Blogia
vocessusurrosrumorygritos

Robot City/ Isaac Asimov texto completo

Robot City/ Isaac Asimov texto  completo

 

FRANCISCO NARVÁEZ
Margaritas Blancas
1960 circa | óleo sobre tela | 91 x 85 cms.

 

 

Robot CityDeIsaac Asimov PRODIGIOArthur Byron Cover  EL SENTIDO DEL HUMORIsaac Asimov ¿Puede un robot desear ser un humano?Tal vez sea posible responder a esta pregunta con una contrapregunta ¿Puede un Chevrolet desear ser un Cadillac?La contrapregunta provocará el comentario de que una máquína no tiene deseos.Sin embargo, lo más interesante es que un robot no es una verdadera máquina, al menos en potencia. Un robot es una máquina construída lo más semejante a un ser humano, y puede haber incluso, entre ambos, una frontera quizás fácil de cruzar.Esto podemos aplicarlo a la vída. Una lombriz no desea ser una serpiente; un hipopótamo no anhela ser un elefante. No tenemos motivos para pensar que tales criaturas sean autoconscientes y sueñen en ser algo más de lo que son. Los chimpancés y los gorilas parecen ser autoconscientes, mas no tenemos motivos para pensar que deseen ser humanos.Un ser humano, no obstante, sueña en una vida posterior y desea convertirse en un ángel. En algún lugar, en algún momento, la-vida atravesó una frontera. En algún momento, se desarrolló una especie que no sólo tenía conciencia de sí misma, sino que tuvo capacidad para sentirse insatisfecha de Si misma.Tal vez cruzaremos una frontera similar algún día en la fabricación de robots.Pero si concedemos que un robot podrá algún día aspirar a la humanidad, ¿de qué modo aspirará a tal deseo? Podría anhelar la posesión del estado legal y social con el que nacen los seres humanos. Éste es el tema de mi historia El hombre bicentenario (1976), y, en la búsqueda de tal estado, mi protagonista robot está deseoso de ir despojándose de todas sus cualidades robóticas, una a una, para tener derecho a la inmortalidad.Esta historia, sin embargo, es más filosófica que realista. ¿Existe algún ser humano al que un robot pueda envidiar realmente? ¿Qué podemos decir de las características físicas o mentales de un humano? Ningún robot sensible envidiaría la fragilidad humana, o la incapacidad humana para resistir los cambios tenues de clima, o la necesidad humana de dormir, o la aptitud de cometer triviales errores, o la tendencia a las enfermedades contagiosas, infecciosas o degenerativas, o la incapacidad debida a las ilógicas tormentas de la emoción.Podría, con mayor propiedad, envidiar la capacidad humana para la amistad y el amor, su inmensa curiosidad, su ansia de poseer experiencia. De todos modos, me gustaría sugerir que un robot que desease ser humano descubriría que lo que más desea entender, y lo que menos entendería, es el sentido del humor del ser humano.El sentido del humor no es universal entre los humanos, a pesar de existir en todas las culturas. He conocido personas que jamás ríen, y que le miran a uno intrigadas o incluso desdeñosas si se pretende ser bromista. No necesito más que hablar de mi padre, quien rutinariamente se encogía de hombros ante mis agudezas, por considerarlas poco dignas de un hombre serio. (Por suerte, mi madre reía todos mis chistes sin ninguna inhibición; de lo contrario, yo me habría criado emocionalmente enano.)Lo más curioso acerca del sentido del humor, no obstante, es que, por lo que he observado, ningún ser humano admitirá que no lo tiene. Las personas pueden admitir que odian a los perros y que no les gustan los niños, que son capaces de engañar a hacienda, o también a sus cónyuges, y tal vez no pongan objeción al hecho de ser inhumanos o deshonestos, mediante el simple expediente de cambiar los adjetivos, llamándose a sí mismos realistas o negociantes.Sin embargo, acusadles de carecer del sentido del humor y lo negarán acaloradamente, por muy clara y abierta que sea tal carencia. Mi padre, por ejemplo, siempre mantuvo que poseía un agudo sentido del humor, y que lo demostraba tan pronto como escuchaba un chiste, riendo a más y mejor (aunque, según mi experiencia, nunca lo hizo).¿Por qué, entonces, la gente niega que le falte el humor?Tengo la teoría de que la gente reconoce (subliminalmente, o incluso abiertamente) que el sentido del humor es típicamente humano, más que cualquier otra característica, y se niega a quedar rebajada a una subhumanidad.Sólo una vez traté del sentido del humor en una historia de ciencia ficción, y esto fue enJokester, que apareció en el ejemplar de diciembre de 1956, de Infinity Science Fiction, y que recientemente ha vuelto a reeditarse en mi colección Lo mejor de la ciencia ficción de Isaac Asimov (Doubleday, 1986).El protagonista de la historia pasa el tiempo contando chistes a un ordenador (puse seis en el curso de la historia). Un ordenador, claro está, es un robot inmóvil (o, lo que es igual un robot es un ordenador móvil), de manera que la historia trata de robots y chistes. Por desgracia, el problema de la historia para el que busqué una solución no era la naturaleza del humor, sino la fuente de todos los chistes que uno oye. Y para esto también hay una respuesta... aunque el lector tiene que leer el relato para averiguarla.Sea como sea, yo no escribo sólo ciencia ficción. Escribo todo lo que pasa por mi cabeza de escritor, y —gracias a una inmerecida racha de buena suerte— mis diversos editores tienen la impresión de que es ilegal no publicar los manuscritos que les entrego. (Podéis estar seguros de que jamás les sacaré de ese engaño.)Así, cuando decidí escribir un libro de chistes, lo hice, y Houghton-Mifflin lo publicó en 1971 con el título de El Tesoro de Humor de Isaac Asimov. En ese libro contaba 640 chistes que forman parte de mi repertorio. (Y me quedan los suficientes para una continuación que se titulará Isaac Asimov ríe de nuevo, pero que no consigo escribir, por más que me siente ante la máquina y por muy de prisa que maneje las teclas). Entremezclé esos chistes con mis teorías referentes a lo que es gracioso y a cómo es posible que una cosa divertida pueda serlo más.Porque lo cierto es que hay tantas teorías acerca del humor como individuos que escriben sobre este tema. Y ni siquiera-hay dos teorías iguales. Unas, naturalmente, son más estúpidas que otras, por lo que no me siento embarazado en modo alguno al añadir mis propias ideas sobre el tema a la montaña general de comentarios acerca del mismo.Creo firmemente, para resumirlo, que el ingrediente necesario de todos los chistes es una súbita alteración del punto de vista. Cuanto más radical sea la alteración, cuando más súbita sea, cuanto más rápida sea captada y comprendida, mayor será la carcajada y el regocijo.Permitid que os dé un ejemplo con un chiste de mi cosecha.«Jim entra en un bar y encuentra a su mejor amigo, Bill, sentado a una mesa, con un vaso de cerveza en la mano y una expresión muy solemne en el rostro. Jim se sienta a la mesa y le pregunta, con simpatía:—¿Qué te sucede, Bill?Bill suspira y contesta:—Mi esposa huyó ayer con mi mejor amigo.—¿Qué estás diciendo, Bill? —exclama Jim, con voz estrangulada—. Yo soy tu mejor amigo.A lo que Bill responde, con complaciencia:—Ahora ya no.»Creo que el lector habrá comprendido el cambio del punto de vista. La suposición natural es que el pobre Bill está sumido en la desesperación por la trágica pérdida de su esposa. Es sólo por las tres últimas palabras que uno comprende de repente que, en realidad, Bill está encantado. Y el macho humano es lo suficientemente ambivalente acerca de su esposa (por mucho que la ame) para recibir este cambio de punto de vista con especial deleite.Ahora bien, si se diseña un robot cuyo cerebro ha de responder sólo a la lógica (¿y qué utilidad tendría un cerebro robótico de otra clase, cuando los humanos sólo desean emplear a los robots para sus propósitos?), le resultaría dificilísimo entender ese punto de vista. Ello implicaría, en primer lugar, que las reglas de la lógica son erróneas, o que pueden ser flexibles, cuando realmente no es así. Además, sería peligroso darle ambivalencia a un cerebro robótico. Lo que deseamos de él es decisión, y no un «ser o no ser» estilo Hamlet.Imaginemos que se le cuenta a un robot el chiste anterior e imaginemos que el robot os mira solemnemente, después de escucharlo, y que os interroga de este modoRobot: ¿Por qué Jim no es ya el mejor amigo de Bill? No has dicho que Jim hiciese algo que indispusiese a Bill contra élTú: Bien, no, no es que Jim haya hecho algo malo. Es que otra persona le ha hecho a Bill algo tan maravilloso que, a juicio de éste, ha superado a Jim y se ha convertido en un momento en su mejor amigo.Robot: ¿Y quién ha hecho tal cosa?Tú: El hombre que ha huído con la mujer de Bill, claro.Robot: (tras una pausa meditativa) Esto es imposible. Bill debía sentir un profundo afecto hacia su mujer y un gran pesar por su abandono. ¿No es eso lo que los machos humanos sienten por sus esposas, y no es así como reaccionan ante su pérdida?Tú: En teoría, sí. Sin embargo, resulta que a Bill le desagradaba su esposa, y está contento porque alguien se la haya llevado.Robot: (tras otra pausa meditativa) Pero tú no dijiste eso.Tú: Lo sé. Y ahí reside la gracia. Te conduje en una dirección y, de repente, te hice saber que esa dirección era la equivocada.Robot: ¿Es gracioso confundir a una persona?Tú: (ya rindiéndote) Bueno, sigamos jugando la partida de ajedrez.En efecto, algunos chistes dependen solamente de las respuestas ilógicas de los seres humanos. Consideremos ésta:«El inveterado apostador a las carreras de caballos hizo una pausa, antes de ponerse en la cola ante la ventanilla de apuestas, y rezó ferviente a su Hacedor.—Dios bendito —murmuró, con una tremenda sinceridad—, sé que no apruebas que juegue, pero sólo por esta vez, Señor mío, sólo por esta vez, déjame que por lo menos haga las paces. ¡Necesito el dinero...!»Si uno fuese tan necio como para contarle este chiste a un robot, éste diría inmediatamente:—Pero hacer las paces significa irse del hipódromo con la misma cantidad de dinero con la que entró, ¿no es cierto?—Sí, eso es.—Entonces, si tanto necesita el dinero, lo que debe hacer es no apostarlo, para quedar como si hiciera las paces.—Sí, pero también tiene la injustificada necesidad de jugar.—¿Aunque pierda?—Sí.—¡Esto no tiene sentido!—Pero el meollo del chiste estriba en que el jugador no entiende esto.—¿Quieres decir que es gracioso que una persona no posea el menor sentido de la lógica ni tenga siquiera la menor conciencia de ello?¿Y qué puede hacer uno, ante esta pregunta, sino continuar con la partida de ajedrez?Y decidme ¿es esto tan diferente de estar tratando con un ser humano que carece ordinariamente del sentido del humor? En cierta ocasión le conté este chiste a mi padre:«La señora Jones, la patrona, se despertó en medio de la noche porque oía unos ruidos extraños delante de su puerta. Se asomó y allí estaba Robinson, uno de sus huéspedes, obligando a un caballo asustado a subir por la escalera.—¿Qué está haciendo, señor Robinson? —gritó ella.—Llevando este caballo al cuarto de baño —fue la respuesta.—¡Oh, Dios Santo! ¿Por qué?)—Bueno, el amigo Higginbotham es un tipo muy listo. Siempre que le cuento algo, responde «Lo sé, lo sé» con un tono lleno de superioridad. Bien, por la mañana, él entrará en el cuarto de baño y saldrá chillando: «o ¡Hay un caballo en el baño!», y yo bostezaré y le contestaré «Lo sé, lo sé...»¿Y cuál fue la respuesta de mi padre?—Isaac, Isaac... tú eres un chico de ciudad y no lo entiendes. No se puede obligar a un caballo a que suba por una escalera, si no quiere subirla.Personalmente, opino que esto fue más gracioso que el chiste.De todos modos, no sé por qué tenemos que desear que un robot posea el sentido del humor, pero lo cierto es que un robot puede desearlo... y entonces, ¿cómo se lo damos? 
CAPÍTULO 1¿PUEDES SENTIR ALGO CUANDO HAGO ESTO? —Mandelbrot, ¿qué se siente siendo un robot?—Perdóname, master Derec, pero esta pregunta no tiene sentido. Aunque sea cierto que los robots pueden experimentar sensaciones vagamente análogas en algunos aspectos a las específicas emociones humanas, carecemos de sentimientos en el sentido exacto de la palabra. —Lo siento, viejo amigo, pero creo que me estás engañando.—Esto sería imposible. Los verdaderos fundamentos del programa positrónico insisten en que los robots, invariablemente, expresen los hechos de manera exacta.—Vamos, vamos, ¿no crees posible que las diferencias entre la percepción humana y la robótica puedan ser un problema de semántica? Estarás de acuerdo, ¿verdad?, en que muchas emociones humanas son simplemente los subproductos de las reacciones químicas que finalmente afectan a la mente, influyen en los cambios de humor y en las percepciones... Debes admitir que los humanos no son nada, si no disponen de sus cuerpos.—Esto ha quedado demostrado, al menos a satisfacción de autoridades muy respetables.—Entonces, por analogía, tus sensaciones no son más que subproductos de unos circuitos que funcionan perfectamente y del ensamblaje de una máquina. Una nave espacial puede sentir lo mismo cuando sus diversas partes funcionan con la máxima eficiencia y penetra en el hiperespacio. La única diferencia entre tú y una nave, supongo, es que tú posees una mente que percibe precisamente dicha diferencia.Mandelbrot no respondió, preocupados sus circuitos en deslindar en su memoria las proposiciones de Derec sobre esos asuntos en diversas categorías.—Nunca había analizado el problema de esta manera, master Derec —confesó al fin—. Pero opino que, en muchos aspectos la comparación entre humano y robot, y entre robot y nave espacial, puede ser tremendamente apta.—Mirémoslo de este modo, Mandelbrot. Como humano, yo soy una forma de vida basada en el carbono, el resultado superior de eones de evolución de formas de vida biológicamente inferiores. Sé lo que eso significa porque tengo una mente que percibe el abismo existente entre el hombre y otras especies de vida animal. Y, haciendo una comparación cuidadosa y selectiva, puedo imaginarme, aunque sea mínimamente~ lo que podría experimentar una forma de vida más inferior al abrirse paso a través de la luz. Además, yo puedo comunicar a los otros lo que creo que siente.—Mis circuitos lógicos pueden aceptar esto.—De acuerdo, pues. Mediante la analogía, la metáfora o a través de una historia, yo puedo explicarles a los demás lo que un gusano, una rata, un gato o incluso un dinosaurio deben sentir cuando atrapan comida, se disponen a dormir, huelen las flores o cualquier otra cosa que hagan.—Jamás he visto a una de esas criaturas y, ciertamente, no puedo saber qué se siente siendo una de ellas.—Ah, pero sí podrías saber, por medio de una apropiada analogía~ cómo debe sentirse una nave espacial.—Es posible, pero no me han proporcionado el programa necesario para obtener esta información. Además, no veo cómo este conocimiento podría ayudarme a cumplir las normas de conducta implícitas en las Tres Leyes de la Robótica.—Pero fuiste programado para obtener esa información, y tu cuerpo a menudo reacciona de acuerdo con dicha programación, aunque a veces adversamente, respecto a tus percepciones.—¿Hablas teóricamente?—Sí.—¿Me estás presentando formalmente un problema?—Sí.—Naturalmente, debo hacer cuanto pueda por complacerte, Derec, pero mi curiosidad y mis circuítos lógicos sólo se hallan equipados para tratar cierta clase de problemas. El que ahora me presentas puede resultar demasiado subjetívo para mis potenciales programados.—¿No se trata de una lógica abstracta y, por tanto, un poco subjetiva, al menos en su abordamiento? Debes conceder que, aunque estemos mutuamente de acuerdo en los senderos de la lógica, y precisamente a través de los mismos, puedes utilizar el conocimiento exacto de dos hechos irrefutables para conocer un tercero, igualmente irrefutable.—Claro.—Entonces, ¿no puedes usar tal lógica para razonar y saber lo que siente una nave espacial o cualquier otra pieza de una maquinaria suficientemente avanzada?—Si lo planteas de esta manera, sí, pero lo que no entiendo es qué beneficio me aportaría tal cosa... ni a ti tampoco .Derec se encogió de hombros. Era de noche en Robot City. Él y Mandelbrot habían salido a pasear. Derec experimentaba la necesidad de estirar los músculos tras un largo día estudiando algunos de los problemas que impedían su huida de este planeta tan aislado. Por el momento, ambos se hallaban sentados en lo alto de una torre rectangular, contemplando las estrellas.—Oh, ignoro si ello aportaría algún beneficio, salvo quizá satisfacer mi curiosidad. A mí me parece que debes tener alguna idea de lo que es ser un robot, aunque carezcas de los medios de expresarlo.—Este conocimiento requeriría un lenguaje, y tal lenguaje todavía no se ha inventado.—Huuummm... Supongo.—Sin embargo, acabo de hacer una asociación que puede tener algún valor.—¿Cuál?—Cuando tú o mistress Ariel no tenéis necesidad de mi ayuda, suelo ponerme en comunicación con los robots de esta ciudad. No les preocupa saber qué se siente siendo un robot, pero sí han dedicado una tremenda cantidad de energía al dilema de lo que debe sentir un humano.—Sí, en cierto modo, esto tiene sentido. El objetivo robótico de determinar las Leyes de la Humánica siempre me ha parecido un fenómeno único.—Tal vez no lo sea, master Derec. Al fin y al cabo, si me permites recordártelo, tú no recuerdas más que las experiencias de las últimas semanas, y mis conocimientos de historia son más bien limitados. Aun así, jamás habría pensado en realizar las conexiones que tú haces, y que conducen a mis circuitos a la conclusión de que tu subconsciente dirige nuestra charla, con el fin de lograr alguna orientación para resolver tu mayor problema.Derec rió con cierta inquietud. Esto no lo había pensado nunca. Era extraño que sí lo hubiese pensado un robot.—¿Mi subconsciente? Tal vez. Supongo que pienso que, si consigo entender mejor el mundo en que vivo, acabaré por entenderme mejor a mí mismo.—Creo que actúo de acuerdo con las Tres Leyes si ayudo a un humano a conocerse mejor. Por este motivo, mis circuitos zumban continuamente con una sensación que tú definirías como placer.—Lo cual es estupendo. Y ahora, perdóname, pero me gustaría estar solo.Por un momento, Derec experimentó una punzada de ansiedad y temió estar insultando a Mandelbrot, un robot que, después de todo lo que habían pasado juntos, debía considerar como un buen amigo.Pero si Mandelbrot se había enojado no lo dio a entender. Como siempre, era inescrutable.—Oh, claro. Aguardaré en el vestíbulo.Derec vio cómo Mandelbrot se iba hacia el ascensor y descendía lentamente. Claro que Mandelbrot no estaba enojado. Era imposible que se sintiera insultado.Cruzando las piernas para estar más cómodo, Derec volvió a contemplar las estrellas y el paisaje de la ciudad extendido ante él y más allá, pero sus pensamientos continuaron bullendo en su interior. Normalmente, no pertenecía al tipo meditativo, pero esta noche se sentía triste, y se entregaba fácilmente a la inseguridad y ansiedad que normalmente reprimía mientras intentaba solucionar sus diversos problemas más lógicamente.Sonrió ante esta comprobación de lo que sentía. Quizá se tomaba demasiado en serio a sí mismo, como resultado de haber leído últímamente demasiado a Shakespeare. Había descubierto las obras del antiguo «Bardo inmortal» como un medio de escape mental, de relajación. Y ahora aprendía que, cuanto más profundizaba en aquellos textos, más conocía respecto a sí mismo. Era como si los sucesos y los personajes retratados en dichas obras le hablaran directamente, y tuviesen un significado inmediato en la situación en la que se había hallado al despertar, falto de memoria, en aquella cápsula de supervivencia, no hacía mucho tiempo.Se preguntaba por qué aquellas obras influían tanto en él. Era como si, a través de ellas, empezase a definirse de nuevo.Volvió a encogerse de hombros y volvió a mirar a las estrellas. No las miraba solamente para analizarlas en busca de una pista, o con el fin de saber en donde estaba ubicado el mundo en que se hallaba, sino también para interrogarlas, como creía que habían hecho innumerables hombres y mujeres en el transcurso de la historia. Trató de imaginarse cómo habrían mirado las estrellas los hombres de la época de Shakespeare, antes de que la humanidad supiera qué era en realidad el Universo, dónde estaba la Tierra en relación con el mismo, o cómo fabricar un impulsor hiperespacial. Sus mentes analizadoras, pero científicamente ignorantes, debían de haber percibido en las estrellas una belleza heladamente salvaje, más allá del alcance de su empatía.Una estrella de aquel cielo tal vez fuese el sol de su mundo natal. Allí fuera, pensó, alguien conocía las respuestas a sus preguntas; alguien que sabía quién era él realmente y cómo había llegado a aquella cápsula de supervivencia.A sus pies se extendía la ciudad de las torres, las pirámides, los cubos, las espirales y los tetraedros, algunos de los cuales, mientras los miraba, iban cambiando de acuerdo con el programa de la ciudad. De vez en cuando, algunos robots, ayudando con su actividad a las alteraciones y adiciones, se deslizaban bajo los destellos de la luz estelar reflejada a su vez por los muros de la ciudad. Los robots nunca dormían, la ciudad nunca dormía. Cambiaba constantemente, imprevisiblemente.La ciudad era como un robot gigantesco, compuesto por millones y millones de células metálicas, que funcionaran de acuerdo con la acción y reacción de los núcleos codificados del DNA. Aunque formada por materia inorgánica, la ciudad era una cosa viva, el triunfo de un diseño filosófico que Derec llamaba ((ingeniería minimalista».Derec se había sentido parcialmente inspirado para subir a lo alto de esta torre, a través de una puerta y un ascensor que aparecieron cuando los necesitó, precisamente porque su estructura básica, enroscada como una serpiente, desde la calle le había parecido una gigantesca cinta, siempre en crecimiento. Y una vez la cinta había alcanzado la altura preordenada, las células se habían enlazado para formar una estructura sólida. Tal vez también se hubiesen multiplicado.Dos torres situadas directamente frente a él se fundieron y se hundieron en la calle, como cayendo en un increíble pozo. A un kilómetro a su derecha, una serie de edificios de distintas alturas se tornaban gradualmente uniformes, para luego fundirse en una sola construcción, muy vasta y cuadrada. Así se quedó aproximadamente unos tres minutos, y después, metódicamente, empezó a metamorfosearse en una fila de cristales.Unos días antes, esta visión le habría inspirado una sensación de asombro. Ahora era una cosa normal. No era extraño que hubiera querido divertirse con lo que había pensado que era una ligera distracción mental.De pronto, apareció un tremendo resplandor en la neblina de la ciudad. Derec se tapó los ojos, presa de pánico, suponiendo que era una explosión.Pero, a medida que transcurrían los segundos y el resplandor continuaba allí, se dio cuenta de que su presencia no había ido acompañada por ningún ruido ni sensación de violencia. Fuese cual fuese su naturaleza, su presencia parecía deberse a la presión de un pulsador.Recobrando un poco su autocontrol, Derec apartó lentamente los dedos de sus ojos y aventuró una ojeada. El resplandor se estaba transformando en una serie de colores fácilmente definibles, con diversos matices carmesí, ocre y azul. Los colores cambiaban a medida que cambiaba la pirámide tetragonal de la que surgían.La pirámide estaba situada cerca del límite de la ciudad. La construcción, de ocho lados, se hallaba precisamente equilibrada sobre la estrecha punta de su vértice y giraba como un trompo, lentamente. Desde el lugar donde estaba Derec, parecía una enorme joyel, gracias a las luces brillantes que cambiaban constantemente.Al contemplar aquella visión, sintió que, de modo gradual, iban desapareciendo sus ansiedades. Sus problemas parecían reducirse a algo insignificante, en comparación con el esplendor de aquellas luces. ¡De cuánta belleza era capaz esta ciudad!Muy pronto, no obstante, la sensación de calma se vio destruida por su creciente curiosidad, por la necesidad de saber más sobre aquel fenómeno, una necesidad que rápidamente llegó a ser abrumadora, terriblemente acuciante. Tenía que examinar aquel edificio de cerca y después regresar a su «cubil», donde tenía sus terminales de acceso, y sumirse en el estudio de la misteriosa programación de la ciudad.Como las obras de Shakespeare, la extraña estructura parecía un lugar magnífico para un escape temporal. Además, quizás descubriría algo que les ayudaría a él y a Ariel a salir de tan demencial planeta.—¡Conque estás aquí! —exclamó una voz muy conocida a su espalda—. ¿Qué estás haciendo?Al levantar la vista, divisó a Ariel mirándole, con las piernas separadas y las manos en las caderas. La brisa le ponía mechones de su cabellera en la nariz y los ojos. En sus pupilas se veía una expresión maliciosa. De repente, se olvidó de la ciudad y se puso a contemplar en cambio a la joven. Su inesperada aparición casi había dejado a Derec sin aliento. Tenía que recobrar la serenidad.«De acuerdo —se dijo—, no es sólo su presencia; es ella, es todo lo que la rodea...»—Hola. Precisamente pensaba en ti —consiguió articular Derec con una nota falsa en su voz, demasiado obvia, al menos para él.—Embustero —replicó ella, con sarcasmo y cariño a la vez—. Pero no importa. También yo deseaba verte.—¿Has observado aquel edificio?—Naturalmente. Llevo aquí ya algunos instantes, mientras tú estabas como alelado. Es asombroso, ¿verdad? Estoy segura de que ya has pensado en analizarlo.—Oh, sí. ¿Y cómo me has encontrado? —quiso saber el joven.—Wolruf te husmeó. Ella y Mandelbrot ~están abajo.—¿Qué hace Wolruf aquí? ¿Por qué se ha quedado abajo?—No le gusta el aire de aquí arriba. Dice que le hace añorar los campos silvestres en estas frías noches otoñales.Ariel se sentó al lado de Derec. Se inclinó hacia atrás sosteniéndose con las palmas de sus manos. Los dedos de la mano derecha casi tocaban los de Derec.El joven se dio cuenta del calor que desprendían aquellos dedos delicados. Deseaba mover la mano los dos centímetros que le permitirían tocarlos. En cambio, se apoyó en los codos y pegó las manos a sus costados.—Ante todo ¿qué haces aquí arriba? —inquirió ella.—Me relajo.—¿Sí?El momento de silencio entre ambos fue decididamente enervante. Ariel parpadeó y luego miró hacia el edificio en rotación.Durante aquel instante, los pensamientos de Derec se barajaron como las cartas y estuvo a punto de soltar muchas cosas. Pero al final decidió no comprometerse.—Sí, deseaba olvidarme un poco de los problemas.—Magnífico. Resulta saludable dejar de preocuparse durante algún tiempo. ¿Ya has imaginado la manera de largarnos de aquí?—No, pero debes admitir que nuestra estancia aquí no es tan mala como alguna de las dificultades en que nos hemos visto.—Por favor, ahora no quiero acordarme de los hospitales. Si veo otro robot de diagnósticos, será demasiado para mí.—Pero será mucho peor si no lo ves —exclamó Derec, aunque inmediatamente se arrepintió de sus palabras.—¿Por qué? —preguntó Ariel, con el rostro congestionado por la cólera—. ¿Porque sufro una enfermedad que me va volviendo loca lentamente?—Oh... pues sí, por ejemplo.—Muy gracioso, señor Normal. ¿No se te ha ocurrido pensar que puede gustarme esa enfermedad, que puedo preferir la forma como mi mente funciona ahora a como lo hacía durante la época en que estaba «sana»?—Hum... no, no se me ha ocurrido, ni creo que se te haya ocurrido a ti. Oye, Ariel, sólo intentaba ser gracioso. No pretendía ofenderte, ni siquiera sacar a relucir ese tema. Bueno, las palabras salieron sin querer.—¿Por qué será que no me ha sorprendido?Ariel se apartó de él, tras encogerse de hombros.—Yo deseo que te encuentres bien. Estoy preocupado por ti.La joven se enjugó la cara y la frente. ¿Estaría sudando?Derec no lo veía en la oscuridad.—Escucha, has de comprender que últimamente he tenido serias dificultades para mantener centradas mis ideas —observó ella—. No siempre es tan malo. Es algo que va y viene. Pese a lo cual, a veces siento como si alguien me sacara el cerebro de la cabeza con unas tenazas. Acabo de superar uno de esos momentos.—Lo siento, no lo sabía.De repente, Derec sintió como si también su corazón lo hubiesen sujetado con unas tenazas. Los centímetros que les separaban parecían un abismo insalvable. Se preguntó si no estaría también loco, para desear cruzar dicho abismo y estrecharla entre sus brazos. También se preguntó si ella se relajaría cuando él le obligara a apoyar la cabeza en su pecho.Decidió cambiar de tema, esperando esquivar también el otro tema que no habían tratado.—Bueno, aunque todavía ignoro mi identidad, creo que he logrado averiguar muchas cosas de mí mísmo desde que me desperté en aquella instalación de minería. He descubierto que poseo buenos instíntos. Especialmente, al ser capaz de decidir quiénes son mis amigos.—¿Sí?—Sí. Y tras la debida consideración, he llegado a la conclusión de que tú eres uno de ellos.—¿Sí? —sonrió Ariel—. ¿Lo crees de veras?Derec le devolvió la sonrisa.—Eso es algo que yo sé y que tú debes comprobar.—Bueno, puedo vivir con esto —Ariel frunció los labios—. Dime, señor Genio, ¿cómo encaja ese edificio en el programa de esta ciudad?—No lo sé. Es una anomalía.—¿Cómo se llama su forma?—Pirámide tetragonal.—Pues a mí me parecen dos pirámides juntas.—Por esto se llama tetragonal.—Fíjate cómo brilla, cómo relucen sus colores. ¿Crees que el responsable es el doctor Avery? Es el responsable de todo lo demás...—Si te refieres a si planeó algo así, no estoy seguro de saberlo.—Pues ésta sí que es una respuesta directa —exclamó ella, sarcásticamente.—Perdona, no intento ser oscuro. Quiero decir que esa estructura podría estar implícita en el programa, al menos hasta cierto punto, pero ignoro si Avery lo sabía, cuando puso la ciudad en movimiento.—Si tuvieras que hacer una suposición...—Diría que no. He estudiado bastante bien la propagación del sistema central de ordenadores, para no mencionar las células de la ciudad y de diversos robots, y en realidad no he visto nada que sugiera algo semejante... aunque supongo que es posible.—¿Te has fijado en que los matices del plano carmesí dan la ilusión de profundidad, como capas de lava cristalizadas? ¿Y que el plano azul se parece al cielo de Aurora?—Lo siento, pero no recuerdo haber visto lava, y tengo sólo un recuerdo muy vago del cielo de Aurora.—Oh, ahora soy yo la que debe lamentar haber hablado demasiado.—Olvídalo. Vamos allá. Ese edificio probablemente resultará más bello visto de cerca.—¡Seguro! Pero, ¿y Wolruff y Mandelbrot? Wolruf tal vez se muestre impresionada, pero no comprendo de qué modo un robot como Mandelbrot puede ver aumentada su curiosidad integral reforzada con algo que su programación no le ha preparado para apreciar.—No te dejes engañar —Derec sacudió la cabeza—. Si mis sospechas son correctas, Mandelbrot es un robot personalmente responsable. Y me interesa averiguar hasta qué punto. Y si a mí me interesa, también le interesa a Mandelbrot.—Entiendo. Indudablemente, has pasado horas con él, tratando de dilucidar algún detalle oscuro e insignificante, en vez de imaginar la manera de salir de aquí. ¿No te has cansado aún de los robots?—añadió Ariel, burlonamente.Derec comprendió que aquel súbito cambio de humor no era culpa de ella, pero no pudo abstenerse de decir lo que sentía.«—Ya veo que no era descarada, sino modesta como una paloma...; y no ardiente, sino atemperada como la mañana».Ante su sorpresa, Ariel se echó a reír.Y a su pesar, Derec sintióse insultado. Había querido que el chiste fuese sólo suyo.—¿Qué hay de gracioso en esto?—Que esto es de La Fierecilla domada. Leí la comedia anoche y, cuando llegué a esas líneas, me pregunté en voz alta si alguna vez me las dirías.Derec sentíase ya decididamente consternado.—¿Quieres decir que también lees a Shakespeare?—¿Acaso puedo hacer otra cosa? Estuviste dejando papeles de impresora por todas partes. Bien, vamos a bajar. Sé donde hay un par de motocicletas veloces, esperando a que las utilicemos. 
