoxia y teniendo razón, una gloriosa red de pensadores innovadores y radicales. Las personas que tratan de mantener vivas las antiguas culturas haciendo explotar a la competencia no logran nada, excepto el desprecio extendido de sus objetivos. Condenan su propia empresa por sus métodos, y revelan una terrible falta de confianza en que lo que les importa pueda sobrevivir sin coerción y violencia.
Volviendo a los sargentos, y a la manera en que realmente las cosas son hechas: ‘Sargento, cave una zanja’. Así es como un Polypan multinarrans logra las cosas. ¿Cuántas personas se necesitan para comprender un avión a reacción de pasajeros? ¿Para construir uno? La recursión en la tecnología es realmente como la evolución biológica, amplía el espacio fase. Lo amplía tanto que la mayoría de nosotros no tenemos prácticamente ninguna comprensión de cómo funciona el mundo en que vivimos. A decir verdad, es esencial que no la tengamos, porque habría demasiado para que alguien lo comprenda.
Pero sí necesitamos comprender que así es el mundo. De otra manera no sólo perdemos a los sargentos: perdemos la capacidad de construir aeronaves que vuelen, lavavajillas que limpien, automóviles que no contaminen (tanto). Dejamos de ser capaces de curar (a algunos de) los enfermos, de alimentar (la mayoría de) el planeta, y de alojar, vestir, y lavar a una humanidad floreciente.
Nuestro mundo está cambiando, y está cambiando muy rápido, y nosotros mismos somos agentes ineludibles de ese cambio. Si nos estancamos, como nuestro victoriano ficticio, nos morimos. Quedarnos donde estamos no es una alternativa. Los recursos estáticos ya no pueden continuar sosteniéndonos.
Realizamos nuestro trabajo de mundo presentando nuevas y no soñadas reglas y posibilidades, al considerar las alternativas y tomar decisiones, que se sienten como ‘libre voluntad’, y trabajan así, incluso si son ‘realmente’ deterministas. Construimos en el presente para crear un futuro más grande. La ciencia apoyada en la tecnología, y la tecnología apoyada en la ciencia, proveen una escalera exitosa que resulta en exteligencia.
¿Es, quizás, la única?
El pasado era otro país, pero el futuro es un mundo alienígena.

Y sin embargo...
Lo más extraordinario del universo, como Einstein dijo una vez, es que es comprensible. No en cada aspecto, pero en los suficientes para hacernos sentir en casa. Tiene sentido —casi tanto como una historia de Mundodisco. Lo cual es asombroso porque los hechos no deben tener sentido: sólo la ficción bien hecha tiene que obedecer reglas tan rígidas.
Parte de esta comprensibilidad puede ser explicada. Evolucionamos en el universo, y evolucionamos para sobrevivir en él. Ser capaces de contarnos historias de ‘que pasaría si’ —para comprenderlo— tiene valor de supervivencia. Hemos sido seleccionados, por naturaleza, para contar tales historias.
Lo que es menos fácil de explicar es por qué el universo puede ser representado por historias humanas. Pero entonces, si no lo fuera, no las estaríamos contando, ¿verdad?
Lo cual nos lleva de regreso a Charles Darwin, arquitecto de nuestro propio presente, que era su futuro, y que seguramente parecería extraño a cualquier victoriano. En el Capítulo 18 lo dejamos sentado sobre una "ribera enmarañada", observando aves e insectos, y reflexionando sobre la naturaleza de la vida. El párrafo final de El Origen, que empieza con apacibles meditaciones sobre riberas enmarañadas, ahora se abre camino a su conclusión revolucionaria:
De la guerra de la naturaleza, del hambre y la muerte, el más eminente objeto que somos capaces concebir, a saber, sigue directamente la producción de los animales superiores. Hay grandiosidad en esta visión de la vida, con sus varias potencias, habiendo sido originalmente infundida en algunas formas o en una; y que, mientras este planeta ha continuado girando de acuerdo con la ley fija de la gravedad, de tan simple principio evolucionaron interminables formas sumamente hermosas y sumamente maravillosas, y continúan evolucionando.



