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Serie /Cuentos/Infantiles

Serie /Cuentos/Infantiles

 

 CORNELIS ZITMANNo disponible
Maternidad
1994 - bronce - 36 x 46 x 28 cms.

 

 

Catalina
Por Carmen Nani
Catalina había llegado al Zoo en una caja de cartón con agujeros. Al
principio parecía una tortuga normal: cuatro patas cortitas, una cabeza
arrugada y el caparazón con quince cuadrados iguales. Catalina se paseaba
lentamente; buscaba la tibieza del sol cuando el día estaba fresco y se
recostaba a la sombra de algún arbusto cuando hacía mucho calor.
Catalina había llegado al Zoo en una caja de cartón con agujeros. Al
principio parecía una tortuga normal, pero a los cuatro meses, comenzó a
notar que caminaba muy agachada, levantando la cola. La pobre tortuga no
entendía qué era lo que le pasaba, hasta que un día se dio cuenta de que su
cabeza crecía cada vez más. Cuando pasaba por un charco de agua y se veía la
cabeza más y más grande, le daban ganas de llorar. ¿Quién la iba a mirar con
esa cabezota? Catalina estaba muy preocupada por su aspecto. Se sentía
distinta y por eso empezó a aislarse del resto. Ya no hablaba con la hormiga
que antes era su confidente, ni con el gusano, que cada mañana la saludaba,
asomando la cabeza por un hueco en la tierra. "Espero que no se den cuenta
las otras tortugas", pensó al comprobar que su cabeza seguía creciendo. Pero
en seguida escuchó el saludo del tortugo Manolo :"¡Chau cabezona !", le dijo
en tono burlón. Esto fue suficiente para que todos la empezaran a llamar
así: cabezona, cabezona, cabezona, mientras se reían de ella.
Catalina había llegado al Zoo en una caja de cartón con agujeros. Al
principio parecía una tortuga normal, pero al ver que se había convertido en
el hazmerreír de todos, le dio tanta vergüenza, que de un solo movimiento,
metió la cabeza dentro del caparazón. Y ahí comenzó el problema. Catalina
había metido la cabeza, pero ahora no podía sacarla. Tanteó y tanteó con las
patas traseras hasta que llegó, caminando marcha atrás, a una pared. Apoyó
bien la cola, clavó las patas delanteras, y volvió a empujar. Fue inútil. No
pudo destrabar la cabeza.
Catalina había llegado al Zoo en una caja de cartón con agujeros. Al
principio parecía una tortuga normal; pero ahora era una tortuga sin cabeza.
Estaba cansada de tanto hacer fuerza, tenía mucho calor y sobretodo mucha
sed, porque no podía tomar agua sin cabeza. En ese momento sintió miedo;
pensó que moriría de hambre y de sed si no solucionaba su problema. Sin
saber qué hacer, lloró lágrimas muy saladas. Volvió a empujar y nada. La
cabeza no salía. Entonces se decidió a gritar. Abrió la boca lo más que pudo
El sonido que salió de su garganta retumbó dentro del caparazón y casi la
deja sorda. Por eso le dio trabajo escuchar que alguien le hablaba.
- Quedáte quieta que yo te voy a ayudar.
- ¿Cómo? ¡Si con mi cabezota es casi imposible!
- No te desesperés y tratá de girar la cabeza para uno de los dos lados.
- Para el derecho no puedo.-
- Entonces probá para el izquierdo. ¿Podés?
- Sí, creo que sí. ¡Pero me duele!
- Y sí, un poco te va a doler, tené paciencia. ¿Ya giraste la cabeza?
- Sí.-
- Bueno ahora, cuando yo cuente hasta tres, vos empujá despacito que voy a
tratar de agarrarte la cabeza. ¿Listo? A la una, a las dos, y a las tres.
Catalina sintió que su cabeza se deslizaba y siguió empujando hasta que
terminó por sacarla.
Catalina había llegado al Zoo en una caja de cartón con agujeros. Al
principio parecía una tortuga normal, pero ahora era una tortuga encandilada
por el sol. Cuando se acostumbró a la luz, buscó al que la había salvado.
Para su sorpresa se encontró con el tortugo Pascual, que la miraba sonriendo
En ese momento se acordó de su cabeza grande y trató de ocultarla.
- ¡No me mirés la cabeza!
- ¿Por qué?
- ¿No ves que es enorme?
- A mí, me gustan mucho las tortugas cabezonas. Vamos a dar una vuelta.
¿Querés?
Segundo Premio: "Catalina", de Carmen Nani (Córdoba, Argentina) IMAGINARIA

El árbol de lilas

Por María Teresa Andruetto

Para Alberto
UNO
Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.
Pasó un señor rico y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez
de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó una mujer hermosa y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en
vez de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó un niño y le preguntó: ¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol,
en vez de jugar?

Y el hombre le contestó:
Espero.
Pasó la madre y le preguntó: ¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol,
en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
Espero.
DOS

Ella salió de su casa.
Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar, y tenía prisa.
El la vio pasar,
Alejarse,
Volverse pequeña,
Desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.
Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.
En el Este había un hombre con las manos de seda. Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Lo siento, pero no,
Dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.
En el Norte había un hombre con los ojos de agua. Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No lo creo, me voy,
Dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.
En el Oeste había un hombre con los pies de alas. Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Te esperaba hace tiempo, ahora no,
Dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.
En el Sur había un hombre con la voz quebrada. Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No, no soy yo,
Dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.
TRES

Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.
Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda,
al de los pies de alas y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del
hombre que estaba sentado a su sombra.
Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El
mundo entero.
Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al
hombre que estaba sentado a su sombra:
¿ Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?