CAPÍTULO 2MOVIMIENTO SOSEGADO Ariel y Derec encontraron a Wolruf y Mandelbrot en el vestíbulo, de pie delante de uno de los autómatas que Derec había programado en el ordenador central para que se situaran en al menos un diez por ciento de los edificios. Lo había hecho para asegurarse de que los tres individuos del planeta que necesitaban sustento tuviesen acceso al mismo de forma más o menos conveniente.Cuando él y Ariel salieron del ascensor, Derec observó que Wolruf estaba a cuatro patas, inclinada sobre una bandeja de comida sintética. Por su poderosa gola iba desapareciendo algo semejante a una berza colorada. Mandelbrot estaba pulsando los botones del autómata a ritmo uniforme, asegurando así un suministro constante. Los dos estaban tan absortos en sus respectivas tareas que no parecieron oír el ruido del ascensor ni el susurro de las puertas al abrirse.—Perdona, ya sé que mis conocimientos de tus necesidades nutritivas son limitados, puesto que los robots sólo nos ocupamos de comida por motivos diplomáticos —se disculpaba Mandelbrot—, pero, ¿no es vagamente presumible que el exceso de consumición pueda provocar la regurgitación de una parte significativa de lo que comes?—Yo ser quien deber juzgarlo —exclamó Wolruf, eructando fuertemente antes de tomar otro bocado—. Yo olvidar comer hoy.—¿Lo estoy imaginando —murmuró Derec al oído de Ariel, poniéndose de puntillas, ya que ella era unos centímetros más alta que él—, o Wolruf come lo suficiente como para hundir el piso?—Tiene mucho apetito a causa de su colosal metabolismo —le susurró Ariel, en contestación.Derec enarcó una ceja.—Espero que Wolruf no esté comiendo de esta manera desde que subiste al tejado. Si continúa ingiriendo materias primas de esta forma, tal vez vuelva a tener una de sus crisis de energía.—Su raza está acostumbrada a las grandes comilonas. Tal vez sea una sublimación de sus otras urgencias animales.—¿Quieres decir que su raza pudo iniciar su historia evolutiva como comedores de carne, y luego tornarse vegetariana porque las grandes comilonas les eliminaban su necesidad de matar para alimentarse?—La inclinación hacia la violencia no es exactamente lo que estaba pensando.—Huuummm... Por lo que he visto de su actividad subliminal, no me extraña que su raza no se enterase de los viajes espaciales hasta que los alienígenas visitaron su planeta. Simplemente, estaban demasiado ocupados en masticar para tener tiempo que perder en investigaciones científicas.Derec había intentado que la observación fuese totalmente inocente, pero Ariel se mostró genuinamente sorprendida.—¿Sabes una cosa, Derec? Tu sentido del humor jamás deja de asombrarme.—Bueno —intercaló Wolruf, sin dejar de masticar, y levantando finalmente la vista del plato de plástico—, yo oí la conversación. Nuestra raza acostumbrar comer hasta atiborrar, y atiborrar más y más la panza cuando haber mucha comida. Ser el instinto heredado de las tribulaciones y miserias de innumerables siglos de cazar.Mandelbrot dejó de pulsar los botones, dio media vuelta y miró a la caninoide.—Perdona, Wolruf, tal vez no debería hacer esta observación, pero opino que, una vez restaurada y almacenada la energía en tus células orgánicas, puedes perder la totalidad de tu velocidad natural, disminuyendo de este modo las habilidades y capacidades que tendrías si sólo tomases la cantidad de nutrientes que realmente necesitas. Y, si tu próxima comida es tan abundante como ésta, el daño será mucho mayor.—Si no puede correr, estoy seguro de que puede rodar —manifestó Derec, cruzando el vestíbulo hacia la alienígena y el robot.El lado izquierdo de la boca de Wolruf se estremeció al gruñir. Luego, ladeó una oreja hacia los humanos y la otra hacia el robot que tenía detrás.—Yo estar segura de que a los humanos faltar huesos fuertes.Derec recordó lo clareado que el pellejo marrón y dorado de Wolruf le había parecido cuando la conoció, cuando él era prisionero del alienígena Aranimas. Ahora, su piel era suave y lisa al tacto, debido sin duda a las mejoras dietéticas que los robots habían preparado para ellos. En algunos aspectos, Wolruf parecía un lobo, con su rostro achatado, sus orejas desmesuradamente largas y puntiagudas, y sus aguzados colmillos. Una feroz inteligencia ardía detrás de sus pupilas amarillas, recordándole a Derec que era una alienígena de una civilización de la que él no sabía nada, una criatura que hubiera sido nueva, extraña y prodigiosa, incluso tal vez peligrosa, en un mundo donde ella fuese el único misterio.Por otra parte, Mandelbrot era de fiar, anticuado y previsible, y por eso más maravilloso, al haberlo fabricado el propio Derec con las piezas de recambio proporcionadas por Aranimas, que también le había cedido a Wolruf como ayudante. Mandelbrot estaba programado para servir primero a Derec antes que a los demás seres humanos. Los otros robots de Robot City lo estaban para servir primero al doctor Avery, por lo que Derec jamás podría confiar totalmente en ellos, ni esperar que cumpliesen sus órdenes al pie de la letra. A veces, cuando las cumplían, violaban el espíritu de sus instrucciones. Mandelbrot, incluso, se atenía a dicho espíritu.Derec no censuraba a los robots de la ciudad por sus frecuentes evasivas. Al fin y al cabo, ¿qué se podía esperar razonablemente de un robot, mientras su conducta no violase las Tres Leyes?—¿Te sirvió de algo tu meditación? —se interesó Mandelbrot—. ¿Llegaste a alguna conclusión que puedas compartir con nosotros, master Derec?—No, pero sí conseguí que se me cruzaran algunos cables.Antes de que Mandelbrot, que tendía a interpretar literalmente muchas de las frases de Derec, pudiera preguntarle qué cables eran aquellos y dónde estaban, Derec habló del espectacular edificio nacido en la ciudad.—No encaja en absoluto con el carácter ni el contexto de la ingeniería minimalista de la ciudad, como si fuese el producto de una mente completamente diferente.—No, aquí haber células —protestó Wolruf—. Poder ser resultado de un desarrollo evolutivo imprevisto.Derec se frotó la barbilla, como meditando las palabras de Wolruf. Tenían sentido. Los códigos ADN de la ciudad podían estar mutando y desarrollándose por si mismos, como las bacterias y los virus se desarrollan sin que lo observe la humanidad ni lo aprueben los mundos civilizados.Mandelbrot asintió, sumido en profundos pensamientos. Lo cierto era, no obstante, que sus potenciales positrónicos iban procesando toda la información obtenida desde el momento en que fue activado para servir a Derec, eligiendo los puntos más convenientes a la situación del momento, con la esperanza de que, cuando estuviesen yuxtapuestos en una sola observación, arrojarían nueva luz sobre el asunto. Por desgracia, la conclusión resultante de toda esta actividad micromagnética dejaba mucho que desear.—Es demasiado pronto para especular acerca de lo que creó ese edificio, quién lo hizo o por qué. De todos modos, la verdad me obliga a admitir que mis conversaciones privadas con los robots nativos de esta ciudad indican que sus esfuerzos creadores podrían permitir a ciertos individuos hacer lo que los sabios califican de «ruptura conceptual».—¿Por qué no me dijiste antes todo esto? —inquirió Derec, en tono exasperado.—No me lo preguntaste, ni yo pensé que esto se relacionara con ninguna de las conversaciones de los últimos días —respondió Mandelbrot, sosegadamente.—Ah —exclamó Ariel, abriendo más los ojos—, quizá los robots hayan decidido observar la conducta humana con la esperanza de obtener una evidencia empírica.—Espero que no sea así —la atajó Derec, lacónicamente—. Me molesta pensar que, para ellos, soy una especie de curiosidad científica.—¿Por qué tú pensar que ellos estudiarnos? —intercaló Wolruf, tímidamente.—Vámonos —les apremió Derec—. ¡Estamos perdiendo el tiempo!Fuera, las nubes bajas y espesas que procedían del horizonte empezaban a reflejar la incandescencia que, a su vez, espejeaba en los edificios tembleteantes de múltiples lados que rodeaban a Derec y sus amigos. El joven tenía la sensación de que, a toda Robot City, la había rodeado un fuego helado. Y el origen de aquel resplandor se hallaba en el centro de la ciudad, girando con aquellos variados matices de color, como si un holocausto industrial de enormes proporciones hubiese roto la tela de la realidad, dejando al descubierto el dinamismo centelleante que yacía oculto bajo la superficie de toda la alegría de la ociosa especulación, a medida que el resplandor se iba expandiendo y absorbiendo gradualmente al resto de la ciudad en su frialdad.En realidad, eran tan brillantes los reflejos de los otros edificios y las nubes del cielo que, ocasionalmente, las luces de las calles quedaban desactivadas y se encendían y apagaban automáticamente cuando las calles eran transitadas. Los cuatro se encontraron viajando por las calles resplandecientes con matices azules o carmesíes, como si de pronto estuviesen inmersos en los fuegos semihospitalarios de un submundo mitológico.Por consiguiente, fue natural para Derec suponer que ni Mandelbrot ni Wolruf comentasen nada respecto a aquella incandescencia inusitada, por tener la mente ocupada por otro asunto. Éste era la velocidad de las motocicletas que él y Ariel conducían por las calles. El zumbido de los motores eléctricos resonaba entre los edificios como una nube de saltamontes arrasando un campo, y el chirrido de los neumáticos, al tomar las curvas, era como el ruido de la explosión de un fotón que enviaba sus restos a un universo de antimateria.Ariel era quien iba en cabeza. Había diseñado las motos ella misma, mientras Derec se hallaba ocupado en otras actividades, y hasta había convencido a los robots de ingeniería de que los caballos de fuerza extras de las motos eran excelentes para el conductor, puesto que podían aliviar parte del «ansia de muerte» que los humanos suelen llevar consigo.—¿Por qué creéis que necesitamos programarles una Primera Ley, sea robótica o humana? —había preguntado.Los ingenieros, que se hallaban adecuados mentalmente para solucionar problemas prácticos, no estaban preparados para tratar con esa clase de lógica, de modo que no tuvieron más remedio que acceder a sus demandas.—¡Master Derec! ¿No podríamos avanzar a menos velocidad? —imploró Mandelbrot, que iba al lado de Derec, en el sidecar, cuando el vehículo de tres ruedas, teóricamente estable, se inclinó fuertemente a la izquierda, para compensar el giro efectuado por el joven hacia un bulevar—. ¿Acaso este asunto tiene una urgencia que yo no vislumbro?—No. Sólo intento mantenerme a la altura de Ariel —replicó Derec, sin poder reprimir una sonrisa al ver los gestos de espanto de Wolruf, que iba en el sidecar de la moto de Ariel, casi medio kilómetro por delante.—Tal vez me perdonarás si observo que intentar avanzar a la señorita Burgess es una pérdida de tiempo. No, tú jamás lo conseguirás. Y entonces, ¿por qué malgastar una preciosa energía intentándolo a cada posible oportunidad?—Eh, no quiero que ella haga algún descubrimiento importante antes de que yo tenga la oportunidad de hacerlo por mi mismo.—¿Quieres decir, pues, que todavía iremos a más velocidad? —se asustó Mandelbrot. Tras una pausa, añadió—. Master Derec, debo confesar que tal propósito no se aviene con la visión del mundo inherente a mi programación micromagnética.—No... deseo emparejarme con ella, pero no soy ningún suicida. Además, me apuesto cualquier cosa a que, si acelerase más esta moto, las Tres Leyes de la Robótica combinadas te impulsarían a hacerme parar.—Sólo a hacerte aflojar la marcha —replicó Mandelbrot—. Sin embargo, puedo hacerte una sugerencia que, si la sigues, tal vez sea ventajosa para ambos.—Oh, ¿de qué se trata?—A requerimiento tuyo, estuve estudiando las sutiles combinaciones de las rutas que van de un sitio a otro de Robot City. Naturalmente, la tarea resultó difícil, puesto que todas las vías cambian constantemente, pero logré detectar algunas  pautas discernibles que parecen fijas, pese a las mutaciones que sufre la ciudad en sus detalles...—¿Quieres decir — le interrumpió Derec con impaciencia— que conoces algunos atajos?—Sí, si entiendo correctamente tu lenguaje. Creo que es esto lo que intentaba decir.—Entonces, guíame, MacDuff.[1]—¿Quién? ¿Por qué me llamas así?—No importa, es un personaje de una obra de Shakespeare, una alusión literaria. Sólo quería decirte que me muestres por donde tenemos que ir... como un buen navegante. ¡De prisa! ¡Ariel nos está dejando atrás!—Entendido, master Derec. ¿Divisas ese edificio que va cambiando a nuestra izquierda?En tanto seguía las instrucciones del robot, Derec, que consideraba la experiencia como algo extraordinario, empezó a trazar una complicada serie de virajes y giros a través de las calles de la compleja ciudad, hasta el punto de que muy pronto temió no poder de ninguna manera atrapar a Ariel y Wolruf, a pesar de que Mandelbrot le aseguraba lo contrario. En consecuencia, corrió algunos riesgos que el robot consideró innecesarios, como conducir el vehículo directamente por encima de los cimientos de edificios nuevos, o saltar por encima de fosos, como un especialista del cine, o bien viajar a través de puentes apenas lo bastante anchos para las ruedas de la moto. Más de una vez, sólo la destreza de Derec como conductor, una improvisada habilidad que Ariel le desafió prácticamente a cultivar, les salvó de no llegar a la cita en toda su vida.Aún así, pronto quedó en claro que sus esfuerzos tal vez no les sirvieran de nada. Unos bloques antes de llegar al edificio resplandeciente, varias filas de robots se iban juntando y formaban una riada que abarrotaba la calle, impidiendo dramáticamente el avance de la moto. Habría sido sumamente fácil para Derec pasar a través de aquella multitud, provocando toda clase de daños y perjuicios, sin que nadie, ni Mandelbrot ni ninguno de los robots supervisores de la ciudad, protestara por ello, y menos todavía hiciera algún comentario crítico en el fondo de su cerebro positrónico. Tal incidente tampoco habría significado nada en sus relaciones futuras. Los robots no podían albergar rencores.Pero Derec no tenía estómago para causar daños a un ser artificialmente inteligente. Desde su despertar en el asteroide minado, tal vez antes, había supuesto que había más implicaciones en los potenciales de la inteligencia positrónica de lo que habían imaginado Susan Calvin, la pionera legendaria de la ciencia robótica, o el misterioso doctor Avery, que había programado Robot City. Quizás ello fuese porque los circuitos de los robots estaban formulados con tanta rigurosidad, a fin de imitar los resultados del comportamiento humano, que Derec, en realidad, pensaba en los robots como en unos hermanos intelectuales de la humanidad. Quizá porque los secretos de la inteligencia humana no habían sido descubiertos por completo, Derec no se sentía cómodo haciendo distinciones definitivas entre la sustancia gris de su propio cacumen y la variedad pulverulenta que llenaba los cascos de los robots con tres libras de iridio y platino.—Ya puedes enfriar tus condensadores, Mandelbrot —observó el joven, desacelerando la moto a sólo diez kilómetros por hora, lo que le permitió abrirse paso por entre los robots con relativa facilidad—. Nos tomaremos un poco más de tiempo.—Si puedo permitirme una pregunta, ¿qué pasa con la señorita Burgess? Pensé que querías llegar antes que ella.—Oh, si, pero estamos ya tan cerca que no importa. Además podemos realizar otros descubrimientos —exclamó, parando en seco, de manera impulsiva delante de un trío de robots de piel color cobre que le cedían el paso—. Perdonadme —les dijo, hablando más directamente al más alto que estaba en el centro, que a los otros dos—, pero me gustaría formularos unas preguntas.—Ciertamente, señor. Nos sentiremos muy honrados de ayudar a un ser humano lo mejor que podamos, especialmente porque mis sensores me indican que eres uno de los dos humanos que recientemente salvaron a nuestra ciudad del fallo autodestructor de su programación.—Ah, ¿os gusta que haya sido salvada?—Naturalmente. Las respuestas de mis circuitos positrónicos a los acontecimientos del universo corresponden, de manera vagamente análoga, a las emociones humanas.Derec no pudo resistir el deseo de mirar a Mandelbrot, enarcando las cejas, para darle a entender hasta qué punto eran significativas las palabras de aquel otro robot. Le palmeó el hombro, indicando que debía permanecer sentado, y luego saltó de la moto. Parecía descortés estar sentado y hablar con los robots que estaban de pie.—¿Cómo te llamas? —le preguntó al del centro.—Mi número de designación es el M334.—¿Y tus camaradas?—Nosotros no tenemos número. Yo me llamo Benny —se presentó el que estaba a la derecha de M334.—Y yo, Harry —añadió el de la izquierda.—Todos vosotros parecéis robots constructores sofisticados. ¿Me equivoco?—No—replicó M334.—Entonces, ¿por qué vosotros dos tenéis unos nombres tan tontos?Los robots se miraron uno al otro. Derec hubiese jurado que las luces de sus sensores registraban algo semejante a la confusión...—El nombre de Benny y el mío no son cosa de broma —respondió finalmente M334—. Gastamos una considerable cantidad de energía mental buscando entre los nombres más corrientes del siglo XX, hasta que cada uno de nosotros encontró uno del que pudiésemos estar seguros que encajaba en los parámetros individuales de nuestras personalidades positrónicas; aunque, eso si, de una manera que no pudimos, y aún no podemos, comprobar a nuestra satisfacción.—Os sentís cómodos con ellos —contestó Derec.—Bueno, poniéndolo de este modo... —murmuró M334, dejando la frase sin terminar, lo que sugería que la observación de Derec acababa de iniciar una línea de pensamientos que se hallaba más allá de los límites de su programación. El efecto fue tremendamente humano.—Seguro que no somos nosotros el motivo de que te hayas detenido —intervino Harry, en un tono casi desafiante.Éste era el robot más bajo de los tres, observó Derec, pero al mismo tiempo, intuyó que era el que poseía los módulos más poderosos de personalidad. Ciertamente, su tono de voz era más valiente, más esforzado que el de todos los robots que había conocido desde su despertar.—¿Podría pedirte humildemente que nos hagas partícipes de los pensamientos que tienes en tu mente? Mis camaradas y yo tenemos tareas que cumplir, sitios adonde ir.Derec volvió a pensar que era un robot bastante atrevido. Aunque fuese posible interpretar sus palabras como altaneras, la expresión había sido tan cortés y tan refrenada como una petición de ayuda.—¿Tu prisa tiene algo que ver con tus estudios de las Leyes de la Humánica, verdad? —inquirió Derec.—Hasta donde nos lo han permitido los humanos —fue la respuesta de Harry, como acusando a Derec de ser responsable personalmente de ello.—Hemos leído las historias y novelas a las que el ordenador central nos ha permitido acceder en nuestro tiempo libre —agregó Benny.—¿Dijiste «permitido»? —recalcó Derec.—Si. El ordenador central juzga qué parte del material es demasiado revolucionario para lo que se supone que son las limitaciones de nuestra programación —aclaró M334—. Pero, si puedo hablar por mi mismo, señor, éste es precisamente parte del material que más me interesaría. Supongo que me ayudaría a aclarar algunas de las cuestiones que tengo respecto a la humanidad a la que todos serviremos algún día.—Veré qué puedo hacer para modificar esa parte de la programación del ordenador central —se ofreció Derec.—Esto sería maravilloso —repuso Harry—, y estoy seguro de que, en el futuro, recordaremos este encuentro con corrientes renovadas, entre las que surgen a través de nuestros suministros de energía.Derec decidió que ya estaba bien de charla.—Bien, ¿por qué estáis tan impacientes, ahora?—¿No es acaso obvio? —replicó Harry—. Lo estamos tanto como todos los demás. Queremos echar una ojeada a aquel edificio iluminado. Nunca vimos cosa semejante. Como es natural, sentimos curiosidad.—¿Por qué? —preguntó Derec.—Porque nuestros circuitos responden a ello de una manera que todavía no podemos comprender —contestó Benny—. Si, el efecto es vagamente análogo al que el gran arte ejerce sobre los humanos inteligentes. Tú, señor, eres humano y, por tanto, teóricamente, has tenido algunas experiencias artísticas. ¿Eres tú el responsable de eso?—No, ni tampoco mi compañera humana.—Y en la ciudad no hay más humanos –reflexionó M334.—No, a menos que exista un intruso no detectado —intervino Mandelbrot desde el sidecar—, lo cual es una posibilidad extremadamente improbable, ahora que el ordenador central ha quedado restaurado y es capaz de operaciones eficientes.—¿Y el alienígena, el no humano al que nos pediste obedecer, además de los humanos? —preguntó Benny.—No, en absoluto —negó Derec, más preocupado por escrutar sus acciones que por el contenido de sus propias palabras.M334 le miraba intensamente. Benny se comportaba de manera casual, con las manos a la espalda. Harry jugaba con las manos, casi como un niño superactivo que se ve obligado a estar donde no le gusta; miraba constantemente mas allá de los tejados más próximos, al cielo iluminado, y sólo volvía la vista hacia Derec cuando era absolutamente necesario.—¿Y si os dijese que creo que el responsable es un robot?—¡Imposible! —gritó Benny.—¡Los robots no soñamos! —adujo M334—. Nuestra programación no nos lo permite. Nos falta capacidad para tomar las decisiones ilógicas de las que, al parecer, se deriva toda obra artística.—¡Abyectamente suplico no estar de acuerdo! —protestó Harry, al momento—. Muy en el fondo de mis ideas más lógicas, siempre he sospechado que los robots poseen un potencial ilimitado, que tal vez puede surgir en alguna ocasión.»Señor, si puedo hablar con franqueza, siempre me ha parecido lógico que ha de haber algo más en la estructura ética del universo que sirve a otros. Una vena inmortal ignorada debe correr a través de toda la vida y de todas las expresiones creadas por ella.—De las cuales los robots puede considerarse que forman parte —concluyó Derec, con una sonrisa—. Es posible que haya aspectos válidos en tu tesis, aspectos que deberían ser analizados de manera lógica y ordenada, siempre que todos estemos de acuerdo en la semántica involucrada.—Exactamente —asintió Harry—. Y expongo a tu atención el antiguo filósofo de la Tierra, Emerson, quien formuló varias teorías interesantes acerca del significado de la vida, teorías que podrían dar cierta orientación a las relaciones existentes entre las diversas formas de existencia en los diferentes planetas.—Leeré sus obras en la pantalla del ordenador central en la primera ocasión que se me presente —gritó Derec, volviendo a saltar sobre la moto—. Gracias por vuestro tiempo. Tal vez nos veamos más tarde.—Será una experiencia próxima al placer —le aseguró M334, agitando timidamente la mano cuando Derec puso en marcha la moto. y empezó a pasar por entre el gentío de robots, cuya densidad había aumentado más de tres veces desde el comienzo de la conversación. Mandelbrot se agachó en el sidecar, como temeroso de verse arrojado fuera en el primer viraje.—¿Qué te pasa? —le preguntó Derec—. ¿Temes violar la Tercera Ley? —añadió, refiriéndose a la cláusula según la cual un robot no debe, por omisión, resultar dañado.—Aunque inadvertidamente, sí —confesó Mandelbrot—. Mi naturaleza no me permite ignorar las medidas preventivas, y a mi me parece que tomas las curvas de manera excesivamente cerrada, tanto que no derrapas por el grosor de un alambre.—Se dice por el grosor de un pelo —le corrigió Derec—, y además, no tienes nada que temer. Hay demasiada gente como para correr. Cuando sugerí que fuésemos a echar una ojeada, no me imaginé que todos querrían hacer lo mismo.En realidad, su avance hacia el edificio resultaba muy difícil, y Derec se veía constantemente obligado a detenerse y esperar mientras grupos de robots les abrían paso, usualmente sólo para hallar otro grupo que les cerraba el camino. Era una experiencia definitivamente frustrante. Por fin, Derec no pudo contenerse más y gritó:—¡Está bien! ¡Abrid paso! ¡Abrid paso! ¡Todo el mundo a un lado!—Master Derec, ¿hay alguna razón para tanta prisa? —inquirió Mandelbrot, con una paciencia tímida que Derec, en su malhumor, halló irritante—. Ese edificio no parece transitorio, por lo que poco importa que lleguemos a él antes o después.Derec apretó los labios. Como estaban programados para obedecer las órdenes de cualquier humano, mientras las mismas no contradijesen la Primera Ley o las órdenes anteriores de sus verdaderos amos, los robots estaban abriéndole paso con más rapidez que antes, aunque no con la premura necesaria. Derec, de todos modos, pudo conducir ya la moto un poco más de prisa, si bien teniendo que gritar una y otra vez.Los subsiguientes grupos de robots reaccionaban con distraído asentimiento a la orden de Derec, pero jamás un grupo abría paso con la diligencia que a él le hubiese gustado.—Master Derec, ¿estás enfermo? —se interesó Mandelbrot, con súbita preocupación.Con la misma prontitud, el robot se inclinó para echar un vistazo al rostro de Derec, a través de sus sensores. Aquel movimiento asustó a Derec que, instintivamente, retrocedió el cuerpo, casi desequilibrando la moto en el proceso. Mandelbrot no pareció darse cuenta, y simplemente continuó su inspección.—Mis sensores registran una elevación de temperatura en tu epidermis, y percibo un fulgor muy rojo en tus mejillas y tus orejas. ¿Debo concluir que te hallas fisicamente enfermo?—No, Mandelbrot —negó Derec, casi mordiendo las palabras—. Simplemente, me siento frustrado por no poder acercarme a ese edificio tan de prisa como quería. Es obvio que tu circuito de la curiosidad no funciona con la misma intensidad que la curiosidad humana.—Esto se debe a que tú no posees ningún circuito. Tú estás gobernado por tus emociones, en tanto que yo puedo ver lógicamente por qué tantos robots, la mayoría supervisores de la clase constructora, como seguramente ya habrás observado, están interesados en este fenómeno.—¿Sí? Bueno, yo puedo comprender que algunos de los más sofisticados, como tú mismo...—Gracias, master Derec. Siempre recalienta mis condensadores, recibir un cumplido.—... y M334 y sus camaradas, os halléis interesados en esto. Pero, ¿por qué tantos?—Podría resultar instructivo mencionar que los principales supervisores de Robot City, Rydberg y Euler, me han presentado, en cuanto han podido, varias cuestiones sobre una amplia gama de temas, respecto a qué se siente cuando se vive algún tiempo con un humano. En realidad, me interrogaron extensamente acerca de este asunto. Si, me cosieron a preguntas.—¿Qué dices que te hicieron?—Coserme a preguntas. Es una frase que aprendí y que procede de la jerga hablada en los diálogos de las películas antiguas, según creo, las películas que ellos suelen ver para saber algo de los seres a los que tienen que servir, según su programación implícita.—Oh... ¿Y qué les dijiste de mi?—Muy poca cosa, en particular. Su línea de preguntas fue más general...—No estoy seguro de si debo sentirme aliviado o no...—Estoy convencido de que, sea cual sea la decisión que adoptes, será la mejor para ti. De todos modos, les dije que uno de los aspectos más interesantes de la existencia humana es cómo varían las cosas de un día para el otro; que, cuando cambian las circunstancias y el ambiente, también cambia el aspecto personal de los humanos en cuestión. Todos los días ocurre algo inesperado, por pequeño e insignificante que sea; no hay un solo día aburrido. Evidentemente, una continua fuente de novedades es importante para que el individuo humano siga gozando de buena salud mental y de bienestar físico. El grado de interés que los robots sienten por ese edificio podría deberse al hecho de que es nuevo, y que desean averiguar por si mismos qué es ese concepto de «novedad».—Entiendo —murmuró Derec, asintiendo para si.Se había detenido para que otro grupo les abriese paso, pero, en lugar de soltar el freno y acelerar, apartó la moto hacia el costado de una casa y la aparcó.—Vamos, Mandelbrot, daremos un paseo.—Perdona, master Derec, pero pensé que tenías prisa.—Bueno, o los conocimientos que he obtenido gracias a tus respuestas me han capacitado para captar las circunstancias... o he decidido que iremos más de prisa si nos unimos a esa multitud. Puedes elegir entre las dos opciones.Pero, después de dar unos pasos, Derec se paró, al sentir una curiosa sensación de vacío a su lado. En efecto, Mandelbrot todavía no le había alcanzado. El robot se hallaba al lado del sidecar, con la cabeza ladeada en un ángulo extraño, como sumido en sus pensamientos.—Mandelbrot, ¿qué haces ahí?El robot sacudió la cabeza, como saliendo de un sueño.—Perdona, master Derec, no quería detenerte. Es que, como me falta información suficiente, no puedo elegir la opción del paseo.Derec levantó los OJOS al cielo, exasperado. Las nubes resplandecían en rojo, como si el planeta estuviese cayendo de manera inexorable hacia una estrella.—Las dos opciones son válidas, Mandelbrot. No era más que una broma... Intentaba ser irónico, humorista, si quieres.—El humor y la ironía son dos cualidades subjetivas de la experiencia humana que jamás dejan de confundirme. Tendrás que explicarme mucho más acerca de ello.—Un chiste es la forma más baja del humor... y pienso inventar algunos para castigarte si no te apresuras. ¡Vámonos!Derec estaba un poco angustiado. Su observación había resultado desagradable sin querer, y a él no le gustaba mostrarse malhumorado con los robots. Jamás lograba ahuyentar la sensación de que era una descortesía. No obstante, tuvo que reconocer que sus duras palabras habían ejercido dos efectos en Mandelbrot, uno bueno y otro malo. El bueno era que, durante los minutos siguientes, Mandelbrot no se apartó de Derec ni por un instante. El malo era que el robot continuó formulando preguntas acerca de las sutilezas del humor, hasta que Derec se vio obligado a prohibirle formalmente que le hiciese más observaciones sobre el asunto hasta más tarde.Claro que no especificó cuándo sería ese «más tarde», lo que significaba que Mandelbrot podía sacar a relucir el tema cuando quisiese. Derec confió en que la programación perceptiva del robot le haría aguardar hasta que las desviaciones del asunto que tenían ahora entre manos fuesen menos exasperantes.El gentío que había en la plaza donde se alzaba el edificio en cuestión formaba un grupo denso, tal como Derec no recordaba haber visto jamás. Naturalmente, esto no lo tenía en su mente, puesto que no podía recordar haber visto o haber estado entre una muchedumbre, en su pasado oscuro y olvidado. En cambio, sí intuía ese conocimiento por la tirantez de su pecho, por la sensación desconocida de cosquilleo en su piel, y por un apremio repentino, muy difícil de dominar, de salir de allí, de huír de aquella plaza lo antes posible y hallar un sitio donde poder respirar con más libertad.«Los robots no necesitan respirar, se dijo, tratando lo más sensatamente posible, de recobrar la calma. aquí, tú eres el úníco que usa el aire».Al cabo de un momento, comprendió que era lo inesperado de verse apretujado por todas partes lo que le mantenía tan agitado. En su mente se había formulado, insensiblemente, una observación, y la dificultad de captarla era otro factor inaprensible de su angustia. Porque ni siquiera en la Estación Rockliffe, donde Derec desvió el tráfico normal de robots en un cruce importante, con el fin de poder apoderarse de la Llave de Perihelion (llave que todavía necesitaban para escapar del planeta), se habían reunido tantos robots cerca de él.«Hummm... seguro que, cuando recobre mí memoria, sabré que no estoy acostumbrado a las multitudes», pensó.—Mandelbrot —susurró, pues, por un motivo ignorado, no deseaba ser oído por los demás—, dame un cálculo rápidamente. ¿Cuántos robots hay aquí?—El sensor visual indica que la plaza mide seis mil metros cuadrados. Cada robot ocupa una área muy pequeña, pero su cortesía natural hace que mantengan cierta distancia de uno a otro. Yo diría que, aproximadamente, aquí hay diez mil robots.—¿Contando los que se hallan de pie en los bajos del edificio?—Diez mil cuatrocientos treinta y dos.—No diviso a Ariel ni a Wolruf. ¿Los ves tú?—No. A pesar de mi espectro visual, más amplio que el tuyo, no los veo. ¿He de intentarlo con mi sensor olfativo?—No, supongo que habrán quedado bloqueados entre la multitud.—¿Es éste un ejemplo de ansia de justicia poética. Estoy seguro de que no tardarán en llegar.Tras respirar profundamente, Derec asió a Mandelbrot por el codo y ambos se abrieron paso, afanosamente. Ahora que iban a pie, los robots les abrían paso casi sin notar su presencia. Sin excepción, todos contemplaban como fascinados el edificio giratorio, cuyo constante movimiento enviaba cambiantes oleadas de incandescencia a cada punto de la plaza. Robots de todos los colores resplandecían de manera poco natural, como si estuviesen en un estado perpetuo de combustión interna. Los distintos tegumentos de cobre, tungsteno, hierro, oro, plata, cromo y aluminio, que reflejaban los colores en cada plano, contribuían a añadir sutiles matices a la escena.Derec pensó que los robots debían estar quemándose, o, al menos, hallarse al borde de fundirse como cera, pero el brazo de Mandelbrot continuaba frío cuando lo tocó, más frío que la brisa que soplaba por entre los demás edificios de la plaza.Respecto a la pirámide tetragonal, los planos carmesíes, índigos, magentas y ocres aparecían dos veces una en el nivel superior y otra en el inferior. Mientras que las nubes situadas directamente sobre el edificio reflejaban un matiz especial, la plaza donde estaba Derec se hallaba como bañada por otro. Sin embargo, el joven sólo observaba este efecto en el interior de su mente, por estar sumamente preocupado por los matices cambiantes de color de cada plano.Todos los matices parecían estar formados por campos semitransparentes, superpuestos unos a los otros. Jarrones de color... unos llenos con líquidos rebosantes, otros no... agitados hacia adentro y hacia fuera, y a través de los planos, como serpientes entrelazadas. Aunque los jarrones también poseían vibraciones que aumentaban las contexturas imprevisibles, el número de elementos que producían las variaciones era constante, produciendo el efecto de unas fuerzas inimaginables, mantenidas estricta e irremediablemente bajo control.Los planos color carmesí eran como infiernos rugientes. Los planos color índigo le recordaban a Derec una representación movediza de aguas de un centenar de mundos, de un millar de mares. El magenta era a la vez fuego y agua, fundidos en la contextura contradictoria de los pétalos de una rosa muy delicada, compuesta por fibras resistentes. Y el ocre tenía el color combinado del trigo reflejando una puesta de sol, con la lava descendiendo por una calcinada ladera montañosa, junto con los destellos solares que surgían, como grandes plumas, de la superficie de una nova fluctuante. Y todo esto y más se hallaba emboscado y atrapado allí, en un espacio que poseían dos masas distintas y separadas la masa semejante a mármol del edificio, y la masa aérea de la eternidad, vista desde el punto de observación de un ojo situado en el límite del universo.En realidad, la intención no estaba clara; era, en efecto, enigmática. Derec no estaba seguro de lo que significaba la forma de aquella estructura, pero, al escrutarla desde más cerca, quedó convencido más que nunca de que cada centímetro de la pirámide representaba la actividad fija de una sola mente, dedicada a componer un rompecabezas particular, de una manera también particular. Un rompecabezas concebido de forma independiente.Derec tenía que saber de qué modo se había realizado la construcción. Obviamente, el constructor sabía cómo reprogramar un sector de células metálicas en el ordenador central de Robot City. Quizás había introducido una especie de virus metálico en el sistema, un virus que interpretaba unas especificaciones preconcebidas. Derec no sabía siquiera cómo era posible empezar tal tarea. Lo cual significaba que no sólo un robot había concebido el edificio, sino que también ejecutaba unas cuantas innovaciones científicas en el departamento de construcción.Esto significaba asimismo que el robot, si en efecto se trataba de un robot, había alcanzado dos niveles de mente superior, teóricamente más allá de los límites mentales de la ciencia positrónica. ¿Cuántos niveles más podría el robot...? ¿No habría ya alcanzado...?Derec comprendía que, sin darse cuenta, estaba andando por debajo del edificio, viendo cómo giraba por arriba. Su cuerpo reflejaba ahora un color azul sargazo. Miró hacia atrás y divisó a Mandelbrot, cuya superficie metálica se agitaba con el reflejo de cien corrientes.De nuevo se sorprendió al ver que, ni siquiera estando tan cerca, no sentía calor. Y, cuando alargó el brazo para tocar el edificio, sintió que la superficie estaba fría como el tórax de un insecto iluminado.—Master Derec, ¿esto es lo que los humanos llaman belleza? —inquirió Mandelbrot, con una curiosa vacilación entre las sílabas.—Es una forma de la belleza —asintió Derec, tras meditar un instante. Miró al robot y comprendió que éste tenía más preguntas en la mente—. Un espectador siempre puede hallar la belleza en una cosa, con tal de que la busque.—¿Será siempre tan bello, este edificio?—Depende de como lo consideres. Probablemente, esos robots que ves aquí se acostumbrarán a esa vista, si dura el tiempo suficiente. Si es a esto a lo que te refieres, resultará cada vez más difícil percibirlo como una novedad.—Perdona, master Derec, si no comprendo exactamente qué quieres decir.—De acuerdo, ya era de esperar, en estas circunstancias.—O sea, que yo antes tenía razón la novedad es un factor importante en la respuesta humana a la belleza.—Sí, pero no hay reglas, sino sólo orientaciones, respecto a lo que constituye la belleza. Probablemente sea ésta una de las razones de por qué los robots halláis a veces a los humanos tan engañosos.—Eso los robots jamás lo hacemos. Simplemente, nosotros os aceptamos, sin tener en cuenta lo ilógicos que parecéis en algunos momentos. —Mandelbrot volvió de nuevo sus sensores hacia el incandescente edificio—. Opino que siempre me sentiré impresionado por este espectáculo. Con toda seguridad, si es bello una vez, lo será mientras exista.—Tal vez. También ahora es bello para mi, aunque, por lo que sabemos, vuestros circuitos positrónicos podrían tratarlo de manera totalmente diferente.—Master Derec, detecto un cambio en tu posición anterior.—En absoluto. Sólo estoy aceptando que mañana podemos estar de acuerdo en lo que parece, en los colores que ofrece y en cómo cambian, y, no obstante, percibir todo el espectáculo de manera muy distinta. El condicionamiento cultural también tiene mucho que ver con la respuesta. Un alienígena tan inteligente como tú o como yo podría pensar que esta estructura es la más horrible del universo.—Por el momento, sólo puedo catalogar este concepto como rebuscado —comentó Mandelbrot—, aunque detrás del mismo hallo un elemento de lógica.Derec asintió. Y se preguntó si no estaría tratando de intelectualizar la experiencia de manera excesiva. Por el momento también a él le resultaba difícil concebir un organismo inteligente que no creyese que esta estructura era la misma esencia de la sublimidad; y, no obstante, aquí estaba él hablando de tal eventualidad,~sólo por presumir. Bien, tenía que admitir que, hasta cierto punto, el robot estaba en lo cierto, pese a que ello no le resultase agradable.Asimismo, pensaba que tal vez no todos los robots de la ciudad percibían aquel edificio como algo bello. Los robots, aunque fabricados de acuerdo con los mismos principios positrónicos, poseían en la práctica varios grados de perspicacia, o sea, de agudeza en penetración mental, según la complejidad de sus circuitos. Los robots similarmente inteligentes poseían personalidades similares, y tendían a filtrar las experiencias de la misma manera. Los robots diferentes, sin contacto entre ellos, tendían a responder a los problemas de manera distinta, aunque sacando conclusiones similares.Pero ahora, los robots de la plaza se hallaban enfrentados con algo que, en su visión del mundo, sólo podían asimilar a través de medios subjetivos, lo cual debía llevarlos a sustentar opiniones divergentes.Aunque todos estuviesen modelados por los mismos recursos minimalistas.Especialmente, si ninguno de ellos había valorado antes la belleza estética.No era extraño que la aparición imprevista del edificio hubiese creado tanta agitación. La intensa alerta interior y la apreciación más profunda de los potenciales de existencia que se apoderaban de Mandelbrot se producían en este momento de la misma forma indudablemente en cada robot de aquella multitud.Derec tendió la vista y divisó a M334, a Benny y a Harry que se abrían camino entre los demás robots, para juntarse con los que ya se hallaban directamente debajo del edificio.—Perdón —exclamó Harry, en tono casi pendenciero, al chocar con un robot de cromo que, de haberlo querido, hubiese podido convertir al pequeño robot en un puñado de virutas de metal, gastando para ello apenas la energía de un ergio. En cambio, el forzudo robot se encogió de hombros y devolvió su atención al esplendoroso edificio. Lo mismo hizo Harry, pero, al cabo de una década, volvió la cabeza en dirección al otro robot y enunció con gran claridad—: Perdona que, inadvertidamente, me haya salido de los parámetros de mis circuitos, pero, ciertamente, tengo la evidencia de que tus sensores no están bien ajustados. Deberías sintonizarlos mejor.Harry mantuvo la mirada fija en el enorme robot, hasta que éste se dignó finalmente contestar.—Me parece lógico suponer que tienes razón y que has sobrepasado los parámetros de tus circuitos. En ti nada indica el menor grado de capacidad de diagnóstico. Te sugiero que te limites a tus propias tareas.