CAPÍTULO 25
La ribera enmarañada
Era medianoche en el Salón Central del museo cuando los magos aparecieron. Había algunas luces encendidas; sólo las suficientes para ver los esqueletos.
—¿Es un templo de alguna clase? —dijo el Director de Estudios Indefinidos, palmeando sus bolsillos por su petaca de tabaco y un paquete de Wizlas—. ¿Uno de los más raros, quizás?
+++ Efectivamente +++ resonó la voz de Hex desde el medio del aire. +++ En todos los universos de La Ología, era el Templo del Ascendente del Hombre. Aquí, no lo es +++
—Muy impresionante —farfulló el Decano—. ¿Pero por qué no sólo le mostramos la gran bola de nieve? Estaría muy complacido de saber que fue por él que los humanos se fueron.
—¡Hemos atemorizado bastante al pobre tipo, por eso no lo haremos! —dijo Ridcully con fuerza—. Lo comprenderá. Hex dice que empezaron la construcción cuando Darwin estaba vivo. Animales rellenos, huesos... es la clase de cosas que conoce. Ahora retrocedan y denle un poco de aire al tipo, ¿quieren?
Se alejaron de la silla sobre la que Charles Darwin había sido transportado, envuelto en la luz azul. Ridcully chasqueó sus dedos.
Darwin abrió sus ojos, y gimió.
—¡Esto nunca termina!
—No, lo estamos enviando de regreso, señor —dijo Ridcully—. Es decir, usted despertará pronto. Pero pensábamos que hay algo que debe ver primero.
—¡He visto suficiente!
—No suficiente. Luces, caballeros, por favor —dijo Ridcully, enderezándose.
La luz es la magia más fácil de hacer. Un brillo creció en el salón.
—El Museo de Historia Natural, Sr. Darwin —dijo Ridcully, retrocediendo—. Se abrió después de su muerte a una edad venerable. Es su futuro. Creo que hay una estatua suya por aquí en algún lugar. Lugar de honor, sin duda. Por favor, escuche. Me gustaría que sepa que por usted, la humanidad resultó ser lo bastante adecuada para sobrevivir.
Darwin miró el salón a su alrededor, y luego con recelo a los magos.
—La frase ‘supervivencia del más adecuado’ no era... —empezó.
—La supervivencia del más suertudo en este caso, me temo —dijo Ridcully—. ¿Está usted familiarizado con la idea de las catástrofes naturales a través de toda la historia, Sr. Darwin?
—¡Efectivamente! Uno sólo tiene que examinar...
—Pero no ha sabido que barrieron la vida inteligente de la faz del globo —dijo Ridcully, tristemente—. Siéntese otra vez, señor...
Le contaron sobre la civilización con aspecto de cangrejos, y sobre la civilización con aspecto de pulpos, y sobre la civilización con aspecto de lagartijas. Le contaron sobre la bola de nieve.
Darwin lo aguanta bien, pensó Ponder. No grita ni trata de escapar. Lo que hizo fue, en cierto modo, peor: hizo preguntas, con una voz lenta y solemne, y luego hizo más preguntas.
De manera extraña, se mantuvo lejos de las como ‘¿Cómo sabe esto?’, y ‘¿Cómo puede estar tan seguro?’. Parecía un hombre ansioso de evitar ciertas respuestas.
Por su parte, Mustrum Ridcully casi le contó toda la verdad en algunas ocasiones.
Por fin Darwin dijo:
—Creo que veo —en un tono definitivo.
—Lamento que hayamos tenido que... —empezó Ridcully, pero Darwin alzó una mano.
—Sé la verdad de todo eso —dijo.
—¿La sabe? —dijo Ridcully—. ¿De veras?
—Efectivamente, hace algunos años había una novela bastante popular. Un Cuento De Navidad. ¿Lo leyeron?
Ponder bajó la mirada al trozo de papel hasta ahora en blanco sobre su tablilla. Le había dicho a Hex que se quedara en silencio; Charles Darwin probablemente no estaba en el humor correcto para oír voces desde el cielo. Pero Hex era ingenioso.
