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Inventren/ La revista

INVENTREN
Viaje por vías y estaciones abandonadas de Argentina.
Para viajar gratuitamente enviar un mail en blanco a inventren-subscribe @gruposyahoo. com.ar
*
Sentada junto a la
ventanilla
ves pasar las estaciones,
los puentes
y las esquinas
de suburbio,
como no viéndolos, o
como mirando
una película, que es
la misma
de hace un año
o parecida;
después mirás tus
manos,
tus uñas a medio
despintar,
y a los pasajeros
apiñados
con sus ojos y sus
aires,
todos con un cansancio
distinto
y semejante, hasta que
abrís
el libro que traías
en el bolso
-el tomo II de Paul
Eluard-
para cerrarlo en la
estación
entrante, y seguir
cavilando
o buscando un
detalle,
Un color, un brillo,
y todo
como en un diario
viaje
de secuencias, que
te animan
a mirar, tocar, tu
soledad
de manera cierta,
o conveniente;
tu soledad más
íntima,
que entibia y
pinta
hasta tus párpados.
*de Eduardo Dalter. cuadcarmin@hotmail. com
-En "Nidia". Ediciones del Nuevo Cántaro. Buenos Aires. 2007
Estación ARROYO DULCE.
*
Siempre le pasaba lo mismo, y a decir verdad, ya estaba un poquito harta de la situación en general: de la indecisión masculina, y de su propia insatisfacció n. De nada le servía emperifollarse, tirarse el placard encima y acicalarse con los mejores perfumes, resaltando su ya de por sí impactante belleza física, si al final los hombres que le gustaban no le daban ni la hora. Se cargaba sobre los hombros a una interminable serie de pesados y babosos que no la dejaban en paz, que proclamaban groserías a su paso, o que con todos juntos -como una versión criolla y femenina del Dr. Víctor Frankenstein- no conseguiría armar uno solo que valiera la pena.
         Como cada mañana, tomaba el remozado tren de trocha angosta rumbo a su trabajo, donde se desempeñaba como selectora de personal de una importante empresa mayorista de perfumerías, eligiendo entre cientos de postulantes los mejores perfiles para designar promotoras, vendedoras, encargadas de sucursal… Y como cada mañana, se exponía a las miradas de los demás; en especial, esas miradas masculinas que la desnudaban impunemente a la distancia, fantaseando en aplicar con ella la más sofisticada galería de perversiones, pero que jamás osarían acercarse, al menos no de una manera galante, como a ella le gustaría que la abordasen, transmitiéndole un afecto verdadero, más allá de cualquier insolencia –con las que sus admiradores se resguardaban de una posible reacción de conformidad seductora de su parte-.
         “Manga de cagones”, solía pensar ella, volviéndose a mirar en ese espejito de mano que consultaba varias veces al día, comprobando que no se le hubiera corrido el maquillaje –Revlon, obviamente-. “Ellos se lo pierden”.
         Pero nunca descansaba, aunque se sintiese continuamente defraudada por el sexo opuesto. Y aunque por la noche despotricara telefónicamente con sus amigas, izando en alto la inevitable frase “ya no hay hombres”, a la mañana siguiente volvía a convertirse en la hermosa y elegante profesional que acude a su trabajo en tren, con el consabida ejercicio cotidiano de espantar a los bichos que se le acercaran en busca de una supuesta miel que muy pocos habían tenido el placer de degustar.
         Sentada del lado del pasillo, en un vagón bastante lleno, sentía posarse sobre su cuerpo las miradas masculinas que habían conseguido divisarla en el andén. A su lado, el sexagenario dormitaba con el diario entre sus manos, sin prestarle la mínima atención. Un par de adolescentes, engalanadas con ropa informal de marcas caras, conversaban y reían estridentes, desplegando su natural explosión hormonal, para que las registrase todo el pasaje. Ella, que no se había levantado con el mejor humor –luego de una infinita noche de insomnio, sintiéndose vacía y sola-, las miraba con atención y suspiraba. ¡Quién pudiera volver a tener 18 años, pujantes y despreocupados! Con esa energía ilimitada, esa ansiedad por devorarse el mundo, un lozana juventud que a esa edad siempre parecía eterna… Volvió a suspirar, sumiéndose en sí misma, olvidando el clásico jueguito histérico que cada mañana desplegara en su trayecto al trabajo. Una creciente melancolía comenzó a embargarla a pasos agigantados.
         ¿Cuántas veces fantaseó con tener el cuerpo que luciera hace más de 15 años? Siempre había sido una mujer bonita, pero la consistencia de sus músculos y la tersura de su piel habían ido desvaneciéndose con el cruel transcurso del tiempo. No es que se mirase al espejo y descubriese a una vieja en su lugar, pero ya no se sentía la inquieta jovencita que alguna vez había sido, hermosa pero inexperta, cautivadora de las miradas desde siempre.