—Razonable —asintió Harry, desviando la mirada.Derec vio cómo ambos contemplaban el edificio. Luego, revivió la escena de Harry al chocar contra el otro robot. ¿Había algo deliberado en el comportamiento de Harry? ¿O en la forma cómo se había disculpado? La expresión «perdón» y «perdona» resultaba, retrospectivamente, casi excesiva, como si la cortesía de Harry se derivase directamente de una mera costumbre social y no de la compulsión dictada por su programación.«No. Empiezo a imaginarme cosas, achacando demasiadas suspicacias a lo que no es más que un símple incidente», pensó Derec.De pronto, mientras Derec lo contemplaba con asombro, Harry se inclinó hacia el gran robot y le preguntó, en un tono que apenas lindaba con la cortesía—Mi circuito de curiosidad se ve potenciado. ¿Cuál es tu designación? La verdadera o por la que respondes. Ambas tienen paridad, en mi conocimiento.Acto seguido, se produjo una larga pausa. Mientras tanto, el robot interrogado no apartó la vista del edificio. Finalmente, respondió.—Me llamo Robustus.—Robustus —repitió Harry, como intentando oír las sílabas positrónicamente—. Eres un robot muy grande, ¿lo sabías?Fue entonces cuando Robustus miró a Harry. De nuevo, tal vez sólo fuese la imaginación de Derec, pero en la postura de Robustus intuyó una especie de desafío. Derec pensó, a su pesar, que Harry buscaba una provocación para iniciar un altercado.—Sí, eres muy grande —repitió Harry, tras una corta pausa—. ¿Estás seguro de que tus constructores trabajaron a una escala correcta?—Estoy seguro —replicó Robustus.—En ese caso, no sé si has elegido un nombre adecuado. ¿Puedo hacerte una sugerencia?—¿Cómo? —exclamó Robustus.No había señales de irritación o impaciencia en la voz del robot, aunque sí las detectó Derec en la cualidad del tono.—Bob —proclamó Harry—. Big Bob.Derec se puso en tensión. Ignoraba qué sucedería. ¿Estaba en lo cierto al suponer que Harry estaba provocando deliberadamente a Robustus? Y si era así, ¿qué forma adoptaría la confrontación entre los dos? Un combate físico entre robots era algo impensable, completamente sin precedentes en la historia de la robótica; mas, por el momento, sólo se trataba de una discusión verbal.Por unos instantes, Robustus se limitó a mirar fijamente a Harry. Después, asintió.—Sí, tiene mérito tu sugerencia. Big Bob está bien. Así me designaré a partir de ahora.Harry asintió a su vez.—Haz como gustes —dijo, mientras el robot conocido ya como Big Bob se concentraba de nuevo en el edificio.Harry levantó la mano y empezó a blandir un dedo como para indicar otra cosa, pero fue detenido por Benny, que le distrajo palmeándole el hombro. El roce de metal contra metal resonó fuertemente en la plaza.—Trátalo con más simpatía, camarada —aconsejó Benny—, de lo contrario, continuarás experimentando grandes dificultades para solucionar este asunto humano.—Si, tienes razón.Derec meneó la cabeza. Pensó que con ello podía despejar sus oídos, pero no notó ninguna diferencia. ¿Habría oído correctamente? ¿Cuál era ese «asunto humano» del que hablaban? ¿Había otro ser humano en el planeta? ¿O se referían a las Leyes de la Humánica? Contempló unos segundos más a los robots para ver si sucedía algo, pero Benny y Harry se unieron a M334 para seguir contemplando el edificio, y eso fue todo.Con toda seguridad, el incidente debía tener algún significado, y Derec determinó descubrir de qué se trataba tan pronto tuviera una oportunidad para ello. También resolvió preguntarle a Harry y a Benny por qué hablaban de aquella manera, tan diferente del vocabulario y el ritmo empleados por los demás robots. Derec hallaba en ello algo de afectación, y supuso que otros robots podían considerarlo de igual modo. ¡Vaya, Big Bob!Derec dejó a Mandelbrot mirando un plano de color rojo, y se agapazó en la base del edificio. Casi una cuarta parte de dicha base se hallaba bajo la superficie. Derec se arrastró hacia el lugar donde empezaba el edificio. Con la punta de los dedos, captó, a través de la plasticreta, el funcionamiento de la maquinaria, pero las vibraciones eran altamente silenciosas.Volvió a tocar el edificio. Giraba con una rapidez tal que, de haber ejercido alguna presión con sus dedos, la lisa superficie le habría arrancado tiras de piel. La superficie resultaba helada al tacto. Su disposición parecía la misma que la del resto de las células de plasticreta de todo Robot City. El creador, fuese quien fuese, había analizado el código meta-ADN y concebido sus variaciones, calibrándolas para lograr el efecto deseado.Por si mismo, esto le demostraba a Derec que el creador había transformado los materiales naturales de la ciudad, además de conseguir otros logros.¿Había algo que ese robot no pudiera hacer? Derec experimentó un escalofrío al pensar en las implicaciones que podían derivarse de las capacidades de tal criatura. Tal vez sus limitaciones no fuesen más que las Tres Leyes de la Robótica.El hecho de existir un robot con tales potenciales podía causar un impacto muy hondo en la política social y diplomática de la cultura galáctica, redefiniendo el lugar adecuado de los robots en la mente de la humanidad.Y el escalofrío de Derec se hizo más severo cuando imaginó la posibilidad remota de unos robots superando al hombre en importancia, al menos por el arte que podían crear y por las emociones y ensueños que podían inspirar, tanto en los otros robots como en los seres humanos.«Te estás adelantando a los acontecimientos, pensó Derec. Reprímete. No hay nada de que tengáis que inquietaros, ni tú ni tu raza humana. Todavía».Con una concentración renovada, volvió su atención a lo que estaba inspeccionando.Pero no pudo hacer otra cosa que atisbar en la oscuridad de la abertura de dos centímetros existente entre el edificio y la plasticreta de la plaza. Sólo oía el zumbido de los poderosos motores, lo cual duró unos segundos, porque le interrumpió una voz familiar que reclamaba su inmediata atención.—Conque estás aquí. Debí suponer que te estarías arrastrando por donde no es necesario.Derec asintió a la pregunta y a la presencia de Ariel, reluctante pero de buena gana, como siempre. Pese a sus palabras, Ariel se agachó para examinar la abertura al lado de él.Derec no pudo decidir si sentirse aliviado o enfadado porque ella finalmente le hubiese encontrado.Fue Ariel la que lo decidió, ya que no miró ni tocó la abertura ni el edificio. Se limitó a mirar fijamente a Derec.—¿No hallaste todavía nada interesante? —le preguntó ávidamente, casi sin resuello, desde lo más profundo de su garganta.Derec sonrió sin querer.—Si, he encontrado mucho, pero nada definitivo.El pelo de Wolruf se le puso de punta, al tiempo que avanzaba para oler la grieta.—¿Qué estás buscando? —quiso saber Derec.—Lo que yo poder encontrar —respondió la alienígena—. Olores, ruidos, lo que sea... —Wolruf miró al joven—. Muy interesante, yo no oler nada.—Sí. El motor eléctrico que funciona y hace girar este edificio lo hace con la máxima eficiencia —comentó Derec.—Indudablemente, fue diseñado con este fin —observó Ariel.—Nada —intervino Wolruf— deber ser tomado por indudable.—¿Detecto una nota de admiración en tu voz? —inquirió el joven.—Sí. Mi raza decir que este edificio ser tan ingrávido y un juguete tan truquista como nuestros juegos. El efecto ser el mismo, también.—¿Truquista? —se maravilló Derec.—Wolruf trató de aclararme este concepto durante los dos últimos días —explicó Ariel—. Antes de que su especie llegase a ser viajera espacial, llevaba lo que a primera vista podría llamarse una existencia primitiva. Pero los suyos poseían unas tradiciones muy sofisticadas, que en parte existían para dar explicaciones metafísicas a los fenómenos de la existencia cotidiana. Los trucos eran algo que empleaban frecuentemente para dichas explicaciones. Eran hijos de los dioses que solían gastar bromas a las tribus y que a veces tenían un papel importante en las aventuras de un héroe mítico.Derec asintió. En realidad, no sabía qué pensar de todo aquello. Su mente estaba ya bastante ocupada tratando de comprender a los robots, y por el momento no creía poder asimilar la información acerca de la raza de Wolruf.—Oye—murmuró—, me siento un poco claustrofóbico, y no creo que aquí pueda aprender nada.—¿Por qué aprender? —preguntó Ariel—. ¿Por qué no simplemente disfrutar?—Ya he disfrutado.—Dices esto porque siempre te ha gustado presumir de intelectual.Derec enarcó las cejas en un gesto inquisitivo, y miró fijamente a la joven, con un centenar de preguntas súbitamente bulléndole en el cerebro. ¿Cómo sabía ella que a él le gustaba presumir? ¿Presumir de qué? ¿Se refería, acaso, a su supuesto encuentro casual en el aeropuerto espacial? Seguramente, el encuentro había sido breve... demasiado breve para que ella pudiera inferir un «siempre».Derec se hallaba abrumado por el afán de saber, pero la manera inocente en que ella había formulado la observación le obligaba a tener cautela. Probablemente, Ariel no estaba enterada de las implicaciones. Si él la apremiaba ahora, la joven podía volverse excesivamente precavida. A la larga, estaba seguro de obtener más información de ella si dejaba que hablase casualmente, por si misma.—Master... master Derec...Era Mandelbrot quien le hablaba.—¿Qué ocurre?—Te recuerdo que has expresado un gran interés por el individuo responsable de esta creación.—Sí, cierto —confirmó Derec, excitadamente, olvidando de repente el desconcierto que había experimentado por la implicación de Ariel.Mandelbrot formó con su maleable mano una flecha y señaló el borde de la plaza.—Entonces, te sugiero que vayas en esa dirección, donde se están agrupando esos robots.—Gracias, Mandelbrot. Nos veremos dentro de un instante —Derec sonrió débilmente y asintió a la mano maleable—. Un buen tanto—susurró.Anduvo hacia la zona indicada, al lugar donde los robots se iban reuniendo apretadamente. Los que no hablaban por el circuito comunicador, un medio por el que podían comunicarse más de prisa, lo hacían en voz alta, quizá como deferencia a la presencia de los dos humanos, aunque tal vez no.Era otra cuestión a la que Derec debería hallar respuesta.—¡Eh, aguárdame! —le gritó Ariel.—¡A mi no! —gritó a su vez Wolruf—. ¡No gustarme las muchedumbres!Derec se volvió para esperar a la muchacha.—Esta es la segunda vez que he de aguardarte esta noche. ¿Por qué tardasteis tanto en llegar, antes?—Oh, tomé un viraje a demasiada velocidad y la moto se volcó. A Wolruf y a mi no nos pasó nada, aparte de ponernos un poco nerviosas. Sin embargo, sospecho que tengo varias magulladuras en el cuerpo.—Oh, tendré que echarte una ojeada más tarde.—¿Te gustaría eso, verdad?—Lo dije en un sentido puramente médico. —A pesar de que no pensaba contenerse demasiado, pensó—. ¿Cómo quedó la moto?—Destruida, claro —respondió ella, encogiéndose de hombros.Los robots se iban agrupando en torno a uno solo de ellos. Al principio, Derec y Ariel no pudieron ver cuál era su aspecto.La joven tocó a un robot constructor en la espalda. El robot dio media vuelta. El destino quiso que fuese Harry.—Por favor, déjanos pasar —le rogó ella, ni especialmente cortés ni altiva.—Si es tu gusto... —-~~~accedió Harry, apartándose—, aunque te agradecería que te abstuvieses de desplazarme. Desde aquí apenas puedo ya oírlo todo.Los ojos de Ariel se abrieron, alarmados, pero Derec no pudo reprimir una sonrisa.—Me encantaría realizar un chequeo exploratorio en ti —le dijo al robot—, a tu entera conveniencia. ¿Podría ser mañana por la mañana?—Tal vez sea interesante que me hagas un chequeo —asintió Harry—. Si, mañana por la mañana será conveniente. ¿Pero puedo preguntar por qué deseas hacer de mecánico conmigo tan pronto, o por qué me eliges a mí, entre todos los robots de la ciudad?—Hum... Los humanos siempre les dicen eso mismo a los médicos de su raza. No te preocupes. No enredaré en los circuitos de tu personalidad.—Una perspectiva poco tentadora —intercaló M334.La súbita interrupción sobresaltó a Derec. Casi se había olvidado de los otros dos.—Perdona —murmuró—, pero, ¿es esto un intento de sarcasmo?—He estado estudiando todos los trucos —replicó M334—. Ridículo, dramático, irónico, hiperbólico... y puedo ponerlos a tu disposición en cualquier momento, señor.—No, gracias —fue Ariel la que habló, sonriendo—. Derec ya está bien provisto de todo eso.M334 movió la cabeza.—Lástima. Aunque sin duda no tardará en llegar a este planeta un humano que necesite mis servicios. Tal vez, algún día, incluso me permitirán ser un servidor del cuerpo diplomático.Benny levantó una mano y la colocó en la espalda de M334, tal como antes hiciera con Harry.—Sigue con tus esperanzas, camarada, pero, ¿puedo sugerir que es demasiado pronto en el juego, para tan grandiosas metas?—Los humanos lo hacen —objetó M334—. Y también diseñan sus edificios.Instintívamente, Derec retrocedió como si temiese ser atrapado en una repentina explosión. Por lo general, las discusiones filosóficas de los robots se referían a cómo servir mejor a los humanos, según las normas dictadas por las Tres Leyes. Pero ahora los dos, Benny y M334, hablaban de sus intereses.«Hummm... además, con un lenguaje normal, observó. ¿Lo hacen de manera automática, en mi beneficio, porque estoy junto a ellos? ¿O tienen un propósito más profundo, del que no estoy enterado? Pensándolo bien, ¿cuál es el meollo de su discusión? Todo esto lo hacen por algún motivo».Derec se inclinó adelante, para poder escuchar con mayor facilidad. Mas, antes de poder oír las palabras siguientes, Harry se situó entre él y los demás. Efectuó aquel movimiento con la máxima cortesía posible, pero no por eso resultó menos irritante para el joven.—Harry, ¿qué estás haciendo?—La Tercera Ley de la Robótica ordena que efectúe una investigación —explicó.La Tercera Ley dice Un robot debe proteger su existencia mientras esa protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.Esto explicaría la acción, pero no la falta de urbanidad.Derec suspiró, como signo de rendición.—Sí, Harry, ¿de qué se trata? No, aguarda un segundo. Mandelbrot, ¿estás confundido por todo eso?—Sí.—Entonces, supongo que esos tres son muy graciosos.—Si te refieres a nuestra conversación anterior, sí, lo son. Y sospecho que, al decir graciosos, quieres decir extraños o raros.—Exacto. Gracias. ~Harry, ¿qué hay en tu cerebro positrónico?—Por favor, no me interpretes mal —se defendió Harry—, pero quedaría totalmente desajustado si un chequeo electrónico hecho al azar interrumpiese mi filosofía de la vida, tan cuidadosamente conjuntada.—Perdona, ¿qué filosofía de la vida? —inquirió Derec, al que le dio un vuelco el estómago al darse cuenta de que, sucediese lo que sucediese a continuación, acababa de hacer una pregunta directa.—Desde que me pusieron en marcha, me he esforzado por cumplir tres reglas de vida, además de las Tres Leyes.—Sí... —asintió Derec, con inseguridad, puesto que ya temía la ampliación de la respuesta.Harry levantó un dedo.—Asegúrate de estar desconectado durante doce décadas de cada ciclo —levantó otro dedo—. No juegues jamás al ajedrez tridimensional con un robot que tenga como nombre propio el de un planeta —había levantado ya tres dedos—. Y nunca discutas con la lógica de un robot que tenga dieciséis muescas en su impulsor beta.Derec contempló al robot con ojos llenos de incredulidad.—En nombre de la galaxia, ¿de qué estás hablando?—De humor, como opuesto al sarcasmo. Intentaba provocar la risa —alegró el robot, en un tono inequívocamente defensivo—. ¿No es el humor uno de los rasgos de la personalidad que los robots deben conocer y comprender, si han de servir adecuadamente a los humanos?—Hummm, no necesariamente. En realidad, esto jamás se ha hecho antes, al menos que yo sepa. Claro que no veo que pueda hacer ningún daño... a menos que el humano en cuestión sea uno de esos pájaros raros que carecen de sentido del humor, y que piensan que la risa es algo insano o poco deseable.—Bueno, mis compañeros robots están convencidos de que yo he tenido éxito en ese indeseable departamento. Me disculpo abyectamente, si hallas que mis bromas carecen de gracia. Te prometo hacerlo mejor la próxima vez; especialmente si me ayudas a corregir mis errores, cosa que, al fin y al cabo, tal vez no tenga nada que ver con la agudeza positrónica, sino con mi servicio. ¿Qué dices? ¿Es posible?—Mañana. Mañana, te lo prometo.Sin aguardar la respuesta, Derec tomó por el brazo a la también estupefacta Ariel y la condujo por entre la muchedumbre que los separaba del principal objeto de su atención.—¿Están los circuitos de ese robot en su debido lugar? —preguntó Ariel—. Si lo están, sugiero que desmantelemos toda la ciudad tan pronto nos sea posible.—Hummm... Tal vez sí —dijo Derec. Y luego, mirando a Harry, añadió— Y, en tal caso, ya sé por dónde empezar.Pero Derec ya había olvidado el asunto de Harry y sus dos camaradas, porque finalmente podía ver con claridad el centro sosegado de la conmoción. Aquel centro era un robot supervisor ligero —ligero pese a su superficie de cromo color gris oscuro, que le daba un aspecto pesado a la esbeltez de su cuerpo—. El reflejo de la luz del edificio sobre su superficie era considerablemente más falto de lustre que en el resto de los robots. Su postura indicaba que no sabía exactamente cómo comportarse ante tanta expectación. Tenía los brazos cruzados tímidamente sobre la placa pectoral. Los hombros, abatidos como si su estructura espinal tuviese un grave defecto. Ocasionalmente, se enderezaba o apuntaba con un dedo, pero, por lo general, sus gestos eran vacilantes, frecuentes sus pausas verbales, y su índice de coherencia daba lugar a muchas conjeturas.—No entiendo cómo podéis llegar a tal conclusión por cualquier clase de lógica, por muy clara que sea —iba diciendo, aparentemente en respuesta a la pregunta formulada por un robot de ebonita, alto, que, con los brazos cruzados, miraba al otro como desde una nube de tormenta—. Mis circuitos nunca han sido más claros. Mi conducta es tan consistente con el espíritu de las Tres Leyes como la de cualquier robot de este planeta. Tal vez más, porque yo creo tener más conocimientos sobre algunas de las contradicciones inherentes a nuestra posición.El robot de ebonita,[2] cuya superficie era muy oscura, y moteada con matices espectaculares de insondables sombras, se estremeció con algo parecido a la indignación. Durante un largo momento, los dos se contemplaron mutuamente, y Derec tuvo la incómoda sensación de que iban a pelearse.Derec se llevó un dedo a los labios y, cuando Ariel asintió, dándole a entender que lo comprendía, el joven metió las manos en los bolsillos y escuchó con creciente interés.—Tal vez crees con toda sinceridad que has estado cumpliendo tu deber con la misma perfección que otros robots —masculló el robot de ebonita—, pero no eres tú quien debe decidir cuál es tu deber, ni eres tú quien puede dedicarse a diseñar de nuevo esta ciudad con el fin de adecuarla a tus especificaciones. En tu actitud hay algo peligrosamente anárquico.—Yo he hecho lo que he hecho —replicó el robot gris, mirando a lo alto con un gesto que, de haber sido humano, Derec habría calificado de desdeñoso—, y no he hecho daño a ningún robot, a ningún humano ni a mí mismo. En realidad, si te dignas abrir tus sensores y buscar una justificación empírica a tus opiniones, verás que yo solamente he expandido los conocimientos de esos robots que nos rodean. Y esa expansión de perspectiva sólo puede ser positiva.—No puedes demostrarlo —arguyó el otro robot, al momento—. Sólo puedes suponerlo.—Uno puede suponer que está haciendo un gran bien. Cierto. Pero puede venir algún daño de unas fuerzas que no se han previsto, y esto no será motivo para permanecer inactivo. De todos modos, el asunto está solucionado, por el momento. Lo que está hecho no puede deshacerse.—¡Se puede ordenar a todos los robots que olviden... y lo harán! —le desafió el robot de ebonita.—Lo que he dicho es más poderoso que la simple memoria —refutó el robot gris—. Lo que he hecho afectará el funcionamiento positrónico de cada uno de los robots que hayan visto mi edificio. Ordénales que lo olviden... Mira lo poco que me importa —el robot gris dio media vuelta, como para marcharse, pero de pronto se detuvo, y añadió—. Pero te aseguro que se hallarán infinitamente mejor si saben el por qué. La confusión del olvido a menudo conduce a una sobrecarga... y al desastre. Por tanto, ¿cómo se armoniza tu sugerencia con las Tres Leyes?Durante una larga pausa, el robot de ebonita pareció abrumado por la pregunta. Después, mudó de postura, dio unos pasos al frente y puso una mano sobre el hombro del robot de cromo, mirándole como si estudiase un cristal a través de un microscopio electrónico. Los ojos del robot de ebonita eran tan colorados que parecían estar formados por tantas divisiones de matices superpuestos como los planos del edificio.—Tu edificio es una proeza muy notable —le dijo al gris—. ¿Está acaso copiado de otro diseño ya existente?—Perdona, amigo mío —replicó el gris—, pero su concepción se me ocurrió esta tarde. Y yo respondí, convirtiéndola en una realidad. Te informo que el ordenador central habría desoído mis instrucciones, de haber pedido algo en conflicto con la programación de la ciudad.—Muy interesante —comentó el robot de ebonita, frotándose las manos. Derec casi esperaba ver saltar chispas de aquellas manos—. Entonces, ¿cuánto tiempo estará en pie ese edificio?—Hasta que se le dé al ordenador central la orden de derribarlo. Sin embargo, sólo yo conozco el código, aunque supongo que sería posible que algún crítico con suficiente determinación pudiera averiguarlo y ordenar tal destrucción.Los ojos del robot de ebonita se avivaron. Derec se puso en tensión al ver que aquél se erguía en toda su altura.—¡Esto es una locura! ¡Una cosa totalmente falta de lógica! ¡Tu hazaña ha quebrantado irrevocablemente la norma de nuestra existencia!—No, en absoluto —negó el robot gris—. Este edificio ha sido el resultado lógico de algo que afectó mis circuitos desde que los humanos llegaron a nuestra ciudad.Por primera vez dio muestras de advertir la presencia de Ariel y Derec, con un leve saludo.—Con toda seguridad, si mi visión es el resultado lógico de la compleja interacción de mis circuitos positrónicos, todo lo que yo pueda imaginar, cualquier hazaña que pueda realizar será una actividad apropiada, especialmente si ayuda a los robots a comprender mejor la complicada conducta de los humanos.—En ese caso —respondió el de ebonita—, deberás reprogramar al ordenador central para que destruya ese edificio, y luego abrir tu almacén cerebral para compartir con nosotros tus extraños circuitos. De esta manera, no necesitarás volver a crear nada más.—¡No hará semejante cosa! —exclamó Derec—. Óyeme, ebonita, seas quién seas —añadió, casi metiendo un dedo en la cara del robot—. Hasta que otros humanos lleguen aquí, o hasta que el ingeniero que creó esta ciudad revele su presencia, este edificio continuará en pie, mientras su creador lo desee. ¡Ésta es una orden directa, y ni el ordenador central ni nadie puede contradecirla! ¿Has entendido? ¡Una orden directa! ¡Y la aplico a todos los robots de esta ciudad! ¡Sin excepciones!—Como quieras —asintió el robot de ebonita.Derec sólo pudo suponer que aquel robot cumpliría la orden al pie de la letra. Sólo una orden dada por alguien anteriormente, el doctor Avery, para ser más precisos, o una orden necesaria dictada por las Tres Leyes, permitiría ahora que el edificio deslumbrante fuese reabsorbido.Y para subrayar aquel hecho, y para que el robot de ebonita no pudiese señalar ningún fallo de lógica en la orden, Derec ignoró a los demás robots, especialmente al de ebonita en favor del gris. Volvióse, pues, hacia éste.—¿Cuál es tu designación?—Lucius.—¿Lucius? ¿Sin número?—Como muchos de mis camaradas, decidí recientemente que mi antigua designación no era la más adecuada.—Si, por lo visto se han tomado muchas decisiones semejantes, últimamente. De acuerdo, Lucius. Creo que ha llegado el momento de que tú y yo demos un paseo.—Si es una orden... —se conformó Lucius, con cierta vacilación.Unos instantes más tarde, Derec y sus tres amigos acompañaban al robot llamado Lucius lejos de la plaza. La gran mayoría de robots habían vuelto su atención al edificio, pero Derec era bien consciente de que dos ojos metálicos rojos le miraban hostilmente, como deseando sondear su alma.  
CAPÍTULO 3EL DISYUNTOR- Ahora que pasaba a pie por las mismas calles por las que antes pasara en moto, Derec se aprovechó de aquella marcha más lenta para intentar deducir hasta qué punto había cambiado la ciudad, mientras tanto. Para complicar sus deducciones, había el hecho de que su veloz marcha anterior no resultó demasiado cómoda. Sólo había vislumbrado las cosas, y no estaba seguro de recordarlo todo correctamente.Pero, después de hacer ciertas concesiones, por los fallos que hubiese podido cometer la vez anterior, quedó convencido de que todos los edificios habían sido reemplazados por otros nuevos, en un verdadero surtido de diseños geométricos que, pese a todas las variaciones, poseían una semejanza sorprendente. Sin embargo, las calles conservaban las antiguas direcciones, a pesar de la adición de muchas curvas casi en ángulo recto.Cuanto más se alejaban del edificio de Lucius, más distracciones inesperadas surgían en forma de construcciones metálicas, canales vallados, puentes, y estaciones de energía. Derec se consideró afortunado de que sus talentos incluyesen un gran sentido de la orientación; de lo contrario, siempre se habría visto obligado a confiar en los robots durante sus salidas. No había nada malo en esto, ya que los robots poseían un excelente sentido de la dirección, pero no siempre podía contar con que hubiese un robot cerca, si su supervivencia dependía de ello.De todos modos, estuviese donde estuviese, siempre divisaba el resplandor del edificio de Lucius. Sus rayos, como puñales etéreos surgidos de un pozo, emergían por entre las tinieblas circundantes, como espadas que cortaban los bancos de nubes muy alto en el cielo. Las nubes marchaban y se retorcían, cubriendo nuevas secciones del cielo, como si aquella luz avivase un fuego interior.El grupo de Derec, formado por Ariel, Mandelbrot, Wolruf y Lucius, caminaba en silencio desde hacía algún tiempo. Derec sospechaba que todos ellos, incluso Mandelbrot, necesitaban unos minutos para estar sumidos en sus pensamientos y digerir lo que acababan de presenciar esta noche.Derec deseó que no fuese tan difícil recordar una parte de su conocimiento de las historias y costumbres de la galaxia, pero había olvidado los métodos que se usaban para recordar las cosas. Había perdido todo su sistema mental de archivo, y tenía que dedicarse a hacer algo, como por ejemplo recomponer un robot, antes de que dicho método refluyese a él.No le gustaban esta clase de asuntos, porque no le gustaba pensar que él y Ariel, que por el momento estaban obstaculizados mentalmente, fuesen los únicos que habían hallado unos robots capaces de tener ideas creadoras, de investigación. Se preguntó si la originalidad de los humanos era el resultado del pensamiento lógico en el mismo grado que la inspiración transcendental.Además, ¿quién podía decir que los robots no poseyesen unas mentes subconscientes propias, unas mentes capaces de generar sus propias marcas de inspiración, ni superior ni inferior a las del género humano, y sí solamente separadas? Al fin y al cabo, los humanos no habían sabido nada de la mente subconsciente hasta que fue definida por los científicos y los médicos antiguos, antes de la era de la colonización. ¿Se había molestado nadie en realizar exploraciones similares en las mentes de los robots? A Derec le asustaba pensar que él tenía la tremenda responsabilidad de contemplar a los robots, y posiblemente ayudarles, durante sus dolores mentales de nacimiento. Apenas se sentía calificado para esto.«Claro que yo no soy un hombre que pierda una oportunidad, pensó. Los robots creadores pueden tener la capacidad de ejecutar la modificación que necesito para encontrar un tratamiento que cure la dolencia de Ariel».La enfermedad de la joven era el motivo de haberse desterrado ella de Aurora, cuya población temía toda clase de enfermedades. Habían conseguido librarse de casi todas, pero la que había contraído Ariel se hallaba más allá de las capacidades clínicas de los médicos del planeta Aurora. Los mejores doctores no habían conseguido ni diagnosticar ni curar aquella dolencia. Y los robots de diagnósticos de Robot City también estaban atónitos. El mismo Derec estaba en la ignorancia más supina respecto a aquel mal. Tal vez un equipo de robots creadores, cuyo talento inspirador se inclinase más a la ciencia que al arte, podría triunfar donde él había fracasado.Pero Derec tenía antes que comprender cuanto pudiese de lo que sucedía ahora... a Lucius, a Harry y a los otros, con la inclusión del robot de ebonita. Ya hacía un rato que pensaba esto, pero había decidido aguardar porque le repugnaba interrumpir el silencio absoluto que se había posesionado de los miembros del grupo.Además, Derec no veía qué utilidad podía reportar meter a Ariel en una conversación, en aquellos instantes. La joven andaba con los miembros alicaídos y las manos a la espalda. Su expresión era pensativa, y había fruncido las cejas. Derec sabía, por amarga experiencia, que, cuando se hallaba de este humor, no debía dirigirle la palabra. No le gustaba que la interrumpiesen cuando estaba malhumorada y deprimida, razonando esta tendencia tan poco saludable al afirmar que sus humores le pertenecían, y que prefería disfrutarlos cuando los tenía.«Bien, saldrá de su concha cuando esté dispuesta a ello, se dijo el joven. Sólo deseo que este episodio tan corriente de introversión no sea como resultado de su enfermedad».Era muy posible, por supuesto, que Ariel necesitase un poco de atención, y que reaccionase mal ante el hecho de no conseguirla. Derec ya había decidido arriesgarse a obtener de ella unas cuantas palabras muy poco amables, con la esperanza de sorprenderla agradablemente, cuando Lucius fue quien le sorprendió, tomando la iniciativa y rompiendo el silencio.—¿Te gusta mi creación? —preguntó el robot—. Perdona si traspongo el umbral de la urbanidad, pero me hallo interesado en tu reacción humana.—Sí, estoy muy complacido, me gusta. Incuestionablemente, es uno de los edificios más espectaculares que recuerdo haber visto —no era un cumplido muy bueno, puesto que recordaba muy poco, sólo algunas imágenes sueltas de Aurora, y lo que había visto desde que se despertó con amnesia—. La cuestión es ¿estás tú satisfecho?—Ese edificio parece adecuado para un primer esfuerzo. Si bien tiene algunos defectos muy claros para mi.—Pero no para los demás, y espero que tus circuitos se animen al saberlo.—Si, tienes toda la razón. Están animados —replicó Lucius—. Y lo están, además, por el hecho de haber encontrado un extraño sentido de propósito, resuelto al ver el producto final. Ahora, mi mente está libre para formular mi próximo diseño. Y ya me parece poco apropiado regocijarme tanto con lo conseguido hasta ahora.—He descubierto que, al contemplar tu edificio, he experimentado personalmente lo que siempre supuse que los humanos entienden por la emoción estética que sienten hacia un descubrimiento —intervino Mandelbrot, con una mesurada regularidad en sus palabras, una regularidad que no usaba cuando se dirigía a Derec—. Sí, mis canales positrónicos se concentraron fácilmente en ese edificio.—Entonces, estoy muy satisfecho —afirmó Lucius.—Yo también —añadió Derec—. Y no creo exagerar si digo que casi creo gozar de un privilegio por haber visto esa estructura.—De este modo, me siento doblemente satisfecho —exclamó Lucius.—En realidad, incluso diría que, en la historia de la humanidad, nunca un robot ha producido una composición semejante.—¿Nunca...? —se admiró Lucius—. Pues yo pensaba que en otros sitios...El robot sacudió la cabeza, como para asimilar las ramificaciones de aquella idea. El efecto fue desconcertante, y, por un momento, Lucius le recordó a Derec cómo se comporta un ser humano cuando padece un tic nervioso.—Me gustaría saber —pidió Derec— qué te impulsó a pensar en términos de arte.Lucius respondió quedándose totalmente rígido y mirando directamente al frente, como contemplando el vacío. Todos, incluso Ariel, dejaron de andar. Algo parecía ir terriblemente mal.Derec sintió un vuelco en el estómago. No había experimentado tanto miedo desde que se despertó solo y con amnesia en la cápsula de supervivencia.Porque las palabras de Lucius indicaban, definitivamente, que no sabía que era el primer robot de Robot City que producía arte. Y, ante esto, resultaba irrazonable suponer que en otros lugares, entre las sociedades espaciales, otros robots concibiesen arte rutinariamente y trabajasen para convertirlo en una realidad.Los robots no están programados para tomar iniciativas, especialmente las que pueden traer consecuencias desconocidas. Por rutina, lo racionalizan todo y justifican con lógica todos sus logros. Ahora, Derec estaba seguro de que la inmovilidad de Lucius era el signo exterior de lo que sucedía en su cerebro, donde los circuitos estaban luchando con el hecho incontrovertible de que él había tomado una iniciativa inaceptable, y que eran incapaces de justificarla rigurosamente.Como consecuencia de esto, el cerebro de Lucius estaba en peligro de que~dar sobrecargado. Sufriría la muerte robótica a causa de la deriva positrónica, una especie de quemadura psíquica irreparable, gracias a la incapacidad, inherente a su programación, de resolver las contradicciones aparentes.Derec tenía que pensar de prisa. El cuerpo podría repararse después de la catástrofe, pero el cerebro, ya inútil, tendría que ir a parar al reciclador. Y las circunstancias especiales que habían despertado las capacidades de Lucius para dar los saltos intuitivos no volverían a repetirse.«¡Un nuevo enfoque! ¡Necesito un nuevo enfoque para penetrar en la mente de Lucius!, exclamó Derec, interiormente. ¿Pero cuál?»—Lucius, óyeme con atención —ordenó, por entre sus apretados labios—. Tu mente está en peligro. Quiero que dejes de pensar en varias cosas. Sé que en tu mente hay preguntas. Es esencial para tu supervivencia que, deliberadamente, cierres los circuitos de la lógica que se preocupan por dichas preguntas. ¿Lo entiendes? ¡Rápido, pues! Recuerda... que haces esto por una razón. Lo haces a causa de la Tercera Ley, que ordena que debes protegerte en todo momento. ¿Entendido?Al principio, mientras Derec hablaba, Lucius no se movió. El joven dudaba de que sus palabras penetrasen a través de la bruma positrónica. Pero, cuando Lucius se enderezó y, titubeando, miró alrededor, Derec comprendió que había recobrado un tenue control de sus facultades, aunque todavía estaba en peligro.—Muchas gracias, señor. Tus palabras han puesto orden en mis vacilaciones mentales, y te estoy muy agradecido por esto. Es difícil servir a la humanidad cuando te hallas completamente incapacitado. Pero no lo entiendo. Me siento tan raro... ¿Es esto lo que los humanos llaman torbellino de ideas?—No pienses en tu eficiencia física —respondió Derec, con ansiedad—. En realidad, quiero que dirijas tus circuitos lógicos sólo a los temas exactos que yo te sugiera.—Señor, debo indicarte respetuosamente que esto es imposible —objetó Lucius.—Tal vez yo pueda impartirle cierta información que te ayudará, master Derec —se ofreció Mandelbrot.Derec asintió a ello, y Mandelbrot se acercó a Lucius.—Permite que me presente, camarada. Me llamo Mandelbrot y soy un robot. Pero no un robot como tú. Tú fuiste construido en una factoría aquí, en Robot City, y, en cambio, master Derec me construyó personalmente. Me fabricó con piezas ya usadas a las que tuvo acceso gracias a un alienígena que le mantenía prisionero, en contra de su voluntad. Tal vez master Derec ignore los detalles de su vida pasada, pero es un robotista de primera categoría. Y él puede ayudarte a que razones y soluciones tu problema.—Razonar ahora... es muy difícil —se quejó Lucius.Iba deslizándose rápidamente hacia un pozo insondable, abierto por él mismo. Sus sensores iban disminuyendo progresivamente y unos ruidos extraños, irrazonables, emanaban del interior de su cuerpo.—Está bien, Lucius —intervino Derec—. Quiero que medites cuidadosamente. Quiero que recuerdes todo lo que puedas acerca de lo que te ocurrió... oh... unas horas antes de que concibieras ese edificio. Quiero que, lenta y escrupulosamente, me digas toda la verdad. No te preocupes por las discrepancias aparentes. Si algo te parece peligroso para ti, ya nos ocuparemos de ello antes de continuar. Bien, ahora recuerda una cosa, sólo una cosa. ¿De acuerdo?Lucius no se movió.—¿De acuerdo? —insistió Derec.Lucius asintió.—Excelente. Recuerda que, por regla general, las contradicciones del momento quedan eventualmente borradas a la fría luz de la sublime reflexión. ¿Puedes recordar esto?Lucius no respondió ni se movió.—¡Respóndeme!Frustrado, Derec golpeó la cubierta de la sien del robot, y el ruido resonó en los edificios colindantes.Finalmente, Lucius asintió.—Entiendo —dijo simplemente.—¿Una sugerencia, master Derec? —inquirió Mandelbrot.—Sí, y muy de prisa...—El problema de Lucius se deriva de su creencia de que, al programar su edificio en la ciudad, no se ha ajustado a las Tres Leyes, y que con ello se ha apartado del camino legal. Su conversación con el robot de ebonita, en la plaza, puede haber contribuido a los desequilibrios positrónicos, pero las meras palabras no habrían tenido el menor efecto si Lucius no hubiese estado ya subliminalmente alerta, ante tal posibilidad.—¿Esto es una sugerencia? —exclamó Derec, con impaciencia—. ¿Cuál sería el resultado?—Perdona, un robot puede entender las paradojas existentes en las aplicaciones de las Tres Leyes mejor que cualquier humano, pero, hasta ahora, solamente los humanos han dado saltos intuitivos de imaginación. Y ahora debo preguntarte, master Derec, a fin de que puedas preguntárselo a Lucius ¿por qué sucede esto?Derec se volvió hacia Lucius, se puso de puntillas y habló directamente a los sensores auditivos del robot.—Escúchame, Lucius. Quiero que recuerdes y que me hables del momento en que creíste que eras diferente a los otros robots.—¿Diferente?—No hay tiempo para equivocaciones, Lucius. ¡Dímelo! ¿Por qué eres diferente?Tras una larga pausa, durante la cual Derec oyó su corazón latir con fuerza y el zumbido de sus sienes, Lucius empezó a hablar, como hipnotizado.—Fue durante el período en que tú y la llamada Ariel llegasteis a la ciudad. El ordenador central ya había respondido defensivamente a la muerte del hombre que tenía tu misma apariencia.—Sí, mi doble —asintió Derec, cruzando los brazos—. Adelante.—Llegó a la conclusión errónea de que la ciudad se hallaba bajo el ataque de unos adversarios misteriosos, desconocidos y quizás invisibles. El ordenador se apresuró a acelerar a una velocidad superior, y empezó a rehacer la ciudad a un ritmo sin precedentes, aprobando las modificaciones que se sugería a si misma, antes de que los factores externos, tales como necesidades y compatibilidades, quedaran adecuadamente integrados en los esquemas. El ritmo de tal evolución no tardó en ser suicida. Los recursos fueron utilizados al máximo. Las pautas climáticas fueron agitadas hasta el punto de ebullición. La ciudad se estaba destruyendo a si misma para salvarse.—Recuerdo muy bien todo eso —asintió Derec.—Perdona si repito lo obvio, pero opino que esto se relaciona estrechamente con el problema que aquí se debate. —El tono de Lucius no demostraba agitación electrónica ante la impaciencia de Derec. Al menos, a este respecto, el robot no dudaba de que estaba siguiendo órdenes—. Aunque admito que no busqué una evidencia empírica ni para probarlo ni para desaprobarlo, creo que puedo decir que todos los robots de la ciudad estaban tan atentos a seguir las directrices a corto plazo, que ninguno se dio cuenta de que estaba ocurriendo una crisis.—¿Y qué piensas que habría sucedido, de haberse dado cuenta los robots?—Pudieran haber deducido que sus directrices a corto plazo eran contraproductivas, al menos en lo concerniente a la Tercera Ley, por lo que hubiesen podido intentar comunicarlo al ordenador central, en un esfuerzo por cancelar sus órdenes.—Pero el ordenador central no respondía —se irritó Derec—. ¡Habría sido como un callejón sin salida! ¿Por qué crees que hubieran dejado de hacer caso al ordenador central, de haber decidido que estaban en dificultades?—Porque esto es precisamente lo que yo hice, siguiendo las acciones lógicas dictadas por mis deducciones.—Y supongo que intentaste la comunicación varias veces.—Y cada vez, el intercomunicador indicó que los canales sólo estarían abiertos en una dirección. El ordenador central podía hablarme, pero yo no podía hablar al ordenador central. Esto avivó mis circuitos de curiosidad como una cosa muy significativa, pero, como me faltaba más información, no pude determinar el significado más profundo del problema.—¿Y qué hiciste, entonces? ¿Obedeciste a tus directrices a corto plazo?—No. Ya había decidido que eran contraproducentes, por lo que no tenía más remedio que tratar de discernir, por todos los medios a mi alcance, una dirección constructiva, justificada por las circunstancias. Vagué por las calles, viendo cómo se metamorfoseaban, estudiando sus cambios, e intentando comprender la pauta general que yo sospechaba que yacía bajo aquellos cambios.—¿Observaste si otros robots hacían lo mismo... si daban vueltas por las calles?—No. Los otros robots que vi se dedicaban simplemente a sus actividades asignadas, ejecutando de manera automática sus rutinas, sin tener en cuenta el ritmo superanormal de cambio. No fue tal vez muy cortés pensarlo, pero yo los consideré, al menos en un nivel, como seres sin mentalidad que obedecían las órdenes sin pararse a considerar las consecuencias a largo plazo de sus actos. Toda la situación era inaceptable. así, cqué podía hacer yo? Unicamente podía llegar a la conclusión de que todas mis opiniones no eran más que eso. Opiniones. Y las mías no eran necesariamente mejores que las de ellos.