—¿De Charles Dickens? —preguntó Ponder, tratando de que no se viera como si estuviera leyendo el escrito que había llenado la página de repente—. ¿La historia de la redención de un misántropo por medio de una intervención fantasmal?
—Exactamente —dijo Darwin, todavía hablando con voz cuidadosa y medida—. Está claro para mí que algo similar me está pasando. Ustedes no son fantasmas, por supuesto, sino aspectos de mi propia mente. Estaba descansando sobre una ribera cerca de mi casa. Había estado luchando a fondo con algunas de las perturbadoras implicancias de mi trabajo. Era un día tibio. Me quedé dormido, y ustedes, y ese... Dios... y todo eso, es una especie de... pantomima en el teatro de mi cerebro mientras mi pensamiento se resuelve.
Los magos se miraron unos a otros. El Decano se encogió de hombros.
Ridcully sonrió.
—Sujétese a esa idea, señor.
—Y me siento seguro de que cuando despierte habré llegado a una resolución —dijo Darwin, un hombre que clavaba sus ideas en orden con firmeza—. Y confío fervientemente que habré olvidado los medios por los que lo logré. Ciertamente no desearía recordar al elefante con ruedas. O a los pobres cangrejos. Y en cuanto a la ballena dirigible...
—¿Usted quiere olvidar? —dijo Ridcully.
—¡Oh, sí!
—Ya que ése es su pedido claro, no tengo duda que será el caso —dijo Ridcully, echando un vistazo inquisitivo a Ponder. Ponder miró la tablilla y asintió. Era un pedido directo, después de todo. Ridcully era, notó Ponder, muy inteligente bajo todos esos gritos.
Aparentemente aliviado, Darwin miró el salón a su alrededor otra vez.
—Soñé que vivía en salones de mármol, efectivamente —dijo.
Las palabras ‘Referencia a una canción popular escrita por Michael W. Balfe, administrador del Lyceum Theatre, Londres, en 1841’ flotaron a través de la tablilla de Ponder.
—No reconozco algunos de estos esqueletos tan impresionantes —continuó Darwin—. Pero eso es el Diplodocus carnegii de Robert Owen, claramente... —Se volvió bruscamente—. La humanidad sobrevive, ¿dice usted? —dijo—. ¿Se fue a las estrellas en cometas domesticados?
—Algo así, Sr. Darwin —dijo Ridcully.
—¿Y prospera?
—No lo sabemos. Pero sobrevive mejor que bajo una milla de hielo, sospecho.
—Tiene una oportunidad de sobrevivir —dijo Darwin.
—Exactamente.
—Aún así... confiar su futuro a una frágil nave a velocidad a través del vacío desconocido, presa de peligros inimaginables...
—Eso fue lo que hicieron los dinosaurios —dijo Ridcully—. Y los cangrejos. Y todo el resto de ellos.
—¿Perdone?
—Quise decir que este mundo era una nave muy frágil, si usted considera una perspectiva a largo plazo.
—Ya. Sin embargo, algún vestigio de vida sobrevive a cada catástrofe, con seguridad —dijo Darwin, como siguiendo el hilo de una idea—. Profundo bajo el mar, quizás. En semillas y esporas...
—¿Y es así como debería ser? —dijo Ridcully—. ¿Nuevas criaturas pensantes que surgen y son destrozadas, para siempre? Si la evolución no se detuvo en el borde del mar, ¿por qué debería detenerse en el borde del aire? La playa era una vez un vacío desconocido. ¿Seguramente la evidencia del surgimiento de la humanidad puede por ahora darle la esperanza de un destino todavía más alto en el futuro distante?
Ponder bajó los ojos hasta su tablilla. Hex había escrito: ‘Está citando a Darwin’.
—Una idea interesante, señor —dijo Darwin, y logró sonreír—. Y ahora, creo, me gustaría despertar, realmente.
Ridcully chasqueó los dedos.