         Apeló por enésima vez al espejito de mano. El maquillaje resaltaba sus mejores virtudes, pero también ocultaba las pequeñas imperfecciones faciales, esas malditas arruguitas que una vez aparecidas jamás la abandonarían. ¿Quién podría sentirse lacerada en su autoestima con semejante porte, con esa figura de una hermosura avasallante, que dejaba boquiabierto a más de uno? Ella. Se sentía tan disconforme con esos diminutos detalles que cualquier ostentación de sus curvas nada podía hacer al respecto.
         Inmersa en tales pensamientos, apenas registró la manito que pasaba a su lado y le dejaba con un leve aleteo sobre el antebrazo una estampita de la Virgen Desatanudos y un calendario con la colorida efigie de un osito infantil que proclamaba “Te quiero mucho”. Alzó la vista y alcanzó a ver el perfil de una niñita de cabello hirsuto y mejillas sucias que se alejaba a los tumbos entre la gente, como si no hubiese nadie alrededor, como si toda esa gente adulta que la rodeaba no existiese y sólo atravesase un bosque poblado de maniquíes inanimados.
         Su mirada se alejó por el pasillo, siguiendo esa cabecita que se bamboleaba a un lado y el otro, eludiendo siluetas de pie. A su ya de por sí creciente melancolía se sumó una nueva inquietud, que ya le carcomiera el corazón desde hacía tiempo, y se presentó de improviso en una sola pregunta: “¿Cómo sería ser mamá?”
         Durante años había sentido que los hombres se le acercaban a fin de conseguir pasar un buen momento, satisfacer sus ansias sexuales, y luego deshacerse en huecas y vanas promesas de reencuentro que jamás se concretaban. Pocos eran los que deseaban mantener el contacto con ella, pero en su fuero más íntimo no sentía que pudiesen reunir las condiciones que ella buscaba para conformar una pareja estable, que la contuviera, que le brindase todo su amor de manera contundente, que la siguiese amando luego de haberse acostado juntos, que pudiera eternizar el momento del amor más allá de la pasión. Y esa falta, ese vacío casi existencial, la sumía en el mayor de los abismos. Necesitaba del otro, más no sólo de su mirada. Demandaba el afecto, la presencia, el calor de ese otro que la hiciera sentir querida, además de convertirla en una verdadera mujer.
         Sus deseos de perenne belleza parecieron extinguirse dentro del emergente ensueño de una panza redonda y lozana; por sobre todas las cosas: viva. El fruto del amor que le brindase un hombre de verdad, alguien con los huevos bien puestos, que se jugase por entero al estar junto a ella en todo momento. La emoción amenazó con desbordarse a través de sus párpados entrecerrados. “Voy a quedar con la cara a la miseria”, pensó, al tiempo que manoteaba el espejito y se enjugaba las primeras lágrimas con un pañuelo de papel.
         De pronto, sintió a su lado nuevamente la presencia de la niñita, retirando con aire ausente los calendarios y estampitas. El aire desaliñado de aquella carita, arrasada por el desamor, la llenó de una congoja inenarrable. Y sin pensarlo siquiera, sin amagar acaso a abrir la cartera y ofrecerle algunas monedas a cambio casi de nada, estiró su mano y le aferró un bracito, gesto frente al cual la niñita reaccionó volviendo la cabeza violentamente hacia ella, a la espera de algún inesperado peligro, quizá evocando en un solo segundo los golpes y maltratos recibidos al final del día, cuando llegaba el momento de volver a casa y entregar las monedas recibidas, que la mayor parte de las veces escaseaban –más no así el dolor-.
         Ella esbozó una amplia sonrisa, forzada a causa de las lágrimas, pero intensa desde lo más profundo de su corazón, y sin decirle una palabra, la acercó hacia ella con infinita ternura, apoyó su mano libre sobre uno de los hombros de la niñita, y le besó la frente. La pequeña, con un rostro signado por la indiferencia, sorprendida pero sin emitir expresión de cariño alguna, parpadeó perpleja y permaneció inmóvil, sin intenciones de alejarse, más curiosa que asustada, contemplando a esa hermosa mujer cuyo rostro acicalado se veía surcado por gruesas e incontenibles lágrimas, que estropeaban sin piedad esa elaborada capa de maquillaje.
         Y por primera vez en mucho tiempo, a aquella elegante y eficiente selectora de personal nada le importó menos que las miradas de los demás. 
* de ALDIMA.  licaldima@yahoo.com.ar
Y SIN EMBARGO…*
Campanillas violeta,
ínfimos adornos,
enredaderas de ferrocarril.
Sobre las pilas de escombros,
entre las vías abandonadas,
tapando techos agujereados,
entre los hinchados cadáveres
de perros envenenados.
En la miseria última y final.
Sobre chapas, hierros y
pobreza desvencijada,
debajo de carrocerías deshechas,
se abre la flor inesperada,
maravillosa,
de la alegría.
*de MONICA RUSSOMANNO.  russomannomonica@ hotmail.com
Contra las estaciones perdidas*