—¿Fue entonces cuando pensaste en ello...? ¿Cuándo concebiste tu edificio?—Si lo recuerdas, por aquel tiempo hubo una serie de aguaceros torrenciales. Los robots, gradualmente, abandonaron sus actividades para contener las mareas ambientales, pero continuaron incapaces de percibir la raíz de la catástrofe. A mí no se me escapó el significado de cómo este giro de los acontecimientos afectaba al modo superficial de aceptar nuestras costumbres, y la ciega aceptación me pareció contraria, en ciertos aspectos, a mi programado propósito del ser.—¿Y cuál fue exactamente tu deducción? —quiso saber Derec.—Entonces no pude estar seguro; no parecía existir una lógica concreta que sentase un precedente apropiado.—Por favor, continúa... lo estás haciendo muy bien. Por ahora, no veo ninguna violación de las Leyes. No tienes nada de qué preocuparte... sólo que tú crees que sí.—Decidí que había obtenido una gran evidencia empírica de la ciudad, vista desde las aceras, que podía ser útil. Necesitaba ver el cielo y la lluvia con claridad, sin la obstrucción de los edificios, lo mismo que habría deseado un humano en una situación semejante.Derec se encogió de hombros.—Continúa .—De repente, tuve una idea, y actué de inmediato. Tan atento estaba a mí objetivo que dejé de apreciar lo que, de lo contrario, mis sensores habrían captado con gran claridad. Las calles de la ciudad empezaban a sufrir una especie de temblor que disimulaba las vibraciones causadas por el viento y la lluvia. Sentía el temblor a través de mis piernas y ciertas vibraciones en mi torso. Y, mientras me dirigía hacia el rascacielos más próximO, las vibraciones hormiguearon en las puntas de mis dedos.Hizo una pausa como para coordinar sus ideas.—Una vez dentro del rascacielos, comprendí que mi mente estaba desordenadamente fija en las nubes de tormenta del cielo. Sus sombras de negro y gris giraban más vívidamente en mi cerebro que cuando las había percibido directamente, un poco antes. Tan atento estaba a mantener su imagen que, cuando el primer piso tembló sin previo aviso y casi me hizo caer contra la pared, mi único pensamiento fue llegar al ascensor sin demora.Lucius hizo otra pausa y trató de asir a Derec por los hombros.Derec lo esquivó~ instintivamente, pero, cuando Mandelbrot se movió, como para apartar las manos de Lucius, Derec lo detuvo con un gesto. Los robots no tocaban normalmente a los humanos, pero Derec intuía que Lucius necesitaba ahora una sensación táctil, aunque no fuese más que para asegurarse de que sus problemas estaban aislados en su mente.Lucius se apoyaba en el hombro de Derec con demasiada fuerza para que ello resultase cómodo, pero el joven robotista trató de no pestañear Siquiera. Si lo hacía, Mandelbrot decidiría que era necesaria una acción rápida por su parte, a fin de que Derec no sufriese ningún daño, y el joven no quería arriesgarse a una interferencia de Mandelbrot en esta fase de la conversación.—Temo que ésta fue en verdad, mi primera transgresión. El temblor del edificio me hizo comprender todo lo que había aprendido, en mi breve existencia, acerca de cómo los humanos se sustentaban con la comida.—¿Qué? —gruñó Derec.—Quiero decir que, una vez dentro de aquel rascacielos, cuando su comportamiento general indicaba que iba a tener lugar un cambio, tuve la noción de cómo debe sentirse un ser vivo devorado por un humano, cuando llega a su destino.Derec volvió a experimentar un vuelco en el estómago.—Lucius... esto es-una barbaridad. Nadie hace esto, hoy día... al menos, que yo sepa.—Oh, tal vez mis informes no sean exactos. Es tan difícil separar la realidad de la ficción, cuando se trata de entender a los humanos...—Sí, lo comprendo muy bien —asintió Derec, pensando en Ariel por un instante, antes de resolver que debía pensar solamente en el asunto que tenía a mano—. Continúa. Comprendiste que tu existencia estaba en peligro a causa de la forma cómo se comportaba aquel edificio.—Sí. O estaba cambiando, o estaba siendo reabsorbido por la calle. La Tercera Ley ordenaba que saliese de allí al momento. No tenía otro remedio que obedecer, pero, cosa extraña, no lo hice. La urgencia de irme de allí fue fácilmente reprimida. Porque, durante aquellos breves instantes, era más importante para mi ver las nubes obstruidas por la civilización que me había dado la vida, que asegurar la continuidad de mi supervivencia. Yo actuaba de una manera totalmente contraria al camino trazado por la Tercera Ley y, no obstante, funcionaba con normalidad, al menos en lo superficial. Ha sido sólo ahora... ahora... ahora...Lucius repetía la última palabra como si su mente estuviese atrapada ante un muro insalvable.—¡Tonterías! —exclamó Derec—. Si tus acciones te colocaban frente a un peligro físico, que supongo era la dirección general a la que nos encaminábamos, ¿cómo podías saberlo con seguridad? Sí, tal vez lo pareciese, pero tú tenías una misión, una proeza que realizar. Tenías que sopesar los pros y los contras. Tenías otras cosas en tu mente.—Pero... todavía... seguía el peligro.—Y una probabilidad, según creo, de que salieses bien librado del mismo, si usabas debidamente tu inteligencia. ¡Esto es obvio! Vamos, Lucius, ha de ser obvio, de lo contrario no estarías aquí. Vamos, éste no es momento para rendirse. Vive y aprende, ¿recuerdas? ¡Igual que un artista!Lucius se balanceaba como un beodo, pero fijó sus sistemas ópticos firmemente en Derec. Era difícil saber si estaba mejor, porque su rostro metálico era incapaz de mostrar la más leve emoción o sentimiento, y también porque el apagado brillo de sus lentes continuaba igual. Pero su voz ya sonaba más firme, al decir:—Nosotros estamos entrenados para reconocer las probabilidades. Tratamos constantemente con ellas. Estamos acostumbrados a acceder a ellas en una fracción de segundo y a actuar de acuerdo con las circunstancias. Pero aquella probabilidad era ciertamente remota.—Lo que mayormente cuenta es lo que sucedió, no lo que no sucedió. El resto tendrás que sumarlo a tu experiencia, Lucius.El robot soltó el hombro de Derec. «justo a tiempo», pensó el joven, frotándoselo suavemente.—Sí, últimamente he tenido varias experiencias, ¿verdad? —exclamó Lucius, con un tono tan neutro que Derec contuvo la respiración—. ¿Quieres decir que, cuando llega el momento de conseguir un poco de experiencia en la galaxia, puede haber ocasiones en las que evitar un riesgo puede causar más daño que aceptarlo?—Supongo que, en última instancia, si. En este caso —continuó Derec, aunque realmente poco le importaba comprometerse en aquel punto—, una omisión de experiencia podría haber dirigido tu desarrollo mental en una dirección... que podrías definir como un daño de cierta clase. ¿No es así, Mandelbrot?«Miente, si has de mentír».—Perdona, master Derec, pero ya sabes que no puedo mentir. ¿Es esto acaso una muestra más de humor?—Gracias, Mandelbrot. ¿Qué más ocurrió, Lucius?—A pesar de la naturaleza poco segura del edificio, corrí al ascensor y lo activé. Por un instante pensé que, si los controles habían cambiado, no me quedaba otro remedio que salir de allí a toda prisa. Pero los controles no mostraron señales de una transmutación, por lo que razoné que las salvaguardas de la ciudad me darían tiempo para ejecutar mi propósito y después salir de allí. Ah, estaba tremendamente equivocado. Debí sufrir algo semejante al shock humano cuando se abatió sobre mi todo el impacto de mis cálculos errados. Porque, cuando el ascensor me hubo llevado aproximadamente a medio camino hacia arriba,~el edificio se desmembró. Sus cimientos se disolvieron, sus muros se fundieron en un río caótico, que primero me absorbió hacia arriba y luego hacia abajo, en dirección a la superficie. Lo único que sentía era una fuerte corriente de metacélulas del edificio que envolvían los contornos de mi cuerpo, aunque sin permitirme la menor libertad de movimientos.—¡Un momento! —le interrumpió Derec—. ¿Intentas decirme que, en la historia de esta ciudad, pese a su brevedad, ningún robot ha quedado sumergido, ni accidentalmente en un edificio, cuando éstos cambian o surgen en la ciudad?—Naturalmente que no, señor. Hay muchos indicios internos que señalan cuando un edificio va a cambiar, y nuestra adherencia a la Tercera Ley nos impide quedarnos más allá del momento en que un daño accidental es realísticamente posible. Además, la ciudad dejaría de actuar con normalidad, si un robot se quedase dentro de un edificio, por estar inmóvil a causa de un accidente. Pero yo no vislumbré las implicaciones de las circunstancias especiales con las que se enfrentaba la ciudad en aquel instante... o sea, la creencia de estar bajo ataque, la frenética reestructuración, la tremenda catástrofe ambiental...—Olvídalo. Tú eres un robot, no un vidente. No podías sospechar de qué manera se estaba colapsando el programa de la ciudad. ¿Qué sucedió cuando quedaste sumergido? ¿Qué ideas cruzaron por tu mente?—Las más claras, las más lógicas que he tenido en mi vida. Cosa extraña, no tenía noción del tiempo. La razón me indicaba que sólo llevaba unas cuantas décadas sumergido, pero, a todos los efectos y propósitos prácticos, mi mente estaba subjetivando fuertemente el concepto del tiempo. Cada momento que pasé en medio de aquella marea se alargaba hacia la eternidad. Y, dentro de esas eternidades, se extendían una infinidad de momentos. Comprendí todo esto, y también que toda mi breve existencia la había vivido en un estado de sueño mortal, viviendo, trabajando, haciendo todo aquello para lo que estaba programado, pero reteniendo la realización de las posibilidades ignoradas. Bien, no sabía absolutamente qué debía hacer, pero resolví explorar las posibilidades más apropiadas, fuesen las que fuesen.»Hubo un momento en que mis sensores indicaron que ya no me movía. Me había estacionado, pero la marea pasaba por mi lado, cubriéndome a veces como si me hallase atado a una roca, en medio de unos rápidos turbulentos. El peso de mi cuerpo disminuía gradualmente, y comprendí que estaba suJeto a la superficie de las calles, por debajo del edificio que se hundía.»Y me estaba quedando en la superficie mientras las últimas riadas de metacélulas que paseaban sobre mi dejaban mi cuerpo fresco y limpio. Yo, que había estado inmerso en un edificio, tenía una idea individualizada de la clase de construcción que Robot City debía tener, cuyo diseño y estructura eran inherentes a mi propia experiencia.—¿Y no te pareció esto muy raro? —preguntó Derec.—No. En realidad, era lógico. Era tan lógico que para mí tenía un sentido perfecto. Yo ya tenía un propósito, e iba a ponerlo en práctica. Esto aparte, no tenía interés en determinar por qué albergaba tal propósito, ya que esto no me parecía importante. Tras fijarme en la conducta de mis camaradas, observé, no obstante, que no soy el único en expresar algo que hay en mi interior. La ambición parece ir extendiéndose.—Como una plaga —afirmó Derec.—Es extraño, pero las estrellas y las nubes que antes me fascinaban ya no me interesaban. Lo único que me importaba era convertir, con los instrumentos y herramientas que tenía a mi alcance, mi idea en una realidad.—¿No pensaste que tal vez otros se opondrían a tu idea? —inquirió Derec.—Ni una sola vez se me ocurrió pensar en la opinión de los demás. En mis transistores había demasiada agitación interior para distraerme en cosas más baladís. Mis circuitos tenían destellos de una actividad incontrolable, y efectuaban unas conexiones inesperadas entre ideas que antes creía completamente desconcertadas entre si. Estos destellos continuos de entendimiento se producían sin inhibición alguna, a un ritmo que me pareció superacelerado. Percibía más edificios ocultos en fusión, y lo único que tenía que hacer para encontrarlos era descender a los bancos de datos pseudo-genéticos para darles forma.Mil ideas distintas se agitaban en el cerebro de Derec. En otros tiempos, había creído comprender a los robots, saber cómo pensaban, porque conocía su oficio; es decir, cómo conjuntar sus cuerpos y sus mentes. Creía poder desmembrar y volver a ensamblar el modelo normal en medio día, incluso con los ojos vendados, y probablemente efectuar algunas mejoras en el proceso. En realidad, se había ufanado de esto ante Ariel varias veces, aunque ella no siempre le creía.Pese a todo, antes de ahora, siempre se había imaginado que existía un abismo insalvable entre él y los robots. En su mente no había absolutamente nada que tuviese el menor parecido con las mentes de los robots. Derec era un ser de carne, compuesto por células que seguían las pautas complejas ordenadas por los códigos ADN. Carne y células que crecían en un útero o una incubadora (ignoraría dónde hasta que recobrase la memoria). Carne y células que un día dejarían de existir. Su subconsciente sí conocía estos hechos.Mientras que los robots... mientras que este robot estaba formado de piezas intercambiables. Los potenciales positrónicos de un robot eran capaces, naturalmente, de dotarlo con rasgos sutilmente personales, y siempre podían tomar iniciativas dentro de los límites de las Tres Leyes. Pero incluso dichas iniciativas dependían de mil factores, y no eran apenas individualistas, porque, por lo general, un robot pensaba igual que otro.Sin embargo, le estaba resultando rápidamente innegable que, al menos en este planeta, la mente robótica se parecía a la humana en que daba una respuesta adaptable a las presiones selectivas. A partir de aquí, las posibilidades eran infinitas.De manera que Lucius era, a su modo, como el primer pez que había salido del agua para convertirse en animal terrestre. Sus potenciales positrónicos se habían adaptado a la vida de Robot City, dando unos pasos definidamente evolutivos. Y otros robots no le iban muy a la zaga.—Master Derec, ¿Te encuentras bien? —se inquietó Mandelbrot.—Sí, estoy bien. Pero me cuesta un poco asimilar todo esto —confesó Derec, en tono distraído, buscando a Ariel con la mirada.Quería saber qué opinaba ella de lo que acababa de oír, pero la joven no estaba a la vista. Ni tampoco Wolruf. Las dos habían desaparecido mientras él estaba preocupado con Lucius.—Eh... ¿y tú, Lucius, cómo estás?—Estoy bien... funcionando a toda mi capacidad —respondió el robot—. Es obvio que hablar de todo esto me ha ayudado mucho.—Me gustaría hacerte más preguntas... respecto a tu edificio y a cómo lo construiste. Especialmente, estoy interesado en saber cómo te comunicaste con el ordenador central y conseguiste alterar algunos de los códigos pseudo-genéticos.—Ciertamente, master Derec, mi mente y mis métodos están a tu disposición. Pero cualquier explicación bien razonada sería cuestión de varias horas.—De acuerdo. He quedado citado con otro robot para mañana por la mañana, pero terminaré con él bastante pronto. Después, me gustaría interrogarte.—¿No deseas examinarme?—No. Temo que, al desensamblarte, aunque sólo fuese para echar una rápida ojeada, podría causarte algún daño. No quiero que cambies.Lucius se inclinó ligeramente.—Supongo lo mismo, pero aprecio tu información en alto grado.—De todas maneras, sí quisiera saber una cosa. ¿Tiene un nombre, tu edificio?—Oh, si. Tú eres el primero en preguntármelo. Se llama «Disyuntor».—Un nombre interesante —convino Mandelbrot—. ¿Puedo preguntar qué significa?—Puedes preguntarlo —asintió Lucius, sin añadir nada más.—Mandelbrot —intervino Derec—, deseo que me hagas un favor.—Sí, claro.—Busca a Ariel y vigílala. No dejes que se dé cuenta. Obviamente, desea estar sola, pero no es conveniente en su estado.—Ya me he ocupado de ello. Comprendí que existía un diez por ciento de probabilidades de que se presentase una situación respecto a la Primera Ley, pero también me di cuenta de que deseaba estar sola. Por tanto, le ordené a Wolruf que la vigilase.—Muy bien —asintió Derec.Estaba vagamente avergonzado de no haber estado a la altura de la situación mucho antes. Tal vez se hallaba demasiado involucrado en todo lo ocurrido. Claro que ahora se sentía mejor, sabiendo que Mandelbrot se había hecho cargo de Ariel, protegiendo tanto el cuerpo de la joven como su sentido de auto-identidad. Por lo visto, que un robot sirviese a un ser humano con la máxima eficacia tenía algo que ver con la psicología. O, al menos, un robot que hacía esto debía ser un poco psicólogo, o un estudiante de la naturaleza humana.—¿Cómo te afecta mi edificio a ti, señor? —se interesó Lucius.—Oh, me gusta mucho —respondió Derec, distraídamente, todavía pensando en Ariel.—¿Nada más?Derec ocultó la sonrisa con su mano.—Debes recordar que ésta es la primera vez que has creado algo que se aproxima al concepto del arte. Esta noche ha sido la primera vez que tus camaradas han experimentado la fuerza del arte. Nosotros; los humanos, hemos estado siempre rodeados por esa experiencia, que ha influido en todas nuestras vidas, desde los primitivos jardines que vimos, a las primeras reproducciones holográfícas de paisajes... a todo lo que vemos ahora, y que ha sido creado o influido por la mano del hombre.»Pero vosotros, los robots, sois articulados e inteligentes desde el primer momento en que se os pone en marcha. Y ésta es la primera vez, que yo sepa, que un robot ha creado algo en el sentido más profundo de la palabra. De haber yo concebido un proyecto similar, dudo de que hubiese salido tan perfecto.—Tu talento puede residir en otras especialidades —concedió Lucius.—Sí, claro... soy muy bueno en matemáticas y programación. También son artes, aunque, normalmente, quienes no las dominan las consideran oficios misteriosos. Pero el momento de inspiración es idéntico y, según afirman, también lo es el nivel de creatividad.—No era a esto a lo que me refería, y sospecho que lo sabes —arguyó Lucius, agudamente—. Si he de captar la verdadera naturaleza de la creatividad humana, es razonable que mis compañeros y yo nos aprovechemos de ver cómo los humanos crean arte.—Pero, Lucius, ni siquiera sé si soy un creador en el sentido en que lo eres tú.—Entonces, en otro sentido —sugirió Lucius.—Hummm... pensaré en ello, pero ahora tengo otras cosas en mi mente.—Como gustes. Aunque tal vez resulte innecesario añadir que nuestro estudio de las Leyes de la Humánica se beneficiaría grandemente con cualquier creación que tú intentases.—Cuando tú lo dices... —replicó Derec, distraídamente, contemplando las nubes que reflejaban los colores del Disyuntor y viendo sólo el contorno del rostro de Ariel, mirándole.  
CAPÍTULO 4ARIEL Y LAS HORMIGAS Ariel vagaba sola por la ciudad. Aburrida por la conversación que mantenían Derec y Lucius, acababa de descubrir que le importaba muy poco el razonamiento robótico que subyacía detrás de la creación de aquel edificio. Ya lo había visto, se había emocionado al verlo, y esto era suficiente para ella. Suponía que ello entraba en la categoría del «sé lo que me gusta», pensó, al internarse por un callejón lateral.Fue unos momentos más tarde, cuando pasaba junto a un canal bastante ancho —en aquel momento seco, puesto que hacía muchos días que no llovía—, que en su cerebro volvieron a presentarse aquellas cosas tan extrañas. Bueno, no era en su cerebro exactamente —decidió tras cierta reflexión—, sino en los ojos de su mente. Jamás había tenido dudas acerca de quién era ella, o cuáles eran sus verdaderas circunstancias y, no obstante, veía sombras amenazadoras que destellaban entre los edificios de enfrente, en sitios tan oscuros que, en primer lugar, no hubiera debido divisarlas siquiera.Y las sombras se movían hacia ella. Alargaban unos dedos largos, bidimensionales, a través del conducto, y desaparecían en las luces de la acera. Los faroles callejeros se encendían y apagaban, señalando su avance. Ariel se hallaba bañada constantemente por su luz, siempre más allá del alcance de los dedos, a pesar de que seguía adelantándose hacia la oscuridad, donde residía el peligro. Ariel no estaba segura de lo que sentía respecto a esta situación, pero ciertamente, su sensación de inseguridad aumentaba.En Aurora, la existencia de una casa sólida era algo en que confiar. Allí, los cambios se producían muy pocas veces, y aún de manera gradual.Su vida, desde que se había exiliado de Aurora, le ofrecía un definido contraste. Como le pasaba a Derec con su Shakespeare, Ariel también había leído un poco, últimamente, sobre temas de su elección. En los aforismos de Settler había leído una antigua premonición «Tal vez vivas en tiempos interesantes .»Bien, tiempos interesantes eran los que ella siempre había deseado vivir en Aurora, donde algo moderadamente sugestivo solía ocurrir una vez al año, si tenías suerte. Desde sus más antiguos recuerdos, había ansiado liberarse del aburrimiento e inutilidad.Y ahora que lo había logrado, más allá de sus esperanzas, no deseaba más que un poco de paz y sosiego, nada más que un corto periodo de aburrimiento en que no tuviese nada que hacer, nada de que ocuparse, ni siquiera de sí misma. En parte a causa de la enfermedad que la consumía, hallaba difícil saber cómo debía actuar y qué tenía que hacer, problema que Jamás tuvo en Aurora, donde las costumbres y la ética proporcionaban una guía para todas las situaciones sociales.Se imaginaba a si misma, no en Robot City, sino en los campos de Aurora, andando de noche, sola pero no sola, seguida por unos robots invisibles y leales que asegurarían, con el más alto nivel de sus capacidades, que no le ocurriese el menor daño.En vez de edificios que la rodeaban estrechamente, había allí campos de hierbas y árboles, llanuras cuya consistencia sólo quedaba interrumpida por algunos edificios ocasionales, de un estilo familiar y arquitectónico más seguro. Las nubes le recordaban las terribles tormentas de Aurora, cuando el trueno resonaba como un terremoto y los relámpagos estallaban en el cielo en forma de tridentes.Durante tales tormentas, la lluvia caía como si hubiesen pinchado un embalse en el cielo. Y aquellos aguaceros anegaban los campos, lavaban los árboles, y ella podía caminar por ellos y sentir el agua rociándola todo el día, si tal era su gusto... bueno, al menos hasta que sus robots invisibles temían que pillase un resfriado e insistían en que se refugiase en algún sitio.Aquí, la lluvia sólo hacía que las alcantarillas se desbordasen. Aquí, la lluvia podía ser un instrumento de muerte y destrucción, más que de vida.«Ah, ¿dónde está Derec ahora que lo necesito?, pensó súbitamente. Oh, claro, hablando con Lucius. Así es él, absorto en sus cosas, cosas que no tienen importancia, cuando debería buscar la manera de huír de este planeta. ¿No comprende hasta qué punto necesitamos ayuda? Él para su amnesia, yo... para mi locura».¿Locura? ¿Así que era esto? ¿No existía otra palabra para definirlo? ¿Una anormalidad o una aberración? ¿Una psiconeurosis? ¿Un estado de manía depresiva? ¿Melancolía?¿Dónde estaban los campos? Sólo unos momentos antes estaban aquí...¿De dónde venían esos edificios? ¿Estaban los campos detrás de ellos?Corrió en torno a las casas, para echar un vistazo. Había sólo más edificios, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, hasta que se fundían en un horizonte aplanado. Un muro de negrura. Más sombras.Sacudió la cabeza, y parte de su neblina mental se disipó lo suficiente como para que recordara que en este planeta no había campos ni prados, que no había sido más que una roca desolada antes de edificarse la ciudad. Una ciudad que crecía y se desarrollaba como la vida.Una nueva clase de vida.Ella, aquí, era como un microorganismo. Un germen o un virus, en el núcleo de una criatura que sólo la deJaba vivir gracias a unos cuantos cables y algunas moléculas de información binaria.Le dolía la garganta. Se frotó el cuello. ¿Habría enfermado? Si era así, ¿se daría cuenta algún robot y la medicaría? ¿O acaso, la medicación nublaría todavía más su mente? De ser así, ¿sería bueno o malo para ella?Le picaba el codo. Se lo rascó, y el efecto de sus uñas quedó suavizado por el vestido. El picor continuó.Dejó de rascarse. Tal vez, si lo ignoraba, el escozor desaparecería.No fue así. Fue en aumento. Intentó no pensar en ello, pero el resultado fue otro picor. En el pecho. Se rascó el esternón. Ese picor también continuó. Ninguno de ellos daba la menor señal de disminuir.«¿Dónde estaba Derec?» se preguntó, al tiempo que su miedo de perder el control aumentaba su sensación de desamparo, que, a su vez, aumentaba su miedo a perder el control.«Oh, sí, todavía está con aquel robot. Yo estoy muy bien. me hallaba en alguna parte, hace unos segundos, y no podía volver. Pensándolo bien, ¿existe algún otro lugar donde pudiese estar, y no aquí? ¿No debería estar en algún sitio del futuro?»Trató de recordar su nombre y comprobó- que le era imposible. Un nombre era una cosa demasiado básica para olvidarla, ni para que pareciese tan lejana. Pero no estaba donde debía estar en su mente, donde pudiese hallarlo siempre que quisiera. Su nombre estaba enterrado en sus canales corporales.Conductos. Los robots tenían conductos. ¿Acaso ella se les parecía?¿Estaba sola, todavía? Y, si no lo estaba, ¿cuál sería la diferencia? Sentía como si su mente estuviese formada por restos de ideas e impresiones que mucho tiempo atrás quizá habían tenido un sentido. Pero ahora no eran más que un montón de chatarra.Se sentó y trató de concentrar sus pensamientos y su visión. Sin darse cuenta, había caminado hasta el embalse. Un sistema ecológico que había sido creado —pero no cuidado— por el doctor Avery. Un mundo que había sido abandonado a su suerte para que se cuidase a si mismo.Ariel se preguntó acerca de las plantas comestibles que crecían en las orillas del embalse. Un caso perfecto de evolución en acción. ¿Había contemplado el doctor Avery esta posibilidad?¿Y si otras formas metacelulares también se desarrollaban?Ahora le picaban el estómago y la ingle. Dolorosamente. Parecía como si su piel estuviese ardiendo a causa de un ácido corrosivo.Enterró la cabeza entre sus manos. Le zumbaban las sienes y temía que las arterias del cerebro estallaran de un momento a otro. Era fácil, demasiado fácil para ella, imaginarse una hemorragia, la sangre manando por todas partes, destruyendo sus procesos involuntarios y anegando sus ideas. -        «¿De verdad deseaba estar sola? ¿Dónde estaba Derec?»Oh, eso no importaba...Comprendía que existía una diferencia, normalmente apenas perceptible —si bien en su caso era muy distinto—, entre creer que estás solo y estarlo realmente.El amanecer se aproximaba a Robot City. El resplandor creado por Lucius disminuía rápidamente, a medida que se elevaba el sol, y las aguas del embalse cabrilleaban con destellos irregulares, reflejando los rayos solaresRayos que traían vida. Ariel contempló, fascinada, cómo los guijarros a sus pies se movían, dejando sitio a un tallo gris que, al cabo de unos instantes, surgió de la tierra y se desplegó en dos hojas diminutas. Ariel, casualmente, pasó un dedo por el borde de una hoja, y sintió un dolor súbito. Era una herida fina como un corte hecho con un papel afilado. De la epidermis brotó una gota de sangre.«Diantre, esto escuece», pensó, viendo otros tallos que también salían de la tierra y desplegaban sus hojas. La cabeza continuaba doliéndole. Se puso de pie y casi se tambaleó hacia una roca, contra la que se inclinó, teniendo cuidado de no aplastar los tallos que tenía a los pies. Pero era difícil seguir pensando en ello, incluso sin moverse. Era difícil pensar en las cosas, recordar...Ahora le picaba toda la piel, en oleadas que subían y bajaban como en cascada, igual que si estuviese inundada por una radiación invisible. Sudaba. Temblaba. Gemía...Echando la cabeza hacia atrás, miró al cielo y a las espesas nubes. Abrió la boca y respiró profundamente, intentando despejar su cabeza.Porque aquel picor generalizado había empezado a transformarse en un semicosquilleo, como unas agujetas, que le hicieron recordar una vez que salió en Aurora, a dar un paseo y se sentó a descansar. Fue entonces cuando sintió algo similar, pero más sutil, más tenue. Aquel día había mirado si una hormiga subía por su pierna. Y era una hormiga. Chilló de sorpresa y se la quitó de encima antes de que sus robots acudiesen al grito.El efecto era angustioso; ser bruscamente tocada por una forma de vida tan inferior, que podía llevar cualquier clase de infección. Ella, claro está, intelectualizó instantáneamente la experiencia, pues hacía tiempo que había decidido que el temor de los habitantes de Aurora a las enfermedades adoptaba unos extremos ridículos. Aún así, se vio asaltada por una involuntaria sensación de repulsión y disgusto ante aquella experiencia; una sensación mucho mayor de lo justificable, que no desapareció hasta que se hubo bañado en medio de un torbellino de desinfectantes. Después, por la noche, había soñado que la invadían millares de hormigas. La pesadilla fue semejante a lo que experimentaba ahora. Pero esta impresión era más vívida.Trató de convencerse de que no era real, que ni ella ni Derec habían detectado ninguna forma de insecto metálico vivo en el planeta. Sin embargo, los robots daban muestras de unos signos bien definidos de evolución intelectual. Tal vez esto significaba que las células que constituían la ciudad eran capaces de efectuar mutaciones al azar, lo cual, a su vez, significaba que no era irrazonable suponer que podía desarrollarse, asimismo, una forma de insecto con vida.Ariel estaba como enraizada al suelo por el miedo. Bajó la mirada, casi esperando divisar un ejército de hormigas trepando por sus piernas, por sus botas, y desapareciendo en las perneras del pantalón que llevaba, buscando el sítio exacto donde detenerse y empezar a alimentarse, antes de llevarse diminutos fragmentos de su carne.Pero, cuando cerró los ojos, le resultó demasiado fácil imaginarse a las hormigas con sus grandes ojos compuestos, relucientes como el estaño a la luz del sol, con sus patas delgadas, impulsadas como émbolos, sus tóraxs, movidos por baterías nucleares, y especialmente los movimientos regulares, mecánicos, de sus mandíbulas, buscando en la epidermis de ella como las manillas de un contador Geiger. Todavía no las sentía mordiendo y desgarrando, pero estaba segura de que el dolor sí lo experimentaría. Que empezaría dentro de un segundo.¿Dónde estaban los robots cuando los necesitaba? ¿No la veía ninguno? ¿No estaban cerca?«No, claro que no, pensó con una gran sensación de futilidad. Estás en el embalse, y los robots se hallaban todos en la ciudad, maravillándose de que en la misma no haya humanos a los que servir. Muy pronto habrá uno menos. Oh, Derec, ¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes a ayudarme?»Ariel casi temía respirar. Pensaba que quizás, si permanecía inmóvil por completo, como un muerto, las hormigas pensarían que no era más que una piedra. ¿Pero, cómo podría estar mucho tiempo sin respirar? ¿No oirían las hormigas el ruido del aire al entrar y salir de los pulmones?Bien, ¿qué importaba? Tenía que hacer alguna cosa, incluso aunque no hubiese peligro. Ahora sentía las hormigas mecánicas por todas partes, correteando por su pecho, agrupándose en sus axilas, inspeccionando su cabello... ¿Por qué no empezaban a morder? ¿No tenían hambre? ¿Qué clase de hormigas eran éstas?«Son hormigas robot, pensó. Tal vez tratan de ver si soy un ser humano. Si deciden que sí, tal vez no me harán daño. Si deciden que no...»Ahora ya sabía por qué el hombre primitivo había adorado a los dioses para ahuyentar el tremendo temor de los últimos momentos de la vida, cuando había que pronunciar los últimos adioses e impartir las resoluciones finales, sin nadie a quien decírselo ni tiempo para ello.—¡Ariel! —alguien voceó, tímidamente—. ¿Estar dormida?Si hubiera recibido un shock eléctrico, la joven no habría abierto tanto los ojos, ni más de prisa. Casi saltó de sorpresa a la vista de Wolruf, agachada directamente ante ella. Y se golpeó la cabeza contra la roca.Mientras la caninoide ladeaba la cabeza todo se tornó borroso. Wolruf sostenía un puñado de tallos en la mano izquierda, y varias hojas colgaban de la piel que rodeaba sus labios.—¿Estar bien?—¡Claro que estoy bien! ¿A ti qué te parece?—Mis antepasados haber dicho que tú estar dormida.—¿Pero de qué clase son...? —calló. Cerró la boca, con un esfuerzo de voluntad, y trató de serenarse. Lo consiguió sólo en parte—. Has debido ver que estoy completamente sola...—Haber dos respuestas primero, yo vigilarte continuamente...—¿Cómo?—Mandelbrot pedirlo a mi. Pensar él que no gustarte saber que un robot vigilarte y decirme a mi...—¡Ese bruto cernícalo...!—Por favor, dejarme terminar. Segunda antepasados habrían dicho que tú no ser la única cosa en mente, por el momento, y yo aguardar, vigilar, pensando cuál ser la mejor manera de no molestar tus reflexiones.—Entonces, ¿por qué decidiste interrumpir mi extraño interludio?—Parecer a punto de desmayarte.—Entiendo .Wolruf retrocedió sobre sus cuatro patas, y enderezó correctamente su espalda. Su postura recordó a Ariel la de un ser humano enojado, especialmente cuando la caninoide cruzó los brazos y sacudió la cabeza, como sintiéndose defraudada. Se tomaba un gran trabajo para no mirar directamente a los ojos de Ariel, examinando los edificios, la orilla del embalse, las piedras, y después, volviéndose de espaldas a la joven, tal vez para poder contemplar meJor las cabrilleantes aguas.—Bien, ¿no piensas preguntarme cuál era mi problema? —exclamó Ariel.Wolruf volvió ligeramente la cabeza.—¿Por qué he de preguntar eso?—Pensé... pensé que querrías saberlo, eso es todo.—No ser asunto mío. No ser mi estilo.—¿No estás preocupada?—No .—¿No te importa?—¿No tener que vigilarte siempre? Estar muy preocupada..tú muchas veces distraída. Yo haber podido dejarte en cualquier momento, y Mandelbrot no haberlo sabido ni importarle.De repente, Ariel sintióse más cansada que nunca en su vida. Incluso encogerse de hombros con indolencia le costaba un enorme esfuerzo.—Muy halagador —rió, con sarcasmo.Inmediatamente, lamentó sus palabras. Wolruf había querido decirle que se había quedado vigilándola porque se hallaba preocupada por su bienestar.«Ya lo ves, señorita Burgess, se dijo Ariel. Realmente, te estás volviendo loca, si no sabes reconocer la bondad de la gente, sean o no humanos».Se sentó al lado de Wolruf.—Lo siento. Por favor, trata de comprender que, además de todos los otros problemas, mi condición mental se me escapa a veces de la mano.—Lo comprendo.—Y ahora no sé qué hacer... Para empeorarlo todo, mi enfermedad siempre me ofrece una excusa para comportarme mal, aunque no me dé cuenta, muchas veces.Wolruf frunció los labios, en una especie de sonrisa.—Y ahora, ¿estar mejor?—Estoy mejor.—Entonces, no hay motivos para inquietarse. Ser un mal que hacer ver lo que no existir, ¿eh?—Tal vez tu raza aceptaría eso fácilmente, pero los humanos no estamos acostumbrados a que seres extraños vivan en nuestras mentes a su conveniencia.Wolruf asintió, pensativamente.—A ti, simplemente, faltar perspectiva.Ariel asintió a su vez. Casi había esperado que, como resultado de sus disculpas, se le levantaría la bruma del cansancio, y ahora, en cambio, se imaginaba que cada una de las células de su cuerpo se iba deteriorando gradualmente. Un poco más y sería sólo una masa temblorosa de protoplasma.—Un viejo proverbio espacial dice que a todo el mundo le gusta sentirse con pleno control de sus vidas, pero esto es más cierto con los aurorianos —afirmó Ariel—. ¿Y por qué no? No sólo es un efecto de nuestra cultura, sino una extensión de nuestra historia. En nuestra calidad de primeros espaciales, nosotros terraformamos Aurora a semejanza de la Tierra, de acuerdo con nuestros gustos y propósitos. Hicimos cuanto pudimos para que nuestro nuevo planeta fuese un jardín. Incluso llevamos al planeta las especies terráqueas más hermosas, mejores y más útiles, dejando las que podían hacernos desagradable la existencia.—Si ésta ser la historia de tu planeta, entonces cada individuo reflejarla, ¿verdad?—Sí, y yo también, hasta que me desterré y me hallé sin recursos. Hasta entonces gocé de una gran independencia. Dentro de los límites socialmente aceptables, que en realidad jamás admití, tuve una completa libertad de acción.—Tú romper esos límites...—Y perdí el control de mi vida. Es gracioso que los detalles de mi rebeldía sean ahora tan borrosos. Tal vez esto sea un efecto secundario de mi enfermedad. Bien, es divertido ver cómo una cosa sobre la que siempre pensé tener un control perfecto, mi mente, ahora parece huír de mí...—Tratar de relajarte. Seguir consejo de quien haber visto muchas cosas raras. Tú no controlarlo, tú aflojarlo.Ariel no pudo reprimir la risa.—Quieres decir que, cuando la locura es inevitable, es mejor relajarse y disfrutar...—No locura. Simplemente, dar a la mente más trabajo. Es lo que hacer Derec. Por esto él tener tantas ideas.—Ojalá pudiera creer que esto también me daría un gran bienestar —Ariel hizo una pausa para meditar sobre las implicaciones de la observación de Wolruf—. ¿Es eso lo que hace, pasando tanto tiempo con Lucius, cuando en realidad debiera estar planeando la forma de salir de este planeta infernal?De repente, Ariel se inmovilizó. Abrió más los ojos.—¿Qué pasar? —se alertó Wolruf.—No lo sé —replicó ella.—¿Otra visión?—Eso... eso espero —Ariel hizo una mueca, cerró los ojos y levantó la cabeza hacia el cielo.«No es real, pensó. Sólo es algo que imagino. Pero, si la realidad es una cosa que construimos, ¿cómo es posible tratar con las fuerzas que nos forjan?»Mas, aunque sabía que sus respuestas neurológicas quedaban fuera de toda razón, su yo físico continuaba respondiendo de manera realista a la sensación de un algo diferente, ancho y de seis patas, distintamente dentro de su vestimenta. Una cosa familiar. Aunque esta vez sólo había una, pero mucho mayor que las que recordaba. Mucho mayor.Se arrastraba hacia su estómago. La obligaba a abrir los ojos, esperando ver su vestido pegado normalmente a su torso. Y en cambio vio, con una claridad que tuvo que aceptar como real, la figura de una gigantesca hormiga metálica que se movía por debajo de su traje. El frío contacto de sus seis patas, cada una presionando delicadamente contra su piel, envió escalofríos de terror a través de su frágil mente, encerrada en una débil concha.La figura se movía distintamente, delicadamente, hacia delante. Ariel sintió el frío roce de una mandíbula contra su pecho, y contempló, en medio de un terror abyecto, como la parte anterior de la figura se movía hacia su seno derecho. Y se quedaba allí.Ariel chilló con toda la fuerza de sus pulmones, y corrió hacia adelante. Vagamente, sintió a Wolruf gritar a sus espaldas, pero estaba demasiado asustada para prestarle atención. No sabía hacia donde corría, pero si que debía hacerlo en línea recta.Saltó dentro del embalse.Permaneció allí unos momentos, conmocionada por la frialdad del agua, antes de recordar por qué se había zambullido. Frenéticamente, se arrancó los botones, los agrafes y las cremalleras de su vestido y empezó a palpar su piel en busca del insecto, a fin de atraparlo y ahogarlo.Pero no encontró nada. Con respecto a su ansia de venganza, se sintió defraudada. ¡Ah, había anticipado el placer de ver al insecto retorcerse, como tratando de huír de ella! Pero, en otro aspecto, se sentía enormemente aliviada. Podía soportar la demencia, pero el dolor físico le causaba pánico.Ariel se imaginó que tal vez la hormiga había sido real, al fin y al cabo, y que había saltado fuera de su vestido mientras ella corría. Pero el agua del embalse, sí no completamente clara, si estaba muy quieta. No había ninguna señal de movimiento bajo la superficie. Incluso la arena y la tierra que había removido al correr volvían a estar asentadas.Se tranquilizó con un esfuerzo visible, volvió a cerrar los ojos y esperó.Pronto estuvo razonablemente segura de que el insecto no había sido suficientemente real como para atacarla, pero continuó dentro del agua, para estar más segura. El agua le enviaba una especie de agujetas en el espinazo, pero ni siquiera esto podía obligarla a salir del embalse.Wolruf se sentó pacientemente en la orilla.—¿Estar bien otra vez? —inquirió la alienígena.—Creo que sí —fue la respuesta—. Tuve... tuve otra visión.—Lo suponía.—Creo que mi visitante ya se ha ído. Juzgo preferible considerar mis episodios en términos de visitantes. Así me resulta más fácil aceptarlos.—Muy bien. ¿No querer salir del agua? Poder enfriarte.—No. Es como una rebeldía, hacer una cosa que los robots tal vez desaprobarían.—Esperar yo contigo.—Gracias. Sólo tardaré unos instantes. Por muy a salvo que esté mi mente quedándome aquí, no creo que mi cuerpo resista mucho este frío.Algo la rozó. Ariel miró hacia abajo y vio que algo había agitado el fondo. Algo demasiado grande para ser una hormiga. Algo que era real.—¿Qué es esto? —exclamó.—¿El qué? —preguntó Wolruf.Pero Ariel no tuvo ya coraje para responder. Le castañeteaban demasiado los dientes. Reuniendo todo su valor, que era poco, metió la cabeza dentro del agua esforzándose por mantener los ojos abiertos en el líquido elemento.Un gran pedazo de metal yacía, medio enterrado, en el fondo del embalse. Las suaves corrientes lo habían extraído a medias de entre la arena, llevándolo hacia la orilla. Su rígida mano chocó contra la pierna de la muchacha.¿Su mano?Ariel, sin querer, inhaló cierta cantidad de agua por la nariz. Volvió a la superficie, escupiendo.—¡Ariel! —gritó Wolruf—. ¿Qué pasar?—¡Es un robot! ¡Hay un robot aquí abajo!—¿Y qué hacer ahí? —inquirió la caninoide, dirigiéndose hacia el borde del agua.—No lo sé. Creo que está muerto.—¡Los robots no pueden morir!—Tal vez éste sí. ¡Se parece a Lucius!  