—Podemos librarnos de esos recuerdos, ¿verdad? —dijo, mientras el brillo azul envolvía a Darwin otra vez.
—Oh sí —dijo Ponder—. Nos ha pedido que lo hagamos, de modo que es éticamente correcto. Bien hecho, señor. Hex puede arreglarlo.
—Bien, entonces —dijo Ridcully, frotándose las manos—. Envíalo de regreso, Hex. Quizás con apenas un recuerdo diminuto. Un souvenir, como si fuera. —Darwin se esfumó—. Trabajo terminado, caballeros —dijo el Archicanciller.
—Todo lo que queda ahora es regresar por...
—Deberíamos asegurarnos de que no haya más Auditores en Mundobola, señor —dijo Ponder.
—Sobre ese tema... —empezó Rincewind, pero Ridcully le hizo callar agitando la mano.
—Eso al menos puede esperar —dijo—. Hemos establecido la línea temporal, es bonita y estable, y podemos...
—Er, no creo que quieran esperar, señor —dijo Rincewind, retrocediendo. Unas sombras se estaban volcando en el Salón Central. Sobre la escalera doble se estaba formando una nube. Parecía la túnica gris de un Auditor, pero enormemente más grande, y mientras los magos miraban el gris se oscureció hasta un negro de mina de carbón.
La forma hinchada derivó hacia adelante, mientras más centenares de túnicas grises vacías continuaban fundiéndose con ella.
—Y creo que están un poco enfadados —añadió Rincewind.
Arrastrando grisura tras él, llenando el salón de borde a borde, el Auditor se abatió sobre los magos.
—Hex... —empezó Ponder.
—Demasiado tarde —dijo el Auditor con voz resonante—. Tenemos el control ahora. Nada de magia, nada de ciencia, nada de chocolate. Tenemos que agradecerles este lugar. Nunca hubo una especie tan decidida a destruirse. ¡En este mundo podemos ganar sin intentarlo! ¿Saben de las guerras que han desencadenado sobre este mundo de juguete? ¿Las pestes, el hambre, toda la ciencia de la muerte? ¿No están avergonzados?
—¿De qué está hablando, Stibbons? —dijo Ridcully, sin quitar los ojos de la nube.
—Hay varias guerras en los siguientes doscientos años, señor —dijo Ponder—. Grandes guerras.
—¿Por culpa de Darwin?
—Er, señor.
—¿Sólo ‘er’, Stibbons?
—‘Er’ es un término muy preciso en este contexto, señor. Significa que no tenemos tiempo para un gran debate. Pero indudablemente las guerras son más grandes y más frecuentes que las que tuvieron lugar en el mundo de La Ología.
—¿Mala cosa, entonces? —dijo Ridcully, a quien le gustaba que su filosofía fuera sucinta.
—Er otra vez, señor, me temo —dijo Ponder.
—¿Te importa ampliar?
—En pocas palabras, señor, más personas morirán en guerras, muchos menos morirán por enfermedad y problemas médicos de todas clases. Y la humanidad sobrevive a la bola de nieve. Los primeros humanos dejaron el planeta en armas transformadas de la guerra, señor.
—Eso es monos para ti, Stibbons —dijo Ridcully. Levantó los ojos a la nube de puro Auditor.
—No, no estamos avergonzados —dijo—. Los humanos tienen una oportunidad de continuar.
—¡No la habrán ganado!
—Es extraño que esto le preocupe —dijo Ridcully.
—¿Conocen los terrores que enfrentarán? —preguntó el Auditor—. ¿Y los terrores que traerán consigo?
—No, pero dudo que sean peores a los que ya han conocido —dijo Ridcully—. De todos modos, usted no se preocupa por ellos. Usted sólo quiere que mueran silenciosamente. ¿Verdad?
El Auditor tembló. Ponder se preguntó cuántos Auditores se habían unido para crearlo. Ahora parecía estar vacilante, inseguro
—Yo quiero... yo... —dijo...
... y explotó en una niebla que, por sí misma, se desvaneció.