"Mi escritorio se había transformado en un santuario, y mientras estuviese sentado allí, luchando por encontrar la próxima palabra, nada habría de tocarme...Por primera vez en todos los años en que había estado escribiendo, sentí como si estuviese en llamas. No podía decir si lo que escribía era bueno o malo, pero eso ya no parecía importante. Había dejado de cuestionarme. Estaba haciendo lo que tenía que hacer y lo hacía de la única manera en que me era posible. Todo lo demás se desprendía de ello. Me había vuelto intercambiable con mi trabajo, y ahora aceptaba ese trabajo en sus propios términos, comprendiendo que nada podía aliviarme del deseo de hacerlo. Este era el entendimiento más fundamental, la iluminación en la que la duda se disolvería lentamente. Aun si mi vida se hiciese pedazos, habría algo por lo que vivir."
Paul Auster.

Durante varios días leí y releí estas palabras, fui y vine al espejo a ver reflejado mi rostro, a ver una vez más alguna expresión de profundo miedo a vivir, a tomar riesgos. Busque entonces, el coraje que necesito para escribir, para vencer el miedo a poner palabra tras palabra y esperar que me lean, tal vez aun más secretamente que me acepten o me quieran. Trate de reencontrar imágenes para estas sensaciones, y otra vez me encontré a mi padre:
la primera vez fue hace una semana atrás, cuando el nogal que él planto hace muchos años, volvió a brotar de primavera, pensé ¡ Qué obstinado en vivir!!!  a pesar de las redes subterráneas que pasaron y le cercenaron casi todas sus raíces. Pero insiste en volver a dar esas mismas nueces que mi padre molía pequeñas para las tortas que hace mi madre en los cumpleaños. De las nueces vino otra una imagen fuerte, sobre mi padre bajo el nogal ...
 Ese día se sentía mal, no se si alguna malasangre le desato la alta presión arterial que lo acompañaba desde bastante tiempo atrás ( mientras pudo trato de rehuir a los médicos). Pero esa mañana, aun con mareos y el pánico de mi madre, fue abajo del nogal a picar cascotes, allí estaba cuando llego la ambulancia, con 24 de presión y cierta rigidez facial, pero picando cascotes debajo de su árbol. Les costo trabajo internarlo, pero lo hicieron, derechito a terapia intensiva.
Sin duda fue aquella una muestra de la obstinación que heredé por pelear la vida aun en desventaja.