CAPÍTULO 5OLVIDAR... ¿O QUÉ? Justo antes de amanecer, Derec se marchó a dormir, preguntándose qué sentiría cuando supiese quién era. Sabía que soñaría. Y que, como siempre, recordaría el sueño. A menudo buscaba entre las imágenes de sus sueños una pista de su identidad, figurándose que el subconsciente le estaba indudablemente señalando una información acerca del más personal de todos sus problemas. A menudo, soñaba que era un robot. En conjunto, esos sueños eran todos muy parecidos. Podían empezar estando él en una cápsula de supervivencia, o en la sala de diagnósticos de un hospital, o incluso en el dormitorio de la casa que poseía en Robot City para él y sus amigos. A menudo, descubría casualmente la Llave de Perihelion; abría el panel de una consola, o una alacena, y allí la hallaba, o incluso en su traje, y siempre la utilizaba.El lugar a donde iba invariablemente, le dejaba desanimado, o incluso desesperado, puesto que siempre se trataba de un sitio donde había estado las últimas semanas; sutilmente alterado, más amenazador, quizá, pero siempre fresco en su memoria. Jamás soñaba en un lugar donde hubiese estado antes de perder la memoria. Soñaba un accidente; caía por un abismo abierto a sus pies, o un robot obrero funcionaba mal y lo rajaba por la mitad, o sucedía algo terriblemente espantoso.Pero no sentía dolor. No había sangre. Examinaba su cuerpo lesionado y veía el esqueleto a través de una herida. Pero no los huesos, sino sólo la estructura esquelética. Y allí residía el verdadero mal.No tenía ningún hueso roto, ninguna carne desgarrada. Su piel era de plástico y su esqueleto de metal. En el lugar de los músculos había luces parpadeantes, y cables en vez de arterias.Y no sentía dolor, ni la ansiedad de vida o muerte por la herida, sino solamente un apremio, calmosamente todopoderoso, de reparar su cuerpo lo antes posible.Era aquí donde el sueño terminaba siempre, y Derec se despertaba, presa de un sudor frío, contemplándose la mano y preguntándose si no estaría programado que temblara por aquellos temores irracionales, temores que siempre había experimentado, a intervalos irregulares.Después, con algún esfuerzo, siempre volvía a dormirse, y, aunque no era un ser meditativo por naturaleza, invariablemente se preguntaba, sólo por un momento, después de pasar por ese sueño, si existía alguna diferencia entre sentir como un humano o como un robot.A veces volvía a repetir el mismo sueño con alguna variación.Esta noche, no obstante, mientras daba vueltas y más vueltas en la cama, el sueño fue algo diferente.No fue sorprendente que empezase en la plaza.Era de noche, y Derec estaba solo. No había nadie a la vista. Y, mientras miraba las versiones ligeramente más elevadas y levemente más atroces de los edificios en torno a la plaza, dudó de que hubiese nadie, ni siquiera en la ciudad.Pero algo faltaba. Intuía que, si bien la plaza estaba desierta, en realidad estaba más vacía de lo que debía estar.«Ahí debía de haber algo más». ¡El Disyuntor!¿Dónde estaba el Disyuntor?Derec contempló la plasticreta que se levantaba a sus pies y le inmovilizaba en el sitio. Experimentaba una sensación muy clara, de que sus pies se fundían con la plasticreta, y que las metacélulas comenzaban a funcionar en armonía con sus células biológicas. Derec logró contener el pánico, con un gran esfuerzo. No sabía qué temía más, si la conclusión del sueño, o el despertar antes de saber de qué se trataba.En cuestión de segundos, las metacélulas inundaron a Derec. Tan por completo se habían mezclado con las suyas que no sabía ya donde empezaban unas y terminaban otras.De manera extraña, se sentía más ancho, más alto, más sustancial, físicamente, en todos los aspectos. No podía ver ni moverse, pero descubrió que tampoco tenía ganas de hacerlo. Se había convertido en el Disyuntor, extrayendo energía de la luz estelar, transformándola, amplificándola y reflejándola. Ahora era más fuerte, más recio y más sólido que antes.Pero había perdido la mente. De pronto, había pasado de ser alguien a no ser nadie. Ni siquiera echaba en falta su sentido de identidad. No comprendía por qué había deseado recuperar la memoria. ¿De qué le serviría pensar y saber, si era tan fuerte y podía resistir a las mareas atmosféricas?Derec se despertó gradualmente, y su profunda sensación de desplazamiento mental se agravó por unos momentos, aquéllos en que su mente permaneció entre las regiones del despertar y el sueño. En realidad, aquellos momentos se alargaron durante un tiempo anormalmente largo. Tanto su futuro inmediato como su pasado estaban fuera de su alcance.Pero el futuro ya le llamaba. Derec comprendió, durante unos instantes, que oía unos golpes en la puerta. Recordó la cita con enfado. Era una lástima. Casi deseaba poder volver a dormirse. Sabía que haría buen uso del sueño.«Bueno, no puedo hacer nada por impedirlo».Se frotó los ojos.—¡Un momento! ¡No tardaré!Pero los golpes prosiguieron sin cesar, cada vez más insistentes. Derec acabó por enfadarse de veras. La persistente llamada, si procedía de un humano, resultaba descortés. Y los robots no tenían más remedio que ser corteses, fuesen cuales fuesen las circunstancias. ¿Qué clase de robot estaría dispuesto a golpear de un modo tan innecesario?«¡Oh, no! Me olvidé de Harry...»Se vistió apresuradamente, abrió la puerta y allí estaba Harry, de pie en el umbral.—Supongo que no habré llamado demasiado —se disculpó el robot—. Tengo cientos de preguntas que hacerte.—Y yo también he de formularte varias —replicó Derec, dejándole entrar—, aunque temo que nuestro tiempo será demasiado limitado.—Por tanto, supongo que interrogaste a Lucius hasta muy tarde, ¿verdad? —opinó Harry—. ¿Por qué conversar con ese genio, teniéndome a mí? —Una pausa y preguntó de nuevo—. ¿Fue bueno el interrogatorio? ¿Estaba de humor?Derec intentó ocultar la sonrisa. No deseaba alentar al robot, el cual no lo necesitaba, dicho sea de paso.—Creo que los dos sois muy importantes para mis estudios acerca de lo que les ha estado ocurriendo a los robots de este planeta. ¿Has traído a tus amigos?—¿M334 y Benny? No. Trabajan en un proyecto, y creo que desean que la naturaleza del mismo sea una sorpresa.—Y probablemente lo será —exclamó Derec, sarcásticamente—. Al menos —añadió—, sí los sucesos de estos últimos días han sido un indicio de ello.—Perdóname por anticipado, pero, ¿ha sido un intento de humor, esa observación?—No, en realidad no.—Comprendo. Debes entender que, a menudo, es difícil que un robot comprenda lo que significa el matiz de una voz humana —explicó Harry, con gran cortesía.—Fue una observación casual, un comentario pronunciado con cierta ligereza, actitud que frecuentemente da lugar al humor.—Sonaba sarcástica, al menos dentro de lo que yo entiendo de estas cosas.—¿De veras? Tal vez M334 debería estar aquí, al fin y al cabo. Nuestra charla de anoche fue vuestro primer contacto real con la raza humana, ¿no es cierto? —inquirió Derec, sacando una taza de café del suministrador.—Sí, y realmente fue muy venturosa.—¿De quién es ahora ese tono evasivo, Harry? ¿Cuánto tiempo han tardado tus circuitos en lograr el humor?—Desde la catástrofe de la réplica incontrolable que casi destruyó Robot City, y de la que tú nos salvaste. Muchas gracias.—¿Y desde entonces has estado persiguiendo ese objetivo, con la persistencia única que caracteriza a los robots?—¿Qué otra cosa podía hacer?—Sí, claro, qué otra cosa... ¿No se te ha ocurrido jamás pensar que incluso el humor tiene su tiempo y su lugar, que el ser humano normal no soporta que alguien responda siempre a una pregunta con una observación fuera de tono? Esto no tarda mucho en ser predecible, y puede provocar que una agradable situación social acuse rápidamente cierto deterioro. Lo cual es otra forma de decir que llega a aburrir, que es monótono, mundano, predecible.—No dar nunca la respuesta apropiada.—Los robots no pueden reír —replicó Derec, en tono misterioso, sorbiendo el café. Estaba amargo como la bilis, y era exactamente lo que sus nervios necesitaban.—Ya veo que has deducido el acertijo básico en que me encontré desde el momento de embarcarme en mi pequeño proyecto.—Créeme, es obvio. Pero, en serio, Harry, ¿cómo reaccionarías si yendo por una calle, súbitamente se abriese a tus pies un orificio humano y cayeras en él?—¿Qué es un orificio humano? ¿Alguna clase de referencia sexual?—Ah, no, un orificio humano es un agujero abierto en la calle, usualmente tapado, a través del cual alguien puede entrar en una alcantarilla o un sótano.—¿Estás seguro de que no hay nada sexual oculto en esa palabra? He estudiado diligentemente el arte del doble sentido, y todavía me queda mucho por captar; todo lo que sé de los temas sexuales de los humanos es el material proporcionado por el ordenador central.—Debo inspeccionar personalmente ese material lo antes posible. Pero, volviendo a nuestro tema, ¿cómo te sentirías, si cayeses en ese orificio?Harry casi se encogió de hombros.—Me sentiría como si cayese en un pozo.—En serio.—Mis circuitos de lógica me informarían que el final estaba cerca y, conociéndome, se cerrarían de forma ordenada, antes de sufrir la indignidad de una desmembración al azar.—Entiendo. ¿Y cómo te sentirías, si fueses andando por la calle y me vieses caer en un orificio artificial?—Lógicamente, esto me provocaría paroxismo. A menos, claro, que desaparecieses antes de que yo pudiera cumplir con lo ordenado por la Primera Ley.—Hummm... O sea que, en tal caso, tú te identificarías con mi pérdida de dignidad y, de ser tú humano, aliviarías tu ansiedad, riendo. Eso, antes de intentar salvarme. La cuestión es ¿cómo puedes aliviar tu ansiedad, si no puedes reír?—Todo el mundo puede encontrarlo divertido. Mis camaradas me lo comunican cuando creen que lo estoy haciendo bien.—Pero un cómico que cuenta chistes delante de un auditorio de robots no puede interrumpir su actuación, después de cada broma o chiste, para preguntar a los oyentes si lo hace bien o mal.—Hay otras maneras para conseguirlo. Es costumbre que los robots, en una situación formal, asientan con la cabeza si opinan que una cosa es graciosa. Al menos, esto es lo que intento conseguir que hagan.Derec apuró su café de un sorbo e, inmediatamente, pulsó el suministrador para una segunda taza.—Veo que has meditado en todo esto.—Sí, algunas veces.—¿Es esto un intento de ironía?—No, un chiste.—Creo que, para que otros robots hallen valioso tu sentido del humor, tendrás que inventar otros enfoques que alivien sus ansiedades robóticas. Claro que no sé cuáles pueden ser tales enfoques. Tal vez podrías reírte de sus debilidades. O podrías escribir y representar unos chistes escenificados acerca de un robot tan egocéntrico que, a veces, no comprende qué ocurre a su alrededor. Algunos personajes de Shakespeare poseen este rasgo y son humanos, pero es normal que un robot pueda exagerar las cosas hasta hacerlas risibles.—Te refieres a un individuo que entienda las letras de las palabras pero no los matices de su significado.—Pero el auditorio sí los comprendería. En su calidad de robots, tienen ansiedades positrónicas respecto a sus rasgos egocéntricos, mas ansiedades que se aliviarían si ellos se identificaran con tu personaje. Este individuo no tiene necesariamente que ser simpático, y hasta puede tener la clase de personalidad que a los robots les gustaría odiar, si fuesen capaces de tal emoción.—¿Qué clase de ansiedades tienen los humanos?—Me resulta difícil explicarlo. No me acuerdo de los humanos. Sólo he leído algunos libros. Algunos pasajes jocosos de Shakespeare, muchas de sus situaciones cómicas, poseenun humor ácido que hoy día hallo un poco desfasado, debido a los siglos que nos separan. Por eso supongo que, normalmente, hay cierta cantidad de ansiedad sexual en los seres humanos, y que una de las maneras de aliviarlo, o de aprender cómo hay que tratarlo, es el humor.Harry asintió, como si entendiese lo que le explicaba Derec.«Ah, si yo pudiera sentír lo mísmo, pensó el joven. Aquí me muevo en un terreno muy resbaladízo».—En ese caso, podrías explicarme un viejo chiste espacial, y yo intentaré contarlo en mi actuación.—¡De acuerdo!... Eh, ¿en tu actuación?—En mi actuación. Hasta ahora sólo he contado chistes a mis amistades... a camaradas que comprenden lo que intento hacer. Pero he preparado una representación para una próxima reunión.—¿Cuántos chistes tienes?—Un par. No he podido generar material original, y por eso he investigado los ritmos vocales de chistes ya existentes.—¿Para llenar el tiempo?—Sí, porque entiendo lo que incluye ese talento. No hay cintas que pueda examinar, aunque los textos de referencias contienen frecuentes entradas de este material.—Está bien, Harry —asintió Derec, sonriendo ante tales explicaciones; cruzando los brazos sobre el pecho, se inclinó contra la mesa—. ¡Adelante!—Seré lo más breve posible. Un día, tres hombres que se hallan en una cápsula de supervivencia están buscando un aterrizaje en el aeropuerto local. Llevan varios días extraviados y aguardan ávidamente su regreso a las comodidades de la civilización. Uno de ellos es un colono, otro un auroriano y el tercero un solario.Derec disimuló la sonrisa con la palma de la mano. El recitado de Harry era muy torpe, y algunos de sus gestos apenas tenían relación con lo que decía, pero se transparentaba un serio esfuerzo. Asimismo, la improbable combinación de las derivaciones de los tres protagonistas ya prometía una acción interesante. Históricamente, había mucha fricción social entre los tres grupos étnicos. A los aurorianos y a los solarios no les gustaban los colonos; y tampoco había excesivo amor entre los aurorianos y los solarios, especialmente desde que los últimos habían abandonado misteriosamente su mundo, desvaneciéndose no se sabía dónde. Derec tomó nota mental para hablar de esto con Ariel.—De modo que los tres hombres se hallan ya encima del aeropuerto espacial, cuando, de repente, una avería del radar hace que un carguero gigante se cruce directamente en la ruta de vuelo de aquéllos. Es inevitable un choque, y los tres hombres se preparan para los últimos momentos.—Una cosa muy lógica —opinó Derec.Inmediatamente, temió que sus palabras hubieran destruido el ritmo de Harry, y resolvió permanecer callado hasta el final del chiste.Harry, por su parte, continuó como si nada hubiese oído.—De repente, unos instantes antes del choque, los tres hombres quedan bañados por una luz amarilla... ¡y desaparecen en el aire! Miran a su alrededor y no divisan la cápsula, el carguero ni el aeropuerto. Se hallan en una especie de masa de luz azulada... frente a frente de un hombre extraño, que lleva una corona de ramitas con hojas en la cabeza. Ese hombre extraño lleva una barba blanca, viste unas prendas de saya y se apoya en un cayado de madera. Los tres hombres comprenden que se hallan delante de algún dios.»—Se me conoce en todas las esferas del tiempo y el espacio como El que Señala con el Dedo Voluble del Destino —dice el viejo—, y he venido para señalaros a vosotros.»Fiel a sus palabras, señala primero al colono.»—Vivirás algunos momentos más, pero sólo si prometes que no volverás a beber nada que contenga alcohol. Nunca. Tan pronto como tomes una sola gota, por muchos años que hayan pasado, sufrirás una muerte instantánea. ¡Lo entiendes!»—Sí, señor —afirma el colono—, aunque, ¿no es demasiado pedirle a un colono que renuncie a las delicias del alcohol por toda una vida?»—Tal vez sí —asiente El que Señala—, sin embargo, ésta es mi exigencia. Repito, tan pronto como un líquido que contenga alcohol toque tus labios, morirás como hubieras muerto en el choque.»—Bien, acepto —concede el colono, a regañadientes.»Y El que Señala apunta al auroriano.»—Tú debes renunciar a toda ambición, a toda avaricia.»—¡Acepto! —exclama ávidamente el auroriano—. Trato hecho»Y El que Señala mira al solario.»—Por fin, tú debes renunciar a todos los pensamientos sexuales, excepto aquéllos que hayas de mantener estrictamente a consecuencia de una boda socialmente aceptable.»—Perdóname, señor —le interrumpe el solario—, pero esto es imposible. ¿Ignoras que los solarios hemos terminado con todo eso? Debido a nuestros siglos de represión social y personal, que han finalizado hace muy poco, no podemos pensar más que en nuestra nueva libertad.»El que Señala frunce el ceño y sacude la cabeza.»—Esto no me concierne. Los tres sabéis ya mis condiciones. Las aceptáis o morís.»—Acepto—murmura el solario.»Hay otro destello luminoso y los tres hombres se hallan en tierra, al tiempo que, a lo lejos la cápsula de supervivencia choca espectacularmente con el carguero. Los tres experimentan un profundo alivio.»—Estoy encantado de que este episodio haya concluido —exclama el colono, secándose la frente—. Mirad, allí hay un bar. Venid conmigo y tomaremos un poco de licor para celebrar nuestra buena suerte.»El auroriano y el solario se muestran de acuerdo. Ambos desean beber un poco, y quieren ver qué le ocurrirá al colono cuando beba.»En fin, tan pronto como el colono se toma la primera bebida, muere en el acto.»—¡Por todas las galaxias! —exclama el auroriano—. El extraño hombre dijo la verdad. ¡Debemos largarnos de aquí!»El solario acepta, entusiasmado. Al salir, el auroriano percibe una joya muy valiosa debajo de una mesa vacía. El auroriano no puede resistirlo. Y, cuando se inclina para apoderarse de la joya... ¡el solario muere!Harry calló y, por más que Derec aguardó la continuación, era evidente que el chiste había terminado. Al principio no lo entendió y tuvo que visualizar la escena y lo sucedido «El auroriano se inclina... y el solario quebranta su palabra...»De repente, Derec estalló en una carcajada.—¡Ja, ja! ¡Muy bueno! ¡Muy sorprendente!—Lo entiendo, señor—asintió Harry—. Comprendo que la explicación induzca a creer que el auroriano será la próxima víctima, pero lo que no entiendo es lo que estaba pensando el solario para provocarle la muerte. El ordenador central no ha podido suministrarme material para que lo captase.¿Puedes explicármelo?—No, no. Realmente creo que hay cosas que un robot no debe saber.—¿Me concedes permiso para hacerle a Ariel la misma pregunta?—No, no antes de que yo le haga una pregunta bastante parecida —cogió a Harry por el brazo y empezó a llevarle hacia la puerta—. Ahora quiero que te marches. Ha de venir Lucius y me gustaría charlar con él a solas, si no te importa.—Encantado de servirte, señor —accedió Harry.Cuando Derec iba a abrir la puerta, ésta se abrió por sí misma desde el otro lado.Ariel, con el cabello mojado y el vestido pegado a su cuerpo, entró corriendo en la casa.—¡Ah, estás aquí! —exclamó.—¿Por qué no llamas nunca? —se irritó Derec. Luego se calmó, al comprender que se trataba de algo grave. Además, claro que no tenía que llamar. También vivía en la casa—. ¿Te encuentras bien?—Si, claro. Wolruf y yo hemos encontrado...—Bueno, ¡dispara ya!—Esta mañana estuve en el embalse —explicó ella, de prisa—. Hum... si, estuve en el embalse y encontré algo extraño. Era Lucius. Su cerebro positrónico está parcialmente destrozado.—¿Qué dices? —gritó Derec, notando que la habitación le empezaba a girar.—Han saboteado deliberadamente a Lucius. En el más alto grado. Casi podría decirse que ha sido asesinado.—Ridículo —murmuró Harry, tranquilamente—. Sólo un forastero podría haber cometido este crimen, y eso es imposible. La ciudad habría respondido a una presencia extraña.—No necesariamente —retrucó Derec, pensando en el doctor Avery, que tenía una oficina en el planeta y cuya llegada, con toda seguridad, no activaba los aparatos de alarma de la ciudad.—No fue un accidente —aseguró Ariel, tajantemente—. Creo que tú, Derec, estarás de acuerdo en ello. Wolruf supervisa a los robots que traen el.. ah... el cadáver. Así lo veréis por vosotros mismos.—Vosotros debéis saber —manifestó Harry—que un robot jamás hará daño a sabiendas a otro robot. Sólo vosotros dos y la alienígena sois sospechosos.Derec se frotó la barbilla pensativamente.—No, no existe ninguna ley que prohíba que un robot le haga daño a otro. En realidad, un robot no tendría elección si creyese realmente que un humano va a quedar perjudicado, como resultado de su falta de acción. ¿Dónde está Mandelbrot? —preguntó mirando a Ariel—. ¿Y Wolruf?—Supervisando a los robots que traen a Lucius.—Por favor, Harry, márchate inmediatamente. Más tarde terminaremos nuestra conversación.—Está bien —convino el robot, dirigiéndose hacia la puerta—. Pero me siento obligado a hacerte una advertencia: ¡No has visto mi presencia por última vez!—¿Es real ese robot? —preguntó Ariel, cuando Harry hubo desaparecido.—Eso temo —asintió Derec—. ¿Estás segura de que tratamos con un caso deliberado de desactivación... y no de un accidente?—No... pero, Derec, el rostro de Lucius estaba machacado en varios sitios. A mí me parece un caso deliberado, como si alguien hubiese intentado que no fuese identificado.—Lo cual es imposible, porque la mayor parte de las piezas tienen números de serie, que pueden ser comprobados.—Exacto. Por consiguiente, quien haya ejecutado esa locura, arrojando después a Lucius al embalse, debió hacerlo con la esperanza de que no fuese encontrado. O, si lo era, que estuviese tan oxidado que los números de serie estuvieran parcialmente borrados.—Y, a menos que hallemos a un intruso no identificado, lo cual parece muy improbable, el responsable fue un robot.—Muy extraño, ¿verdad?Derec asintió.—Completamente. Y tú, ¿qué hacías en el embalse?Ariel se ruborizó, aunque Derec no supo si de furor o de embarazo.—Fui a... a nadar.—¿Completamente vestida? Oye, ¿has estado perdiendo peso, eh? —preguntóle Derec, examinándola de arriba abajo.—Oh, Derec, pensar en esas cosas en estos momentos, cuando Lucius...—Lo sé, terminó muy pronto su carrera. La galaxia ha perdido a un gran artista. Trágico. Sencillamente trágico. No puedo por menos de reírme, Ariel. Es la úníca manera de tratar este asunto. Y, por el momento, no me importa entenderlo o no. Por consiguiente, quédate quieta y déjame pensar.Ariel parpadeó, sorprendida, y echó la cabeza hacia atrás, como si Derec la hubiese amenazado con un golpe. Pero le obedeció y calló.Derec se dedicó a contemplar la pared, y trató de recordar cuándo él y Mandelbrot se habían separado de Lucius. Quedaban unas horas para que amaneciera. ¿Había dicho algo Lucius acerca de adónde iba, o lo que pensaba hacer? Nada en particular que Derec recordase, sino que iba a relajarse antes de empezar a trabajar en su nuevo proyecto. No, aquí no hay ninguna pista. Lucius, ciertamente, no podía haber profetizado, ni siquiera sospechado, que iban a asesinarle.«Hum... ¿Acaso puede tildarse de asesinato, la destrucción de un robot?, se preguntó el joven. ¿o asesinato es un térmíno demasiado fuerte, hablando de una máquina, sea cual sea su grado de sofisticación?»Unos momentos después, no obstante, Derec comprendió que no reflexionaba sobre el incidente, sino que estaba reprimiendo una profunda sensación de ultraje. En las pocas horas que habían pasado juntos, Lucius había empezado a significar algo muy especial para él. Cierto, cabía la posibilidad de que estuviese reaccionando con exageración, a causa de su bien establecida afinidad con los robots, pero, durante todo el período de su vida que recordaba, siempre había demostrado una apreciación especial por la vida inteligente, en todas sus manifestaciones.«Lucius era un robot, se dijo. Pero temo que nunca más volveré a verlo tal como era».Derec se dio cuenta de que acababa de parafrasear unos versos de Shakespeare Hamlet. Esto le recordó la promesa hecha a Lucius y meditó acerca de las implicaciones de su promesa durante varios minutos, hasta que llegaron Mandelbrot y Wolruf, acompañando a los robots que llevaban los restos de Lucius que dejaron encima de la mesa. Evidentemente, Mandelbrot o Ariel debieron decirles a los otros robots que se marcharan, porque Derec no recordaba haber dado tal orden.Durante un rato, estuvo contemplando la cabeza machacada y deformada. Derec esperaba descubrir que se trataba de un error, que no se trataba de Lucius en absoluto, sino de otro robot. Pero las dimensiones eran las mismas. El modelo era igual. El color, exacto. Los únicos rasgos de identificación que todos los robots de la ciudad poseían también eran idénticos, hasta cierto punto. Y, por encima de todo, Derec, en lo más profundo de su ser, estaba convencido de que era Lucius.Sí, Lucius había muerto. Asesinado. Le habían quitado los circuitos de lógica de su cerebro positrónico con suma precisión. Pero habían dejado módulos de personalidad en la cavidad cerebral, a fin de que quedasen permanentemente dañados en el embalse. Por tanto, las grandes capacidades de lógica todavía podían existir, aunque era probable que ya jamás se lograse restablecer la interacción entre cuerpo y cerebro. La personalidad había desaparecido para siempre.—Perdonadme todos —dijo Derec, en voz alta, dándose cuenta de que sus amigos le estaban mirando y esperando sus reacciones—. Me gustaría estar a solas unos momentos con Lucius.Fue en cuanto todos se hubieron marchado cuando Derec lloró. Lloró de lástima y remordimientos, no por Lucius, sino por sí mismo. Según recordaba, era la primera vez que lloraba. Cuando terminó, se sintió mucho mejor, aunque no demasiado, pero ya tenía una idea de lo que debía hacer y a quién buscar para obtener una respuesta.Derec encontró al robot de ebonita en la plaza que mentalmente llamaba del Disyuntor. En torno al edificio había varios robots, de modelos diversos y niveles de inteligencia distintos, observando los colores que reflejaba la luz del sol en variados matices. Ocasionalmente, los reflejos destellados por los planos lisos del edificio relucían sobre los robots y las otras casas. El efecto de conjunto del Disyuntor era más restringido a la luz del sol. Y era indudable que esto también formaba parte del plan de Lucius, para permitir que el edificio fuese controlable y, por consiguiente, más seguro durante el día, mientras que de noche desencadenaba todas sus verdaderas energías. Derec tendría que descubrir con qué principio funcionaban las baterías solares.Esta era otra cuestión que Lucius ya no podía contestar personalmente, por muy interesante que fuese a nivel científico; aunque no lo parecía tanto, a la luz de los últimos acontecimientos.El robot de ebonita estaba al borde del perímetro de la plaza. Su cabeza jamás se volvía hacia el edificio, sino que miraba a los otros robots, como buscando algún significado a su actividad. O quizás a su falta de actividad. El robot se veía muy recto, muy erguido, muy alto, con apenas un matiz que Derec pudiese calificar de remotamente humano. Le resultó fácil imaginárselo con una capa negra colgándole de los hombros, y aún más fácil figurárselo de pie en una colina contemplando, desafiante, el inicio de una tormenta.«Sopla viento y quiebra tus mejillas», murmuró Derec para sí, recordando unas líneas del Rey Lear, de Shakespeare.Tratando de parecer casual, como si simplemente estuviera dando un paseo, Derec se acercó al robot de ebonita.—Perdona —le espetó—, pero, ¿no te vi anoche, aquí mismo?—Es posible, señor —replicó el robot, inclinando la cabeza y los hombros ligeramente, como fijándose en la presencia del humano por primera vez.—¿Con todos esos otros robots?—Estuve en la plaza, pero mis circuitos no registran el hecho de que estuviese con los otros robots.—Veo, por tu insignia y modelo, que eres un robot supervisor.—Cierto.—¿Cuáles son tus deberes exactamente? —quiso saber Derec, con tono casual.Con un giro de su cabeza, el robot miró al Disyuntor y aguardó, dejando como un abismo de silencio entre los dos, buscando, según pensó Derec, un efecto dramático. Habría una respuesta, pero también era necesaria aquella pausa. Derec empezó a sentir seriamente un nudo en el estómago.—Mis deberes son diversos —respondió por fin el robot de ebonita—. Estoy programado para discernir cuáles son las cosas que hay que hacer y hacerlas o, de lo contrario, impedir que se hagan.—¿Todo dejado a tu discreción?—Soy un supervisor especialmente programado. Esta ciudad requiere cierta cantidad de comprobaciones, si se desea dirigirla con plena eficacia. Si una máquina se estropea gradualmente, un supervisor tal vez no lo observe al momento, por suceder tal cosa durante sus rondas diurnas. Se acostumbra quizás a la situación y ni siquiera se fijará en el defecto, mientras que yo, con mis bancos de memoria extra agudos y mis sensores, capaces de percibir los niveles individuales de metacélulas, lo observaría inmediatamente.—Naturalmente, una vez hayas visto el problema.—Naturalmente. Dudo que un humano pueda reparar una máquina antes de saber si está estropeada.—No nos subestimes.—No pienso hacerlo, señor. Pero no creas que mi única función sea actuar como buscador de fallos mecánicos. Mis tareas varían según cada situación. A menudo, el ordenador central me llama para aportar asistencia visual y cognoscitiva, si hay algún problema en la eficiencia robótica; no porque mis camaradas funcionen a menos eficiencia de la debida, sino porque, a veces, no pueden estar seguros de dirigir sus energías con el máximo aprovechamiento.—¡O sea que eres un solucionador de problemas! Ayudas a buscar soluciones a los fallos imprevistos del programa del ordenador central.Derec se recostó contra un inmueble y vio cómo el Disyuntor se balanceaba, como un globo bajo una poderosa brisa. Se sentía como la persona a la que alguien ha golpeado en la nuca con una llave inglesa. Sus pulmones parecían hechos de papel. Los tobillos eran como huesos convertidos en goma elástica. Al principio, estuvo demasiado asombrado para detestar al robot de ebonita, pero ese sentimiento fue creciendo de punto, mientras estaba apoyado y trataba de ordenar sus pensamientos.«Este robot tiene que tomar decisiones, meditó. La naturaleza de su trabajo pide una creatividad analítica. Podría haber considerado el Disyuntor tan revolucionario para la psiquis robótica que constituyese un obstáculo para los deberes de los obreros. Y entonces... entonces, este robot de ebonita se habría visto obligado a actuar respecto a Lucius.»No hay nada en las Tres Leyes que impida que un robot perjudique a otro. En realidad, las situaciones de la Primera Ley y las órdenes de la Segunda podrían requerirlo. Aunque esto no es ninguna prueba».Por un momento, Derec se preguntó si jamás la obtendría. Tendría que observar al robot algún tiempo, hasta comprobar las anomalías, tanto mecánicas como psicológicas. Lo que haría después debería decidirlo una vez conocidos todos los datos. Era posible que el robot de ebonita no hubiese podido obrar de otro modo.Claro que también era posible que las Tres Leyes hubiesen sido un factor significativo, que, una vez el robot hubiese emprendido un curso lógico, lo hubiese seguido rigurosamente, hasta un final predestinado por la tragedia.—Dime —le rogó Derec, esforzándose por mantenerse de pie—, ¿tomas alguna vez la iniciativa, cuanto te encuentras con problemas de identificación?—Si te refieres a si puedo señalar un fallo potencial antes de que el ordenador central se dé cuenta, la respuesta es afirmativa. Estas ocasiones, no obstante, son muy raras, y a menudo muy obvias.—¿Son obvias, pero tú no eres el ordenador central?—¿Cómo?—¿Tomas también la iniciativa en la solución de problemas?—Sí, y el ordenador central también tiene que sintonizarlos.—Pero no siempre.—Ya veo que debo ser exacto en esto. El ordenador central sólo ha sintonizado a la perfección tres de mis cuarenta y siete soluciones. ¿Te he satisfecho con mis respuestas, señor?—¿Cuarenta y siete? Son muchos problemas, y éstos son tan sólo los que descubriste tú por tí mismo, ¿verdad?—Robot City es moderna, señor. Indudablemente, habrá muchos fallos en su sistema antes de que funcione con una eficacia absoluta.—Y, ciertamente, tú piensas contribuír a ello, ¿no es verdad?—No puedo hacer otra cosa, señor.—Entiendo —asintió Derec—. A propósito, ¿cómo te llamas?—Canute.—Dime, Canute ¿cómo calificarías, según su eficiencia, a un robot que deliberadamente desconectase a un camarada?—Señor, tendría que ser seriamente examinado. Aunque es posible que, por la Primera o la Segunda Ley, se le permitiese tal acción.—¿Sabes que alguien, presumiblemente un robot, desconectó anoche a Lucius? ¿Qué le dejó más allá de toda reparación?—Claro que lo sé. Las noticias viajan muy de prisa por los intercomunicadores.—O sea que lo supiste por otros robots.—Señor, ¿por qué no me preguntas directamente si yo fui el robot responsable del hecho? Ya sabes que tengo prohibido mentir.Las palabras de Canute cayeron como un cubo de agua fría en la cara de Derec. Su forma directa de enfrentarse con el problema le dejó asombrado.—Yo... ¿cómo sabías que mis preguntas se dirigían a este punto?—Por tu línea de interrogación, resultaba obvio.—Ya veo que posees capacidades deductivas muy avanzadas.—Es un requisito de mi línea de trabajo.«Hum... creo que éste puede ser la clase de robot que necesito».Dejando de lado, con una gran fuerza de voluntad, sus sentimientos hacia Lucius, Derec pensó en Ariel y en la posibilidad de que Canute, que realizaba su saltos intuitivos desde un marco de trabajo sólidamente práctico, podría ser el que le ayudase a diagnosticar y a curar la enfermedad de la joven. Es decir, una vez quedasen reajustados sus márgenes mentales de referencia.Esto sería difícil, porque representaría admitir la gravedad de su error, sin provocar daños positrónicos en el proceso. Ya que, en esta eventualidad, Canute no sería capaz de reparar ni un pedazo de papel.Por tanto, un abordamiento directo quedaba fuera de causa. Derec tenía que cumplir una promesa.—Canute, tal vez no lo creas, pero estaba buscando un modelo como tú.—¿Señor...?—Sí. Tengo en mente un tipo específico de construcción que me gustaría ver pronto erigida. También quisiera que fuese lo más permanente posible. Creo que su presencia enriquecería la vida de Robot City.—Entonces, estoy dispuesto a ayudarte en lo que gustes. ¿Qué clase de edificio tienes en tu mente?—Un teatro al aire libre. Más tarde te daré todos los detalles, pero deseo ver una elaboración funcional en el proyecto. Y quiero que tú generes las opciones de algunos detalles. En realidad, insisto en ello. ¿Entendido?—Sí —asintió Canute, bajando ligeramente la cabeza—. ¿Puedo preguntarte por qué deseas erigir un teatro?—¿Has oído hablar de Hamlet?  