—No aprenden lo suficiente, entonces —dijo Ridcully, y resopló—. Bien, enviemos a Darwin de regreso y vámonos a casa, ¿eh? Estoy seguro de que al menos hemos perdido una comida. ¿Dónde está Rincewind?
+++ Escondido en la Galería de Minerales +++ dijo Hex.
—Impresionante. Ni siquiera lo vi moverse. Oh bien, me atrevo a decir que puedes recogerlo más tarde. Vámonos.
—¿Qué quiso decir por los terrores que traen consigo? —dijo el Decano.
—Bien, todavía son monos —dijo Ridcully—. Todavía se gritan unos a otros, arrastrando toda esa evolución tras ellos, donde sea que vayan.
—Darwin dijo algo así, señor. En La Ascendencia del Hombre —dijo Ponder.
—Buen muchacho, Darwin —dijo Ridcully—. Habría sido un buen mago.
—¿Sabía que pusieron su estatua en la cantina, señor? —dijo Ponder, un poco impactado.
—¿Lo hicieron? Buena idea —dijo Ridcully bruscamente—. Así, cada persona sensata la ve. Listo, Hex.
Y el Salón Central quedó vacío otra vez, aparte de los fósiles.

Charles Darwin despertó. Por un momento tan breve que un parpadeo lo terminó, sintió una completa desorientación. Pero entonces se incorporó, sintiéndose inexplicablemente alegre, y miró la ribera enmarañada y ajetreada, con sus aves e insectos revoloteando, y pensó: Sí. Es correcto. Así es como es.


Ocurrencia tardía
El lema familiar de Darwin:
Cave et aude.
Mire, y escuche.



NOTAS AL FINAL
[1] William Paley (Peterborough, julio de 1743; 25 de mayo de 1805). Filósofo y teólogo utilitarista británico. Recordado por su analogía del relojero y sus argumentos para demostrar la existencia de Dios en su obra Teología Natural.
William Paley es fundamentalmente conocido por la apología del Cristianismo expuesta en su Teología Natural. En ella, Paley sistematiza un argumento ya alegado por Ray (1691), Derham (1711) y Nieuwentyt (1730): el diseño inteligente, revelado por la organización de los organismos e ilustrado por la analogía del relojero: si encontráramos un reloj abandonado, la compleja configuración de las partes nos llevaría a concluir que todas las piezas han sido diseñadas para un mismo propósito y dispuestas para un uso concreto, y que alguna inteligencia superior debió hacerlo.
[2] En inglés, originalmente By His Bootstraps (The Time Gate). Astounding Science Fiction, 131: 9-47 (Octubre 1941) (publicado con el pseudónimo de Anson MacDonald) Recopilado en: The Menace from Earth
La puerta del tiempo. En la colección La puerta del tiempo. Eds. Vértice, Galaxia 7: 7-110 Barcelona (1964)
[3] All You Zombies... The Magazine of Fantasy and Science Fiction, 94: 5-15 (Marzo 1959) Recopilado en: The Unpleasant Profession of Jonathan Hoag.
Todos ustedes, zombis. Minotauro, Fantasía y Ciencia Ficción, 4: 19- Ediciones Minotauro S.R.L., Buenos Aires (Marzo/Abril 1964)
Todos vosotros zombis. En: La desagradable profesión de Jonathan Hoag. Eds. Martínez Roca, S.A., Súper Ficción, 27: 121-134 Barcelona (1977)
Todos vosotros, zombis... En: Ciencia Ficción, Selección 39. Ed. Bruguera, Libro Amigo, 1502/728: Barcelona (1980)
Todos ustedes, los zombis. En: Silverberg, R. y Greenberg, Martin H. (Eds.). La sombra del espacio. Antología de la ciencia ficción norteamericana - II. (edición parcial de: The Arbor House Treasury of Modern Science Fiction; Arbor House, 1980). Luis de Caralt Editor S.A., Ciencia-Ficción, 32: Barcelona (1981)
[4] Turmalina, mineral con composición química compleja y un tanto variable apreciado como gema cuando es transparente y se talla. Los constituyentes principales son la sílice y la alúmina en proporciones casi iguales, formando unos tres cuartos del total. El resto se compone de ácido bórico, óxido ferroso, magnesia, cal, sosa, potasa y litio, aunque nunca están todos presentes en una misma muestra. La turmalina, más dura que el cuarzo y más blanda que el topacio, tiene una dureza que oscila entre 7 y 7,5 y entre 2,98 y 3,20 de densidad relativa.