Una segunda imagen surgió mientras caía en sueños, bajo el rítmico sonido a batería del andar parejito de estos trenes de larga distancia. Un sonido monótono, casi un símbolo protector que filtra los malos sueños como el catch dreamer de los indios navajos. Me veo acompañando a mi padre en sus caminatas de madrugada a la estación de trenes. Allá va el viejo con lluvia, frió o noche estrellada, a ganarse el mango en la fabrica, saliendo a las tres de la mañana. Son más de 20 cuadras a la estación y a esa hora no hay colectivos. Pensé una y otra vez en su soledad, quizá esto era algo más que pensar en un tipo laburador, quizá es verlo en su obstinación y también en su soledad. Sólo por la vida con sus recuerdos de pequeño pueblo, traducidos del italiano a medias, siempre mi dificultad para entenderlo, para representarme ese mundo donde él había dejado además de familia, más de la mitad de su alma.
Ahí va con su campera de cuero negra ajada y algo desteñida por el uso permanente, su bolsito también de cuero que parece portafolio de escolar, a tomarse el primer tren del nuevo día.
Trato de representarme una bella noche de primavera, y su andar por las calles, apenas cruzado de ladridos nocturnos. Los zorzales han comenzado su mágica convocatoria a la luz, su melodía circular, una calesita que gira esperando al sol.
Mira el cielo que se derrama en brillos y senderos de blanca vía Láctea, casi como el cielo de Montecassino, pero libre de cohetes y bombas que iluminaban la noche de una batalla que se prolonga en cada día de vida.  Toda la historia de una vida empieza a desandarse en los viajes, cuando uno cree atravesar los muros irreversibles y sólidos del tiempo.
"caprichoso garibaldino, tru la laaaa...", lo oigo cantar mientras el espejo oscuro de la ventanilla deja ver una media luna justa sobre el cielo de la estación Tambo Nuevo, cerca de la usina Láctea que tenía La Armonía . Unos pasos fuertes han dejado huellas de sombra en la luz de la luna, se cierran mis ojos, me entrego al sueño, confió en el Guarda y su promesa de avisarme en la estación Arroyo Dulce. En mi necesidad de llegar para ver amanecer, y escribir con las primeras luces.

Faltan 36 kilómetros , el tren va lento sobre areneros y pastos que por momentos tapan los rieles, es un viaje solitario, como muchos otros que hago diariamente para ver y reconocer en el camino a otras soledades acompañadas. Siento un golpe en mi hombro, el hombre de gorra con visera y su uniforme color arena me avisa que es la próxima. desciendo en una neblina que deja malamente ver la estación, una joyita de la arquitectura ferroviaria francesa, desciendo como en el final de una película, y pienso en soledades, las de mi padre fuera de su mundo de montaña, la mía casi sin explicación, sin otras perdidas que las percibidas en cada silencio.
A lo lejos se ve otro tren en sentido contrario. él maquinista espera el bastón piloto entregado en mano por el conductor de la formación entrante para saber que tiene la vía única libre. En el anden de enfrente unos pocos pasajeros, obreros la mayoría, esperan. Luciérnagas de luz roja se desprenden de cada pitada, humo dentro de la neblina, solo siluetas de aire.

Pero, allí esta él, enseguida se llueven  los ojos para ver más nítido, todavía no le han prohibido el cigarrillo, es un nacido en el año 23 y no cumplió cuarenta años, el cigarrillo le cuelga del labio en un costado de la boca, casi como el Humphrey Bogart de Casablanca. No se quien de los dos, o los dos, ha extraviado su destino en esta madrugada.
Lo saludo, me saluda sin saber quien soy, un hombre algo mas grande que él que lo saluda del otro lado de las vías, casi con un abismo de por medio, lo acompaño con la mirada hasta que llega su tren y se sienta mirando hacia el camino que le resta por hacer. Sigo caminando, se que ahora la vía esta libre, me han dejado el bastón piloto de mi propio destino. Él ya partió, aunque yo sienta que en esta madrugada adentro de una neblina similar al final de Casablanca. Lo siento caminar a mi lado, me dice con su mano derecha en mi hombro

-hico.., este puede ser el comienzo de una gran amistad....