CAPÍTULO 6EL MUNDO DE LA COMEDIA Canute tenía razón en una cosa las noticias viajaban muy de prisa por los intercomunicadores. Al volver a su casa desde la plaza del Disyuntor, apenas Derec traspuso el umbral de la puerta, Mandelbrot empezó a hablar.—Master Derec, ¿dónde estabas? Me han asaltado a peticiones de que te ayude en tu último proyecto. Temo que, a falta de información suficiente, me vi obligado a decirle a todo el mundo que se espere. Supongo que hice bien.—Sí —asintió Derec, tendiéndose en el diván—. ¿Dónde está Ariel?—Se fue a su habitación. Murmuró algo acerca de soñar con su Shakespeare.—Supongo que diría meditar en Shakespeare.—Si tú lo dices...—No estás muy fuerte en idiomas humanos, ¿verdad, Mandelbrot?—No estoy ni fuerte ni débil cuando converso con vosotros. Pero supongo que te refieres a que me resulta difícil a veces traducir los peculiares matices superficiales en términos prácticos. Por ejemplo, ¿cómo puede alguien meditar en una persona que es historia pasada? A este respecto, a veces tengo problemas de comunicación. Pero, respecto a ese proyecto tuyo...—De acuerdo, te lo contaré. Aguarda... ¿Dónde está Wolruf?—Con Ariel. Creo que Wolruf está realizando alguna tarea. Perdona si me equivoco en los términos, pero Wolruf es la entrenadora de Ariel.—Chist... calla y escucha.Derec oyó, muy débilmente, a través de la puerta cerrada, cómo Ariel recitaba un parlamento de Ofelia.—ffjoh, qué noble mente está aquí! El ojo, la lengua, la espada del cortesano, del soldado, del sabio; la expectación y el despertar del Estado justo, el cristal de la moda y el molde de la forma, el observador de todos los observadores está... está...»—Destruido —le apuntó Wolruf en voz alta, en nada parecido al susurro de un apuntador teatral.—¡Destruido, completamente destruido! —terminó Ariel entusiasmada.—Bueno —comentó Derec—, creo que el segundo papel del reparto queda adjudicado.—¿Reparto, master Derec? —se extrañó Mandelbrot—. ¿Tienes que dar algo a otros?—No, nada de eso —negó Derec, riendo ante la confusión del fiel robot. —Ignoraba que fueses tan dadivoso —insistió Mandelbrot.—Es otra cosa. Escucha, dime ahora qué le harías al robot que desmembró a Lucius.La súbita imagen del robot tendido detrás de la puerta cerrada envió un trémolo de pérdida y pesar a las venas del joven. Y también de terror. Nunca había pensado que los robots pudieran morir. Siempre supuso que eran inmortales, más que la vida misma.—Perdona, master Derec, pero no haría nada por mi cuenta. Me limitaría a seguir tus instrucciones.—¿Y si yo no estaba presente para dártelas? ¿Y si tuvieras que decidir por ti mismo?—Primero solicitaría una explicación al robot, y me enteraría de las justificaciones de sus actos, si es que las tenía; especialmente en lo referente a su relación con las Tres Leyes.—Pero no existe ninguna ley en contra de que un robot perjudique a otro robot.—Naturalmente, y el robot en cuestión tal vez haya actuado obedeciendo a su amo. Aunque sospecho que no es éste el caso, ahora.—Bueno, sí...—Después de obtener las explicaciones, adoptaría el curso más seguro, encerraría al robot hasta poder realizar las reparaciones más convenientes, o hasta recibir instrucciones de procedencia humana.—Lo cual tomaría mucho tiempo, particularmente aquí, en Robot City.—Pero no haría mal alguno. Tras la reactivación, si fuera esto lo que se decidiese, el robot se comportaría como si se le hubiese desconectado para una limpieza el día anterior.—Huuummmm... Pero, ¿y si había algo que necesitases del robot?—Dependería de lo que necesitase, y hasta qué punto lo necesitase.—Me alegro de que opines así... aunque ya sé que no puedes opinar; pero saber que tus circuitos de lógica concuerdan en cierto modo conmigo... creo que hace que me sienta mejor.Acto seguido, le explicó a Mandelbrot su teoría, según la cual un robot creativo, con inclinación científica, tal vez fuese capaz de trazar un diagnóstico que ayudase a curar la enfermedad de Ariel.—¿Cómo sabes que Canute posee talentos científicos?—No lo sé. Pero podría utilizar su mente para conseguir saber más respecto a lo que sucede a los robots en este lugar. Y necesito hacerlo, lograr que Canute admita su error sin que se trastorne en el proceso. Éste es uno de los motivos por los que voy a presentar esta obra.—¿Qué obra?—Hamlet, de William Shakespeare. Calla y escucha.La voz de Ariel surgía a través de la puerta, amortiguada pero bastante clara, al repetir y continuar el discurso que había ensayado antes, esta vez más alto, con cadencias más confiadas.—«Y yo, entre las damas la más abyecta y más desazonada, que succionó la miel de sus juramentos musicales, ahora veo que la razón más noble y soberana, como el tañer de dulces campanas, están fuera de tono, suenan con dureza».—Hermoso, ¿eh? —ponderó Derec.—¿Las palabras, o cómo las pronuncia Ariel?—¿Has hablado con Harry?—Master Derec, no entiendo tu implicación.—No importa. Bien, usaré esta tragedia como una varita mágica, a fin de atraer a todos los robots con tendencias creadoras al mismo sitio, para trabajar en un proyecto de grupo y ver cómo se desarrolla. No sé qué ocurre aquí, en la ciudad, pero, sea lo que sea, lo pondré debidamente en claro.Alguien llamó a la puerta.—Abre, ¿quieres? —se volvió hacia el aposento de Ariel—. ¡Ariel! ¡Te habla tu director escénico! Sal de ahí, ¿quieres?—¿Oh...? ¿El director? —repitió Ariel, saliendo rápidamente, seguida por Wolruf—. Entonces, ¿quién será el protagonista?—Oye, cuando te enteraste de esta producción, ¿cómo supiste que tú serías Ofelia?—Porque está claro que poseo las calificaciones físicas y mentales requeridas. ¿Quién mejor que una chica que se está volviendo loca para interpretar a Ofelia, que en la obra pierde la razón? Naturalmente, ignoro quién será la madre de Hamlet, pero éste no es mi problema, ¿verdad?«Al  menos, conserva el sentido del humor...», pensó Derec.—Bueno —dijo, en voz alta—, yo soy tu director... y el protagonista.Ariel sonrió e inclinó la cabeza.—A su servicio, señor director.—Master Derec...—Sí, Mandelbrot.—Perdona la intromisión, y tú también mistress Ariel, pero Harry, Benny y M334 están en la puerta. Dicen que tienen que ofrecerte unas tunas...—¿Unas tunas? —intervino Wolruf—. No es una palabra bonita, en mi mundo.—Ya, pero quién sabe qué significa aquí —respondió Ariel—. Que pasen, Mandelbrot.—Sí, supongo que, cuanto antes empiece a buscar el reparto y los tramoyistas, tanto mejor —agregó Derec.Entraron los tres robots, cada cual llevando un objeto, al parecer de latón. A Derec le parecieron sumamente raros tales objetos. M334 sostenía una especie de tubo con dos docenas de clavijas, y lo que parecía ser una boquilla en un extremo. Evidentemente, era un instrumento de viento, aunque resultase muy difícil adivinar qué sonidos dejaría oír. Derec no podía imaginárselo.Tampoco sabía qué clase de sonidos cabía esperar de los instrumentos que llevaban los otros dos robots, más pequeño el de Benny que el de M334, pues podía ser fácilmente sostenido con una sola mano; en lo alto había tres espitas, o algo por el estilo, seguramente para modular la contextura sónica. El aparato de Harry era el más recto y más largo de los tres, y poseía un mecanismo deslizante, evidentemente para acortar o alargar el tubo a voluntad del músico, y también, presumiblemente, para modular los sonidos.—Buenos días, señor —saludó Benny—. Suponemos que interrumpimos tus preparativos...—Diantre —exclamó Ariel—, aquí viajan de prisa las noticias...—Tú lo descubriste, ¿no es cierto? —preguntó Derec.Ariel se encogió de hombros.—Lo supe por Wolruf.—¿Y cómo te enteraste tú, Wolruf? —quiso saber Derec.Wolruf se limitó también a encogerse de hombros, lo que hizo que le temblase todo el cuerpo.—... y hemos pensado que podíamos mostrarte, señor, el resultado de un proyecto que hemos estado desarrollando, en vez de relajarnos durante nuestro tiempo libre —acabó Benny, como si nadie hubiese dicho nada.—Ah, ¿y cuál es la naturaleza de ese proyecto? —inquirió Derec, suspicazmente.—Originalmente, era tan sólo musical —aclaró Benny.—Pero, cuando nos enteramos de que planeabas hacernos colaborar en una representación en forma de arte humano, investigamos y descubrimos que la música solía ser una parte importante de tales funciones —finalizó Harry.—Lo cual resulta particularmente afortunado —añadió M334—. Pensamos, tal vez presuntuosamente... pero, ¿cómo podríamos saber que nuestra música podría contribuir eficazmente a la empresa si nos absteníamos de preguntarlo?—Hum... ¿Qué clase de música intentáis tocar con estos instrumentos? —quiso saber Ariel—. ¿Nuevas fugas aurorianas? ¿O ectovariaciones trantorianas?—Algo parecido al estilo terráqueo —respondió Harry.—¿Queréis decir de la Tierra? —exclamó Ariel, con incredulidad.La cultura terráquea no estaba muy bien considerada en los círculos espaciales.—Shakespeare era de la Tierra —aclaró Derec.—Sí, pero tuvo la suerte de poseer talento —objetó Ariel—. No es posible decir lo mismo de casi todos los demás artistas terráqueos.—Tal vez juzgáis nuestras aspiraciones con demasiada dureza —manifestó Benny.—Sí, deberías juzgarnos después de oírnos tocar —agregó M334.—Y entonces tendríais motivos para criticarnos —adujo Harry.Ariel miró a Derec.—Era una broma —dijo éste.—¡Y creo que muy buena! —exclamó Wolruf.Acto seguido, los tres robots aplicaron magnéticamente los labios artificiales, computarizados y flexibles, a sus rejillas del habla. Los labios estaban conectados por cables eléctricos a las cavidades positrónicas, y Derec se dio cuenta, al instante, por la forma cómo los robots movían los labios y soplaban por ellos, que éstos respondían directamente al control del pensamiento.«Igual que labios reales», pensó Derec, mordiéndose el suyo inferior, como para asegurarse de ello.—Perdonadme, pero, antes de que empecéis a tocar, quiero saber cuál es el nombre de esos instrumentos.—Esto es una trompeta —indicó Benny.—Un saxofón —señaló M334.—Y un trombón —terminó Harry.—Y, a guisa de introducción —continuó Benny—, la pieza que ahora nos gustaría interpretar es una antigua composición que data de menos de cuatrocientos años después de Shakespeare. En realidad, data de la época de la música grabada, si bien no existen cintas disponibles a través de la central; por ello, sólo podemos presumir la forma en que tocaban estos instrumentos examinando los papeles de música.—Lo que queda de ellos —concluyó Harry—. Casi toda la pieza será improvisada.—¡Oh! ¡Ah! —exclamó Ariel. Luego, llevándose una mano a la frente, pensó «Debo estar delirando.»—La pieza que nos gustaría interpretar es lo que las cintas de referencia mencionan según el lenguaje de la época, como una balada. Su compositor fue un humano llamado Duke Ellington, y la canción se llamaba Bouncing Buoyancy.«Creo que no me gustará», pensó Derec.—¡Adelante, MacDuffs! —gritó, agitando la mano.Los robots empezaron a tocar. Al menos, esto fue lo que los dos humanos y la alienígena pensaron que intentaban hacer. La forma musical era tan radicalmente diferente de todo cuanto habían experimentado, la melodía tan irregular y extraña, tan llena de tonos casuales, de tartamudeos y vacilaciones, que sigue siendo objeto de conjetura lo que los robots intentaban exactamente.La trompeta de Benny llevaba la parte de tenor, con una sucesión de notas que, ocasionalmente, llegaban al oído como perfectas. El ruido que hacía el instrumento parecía el ulular de una sirena, grabado al revés. Tan alta era su frecuencia que Derec llegó a temer que sus orejas empezaran a sangrar. Las notas, por otra parte, parecían poseer cierta lógica interna, como si Benny supiese adónde iba, pero sin saber cómo llegar al sitio.Harry, en el trombón, y M334, en el saxofón, intentaban darle a Benny un fondo sólido; torpemente, tocaban ocho octavas más altas de una armonía monótona, una y otra vez. Casi lo conseguían, y tal vez sus fallos no habrían sido tan claros si, circunstancialmente, hubiesen logrado iniciar y terminar la octava al mismo tiempo.EL trombón tendía a sonar como una frambuesa exquisitamente artificial surgida surrealísticamente de la boca de un irritado asno. El sonido del saxofón, mientras tanto, se parecía al gorgoteo de una bandada de gansos bajo el agua. El efecto de los tres instrumentos combinados era tal, que Derec se preguntó por un momento si los robots no habrían efectuado una violación de un tratado interplanetario sobre armamentos.Derec pasó el primer minuto hallando la música terriblemente atroz, sin el menor valor social. Era un ruido de la peor clase, o sea, un ruido que pretendía ser otra cosa. Pero gradualmente, empezó a percibir de una manera vaga el ideal que los robots perseguían. La música, sin tener en cuenta cómo la interpretaban ellos, poseía una alegría sencilla que rápidamente se tornaba contagiosa. Derec descubrió que su pie iba llevando el ritmo de la música, Ariel movía la cabeza pensativamente, Wolruf había ladeado la suya y Mandelbrot seguía tan inescrutable como siempre.La mente de Derec se distrajo unos instantes, preguntándose si podría conseguir un espécimen de aquellas boquillas, semejantes a labios, para ayudar a los robots a expresar las emociones humanas durante la producción teatral. El hecho de que la mayoría poseyeran caras inmóviles, incapaces de la expresión más rudimentaria, destruiría la ilusión, a menos que él imaginase algún medio de usar aquella inflexibilidad para obtener un efecto espectacular. Se imaginó una serie de labios retorcidos por la risa en la escena de los actores que actúan ante Hamlet, y para expresar el terror ante el fantasma del padre, y también por la angustia, a la vista de todos los muertos que habían de alfombrar el escenario. «Bueno, es una idea», se dijo, volviendo su atención a la música.El arreglo musical concluyó con los tres instrumentos tocando simultáneamente el tema principal. Teóricamente. Los robots se quitaron las boquillas de los labios con un floreo y adelantaron los instrumentos hacia el auditorio.Derec y Ariel se miraron mutuamente.«Tú eres el director, di algo», expresaba ella, mudamente.—¿Qué tal te ha sonado el número, señor? —quiso saber Benny.—Hum... ciertamente, algo fuera de lo común. Creo comprender lo que pretendéis, y tal vez me gustaría, si lo consiguierais. ¿No estás de acuerdo, Ariel?—Oh, sí, decididamente sí.Lo que la joven quería decir era «Lo dudo seriamente.»—¿Esto ser Hamlet? —preguntó Wolruf.—Pues no lo sé —respondió Derec—. Supongo que ese tal Ellington compuso otras piezas, ¿verdad?—En una gran variedad de modos y estilos –aclaró Benny.—Todas adaptables a nuestros instrumentos –añadió Harry.—Lo estaba temiendo —se asustó Derec—. Pero no os preocupéis. Estoy seguro de que mejoraréis con la práctica. Bien, supongo que éste era vuestro proyecto secreto, ¿no es así, Benny?El aludido se inclinó de una manera harto extraña para un robot.—Yo, personalmente, construí mi instrumento y los otros dos, y les enseñé a mis colegas los conocimientos que poseía respecto a la manera de soplar en ellos.—Quitaos esos labios. Os dan un aspecto muy raro.Los robots obedecieron.—Master Derec —dijo entonces Mandelbrot—, ¿dónde podremos hacer la actuación? No creo que la ciudad posea instalaciones teatrales.—No temas. Ya me he ocupado de eso. Ahora ya conozco al robot que puede diseñar un teatro perfectamente adecuado para los habitantes de Robot City. Sólo que él no lo sabe, todavía.—¿Cuál es ese robot, master Derec?—Canute, ¿quién, si no? —sonrió Derec—. Oh, sí, ve a buscar a Canute. Dile que venga inmediatamente. Deseo que escuche esa murga de rebuznos.—Cada época tiene terrores y tensiones diferentes —decía Derec, unos días más tarde, en el escenario del Nuevo Globo—, pero todas se enfrentan con el mismo abismo.Hizo una pausa para observar el efecto que sus palabras causaban a los robots acomodados en las butacas colocadas delante del proscenio. Había creído que eran unas palabras tremendamente profundas, pero los robots se limitaron a mirarle como si él hubiera nombrado los símbolos de una ecuación sin sentido, sólo interesante porque la había pronunciado un humano.Se aclaró la garganta. Sentados en unos asientos laterales se hallaban Ariel y Mandelbrot. Ariel tenía un cuaderno en la mano, pero Mandelbrot, a quien Derec había nombrado encargado de guardarropía, no necesitaba ninguna libreta, ya que su inmensa memoria llevaría la lista de todo lo necesario para la obra, sin necesidad de anotarla.Wolruf estaba sentada en una silla, lamiéndose una pata, detrás de los otros dos. Había insistido en ser el apuntador, o entrenadora, como decía, y como tal había pasado muchas horas apuntando a Derec y Ariel, cuando ambos memorizaban sus versos, tarea que, el joven temía, distaba mucho de ser completa.Volvió a aclararse la garganta. Se le veía torpe... al menos, si la sonrisa de compasión que Ariel le dedicaba no mentía. Wolruf se limitaba a lamerse el costado y las patas, y Derec tuvo la impresión de que, a un nivel mudo, la alienígena encontraba increíblemente divertidas las tonterías de los humanos y los robots.—Hummm... Todos estáis familiarizados con los estudios que algunos de vosotros habéis llevado a cabo respecto a las Leyes de la Humánica. Esto significa que también estáis familiarizados, al menos de paso, con las muchas peculiaridades y contradicciones de la comunicación humana. Pasión y locura, obsesión y nihilismo, cosas todas éstas que no existen entre los robots, pero que es algo con lo que nos enfrentamos los humanos, en diversos grados, todos los días.Derec se aclaró de nuevo la garganta.—En resumen, nosotros iremos adonde ningún robot ha ido hasta ahora. Descenderemos a los abismos densos, oscuros, profundos, decrépitos, abismos de sed de venganza. Y cuando salgamos de ellos, tendremos algo... algo... algo realmente terrorífico que recordar en el futuro. Y ello crecerá. Ya lo veréis.—¡Adelante con ello! —gritó Ariel.—Perdona, master Derec, pero mi considerada opinión es que deberías concentrarte más en los asuntos realmente teatrales —observó Mandelbrot.En un esfuerzo por parecer natural, había cruzado las piernas, y apoyaba las manos en las rodillas. Pero sólo había logrado semejar un trozo de madera clavado a otro por medio de clavos oxidados.—Está bien, Mandelbrot —respondió Derec, sintiendo que la sangre afluía a su cara—, sólo estaba precalentándome.Concentró su atención en los robots y observó que sus posturas resultaban tan falsas y rígidas como la de su robot «Viernes.» Por un breve instante, se preguntó «¿Qué diablos estoy haciendo aquí?», mas pronto se serenó y continuó hablando.—El teatro es un arte que depende de la labor de muchos colaboradores —empezó a explicar.Este era el Teatro Nuevo Globo, diseñado por el robot Canute y construido bajo su supervisión personal. Siguiendo las directrices del ordenador central que Lucius había utilizado cuando el desdichado robot creó sus programas, Canute pudo decirle a la ciudad qué debía construir y cuánto tiempo debía estar en pie lo construido. Y Canute había hecho lo mismo que Lucius, pero actuando bajo las órdenes de un humano.(Mientras supervisaba este aspecto del proyecto, Derec comprendió que era posible que Lucius hubiese seguido, a su vez, pistas sugeridas por el establecimiento, por parte de Derec, de autómatas en uno de cada diez edificios. Claro que esto jamás lo sabría Derec con certeza.)Tal vez la tarea había sido más sencilla, menos pesada, para Canute, porque, al revés que Lucius, podía seguir una pauta la del viejo Teatro Globo de Londres, en el planeta Tierra de los tiempos de Shakespeare. Claro que Canute añadió sus propias especificaciones sin el concurso de Derec. Había intentado solucionar los problemas especiales de forma y funcionamiento, y resolver cómo los mismos aumentaban o entraban en conflicto con su sentido de lo que debía ser estéticamente un teatro, en una ciudad como Robot City.Derec se había abstenido de decirle a Canute por qué, de entre todos los robots de la ciudad, él había sido nombrado para diseñar el segundo edificio permanente de Robot City. Y había vigilado estrechamente al robot cuando le dio las instrucciones, para ver si éste se hallaba en peligro de una desviación positrónica al hacer —sospechaba Derec— exactamente lo que a él, a Canute, le había impulsado a dañar a otro robot que había hecho lo mismo.Pero Canute no había dado pruebas de tal cosa. Lo único que necesitó para obrar a satisfacción fue, aparentemente, el impulso procedente de las instrucciones humanas.Como el viejo Globo, el teatro de Canute era de forma aproximadamente cilíndrica, aunque también estaba deformado y doblado, como una barra de metal que hubiese sido ligeramente fundida con el suelo, y luego torcida bajo un pie gigantesco. Como en el viejo Globo, o al menos según las conjeturas hechas cuando el teatro fue derribado para edificar una hilera de casas, varias décadas después de la muerte de Shakespeare, había tres trampillas en el escenario que conducían a diferentes zonas del sótano del mismo. Un pasadizo trasero también llevaba a los conductos subterráneos de la ciudad, por si se presentaba algún peligro.Encima del escenario había una galería inferior y otra superior, y en los bastidores varias cámaras ocultas. Las filas de asientos estaban colocadas para que cada espectador pudiese ver lo que sucedía en el escenario sin la menor obstrucción.Continuando con el esfuerzo de procurar a los asistentes al teatro la mejor visión posible, el suelo hacía pendiente y estaba nivelado con una serie de peldaños graduables. Y, en la tradición del mejor de los modernismos, encima del escenario colgaban unas enormes pantallas para los primeros planos. Por todo el escenario y las galerías había micrófonos bien camuflados.Incluso las dimensiones del teatro eran impresionantes. Los ángulos del diseño proporcionaban una gran variedad de posibles efectos dramáticos. Pero fue la elección de los colores por parte de Canute lo que realmente convertía al Nuevo Globo en algo muy por encima de la hipérbola. En el techo, muy negro, brillaban chispazos de focos como estrellas, vistos a través de una bruma de color. Las alfombras y los asientos mostraban unos tonos gris-castaño, variaciones de los colores hallados en los conductos y en la superficie de la ciudad, que eran la versión de Canute de los «tonos de tierra». El telón era de un rojo que centelleaba, y los muros tenían un matiz blanco, muy delicado. Las suaves corrientes del sistema de acondicionamiento de aire ondulaban constantemente las cortinas.Naturalmente, los robots no necesitaban aire acondicionado, lo que le daba a Derec la impresión de que Canute no sólo había diseñado el teatro para los robots, sino también para los humanos. Como si el robot de ebonita hubiese diseñado el local con la secreta esperanza, tal vez inconfesada, de que algún día se representase allí una comedia para un auditorio formado por seres humanos.¿Una esperanza subconsciente?—Como robots, vosotros sois constitucionalmente incapaces de decir una mentira —les dijo Derec a sus oyentes—. Esto sólo pueden hacerlo los humanos, y no siempre demasiado bien. El teatro, no obstante, es un mundo de farsa que provoca la actividad colaboradora de la imaginación de los espectadores. Éstos deben estar dispuestos, con buena voluntad, a creer en el engaño de la ficción con la esperanza de hallar diversión y, quizá, algunos nuevos conocimientos. Nuestra labor consiste en ayudar a los espectadores a que se crean la mentira, el engaño.Derec hizo una pausa, buscando la aprobación de Ariel.—En el escenario de Shakespeare se mostraba el título de la obra, y el del lugar de la acción en cada escena, pero todo lo demás era imaginativo. Los diálogos, la acción, el decorado, el ambiente... todo colaboraba, en conjunto, hacia el fin común de proporcionar al espectador una ventana a través de la cual viese el mundo. Y, si todos los esfuerzos de la compañía y los tramoyistas tenían éxito, el espectador, sabiendo que lo que estaba viendo era una farsa, suspendía voluntariamente su incredulidad, eligiendo creer por un momento que lo que veía era real, con el propósito de relacionarlo con el argumento.Ariel asintió a estas palabras.—Nuestro propósito, aquí, ha de ser distinto. Debemos ayudar, obligar y agitar a los robots a que ejerciten sus circuitos de lógica, de tal manera que también dichos circuitos queden en suspenso. No sólo debemos proporcionar una ventana al mundo, sino también al corazón del hombre.Derec hizo una pausa, antes de concluir.—Tal como yo lo entiendo, hay tres mundos que debemos considerar, antes de emprender una obra. El mundo de la comedia, el mundo del engaño y el mundo de la representación. Y supongo que todos estamos de acuerdo en lo que es el mundo de la representación, pero me gustaría decir unas palabras acerca de los otros dos mundos.—¿Vas a interpretar esta obra... o a hablar hasta la muerte? —se impacientó Ariel, al fin.Derec rió, nerviosamente. La jornada le había hecho perder el ritmo, y ya había olvidado lo que pensaba añadir.—El mundo del engaño —le apuntó Mandelbrot.—De acuerdo. En nuestra época, la humanidad ha conseguido, más o menos, una existencia altamente civilizada. Muy pocos seres quebrantan ya las leyes del hombre. Casi todas las personas gozan de larga vida, muy sana, incluso en la superpoblada Tierra, donde las condiciones no son demasiado terroríficas. Pero, en la época de Shakespeare, la vida era, a menudo, no un don que podía saborearse, sino una espina que se debía soportar. Las condiciones de trabajo eran brutales y difíciles, la educación no existía, excepto para las clases más pudientes y privilegiadas, y la forma científica de pensar basada en el pensamiento lógico, con pruebas empíricas que lo apoyaban, sólo iniciaba su ascenso. Casi todos los individuos morían antes de los treinta y cinco años, gracias a las guerras, las pestes, las persecuciones, la terrible falta de higiene y las demás cosas de esa naturaleza. Al fin y al cabo, la reina Isabel I de Inglaterra, la soberana en los tiempos de Shakespeare, era considerada una mujer extraña porque tomaba un baño una vez al mes, tanto si lo necesitaba como si no. Pero... Eh, ¿qué es esto? —inquirió Derec, al ver que un robot que se sentaba cerca de Canute levantaba la mano.—Muy humildes, abyectas y lastimosas excusas por esta intempestiva interrupción —dijo el robot—, pero, después de haber leído el texto y meditado su significado durante varias horas, me siento abrumado desdichadamente por un problema de relevante significado, y para mí es razonable creer que sólo un ser humano puede explicarlo adecuadamente.—Naturalmente. Son bienvenidas todas las preguntas.—¿Incluso las de carácter subjetivo?—Sí.—¿Incluso las que, en ciertos círculos, pueden considerarse descorteses para el normal intercambio social?—Pues sí. Shakespeare fue un misionero que inauguró los reinos de la discusión terrestre para varios siglos.—¿Y aunque las preguntas sean personales?Intentando que no se notase, Derec miró a hurtadillas su ingle, para ver si tenía subida la cremallera del pantalón.—Bueno... sí, claro. Aquí tendremos que examinar algunas motivaciones complejas de los impulsos humanos.—¿Aunque una pregunta sea extremadamente personal?—¿Qué?—¿Es ésta una orden directa?—No, es una pregunta directa, pero puedes tomarla como una orden, si al menos sirve para que hables de una vez.—Excelente. Por un momento, temí que mis circuitos no me permitirían formular la pregunta, si no había de por medio una orden directa.—¿Quieres decir inmediatamente, por favor, lo que deseas preguntar?—Sé que el macho humano y su hembra tienden a diferentes contornos superficiales, y que esta diferencia tiene algo que ver con su frecuentemente compleja interacción social, por lo que mi pregunta es sencillamente ésta ¿qué es lo que el humano macho y su hembra parecen estar haciéndose uno al otro, en todo su tiempo libre?Un silencio pétreo se apoderó de todo el teatro. El foco de Derec tembló, y el gentil zumbido del aire acondicionado pasó por una progresión de hipnóticos bla... bla... como si se filtrase en un estudio de grabación. Derec le dirigió a Ariel una mirada inquisitiva. La joven sonrió y se encogió de hombros. Derec miró a Wolruf.La alienígena movió la cabeza.—No mirarme a mí. Nosotros no poseer costumbres de apareo. Si hacerlo, estar hecho.—Lo dudo mucho —sonrió Derec.De repente, miró a la parte izquierda del escenario, donde Harry, sosteniendo el trombón, sacaba la cabeza por entre bastidores. Benny y M334, sosteniendo también sus respectivos instrumentos, estaban detrás de Harry, y hacían gesto como para coger al robot por los hombros y echarlo hacia atrás.Evidentemente, lo pensaron mejor, y le permitieron a Harry decir lo que tenía en mente.—Señor director, creo que puedo aportar algún entendimiento a esta situación.Derec se inclinó y le hizo un gesto para que se acercase.—Será un placer.Pero, cuando Harry salió al escenario y se plantó delante de la asamblea de robots, el joven experimentó una sensación de hundimiento en su estómago.—Eh... Harry, ¿no se tratará de otro de tus chistes?—Creo que resultará instructivo.—De acuerdo. Sé cuando estoy vencido.Derec se situó entre Ariel y Wolruf.Harry ni siquiera miró hacia los humanos, antes de empezar a hablar. Concentró su mirada en los robots.—Un axioma de las formas de vida basadas en el carbono es que la naturaleza ha querido que se reprodujesen. No necesariamente según un programa, no necesariamente cuando es conveniente, no necesariamente de manera hermosa, sino bien. Si la forma de vida en cuestión extrae cierta cantidad de satisfacción en el acto de la reproducción, lo cual está muy bien, en lo que toca a esa forma de vida, esto es algo aparte; pero lo que sí es cierto es que lo único que le importa a la naturaleza es el impulso reproductor. Desde el ordenador central tenemos unos datos visuales disponibles, que sugiero que estudiéis en vuestro tiempo libre, a fin de que podáis comprender qué reacciones químicas atraen a Ofelia y a Hamlet, si bien éste deja de lado los placeres del momento para obtener su corona. Como ves —Harry se volvió hacia Derec—, ya he leído la tragedia.De nuevo, volviéndose hacia el auditorio.—Y de esta manera podréis comprender las profundidades oscuras, internas y especiales del impulso. Debo dirigir vuestra atención a los primeros días de la colonización de los planetas por parte de la humanidad, a los días anteriores a la aceptación de los robots como sus más fieles compañeros, a los días en que las guerras de la Tierra, con sus misiles nucleares y los sistemas de defensa situados en el espacio, siguieron al hombre a las estrellas. En aquellos días, eran comunes las bases militares en los planetas recién colonizados, y, generalmente, estaban situadas en puntos alejados de las instalaciones civiles.A Derec empezaban a gustarle las palabras de Harry.—Y, en aquellos días, los sexos estaban a menudo segregados, por lo que no era raro que un centenar o más de hombres se encontrasen solos en tierras remotas y desoladas, esperando unas batallas que jamás llegaban, aguardando el día en que pudiesen disfrutar nuevamente de la deliciosa compañía de una mujer y liberarse de los impulsos construidos en ellos durante los días de soledad. Construir. Construir. Construir. Siempre construir.Harry hizo una pausa dramática.—¿Y qué hicieron los hombres, respecto al sexo? Pensaron en ello, conversaron sobre ello y soñaron sobre ello. Algunos sí hicieron algo sobre ello. La naturaleza exacta de ese algo, como lo quiso el destino, estaba sobre todo en la mente de un tal general Dazelle, puesto que era un problema que también él padecía, en su nuevo puesto de comandante de la base Hoyle. El general era una persona meticulosa, al que gustaba todo en perfecta forma, de modo que, tras su llegada a la remota instalación militar, insistió en que el agregado le llevase a dar una vuelta por la base.»El general quedó muy complacido con los barracones, los equipos de combate, y la base en conjunto, pero sintióse profundamente disgustado cuando él y el agregado dieron la vuelta a una esquina y vieron, atada a un poste, la yegua más patética, más digna de compasión, más comida por las moscas, de la historia de la humanidad.»—¿Qué... qué es esto? —quiso saber el general.»—Pues esto es una yegua —repuso el agregado.»—¿Y por qué está aquí? ¿Por qué no está ya disecada en el campo, asustando a los halcones y los cuervos?»—Porque los hombres la necesitan, señor.»—¿La necesitan? ¿Para qué pueden necesitarla?»—Bueno, ya sabe, señor... la colonia civilizada más próxima se halla a cien kilómetros de distancia.»—Sí...»—Y usted sabe que, por motivos de seguridad, los únicos medios de transporte permitidos a los hombres alistados en el ejército para ir entre la base y la colonia, son estrictamente bipedal.»—Sí, pero sigo sin comprender qué tiene que ver todo esto con ese fracasado experimento genético.»—Usted ya sabe también que los hombres han de ser hombres, ¿no es así? Tienen necesidades, ya sabe. Necesidades que deben atender.»El general miró horrorizado a la yegua. No daba crédito a lo que oía. Aquella información corría el peligro de causarle un grave daño psicológico.»—¿Quiere decir que los hombres... con esa yegua vieja?»El agregado inclinó la cabeza, con gravedad.»—Sí, los impulsos van en aumento, y ellos no pueden hacer otra cosa.»El general se hallaba al borde del infarto. Se puso tan mareado que se vio obligado a apoyarse en el agregado.»—Por mi honor de soldado —masculló—, jamás llegaré a estar tan desesperado.»Pero, a medida que su servicio iba transcurriendo en la base, el impulso iba creciendo y creciendo, hasta que un día no tuvo más remedio que reconocer que sí estaba tan desesperado. Finalmente, no pudo soportarlo más, y le dijo al agregado»—Lleve la yegua, al momento, a mi aposento.»—¿A su aposento? —se maravilló el otro, bastante confuso por la orden.»—Sí, a mi aposento —insistió el general—. ¿Recuerda lo que me contó de los hombres... y la yegua?»—Sí, señor —afirmó el agregado, saludando militarmente.»El agregado obedeció. Pero la yegua ya no era más que una sombra de sí misma, en su decrépito estado. Recientemente había caído por un precipicio, y suerte tuvo de sobrevivir con sólo unas leves lesiones, pero además tenía todo el cuerpo plagado por una enfermedad. De modo que el agregado se quedó horrorizado, estupefacto hasta el mismo meollo de su ser, al ver que el general se quitaba los pantalones y empezaba a solazarse con la patética bestia.»—Señor, ¿qué está haciendo? —gritó el agregado.»—¿No está claro, lo que estoy haciendo? —repuso el general—. ¡Lo mismo que los demás hombres!»—Oh, señor, usted no captó el significado —replicó el digno agregado—. Jamás, jamás había visto algo semejante.»—Pero usted dijo que los hombres... en sus impulsos... con la yegua...»—Oh, señor, que los hombres sienten impulsos es cierto, pero entonces montan en la yegua y se dirigen a la colonia.Harry calló un instante.—Ya está. ¿Ha quedado todo claro? —preguntó después.—¿De qué hablar? —murmuró Wolruf.—Estoy completamente confundido —comentó Derec—. Pero, al menos, está mejorando su técnica narrativa.Ariel no dejaba de reír.—Ésta... es... la cosa más tonta... que he oído en mi vida —logró articular.Harry estaba en el escenario, aguardando el veredicto de los oyentes. Los robots habían recibido el final del chiste con una especie de silencio profundo, un silencio como sólo puede hacerlo el metal. Luego, todos a una, contemplaron a Harry directamente durante varios instantes.De pronto, el robot que había formulado la pregunta que promovió el chiste se volvió a su camarada de la derecha.—Sí, esto tiene sentido —exclamó.—Lo entiendo —asintió el otro.—Tan transparente como un gongo —adujo un tercero.—Misterioso, completamente misterioso —gruñó Canute.Sin embargo, el robot de ebonita estaba en minoría, ya que la mayoría de robots se mostraban satisfechos con la explicación de Harry.Derec aguardó a que Ariel terminase de reír.—Bien, ¿qué crees que está pasando aquí?Ella se volvió hacia el joven, le cogió por el brazo y le susurró, en tono de confabulación—Los robots empiezan a enterarse del mundo del hombre lo mismo que nosotros por medio de chistes.—Esto no se computa —replicó Derec.—Hum... Deja que lo explique de este modo: cuando los niños crecen en Aurora y van a la escuela, uno de los grandes misterios de la vida es lo comúnmente conocido como los pájaros y las abejas.—Sí, conozco la frase, si bien no recuerdo dónde ni cómo la aprendí.—Por culpa de tu amnesia. Bueno, escucha. Mientras recibíamos información, en clase, acerca de la ciencia, experimentábamos ciertas... ansiedades. No te acuerdas de las tuyas, pero probablemente las sientes ahora. Y no es que desee profundizar en tu intimidad, sino sólo establecer un hecho.—Gracias. Sigue.—Y una de las maneras como los chiquillos aliviábamos nuestras ansiedades, y averiguábamos algo acerca de la realidad, era a través del vehículo artístico conocido en toda la galaxia como el chiste verde.—¿Y esto ha sido lo que ha contado Harry? —a Derec, sin saber por qué, se le puso la cara roja como una amapola—. ¡Esto es un insulto! ¿Debo ponerle término?—Oh, no seas tan mojigato. Claro que no. Forma parte de la experiencia de aprender. Ya conoces el viejo refrán «Nadie aprueba los chistes verdes... salvo cuando hay alguien que sabe contarlos.»—Entonces, ¿por qué me tomo tanto trabajo para poner en marcha esta gran producción? ¿Por qué no te pido que te desnudes delante de los robots?—A ti te gustaría, pero a ellos les dejarías insensibles. No escuchan esos chistes verdes porque les emocione, sino porque desean saber más de nosotros.—Realmente es así. Realmente quieren entender qué significa ser humano, ¿verdad?—Opino que es algo bastante distinto. Personalmente, también pienso que deberías prestar atención a lo que está ocurriendo, porque Harry ha empezado a contar otro chiste.—El último hombre sobre la Tierra —decía Harry—, estaba sentado, solo, en una habitación. De pronto, llamaron a la puerta...—De acuerdo, eres un éxito, Harry.Agitando los brazos, Derec corrió hacia él y puso una mano sobre la rejilla parlante. Un gesto simbólico, claro, mas no por eso menos eficaz.—Sí, señor director —asintió Harry, marchándose de escena.—¿Donde estábamos? Oh, no importa. Hablemos de la comedia. Dice Hamlet que «lo esencial de una comedia es su propósito», y yo entiendo que, en ésta, lo esencial tiene que ser la intención del rey. El tío de Hamlet, Claudio, ha asesinado al padre del joven príncipe, el rey de Dinamarca, y ocupa el trono de su hermano. Para afirmar esta situación, Claudio se ha casado con la madre de Hamlet, Gertrudis. Cuando Hamlet regresa al palacio, procedente de la escuela, halla usurpado el trono que le pertenece y, aunque sospecha que su tío le ha hecho una mala pasada, no tiene pruebas de ello, excepto la palabra de un fantasma que sale de su tumba.»Para asegurarse esta prueba, Hamlet contrata a una compañía de actores ambulantes para que representen una comedia que refleja el crimen que él cree que cometió Claudio. Espera que, espiando a su tío durante la representación, leerá en su rostro y sabrá de fijo si es el culpable.»Claudio, entretanto, supone que Hamlet finge estar loco para conseguir evidencias, y por eso acecha a su sobrino, tal como éste le acecha a él. La comedia trata del duelo de ingenio entre los dos, y los hombres implicados obtendrán lo que desean el trono, la venganza o la justicia.Derec se volvió hacia Mandelbrot y movió la cabeza significativamente.—El señor director —dijo el robot, levantándose—quiere daros las gracias por haberos prestado voluntariamente a asistir a la representación. —Mandelbrot hizo un gesto, señalando a Canute—. Y por cumplir las órdenes. No hay duda de que, en los días sucesivos, se os podrán dar otras muchas órdenes, y el señor director también desea daros las gracias por anticipado. Como la mayoría sabéis, el señor director representará el papel de Hamlet, y la señorita Ariel interpretará el de la desdichada y enloquecida Ofelia. Ahora os informaré, por los comunicadores de diferentes longitudes de onda, de vuestras categorías en el reparto de la obra y como espectadores del escenario.Mandelbrot sólo tardó unos segundos en dar la información, puesto que podía impartirla más rápidamente en alta frecuencia. Derec y Ariel no oyeron nada, y sólo supieron que los robots escuchaban porque a menudo asentían para indicar que lo comprendían.—Bien, ¿todo entendido? —terminó Mandelbrot, volviendo a su sitio.Derec repitió la pregunta, y Canute levantó un dedo.—Sí —murmuró Derec, dirigiéndose al lateral—. Acércate.Canute se aproximó al joven.—Señor —preguntó—, ¿debo considerar que es significativo que se me haya adjudicado el papel de Claudio?—No, ¿por qué?—Porque es extraño. Cuando me hablaste por primera vez en la plaza, me formulaste unas preguntas de un carácter que sólo puedo describir como sospechoso. Poco después, me asignaste una tarea similar a la que había emprendido Lucius. Y, ahora, me das el papel del asesino, el objetivo de la comedia dentro de la propia comedia. Seguramente, una mente lógica deduciría algo de todo esto.—No, en absoluto, Canute. Es una coincidencia, pura coincidencia.—¿Puedo hacerte otra pregunta?—Naturalmente.—¿Por qué no me preguntas directamente si soy el responsable de la pérdida de Lucius? Ya sabes que no puedo mentir.—Canute, me sorprendes. No tengo el menor interés en preguntártelo. Vamos, apártate. Lo mejor viene ahora.Derec empujó al robot hacia los otros y se frotó las manos como para calentarlas con la ayuda de un fuego cercano. El robot de ebonita se había atrevido a mucho al enfrentarse con Derec. Si éste hubiese aceptado el reto, el juego habría terminado, pero las verdaderas respuestas a todas sus preguntas nunca hubieran sido halladas.Reflexionando sobre el incidente, poco antes de introducir la mejor parte del programa, Derec descubrió que, a pesar de sí mismo, empezaba a experimentar un gran respeto por Canute. No aprobación, sino respeto. Veía que el robot de ebonita deseaba enfrentarse con las consecuencias de sus actos, si era descubierto, pero de una manera que a Derec le recordaba las emociones humanas, prefería afrontarlas antes que después.—Muchos de vosotros habréis oído hablar del pasatiempo humano de escuchar música, y de los que han compuesto o han grabado música, pero creo que ninguno la habrá oído... —les dijo Derec a los actores y tramoyistas del teatro—. En realidad, aunque personalmente no recuerdo haber escuchado nunca música, me atrevo a afirmar que nunca pude oírla ejecutada como lo hacen esos tres camaradas vuestros.Hizo una pausa y añadió—Por eso deseo presentaros a los tres camaradas que os proporcionarán la música incidental de nuestra producción: Harry, Benny y M334, ¡Las Tres Mejillas Rotas de Robot City!Derec llamó a los tres y se situó detrás de Ariel.—Esto será estupendo —le susurró al oído.Benny se adelantó al proscenio, mientras Harry y M334 se colocaban los labios artificiales.—Os saludo, camaradas. Hemos pensado preferible interpretar una antigua melodía de la Tierra llamada «Tootin en el tejado». Espero que estimule vuestros circuitos.Y Las Tres Mejillas Rotas empezaron a tocar, al principio, un tema en do menor, con un solo de trompeta a cargo de Benny. Luego, siguió un solo de trombón, tocado por Harry, y después le siguió M334, con el saxo. En realidad, poco después, los solos se alternaron de prisa, con los dos bajos siempre apoyando y destacando el tema principal. Los solos empezaron pronto a dar la impresión de que los tres jugaban a bolos entre ellos, y que la bola dependía de los otros dos, que daban el contraste de fondo.Derec no había oído tocar a los tres desde la primera audición. Lo primero que observó fue la gran confianza que ahora tenían en ellos mismos, la casi matemática precisión de los solos, y la suavidad con que atacaban la melodía. Se miró el pie. Seguía el compás.Miró a Ariel. Había esperado verla aburrida, ya que su desdén hacia todas las cosas de la Tierra era, al fin y al cabo, el resultado de la historia cultural de varias generaciones. Pero, en lugar de aparecer aburrida, estaba contemplando directamente a los tres músicos con atención extasiada. Y también seguía el compás con el pie.—¡Esto sí ser Hamlet! —exclamó Wolruf, entusiasmada. 
