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Serie Cuento/ Historias Personales/La Niña en el Pozo/Catalina Rocha /México

Serie Cuento/ Historias Personales/La Niña en el Pozo/Catalina Rocha /México

 HÉCTOR POLEONo disponible
Eloignes Du Monde Et Du Beuit

1972 | acrílico sobre tela | 50 x 50 cms.

 

La Niña en el Pozo

En un mundo gobernado por grandes pensadores y sus cabelleras rizadas, caminaba una niña con un beso marcado en la frente y un sobre con una carta en la mano. La mirada fija al horizonte y un brillo en los ojos que la delata, guarda un secreto.

Sonríendo, como quien revive un recuerdo agradable, iba deleitándose en cada hoja que se resquebrajaba bajo sus pies desnudos. Buscaba la manera de que sus pensamientos no se escapen y terminó convirtiéndolos en palabra por su camino.

En su hombro izquierdo descansaban verdes las pasiones. Un botón de rosa que se guarda paciente hasta que llegue su hora.

Para entonces la niña ya sabe que está enfermando con cada paso que da. No podía evitar padecer de tiempo, contagiarse de edad. Los síntomas resaltaban ya bajo su blusa, rasgos de niña deformados que ella, avergonzada, intenta ocultar. Sus ojos de sombras, sus labios de sangre.

Tal vez caminaba por el bosque aquel día (canasta en mano, caperuza roja y un silbido alegre), pensando que no habrá mucha diferencia entre quienes se pierden y quienes son perdidos. Los que están y los que son.

Una sombra se posó sobre ella y la abrazó sin más preámbulos. Hay muchas criaturas en el bosque, muchos ataques que con el tiempo se aprenden a evadir con gracia; pero a la niña sólo le bastó una mirada para saber que esta vez no se resistiría.

Había quedado prendada de aquella criatura. Un majestuoso oso de cabello negro azulado que la miraba ansioso, con hambre. Premeditado el ataque, sorpresivo a la víctima. Una inyección de adrenalina justo en el pecho.

La niña miró horrorizada como en su hombro florecía una rosa roja, el beso en la frente se desgastaba y ese sobre lleno de secretos se volvía más pesado. Sabía que esto tenía que suceder algún día, y ni el oso ni ella disimularon lo contrario.

La niña corrió soltando perlas de agua salada. La sombra de sus ojos se deslizaba dando paso a la luz. Frente a ella un pozo tan profundo como ese sentimiento la invitó a esconderse en su abrazo. No dudó ni un segundo, con el oso aproximándose, y saltó a ese pozo, como quien precipitadamente salta a la conclusión de que se ha enamorado por primera vez.

Se ha dejado caer, pero se detiene aun a medio camino temerosa. Hay tanto camino por recorrer, tantos pozos que visitar. Vendrán vientos calidos que la hundan más, y días fríos que la hagan asomar la cabeza por momentos.

Por lo pronto ha vuelto a sonreír. En su pecho late el triunfo de haber saltado al fin, y se siente más segura ahí donde todo es demasiado oscuro para leer esa carta, para destruir el secreto.

Ahora la niña mira desde su pozo un cielo sin luna ni sol uniendo punto por punto constelaciones de lunares que antes no eran más que eso; pero que ahora son lujuria.

Se pregunta si será prudente salir algún día. Tal vez lo haga, y cuando suceda esta vez se romperá un par de costillas al caer en algunos pozos más. Aun así le queda la ilusión de que afuera le espera un mundo de probabilidades y muchas, muchas, cabelleras rizadas.

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