- a mi viejo, Francisco-
*
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios…”, se encontró canturreando Julián Ramírez, Jefe de Estación, mientras contemplaba acercarse al tren local de las 5:15, el único que circulaba durante las primeras horas de la mañana. Ignoraba por qué, pero aquella rima se le había impuesto desde hacía varios días; quizá, como cierta clase de perverso presentimiento.
         La formación se detuvo con un chirrido mecánico y un resoplido, en esa penumbra previa al amanecer que parece convocar a los espectros. El maquinista lo saludó con un gesto de su mano derecha, sin apearse del vehículo, regulando con la izquierda el ritmo del potente motor diesel, mientras la única pasajera del carguero descendía del furgón, enfundada en su clásico guardapolvo blanco debajo de la campera de nylon matelasseada, transportando el saco del correo colgado de un hombro. Don Julián se acercó a recibirla, apurándose a quitarle el bulto de encima.
  -Buen día, señorita Adriana -, saludó. –Parece que le dieron trabajo esta mañana…
         -Buen día, Don Julián. Sí, el empleado de correos de Salto me pidió que le entregara esto. Dijo que no podía venir con nosotros; se sentía bastante afiebrado.
         -Está muy bien. Tarea cumplida, entonces. Y no se preocupe por Luis, ya se va a poner mejor. Venga, vamos para la casa, que hoy hace mucho frío.
         La maestra lo siguió, como cada mañana, hacia las habitaciones que el Jefe ocupaba con su señora detrás del edificio de la Estación propiamente dicho. Como cada mañana, Don Julián dejaría el saco del correo en la oficina, para repartir los envíos hacia las 8:00. Como cada mañana, ensillaría la yegua, a fin de recorrer el campito que el Ferrocarril le había destinado, donde pastaban sus ocho vacas, trayéndose a la lechera con su respectivo ternero. Y como cada mañana, la señorita Adriana se metería en la cama junto con Nélida, la mujer de Julián, compartiendo el calor de las cobijas hasta que se hicieran las 7:25, hora en que volvería a salir para dirigirse a la escuelita rural, distante unas quince cuadras de la Estación.
         Nélida ya la estaba esperando con unos mates. Hacía unos cuantos meses que Adriana realizaba esta extraña costumbre a la que su profesión la había llevado, por esas cosas de la vida. Aunque se sintiera bastante descolocada en un principio, con el correr del tiempo le había ido tomando la mano a semejante hábito. Y por sobre todo, se había encariñado con este matrimonio tan agradable, que la recibía todos los días como si fuese una Princesa proveniente de un exótico país extranjero, en viaje diplomático.
         El silbato del tren se dejó oír como de costumbre, y el potente motor diesel reguló hasta desplazar las numerosas toneladas de la locomotora, arrastrando al resto del tren al ritmo del pistoneo de la chimenea. El Jefe y la docente avanzaron veloces hacia la cocina, cerrando muy bien al entrar para que no se escapase el calor.
Aquella mañana, Nélida se encontraba distinta. Adriana pudo contemplarlo en sus ojos, brillantes y profundos. Algo dentro suyo se estremeció, percibiendo un clima muy particular dentro de aquella casa, aunque no llegó a demostrar nada. Se sentó en el banquito, con las piernas juntas y ambas manos sobre las rodillas. Don Julián terminó de recoger sus cosas, saludó con la cabeza, muy sonriente, y se alejó, sumergiéndose en el frío del amanecer. Nélida volvió a contemplarla, mientras le extendía el mate en silencio. Adriana asió la calabaza y comenzó a sorber de la bombilla, sin dejar de mirarla. Nadie podía negar que a lo largo de aquellos meses, habían aprendido a quererse mucho. Quizá, más de lo que pudiesen admitir.
         Don Julián ensilló, montó en la yegua y taloneó los estribos, avanzando al paso largo hacia el campito. Una delgada brisa le cortaba la cara, pero al menos el sombrero le protegía las orejas, algo que lo privaba de contraer sabañones. Primero decidió revisar los alambrados; aparentaban estar bien, aunque aquellos alambres del recodo parecían estar poco tensos. Cualquier arremetida de las vacas contra él, y ya tendría un buen problema con sus superiores, al tener que faenar el desprevenido ganado que aplastase la primera formación que llegase hasta allí.
Dio unas vueltas por el lugar, sin mucho entusiasmo, y ya estaba por volverse cuando divisó una veloz silueta avanzando entre el pajonal, paralelo a la vía, rumbo a la estación.
 -¡Eeeh! ¿Quién va por ahí? -, gritó, parándose sobre los estribos.