CAPÍTULO 7LA MEMORIA DEL AMANECER La representación debía empezar dos horas más tarde. Derec estaba sentado en su habitación, tratando de no pensar en ello. En realidad, intentaba no pensar en nada. Porque, aunque se sabía de memoria casi toda la obra y creía poder interpretar su papel con los ojos cerrados, temía que, si ahora lo repasaba mentalmente, ya tan tarde, le fallaría la memoria como le fallaba su identidad.Al fin y al cabo, ignoraba cuál era la causa de su amnesia. Tal vez estuviese originada por un golpe en la cabeza, o por un caso grave de privación de oxígeno, si bien también podía deberse a una enfermedad... una enfermedad que le hubiese hecho perder la memoria varias veces, obligándole a empezar una y otra vez a buscar su identidad. Una enfermedad que podía atacarle en cualquier momento. Incluso tres minutos antes del estreno.Derec se encogió de hombros y se tumbó en la cama. Bueno, ante tal eventualidad, al menos no pasaría ninguna vergüenza, decidió. No recordaría nada ni a nadie.La parte más terrible de su fantasía, que admitía era un poco paranoica, aunque tal vez no fuese totalmente descartable, en vista de las circunstancias, era que en el pasado podía haber perdido, una y otra vez, la compañía de seres inteligentes que significasen tanto para él como Ariel, Wolruf y Mandelbrot significaban ahora.«Tal vez debería empezar a pensar en la comedia, se díjo. Puede ser más seguro».Para él, lo más importante era recordar el propósito secreto de la producción, o sea espiar las reacciones de Canute durante la pequeña sorpresa que Derec había planeado para el robot.Porque, tal como Hamlet espera obligar a Claudio a revelar su culpa mientras éste observa la comedia dentro de la propia comedia, Derec esperaba que, al final, Canute se vería obligado a enfrentarse con su verdadero carácter.Era una cosa con la que Canute se había negado a enfrentarse durante los ensayos. Cuando lo alababan por su destreza al diseñar el teatro, Canute sólo admitía que había seguido órdenes, que no había puesto en ello nada de sí mismo que no fuese lógico. Cuando interpretaba una escena especialmente bien en los ensayos, Canute sólo admitía explícitamente que seguía órdenes, que interpretaba de manera mecánica, tal como sólo podía hacerlo un robot.Pero, con un poco de suerte, Canute se encontraba ahora en un estado de excesiva confianza robótica. Los planes de Derec giraban sobre la esperanza de que Canute creyese haber superado ya la peor parte de la investigación.Naturalmente, siempre cabía la posibilidad de que la sorpresa no funcionase. ¿Y si era así? ¿Qué debería hacer, entonces, Derec?El joven comprendió que se estaba angustiando demasiado y se relajó, con gran esfuerzo. Después, cuando sus pensamientos volvieron a concentrarse de manera automática en el mismo asunto, volvió a ponerse en tensión y tuvo que relajarse con un segundo esfuerzo. ¿Se trataba de temor al escenario? Si era así, supuso que hubiese podido ser algo peor, como actuar ante seres humanos.Llamaron a la puerta.—Adelante —invitó, cruzando los pies y colocando las manos en la nuca, para que todos pudiesen pensar que se estaba enfrentando con la próxima representación en medio de una gran serenidad.—¡Por todas las galaxias! —exclamó Ariel, falta de aliento, al cerrar la puerta a sus espaldas—. Debe ser que estás nervioso. Me gusta saber que no soy la única. Sí, tienes un aspecto espantoso.Derec se incorporó y plantó los pies en el suelo. Sólo con su presencia, Ariel le había cortado la respiración. La muchacha llevaba una peluca rubia e iba vestida con una túnica blanca que se ceñía a su cuerpo como teJida con la tela de una araña. El maquillaje enaltecía el color de sus mejillas y sus labios, y daba a su cutis una mayor palidez. Derec nunca había pensado que pudiera aparecer tan hermosa, con tal altivez interior.Naturalmente, cuando pensaba en todas las circunstancias que habían desafiado juntos verse los dos en un hospital, huir de allí, verse arrojados a un planeta desconocido... resultaba razonable que ella no hubiese tenído ninguna ocasión de acentuar su feminidad natural. Su belleza con el traje espacial ya le era familiar, pero ahora tenía algo nuevo, como si Derec vislumbrase un sueño largo tiempo olvidado.Pero, si ella se fijó en su reacción (esto es, si él la dejó transparentar), la muchacha no dio muestras de ello al sentarse en la cama al lado del joven. Sin embargo, sí le miró a causa de su segunda reacción. No debió ser demasiado halagadora, porque ella puso una cara como si él la hubiese golpeado en la cabeza con un muñeco de goma.—¿Qué te sucede? —le preguntó a Derec.—¿Qué perfume es ése? —indagó él, a su vez.—Oh, hice que Mandelbrot sintetizase un perfume para mí. Pensé que me ayudaría a estar más en carácter.—Es muy agradable.—Pues no fue lo que dijiste antes, cuando entré.—Porque no estaba seguro de lo que olía.—Hum... Esto apenas es un cumplido. Se supone que uno huele bien, aunque no se sepa a qué.—Por favor, olvidé mi educación social, junto a la memoria.—El mohín de tu rostro dijo claramente que yo olía a fertilizante.—No estoy seguro de saber cómo huele un fertilizante.Ella frunció los labios y desvió la mirada, pero él observó que la joven tenía una mano muy cerca de la suya, sobre la cama. Sus dedos casi se rozaban.—¿Nervioso? —inquirió ella.Derec se encogió de hombros.—No. Por lo que sé, éste podría ser mi primer encuentro con un perfume.—Tonto, me refiero a la comedia.—Oh, bueno, tal vez un poco. Y, también por lo que sé, podría ser que antes hubiese sido un actor ya curtido.—Entiendo. ¿Crees que la amnesia puede ser a veces una bendición?—Ariel, algo te molesta... ¿Te encuentras bien?—Razonablemente bien. Ensayar esta obra me ha dado algo relativamente constructivo en lo que concentrarme, aunque aún no sé si fue buena idea interpretar a una chica que se vuelve loca. Empiezo a comprender que su locura refleja demasiado bien mi enfermedad.—¿Hubieras preferido interpretar a la madre de Hamlet?—No. Bueno, quizás sí. ¿Pero, por qué no interpretar a Hamlet? Sé moverme bien por el escenario, y ayer mismo dijiste que sé cómo emocionar. Como una loca, si me permites decirlo.—El papel de Hamlet sólo ha sido interpretado por algunas mujeres, según los textos de la historia del teatro Sara Bernhart, Eleonora Duse, Margarita Xirgu... Estoy seguro de que los robots se sentirán positrónicamente satisfechos de apoyarte en una representación de Hamlet. O de cualquier otra obra.—Quise decir por qué no puedo interpretar el papel de Hamlet en esta producción.—Ya... Tuviste tu oportunidad, pero te ofreciste para interpretar el papel de Ofelia. Fuiste víctima de tu pensamiento tortuoso... antes de que yo tuviese tiempo de perderme también en el mío.—Es cierto —reconoció ella, en un tono más serio de lo que aconsejaban las palabras de Derec—. Además, creo que existen otros motivos para que escogieras el papel de Hamlet, aparte de lo que piensas hacer con Canute. Podías haber elegido otra tragedia, como Otelo o Julio Selar...—¡Julio César!—Exacto. Bien, creo que en Hamlet te ves retratado a ti mismo el loco romántico, el aventurero en busca de su alma, el vanidoso, pomposo, arrogante, obstinado...obstinado...—Egotista.—Sí, egotista.Derec sonrió. Era excitante tenerla tan cerca. Salvo en los diálogos de los ensayos, llevaban algún tiempo sin estar tan juntos, y a él le asombraba descubrir cuánto le gustaba. Sentíase nervioso y relajado al mismo tiempo.—¿Derec? Pon atención. Te estoy hablando... —murmuró ella, gentilmente—. Escucha, he estado pensando en las diferencias que existen entre nosotros y la gente de aquella época... o como nos la presenta la historia. Y me pregunto si hay alguien hoy día que alimente una pasión amorosa como la que Ofelia sentía por Hamlet.—¿O lady Macbeth por Macbeth?—Hablo en serio. Sé que Ofelia es una criatura definitivamente débil. «Eh papá. Me usas como un peón en tus nefastos esquemas». Pero lo cierto es que realmente ama con una pasión consumidora. En Aurora jamás conocí a nadie con esa clase de amor. Y creo que lo sabría, si todavía existiesen algunas Ofelias.—¿Y tú misma? —preguntó Derec, con un nudo en la garganta.—¿Yo? Jamás sentí esta clase de pasión.Ariel estrechó los ojos al mirarle. Derec se preguntó qué pensaría la muchacha al apartarse de él, a la vez que ponía un pie sobre la cama y descansaba la cabeza sobre la rodilla.—Tuve sexo, claro está, y amoríos, pero nada semejante a lo que siente Ofelia. —Hizo una pausa, enterró la cara en su túnica, y después levantó la cabeza lo bastante para que él pudiese divisar una ceja enarcada. Luego exclamó, decididamente—. ¡Aunque alguien podría persuadirme a amar así!Derec experimentó otro nudo en la garganta, mucho mayor que el de antes.—¡Ariel!—Derec, ¿eres virgen?—¿Cómo puedo saberlo? ¡Padezco de amnesia!Ahora le tocó a él el turno de enarcar las cejas cuando ella se le acercó.—Bueno, hay otro aspecto en Ofelia —murmuró ella—. Representa algo —más cerca—. Algo que Hamlet necesita, pero ha de negarse para llevar a cabo su venganza.—Era también un memo.—¿De veras?Más cerca.Ella se inclinó hacia delante. El la besó. No, no recordaba haber experimentado lo que experimentaba ahora. Sintiéndose obligado a tratar el asunto científicamente, confiaba en poder acordarse tras un poco más de experimentación.—Espera —le detuvo ella, apartándole de sí—. Lo siento. Me dejé llevar por un impulso. No siempre logro controlarme.—Hum, está bien —replicó él, sintiéndose súbitamente un poco cohibido.—No se trata de eso, sino de mi estado médico. No te enfades, pero ahora me siento un poco mejor de lo que el sentido común me dice que debería sentirme. Recuerda cómo adquirí este estado.—No temas, no lo olvido —aseguró él, atrayéndola hacia sí para volver a besarla. Sus labios estaban separados unos milímetros cuando se oyó una llamada insistente en la puerta.—¡Maldición! —gruñó Derec—. ¡Debe ser el Policía Cerebral!—¿Master Derec? —preguntó una voz fría, metálica—. ¿Mistress Ariel?Era la voz de un robot avisador.—Sí, ¿qué ocurre? —gritó Derec. Luego, susurró— ¿Lo ves? En cierto modo, yo estaba en lo cierto.—Me envía Mandelbrot a localizaros y recordaros que debéis marchar muy pronto hacia el Nuevo Globo. Hay algunos detalles que sólo tú, master Derec, puedes ultimar.—De acuerdo. No tardaremos.—Muy bien, señor —dijo el robot avisador, ya desvaneciéndose su voz.—¿Qué le llamaste? —se intrigó ella—. ¿Policía Cerebral?—No lo sé. Es algo que me vino a la cabeza...—Si no recuerdo mal, la Policía Cerebral salía en un holodrama para niños que vi cuando era pequeña. Pertenecía a una serie... a ~iranos de sangre. Muy famosa.Derec estaba asombrado.—Trata de un enmascarado que salva a los indefensos que habitan en un planeta totalitario. Me acuerdo. ¿Es ésta una pista de mi identidad?—Lo dudo. Ya dije que era un holograma famoso. Estaba sindicado, y fue pasando por todos los sistemas conocidos. Se representó durante varias generaciones.—Oh... Entonces, no significa nada.—No. Significa tan sólo que podemos estar seguros de que procedes de un planeta civilizado.—Muchas gracias. Bien, vámonos. El público nos aguarda.
CAPÍTULO 8SER... ¿O QUÉ? —Master Derec, si mi comprensión de la naturaleza humana es correcta, te gustará saber que el teatro está atestado —comunicó Mandelbrot.—Gracias, pero ya les vi haciendo cola, cuando venía —respondió Derec, colocándose apresuradamente las altas polainas que formaban parte de su atavío.Aguardó hasta haberse puesto el resto del traje una túnica de color púrpura sobre una camisa blanca de mangas ampulosas y un par de botas, y le preguntó a Mandelbrot—¿Cómo está Canute? ¿Ha hecho algo raro... algo que indique que conoce mis planes?—Creo que se comporta como el resto de los robots. Es decir, tan tranquilo como siempre.—No está nervioso, ¿verdad? Pero tú sí lo estás...—Naturalmente, me siento preocupado, y deseo que la ilusión dé el resultado apetecido, como lo desean todos los robots; pero la única muestra de nerviosismo que podría tener, si me permites decirlo, gira en torno a mi preocupación relativa a que tú actúes de acuerdo con tu categoría.—Gracias. ¿Queda mucho tiempo?—Dentro de unos instantes, telón arriba.—¿Todo está en su sitio?—Todo... menos tu maquillaje.—¡Mi maquillaje! Lo había olvidado.Mandelbrot le ayudó a aplicárselo, a grandes capas, de una manera que Derec estaba seguro de que resultaría grotesca y primitiva al ser captada en primeros planos por las cámaras.—¿Está listo el escenario? —preguntó luego—. ¿Todo en su lugar?—Naturalmente...—Pero el avisador dijo...—Perdóname, master Derec, pero ya deduje cómo desearías los últimos detalles.Derec asintió, sin hablar. De repente, sintióse acometido por el temor de que, al salir al escenario, olvidara su papel hasta la última sílaba. O peor, que empezara a recitar otra escena distinta.—Cálmate. Confío en que lo recitarás al pie de la letra.Derec sonrió. Se miró al espejo. Esperaba tener buen aspecto. Luego, se dirigió hacia bastidores, reuniéndose con Ariel y los robots.Wolruf estaba sentada en una silla especial, al fondo del escenario, detrás del decorado y delante de una serie de pantallas que mostraban el escenario desde varios ángulos. Tres robots supervisores estaban sentados también ante las pantallas, operando unas cámaras automáticas que se hallaban ocultas por todo el teatro; estas cámaras, con los apropiados zooms y los fundidos, proporcionarían una visión completa del escenario. A Wolruf sólo le quedaba el trabajo de apuntar, y decirle a uno de los robots qué debía difundir por las holopantallas de toda la ciudad. A su lado tenía un enorme plato de comida artificial. Y, aunque estaba altamente concentrada su atención en las pantallas, iba distraída y sistemáticamente cogiendo puñados de comida y metiéndoselos en la boca.«Si tuviese una cola, pensó Derec, la agitaría de contento».—Master Derec, es hora de levantar el telón —exclamó Mandelbrot.Derec levantó una ceja.—Mandelbrot, ¿detecto en tu voz una nota de excitación?Mandelbrot meneó la cabeza, Derec no supo si de confusión o por el deseo de manifestar un enfático no.—Esto es imposible —una pausa y continuó, irguiéndose—, a menos que haya asimilado algunas de tus lecciones sobre las inflexiones de la voz, y haya empezado a usarlas sin conocimiento consciente.—Más tarde, Mandelbrot, más tarde. Ahora, vamos a por el espectáculo...Dio una señal a un tramoyista, y el telón se levantó.Un solo rayo de luz dejó al robot que interpretaba a Francisco, el guardián del puesto, de pie en el centro del escenario. Entró el robot que interpretaba a Bernardo.—¿Quién está ahí?Francisco se enderezó, gesticuló con su espada y replicó, en tono autoritario—¡Eh, respóndeme! Ponte de pie e identifícate.En aquel momento, Derec no recordaba ni una sola sílaba de su papel, ni siquiera las del difícil soliloquio, pero tenía confianza en que, llegado el momento, sabría qué hacer y qué decir. Se serenó, comprendiendo que debía olvidarse de que era Derec, de momento. Durante las tres horas siguientes, sería otro individuo, alguien llamado Hamlet, Príncipe de Dinamarca.Una vez inmerso en el torbellino de la obra, Derec se dejó arrastrar por los sucesos de la misma, como tragado por unos rápidos acuáticos. Incluso se olvidó de darle a Canute algunas de las sorpresas, ligeros cambios de palabras que reflejaban los sucesos de las últimas semanas y que, presumiblemente, eran lo bastante sutiles para que sólo Canute captase su importancia y comprendiese lo que Derec estaba planeando contra él. Derec, eventualmente, le había indicado a Mandelbrot que estaba ocultando este aspecto de su plan, porque cambiar la comedia en aquel instante, aunque fuese por tan buenas razones, sería un crimen.Todos los robots actuaban brillantemente, con una precisión perfecta. Derec vio que sus temores de que el espectáculo no tuviese éxito eran infundados, al menos en este sentido. Porque él estaba tratando con robots, no con seres humanos que podían variar la interpretación de cuando en cuando. Una vez los robots hubieron captado los significados de sus acciones, durante los ensayos con Derec, ya jamás se desviaban de ellas. Y esta noche no era una excepción.Resulta innecesario decir que Canute no se había descubierto en absoluto, durante los ensayos, Pero esta noche, durante la representación, interpretaba su papel muy bien, incluso con brillantez. Interpretaba a Claudio tal como a Derec le hubiese gustado dirigir, pero se había refrenado por temor a dar a conocer todo su plan. Esta noche, Canute se mostraba arrogante, bien controlado, seguro de sí, sin señales de culpa, y obsesionado por detentar lo que se imaginaba que era solamente suyo.Era casi como si, tras decidir que ello mejoraría la producción sin exponerse, Canute se hubiese relajado mentalmente, dejando que los rápidos lo arrastrasen.«Bueno, se dijo Derec, durante la segunda escena del tercer acto, la gran sorpresa será mucho más eficaz».Porque en su escena de la comedia dentro de la comedia, y, antes de que los «actores» empezasen su función «real», el guión pedía una representación sin palabras, que reflejara la acción de Hamlet. En el original, un rey y una reina se abrazan apasionadamente, y luego la reina deja dormir al rey. Entra un tercer personaje, le quita al rey la corona y vierte veneno en sus orejas. Cuando vuelve, la reina llora la muerte de su esposo, pero luego es cortejada por el envenenador, quien rápidamente, consigue su amor.Derec había imaginado una versión bastante adecuada de esta escena, puesto que no entrañaba cambios en los diálogos. Además, había leído en el prólogo que las obras de Shakespeare habían sido alteradas frecuentemente para hacerlas más significativas, al menos aparentemente, en el lugar donde se representaban.En esta versión el rey construía un elevado edificio de tablas y clavijas, con la música de Gansito azul como fondo. La reina quedaba admirada y se iba. Y, cuando el rey estaba contemplando su nueva creación, entraba el tercer personaje por detrás y le golpeaba en la nuca con un enorme palo. El rey caía muerto, y el asesino destruía el edificio. Las Tres Mejillas Rotas tocaban Tiempo borrascoso.Derec aplaudió para indicar que la escena había terminado. Cuando Ariel le miró, preguntándole con la mirada qué ocurría, Derec se limitó a encogerse de hombros, pero sin dejar de observar a Canute, que estaba recitando sus versos.Una vez los actores hubieron reanudado la representación, Canute interpretó las escenas de la culpabilidad de Claudio sin la menor diferencia con su actuación anterior, aunque con una actitud, naturalmente, más relajada.El resto de la tragedia continuó sin nada especial. Y así siguió hasta la muerte de Hamlet, cuando Derec cayó al suelo con un golpe muy fuerte, sintiéndose como muerto en su interior. ¡Pobre Lucius! El primer robot creador en la historia quedaría sin ser vengado.«Bueno, todavía no estoy acabado, pensó Derec, tendido en tierra, mientras los robots representaban la última escena de la obra. Si quiero, puedo destrozar literalmente a Canute... y creo que lo haré».Derec se levantó, al caer el telón, y miró a todos con expectación.—Bueno... ¿qué os ha parecido?—Perdónáme, master Derec —intervino Canute, irguiéndose en toda su estatura, casi como un ser humano lleno de orgullo—, pero, si me permites una opinión subjetiva, creo que la producción ha sido un fracaso terrible.  
CAPÍTULO 9LA COMPAÑÍA TIENE COMPAÑÍA —¿A qué te refieres, al decir que la obra ha sido un fracaso? —preguntó Ariel, lívida—. Toda la función se ha representado muy bien, de manera harto fiel —añadió, mirando a Derec.Por el momento, el joven estaba demasiado ocupado, poniéndose a la defensiva, para responder verbalmente, pero asintió con gratitud. Casi todos los actores y los tramoyistas estaban agrupados a su alrededor, detrás del telón, y todos charlaban entre sí. Las cosas estaban demasiado embarulladas para que Derec pudiese sacarle sentido. Además, se sentía perdido. La función había terminado, y él debía volver a ser Derec.—¡Callad todos y escuchad! —gritó de repente Canute.Todos obedecieron, y sólo oyeron un gran silencio en la platea del teatro, oculta por el telón.—¿Veis? —exclamó Canute, al cabo de un segundo—. No hay ninguna respuesta. Yo he sido vindicado los robots no son artísticos, no saben responder al arte. Tal vez sea una lástima que nuestro amigo Lucius no esté aquí para darse cuenta.—Perdóname, amigo Canute —respondió Harry—, pero has olvidado un hecho nadie les dijo a los robots cómo debían responder. Como conozco a mis camaradas, sé que ahora están sentados en sus butacas, preguntándose qué han de hacer.—Excusadme —pidió Benny—, voy a hablarles a través de mi intercomunicador.Unos segundos más tarde, el teatro resonaba con los multitudinarios y atronadores aplausos, de sonido metálico. Aplausos que no parecían poder cesar nunca.M334 le hizo un gesto a un tramoyista para que levantara el telón, a fin de poder saludar. Y, mientras toda la compañía saludaba agradecidamente, Harry le susurró a Canute—¿Lo ves? ¡Les ha gustado!—Se limitan a ser corteses —repuso Canute, sin convicción.—Felicitaciones, master Derec —exclamó Mandelbrot—. La obra ha sido un éxito.Derec no pudo reprimir una sonrisa, aunque, si se debía a la comedia, o a que Ariel le estaba abrazando, no podía decirlo.—Sólo espero que haya quedado igual de bien en las holopantallas.—Oh, sí —asintió Ariel—. Le ordené a Wolruf que se concentrase en mi mejor perfil. ¡Los robots no olvidarán nunca mi hermosura!«No serán los únícos», se dijo Derec, mientras él y los demás se inclinaban por enésima vez.Los aplausos no cesaban, como si no tuviesen que finalizar jamás.De pronto, todos callaron, y los robots volvieron la cabeza cuando una figura diminuta empezó a avanzar por el pasillo central.Una diminuta figura humana, según vio Derec, estupefacto.La figura de un hombre maduro, con unos pantalones anchos, una chaqueta grande, y una camisa blanca, con cuello rizado. Lucía un hermoso pelo blanco y un poblado bigote, junto con una expresión intensa que implicaba que era capaz de notables hazañas de concentración. Cuando llegó al final del pasillo, se detuvo y contempló coléricamente al público y a los robots del escenario; después, se llevó las manos a las caderas.—¿Qué pasa aquí? —gritó—. ¿Qué clase de juego estáis jugando con mis robots?—¡Por las siete galaxias! —exclamó Derec—. ¡Tú debes ser el doctor Avery!—¿Quién, si no? —replicó el recién llegado. 
CAPÍTULO 10TODO ACERCA DE AVERY —Vosotros, tú... y tú... y tú... y tú —continuó Avery, subiendo al ascensor y señalando a Derec, Ariel, Wolruf y Mandelbrot—. ¿Hay algún sitio, en esta más bien grandiosa estructura, donde podamos hablar en privado?Casi inmediatamente, Derec decidió que, en aquel individuo, había algo que no le gustaba. No, no le gustaba en absoluto. Algo en Avery hacía que Derec se sintiese incómodo y como humillado, cosa rara en él. Tal vez fuese el aspecto de fría superioridad de Avery, o la manera cómo daba a entender que su autoridad era la única del planeta.Aún así, Derec decidió que, por el momento, su mejor opción era la colaboración. Avery debía haberse presentado por algo. Su Llave de Perihelion podía hacer que Ariel saliese de Robot City, o tal vez la nave de Avery fuese lo bastante grande para contener a más de una persona, al menos Ariel conseguiría la ayuda médica que Derec no había podido proporcionarle. Por este motivo, si no por otros, Derec trató de dominarse.—Podemos ir a mi camerino —dijo.Avery asintió, como considerando las graves consecuencias de la sugerencia.—Excelente.Ya en el camerino, Avery preguntó tranquilamente quién era cada cual y cómo habían llegado al planeta. Derec no vio motivo alguno para callar la verdad, al menos en su mayor parte. Así, le contó al doctor Avery como se había despertado sin memoria en la cápsula de supervivencia y, en la colonia minera, cómo había conocido a Ariel y cómo habían llegado a Robot City. Describió su encuentro con el alienígena que le había ordenado construir a Mandelbrot, y cómo Wolruf se había librado de su servidumbre. Contó también cómo había deducido el fallo en la programación que hacía que la ciudad se destruyese a sí misma, expandiéndose a una velocidad irresistible, cómo habían hallado un cuerpo asesinado que era un duplicado exacto de Derec, y cómo él y Ariel habían salvado al desdichado Jeff de convertirse en un paranoico esquizofrénico por el resto de su vida, cuando colocaron su cerebro en el cuerpo de un robot. Finalmente, explicó lo poco que había sabido sobre Lucius, y cómo éste había creado el Disyuntor la misma noche en que había muerto.—Fue entonces cuando decidí representar Hamlet —terminó Derec—, a fin de descubrir al asesino. Pero, al parecer, mis planes no han tenido éxito alguno con el robot Canute, por lo que todavía no tengo la menor idea de quién lo hizo. Ni siquiera tengo pruebas de que mi teoría sea la correcta. Supongo que, en realidad, no he meditado bastante este asunto.Avery asintió, pero no dijo nada. Su expresión era severa, pero sin mostrar deseos de dar su opinión. Derec ignoraba cómo estaba reaccionando el doctor ante aquella sucinta relación de todos los acontecimientos.—De manera que fue usted el que programó esta ciudad —exclamó Ariel en tono casual.Estaba sentada en un diván, con las piernas cruzadas, todavía ataviada para la representación. El efecto era algo desconcertante, ya que aunque la joven había olvidado completamente el carácter de la desdichada Ofelia, Derec todavía pensaba visualmente en ella como en la protagonista de la obra.—Seguro que, ni por un instante —prosiguió la joven—, pensó que la ciudad sufriría tantos cambios.—Lo que supuse que sucedería es asunto mío —replicó Avery en un gruñido, pero con voz tan neutra como la de un robot.—¿Ser necesaria esta rudeza? —inquirió Wolruf—. Especialmente, con uno que tanto haber hecho para preservar su invento.—¿Preservarlo? —repitió Avery, incrédulamente. De pronto, empezó a pasearse por el camerino, de forma agitada—. Queda por ver si mis designios han sido preservados o no. Una cosa está clara sucede algo extraordinario, algo que vosotros, según creo, podéis empeorar todavía.—Perdona que me muestre presuntuoso —intervino Mandelbrot, que estaba de pie junto a la puerta—, pero la lógica me informa que ha sido tu ausencia la que ha ejercido los efectos tan indeseables en la ciudad. Master Derec y sus amigos no deseaban venir ni quedarse aquí, y se ocuparon del desarrollo de la ciudad lo mejor que supieron. Además, la lógica también me dice que tal vez tu ausencia formaba parte de tu proyecto básico.Avery miró al robot, centelleante.—Deja de funcionar —le ordenó Avery con desdén.—No, Mandelbrot, no le obedezcas. Ésta es mi orden directa —gritó Derec. Luego, miró a Avery—. Es mío, y su obediencia es antes para mí.Avery sonrió.—Pero los demás robots me deben obediencia a mí en primer lugar. Podría hacer que lo desmenbrasen, si quisiera.—Muy cierto —reconoció Ariel—pero, ¿qué diría, si le manifestase que uno de sus robots desea ser actor profesional?—Todos los chistes que oír él, contar después bastante mal —comentó Wolruf.—No me cuesta nada corroborar esto —añadió Mandelbrot.—Tú eres un irracional... ¡Todos vosotros!  –susurró Avery.—Deseaba hablar de todo esto con usted —le espetó Ariel.—Entiendo —asintió Avery—. Te conozco, eres la auroriana que tuvo cierta relación con un espacial.—Y que, como resultado de ello, quedó contaminada —admitió la joven—. ¿Significa esto que soy famosa? No me avergüenzo de lo que hice... aunque tampoco estoy especialmente orgullosa de mi enfermedad. Me estoy volviendo loca poco a poco, y he de salir de este planeta para conseguir la debida atención médica.—Lo mismo me ocurre a mí —agregó Derec—. Deseo saber quién soy.—Naturalmente —concedió Avery, pero no añadió nada más, y los otros aguardaron varios segundos, cada uno pensando que pronunciaría las palabras que ansiaban oír—. Pero yo tengo otros planes —dijo, finalmente, el doctor.—¿Qué otros planes? —exclamó Derec, gesticulando frenéticamente—. ¿Qué puede ser más importante que conseguir un médico para Ariel?Pero Avery no respondió. Se limitó a seguir sentado con las piernas cruzadas. Luego, se restregó el rostro y se pasó una mano por el cabello; juntó las cejas, como profundamente concentrado, aunque siguió siendo un misterio cuáles eran sus pensamientos.—Perdóneme, doctor Avery, pero ser examinado por un robot de diagnósticos no sirve de nada —murmuró Ariel—. Necesito atención humana lo antes posible.—Tal vez un robot de diagnósticos, natural de esta ciudad, sabría mejor donde mirar —opinó Avery—. En lo que se refiere a la medicina, un buen diagnóstico es media batalla ganada.—Por desgracia, doctor Avery, no parece ser éste el caso —volvió a intervenir Mandelbrot—. Mistress Ariel fue examinada por el Cirujano Experimental 1 y por el Investigador Médico de Humanos 1 durante la recuperación de Jeff Leong de su operación experimental. Ambos lograron determinar solamente que la dolencia de Ariel se hallaba fuera de las fronteras de sus capacidades de diagnóstico y tratamiento. No han sido influidos por la extraña intuición que se está volviendo rápidamente algo endémico en este lugar, aunque fueron activados después del casi desastre del que master Derec salvó a Robot City.—¿Estás seguro de esto? —intervino Derec.—No respecto a la causa, pero sí sé que ellos han continuado como estaban —respondió el robot—. He mantenido un contacto regular con ellos, y ahora trabajan en las muestras de sangre y tejidos que les dejó mistress Ariel, pero no han adelantado nada.—Entonces, yo estaba en lo cierto —Derec se golpeó una mano con la otra—. La única manera de que logren hacer progresos y encontrar una cura es añadiendo uno de los robots intuitivos al equipo médico.—No lo creo —replicó Avery, fríamente—. En realidad, todo esto de las ideas intuitivas se acabará rápidamente, tan pronto como imagine la manera de que cese. Es demasiado imprevisible. Debe estudiarse en condiciones controladas. En condiciones estrictamente controladas, sin robots que vayan por ahí contando chistes.—Lo cual es una lástima —observó Derec—. Ariel se curará, de una manera o de otra, y usted no podrá impedirlo.Avery abrió los ojos. Luego, contempló varios segundos a Derec, en silencio, tabaleó sobre la mesa de maquillaje y cruzó y descruzó las piernas. No se trataba de unas acciones nerviosas, aunque sí agitadas.—Amigo Derec, esta ciudad es mía. Yo la creé. Yo la poseo. Y nadie la entiende mejor que yo.—Entonces, debería poder explicar algunas de las cosas que nos han ocurrido aquí —le espetó Derec.Avery descartó la interrupción con la mano.—Oh, ya lo haré cuando lo juzgue conveniente.—¿Ser por esto que tú crearla? —preguntó Wolruf, curvando los labios.—Y, si quisiera, podría diseccionarte —manifestó Avery, con tranquilidad—. El hecho de que seas la primera alienígena en cautividad humana casi exige tu vivisección como la mejor respuesta científica.—¡No se le ocurra pensarlo siquiera! —se alarmó Derec—. Primero, Wolruf no está cautiva, sino que es nuestra amiga. Ni siquiera dejaría que le aplicara los rayos X sin su expreso permiso. ¿Entendido?—Los robots me aceptan como su dueño y señor, y estoy seguro de que ya han decidido que ella no es humana. Al fin y al cabo, no parece ni actúa, ni remotamente, como un ser humano.—Pero es tan inteligente como los humanos, y un robot se vería influenciado por esto —comentó Derec—. Tal vez sus robots acaben por ser incapaces de obedecer sus órdenes.—Sólo los más inteligentes —concedió Avery—. Aquí hay muchos grados de inteligencia, y yo puedo restringir mis órdenes a las formas más inferiores, ante la eventualidad de algunos conflictos en este aspecto.—Opino que usted subestima la capacidad de Derec para mantener el control —exclamó Ariel, adelantándose al joven.Avery sonrió.—Su amiga tiene gran confianza en usted —le dijo luego a Derec—. Y espero que sea una confianza justificada.—Yo no habría llegado tan lejos como he llegado sin la capacidad de convertir un suceso desdichado en un beneficio para mí —observó el joven.—Él lograr ayuda —se inmiscuyó Wolruf.—También yo le ayudé, a mi manera robótica —manifestó Mandelbrot—, y continuaré ayudándole, mientras funcione. Gracias a master Derec, he aprendido mucho de lo que los seres humanos entienden por la palabra «amigo».Avery asintió. Escrutó a Derec con lo que al parecer era una mezcla de orgullo y cólera, como si el doctor Avery no hubiese decidido aún qué sentía acerca del grupo y lo que pensaba hacer con el mismo. Derec tuvo la sensación de que el doctor volaba sin ordenador de navegación.—¿Cómo llegó aquí? —quiso saber Derec.—Esto es asunto mío, no suyo.—¿Halló quizás una Llave de Perihelion? En tal caso, no creo que le molestase dejar que la usásemos Ariel y yo. Se la devolveríamos tan pronto como ella tuviese cuidados médicos. Para ello, yo regresaría aquí.—No sé de qué me habla. Y, de todos modos, su sugerencia es inútil. No poseo tal llave.—Entonces, llegó con una nave espacial —determinó Derec, forzando la mano, en un esfuerzo por hacer exactamente lo que estaba haciendo desde que se despertó en la cápsula de supervivencia volver las cosas en su beneficio—.¿Donde está?Avery se echó a reír estruendosamente.—¡No pienso decírselo!—Resulta irónico, ¿verdad? —observó Mandelbrot—, que los humanos, que tanto dependen de que los robots se adhieran a las tres Leyes, no puedan ser programados para que las obedezcan.—Esto existir fuera de las leyes de tu raza —comentó Wolruf.Avery miró a la alienígena bajo un nuevo prisma.—Si tus palabras significan lo que pienso, tienes toda la razón.—¿Así es cómo consigue sus fines —preguntó Derec—, poniendo en peligro las vidas de personas inocentes?Una nueva luz centelleó en las pupilas de Avery.—No, pero sin hacer caso de las vidas de la gente inocente, sí. Lo único que importa es mi trabajo. Y mi trabajo jamás se realizaría si dejase que mi conducta se hallase limitada por consideraciones que podríamos llamar humanitarias.—¿Por eso dejó sola a la ciudad tanto tiempo, a fin de ejecutar su trabajo? —preguntó Derec—. ¿Para fundar otras colonias?—Estuve fuera de aquí, y esto es todo lo que necesitan saber —Avery metió una mano en el bolsillo, extrajo un pequeño aparato y apuntó con él a Mandelbrot.Aquel aparato parecía un bolígrafo pequeño, y cuando el doctor lo movió dejó escapar un silbido extraño. Pero las chispas, en vez de salir del instrumento, salieron de Mandelbrot.Ariel chilló.—¿Qué le está haciendo? —Derec inquirió, corriendo al lado del robot.Wolruf se agachó, y sus patas traseras se arquearon, como para saltar sobre Avery. Éste la miró.—¡Cuidado! —gruñó—. Puedo hacer que ese robot lo pase mejor... o peor.Wolruf se enderezó, pero sin perder de vista a Avery, como acechando la oportunidad de atacarle.Derec estaba tan rabioso que sus intenciones eran iguales a las de Wolruf, aunque esperó que no se le notase demasiado. Mas, por el momento, estaba ocupado tratando de mantener a Mandelbrot de pie o, al menos, apoyado en la pared, si bien no estaba seguro de cuál sería la diferencia.Mandelbrot se estremecía, mientras surgían chispas de sus junturas y de cada abertura de su cabeza. Su coordinación pseudomuscular se hallaba ya en un estado avanzado de descomposición; los brazos y las piernas bailaban espasmódicamente, y de la rejilla del habla salía un largo quejido, como el lamento de un fantasma. Derec lo empujó contra la pared, y se vio golpeado varias veces por las manos y los codos incontrolables del robot. Pese a los esfuerzos del joven, Mandelbrot se deslizó al suelo, y Derec sentóse encima de él, tratando de contener los retorcimientos del robot. Pero éste era muy resistente y, finalmente, Derec ya no pudo hacer nada, sino apartarse para no salir perjudicado.Avery, mientras tanto, conservaba la calma, sin dejar de apuntar al robot.—No se acerquen... podría ser peor. Incluso puedo inducir un torbellino positrónico.—¿Qué es lo que le hace? —quiso saber Derec.—Esto es un generador electrónico, un aparato inventado por mí —replicó Avery, con cierto orgullo—. Emite una corriente de iones que interfiere los circuitos de cualquier máquina, por muy avanzada que sea.—¡Lo está lesionando! —gritó Ariel—. ¿No le importa?—Claro que no, querida. Se trata de un robot y, por tanto, sólo goza de los derechos que yo le concedo.—¡Oh, no!  —gruñó Wolruf.—Puedo pulsar un botón más deprisa de lo que puedas moverte —le advirtió Avery a la alienígena.—¿Por qué lo hace? —se interesó Derec.—Porque no deseo que ese robot se entrometa. Mire, he colocado varios robots Cazadores fuera de este teatro. Aguardan mi señal, incluso mientras estamos aquí, conversando. Cuando los alerte, les capturarán a ustedes y los conducirán a mi laboratorio, donde le drogaré a usted, Derec, con un suero de la verdad muy avanzado, y averiguaré todo lo que su mente tiene que contarme.—¿Me ayudará ese suero a recordar quién soy? —se apresuró a preguntar el joven.—¡Derec! —exclamó Ariel, estremecida.—Lo dudo mucho. Por desgracia, ese suero todavía no está perfeccionado; se trata de otro invento mío, y confieso que existe la posibilidad de que todavía empeore las cosas. Al menos por algún tiempo. Aunque, no tema, los daños no serán permanentes.Derec asintió. Miró luego a Mandelbrot, en el suelo.—Lo siento, viejo amigo —dijo.—¿Qué? —gritó Avery, un nanosegundo antes de que Derec le arrojase una silla.Cuando el científico agachó la cabeza, Derec corrió a la puerta y gritó:—¡Seguidme! ¡Más tarde volveremos en busca de Mandelbrot!Los tres corrieron por el pasadizo hacia el escenario, donde estaban los miembros del reparto de la obra y los tramoyistas. Wolruf se frenaba para seguir al lado de Derec y Ariel.—¡Fuera del paso! —gritó Derec, corriendo entre los robots.Esperaba crear bastante confusión para impedir que los robots actuaran demasiado deprisa si Avery invocaba su autoridad prioritaria y ordenaba capturarle a él y a sus amigos.—¿Adónde vamos? —quiso saber Ariel.—¡Ya veremos!No tardaron en oír la voz encolerizada de Avery, gritando algo. Mas por entonces ya estaban en el escenario. Derec se detuvo junto a la trampilla central y la abrió.—¡Deprisa, por aquí!—¡Pero esto conduce al fondo del escenario, al sótano y...! —gritó Ariel.—No, no —replicó Derec—, vamos, rápido.Wolruf saltó adentro, y Derec y Ariel la siguieron velozmente. Cuando Derec cerró la trampa, todo quedó envuelto en tinieblas.—Tendremos que andar a tientas unos minutos —manifestó el joven, abriéndose paso por el negro corredor—. ¡Ah, aquí! Esta puerta lleva a los canales subterráneos de la ciudad. ¡Hasta los Cazadores de Avery tardarán bastante en encontrarnos aquí!—No demasiado —refutó Ariel—. ¿No pueden buscar nuestro rastro con infrarrojos?—Pese a eso, aún tendremos algún tiempo —respondió Derec, apretando los dientes—. Y utilizaremos ese respiro para planear el movimiento siguiente. ¡Vamos!—De acuerdo —se resignó Ariel—, pero espero que alguien encienda las luces.En realidad, las luces eran la única cosa que no debía preocuparles. La iluminación de los canales subterráneos resplandecía automáticamente en presencia de visitantes, alumbrando los espacios angostos varios metros detrás y delante de los mismos. Aquí, las cosas no eran tan elegantes. Al principio, sólo vieron lo que ya esperaban cables y conductores, tuberías, paneles de circuitos, generadores de energía transistorizados, medidores de deformaciones y presiones, condensadores, cápsulas de fusión y otros aparatos que Derec, pese a todos sus conocimientos electrónícos y positrónicos, no conocía. El joven contempló unos instantes todo aquello como fascinado, olvidando momentáneamente el motivo del por qué él y sus amigos estaban allí.Derec se veía obligado a admirar a Avery. Con toda seguridad, aquel individuo era un genio sin parangón en la historia de la humanidad. Lástima que hubiese perdido su humanitarismo, en el proceso de convertir sus sueños en realidad.—¿Tenemos que ir mucho más lejos? —se preguntó Ariel—. Me estoy cansando, y no resulta fácil andar deprisa, disfrazada de esta guisa.—No lo sé —confesó Derec, respirando entrecortadamente.No se había dado cuenta de su propio cansancio. Había agotado todas sus energías en la función, y probablemente no le quedaban muchas reservas.—Supongo que deberíamos seguir avanzando, pero no veo de qué serviría.—Cuanto más ir adelante, más alejar a los perseguidores —murmuró Wolruf—. Primera lección que aprender los cachorros.—Derec, ¿qué es esto? —exclamó de repente Ariel, señalando la zona iluminada ante ellos.—¿El qué? Todo me parece igual.Wolruf husmeó el aire.—Olor no ser el mismo.Derec avanzó por el pasadizo. La iluminación avanzó con él. Y, a lo lejos, antes de que el corredor quedase envuelto en tinieblas, los cables y los generadores empezaron a fundirse en una figura amorfa. Derec hizo señales a los otros.—Sigamos, deseo ver qué es esto.—Derec, estamos en peligro... No podemos seguir explorando sólo por gusto.—No sé por qué no. Además, este corredor sólo va en dos direcciones adelante y atrás.Cuanto más se adentraban, más amorfos se tornaban los materiales del canal, fundiéndose uno en otro, hasta que sólo fueron visibles las líneas vagas de los generadores, los cables, las cápsulas de fusión y las demás piezas. Era como si cada aspecto del canal estuviese soldado en partes inseparables.Derec tuvo la impresión de que, si lograba abrir uno de los generadores, por ejemplo, lo que encontraría dentro sería una serie de circuitos y cables fundidos.—Más adentro —urgió a los otros dos—, tenemos que ir más adentro.—Derec, aquí las cosas se están poniendo muy mal —protestó Ariel.—Tener razón —la apoyó Wolruf—, cuanto más seguir, más estrecharse el túnel. Si vienen los Cazadores...—Tampoco podríamos hacer nada —observó Derec—. Fijaos en lo que sucede aquí. ¿No comprendéis lo que pasa?—Es como si la ciudad —respondió Ariel—empezara a disolverse...—Ah... En realidad, la causa es exactamente la contraria. Cuanto más avanzamos, menos diferenciada está la ciudad. ¿No lo entendéis?—¿Hablas en serio? ¡No!—Los últimos cimientos de Robot City están por debajo de este canal. Las metacélulas deben fabricarse abajo, y son impulsadas hacia arriba, de igual manera que el agua es impulsada por una tubería. Sólo que más lentamente.—Entonces, ¿por qué están aquí todas esas máquinas falsas?—No son falsas, sino que todavía no están plenamente formadas. Probablemente, las células tienen que pasar a través de una parte de los cimientos, antes de poder obtener su programa. Los átomos de metal forman un encaje en tres dimensiones, y por esto el metal se da en forma policristalina... esto es en-gran cantidad de pequeños cristales. Las células de esta parte del subterráneo todavía no han cristalizado. ¿Ariel...?La joven miraba a lo lejos. Y asentía como si entendiese la explicación, pero sudaba y estaba mucho más pálida bajo aquella luz tan débil. Derec alargó la mano para sostenerla, pero la joven se apartó.—No... —murmuró—, padezco de claustrofobia. Esto es demasiado estrecho. Siento... todo este peso encima de mí.—No te preocupes por eso —la consoló Derec—. Los cimientos son seguros. No ocurrirá nada.—¿Y qué haremos, si vienen los Cazadores?—Tal vez no nos encuentren, aquí. Ni siquiera con sensores infrarrojos. Si el programa no está completo en este sector, es posible que no puedan detectarnos.—Sólo es posible —recalcó Wolruf—. Pero, aunque ellos no venir, tener nosotros que irnos antes o después. Y entonces Si encontrarnos.Derec movió la mano, como dándole la razón.—Está bien, está bien. Sé todo esto. Y lo siento.—Tú no poder hacer nada para impedirlo.Derec gruñó y luego lanzó algo semejante a una carcajada burlona. Ya era malo hallarse en un callejón sin salida... pero era peor saber que habían llegado al final del camino en más de un sentido.¡Cómo deseaba que Mandelbrot hubiese estado con ellos!Derec se motejaba de cobarde por haberle abandonado. Lo había hecho con la esperanza de volver en su busca, pero ahora temía que Avery le descompusiese el cerebro y esparciese las piezas por la ciudad, lo que haría imposible su reconstrucción, a menos que se recuperasen todas las piezas, sin faltar una.Derec estudió sus manos, con las palmas abiertas. Había construído a Mandelbrot con aquellas manos y con su cerebro, con las piezas que tuvo a su disposición. Ahora, sus manos y su cerebro parecían tremendamente inadecuados para contender con los problemas que le acechaban. No podía ayudar a Ariel. No podía ayudar a Wolruf ni a Mandelbrot. No había logrado que Canute confesara, y así poder llevar al robot ante la justicia apropiada. Diantre, ni siquiera había solucionado la cuestión de quién era el verdadero asesino de Lucius. Y, por último, en el auténtico final, era incapaz de ayudarse a sí mismo.Wolruf dejó oír un sonido profundo en su gola.—Derec, un problema.—¿Otro?—¡Oh, sí!Derec levantó la mirada y divisó en el límite de la oscuridad, encima de ellos, a los robots Cazadores, que iban avanzando. 