Y el hombre dijo con la voz quebrada:
Te espero.
Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua,
La acarició y ella supo que tenía las manos de seda,
La llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.



Los artistas del bosque
(cuento infantil, 1989)
Por Daniel Link
Aparecido en Radar Libros / Página 12
Para Eugenia y Tomás
Había una vez (no me preguntes cuándo, ni dónde) un osito que vivía en un
bosque. Todos los días, cuando volvía de la escuela, el osito jugaba con sus
amigos en el bosque: la hormiga, la paloma, el lobo y el ciervo (ya sé que
esos animales no suelen jugar entre sí, pero por esto es un cuento, una
utopía). Un día, el papá oso le trajo al osito de regalo una caja llena de
témperas de muchos colores. El osito, inmediatamente, fue a mostrarles a sus
amigos el regalo que le había hecho su papá. Todos quedaron encantados con
tantas témperas de tantos colores y decidieron probarlas en ese mismo
instante. Cada uno de los animalitos (el oso, la hormiga, la paloma, el lobo
y el ciervo) fue a su casa a buscar un pincel, un trapito y un vaso con agua
para lavar los pinceles.
Hicieron lo siguiente: pintaron el río que atravesaba el bosque de color
amarillo, pintaron un árbol de color violeta, pintaron el sol de color
marrón.
En eso, llegó una vaca sedienta a tomar agua y cuando llegó al río se quiso
morir: vio (creyó) que el río estaba seco y que se veía el fondo de arena.
¡Pobre vaca!: se moría de sed. En eso, llegó el pájaro carpintero que vivía
en el árbol y cuando vio esa cosa violeta se quiso morir: vio (creyó) que
alguien había tirado su árbol verde y marrón abajo y que habían puesto una
cosa violeta en su lugar. ¡Pobre pájaro carpintero!: se moría de tristeza.
En eso, salió la señora coneja a tender la ropa que había lavado y cuando
miró el cielo para ver dónde estaba el sol creyó que el sol no estaba más y
que en su lugar había un hueco horrible y marrón. ¡Pobre coneja!: se moría
del susto y se cayó al suelo sentada.
Los animalitos (el oso, la hormiga, la paloma, el lobo y el ciervo), que
vieron todo lo que pasaba, también se morían, pero de risa, porque todos los
animales del bosque estaban confundidos. En eso, salió la mamá osa de su
casa, porque había escuchado las risas, y les preguntó a los animalitos de
qué se reían. La hormiguita le contó y la mamá osa les dijo que tenían que
limpiar todo y dejarlo todo como antes porque estaba mal asustar a los demás
animales del bosque. Los animalitos (el oso, la hormiga, la paloma, el lobo
y el ciervo: esto es un cuento, es una utopía) se pusieron a pensar cómo
iban a limpiar todo, y no sabían, no sabían.
En eso, una lluvia muy fuerte empezó a caer y cada gotita que caía sobre el
árbol limpiaba la pintura violeta, y cada gotita que caía limpiaba la
pintura amarilla del río. Y al final salió el sol y era un sol amarillo y
redondo como antes porque la lluvia lo había limpiado.
Entonces la señora coneja pudo tender la ropa; el pájaro carpintero encontró
su casa y la vaca sedienta tomó toda el agua que quiso.
Los animalitos decidieron, entonces, que iban a pintar sobre papeles.
Trajeron papeles muy grandes y en uno de ellos pintaron un pino muy verde y
muy alto. En otro de los papeles pintaron una puerta de madera y la apoyaron
contra una montañita de piedra que había por ahí. En otro papel pintaron un
sol amarillo y redondo y lo colgaron de un poste.
En eso, llegó un gusano de la madera que vivía en un pino y cuando vio el
pino pintado creyó que era el suyo. Quiso trepar y no pudo, quiso dar la
vuelta y no pudo. ¡Pobre gusanito!: se moría de hambre. En eso, vino el
señor topo que vivía en la montaña de piedra y cuando vio la puerta pintada
quiso meter la llave en la cerradura y no podía porque la llave rebotaba.
¡Pobre topo!: se moría de bronca porque creía que su llave estaba rota y
nunca más iba a poder entrar a su casa. En eso, salió la señora coneja para
ver si la ropa se había secado y cuando miró para ver el sol, vio en el
cielo dos soles redondos y amarillos y pegó un grito porque creyó que con
dos soles todo el mundo se iba a morir de calor y de sed. ¡Pobre coneja!: se
moría de miedo.
Los animalitos (el oso, la hormiga, la paloma, el lobo y el ciervo), que
vieron todo lo que pasaba, se morían, pero de risa, porque todos los
animales del bosque estaban confundidos. En eso, salió la mamá osa de su
casa, porque había escuchado las risas, y les preguntó a los animalitos de
qué se reían. El lobito le contó y la mamá osa les dijo que tenían que
limpiar todo y dejarlo todo como antes porque estaba mal asustar a los demás
animales del bosque.
Entonces los animalitos juntaron todos los dibujos que habían hecho y los
enrollaron para guardarlos. Ya se tenían que ir a bañar (esto es un cuento,
es una utopía: ya se que los animales no se bañan a la tardecita). Se
despidieron hasta el día siguiente, cuando se iban a encontrar para ver qué
cosas (si es que había alguna) podían hacer con las témperas que no
perturbaran a los demás animales.

Graciela E. Prepelitchi
"La felicidad es un bien que se multiplica al ser dividido"

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