         La figura se detuvo lentamente, y una extraña cabeza se movió en su dirección, a la manera de un misterioso extraterrestre. Sólo cuando la figura lo saludó con un brazo en alto, advirtió que aquello era una cabeza humana, aunque ataviada por un extraño casco oblongo. Se acercó hasta el alambrado, y se encontró con el recién llegado, montado en una bicicleta.
         -¿Qué anda buscando? -, preguntó el Jefe, experimentando una extraña perturbación; como si le hablase a un fantasma que no perteneciese a su mismo espacio y tiempo. Alguien procedente de un pasado remoto, o quizás de un futuro apocalípticamente cercano.
         -¡Buen día! Disculpe, buen hombre: quiero llegar hasta Tambo Nuevo. ¿Podría informarme cómo tengo que hacer?
         -Siga derecho por el costado de la vía. Cuando vea un cartel que diga "La Criolla", va a andar cerca; es la fabrica que industrializa la leche de los tambos que existen por esta zona. No se puede perder.
         -¡Muchas gracias! -, saludó el ciclista, con la misma mano en alto, y se perdió entre los pajonales.
         A medida que se alejaba, Don Julián dejó de experimentar ese misterioso escalofrío que percibiera segundos antes. Aunque le resultó inexplicable, la sensación lo inquietó durante días, quizá por la manera en que la asoció con los eventos posteriores……
La lechera se dejó atrapar con mansedumbre, conocedora de su destino. El ternero la siguió berreando, mientras Don Julián regresaba con la correa del brocado de la vaca en la mano hacia el improvisado establo de la casa, silbando bajito.
Al acercarse, divisó las luces de la casa encendidas. “Se habrán olvidado de apagarlas antes de acostarse”, supuso con certeza. Pero decidió cumplir con su tarea antes de regresar junto a su cálida cocina económica y el mate lavado que no tardaría en ensillar.
Desmontó, ató a la vaca contra el poste, y desensilló la yegua, mientras el ternero se enfrascaba en chupar de la teta. Al rato, él lo apartó, lo ató a un costado, y acercó el banquito con el balde, para ponerse a succionar con los dedos esas frías y colmadas ubres, por las que el ternero no cesaba de clamar. Una vez completado el ordeñe, Don Julián se apartó, retiró el banquito, soltó al sediento ternero -quien volvió a lanzarse en vano sobre la teta-, y regresó a la casa.
Al abrir la puerta, silencioso como era para no despertarlas, no advirtió nada fuera de lugar, salvo las luces encendidas. Se encogió de hombros al contemplar la lamparita y depositó el balde sobre la mesada. Entonces oyó el primer gemido.
Volvió la cabeza y observó la puerta de su habitación; cerrada, como cada mañana. “Hablará en sueños”, pensó. Tomó el cucharón, retiró la nata de la superficie de la leche, y la volcó sobre el tazón. El sonido de la nata cayendo se confundió con el murmullo del segundo gemido.
“No puede ser”, se preocupó él, como si volviese a encontrarse con aquel espectro disfrazado de ciclista. Había algo que le disgustaba en la escena, aunque no podía descifrar qué. Un escalofrío le recorrió los muslos y los antebrazos, sin que pudiera explicárselo.
El tercer gemido llegó acompañado por una frase entrecortada:
-¡Ay, sí……chita……mor! ¡Así, así!
“¿Nelly?”, se alarmó. Aquellos no eran los murmullos proferidos por una persona dormida, sino por una muy despierta……y excitada. Un feroz impulso que nació en el mismo centro de sus tripas lo llevó a lanzarse contra la puerta, sin desear creer que aquello estuviese ocurriendo realmente. Herido de muerte en su propio orgullo ante lo que sus propios temores fantaseaban.
Abrió de golpe, sin preguntar. La realidad siempre es más aterradora que cualquier fantasía. Y Don Julián lo experimentó en carne viva.
Ambas mujeres se hallaban desnudas, enredadas en las cobijas de su propia cama, enlazadas en un curioso abrazo que depositaba la boca de una sobre los labios vaginales de la otra, succionados mutua y activamente hasta que él entrara por aquella puerta, interrumpiendo el placer. Ambas cabezas lo contemplaron horrorizadas, Nelly con una intensa expresión de culpabilidad y demorada insatisfacció n –soportado quizá durante años-, por entre el cabello despeinado.
        Y a él, simultáneamente, lo asaltaron dos recuerdos. Uno fue aquella rima caribeña que se le impusiera desde hacía varios días: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios…”. El otro fue una frase escuchada de boca de Trapanni, el antiguo Jefe del Ramal General Belgrano, en su media lengua italiano-castellana , a comienzos de su carrera:
        -Ramirez: nunca descuide su puesto.…
*de Aldima.  licaldima@yahoo.com.ar
CRÓNICAS DEL TERRAPLEN*