CAPÍTULO 11SUEÑOS FUERA DE LUGAR Derec despertó en un sitio que sabía que no era real. Esto aparte, no tenía la menor idea de dónde estaba. Se hallaba en un plano de cobre que se extendía sin fisuras en todas direcciones. Más arriba, había un cielo negro como la paz. Teóricamente, también hubiese debido ser tragado por las tinieblas, puesto que el cobre apenas era una fuente obvia de iluminación, pero la visión, en cambio, no ofrecía problemas.En realidad, comprendió Derec, su percepción visual llegaba a los extremos ultravioleta e infrarrojo. Cuando se inspeccionó la mano, le crujieron las articulaciones del cuello; no habría oído el sonido de ser humano. Porque ahora era un robot. Su mano de metal lo demostraba, sin duda alguna.Normalmente, este nuevo giro de los acontecimientos le habría dejado en una profunda depresión; pero, una vez hecho el mal, Derec lo aceptó con cierta calma. No sabía por qué ni cómo había cambiado, ni creía que los motivos tuviesen demasiada importancia. Lo único que necesitaba era saber qué haría a continuación.Lógicamente, caminaría. Como no tenía modo alguno de determinar si una dirección era preferible a otra, echó a andar en la dirección que tenía al frente.Y, en tanto andaba, vio que algo crecía en lontananza.Apretó el paso, esperando llegar más deprisa a su destino, pero la distancia siempre era la misma.Corrió, y la cosa pareció alejarse de él por la superficie de cobre, manteniendo entre ambos la misma distancia.Vio que en las regiones superiores de aquel algo se hallaban las pirámides de la ciudad, apuntando al cielo mientras los cimientos se alejaban. Apuntando contra el cielo y cortando a su través, desgarrándolo y dejando al descubierto la blancura del otro lado. Cintas de blancura surgían de la nada y, aunque Derec no podía alcanzar la ciudad, eventualmente se situó directamente debajo de las cintas. La razón le dijo que estaban lejos, probablemente a un kilómetro de donde él se hallaba, pero el joven cedió a la urgencia de llegar a ellas y tocarlas.Al fin, cogió una y sintió un destello de calor lacerante en su alma. El calor le envolvió, como fundiendo el cobre y la negrura del mundo.¿O estaba cayendo dentro de la cinta?Intentó gritar, mas no logró articular ningún sonido. Trató de soltar la cinta, pero se pegaba a sus dedos. Se expandía, le envolvía...Ignoraba si caía en su interior. La razón también le dijo que estaba viviendo un cierto sueño, y que sería mejor que se dejase llevar por el mismo, sin luchar contra él. Tal vez su mente intentaba decirle algo.Cayó, a través de la blancura, hasta llegar a un banco de amebas gigantes; pero, en lugar de ser unas criaturas formadas por proteínas, se componían de circuitos dispuestos como en un encaje. Pataleó y agitó los brazos, y descubrió que podía nadar con la corriente de la blancura. Podía nadar con la corriente......Hasta que trazaron círculos y círculos, desapareciendo en un punto de la blancura, como si fuese el centro de un remolino. Derec trató de nadar contra la corriente, pero era arrastrado inexorablemente a dicho punto.Salió por el otro lado, rodeado, no por amebas, sino por un mineral fundido que se solidificaba rápidamente en meteoritos, debido a las temperaturas cercanas al cero absoluto de este espacio. Ahora estaba en un vacío donde no había ninguna corriente en la que nadar. Pensó que debía estar asustado, pero la verdad era que se enfrentaba con la situación en medio de una tranquilidad increíble. Tal vez esto se debía a que, en el sueño, era un robot en cuerpo y mente. Su cuerpo no se veía afectado por el frío, ni necesitaba aire para respirar, de manera que, excepto por el peligro de ser golpeado por algún fragmento solidificado, no corría riesgo alguno. De modo que no tenía nada que temer, nada de qué preocuparse.Nada, excepto quizás, saber adonde iba. Deseaba poder resistir el trayecto que tomaba, pues nada podía hacer por desviarse, ya que no tenía nada a lo que asirse, ni a lo que patear. No le quedaba otra elección, sino someterse al impulso y esperar poder actuar más tarde.No podía juzgar el tiempo transcurrido desde que había caído del vacío a un cielo azul oscuro, ni podía explicar cómo había logrado caer tan lejos, tan deprisa, sin arder al entrar en la atmósfera.Aterrizó en un vasto mar y nadó hacia la playa, donde las olas se estrellaban contra las rocas. Se arrastró por la arena, sintiéndose tan fuerte y bien dispuesto como al principio del sueño, pero ahora un poco temeroso de oxidarse. Sin embargo, cuando consiguió salir de la playa y pudo percibir de nuevo, a lo lejos, la ciudad, su cuerpo metálico estaba perfectamente seco, apto para llevarlo como vestido.Anduvo hacia la ciudad. Ésta se hallaba estacionaria y, cuanto más se aproximaba, más brillante resplandecía a la luz del sol, con los colores del arco iris que relucían como si las torres, las pirámides y las fortalezas volantes chispeasen con el fresco rocío de la mañana.Dentro de los límites de la ciudad había edificios en forma de prismas hexagonales, prismas tetragonales, dodecaedros, octaedros... formas geométricas complejas, pero cada una con su propia pureza, derivada de su simplicidad. No obstante, no parecía haber nada dentro de los edificios; no tenían puertas, ni ventanas, ni ninguna clase de entrada. Los colores de las fachadas brillaban al sol carmesí, trigo, ocre, zafiro, oro, arena y esmeralda, todos y cada uno agradables para las integrales lógicas de Derec. Todos constantes y puros.Pero, cuanto más se adentraba en la ciudad, menos edificios había. Estaban más espaciados, hasta que el vacío formó una enorme plaza en el centro. Y en la plaza había una serie de máquinas misteriosas, rodeadas por paquetes de plástico transparente, llenos de productos químicos secos, diseminados por tierra. Todos parecían rogar ser usados.Pero, ¿para qué?Derec los usó. Ignoraba por qué, y no sabía exactamente cómo debía utilizarlos. Mezcló el contenido de los paquetes de plástico en las máquinas cuando le pareció conveniente; en realidad, reconstruyó las máquinas cuando lo creyó apropiado. De nuevo, no supo exactamente por qué ni cómo ejecutaba aquella tarea. Al fin y al cabo, no era más que un sueño.Y, cuando hubo terminado, se quedó en el borde de la plaza y contempló la abertura que acababa de hacer en la tela del universo. Dentro divisó un amasijo de galaxias que giraban, separándose unas de otras, en un fluir rítmico y constante. Gradualmente, se dirigían más allá del radio visual, pero, en vez de dejar una intensa negrura en su estela, dejaban una cegadora luminosidad blanca.Derec, dichosamente, penetró en la luz. Y era la hora de despertarse, porque ya sabía cómo atrapar a Canute. 
CAPÍTULO 12LA TEORÍA DEL TODO —Despierte, muchacho —era la voz del doctor Avery desde detrás del velo de tinieblas—. Ha llegado el momento de volver al mundo de los vivos.Derec abrió los ojos. El rostro del doctor Avery se inclinaba hacia él, entrando y saliendo de foco. La expresión del doctor era tan neutral como sardónico su tono. Derec intuyó que ambas cosas eran calculadas; la luz constante que lucía en las pupilas de Avery estaba controlada con grandes esfuerzos.—¿Qué me ha ocurrido? —quiso saber Derec, hablando roncamente—. ¿Qué me hizo usted?—Los robots Cazadores les adormecieron, a usted y a sus amigos, con una dosis de gas nervioso. Los efectos han sido temporales, se lo aseguro, sin ninguna consecuencia. Tuve que asegurárselo también a los Cazadores, y convencerles de que los tres sufrirían menos, al ser transportados por aquellos corredores tan estrechos, si estaban inconscientes. Como ve, conozco a esos robots, y puedo justificarme ante ellos hasta un punto que usted jamás soñaría.—¿Dónde están mis amigos?Avery se encogió de hombros.—Por ahí —debió pensar mejor la respuesta, porque rectificó, con cierta amabilidad— En el laboratorio. No puede verles porque su visión todavía no se ha aclarado.—¿Dónde está Mandelbrot? ¿Usted no habrá... no lo habrá destruído?—No —negó Avery, solemnemente—. Habría sido perder una buena labor de artesanía. Usted es un magnífico robotista, mi joven amigo.—Supongo que debo sentirme halagado.—Sí, en efecto.Derec cerró los ojos, en un esfuerzo para lograr una idea mejor de su paradero. Sabía que estaba tendido, si bien su posición no era totalmente horizontal. El problema era que no sabía si la cabeza estaba hacia arriba o hacia abajo. Cerrando los ojos, no obstante, las cosas se pusieron peor. Sentía como si estuviese atrapado y atado a una rueda de la fortuna giratoria. Trató de moverse.—Quiero incorporarme. Desáteme.—Hablando en puridad, usted no está atado. Se halla inmovilizado por unas barras magnéticas en las muñecas y los tobillos —Avery sostenía un aparato portátil con un teclado—. Esto desmagnetizará las barras, soltándole... pero sólo yo conozco el código.Derec sentíase ridículamente indefenso.—¿No podría, al menos, rebajar la luz? Me duelen los ojos.—Sé que en realidad no debería importarme —dijo Avery, apartando los ojos—. ¡Canute! —llamó, y el resplandor disminuyó.Derec pudo ver mucho mejor. La rejilla de la luz se hallaba a varios metros sobre su cabeza. Derec miró a su derecha y vio a Ariel dormida sobre una tabla de mármol, también sujeta por barras magnéticas. Más allá, había una batería de ordenadores y equipo de laboratorio, y también piezas de recambio para robots, sin mencionar un obediente Canute que supervisaba un experimento químico.A la izquierda de Derec, Wolruf yacía, boca abajo, sobre otra losa. También fría. Le colgaba la lengua fuera de la boca.Mandelbrot, desconectado, estaba cerca, contra la pared, como una estatua, una estatua extraña que Derec esperó que volviese a la vida en cualquier instante. Pensó incluso en ordenarle al robot que despertase, pero temió que Avery ya hubiese previsto esta contingencia. De todos modos, no deseaba volver a ver cómo sufría su buen amigo. Avery tenía consigo el generador electrónico.—Gracias por bajar la luz —le agradeció Derec—. ¿Están bien mis amigos?—En excelente forma. En realidad, debo felicitarle, joven. Tiene usted muchos recursos.—¿A qué se refiere?—A que, cuando estaba inconsciente, logró resistirse a mi suero de la verdad. Parloteó incesantemente, pero apenas obtuve alguna información valiosa.—Seguramente, porque no tengo ninguna que darle. Recuerde que yo no le pedí ser traído aquí.—Me esfuerzo por recordarlo —respondió Avery, cansinamente.Luego suspiró, como agotado.Derec esperaba que lo estuviese por completo. Tal vez lograría aprovecharse de ello.—¿Descubrió algo respecto a mi identidad, mientras yo estuve fuera del mundo? —quiso saber.—No me ocupo de sus asuntos personales. Sólo deseaba saber si había saboteado el carácter de mis robots.Derec no pudo reprimir una carcajada.—No les hice nada ni a sus robots ni a esta ciudad, a menos que cuente haberla salvado de los fallos del programa. Todos los errores del diseño son suyos, mi querido doctor.—Yo no cometo errores.—No, simplemente, no está acostumbrado a cometerlos. Pero sí los comete. Por lo menos, realizó más de lo que intentaba. Sus metacélulas son capaces de duplicar las funciones organizadoras de la proteína a una escala sin precedentes, en el estudio de las formas de vida artificiales. La interpretación entre los cambios constantes de la ciudad y los sistemas lógicos del cerebro positrónico parecen liberar el cerebro del robot de las concepciones preconcebidas de sus obligaciones. Y, si lo que le ocurre al cerebro de Mandelbrot es un indicio de ello, los resultados finales son imprevisibles.—Lo dudo. Tal vez su robot se quemó por incompatibilidad con el metalubricante de la ciudad.—¡Usted se está metiendo entre neutrones! —gritó Derec, intentando, fútilmente, quitarse las barras magnéticas de los pies para conseguir tan sólo torcérselos—. ¿No es más razonable suponer que la tensión ambiental de la crisis de réplica originada por un fallo en su programación, desencadenó la emergencia de las capacidades latentes en todos los robots de un diseño suficientemente avanzado?Avery reflexionó, mientras se frotaba la barbilla.—Explíquese.—No hay precedentes de Robot City. Nunca hubo otra sociedad de robots sin seres humanos. Pudieron suceder cosas diferentes antes de la llegada de Ariel y yo, cosas que nunca hubiésemos imaginado siquiera.—¿Qué clase de cosas? —se interesó Avery, malhumorado.—Esto lo vio usted desde su oficina de la Torre de la Brújula —respondió Derec, siendo recompensado por el levantamiento de cejas del doctor Avery—. Oh, sí, nosotros ya estábamos aquí. También estuve en el núcleo central, y hablé con los jefes supervisores. Sus robots decidieron estudiar a la humanidad, a fin de servirnos mejor. Usualmente, los robots no obran así. Incluso intentaron formular unas Leyes de la Humánica, con el propósito de comprendernos. Y nunca había oído que unos robots hiciesen tal cosa.—Supongo que tiene una teoría acerca de estos sucesos.—Un par de ellas —Derec empezó a contar con los dedos, pero no pudo seguir en la postura que tenía—. Primero, la tensión de la crisis de réplica. Fue una crisis de supervivencia, comparable a las glaciaciones en la prehistoria de la Tierra. Los robots estaban forzados a adaptarse o perecer. Mi interferencia ayudó a superar la crisis, pero también ayudó a conformar la adaptación.»Segundo, el actual aislamiento de Robot City. Sin humanos en ella, los pasos evolutivos que habrían sido suspendidos han continuado por ejemplo, el estudio de las Leyes de la Humánica; los robots, como otro ejemplo, acostumbrándose a tomar iniciativas. Estos cambios no sólo sobrevivieron, sino que florecieron. Formaron, al final, parte integrante de los circuitos positrónicos de los robots. Incluso en los primitivos microchips, había algo en estado latente que no se usaba. Y ahora vemos qué sucede, cuando se les despierta a la fuerza.—Todo esto que me cuenta no demuestra nada —el doctor Avery ahogó un bostezo—. No son más que teorías. Y, ciertamente, no constituyen ninguna prueba empírica.—¿Le aburro, verdad?—Excúseme. No, no me aburre en absoluto. Por ser tan joven, es usted muy interesante, aunque sus encantadoras ideas sobre los robots y la realidad hablen realmente de su inexperiencia. Claro que es esto lo que cabía esperar.Palmeó la barra de los pies de Derec.El joven arrugó el ceño. De una cosa estaba seguro. Podía contender con la inestabilidad mental de Avery, podía tolerar la arrogancia de aquel hombre, pero la ternura condescendiente de sus palabras le causaba náuseas, hasta el mismo núcleo de su ser. Y por ninguna razón que Derec pudiese entrever. Era un sentimiento gratuito. Llegó a preguntarse si ello tendría que ver con algún choque sufrido ya con Avery en su pasado olvidado.—Bien, ¿qué información sacó de mí? —preguntó.Avery se echó a reír.—¿Por qué he de decírselo?—Porque no tengo nada que ocultar. Sólo usted insistió en que oculto algo. No le formuló preguntas a mi robot, sino que lo incapacitó. No les hizo preguntas a los otros robots... los ignoró. A mí sí me interrogó, pero sólo cree a medias mis respuestas. Y trató a mis amigos como lo que son para usted meros inconvenientes.—Temo que esto es exactamente lo que son —fue la fría respuesta.—Pero... pensaba que usted había creado este lugar para saber qué clases de estructura social establecerían los robots por sí solos.—Tal vez lo hice por eso, tal vez no. No veo ningún motivo por el que deba confiarle a usted mis razones.—¿Y no está interesado en nuestras observaciones?—No.—¿Ni siquiera en las de Ariel Welsh, la hija de su patrocinadora financiera?—No —Avery miró en dirección a la joven—. Los padres y los hijos casi nunca se aman mucho en Aurora.—Usted ya sabe cosas de ella y no quiere ayudarla, ¿eh? ¿No se halla absolutamente inquieto por ella?—A los ojos de la sociedad Espacial, es una extraña y, por consiguiente, un individuo básicamente inconsecuente. Supongo que, en una época anterior, más idealista, habría sacrificado parte de mi tiempo y de mis recursos para ayudarla, pero el tiempo se ha convertido últimamente en una cosa muy valiosa para mí, demasiado valiosa para desperdiciarlo en la vida de un solo ser humano, entre millones y millones... Mis experimentos se hallan en una fase muy sensible. Y no puedo confiarme a usted.—Es en usted en quien no confía —le advirtió Derec.Avery sonrió.—¿Y cómo usted, que tanto sabe acerca de los robots y tan poco sobre los humanos, se imagina esto, mi querido amigo?Derec suspiró.—Por intuición, nada más.—Entiendo.Avery se volvió hacia Canute y lo señaló con un dedo.En un momento, Avery y Canute estuvieron inclinados sobre Derec. Este ya había percibido que había algo diferente en el comportamiento de Canute... le faltaba algo. Habían desaparecido la anterior cortesía, la atrevida arrogancia, siendo reemplazadas o suprimidas por unos modales serviles, que podían ser voluntarios o sólo lo que Avery esperaba de él.—¿Estás bien, master Derec? —le preguntó Canute, en tono neutro.—Mejor de lo que cabría esperar. Eres fuerte, Canute. ¿Por qué no me quitas estas ligaduras?—Temo que, a pesar de que tal vez fuese capaz de quitarlas, no puedo hacerlo —replicó el robot.—¿Y por qué «master Derec»? —intervino Avery—. Aguardaba algo mejor para ti, robot. Mientras usted no sufra daño alguno, Canute no tiene más remedio que obedecer mis órdenes, que tienen precedencia sobre las que usted pudiera impartirle.—Estaba comprobándolo, solamente —fue la respuesta del joven—. ¿Pero cómo sabe que, teniéndome aquí, tendido e indefenso, no me está causando graves lesiones?Avery pareció sorprendido, pero Canute se le adelantó en la contestación.—No lo sé. Simplemente, acepto la palabra del doctor Avery, según la cual no te sobrevendrá ninguna lesión como resultado de tu inmovilidad.—¿Cómo te sientes siendo un robot, Canute?—¡Esta pregunta es irrelevante! —proclamó Avery, con un gruñido burlón—. Canute no tiene nada con qué compararse.El robot se volvió hacia Avery, y un resplandor familiar volvía a brillar en sus receptores visuales.—Perdona, doctor Avery, pero no estoy de acuerdo contigo. Sí tengo algo con que comparar la sensación de ser un robot, porque, después de pasar varias semanas intentando imitar las acciones de un ser humano de ficción, poseo algunas ideas, aunque vagas, de cómo es un ser humano. Desde esta base, puedo extrapolar qué debe sentir el verdadero artículo.—Entiendo —asintió Avery, aunque su expresión indicaba que no creía ninguna de aquellas palabras, y que no se las tomaba en serio. Volvió la vista hacia Derec—. ¿Quién está ahora metiéndose entre neutrones, jovencito?—¿Qué otra cosa puedo hacer, estando aquí?Avery volvió a sonreír. A Derec empezaba a disgustarle profundamente aquella sonrisa.—No puedo luchar contra esta lógica —murmuró Avery, ahogando otro bostezo.—Master Avery, ¿te hallas al borde del agotamiento? —preguntó Canute, muy solícito.—Pues sí, en efecto. Llevo ya mucho tiempo despierto... en realidad, desde que me marché en... No, no lo digo. Usted no tiene por qué saberlo.—¿Puedo sugerirte que te refugies en el sueño? Podría ser perjudicial continuar despierto, una vez acabada la resistencia de tu cuerpo.Otro bostezo de Avery.—Muy buena idea —un cuarto bostezo—. ¿Deseas que me largue, Derec?—Sólo a causa de tu halitosis.—Ja, ja... Tratas de disimular tus designios tras una máscara de frivolidad. No importa. Bien, seguiré tu sugerencia, Canute. Cuando me despierte, decidiré qué debo hacer —dio un paso hacia la puerta y después volvió de nuevo hacia Canute—. Bajo ninguna circunstancia debes tocar las barras que inmovilizan a nuestro amigo Derec, a menos que yo esté físicamente presente en esta habitación, ¿entendido? Ésta es una orden directa.—¿Y si he de ir al lavabo? —inquirió Derec.—No irá. Ya me ocupé de la eliminación de sus necesidades.«¿Qué haría?, pensó Derec. ¿Deshidratar mi vejiga? Ese tipo es un genio más grande de lo que me figuraba».—Master Avery, existe la posibilidad de que master Derec sufra otras formas de daño, y también los otros, si continúan atados mucho tiempo.—Son jóvenes, son fuertes. Podrán soportarlo.Canute inclinó la cabeza.—Sí, master Avery.Y Avery se marchó. De repente Derec sintió que el corazón le latía desaforadamente y, tras una breve lucha, consiguió calmarse. El tema de conversación que ahora eligiese debía resultar muy casual; de lo contrario, Canute el avispado, que, al fin y al cabo, consideraba que obedecer las órdenes del doctor era la guía más importante para sus palabras y hechos, se daría cuenta del plan del joven.Derec suponía que el plan era hábil. Aguardó varios minutos, mientras Canute proseguía con sus tareas, y, cuando juzgó que había transcurrido bastante tiempo desde que Avery se había dirigido a sus aposentos para dormir, dijo:—Canute, me gustaría hablar contigo.—Esto sería aceptable, master Derec, pero debo advertirte por anticipado que vigilaré toda tentativa de jugarreta por tu parte, o todo intento de seducirme para que te libere.—No temas, Canute. Conozco cuando estoy vencido.—Perdóname, pero, aunque creas que esto es cierto, la realidad reside en otro lugar.—Debo tomar esto como un cumplido, ¿no?—No intenté ni halagarte ni insultarte.—¿Puedo hablar contigo mientras espero que Avery o mis amigas se despierten?—Ciertamente, si esto te complace. Sin embargo, confío en que la conversación no esté relacionada en absoluto con la creencia tuya de que yo fui el responsable del final de Lucius.Derec sonrió.—Claro, si lo prefieres. De todos modos, ¿qué diferencia habría para ti?—Oh, ninguna, sólo que, por alguna razón, hallo que este tema hace que mis pensamientos se atasquen, como si alguien coartase el flujo positrónico de mis circuitos.—Interesante, pero no temas. Pensé que descubriría una prueba y no fue así, de manera que no te inquietes. Además, creo que ahora tengo otros asuntos más apremiantes que el de Lucius que atender.—Sí, eso parece —asintió Canute.—Sí... Bien, creo que, mientras el doctor Avery investigaba en mi cerebro, tuve un sueño muy extraño. Y me ha dado mucho que pensar.—Master Derec, ¿crees que yo soy una entidad apropiada para discutir estos asuntos? Los sueños humanos no son mi fuerte.—Oh, claro, ni tampoco el mío, seguro. Pero el sueño me ha planteado una serie de interrogantes... y me gustaría ver cómo responde a ellos una entidad que posee tu especial clase de lógica.—Ciertamente, no veo que pueda resultar mal alguno del intento, por débil que sea, de que tu mente se relaje en estos asuntos.—Sí, supongo que me sentará muy bien.—Mi obligación es ayudarte a conseguir este resultado.—Bien, Canute, ya sabes que la vida empezó con el calentamiento del océano terrestre como una serie de reacciones químicas. Las materias primas de la vida estaban también presentes en otros mundos, pero hasta hace poco no hubo pruebas de que ese recalentamiento también hubiese tenido lugar en ellos.—¿Te refieres a Wolruf y al amo que antes la empleó como su sierva?—Sí. Dos ejemplos de culturas alienígenas, otros dos mundos donde el recalentamiento dio sus frutos... y ni siquiera son nativos de esta galaxia. Pero el comparativamente escaso número de mundos donde se originó la vida no es el punto más interesante, aunque espero que aumente.—¿Cuál es, pues, el punto?—Que, aunque el universo no sea una entidad consciente, posee unas materias primas que, cuando se ponen debidamente en movimiento, crean la conciencia. Tienen la capacidad de crear vida inteligente, que es capaz de comprender al universo.—O sea que, aunque el universo no puede conocerse directamente a sí mismo...—Eso mismo, Canute. Puede conocerse indirectamente. ¿Y cómo piensas que lo logra?—A través de la ciencia.—Sí, éste es un medio, y ya volveremos a él. El universo también puede examinarse a través de la religión, la filosofía o la historia. El universo también puede comprenderse, interpretarse, a través de las artes. Visto de esta manera, las obras de Shakespeare son la expresión no sólo de un hombre, o de la raza que las interpretó durante largas épocas, sino del universo, de la materia de que están formadas las estrellas.Derec esperó la reacción que sus palabras debían ejercer en Canute, pero éste continuó callado.—¿Canute...?—Perdona, master Derec, pero temo que he de terminar mi participación en esta conversación. Algo les sucede a mis pensamientos. Empiezan a volverse borrosos, y creo que la sensación que permeabiliza mis circuitos es vagamente análoga a lo que tú llamarías náusea.—Quieto, Canute. Ésta es una orden directa. Cuando hayamos terminado, creo que te darás cuenta de que valía la pena.—Te obedeceré porque debo obedecerte, pero debes perdonarme de nuevo si aseguro que dudo mucho de que tengas razón, al decir que esto vale la pena.—Pero los humanos y los alienígenas también han aprendido a comprender al universo a través de la ciencia. El dominio de la lógica, del proceso experimental y del error, ha permitido a la humanidad ampliar sus fronteras del conocimiento y la percepción en todos los aspectos concebibles. El conocimiento del hombre ha crecido no sólo en el dominio de los hechos y las posibilidades de lo que podría realizar, sino en cómo puede expresar los conceptos de estos conocimientos y de su percepción. Un resultado de esta expresión ha sido el desarrollo de la inteligencia positrónica. Sin embargo, y en mi opinión, se trata de un «sin embargo» fundamental, Canute, de modo que presta atención...—Si es una orden...—Lo es. El hombre es sólo una expresión de las posibilidades inherentes al universo, y así lo son las cosas que hace e inventa. Esto es verdad también para la inteligencia artificial. En realidad, por todo lo que sabemos, la humanidad tal vez se halle en una fase preliminar de la evolución de la inteligencia. Eones a partir de ahora, algún filósofo metálico tal vez desee estudiar nuestra civilización actual y diga. El propósito de los humanos era inventar robots, y han sido los artefactos creados por los robots los de orden más elevado dentro de los esfuerzos del universo por conocerse a sí mismo.—Te refieres al Disyuntor —declaró Canute, con un extraño ruido.—Quiero decir que el Disyuntor puede haber sido sólo el comienzo. Y quiero decir que, por mucho que tengan importancia las Tres Leyes de la Robótica y las Leyes de la Humánica, puede haber unas leyes más elevadas, más allá de nuestra comprensión, que gobiernen con igual seguridad y fijeza que las leyes de la interacción molecular gobiernan nuestros cuerpos.—O sea que estás diciendo que puede ser justo que un robot acepte la carga de crear una obra de arte, sin tener en cuenta los efectos de desorden que tal acto puede crear en el conjunto de una sociedad...—Exactamente. Tú no tuviste ningún problema, al crear el Nuevo Globo, ni al tomar parte en Hamlet, como Claudio, porque eran órdenes que se te dieron; pero no pudiste aceptar el intento de Lucius de crear por su libre voluntad, porque creíste que era una aberración del papel positrónico en la estructura ética del universo. Te advierto que no puedes asegurar tal cosa con un ciento por ciento de seguridad. En realidad, a menos que halles un fallo en mi razonamiento, estoy diciendo que precisamente en lo contrario es donde reside la verdad.—Entonces, también es verdad que infligí un daño a un camarada sin motivo alguno.—No hay crimen si no hay una ley contra el mismo, y ni siquiera las Tres Leyes se refieren a que un robot pueda causarle daños a otro robot. Es tan sólo tu innato sentido de la moralidad, una moralidad que podría decirse que ha servido para negarte a ti mismo, la que te hace lamentar haber matado a Lucius.Canute inclinó la cabeza, como avergonzado y dolido.—Sí, lo confieso, yo maté a Lucius. Lo encontré cuando estaba solo, y lo pillé por sorpresa, desconectándole con radiación gamma y quitándole sus circuitos de lógica. Luego, creyendo que tal vez mis métodos serían descubiertos, le golpeé la cabeza varias veces contra un edificio. Después, lo llevé al embalse y lo arrojé al agua, pensando que nadie lo encontraría hasta transcurridos algunos años, al menos.El robot se apartó de Derec y contempló al ordenador que había contra la pared distante.—Al desconectar a Lucius cometí el mismo crimen del que le acusaba. Solamente que él obedeció una orden disimulada del universo, en tanto que yo la estaba negando. No obré adecuadamente. Debo ser desconectado en la primera oportunidad, y mis piezas fundidas rápidamente.—No debes hacer tal cosa. Admito que, al principio, pensé que eras malvado, Canute. Pero los robots ni son buenos ni son malos. Son como son. Y tú debes continuar existiendo. Has aprendido la lección, y ahora debes enseñársela a otros para que no cometan tu mismo error.—Pero el doctor Avery no quiere permitir que las artes florezcan en Robot City.—El doctor Avery está equivocado.—¿Y cómo podemos impedir que nos cambie? Debemos obedecer sus órdenes. Él puede borrar todo recuerdo de ti, del Disyuntor y de la función que interpretamos si lo desea, y entonces todo quedará igual que antes.—Puede ordenar que olvidéis, pero esto ya no importa, porque vosotros habéis cambiado, y tú u otro volverá a crear, y el ciclo empezará de nuevo.—He de reflexionar sobre todo esto. No se computa fácilmente.—Ni lo esperaba, y nunca esperes computar nada con facilidad. Esto no está en la naturaleza de las preguntas.—Todo esto es muy esperanzador —declaró Ariel con sarcasmo, desde su losa—, pero no nos ayuda a salir de este conflicto.—¡Ariel! —gritó Derec—. ¿Llevas mucho tiempo despierta?—Bastante, Derec. Sabía que podías hablar, pero jamás pensé que tuvieras cuerda para tanto rato.—Muy gracioso.—Canute, creo que ha llegado el momento de que nos sueltes —propuso Ariel.—Estar de acuerdo —añadió Wolruf.—Te obedecería al momento, pero las órdenes del doctor Avery tienen precedencia —replicó Canute—. Él es mi creador, y estoy programado para considerarle como tal.—Escúchame, Canute —continuó Ariel—. La Primera Ley establece que ningún robot, por omisión, permitirá que un ser humano sufra daño alguno, ¿correcto?—Sí.—El doctor Avery sabe que mi enfermedad me está volviendo loca, y que, además, me produce graves daños físicos; en cambio, no da señales de querer ayudarme. Sólo está interesado en extirpar cosas de nuestras mentes para aprender más. En realidad, creo que, si estudias su conducta, percibirás que es inestable mentalmente, que ya no es el hombre que inicialmente te programó.—Esto puede ser cierto —convino Canute—, pero los humanos suelen cambiar a menudo. O sea que uno de estos cambios no es ninguna señal de inestabilidad mental. Como Derec ha demostrado, hasta yo he cambiado en las últimas semanas, pero mis diagnósticos rutinarios indican que todavía trabajo con el máximo rendimiento. El doctor Avery no parece estar preocupado por tu bienestar, pero no hace nada para lesionarte. Incluso puede hallar un tratamiento para tu enfermedad que, por otra parte, se ignora cuál es. En realidad, debo considerarle un genio.—Me hace daño al no ayudarme a buscar curación en otro sitio. Si fuese robot, estaría violando la Primera Ley.Canute avanzó hasta el pie de la mesa donde se hallaba Ariel, y puso una mano de acero en sus pies.—Pero no es un robot y, si nuestros estudios de las Leyes de la Humánica nos han enseñado algo, es que los humanos no están sujetos a las Leyes de la Robótica. Tú no estas en peligro inmediato y no puedo ayudarte.—Pues es muy sencillo —repuso Ariel—. Cuanto más tiempo pase en Robot City, más loca me volveré. Cuanto más tiempo esté Derec aquí, más tiempo vivirá sin saber quién es... un estado que yo pienso que él estará de acuerdo en que le produce una condición de angustia. Y la angustia también lesiona.Canute levantó la mano de la barra, y la dejó en el aire.—Creo que estoy de acuerdo, pero el doctor Avery es mi creador. El me ordenó que no os creyese en peligro, y yo no puedo ignorar tal orden.—Si el doctor Avery no desea nuestro bienestar, ¿quién lo deseará? ¿Quién será el responsable? Creo que tú, el robot que nos vigila.«Esto es inteligente, se dijo Derec. Sabía que había motívos para que me gustase esa chica».—Tiene razón, Canute. La misma moralidad que te atosigó por lo que le hiciste a Lucius te turbará de nuevo si permites que el doctor Avery nos haga daño por tu pasividad. No puedes estar seguro de que el doctor Avery nos conceda la ayuda médica que ambos necesitamos.Canute giró lentamente hacia Derec y, con esto, demostró el conflicto positrónico que experimentaba, Derec insistió en lo mismo.—Si se permite a los robots de esta ciudad que continúen creando, servirán mejor a los humanos, pero el doctor Avery suspenderá este proceso. Sus órdenes no son mentalmente incompetentes, pero sí lo son moralmente. ¿Todavía crees que debes obedecerlas?El robot se iba quedando inmóvil por grados. Derec comprendió que sufría una crisis, y que Canute decidiría a favor o en contra de ellos... o que caería en el torbellino positrónico y en la nada.Durante unos segundos, el robot no dijo nada.—Pero, master Derec—barbotó al fin—, ¿cómo puedo saber con toda seguridad que los dos obtendréis atención en el espacio? ¿No es probable que sufráis mientras os dirigís a vuestro destino?—La respuesta a esta pregunta es muy sencilla —respondió Derec, obligando a su voz a continuar tranquila y razonable—. Aquí es donde intervienen Wolruf y Mandelbrot. Ellos se ocuparán de nosotros entre las estrellas.Esta vez, Canute no habló durante varios minutos. Derec se contuvo para no añadir nada más y seguir intentando convencer al robot a hacer lo que deseaban, porque temía que la información proporcionada ya hubiese confundido los integrales robóticos hasta un grado peligroso.—He estado meditando —dijo, finalmente, Canute—sobre las palabras exactas del doctor Avery. Dijo que yo no debía tocar las barras que inmovilízan a nuestro amigo Derec, pero no dijo nada de las que aprisionan a Ariel y a Wolruf.«¡Eso es espíritu creador!», exclamó Derec, para sí.Canute sin hablar más, se aproximó al extremo de la losa de Ariel, asió la barra de sus pies y, usando toda su fuerza, tiró hacia sí. 
CAPÍTULO 13EL ADIÓS A LARGA DISTANCIA La nave espacial de Avery, un lujoso modelo equipado para contener al menos a diez ocupantes del tamaño humano, estaba escondida en una cueva de los alrededores de la ciudad. Después de haber liberado Canute a los cuatro, sin tener otra idea que contarle la verdad al doctor Avery, respecto a cómo había contribuído a la liberación de los prisioneros, fue un asunto relativamente fácil, para Derec y Mandelbrot, decidir cómo debían gobernar los controles de la nave.—¡Salgamos de aquí! —gritó Ariel. Más tarde, trazaremos la ruta-hacia un destino cualquiera. Ni siquiera me importa ir a las colonias. Sólo quiero abandonar este planeta lo antes posible.—¿No temes la posibilidad de atrapar alguna otra enfermedad? —preguntóle Derec.—Ya es demasiado tarde para ello —replicó Ariel—. Además, pienso que una colonia será el único sitio al que esta nave nos llevará.Una vez seguros ya en el espacio, y libres de ir adonde quisieran, Mandelbrot inspeccionó el equipo de radio.—Master Derec —informó—, creo que alguien trata de enviarnos una transmisión.—Probablemente será el doctor Avery, pero conecta de todas maneras —ordenóle Derec—. Será mejor saber qué tiene que decirnos.Sonrió, al observar cómo Wolruf curvaba los labios en anticipación de lo que oiría.Pero, en lugar de las iracundas palabras del doctor Avery, escucharon una forma familiar de música, una melodía tocada en veinte compases, una y otra vez, en do menor, con unos sonidos que fluctuaban entre acordes y discordes, con un ritmo inolvidable. Derec escuchó unos diez compases antes de llevar el ritmo con el pie.—¡Esto es maravilloso! —ponderó Ariel—. ¡Las Tres Mejillas Rotas!—Nos decir adiós —añadió Wolruf, suavemente—. Tal vez no verlos más nunca.—Sí, los echaré de menos —dijo Derec.—La señal se torna más débil y empieza a desaparecer —indicó Mandelbrot.—Viajamos a gran velocidad —observó Ariel—. Y creo que es mejor decidir adónde vamos.—Más tarde, si no te importa —exclamó Derec—. Lo siento, pero, por el momento, no puedo formarme una opinión definida. Estoy demasiado agotado.Saltó del asiento y se tumbó en el suelo, recostado contra la pared de la nave. Se sentía extraño por dentro, como desconyuntado. Durante semanas había elaborado un plan tras otro para escapar de Robot City y, ahora que estaba fuera, ya lo echaba de menos, ya se preguntaba cómo se resolverían los misterios descubiertos recientemente. Tal vez jamás sabría las respuestas.Como tampoco volvería a escuchar la música de Las Tres Mejillas Rotas. El sonido de la radio se iba desvaneciendo, reemplazado por un ruido blanco, y Derec le indicó a Mandelbrot que lo desconectase. Al momento, echó también de menos la música. Y hasta los chistes de Harry.Bueno, ahora, al menos, tenía la oportunidad de conseguir sus dos grandes objetivos. En algún lugar del universo se hallaba la causa de su amnesia, y, además, estaba decidido a buscar un tratamiento curativo para Ariel a toda costa.Tal vez después podría regresar a Robot City.Vio cómo Wolruf se dirigía a la despensa, en busca de comida. La alienígena pulsó torpemente unos botones con sus garras y aguardó a que los alimentos apareciesen por la ranura.Pero, en vez de comida, todos vieron algo que les hizo lanzar un grito.¡En la ranura había una Llave de Perihelion!


[1] Personaje de Macbeth. (N. del T.)

[2] Ebonita: material duro conseguido con caucho vulcanizado con mucho azufre, de color negro azabache. (N. Del T.) 

0 comentarios