[5] Herbert George Wells, también conocido como H.G.Wells (n. 21 de septiembre 1866 en Bromley, Kent, Inglaterra; † 13 de agosto 1946 en Londres), fue un escritor inglés, notable novelista y filósofo británico, famoso por sus novelas de ciencia ficción, de la que es considerado, junto a Julio Verne, uno de sus precursores.
Desempeñó varios oficios (aprendiz, contable, tutor y periodista) hasta 1895, antes de obtener una beca para estudiar Ciencias Naturales en el Royal College of Science de Londres. Después enseñó en el University Correspondence College de Cambridge. Su relación con Rebecca West, que duró diez años, dio por fruto un hijo, Anthony West, nacido en 1914.
Al contraer tuberculosis abandonó todo para dedicarse a escribir, llegando a completar más de cien obras. Se le considera uno de los precursores de la ciencia-ficción y sus primeras obras tuvieron ya por tema la fantasía científica, descripciones proféticas de los triunfos de la tecnología y comentarios sobre los horrores de las guerras del siglo XX: The Time Machine (La máquina del tiempo) (1895), su primera novela, de éxito inmediato, en la que se entrelazaban la ciencia, la aventura y la política; The Invisible Man (El hombre invisible) (1897); The War of the Worlds (La guerra de los mundos) (1898); y The First Men in the Moon (El primer hombre en la luna) (1901). Muchas de ellas dieron origen a varias películas.
A la vez se interesó por la realidad sociológica del momento, especialmente por la de las clases medias, defendiendo los derechos de los marginados y luchando contra la hipocresía imperante, que dibujó con cariño, compasión y sentido del humor en novelas como Love and Mr. Lewisham (1900), Kipps, the Story of a Simple Soul (1905) y Mr. Polly (1910), novela de extenso retrato de los personajes en la que, como en “Kipps”, describe con fina ironía el fracaso de las aspiraciones sociales de sus protagonistas.
[6] Leishmaniasis, cualquiera de las enfermedades causadas por unos protozoos parásitos y microscópicos del género Leishmania (alojados en perros y otros animales) identificados por el médico británico sir William Leishman, y transmitidos por las moscas de la arena del género Phlebotomus.
Existen dos tipos principales de leishmaniasis: visceral (también llamada kala-azar), en la que varios órganos internos están afectados; y cutánea, que se manifiesta principalmente en la piel. La primera está causada principalmente por la especie Leishmania donovani y la cutánea por Leishmania tropica.
El periodo de incubación de la leishmaniasis visceral suele ser de unos 3 meses. Se trata de una enfermedad que cursa con fiebre irregular, taquicardia, anemia, importante esplenomegalia (aumento de tamaño del bazo) y, en ocasiones hepatomegalia (aumento del volumen del hígado). Recibe también el nombre de leishmaniasis infantil porque afecta especialmente a los niños. Es la forma más severa, ya que si no se trata la mortalidad supera el 90%.
La leishmaniasis cutánea, también llamada botón de Oriente, se caracteriza por la aparición de lesiones ulcerosas en la piel que dejan cicatrices. Es la forma más común de la enfermedad, y representa entre un 50 y un 75% de los casos. En la leishmaniasis mucocutánea, las lesiones son más extensas que en el tipo cutáneo y afectan a las mucosas de la boca, nasales y de la garganta.
En la actualidad, la leishamaniasis es endémica en 88 países repartidos entre los 5 continentes y se estima que 12 millones de personas la padecen en todo el mundo.