UNA SAGA FERROVIARIA
Sorpresiva, inquietante e innovadora, de la entraña proletaria y combativa surge esta rica obra literaria, "Crónicas del terraplén", que describe, emotiva y cabal, "la lucha y la vida de los que viven en esos lugares, los habitantes del terraplén y sus resistencias. " Ya Juan Carlos Cena había dado sobradas muestras de su calidad literaria y humana en "El guardapalabras (Memorias de un ferroviario) ", "una vida a través del ferrocarril" , crónica "que es un libro de la vida, la vida verdadera", como dice en su introducción Osvaldo Bayer. Y crónica de la enconada y valerosa lucha gremial de los trabajadores argentinos del riel. Donde se aprende a "militar la vida todos los días y a cada rato", según el autor.
"Dedicado a mis compañeros" este tercer aporte tiene al terraplén como protagonista principal. "lugar de consulta, refugio, amparo y otras cosas. Aquí aprendimos a escuchar y después a hablar, a respetar el silencio del otro y luego el de uno; lugar de códigos y solidaridades, de resistencias y transgresiones, de mezquindades y heroísmos, de solidaridades entre malandraje y laburantes, entre meretrices y huelguistas, de emociones y congojas. Paraje de antiguos juegos, de amores inclinados, de peleas, de palabras clandestinas, de chismes, todo era hervor en esa zona colmada de impertinencias y de aguantes. Parador de silencios militantes. Aquí, las palabras resistieron el embate de los conversos que intentaron limarle las aristas para que éstas sean monótonas y redondas, acá se reafirmó el lenguaje y se crearon palabras nuevas, porque era un lugar lleno de fantásticas invenciones. En este lugar se inventaron y reinventaron verbos, modos, gestos, señales y esas cosas; era territorio efervescente, misterioso, inescrutable, plagado de imaginerías, de llegadas y escondrijos, de partidas y regresos...¨bueno, yo vengo de ese espacio terraplenado" , dice Cena.
A partir de sus "inaugurales andadas" (ya que la cosa no comienza en el año cincuenta en Guiñazú sino bastante antes, cuando el autor era infante), en la estación Pie de Palo, todo era el ferrocarril: la casa, el patio, el laburo de mi viejo, la playa de la estación, el depósito de locomotoras. Impresiona la rica descripción de la variada naturaleza, desde las espectrales salinas hasta la fauna autóctona, pasando por un burro, que conocía el horario de los trenes que llevaban coche comedor. Y que todavía espera el retorno del tren, interrumpido hace tantos años.
Mezcla de lo español con lo prehispánico, la pintoresca descripción de un velorio diferente, de rito rural tucumano, pone de manifiesto el valor estético de la sensibilidad del autor, teñida del sabor original de lo autóctono. Y así el tradicional rito del mate surge "como un apretón de manos, un instrumento de comunicación aunque en ese momento no transiten las palabras".
A partir de la década del 60 -en plena etapa frondizista- la lucha por la sobre vivencia del ferrocarril, condenada por los intereses más espurios y retrógrados asume dimensiones homéricas tras huelgas y proscripciones. "Había dejado de ser un presagio, era un hecho real, no aflojar, no desfallecer ante nada, no desertar, ser solidarios, eran los temas recurrentes" . Pero tras la dura experiencia de la derrota, la pérdida del ferrocarril fue un drama humano durísimo: "recién salíamos de ese naufragio terrestre: rengos, tullidos, atontados los más; ferroviarios sin rumbo como pájaros sin aire: el ferrocarril ya no estaba entre nuestras pertenencias. Hombres escombros, estrellados, fuera de la vía..." La sensibilidad y penetración psicológicas de Cena logra evaluar y describir el vacío, la dolorosa sensación producto de la desaparición del ferrocarril. Mientras en Europa y Estados Unidos este medio seguía y sigue siendo valioso elemento de transporte, en nuestro extenso país turbios intereses prescindieron de él desaprensivamente. Grave drama humano y social que afectó a toda la sociedad.
De estas "inaugurales andadas" a las "alucinaciones militantes" se da un tránsito amargo, acorde al ritmo del país. La figura de Perón, la idealización de Evita, se integran al comienzo objetivamente en el texto. Las experiencias y vivencias de la represión adquieren luego en el texto expresión vívida. El personaje de la Hormiga Negra -el almirante Rojas- circula como fantasma por el relato. La figura del riojano de Anillaco también recorre el texto mostrando su hilacha rastrera a pesar de su prolijidad en los modales, su síganme falaz y engañadoras apariencias. "Gestos que tenían que ver con los deseos de agradar, complacer, de servir, eso, de servir con galanura de academia: se vistió como los del puerto, chau pilcha federal. Se cambió y los colores de los trajes fueron los clásicos, el corte de pelo se hizo ciudadano. En un principio un bisoñé se hizo boina vasca, se dio cuenta y lo cambió. Todo fue cambiando. Diría, lo de él, fue un cambio integral y en permanente movimiento. Lo que no modificó fue su ignorancia. Citaba a autores que nunca escribieron nada, o le achacaba una obra a un autor que no correspondía, lo hacía -creo, supongo, digo- por fonética".
El humor campea en esta obra. Las consideraciones sobre el seguro de sepelio, el tema de la muerte y la reencarnación, parece preocupar a los ferroviarios en la etapa democrática del más allá que a todos nos iguala. Aquí la demanda de amparo excede la etapa vital, proyectándose a la otra vida.