[7] Douglas Richard Hofstadter (15 de febrero de 1945) es un científico, filósofo y académico estadounidense. Es probablemente mejor conocido por su libro Gödel, Escher, Bach: an Eternal Golden Braid (abreviado GEB) que fue publicado en 1979, y ganó el Premio Pulitzer en 1980 por general no-ficción. Este libro ha inspirado a miles de estudiantes a comenzar sus carreras en computación e inteligencia artificial.
Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, publicado en 1979 por Basic Books. La primera edición en español se llamó Gödel, Escher, Bach: una eterna trenza dorada. Un nuevo prefacio de Hofstadter acompañó la edición en inglés por el vigésimo aniversario que no tiene más cambios (ISBN 0465026567) a la lanzada en 1999.
A cierto nivel, es un libro acerca de cómo los logros creativos del lógico Kurt Gödel, el artista M. C. Escher y el compositor Johann Sebastian Bach interactúan. Como el autor indica: Me di cuenta de que Gödel, Escher y Bach eran solamente sombras dirigidas en diversas direcciones de cierta esencia sólida central. Intenté reconstruir el objeto central, y llegué con este libro.
El tema central del libro es más abstracto. Hofstadter se pregunta: ¿Siguen las palabras y las ideas reglas formales, o no? En el prefacio de la edición del vigésimo aniversario, Hofstadter lamenta que su libro haya sido mal comprendido como una mezcolanza de cosas ingeniosas sin un tema central. Indicó: GEB es una tentativa muy personal de decir cómo es que los seres animados pueden salir de la materia inanimada. ¿Qué es un "uno mismo", y cómo puede un "uno mismo" salir de cosas tan faltas de ser como una piedra o un charco?
[8] Archaeopteryx, es el ave más antigua conocida hasta el momento, cuyo primer resto, la impresión de una pluma, fue encontrado en 1860 en una cantera de piedra caliza en Solnhofen, Baviera, Alemania. La primera descripción de un esqueleto completo de esta especie fue publicada en 1861 por H. von Meyer. En la actualidad, se conocen 7 ejemplares de Archaeopteryx, todos ellos procedentes de Solnhofen.
El Archaeopteryx tenía unas alas bien desarrolladas con la morfología de las plumas muy semejante a la de las aves actuales, indicando que era capaz de volar. Su tamaño parece haber oscilado entre el de una paloma y el de un cuervo pequeño. El hallazgo más reciente de un ejemplar de Archaeopteryx se produjo en 1992 y fue descrito al año siguiente como una especie diferente, A. bavarica, caracterizada por tener los miembros posteriores más largos. El Archaeopteryx es un organismo sorprendente, intermedio entre los pájaros actuales y los pequeños dinosaurios carnívoros (comedores de carne) del mesozoico, y uno de los mejores ejemplos de la teoría de la evolución. Aunque se considera el ave más antigua se cree que no fue la antecesora de las aves modernas. Vivió durante el periodo jurásico superior, desde hace 163 millones de años hasta hace 144 millones de años.
Clasificación científica: las dos especies de Archaeopteryx, A. lithographica y A. bavarica se incluyen dentro del orden Archaeopterygiformes.
[9] Dodo, nombre común de unas aves grandes, incapaces de volar, hoy extintas. El dodo de Mauricio habitó en tiempos los bosques de la isla del mismo nombre. De tamaño aproximado al de un pavo, el ave tenía un pico largo y ganchudo, alas y cola sin desarrollar y patas cortas, gruesas y amarillas. Ponía un único huevo en un nido hecho con hierba sobre el suelo. Su existencia fue descubierta por primera vez en 1598 por exploradores holandeses, que describieron al ave como un animal torpe que no temía al hombre. Los dodos fueron vistos por última vez en 1681. La rápida extinción de la especie se atribuye en parte a los animales domésticos importados a Mauricio por los colonos; animales como los cerdos, que escapaban a los bosques, se multiplicaban y destruían muchos huevos de dodo. El nombre dodo deriva del portugués duodo, que significa torpe.
Clasificación científica: los dodos pertenecen a la familia Ráfidos, orden Columbiformes. El nombre científico del dodo de Mauricio es Raphus cucullatus.

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