Un episodio curioso es el relato sobre "los niños de Tafí Viejo": a partir de la presencia de una cuadrilla de obreros rusos, que habían llegado al país, huyendo de la represión zarista y que permanecieron aquí entre 1907 y 1914, estos regresaron a Rusia a raíz de la Revolución de Octubre y se incorporaron al regimiento de Kronstadt; un grupo de chicos que había trabajado con ellos, lograron armar una radio a galena y sintonizar transmisiones procedentes de Rusia. Se las tradujo un trabajador ucraniano, confirmando asombrado su procedencia y relatando episodios de la Revolución rusa, con el consiguiente entusiasmo de los trabajadores tucumanos.

Estos y muchos otros episodios y relatos enriquecen el libro, venero de anécdotas y humanas experiencias ferroviarias, rica descripción de una etapa histórica de nuestro país.

*Sylvia Bermann.
-De Crónicas del terraplen de Juan Carlos Cena. Editado por La Rosa Blindada. 2007.
* ferrocena2003@ yahoo.com. ar



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Queridas amigas, queridos amigos:

El domingo 15 de julio del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Rubén Carrasco. Las poesías que leeremos pertenecen a Juan Carlos Galeano (Colombia) y la música de fondo será de Uakti (Brasil). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik. at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!! ! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage. com
Schießstattstr. 44    A-5020 Salzburg   AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067

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Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social.  El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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Respuesta a preguntas frecuentes
Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
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Es gratuito publicar ?
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Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura

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